Capítulo 04
*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo y los capítulos anticipados en Patreon.com/chispasrojas.
Capítulo 4. El castillo de Naipes
Seung avisó a Jungkook sobre que saldría de Seúl en un viaje de negocios y estaría fuera durante un par de días. Le repitió al chico mientras a él le costaba abrir los ojos, que, como montase una fiesta como la del tal Park Jimin en el apartamento, dormiría el resto del semestre en una de las habitaciones compartidas de la residencia privada del campus. Jungkook negó con la cabeza, y le aseguró que nada de eso pasaría. Además, tampoco estaban todos muy para fiestas tras lo sucedido.
No pudo volver a quedarse dormido después de oírle abandonar el loft. Jungkook terminó levantándose, se arregló con el uniforme haciéndose un nudo descuidado en la corbata y luego condujo su coche hasta la universidad. Se mordisqueaba el labio, pensando en que debería haber desayunado algo antes. De todas formas, pensaba asaltar la cafetería entre alguna hora, y si era posible, engancharía a Taehyung con la excusa de que iba a ayudarle a estudiar ese viernes.
Contra todo pronóstico, Taehyung no apareció en todo el viernes, ni por la tarde. Jungkook aguardaba pacientemente para preguntarle algunas de sus dudas. Dudas reales, por irónico que sonase, que le habían surgido tras la breve lectura que le dedicó al libro antes de caer como un tronco. Sus preguntas permanecieron flotando en su cabeza durante todo el fin de semana, teniendo en cuenta que no tuvo más clases hasta el siguiente lunes.
Aprovechó el viernes en solitario para salir y hacer planes más normales, quedó con Hazel, quien le invitó a tomar algo «de tranquis» y de paso ir al cine con su novia Julie.
Y así de paso, se la presentaba.
Quedaron junto a la taquilla del cine. Cuando Hazel llegó, le preguntó por Jimin y él le explicó que su mejor amigo se hallaba redado en su casa, sin posibilidad alguna de volver a ver el sol. Por el resto de la Dinastía Park, amén.
Jungkook conoció a Julie, la agradable chica que acompañaba a Hazel, con quien salía desde hacía dos o tres meses. Y se hubiera divertido bastante con ellos, de no ser porque estuvieron besuqueándose durante toda la película, mientras Jungkook intenta concentrarse en la estúpida trama. La acción y los disparos facilitaron las cosas durante la mitad de esta. Pero era como si no pudieran soltarse ni un momento. Él se sintió incómodo y asqueado. ¿No pasaban ya todo el día juntos? ¿Por qué cojones necesitaban seguir restregándose? Por Dios, estaban en el cine, ¡en un lugar público!
La película terminó y estaba exasperado. Su sociopatía le acosó al punto de que, cuando fueron a un bar a tomar algo, estos se largaron momentáneamente para ir, ejem, al baño, planteó pagar su cerveza y largarse a casa. Una chica algo mayor que él se deslizó por la barra saludándole y dedicándole una mirada coqueta. Se sintió un poco imbécil por estar solo, y entonces se largó, pagando su copa individual y echándose la chaqueta de cuero sobre los hombros.
La noche había caído y la luna resplandecía sobre los mechones de su cabello negro. La ciudad rebosaba de luces, pero en su interior no había gracia que pudiera admirar la belleza de una Seúl nocturna. No, esa noche. Jungkook estaba cansado, no sabía muy bien de qué. En qué punto había comenzado a perderse. A desear oír el silencio, tan solo acompañado del tránsito de los veloces coches que pasaban fugazmente por su lado. Usualmente, huía de esa sórdida sensación pasando tiempo con su amigo Jimin. Con él estaba cómodo, sus conversaciones cambiaban de sentido y no eran pretenciosos.
No siempre era así, claro, pero...
Casualmente, una cara conocida salía de un caro club de copas. Erik encontró los ojos con los suyos, le hizo un movimiento de mano a un chaval que le acompañaba y caminó hacia él con un chispeo alcohólico en el rostro. Llevaba un pestazo a hierba más que interesante.
—¡Tío! —le saludó efusivamente, muy subido.
Jungkook le dio unas palmaditas en la espalda con una sonrisa falsa.
—Vaya, tú por aquí.
—Eh, vengo a salvarte el culo. Haze me dijo que estabas un poco incómodo con ellos, me escribió diciéndome que estabais tomando algo en...
—Bueno, quizá no estaría tan incómodo si no se hubieran ido a follar en mitad de la noche.
Erik se rio exageradamente.
—Comentario despectivo de alguien que no folla, me encanta —soltó con descaro.
—Vete a la mierda, tío —Jungkook hizo una mueca de asco y se dio media vuelta.
Sin embargo, Erik le agarró por el cuello de su cazadora y tiró de él con fuerza, acercándoselo a la cara de forma inesperada.
—Estoy hasta los cojones de los niños bonitos como tú —le escupió.
Jungkook estaba paralizado, mirándole con los ojos muy abiertos. ¿A qué venía eso?
—¿Qué te parece si te hago otra marca como la de tu izquierda, pero justo al otro lado? —le gruñó con un aliento que rezumaba a alcohol amargo y pupilas dilatadas.
Entonces Jungkook se dio cuenta de que estaba demasiado excitado, empujó su pecho para quitárselo de encima, y Erik respondió como a una provocación ante eso. Intentó abalanzarse sobre él, y le hubiera zurrado de no ser por el guardia de seguridad que se encontraba frente a la puerta del local.
