Capítulo 08
*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo y los capítulos anticipados en Patreon.com/chispasrojas.
Capítulo 8. Vainilla o Chocolate
Taehyung caminaba al lado de Minho dirigiéndose hacia el barrio. La puesta de sol caía tras sus espaldas conversando. Minho era más bajito que él, ligeramente regordete y con el cabello oscuro. Su hombro chocaba de vez en cuando con el de Taehyung, a ninguno de los dos le importaba. Él le contaba acerca de sus prácticas en una empresa del sector que le había ofrecido un contrato de formación mientras acababa los estudios universitarios. Sobre su madre, quien se había ido de viaje, y que el otro día se había caído en vóley por un tropezón con otro chico. Taehyung se sentía afín a Minho, eran como dos medias mandarinas rojas que ansiaban encontrarse hasta que se toparon en el instituto.
Siempre habían estado juntos (últimamente, un poco menos a causa de las obligaciones de cada uno). Desde el primer día de preparatoria al último. A partir el año de ingreso en la S.N.U. al conseguir una beca doble, en lo que algunos de los niños ricos se pavoneaban frente a sus narices, hasta esas noches en las que se quedaban estudiando en el dormitorio de Taehyung haciéndose demasiado tarde. Había épocas en las Minho que se quedaba a dormir en casa con regularidad, su familia estaba habituada y encantada con él. Cenaban juntos y en ocasiones Minho se llevaba algo preparado de casa, alguna nota de su madre o cualquier detalle. Sus madres mantenían una relación cordial desde siempre, y Minho conocía a Sana (quien afortunadamente no estaba obsesionada con él), su hermano mayor Leori y todo el culebrón de su amor platónico por Jonah, pasando por el día en el que logró confesarle sus sentimientos y salir del armario con su familia.
De camino al Café & Bar Shibuya, Minho aprovechó para meter el dedo y sonsacarle información a Taehyung sobre esas cosas de las que aún no hablaba: cómo su relación con Jonah. No quería ser aguafiestas, sabía que Taehyung estaba enamorado desde el instituto de él. Un chico demasiado mayor, inalcanzable, que por arte de magia terminó devolviéndole unos sentimientos que a él le habían parecido sorprendentes. Pero Minho quería mucho a Taehyung, y cada vez que este le decía con un rostro desamparado que no había vuelto a ver a Jonah esa semana, a él se le desquebrajaba el corazón un poquito. Si fuera por Minho, le guardaría en una caja de cristal para que no le hicieran daño. No obstante, sabía que Taehyung era un chico independiente, y a pesar de lo bueno y cándido que era, también le parecía fuerte.
—Por cierto, ¿cuándo vas a hablarme de eso?
—¿De qué?
—De lo que tienes con Jeon Jungkook.
A Taehyung le repiqueteó el pecho. «No, Jeon Jungkook es lo más normal del mundo», se dijo en una especie de autodictado mental. No era la tarde para pensar más en playboys ni en los manuales estadísticos de aquellas condenadas estanterías. Necesitaba la mente libre.
—Te lo dije, le ayudo a estudiar —dijo con voz ronca.
—Sí, lo sé —Minho se encogió de brazos y apuntó—. Pero ayer noté las muchas ganas que tenía de acercarse a nosotros, mientras íbamos por el pasillo. ¿No pudiste verle?
—¿Pasillo? ¿Cuál? —preguntó Taehyung notablemente perdido.
Minho soltó una risita. Así era su amigo, más despistado que una pulga sobre un perro de peluche. ¿No era increíblemente tierno?
—Sabes somos amigos desde el instituto. Puedes decírmelo —insistía Minho con dulzura.
—Le he invitado a casa —escupió Taehyung de repente, provocando un sobresalto en el compañero, y él se excusó muy rápido—. Nos llevamos bien. Quiero dejar de contenerme, creo que podríamos... ser buenos amigos —emitió levantando las palmas.
—Pero me dijiste que te había confesado sus sentimientos.
—Sí, y también te dije que eso no significaba nada —Taehyung se pasó una mano por el pelo—. Porque no significa nada —reiteró, muy seguro—. Además, parece buen chico. Lo es, quiero decir. Eso creo —terminó con una patente inseguridad.
Minho le miraba incrédulo: no era que no confiara en su criterio, pero el asunto era de lo más cómico y surrealista sucedido durante el semestre. Incluso cuando se lo contaba, Minho alzó una ceja suspicaz, vaticinando mentalmente todos los posibles caminos. No dudaba del encanto de Taehyung (que cuanto más crecía, era más visible parecía volverse para todos) y de que los más que distraídos ojos de alguno de esos príncipes del cotarro hubieran acabado posándose como los de un águila encima de su próximo desayuno. Pero si fuera por él, le hubiera dado con un paraguas a Jeon Jungkook desde el primer momento en el que Taehyung osó compartir aquella información sobre su inesperada y fuerte declaración.
—Okay, ha llegado la hora —liberó Minho, y se golpeó con las palmas los propios muslos mientras caminaban—. ¿Cómo va el sexo?
Taehyung casi se atragantó con su propia saliva.
—¿Cómo va qué? —carraspeaba.
—¿Qué llevas condones encima?
—¡Chsst! —le chistó Taehyung, abochornándose—. ¡Minho, solo vamos a merendar!
—Lo decía por Jonah, no por él, cabeza de chorlito —le soltó su amigo bajando la voz.
Taehyung tragó saliva pesada.
—Todavía n-no ha sucedido nada de eso —balbuceó en evidencia.
—Taehyung, siempre tienes que llevar alguno. Aunque sea para ahuyentar —soltó Minho.
El ojiverde escupió una carcajada fugaz con los ojos puestos sobre la acera por la que caminaban. No estaba familiarizado con los preservativos y carecía de idea cuando se trataba de medidas, marcas y cualquier otro detallito. Y pensarlo le ponía de los nervios.
—Siempre decías que Jonah era esa persona, ¿no? La persona con la que querías tenerlo todo. Vivir juntos —continuaba Minho, enroscando los dedos en la cinta de cuero de la cartera que colgaba de su hombro—, compartir vuestras cosas, prometeros...
Eran un montón de cosas en las que recientemente no había podido detenerse a pensar, entre la universidad, el club de vóley, su trabajo y todos los asuntos de su familia. Pero sí, Taehyung lo quería, ansiaba algo eso más que nada, pero a veces uno también tenía que poner los pies en la tierra y recordar que tenía que terminar sus obligaciones antes de soñar con la persona con la que deseaba compartir todas sus buenas noticias.
—Quiero decírselo. Voy a decírselo —aseguraba Taehyung en voz baja—. Le amo, Minho. Es solo que, uh, las cosas han estado un poco raras. Quizá necesito un poco de tiempo.
—Entonces, no puede ser el indicado.
Taehyung le miró de medio lado, muy serio.
—Lo digo porque, cuando lo es, lo único que quieres es beberte su tiempo —decía Minho reflexivamente—. Quieres sentir cómo las horas corren y los minutos se vierten tan solo mirando en sus ojos. Es como una fuerza invisible, irresistible, que te hace imaginarte estrellándote contra esa persona una y otra vez mientras todo lo demás se va al carajo.
Estaban en silencio, Taehyung contemplaba la tarde otoñal deteniendo poco a poco sus pasos. Las hojas caídas de los árboles adornaban los grises adoquines del suelo, el ambiente estaba húmedo, menos soleado esos días y más frío.
¿Alguna vez había sentido algo así? Sí. Por supuesto que sí. Y tal vez se había estado acostumbrando demasiado a dejarlo estar en lugar de actuar para recordárselo a su pareja.
—Tú... ¿alguna vez has sentido eso? —le preguntó Taehyung, levantando la mirada.
Minho le contempla con mucha candidez, un rostro afable y los labios curvándose.
—Creo que sí, una vez —dijo con un timbre muy suave.
—Siento que no saliera bien —murmuró, algo triste.
Minho negó con la cabeza rápidamente, como si ya no tuviera importancia. Nunca habían hablado detenidamente sobre eso, era la primera vez que Taehyung tenía noticia. Él era su mejor amigo, después de todo. El castaño le dio un abrazo antes de separarse, agradeciéndole ese rato de charla que había esclarecido sus ideas.
—Sabes que te quiero, ¿verdad? —le dijo Taehyung a Minho.
—Y yo a ti —sonrió el muchacho, luego indicó con la cabeza hacia el local donde trabajaba—. Venga, entra en esa cafetería. Vas tarde.
—Ya, sí. Te escribiré cuando salga. Hasta luego —se despidió Taehyung más alegre, y se separaron.
Taehyung entró en la cafetería y saludó con la cabeza a los compañeros que andaban por allí. Nina le dedicó una monería, y él, con una sonrisita, empujó la puerta del personal con el hombro para meterse en la zona de vestuarios y cambiar el uniforme la de S.N.U. por el del café. Llevaba el teléfono en las manos, y hundiendo la cabeza sobre la pantalla, le escribió algo a su novio: «Te necesito. Me muero por verte, Jonnie».
*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo y los capítulos anticipados en Patreon.com/chispasrojas.
Jungkook se sentía especialmente emocionado la tarde del jueves. Era evidente que había estado evitando durante casi toda la mañana al imbécil de Erik, alargando su reconciliación y aislándose del resto como un escapista olímpico. Estaba bien con Jimin, pero no le apetecía reunirse con sus amigos demasiado, excepto por Taehyung, quien era la terrible excepción del día. En contra de sus habituales faltas, Taehyung no estuvo en clases por la mañana debido a un cambio eventual en su turno de trabajo. A Jungkook le complació encontrar un mensajito en su teléfono móvil, en el que el joven le avisaba que no se pasaría por clases, si bien el plan de merendar en su casa permanecía en pie e inflexible.
Francamente, a Jungkook le había sorprendido su invitación, pero eso parecía ser lo más lógico entre un par de personas que se llevaban relativamente bien, ¿o no? El chico terminó las clases de la mañana y a la hora de mediodía, contó los minutos en los que terminaba de almorzar para considerar oficialmente que era por la tarde y podía ir a visitarle.
Regresó a casa en la motocicleta y se cambió el uniforme por la ropa más casual posible. Unos vaqueros claros, rotos por las rodillas, una camiseta lisa, y una de sus sudaderas negras y anchas, sin cremallera. Se lavó los dientes antes de salir del cuarto de baño, y como si tuviera un radar el culo, su padre le interceptó por el pasillo.
—¿Te vas?
—Voy a casa de un amigo —dijo Jungkook levantando la cabeza.
—Uh, vale. ¿Todo bien? —formuló de forma muy rara.
—¿Qué? Sí. Sí —contestó el joven, recibiendo de cerca su escrutinio.
—Bueno, es que, últimamente, vienes a casa por la noche y te pasas casi todo el día fuera —se explicaba su padre, con un tono amigable—. Al contrario que los fines de semana, que estás pasándolos todos en casa. ¿Debería asustarme?
—Estoy, eh, ¿estudiando más? —trató de resolver Jungkook.
—Oh, ya. Ya —su padre asentía con una expresión de asombro, cruzado de brazos, con gruesos bíceps bajo las mangas cortas de la camiseta—. Bien, Jungkook. Quería decirte que me alegra verte así. Te felicito —concluyó.
Jungkook abrió la boca y la cerró en seguida, compartiendo su impresión con Seung.
—¿Gracias? —soltó más en tono de pregunta retórica que de afirmación.
—Bueno, chico de las responsabilidades. Sal un rato, anda —dijo su padre más despreocupado, que al pasar por su lado le revolvió el cabello con una mano.
Jungkook caminó en la dirección contraria, chasqueó con la lengua pasándose los dedos por la cabeza pensando en que le había despeinado. Se largó del apartamento jugueteando distraídamente con las llaves de la moto entre los dedos. ¿Su padre felicitándole? Menudo cuento. Tampoco era como si se hubiera santificado esos días, solo estaba un poco más centrado. Un poquito.
Tomó el vehículo con un revuelo de mariposas en el estómago, y condujo tranquilamente hasta la casa del muchacho. Él le había escrito un rato antes, con intención de que supiese que ya había llegado del trabajo. Jungkook aparcó justo frente de la casa, bajó de la motocicleta entusiasmado, sacándose el casco de la cabeza. Luego de asegurarla y comprobar que había dejado todo como debía, caminó tranquilamente por la acera levantando la cabeza hacia la casa de teja verdosa. A plena luz de la tarde, la zona se veía mucho más cálida y familiar de lo que le había parecido en su breve visita nocturna. Jungkook atravesó el camino que iba al porche y allí tocó el timbre, seguido un leve carraspeo.