—¡Eh! —gritó, seguido de un agarrón en la camiseta de Erik—. ¿Qué coño te pasa? —le lanzó al chico, quien había estado a punto de endiñarle—. Si vais a hacer esto, alejaos de la puerta —exclamó el segurata que vestía de negro, y soltó bruscamente a su amigo.
Erik no le miró ni un segundo, y Jungkook optó por largarse de allí.
El fin de semana se torció con ganas cuando se enteró de que ni siquiera podía ir a ver a Jimin. Su familia parecía estar muy tensa con él, Jimin le comentó por teléfono que pensaba que sus amigos eran unos gamberros de cuidado. Jungkook estuvo reflexionando al respecto, no les culpaba, teniendo en cuenta la cantidad de veces que se habían ido de fiesta, habían hecho inocentadas que acababan en sanciones en la universidad, contando aquella vez a la que contrataron a una banda de mariachis durante el cumpleaños del profesor de Algebra Lineal. Se descojonaron de risa hasta el final de curso.
Y es que, con un índice de risas aseguradas por encima de las nubes, y la pretenciosa sensación de que podían hacer lo que les venía siempre en ganas, era complicado recordar que ya estaban en una edad en la que el cincuenta por ciento de la sociedad les recriminaba por ser adultos. Casi adultos.
El sábado por la tarde, Jungkook se dio cuenta de que estaba un poco más solo de lo que pensaba. No tenía la seguridad suficiente para quedar con nadie más, aunque cualquier conocido o amigo de sus amigos hubiera estado encantado de pasar un rato con él. Y pasaba de llamar a Hazel, tras el plantó que le había hecho la noche de antes, todavía menos a Erik, quien, borracho (y probablemente puesto de otras sustancias) parecía alejarse de los términos amistosos por momentos. Jungkook frunció los labios, se tiró bocarriba sobre la mullida alfombra de algodón del amplio salón del apartamento. Desde la cristalera del ático se podía ver media ciudad acompañada de unos preciosos rayos de sol extenuándose. Como su ánimo.
Se acordó de Taehyung y se arrepintió por no haberle pedido su número antes. Tal vez, molestarle durante el fin de semana hubiera ayudado un poco. Aunque se sintió repentinamente incómodo con la idea y prefirió apartarlo a un lado. Al fin y al cabo, era un juego estúpido. Ni siquiera se podía imaginar dónde estaría en ese momento el muchacho, o por qué no había dado señales de vida en las clases del viernes.
El único que le acompañaba en su triste alfombra, era su gato. Porque, sí, tenía un gato mayor de color blanco y manchas que solo aparecía cuando requería de algo suculento que llevarse a la boca, desapareciendo posteriormente por algún rincón de nuevo.
—Tsss —siseó al gato, que se acercó para olerle en el suelo. Lo tomó entre los brazos, rascándole tras las orejas—. Tú y yo solos, Buddy. Como en los viejos tiempos —murmuró.
El resto del fin de semana transcurrió despacio, como si fuera un líquido lento y difícil de tragar al que Jungkook no estaba acostumbrado. Él se dedicó a catalogar las fotografías que había tomado con la cámara nueva, salió a correr cerca del río Han y aprovechó para tomar unas instantáneas sin nada de gracia. Antes de la hora de la cena, Seung regresó a casa y se pasó por el dormitorio de Jungkook con una mirada suspicaz.
—¿Agente Jeon? ¿Va a arrestarme?
—No sé, dímelo tú —dijo su padre, cruzándose de brazos en el marco de la puerta—. ¿Has hecho algo?
—Estudiar —mintió.
Su padre tampoco se lo tragó, pero chasqueó con la lengua y asintió, reconociendo que se alegraba de que hubiera pasado un fin de semana como un ser responsable. ¿Más o menos?
El lunes, Jungkook llegó apresurado a clase, tras quedarse casi dormido. Se sentó sin demasiada dilación, dejando el café que había sacado de la máquina que había al lado de la puerta, en la mesa. Un rato después, comprobó si Taehyung estaba por el aula. No logró atisbarle en ninguna de las asignaturas. Y así fue durante todo el lunes. Jungkook se mordisqueaba el labio con un pequeño tic nervioso. ¿De verdad iba a arruinarle su plan desapareciendo de nuevo? Así era imposible continuar con aquello.
Tras las clases, estuvo un rato con Jimin paseando por el campus, escuchándole hablar acerca de que su hermana mayor y Hoseok estaban suavizando la situación con sus padres. Con un poco de suerte, recuperaría a su amigo en un par de fin de semana (aunque nada de fiestas, ni tarjetas de crédito).
Taehyung apareció el martes. Jungkook se lo cruzó en la copistería, sacando apuntes extras sobre otra materia, con un montón de carpetas sobre un brazo. El pelinegro percibió unos cuantos golpeteos extraordinarios en su corazón, suspiró un «por fin, joder» y dio unos brincos hasta colocarse frente a todas sus carpetas. Taehyung iba comprobando algún tipo de horario en una cuartilla de papel, y por supuesto, tropezó con él tirando unas cuantas carpetas y folios al suelo.
—¡Ay!
—Uh, uh, mira por dónde vas —exhaló Jungkook, agachándose para recoger alguna de sus cosas—. Vaya, Kim Taehyung, ¿dónde anda tu cabeza?
Taehyung le miraba con unos limpios ojos verdes, como si no se hubiese acordado de él en todo ese tiempo.
—Disculpa —dijo en un tono bastante serio.
Jungkook se incorporó a su lado y colocó la última carpeta sobre el montón de su brazo. Parpadeó, escudriñándole.
—¿Estás bien? —preguntó con auténtica curiosidad.
—Uhmn, eh, sí —respondió intentando demostrarle seguridad.