Unos segundos después, escuchó unos pasos rápidos al otro lado. Un breve silencio. Y después, Taehyung abrió la puerta para recibirle serenamente.
—Hey —saludó Jungkook, ladeando la cabeza, sonriente—. Hola.
—Hey, hola —respondió Taehyung igual, dejándole pasar por la puerta.
La frecuencia cardiaca de Jungkook se había disparado, y ahora tragaba saliva recordándose mentalmente que no era un gran asunto, solo estaba entrando en una casa.
Taehyung había llegado tras la hora de mediodía, y esperó a la tarde hasta que Jungkook apareciera, con una inquietante sensación de nerviosismo por haberle invitado. Se había llevado de la cafetería unos muffins de chocolate y unas mini pizzas preparadas con queso y orégano, de las que vendían. Puede que para algunas personas careciera de importancia, pero Taehyung consideraba su hogar como un refugio, e invitar a Jungkook le hacía sentirse extrañamente vulnerable. Como si terminara de aceptar su amistad entre ambos.
Por otro lado, Jungkook estaba sugestionado por la sensación de haberle extrañado en... ¿Menos de veinticuatro horas? Y aprovechó el aire de un Taehyung que actuaba superficialmente nervioso para lanzarle alguna de las suyas.
—Uh, ¿qué hay del cálido recibimiento que os obligan a emplear en ese tipo de negocios? ¿Sabes que sólo contratan a gente guapa por un motivo concreto? —se quejó Jungkook, quitándose los brillantes botines negros junto a la entrada.
Taehyung le miraba ceñudo.
—No eres digno.
Eso fue suficiente para que Jungkook rompiera a reír, y Taehyung se esforzara por aguantar la sonrisa de sus labios.
—Ya, bueno —le guiñó un ojo el pelinegro, y se incorporó de nuevo—. Ya hablaremos de qué ocurrirá el día que me pase a tomar un frapuccino por tu trabajo.
—No —Taehyung puso cara de pánico—. Tienes completamente prohibido hacer eso —le soltó levantando un dedo en señal de prohibición.
Jungkook le sonreía transmitiéndole que iba a hacer lo que quisiera. A lo que Taehyung le dedicó otro «¡no!» que claramente amenazaba con una destitución de niveles en su amistad. El joven le siguió por el pasillo y este señaló con la cabeza para que subiera las escaleras.
—¿Quieres un té? —dijo Taehyung.
—Lo que sea —pestañeó Jungkook, sin un real interés por tomar nada.
—¿No te gusta algún té en concreto? —insistió el contrario.
—Uhmn. Es que nunca tomo té —respondió Jungkook con la mayor inocencia del mundo.
Taehyung sonrió un poco con eso.
—No me digas que también voy a tener que servir cafés fuera del trabajo —comentó dándole la espalda.
—Oh, Taehyung —le llamó Jungkook, que bajó el escalón acercándose a él—. ¿Quieres que te ayude con...?
—No, no, no. No. No —le cortó el castaño, poniendo las manos sobre sus brazos y obligándole a dar media vuelta—. Sube. Al fondo a la izquierda —ordenó.
Jungkook hizo un puchero sin entender nada, pero se volvió y subió los escalones como le exigía. Había varias puertas a la derecha, una ligeramente entornada al final, y a su izquierda otra que estaba totalmente abierta. Jungkook reconoció que era su habitación; un lugar muy mono con paredes de madera, medio techo que caía en diagonal hacia un lado, con una ventana hacia el porche y la otra orientada en otra dirección. Miró a su alrededor activando su capacidad fisgona. Una estantería con un montón de libritos y novelas, varios mangas y cómics. Un montón de carpetas de colores en las que seguramente almacenaba trabajos de la universidad, ropa perfectamente doblada encima del escritorio, junto a un portátil doblado. Sobre la cabecera de madera del canapé de la cama había una hilera de esponjosos peluches de un toque algo infantil, un reloj de pilas y una caja de pañuelos.
Jungkook se mordió el labio inferior. Su cuarto era como cuatro veces más grande, pero reconoció su capacidad para el propio desorden a pesar de que tenía a alguien que recogía sus trastos y guardaba su propia ropa lavada y planchada en los cajones.
Se inclinó para sacar un álbum de fotos de la pulcra estantería del chico. Lo abrió y pasó unos dedos observando el contenido y se sorprendió al encontrar algunas fotografías polaroids que parecían haber sido guardadas por alguien en las últimas páginas de plástico vacías del álbum. Al volver la página, observó la firma «#Vante» escrita a mano detrás de cada una de esas.
¿Taehyung las había tomado? A Jungkook le pareció un trabajo artístico. Mientras que él prefería tomar fotografías de paisajes espectaculares y personas, Taehyung guardaba una pequeña colección de fotos que detallaban otros aspectos de la vida. Como las flores salvajes que crecían entre los trozos de cemento roto o los pequeños afluentes en los que terminaban anexionándose los ríos. También había una taza de café manchada, con una cucharilla plateada sobre su correspondiente plato.
Jungkook oyó unos pasos ascendentes por las escaleras y guardó el álbum deseando no pecar por ser demasiado curioso. Volteó sobre sí mismo antes de que entrara por la puerta, y actuó de la forma más natural que se le ocurrió en ese momento: lanzándose sobre la cama bocarriba.
Taehyung traía una pequeña bandeja y casi tiró las tazas de té cuando vio a Jungkook con los pies apoyados en el suelo, la espalda completamente extendida sobre su cama y los brazos doblados tras su nuca, como almohada.
—Claro, ponte cómodo —ironizó Taehyung, secretamente azorado.
—Qué bien debes pasártelo aquí —le chinchó Jungkook.
Logró ruborizarle con eso último, pero Jungkook levantó la cabeza y le vio tan cargado con la bandeja, que se incorporó con la misma agilidad con la que se había lanzado y la agarró por los bordes, rozando sus dedos.