Evidentemente, no. Algo personal debía estar sucediendo en su vida, y él no era quién para saberlo. Pero Jungkook chasqueó con la lengua e intentó aprovechar su titubeo para convencerle de su papel.
—Eh, Tae —dijo con persuasión—. Sabes que puedo ayudarte, ¿no? Quiero ser tu amigo... —le repitió, recordándole sus sentimientos.
Taehyung le observaba bajo las gafas, sintiéndose un poco mal. Sus problemas del otro mundo no estaban hechos para un principito como él, y pensar en abrirse de esa forma le producía auténtico pavor. Comenzó a caminar, notando que Jungkook le seguía de cerca por el pasillo.
—Ah, descuida —comentó, acarreando con el montón de cosas que llevaba encima.
—Estaba un poco preocupado desde que no aparecías —pretendió Jungkook, insistiendo con el chico.
El compañero pareció pensarlo seriamente. Su mirada se perdió en algún punto de su fin de semana, de ese montón de cosas que parecía preferir guardarse.
—Tengo un trabajo desde hace poco y requiere de mi tiempo —respondió Taehyung con sencillez, seguido de una pequeña sonrisa—, eso es todo.
—Oh —saltó Jungkook, siguiéndole de cerca—, ¿un trabajo?
—Hmhn —asintió sin sorprenderse por su asombro.
Jungkook dio unos pasos rápidos y se colocó delante de él, cortándole el paso.
—Vale, a ver. Déjame ayudarte con esto, al menos —le dijo tomando parte de sus cosas.
Taehyung no se lo discutió, permitió al joven que le ayudara y se sintió un poco mal por eso. ¿De verdad se había dado cuenta de que ocurría algo en su vida? ¿Tan preocupado estaba por él? Todavía se sentía torpe con la idea. Pero más torpe se sintió cuando, tras aquel vasallaje, Jungkook rozó sus dedos con los suyos, quitándole algunos portafolios de las manos.
—Por cierto, lo de la biblioteca, podríamos dejarlo para otra ocasión, entonces... —comentaba Jungkook suspicazmente—. Si no tienes tiempo ni para venir...
—Ah, eso. No, no, no —saltó Taehyung—. Encontraré el momento durante la semana —aseguraba—. Te he prometido ayudarte, ¿no?
Jungkook sonrió un poco, tensando todos los músculos de la cara. En realidad, sí que le apetecía su ayuda, pero su objetivo se estaba desacelerando y se estaba perdiendo como una acuarela entre demasiada agua. Tenía que concretar.
—Oh, puedes dejar eso ahí —apuntó Taehyung hacia un aula—. Tengo algunas cosas que hacer, ¡nos vemos! —le sonrió con dulzura.
Jungkook se quedó al lado de la puerta, con el montón de cosas sobre sus brazos y suspiró frustrado. Sí, empezaba a tocar entrar un poco más en acción.
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—Tío, tienes que hacer algo —dijo Jimin—. En serio, así no vas a conseguir nada.
—Ssshh, baja la voz —le pidió Jungkook, mientras paseaban alrededor del edificio principal del campus—. No me apetece que el gilipollas de Erik o Hazel aparezcan para echarme más cosas en la cara.
Jimin suspiró.
—Oye, si quieres entrarle a saco, deberías ser más directo. ¡Así no vas a llegar a ningún lado!
—Escúchame, no puedo ser directo. El otro día casi salió corriendo cuando intenté disculparme con él en la puerta. Parecía un gato asustado —gesticulaba Jungkook.
—Ja, ja, ja, ja —reía Jimin, con las comisuras de los ojos curvándose alegremente—. No creo que sea un gato asustado. Esta mañana le vi con un tipo en la puerta, Kook. Sé despidió de él con un roce de labios —comentó, frustrando definitivamente a su amigo.
Jungkook se masajeaba la frente, visiblemente enfurruñado.
—Calla.
—Ah, reconoce que no puedes entrarle a quien tú quieras, punto y final —replicó Jimin, deteniendo el paso—. Has perdido contra Kim Taehyung, ¡ya está!
—No, no he perdido —dijo Jungkook molesto, e indicó con un dedo—. Estoy jugando despacio. Esto es como el ajedrez, hay que tener paciencia, ser perspicaz y mover muy cuidadosamente la pieza —acabó con un murmullo.
Jimin sonrió ampliamente.
—Pues entonces, sé más evidente. Se supone que tienes sentimientos por él, ¿no? Intentas ser su amigo, pero... —meditaba en voz alta—. Insinúate de manera más evidente, joder. No pretenderás seducirle de la nada, ¿no?
Jungkook fruncía los labios.
—Lo sé, es que...
—Es que, ¿qué?
—Supongo que... Nunca he tenido que hacer algo así —reprodujo su pensamiento en voz alta—. Siempre ha sido al revés.
Jimin le dio una palmadita en la espalda.
—Siempre hay una primera vez para todo, amigo —añadió—. Anda, nos vemos después de clases.
Jimin y él se separaron, Jungkook estuvo meditando sus palabras durante un buen rato. Él no tenía clases hasta pasada una hora más, así que deambuló por la zona de los laboratorios, evitando quedarse en el exterior para no cruzarse con Erik o Hazel. Para su sorpresa, tras una de las puertas abiertas, Jungkook vislumbró la espalda y el cabello castaño de Taehyung tras uno de las cristaleras de los laboratorios. Él se frenó en seco, y retrocedió unos pasos asomándose por la puerta. Ironías de la vida lo de cruzárselo por una zona solitaria, justo cuando estaba pensando en lo suyo...