—Deja que te ayude —le pidió—. Oh, ¡magdalenas!
—Se dice muffins —corrigió con un deje catedrático—. Kook, sé llevar una bandeja —dijo con un esporádico orgullo, apartó la bandeja y la dejó sobre su escritorio.
—¿Los has hecho tú? —preguntaba Jungkook curioso, siguiéndole tras la espalda.
Taehyung torció el gesto y respondió:
—No. Lo compré en el trabajo.
—¿Para mí? —formuló tras él.
—Sí.
Jungkook sonrió. Taehyung se dio la vuelta y chocó contra su pecho. Se miraron unos segundos, en los que, sin vacilación, Jungkook se interponía en su camino.
—¿Me das uno? —le preguntó goloso, con un tono que misteriosamente descendió al abismo.
—¿Un qué?
Aquella pregunta había sido una trampa, en la que Taehyung tropezó como un torpe. Se mordió el interior de la boca en un tic nervioso, identificando el sutil y malvado doble sentido de sus palabras. No obstante, Taehyung, quien empezaba a ser un cascarrabias con él, agarró un muffin de chocolate de la bandeja y se lo ofreció sin miramientos. Jungkook, relamiéndose en su maldad, en lugar de agarrarlo con los dedos, le dio un bocadito en un lado, con los párpados inicialmente bajos y las pupilas levantándose poco a poco hacia él.
El sabor era delicioso, intenso, con chispas de chocolate salpicando el esponjoso interior. Taehyung contemplaba su expresión con una aparatosa intranquilidad, como si esperase que le dijera algo.
—¿Está rico?
Jungkook se lo pensó, pero sus ganas de espolearle un poco más le hicieron que esta vez le agarrase por la muñeca, volviendo a dirigir el muffin hacia sus labios para morder con más hambre. Volver a tenerle cerca, y atrapado entre él y su escritorio, solo lo hacía más emocionante. El castaño no pudo evitar deslizar sus ojos hacia su labio inferior manchado por unas diminutas migas, con la boca llena y una expresión muy adorable mientras masticaba. Aunque en realidad Jungkook fuese el mismísimo demonio.
Taehyung se llevó el trozo que quedaba del muffin a la boca y lo probó, abriendo los ojos al descubrir que no estaba nada mal. Una lástima que los favoritos de Jonah fueran los de vainilla, nada del chocolate negro e intenso que se había llevado del café esa vez para probar algo diferente con Jungkook.
—No soy fan de los dulces —contestó Jungkook, entrecerrando los ojos—. Pero podría hacer una excepción con el que tengo delante —expresó de una forma claramente coqueta.
El corazón de Taehyung palpitaba muy fuerte poniéndole de los nervios. El otro se relamió los labios frente a él. Unos labios rosados y húmedos, que Taehyung volvió a observar con recelo. El castaño se dejó llevar por un impulso instintivo, levantando el dedo para apartar unas migas de chocolate que todavía manchaban su fino labio superior. Lo retiró con el dedo pulgar muy delicadamente, Jungkook permanecía quieto. Sus ojos se entornaban por el suave contacto, pero no pudo evitar perder la cordura ante la visión de Taehyung llevándose el pulgar a la boca con los restos.
«¿Qué mierda era eso?», gritó algo dentro de Jungkook.
Deseó empujarle, levantarle sobre la mesa o lanzarle sobre su cama para comérselo entre besos y pedirle explicaciones en relación a por qué narices acababa de hacerle eso. En un momento de debilidad, se imaginó entrando en acción y abrió la boca dejando escapar un anhelante suspiro. Jungkook nunca había sentido algo así hervir. En su sangre. En sus huesos. Nunca había deseado tanto rozar a alguien. Y no se trataba de un sentimiento sucio y egoísta, en el que buscara su beneficio propio. Se trataba de un deseo irreverente por escucharle suspirar, por darle los besos que le apetecía darle, y como merecían ser dados. Adorables, dulces, en la punta de su nariz, en la base de su cuello, debajo de su mandíbula. Unos mimos encima de su cama, y por debajo de su ropa. Y luego, a mordiscos contra su boca.
Taehyung parecía tan aturdido como él, y si no fuera por el grito que los interrumpió, todo hubiera procedido de otra manera.
Sana entró por la puerta quejándose, y ambos pegaron el salto de sus vidas.
—¡Taehyung! —lloriqueaba su hermana—. Oh, ¡Ho-ho-hola! —brincó la nena, sorprendida—. ¿Por qué te lo traes aquí arriba? ¡Yo quería saludarle! —se quejó hacia su hermano.
—Sana, ya te he dicho que no subas a mi cuarto —maldijo Taehyung, saliendo disparado hacia la puerta.
—El azúcar —ella le guiñó un ojo, sosteniendo en alto el recipiente a modo de excusa—. Te lo habías dejado abajo —miró a Jungkook—. ¡Hola! ¿Qué tal? —le saludó de nuevo alegremente.
Jungkook sonrió un poco, la sangre todavía le zumbaba en las extremidades, pero él hizo una pequeña inclinación notando cómo la testosterona que flotaba sobre su cabeza se dispersaba. Reconoció unos rasgos faciales en la chica muy similares a los de Taehyung, el mismo denso cabello por encima de los hombros, y sus ojos marrones.
—Hola —saludó.
Ella esbozó una sonrisa súper amplia, miró a Taehyung abriendo la boca muy cómicamente, como si estuviera enhebrando el mismo tipo de hilo onírico entre dos agujas que casaban.
—Gracias, Sana —masculló Taehyung entre dientes, indicándole con la mirada y el intento de cerrar la rendija de la puerta por la que colaba el cuerpo y ella sujetaba con las dos manos, reteniéndolo.
—¿Estudias con mi hermano? —le preguntó a Jungkook.
—Sí —respondió el chico.
—¡Qué guay! Es un empollón —liberó Sana, como si fuera un gran dato—. Pero no se lo tengas en cuenta, ¡es buen chaval!
Jungkook se sintió divertido.
—Sana —repitió el hermano mayor—, tira —musitó, con muchas prisas—, largo. Vamos.
Ella le lanzó una mirada ofendida y estaba a punto de cerrar la puerta, cuando la madre de los chicos les invadió empujándola.
—¡Hola, Jungkook! —vociferó la mujer.
Taehyung miró a su madre deseando que se controlara. A lo mejor podía salir corriendo hacia Jungkook, y lanzarse abrazado a él por la ventana, como en una película de acción.
—Hola, señora Kim —contestó él impecablemente.
—Pero qué chico más guapo, por favor —le lanzó un cumplido, apretando las palmas de las manos—. Esto no se ve todos los días, ¿quieres que te prepare otra jarra de té, cielo? —preguntó a su hijo.
—No —balbuceó, avergonzado—. Estamos bien, mamá.
—Uh, sí, ya veo —dijo en un tonito un poco raro y sonrió a su hijo.
A él le apetecía que le tragara la tierra. Por suerte, su madre agarró a la chiquilla del brazo sin dilación y se la llevó con ella.
—¡Taehyung, tengo una anécdota que contarle a Jungkook! —replicaba intentando quedarse en el dormitorio—. ¡Os vais a morir de la risa!
—Vamos, Sana —musitó la madre—. Que son mayores que tú, ¡no les molestes!
Taehyung cerró la puerta muy rápido, echando el pestillo de la majia y se apoyó en ella. Inesperadamente, el compañero rompió a reír sin poder controlarlo. ¿De dónde había salido esa familia escandalosa y tan metomentodo? Con lo correcto y educado que parecía Taehyung... El ojiverde le miró con la cara tan roja como un tomate, con una cómica mezcla entre vergüenza e irritación.
—¿Ves? Por esto no quería que te pasases por la cocina —suspiró.
—¿Cuántos años tiene tu hermana? —formuló Jungkook, tratando de controlar las lágrimas de risa—. Es genial, como tu madre —le dijo para animarle.
—Once —Taehyung dio unos pasos pánfilos—. Es la última de la familia, por suerte —dijo mirando al suelo.
Jungkook se sentó en el borde de su cama.
—¿Tienes más hermanos? —preguntó curioso.
—Oh, sí. Pero Leori ya no vive en casa, se mudó hace un año. Trabaja en una oficina y todo eso —suspiró y volvió a mirarle con una ceja inclinada—. Y no son geniales, son ruidosas —sentenció Taehyung.
Ambos merendaron animados, Taehyung consiguió relajarse al rato con Jungkook, cuando el joven le demostró que aquello no le había molestado ni incomodado. En realidad, acababa de apreciar que el aura cálida y natural de Taehyung provenía de su familia, como si todos compartieran ese factor en común. Taehyung le contaba, sentándose en la cama mientras masticaba, que nunca le dejaban en paz, y que por eso prefería estudiar en la biblioteca de la universidad. Jungkook se percató de lo solo que se sentía en casa, con su padre constantemente yendo y viniendo de las afueras de Seúl, en negocios o con su pareja, rehaciendo su vida personal y dejándole todo el espacio del mundo.
Tener espacio no estaba mal, era solo que, Jungkook, en ese momento, se dio cuenta de que tenía demasiado. Espacio que él y cualquier joven hubieran adorado, pero, ¿qué era de la vida sin un buen arrumaco, en ocasiones? Ni siquiera había tenido a su madre desde hacía años... y Taehyung, ajeno a todo eso, estaba contándole que constante jaleo que tenía en su familia.
—Y cuando éramos tres en casa, esto era como la jungla. Nula intimidad, nada de silencio y un montón de tareas de casa súper mal repartidas —le decía Taehyung, luego sonrió un poco, añadiendo con un poco de humor—. ¿Conoces el síndrome del hermano mediano? No te reirías tanto si te lo explicara.
Jungkook se frotaba la nariz con los nudillos de forma muy mona.
—¿Minho viene por aquí?
—Claro, es un gran amigo —respondió Taehyung con naturalidad. Empezó recoger las tazas y cucharillas del té y del azúcar, y Jungkook agarró su mano con los dedos, frenándolo y atrayendo su atención hacia él.
—Eh, deja eso —dijo Jungkook con suavidad.
—Uh, perdón. Deformación profesional —balbuceó Taehyung.
Sus dedos se habían separado, pero el hormigueó la piel persistía tras el suave y tibio contacto de su mano.
—No sé si debería preguntarte por tu padre. No lo has mencionado —comentó Jungkook muy cauteloso.
Taehyung le miró con grandes ojos verdes, sin las gafas que usaba tan solo para leer, estudiar y estar en clase.
—Mi padre falleció —contestó Taehyung serio, pero con menos reservas—. Sana apenas tiene recuerdos. Era un bebé.
Escuchar aquello le removió algo en el estómago. Jungkook no podía compararlo con su situación, pero... No tuvo ni idea durante todo ese tiempo de que a Taehyung también le había faltado un pariente. Él bajó la cabeza, sin saber muy bien que decir. Quería expresar lo mucho que lo entendía.
—Lo siento, no quería entristecerte —le sorprendió Taehyung en ese momento.
Jungkook levantó la mirada y sacudió la cabeza un poco.
—No es eso —afinó los párpados.
El compañero se desplazó de la cama, llevándose las tazas para dejarlo todo sobre la bandeja. Suspiró y tiró de la silla giratoria de su escritorio para sentarse en esta, orientándola hacia Jungkook con un movimiento de talones.
—¿Por qué tienes que trabajar? —preguntó Jungkook desviando el tema.
—Hmhn —meditó Taehyung mordiéndose el labio y con la vista perdida en un lado de la cama—. Ayudo a mi familia, y a mi hermano.
Un silencio les acompañaba. Jungkook se pasaba la lengua por los dientes, vislumbrando cómo su semblante se ensombrecía. Algo dentro de Taehyung se cerraba, cortándole el habla. Y de repente, la mente de Jungkook dio un montón de vueltas a las decenas de enfoques que podía tener su oración. Se había metido en un terreno pantanoso por culpa de su imperiosa sed por saber más. ¿Por qué tenía que ser tan inoportuno? ¿Por qué insistía en meterse en sus cosas? Sus facciones se habían entristecido, sin duda, pero había más cosas en sus ojos, como una profunda preocupación, y miedo...
—Eres valiente, Taehyung. Y fuerte —le contó Jungkook en un susurro.