Jungkook permaneció en el marco de la puerta unos instantes, debatiéndose si debía aplicar el consejo de Jimin o cederle algo más de espacio. Pero murmuró un «a la mierda» mentalmente y se acercó por su espalda tratando de sorprenderle. Taehyung llevaba puesta una bata blanca, ancha, de laboratorio, unos finos guantes azulados y sujetaba una probeta vacía en lo alto. El pelinegro asomó la cabeza por encima del hombro del muchacho.
—Oh, tú por aquí. Otra vez —murmuró con voz suave, cerca de su oído.
El corazón de Taehyung golpeó su garganta, asustándole y dando un pequeño salto.
—Dios —escupió, y tomó una bocanada de aire—. ¿Es que estás por todos sitios?
Jungkook se rio entre dientes.
—Perdón, perdón —dijo en voz baja, divertido—. Estaba pasando por la puerta y te vi.
—¿Qué haces tú aquí? —le devolvió Taehyung, sintiéndose un poco desorientado por su aparición.
—Tengo clases más tarde —comentó el pelinegro, apoyó las manos sobre la mesa y le echó un vistazo a lo que hacía—, justo aquí.
El otro chico asintió y volvió a levantar la probeta a la altura de sus ojos, rellenándola seguidamente de un líquido que se tornó de color rosa fluorescente y empezó a burbujear.
—Oh —musitó Taehyung, formando una O con los labios—. Mira, como el subrayador que me debes.
Jungkook rio un poco y ladeó la cabeza, entrecerrando los párpados.
—¿Hay algo que no se te dé bien? Porque juraría que también necesito clases de apoyo en esta mierda —le dijo con total sinceridad.
Taehyung vertió el líquido de la probeta en otro recipiente y levantó una ceja, con media sonrisita aparentemente modesta.
—Y tú, ¿hay algo en lo que no necesites ayuda, Jeon Jungkook?
Jungkook sonreía divertido, rodeó la mesa y clavó los codos sobre esta, inclinándose ligeramente y contemplando con un excelente plano lo que hacía desde enfrente.
—En preparatoria, siempre se me dio mal la química —confesó, coqueteando—. No como la física. He practicado bastante más en ese campo.
Taehyung se rio en voz baja y se frotó la nariz con el dorso de un dedo, de forma muy adorable. Jungkook observó su gracia durante unos instantes, y su mirada se ensombreció en lo que volvía a centrarse en su malévolo plan.
—Si me pagases, tal vez me replantearía lo de echarte una mano —le dijo Taehyung medio en broma.
Él se irguió en el sitio contemplándole trabajar y rodeó la mesa de nuevo, aproximándose por su derecha.
—¿Vas a hacerme un precio especial de amigo? —preguntó haciéndose el bobo.
—¿Ami-qué? —se burló el otro.
Jungkook se acercó lo suficiente hasta rozar su brazo con el del compañero.
—Ya sabes, estoy bastante hundido con la materia. He tocado fondo, como un barco.
Taehyung no levantaba los ojos de su labor, continuaba con alguna especie de mezcla, en la que vertía la probeta en un recipiente más grande, con unas marcas de medidas específicas. Agarró un segundo recipiente más pequeño y lo rellenó de otra cosa, comprobando su graduación. El pelinegro se mordió el inferior de la boca y decidió lanzarse para llamar su atención.
Se deslizó entonces tras su espalda, de manera sibilina, y susurró tras su oído.
—Ni siquiera sé cómo sujetar una probeta —le dijo con un doble sentido aplastante.
El vello de Taehyung se erizó bajo las mangas de la camisa y la bata reglamentaria. Podía sentir el pecho de Jungkook tras su espalda, irradiando un molesto calorcito. Se desconcentró enormemente después de eso, hasta el punto de notar que su pulso temblaba durante algunos segundos. ¿Qué coño estaba haciendo?
—¿Me permites que lo haga? —continuó Jungkook junto a su oreja.
«¿Hacer qué?», le hubiera gustado murmurar a Taehyung, pero Jungkook extendió una mano y acarició su brazo por encima de la ropa, hasta cerrar sus dedos justo por encima de los suyos. Taehyung parpadeó, poniéndose nervioso. Tragó saliva sintiendo cómo su propia mano latía bajo la suya. Primer error, pensar en Jeon Jungkook como alguien inocente e inofensivo, a pesar de esa aura felina que se traía. El chico le estaba confundiendo con sus frases y caras de cachorrito.
—Es que no traigo guantes propios —añadió como una encantadora excusa.
—¿Alguna vez los has tenido? —le inquirió Taehyung, sin esperar realmente una respuesta.
Jungkook solo rio levemente en su oreja y guardó un silencio intrigante. Sentía el pulso de Taehyung acelerándose bajo sus manos, y algo le decía que eso era buena señal, por muy bien que el castaño lo disimulase. Taehyung inclinó la mano bajo la suya, derramando bajo el tenue movimiento de Jungkook lentamente el contenido espumoso en el recipiente más grande. Luego, Jungkook extendió su otra extremidad, ayudándole a sujetar un pequeño con el que se disponía a remover.
—Tienes que —dictaba Taehyung con la voz ligeramente temblorosa— remover en círculos —respiró.
A Jungkook aquello se le hizo divertidísimo. Le faltaban la cola y los cuernos de diablo.
—Uh —musitó en su oreja—, remover es fácil —dijo con voz felina, moviendo los dedos desnudos de su mano por encima de la suya enguantada—. Lo difícil es... —añadió más bajo— encontrar la mezcla perfecta —pronunció delicadamente.
—Hmhn —asintió Taehyung, respirando profundamente.
Jungkook podía sentir cómo el tórax de su compañero se contraía y expandía entre sus brazos, cómo sus hombros se habían vuelto más tensos y rectos, y él, más rígido. Era la respuesta habitual a un contacto demasiado cercano y personal, demasiado desconocido. Pero atacarle de esa manera era su plan, y sentir que reaccionaba con timidez y nerviosismo (sin que huyera de él) quería decir que se había tragado su teatro.
Con todo, Jungkook también se notó repentinamente extraño. Aun siendo el principal creador y causante de la situación, percibía algo desconocido. Tenía un objetivo definido, lo único que le distraía un poco empezaba a ser el aroma natural del compañero. Un olor que ya había reconocido antes como familiar. Parecido a la infusión de vainilla y canela suave, a su champú fresco con toques cítricos.
Taehyung no apestaba a eso, era como un leve, casi inapreciable aroma, que a veces podía llegar a su olfato mediante una pequeña brisa, si pasaba a gran velocidad delante de él, o si... se acercaba a su cuello y cabello, hasta rozarle con la punta de la nariz. Tal y como estaba haciendo en ese momento, dejándose llevar por la sensación. Taehyung encogía los hombros un poco, cerró los ojos instintivamente al notar el levísimo roce. Jungkook también lo hizo, dejándose arrastrar por la curiosidad. Ladeó la cabeza rozando el suave cabello del muchacho con la mejilla.
Puede que fuera efectivo perderse en el agradable aroma y olvidar el resto de su guion. Si se concentraba, incluso podía escuchar a Taehyung respirar bajo él, retorciéndose muy despacio, como si él también estuviera sintiendo cómo le olfateaba.
Jungkook rozó con los labios la delicada piel de su cuello, donde los mechones no llegaban. Escuchó a Taehyung emitir algo parecido a un suspiro ahogado que había estado conteniendo. Deslizó sus manos por la cintura del ojiverde, permitiéndose curiosear con los dedos las escondidas curvas que existían bajo la bata y camisa abotonada.
Taehyung no se movía, y como si tuviera miedo de romperse en mil pedazos, controlaba la respiración con vehemencia, si bien no pudo evitar suspirar bajo sus calientes manos. Nadie le había acariciado así, casi como si estuviera descubriendo un nuevo terreno que jamás había sido explorado. Jungkook sintió un interesante hormigueo en las yemas, descubriendo que aquello le era más agradable de lo que pensaba.
El compañero jadeó un poco cuando él inspiró el aroma del chico, provocándole una sensación líquida y caliente que se derramaba dentro de él. Jungkook ladeó la cabeza impulsado por ello, dejándole un beso muy lento en el cuello de cisne. Sus labios tibios hicieron que Taehyung cerrasen los ojos con fuerza, incapaz de moverse. Entonces, él continuó, como si le hubiera dado luz verde.
Trazó una hilera de besos lentos desde la base del cuello hasta detrás de la oreja, haciéndole suspirar profundamente. Deslizó los dientes por encima de la piel canela, queriendo morderle un poquito para probar un poco de ello.
—J-Jungkook —murmuró entrecortadamente, tras el mordisquito—. Hmhn, a-ah...
El hechizo de ambos se cortó estrepitosamente cuando la campana timbró con una fuerza chirriante a sus espaldas, marcando el comienzo de las próximas clases. Jungkook se hallaba electrocutado, desorientado, como si acabaran de arrancarle de algo primitivo y mucho más prioritario en ese momento. Se retiró de él casi por acto reflejo. Taehyung carraspeaba un poco, reacomodándose la bata. Se sacó los guantes, comenzando a guardar sus cosas con nerviosismo.
A Jungkook no le dio tiempo a decirle nada, pues en cuestión de unos segundos, hubo una marea de gente entrando a clase a borbotones, hablando en voz alta, mientras a él le palpitaban las venas calientes de una forma irreconocible. Taehyung casi pareció escapar como un escurridizo pez, largándose entre la multitud.
El joven necesitó unos minutos para entender qué cojones le había pasado. Pero la clase estaba comenzando, y tras la llegada del profesor, él hizo lo posible para no descolgarse. Un par de colegas aparecieron saludándole, y él movió la cabeza como saludo, todavía un poco aturdido. La electricidad abandonó su cuerpo a duras penas, pero iba y venía, recordándole a Jungkook que todavía estaba vivo. Al menos, en lo físico.
Después de que la hora finalizara, volvió a ponerse la chaqueta de la S.N.U. y salió al campus para tomar aire fresco. Jimin le interceptó junto al edificio de prácticas.
—¿Puedes dejarme algo de dinero? —le pidió el chico.
Jungkook aceptó, sacó su cartera del bolsillo, distraídamente.
—En serio, ¿no me vas a preguntar para qué? —dudó Jimin—. ¿Estás bien?
—Mira, con que me digas que me vas a dar uno de esos, no necesito saber más.
Jimin encogió los hombros.
—Uh, pues vale. Ten —él le pasó uno de sus cigarros, le encasquetó el mechero en la mano y se guardó los billetes en el bolsillo—. Gracias, Kook. ¡Chao!
Salió de su vista en menos que cantaba un gallo. Jungkook se encendió el cigarrillo mientras se ubicaba en el mundo, continuó andando por el campus, buscando a Taehyung con la mirada. Pero ni rastro. Ni en la biblioteca, ni por los clubs.