Taehyung posó los iris en él, esbozando una sonrisa alicaída. Apoyó la mandíbula sobre su propia mano, observándole bajo la aparición de una inesperada capa de humedad que comenzó a brillar en sus ojos. Entonces, Jungkook se inclinó hacia delante y tiró del brazo que apoyaba en su rodilla gentilmente, arrastrando al chico sobre la silla hasta un abrazo. Un abrazo sincero y duradero. Cariñoso, confiable. Podía sentir la respiración de Taehyung en su hombro, su pecho latiendo suavemente cerca del suyo, bajo su ropa.
—Escucha. No sé si puedo ayudarte —murmuraba Jungkook pausadamente—. Pero, si lo necesitases... Taehyung, yo... Sabes que...
Taehyung apretó los párpados, y también los brazos a su alrededor. No le dijo nada, pero Jungkook tampoco continuó, como si entendiera en silencio que no quería continuara con su frase. Pero el castaño apoyaba la mejilla en su hombro, encontrando un lugar tan cómodo y gratificante, que no tuvo tiempo para asustarse. ¿De dónde había salido Jungkook? ¿Con su interés, su apoyo y su cariño?
Casi parecía obra hecha por el destino, que alguien como él estuviera hablándole así. Su pelo, de cerca, olía a manzana fresca y a hierbas cítricas, con esa nota extrañamente familiar que acababa de encontrar el suavizante que alguien debía haber usado en la colada de su ropa y la sudadera que llevaba. Así olía Jeon Jungkook, como a algo que a veces le acechaba y replegaba, pero también confortaba.
Ambos se separaron con serenidad, Jungkook comprobó que el compañero había recuperado el verde de sus iris, dejando a un lado el brillante lacrimógeno que amenazó con derramar instantes antes sus ojos. Consiguió reencaminar la conversación hacia otro lado, y unas horas después, en las que le contó una anécdota que había tenido una tarde con Minho en una bolera, decidió irse.
No eran ni las nueve de la noche, pero el invierno comenzaba en unos días, con las noches apareciendo más rápidamente y el mal tiempo amenazándoles. Jungkook lo notó en cuanto Taehyung abrió la puerta, arrepintiéndose de no haberse llevado una cazadora vaquera encima de la sudadera. No le apetecía enfrentarse al golpe del frío en moto (sobre todo, teniendo en cuenta que vivía al otro lado de la ciudad).
Jungkook expresó que tenía algunas cosillas pendientes por terminar, y Taehyung le acompañó hasta la puerta. Cerca de la entrada, su madre Annie les atrapó en el pasillo, e inmediatamente invitó a Jungkook para que se quedase a cenar. Con una mirada de soslayo al compañero, Jungkook lo rechazó educadamente, puesto que no quería poner en un compromiso más a Taehyung.
—Adiós, señora Kim —le contestó el chico, en lo que ella se retiraba encantada, para permitirles despedirse a solas.
Taehyung siguió con la mirada a su madre mordiéndose el interior de la boca, y esperó que realmente estuviera lejos para poder volver a comportarse con naturalidad. Ellos se miraron en una corta cercanía.
—Si sigues poniendo esa cara de bueno, mi madre me va a obligar a hacer que te quedes a cenar con nosotros —masculló.
—Es mi cara —dijo Jungkook sarcástico, y se apoyó en el marco la puerta con las manos.
—Esa no es tu verdadera cara, Jungkook —renegó con una sonrisita.
—¿Crees que no soy bueno? —Jungkook hizo un puchero muy teatrero con los labios—. Oh, me haces daño.
Taehyung bufó unas suaves carcajadas.
—Venga. Puedo ser muy bueno, Taehyung —agregó Jungkook en un flirteo—. Mucho —dijo más bajo.
Taehyung no dudó que iba en serio, y entornando los párpados extendió el pulgar hacia su mejilla y tocó con brevedad la pequeña brecha del corte que había cicatrizado dejando una marca casi invisible en su cara.
—Ha curado —dijo Taehyung, desconcertándole.
El color café de sus ojos se calentó de algo que le hizo suspirar, se guardó una mano en el bolsillo del pantalón vaquero y murmuró:
—Sí.
—¿Irás bien? —preguntó Taehyung con pura preocupación—. ¿No te parece que hace un poco de frío?
—Sí, sí. Llegaré santiamén, da igual —aseguró Jungkook, volviendo a sonreír—. Y no voy a quedarme ni un minuto más, vaya a ser que tu familia también me invite a dormir —comentó guiñándole un ojo.
Taehyung puso los ojos en blanco.
—Pues no te invitarían a dormir, flipado —le dedicó al joven.
Jungkook se dio la vuelta con una sonrisa de vacilona y de repente, se dio de bruces contra un desconocido.
—Uh.
—Hey —dijo una voz extraña.
El pelinegro pestañeó y fijó los ojos en la persona que tenía justo enfrente. Un hombre que acababa de llegar: era más alto que él, elegante, con el cabello rubio oscuro y los ojos grises.
—¡Jonah! —soltó Taehyung, saliendo por la puerta.
—Hola, cielo —le dijo con cariño.
El corazón de Jungkook pegó una fuerte sacudida ante su expresión. Jungkook presenció como el tal Jonah pasaba por su lado y se encontraba con Taehyung. Envolvió un brazo alrededor de la cintura del joven y dejó un casto beso en sus labios. Él se quedó pasmado, como si le hubieran convertido en piedra o en una rígida estatua de cristal que con el empujón de un simple dedo se habría partido en mil pedazos. Jonah le devolvió la mirada con unos ojos grises y profundos, que desvió solo para atender a Taehyung.
—Oh, él es Jeon Jungkook —presentó Taehyung, debajo del brazo que ahora se hallaba en sus hombros—. Un amigo de la facultad.
Jungkook sintió un nudo en el estómago.
—Ah, Jeon Jungkook —repitió Jonah, divisándole—. Es un placer, ¿de qué me suena tu nombre?
Él se encogió de brazos y soltó con un tono neutral:
—Ni idea.
Pero Jonah era demasiado amable, y sus ojos se volvieron dos finas medias lunas que electrificaban a Jungkook en su dirección.
—Yo soy Kim Jon Ah, el novio de Taehyung —continuó con evidencia.
Taehyung se sintió con un poco tenso, pero no por su novio, sino por lo frígido e inexpresivo que se había vuelto el rostro de Jungkook. Él asintió, desviando su mirada hacia Taehyung.
—Ya.
—Jonnie, ¿qué haces aquí? —preguntó Taehyung, desviando sus iris de los castaños oscuros de Jungkook.
Jonah volvió a mirarle a él, la mano de Taehyung se posaba en su pecho, con él, estrechando ese brazo familiar alrededor de sus hombros.
—Qué pasa, ¿no puedo venir a buscar a mi pequeño en su día libre? —preguntó con dulzura.
Jungkook tragó saliva, sintiendo como si le clavasen agujas. Prefirió desviar la mirada hacia el césped del porche, ante el impulso nervioso de querer arrancar a Taehyung de los brazos de aquel desconocido. Era extraño e incongruente porque, en realidad, para Taehyung, no era para nada un desconocido.
—Sí, claro —asintió Taehyung, sintiéndose invadido por una mezcla agridulce de sentimientos encontrados.
Estaba encantado de por fin volver a ver a Jonah (primera vez en una semana tan ocupada), pero algo hacía doler a su corazón por cada latido, sabiendo que tenía a Jungkook justo delante. Taehyung miró a Jungkook y lo encontró cediéndoles algo de espacio visual ante la incómoda situación. Él se preguntó hasta qué punto los sentimientos de Jungkook permanecían sumergidos en su amistad.
—Hmnh —Jonah siguió la mirada de Taehyung con suspicacia—. ¿Estabais ocupados, Tae?
—No —respondió el castaño—. Jungkook ya se iba.
El joven asintió, mordiéndose el interior de la boca hasta percibir un sabor metálico. Vislumbró durante unos segundos al muchacho y los dedos le quemaron deseando llevarse consigo a Taehyung. Como si fuera suyo, su Taehyung, sintiendo la quemadura de unos impensables celos porque aquel tío continuara envolviéndole con un brazo como si contase con su permiso.
—Bueno... Hasta mañana —se despidió Jungkook, metiendo las manos en los bolsillos del pantalón vaquero.
Taehyung le observó marcharse con los ojos muy abiertos y una desagradable sensación invadiéndole por dentro. Allí, donde la luz artificial de la calle no incidía, atisbó a su figura echar una pierna por encima de la motocicleta aparcada. Jonah acarició su mejilla con delicadeza, reivindicando que le devolviera su mirada.
—¿Estás bien? —preguntaba.
—Sí —asintió el ojiverde de nuevo.
—Mhn, no sabía que tenías un nuevo amigo —dijo Jonah con cierto recelo—. Y tan... ¿Interesante?
—¿Eh? Ah, no, es... Le conozco de la universidad —comentó Taehyung, intentando quitarle importancia.
Él oyó la moto arrancar y en cuestión de segundos, la luz del vehículo desapareció de su vista perdiéndose en el otro extremo de la calle.
—La S.N.U., sí...
—¿Qué? —dudó Taehyung.
—Si no me equivoco, lleva el apellido de Jeon Enterprises —continuó su novio, muy astuto—. Tienen el mayor proyecto de energía renovable del país. ¿Por qué no me di cuenta antes, al ver esa moto ahí estacionada?
Pero Taehyung ya no le miraba, sus ojos verdes y claros se encontraban sobre la penumbra nocturna de la calle, casi como si hubiera perdido algo.
—Es eléctrica —agregó Jonah con una sonrisita, como si él no lo hubiera pillado.
—Ya —murmuró Taehyung, pensando en otra cosa muy distante.
Jonah recuperó su atención atrayéndole a él, le besó en la mejilla y sujetó un lado del rostro con los dedos, hablándole de que ese fin de semana tendría varios descansos en el trabajo; no tenía que cubrir ningún turno y le habían pagado las horas extras con algo de dinero que deseaba utilizar cenar en algún sitio delicioso o pedir lo que fuera que les apeteciera.
—¿Qué haces el sábado? —agregó.
—¿Yo? Uh, pues...
—Mira, en realidad, he venido por algo. Tengo un plan para nosotros —reveló Jonah.
—¿Un plan? —reprodujo Taehyung con inocencia, y el rostro suavizándose poco a poco.
—Es nuestro séptimo aniversario, bobo. Sé que no celebramos los seis meses porque estábamos ocupados, pero voy a compensártelo —le aseguró.
Taehyung esbozó una sonrisa bastante feliz.
—Eres un amor —le dijo.
—Uhumn —tarareó Jonah empujándole suavemente, hasta que Taehyung apoyó la espalda junto a la puerta entornada de la casa.
Él se inclinó un poco para besar sus labios. Un beso inesperado por el que Taehyung se hubiera ruborizado hace un tiempo; el mayor entreabrió los labios, probando la dulce saliva del compañero. Taehyung permitió que sus labios se mezclaran en ese momento, pensando en lo mucho, lo mucho que había esperado sediento por ese beso en las últimas semanas.
—Sabes a chocolate —expresó Jonah suavemente sobre sus labios, estudiando su rostro.
La mano de Taehyung se deslizaba por su mejilla, fijándose en sus abisales ojos grisáceos. No quería pensar en el chocolate, sólo en la vainilla...
Y suavemente, Jonah se inclinó por su toque y lo besó de nuevo, más lento pero acentuado esta vez. La mano del mayor se movía hacia su cabello, con los dedos recorriendo sus obstinados mechones castaños. Taehyung se sintió feliz junto a los firmes latidos de su corazón, tras recuperar los centímetros de sus labios gratamente besados.
—Jonnie —suspiró.
—Lo sé, amor —murmuró él, con una oferta que llegó en poco menos que un susurro—. Aquí no, por eso quería invitarte a mi apartamento el sábado.
—¿Tú apartamento? —abrió los ojos, algo nervioso.
—¿No era lo que querías, cielo? —Jonah le acariciaba la mejilla con uno de sus largos y finos dedos.
—Sí... Pero tengo trabajo el fin de semana —dijo muy contrariado.
—Bueno, puedes ir por la tarde, y dormir conmigo, ¿no? —insistió el mayor—. Te puedo llevar en coche más tarde, si no quisieras quedarte.
Taehyung asintió, tragando saliva.