También debía ser un experto en la habilidad de desmaterializarse, pues acababa de empezar a tener comprobado que, si no quería que le encontrase, no le iba a encontrar. Jungkook se mordió el labio inferior, se despeinó el pelo con una mano, frustrándose. ¿Había fastidiado todo su juego con aquello? Había querido insinuarse un poco, pero, joder, no quería comerle el cuello a besos y asustarle de nuevo. De hecho, comerle a besos había sido un extra provocado por la situación, no porque estuviera dentro de sus planes.
Jungkook iba hacia la salida del campus, dirigiéndose al estacionamiento para tomar su vehículo y regresar a casa. Tiró el cigarrillo al suelo y lo pisó con la punta de un zapato, justo cuando se cruzó con Erik, quien posó una mano sobre su hombro. El pelinegro reaccionó instintivamente, alejándose del joven y enfrentando su mirada.
—¡Tranquilo...! —le dijo Erik, levantando ambas palmas en son de paz.
—Hoy no, Erik. No estoy de humor —escupió Jungkook seriamente.
—Eh, tío —empezó el chico—. Lo siento por lo del sábado, ¿vale? Estaba un poco... —tarareó con un gesto.
—Un poco, ¿qué? ¿Bebido? ¿Drogado? —le lanzó Jungkook arrugando el ceño—. ¿O estabas siendo simplemente tú? —masculló, desviando el rostro.
Erik levantó ambas cejas, esbozó una sonrisa muy irónica.
—Bah, como sea —soltó pasando por su lado.
Jungkook suspiró y soltó una carcajada silenciosa. Estaba hasta las narices de algunos de sus amigos. Él chistó y se fue hacia su automóvil, introdujo las llaves en el contacto y encendió el reproductor de música, dirigiéndose hasta su casa mientras la tarde caía en picado.
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Taehyung salía del edificio principal del campus, doblando la bata blanca e impoluta en el interior de su bandolera, como la chaqueta protocolaria de la universidad. Pasó su abrigo largo por encima de los hombros y se colgó la cartera. Caminaba con zancadas desgarbadas, presintiendo cómo las tardes de otoño comenzaban a refrescar.
No sabía muy bien qué le había pasado allí dentro, en el laboratorio de cuarto año, pero sí que tenía muy clara una cosa: Jeon Jungkook le daba miedo. Y no se trataba por ser tan solo uno de los niños playboys de la Universidad Nacional de Seúl, si no por su desconcertante encanto. Su cálida sonrisa. Esos fríos ojos de color café, que a veces se volvían impenetrables. Sí, esa cara de niño bonito le hacía parecer lo que no era. Y estaría encantado de ayudarle (como amigo) si Jungkook realmente necesitara algún tipo de refuerzo en sus módulos. Pero dejar que se le acercara así, con la estúpida duda de si aquello podía ser inocente, había sido un error absoluto.
Era cierto que siempre había mirado a Jungkook, encontrando cierto encanto en él. Era el típico chico de Seúl con dinero, acento cursi y un porte de príncipe azul, que probablemente escondía al mayor trasto de la ciudad. Ambos pertenecían a mundos completamente diferentes. Mientras Taehyung planeaba labrarse un futuro para salir de uno de los barrios más humildes de la ciudad, Jungkook debía vivir por todo lo alto, en alguna de las zonas VIPs y de lujo, junto a matrimonios de actores y esos idols que salían en todos los programas musicales de la televisión.
Jungkook no tenía ni puta idea de lo que estaba pasando por su vida: solo era capaz de ver la fachada de chico listo, responsable y brillante que tanto se había trabajado durante sus años en la mejor universidad del país. Por algo había conseguido una tan excelente beca. Pero ahora, su vulnerabilidad se veía amenazada por sus preguntas sobre dónde se había metido, o si siquiera se encontraba bien.
«No, no estoy bien», le hubiera gustado soltarle.
Pero no era el momento para eso. Además, ¿por qué le interesaba a Jeon Jungkook? Y, ¿por qué tenía que decirle con esos ojos castaños, fríos, y bonitos, que le permitiese ser su amigo?
Taehyung suspiró sonoramente, pasándose una mano por el denso cabello de color chocolate. Quizá no podía culparle, pues él era el que había reaccionado pasivamente debajo de sus brazos, permitiéndole que se comportase así. Como si le diera el visto bueno a algo como aquello. Se le hacía imposible que Jungkook se dejase llevar por una atracción hacia él. No, no podía ser así. Y él tampoco iba a dejarse llevar por una sensación tan fluctuosa y volátil como esa... Sólo se había sentido débil durante un ratito, mas, su corazón repiqueteaba como el de una golondrina cuando le pedía que le ayudase. Y él sabía, Dios, que era el momento de encargarse de establecer y delinear una serie de límites entre ambos, si querían hacer que su amistad funcionase. La primera de todas: nada de toqueteos raros.
Taehyung olvidó completamente el momento que le envolvió con Jungkook en cuanto su pareja apareció por la acera, caminando en la dirección contraria en la que él se dirigía. Su rostro esbozó la sonrisa más sincera e iluminadora de todas, corrió unos pasitos hacia él para abrazarle.
Jonah sonrió un poco, bajando la cabeza y viendo como Taehyung enterraba la suya en el hueco de su cuello. Él medía casi diez centímetros más que el universitario. Era alto, delgado, pero de buen apetito, con el cabello rubio oscuro muy fino y los ojos grisáceos. Vestía un traje convencional de oficina, de color canela, con una sencilla camisa y corbata.
—¿Qué ocurre, Taehyung? —le preguntó preocupado—. ¿Pasa algo?
Pero Taehyung solo negaba con la cabeza, y abrazó más fuerte su cintura con los brazos.
—¿Dónde estabas? —se quejó con la voz amortiguada, luego levantó la cabeza para mirarle de cerca—. Pensé que ibas a venir antes.
Jonah se rio levemente, agarró la mano de su chico y tiró de él gentilmente.
—Perdona, estaba un poco liado con el trabajo.
Ambos comenzaban a caminar, Taehyung oía a su propio corazón latir de felicidad. No había nada más reconfortante que tener a Jonah a su lado. Su novio, su aliado, su buen amigo desde hacía años. Aquel que le portaba paz y tranquilidad. Ambos se conocían desde que Taehyung era pequeño, y la familia de Jonah se llevaba estupendamente con su madre y sus dos hermanos. Leori, el mayor, y Sana, la pequeña, que ya rozaba los once años.
Jonah tenía ocho años más que Taehyung, pero ellos apenas llevaban saliendo algo menos de seis meses. Para Taehyung, él era su primer amor. Jonah fue, y por supuesto, todavía era el gran y mejor amigo de su hermano Leo. Taehyung supo que le quería desde el momento en el que le vio, el primer día en el que le atisbó regresando del instituto junto a Leori. Durante años, Jonah se quedó eventualmente a almorzar en su casa ante la amable invitación de su madre. Algunas tardes llegaba para estudiar, e incluso en ocasiones, se quedaba a dormir allí.
Leo y Jonah eran inseparables. Taehyung los había admirado desde que tenía memoria, hasta que un día comenzó a ruborizarse ante las adorables y familiares frases del inseparable compañero de su hermano. No obstante, incapaz de decirle lo que sentía desde pequeño, esperó durante años hasta que un día, simplemente, liberó toda aquella carga confesándose.
Haberle tenido siempre como apoyo, que fuera cercano a su familia y entorno, le ayudó a sentirse más cómodo con el despertar de su sexualidad. Ahora, Jonah estaba trabajando en una empresa de la ciudad. Tenía horarios estrictos, y había menos tiempo para ambos, pero él nunca había dejado de brillar.
Taehyung era feliz igual.
Caminaban de la mano un buen rato, luego subieron en el automóvil del mayor, compartiendo su ajetreado día, en lo que se acercaban a casa. Taehyung omitió el detalle de Jungkook, como había hecho los días previos. No sabía cómo podía empezar a narrarle algo tan incómodo como aquello.
Taehyung sabía que estaba enamorado y lo sentía con una ferviente seguridad dentro de su corazón. Jonah le llevó hasta casa y le dejó frente a esta. Salió del coche para acompañarle hasta la puerta del porche, pidiéndole de su parte que saludara a su madre y su hermana pequeña.
—¿Seguro que no quieres entrar? —le ofreció Taehyung, vislumbrando que la noche estaba cayendo.
—Me encuentro muy cansado. Prefiero ir directamente a mi apartamento —contestó Jonah algo decaído.
Taehyung se preguntó cuándo narices le iba a invitar a su piso. ¿Cuándo iban a tener un momento a solas para ambos? Se moría de ganas. Jonah se acercó y dejó un beso protector en su frente.
—Buenas noches, feo —le dijo dulcemente.
El ojiverde esbozó una sonrisa triste, pero agarró la manga del abrigo de su pareja y lo atrajo a él un poco.
—Espera —murmuraba.
Jonah le miraba con los ojos negros, bien abiertos.
—¿Hmhn?
—Mnh... —Taehyung deslizaba unos dedos por el cuello de su chaqueta, levantando los iris verdosos hasta él—. Jonnie —empezó, un poco dubitativo.
Algo estaba incomodándole desde hacía algún tiempo, como un susurro detrás de la oreja que le hacía dudar de la intensidad de los sentimientos de Jonah por él. Apenas podían verse, y casi no pasaban tiempo juntos. Además, desde que Taehyung tenía trabajo y encima estaba hasta el cuello de prácticas universitarias y estudios, todo se estaba reduciendo a lo mínimo.
Y él siempre se despedía igual. Unos cuantos arrumacos, un beso en la mejilla o en la frente, con algún que otro roce de labios de vez en cuando. No se quejaba, Jonah era la cosa más dulce del mundo, un verdadero príncipe de armadura blanca, siempre amable y gentil con él. Le había respetado durante las noches en las que durmieron juntos, o con sus amigos.
Le había abrazado y acurrucado en su pecho, y siempre habían terminado riéndose juntos, diciendo cosas atolondradas y dulzonas, como un par de tortolitos enamorados.
—¿Qué, cielo? —preguntó Jonah sonriéndole con dulzura.
—Bésame —murmuró Taehyung, más en un tono de exigencia que de petición.
—Oh —suspiró brevemente él, entornando sus ojos sobre los del joven—. Claro que sí, tonto.
Jonah se inclinó unos centímetros hasta besar sus labios. Taehyung enredó los brazos alrededor de su cuello, y un beso gentil y pulcro acarició sus labios con melosidad y talento. Taehyung sentía a su corazón martilleando bajo su pecho, recordando alguna de las noches que habían pasado en el mirador de Seúl, tan solo hablando, comiendo unas hamburguesas en el coche, disfrutando de las vistas y de la compañía mutua. Pero ahora... habían pasado casi seis meses de relación y Taehyung quería algo más.
Quería besarle. Sentirle. Que le hiciera temblar.
Jonah apartó sus labios de los del castaño y le delineó el pómulo con un dedo, dejándole ahí con otro afable y espléndido «buenas noches». Así finalizaba todo.
Se sentía como un tesoro, sí, uno de los que aguardaban infinitamente bajo llave.