—Vale.
—¿Está todo bien? —reiteró Jonah.
—Sí, sí —afirmó Taehyung.
Sentía su propio pulso nervioso, el corazón bombeando en su pecho, los dedos durmiéndosele y las mejillas entrando en una especie de sensación febril. Era la primera vez que Jonah le ofrecía algo como eso. Poder estar a solas, a solas de verdad, durante un rato en su apartamento. El mayor volvió a besar sus labios, esta vez, de forma mucho más dulce, que hizo entrecerrar los ojos al muchacho.
—Siento que te haya hecho sentir que últimamente no estoy ahí...
—No, Jon...
—Leí tu mensaje, amor —le dijo sujetándole la mano—. He estado ausente. Lo sé. Y tú, demasiado preocupado por tu hermano. Trabajas demasiado, me lo ha dicho.
—Lo hago porque me preocupa.
—Nos preocupa a los dos.
—Le vi el otro día, y...
—Lo sé, me lo ha contado —le interrumpió el mayor.
Ellos se quedaron en silencio por unos segundos, Jonah se despidió de él y le besó en la frente. A Taehyung le parecía demasiado pronto para que se fuera y le ofreció cenar con su familia. No obstante, él le dijo que durante el fin de semana se verían y que en realidad tan solo se había acercado con el coche después del trabajo para hablar con él en persona.
—No quiero causar más molestias a tu familia —le decía con cariño—. Podremos hacer un montón de cosas este fin de semana juntos, ¿vale?
Taehyung asintió con una sonrisita, le dijo que le quería, y Jonah se marchó.
Entró en casa al verle subir en su clásico vehículo, cerró la puerta tras él con un montón de cosas asaltándole a la cabeza, golpeándole, zarandeándole. ¿Por fin se lo había propuesto? ¿Iba a obtener la intimidad que tanto deseaba con Jonah? Su corazón enamorado retumbaba en sus costillas. Y, Dios, se sentía como un adolescente, con esa carga de ilusión y anticipación, acompañada del agridulce nerviosismo y el miedo a que no fuera bien.
Pero, ¿cómo no iba a ir bien hacer eso con alguien a quien quería?
Algo desagradable le apretó desde adentro. Taehyung se pasó una mano por el cabello y subió hasta su cuerpo, descartando la cena. Encendió la lamparita del dormitorio y se tumbó en la cama, hundiéndose entre las almohadas. ¿Qué narices era eso? ¿Por qué de repente se sentía asustado? ¿Tenía miedo al sexo...?
En el escritorio de su habitación todavía se encontraba la bandeja con las tazas vacías, la jarra fría y solitario muffin que había sobrado. Taehyung cerró los ojos exhalando una bocanada de aire de sus pulmones, y Jungkook apareció con sus ojos chocolate tras sus párpados.
«No», se dijo a sí mismo, volviendo a abrirlos. «No puedes sentirte confundido por eso».
Taehyung amaba a Jonah. Desde hacía años, había mantenido su amor platónico por el chico de la preparatoria, mejor amigo de su hermano. El buen chico que conocía desde siempre, sonriente, de gran apetito, que jugaba a baloncesto con Leori y se quedaba dormido sobre los apuntes. Con el que tanto se había divertido durante años.
Le había observado desde los once o doce años con apremiante admiración, oyéndole reírse destartaladamente en el cuarto contiguo donde dormía Leori, cuando jugaban a algún juego en la consola. Taehyung, en esa época, tocaba en la puerta exactamente igual que ahora hacía Sana (aunque ella no tocaba y siempre se colaba), y aparecía por allí portando una bandeja con refrescos, y un bol de patatas de bolsa y frutos secos.
Jonah era aquel que le había concedido su primera relación con veintiún años. La primera vez que caminó por la calle agarrado de la mano de alguien. Su primer beso, unos años antes, cuando Taehyung le contó sus sentimientos. Sus primeros secretos al oído desde mucho más joven, y sus primeras conversaciones profundas, en el campamento familiar al que una vez asistió con su familia, ya que Leo le había invitado. De más mayor, había dormido con él en varias ocasiones. Jon le miraba y entrelazaba sus dedos con esa adoración y aprecio que se había estado cultivando durante años. Eran como de la familia.
Las palabras de Minho asomaron por su cabeza poniéndole en peligro, y recordándole todas esas cosas que se suponía que debía sentir queriendo beberse el tiempo, y de paso, a él.
¿Por qué Jungkook tenía que aparecer en su mente? Jungkook solo era un... playboy presumido, que se había transformado, tras mucho trabajo, en un dulce amigo. Pero por algún motivo Jungkook le hacía temblar. Jungkook le hacía enojarse. Jungkook le hacía contarle cosas de las que no le apetecía hablar con nadie. El idiota se había colado en su vida sin que se diera cuenta. En su mente. Y Taehyung se sentía tan terriblemente confundido, que empezó a tener miedo. ¿Y si él mismo se cargaba la relación de sus sueños, solo por sus dudas?
Jonah era el chico perfecto. El príncipe que deseaba. Ese tipo de persona que abría la puerta a otros, que no dudaba en ayudar, y en hacer sentir bien a los demás, tragándose sus necesidades por otros. Ese tipo de amor que le hacía dejarle un protector beso de buenas noches antes de marcharse.
Algo le decía que Jungkook probablemente era de los que besaban solo para hacerte arrepentirte de que le hubieras dejado marchar, y después no podrías pegar ojo pensando en cómo sería si estuviera él. Él le tiraba aceite hirviendo con una mirada. Sus dedos quemaban sobre la piel de su muñeca. Su tacto era casi molesto, doloroso. Su humor irónico y sus vaciles le hacían querer protestarle todo el rato. ¿Por qué se sentía así? ¿Qué era lo que le asustaba?
Taehyung suspiró, culpándose a sí mismo. No podía perder la oportunidad que tenía con Jonah y cargárselo todo, no. Nunca se lo perdonaría. Sabía que su corazón continuaba latiendo melodiosamente por Jonah y no dejaría que aquellas dudas se apoderasen de su auténtico deseo. Él era todo lo que había estado esperando, incluso cuando creyó que no podría esperar nada.
*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo y los capítulos anticipados en Patreon.com/chispasrojas.
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