Taehyung entró en casa, percibiendo el olor familiar de la comida coreana. Arroz, ramen y verduras asadas. Su madre se asomó al pasillo mientras él se descalzaba y colgaba su abrigo en el perchero de la entrada.
—Taehyung. ¿Por qué llegas tan tarde? Pensaba que hoy no tenías trabajo, cielo —le dijo, rozándole la espalda con una mano en lo que el joven pasaba con el asa de la cartera colgando de la mano.
—¡Seguro que estaba besuqueándose con su novio! —chilló Sana, la muy metomentodo.
—Tienes once años, ¿por qué no te vas a jugar a la consola? —le lanzó a su hermana, quitándose las gafas.
—¿Podéis dejar de ser tan babosos? ¡Te he visto besándole por la ventana! —replicó ella.
—Espera, ¿¡estabas besuqueándote con tu novio ahí afuera?! —exclamó su madre, indignada—. ¿Por qué no le has invitado a cenar?
—Mamá, Jonah tiene trabajo mañana. Necesita descansar —dijo de camino a la escalera.
—¿Has hablado hoy con Leo?
Su voz le detuvo en el primer peldaño. Taehyung se volvió, Sana había desaparecido por la puerta del salón, pero su madre le miraba fijamente.
—No, ¿por? —formuló con inocencia.
Ella negó con la cabeza.
—Sólo por saber qué está haciendo. Hace semanas que no se pasa por aquí.
Taehyung se mordió el interior de la boca, su madre se fue hacia la cocina, e inmediatamente, la oyó replicarle a Sana que pusiera la mesa, o si no, jamás tendría un novio tan guapo como Jonah en su vida. El joven se escaqueó, subiendo las escaleras hasta su habitación, allí cerró la puerta y dejó caer la bandolera. Se desabotonó el cuello de la camisa y las mangas, y se tiró en la cama. Su habitación era pequeña, pero muy coqueta. Estaba llena de sus cosas, al fin y al cabo, había vivido toda una vida allí. Apuntes sobre el escritorio, un montón de ropa doblada al otro lado del mismo, las zapatillas de estar en casa frente al armario empotrado. Tonterías colgadas aquí y allá, en las paredes rústicas de madera, junto a una bonita ventana lateral en el techo triangular, similar al de una buhardilla.
A él le gustaba pensar que tenía aspecto de ático.
Taehyung se arrastró por la cama y hundió la cabeza en la almohada. Su cuerpo estaba destruido, se sentía magullado y le dolía la cabeza. Había estado trabajando todo el jodido fin de semana, incluyendo el viernes y lunes que había faltado a sus clases. Pero necesitaba ese dinero para un asunto personal, relacionado con alguien de su sangre. La universidad le salía escandalosamente cara, pero la beca cubría todos los gastos relacionados con los pagos de tasas. Eso sí, el transporte, la comida, y todo lo extra que surgiera lo pagaba él. De su bolsillo. De lo que siempre le quedaba.
Él cruzó los dedos, esperando que el semestre avanzase rápido, que fuera el mejor en todo y que tras los exámenes, pudiera encontrar el trabajo de su vida. Todo parecía querer torcerse durante esas últimas semanas, desconcertándole enormemente de su objetivo. Para colmo, un factor más se había sumado. Era la guinda del pastel. La que estaba rellena de licor. El trocito de chocolate negro en el que ponía Feliz Cumpleaños, haciéndote saber que no era para ti. Apareciendo entre el humo y el misterioso ulular del viento: Jeon Jungkook.
Taehyung se giró sobre su almohada, posando los iris en el techo triangular de su habitación. El sol se había puesto y la luz entraba de manera escasa por su ventana, volviendo las sombras más oscuras y alargadas.
«¿Por qué coño tiene que pasarme eso, ahora?» se preguntaba.
Cerró los párpados y vio su pelo negro y brillante. Rubio claro hacía tan solo unos meses, y de vuelta al negro en otros pocos meses más.
Su repentino interés en él era turbador. Con ojos de cachorro de lobo, que le hacía pensar que había algo surrealista en ellos. En su primer acercamiento, sus ojos castaños le habían parecido mucho más turbios y fríos, casi como si estuviera haciéndolo por obligación. Pero ahora, Jungkook le perseguía como un niño. Y menos mal que solo quería ser su amigo, porque Taehyung se sintió miserable al comparar el último beso de Jonah con el desagradable encuentro que tuvo con Jungkook la semana anterior junto a la pista del campus.
Su beso había sido tan ávido, que había hecho burbujear su sangre y elevar la adrenalina como nunca. La misma sensación prohibida que le acompañó durante su encuentro en el laboratorio. Era raro. Jungkook quemaba, de manera extraña. Su respiración era húmeda, densa. Su forma de tocarle y de hablarle, perturbadora. Debía tener un carisma natural nato o algo por el estilo. Ni siquiera Jonah le había besado el cuello así, nunca. Y cuando lo pensó en profundidad, reconoció que él nunca había tocado su cuello, ni acariciado su cintura con anhelo.
Taehyung agarró un cojín y lo golpeó contra su cabeza.
—¡Vale, ya! —se dijo a sí mismo en voz alta, tratando de disipar el repentino estrés.
«No más dudas. No más miedo», pensó irguiéndose.
Pensaba ser claro y transparente con Jungkook, tal y como se estaba prometiendo, aclarándole que no volvería a ocurrir nada más como eso o no le ayudaría en sus estudios. Y así mismo, Taehyung entendió que era el momento de poner un poco más de carne en el asador con su novio.
*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo y los capítulos anticipados en Patreon.com/chispasrojas.
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