9| Alianzas
La mañana siguiente, mientras Hermione y Draco desayunaban en un salón iluminado por los rayos invernales, Una Lechuza apareció con una carta dirigida a Draco. La reconoció de inmediato por el sello de Hogwarts en el sobre. La abrió y leyó en voz alta:
"Estimado señor Malfoy,
Espero que esta carta le encuentre bien. Me permito informarle que su sobrino que está bajo su tutela, Edward Lupin, ha estado involucrado en una serie de incidentes que requieren su atención inmediata. Le agradecería que se presente en mi oficina a la brevedad posible.
Atentamente,
Minerva McGonagall
Directora del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería"
Draco soltó un bufido exasperado.
—¿Qué habrá hecho ahora ese mocoso? No puedo dejarlo solo un segundo.
Hermione, sonriendo detrás de su taza de té, comentó:—Teddy es un Lupin, Draco. La travesura está en su sangre.
—Y también parece ser un hobby, —murmuró Draco mientras se levantaba y buscaba su túnica. Se dirigió hacia la chimenea del salón, que Hermione ya había encendido para usar el polvo flu.
Sin embargo, cuando Draco lanzó el polvo y dijo claramente "Hogwarts, oficina de la directora", no pasó nada. La chimenea seguía brillando cálida y acogedora, pero sin ninguna señal de que fueran a transportarse.
—¿Seguimos sin poder irnos? —se quejó, lanzando más polvo flu con el mismo resultado.
Hermione frunció el ceño, probando ella misma con el mismo resultado negativo. Durante media hora intentaron sin éxito activar el transporte, utilizando todos los métodos que conocían.
Finalmente, un elfo doméstico, que había estado observándolos pacientemente desde una esquina, carraspeó tímidamente.
—¿Perdón, amos...?
—¿Qué? —preguntaron ambos al unísono, irritados.
El elfo inclinó la cabeza con respeto antes de sugerir:—¿Ya probaron usando alianzas de matrimonio? La mansión reconoce a los matrimonios como amos legítimos. Tal vez si se las colocan...
Hermione y Draco se miraron, confundidos.—¿Alianzas? —preguntó Hermione.
El elfo asintió y señaló hacia la antigua habitación de Narcissa. Después de una rápida búsqueda, encontraron un pequeño joyero con dos anillos de oro perfectamente conservados. Draco levantó una ceja, inspeccionando las alianzas con curiosidad.
—¿De verdad tenemos que hacer esto? —preguntó Hermione, algo incómoda.
—¿Tienes alguna otra idea? —respondió Draco, colocándose uno de los anillos en el dedo.
Cuando Hermione hizo lo mismo, una lluvia de chispas doradas salió de ambos anillos, iluminando el cuarto y haciéndolos dar un paso atrás por la sorpresa.
—¿Qué demonios...? —exclamó Draco, observando las luces que giraban a su alrededor.
Hermione, con los ojos abiertos de par en par, murmuró:—Es como si la mansión nos reconociera...
De repente, una risa baja y suave resonó a través de las paredes, una sensación más que un sonido, como si la casa misma se estuviera burlando de ellos.
—¿Espera... ¿Esto era todo lo que pedía? —Draco miró a Hermione, incrédulo.
Hermione cruzó los brazos, frunciendo el ceño.—¿Así que no era necesario que... ya sabes...? —dijo, sonrojándose levemente.
La mansión respondió con un ligero temblor, como si confirmara sus sospechas.
Draco, con una mezcla de alivio y fastidio, dejó escapar una risa amarga.—Bueno, parece que la casa Malfoy tiene un sentido del humor más retorcido de lo que pensaba.
Hermione rodó los ojos, pero no pudo evitar reírse.—Vamos a Hogwarts antes de que Teddy haga algo peor.
Ambos se acercaron a la chimenea, y esta vez, el polvo flu funcionó sin problemas. En un parpadeo, desaparecieron entre las llamas verdes, mientras las paredes de la mansión seguían vibrando con lo que podría interpretarse como una carcajada cómplice.
Cuando Draco y Hermione llegaron a la oficina de la directora McGonagall, las llamas verdes del polvo flu desaparecieron tras ellos, dejando a la directora mirándolos con una mezcla de sorpresa y curiosidad. Su mirada descendió rápidamente hacia las manos de ambos: entrelazadas, con los relucientes anillos dorados brillando a la luz de las velas flotantes del despacho.
McGonagall levantó una ceja, evidentemente intrigada, pero no hizo comentario alguno de inmediato.
—Señor Malfoy, señorita Granger... o debo decir señora Malfoy, —dijo finalmente, con un tono afilado pero cargado de humor.
Hermione retiró su mano de inmediato, sintiendo el calor subirle a las mejillas.
—¡No! Esto no es... quiero decir... no es lo que parece, directora, —balbuceó, intentando componer una explicación coherente.
Draco, por otro lado, lucía entretenido con la situación. Se inclinó levemente hacia Hermione y murmuró:—Quizás deberíamos practicar lo de "esposa" y "esposo". Parece que todos lo creen ya.
—¡Cállate! —le susurró Hermione, visiblemente avergonzada.
McGonagall carraspeó para interrumpir el intercambio.
—Dejemos eso de lado por ahora. Los he llamado porque su sobrino, el señor Lupin, ha estado causando ciertos problemas en Hogwarts.
—¿Qué hizo ahora? —preguntó Draco, cruzándose de brazos con expresión exasperada.
McGonagall alzó un pergamino que enumeraba varias travesuras recientes: el cambio de color del Lago Negro a un rosa brillante, la desaparición de las gafas del profesor Longbottom y, por último, el reemplazo del sombrero seleccionador con un sombrero de fiesta que cantaba villancicos fuera de tono.
Hermione intentó ocultar una sonrisa.
—Eso suena... bastante creativo, debo admitirlo.
—¡Gracias, tía Hermione! —dijo una voz desde la esquina del despacho.
Todos se giraron hacia donde estaba Teddy, quien se quitaba la capa de invisibilidad con una sonrisa traviesa.
—Aunque no entiendo por qué estoy aquí. Nadie me vio hacer nada, —añadió con un tono inocente, mientras guardaba la capa en su mochila.
—¿Nadie te vio? —repitió McGonagall, incrédula.
Teddy asintió solemnemente, cruzando los brazos como si eso resolviera el asunto.
Draco se llevó una mano a la sien, claramente perdiendo la paciencia.
—Teddy, ¿te importa explicarme cómo es que nadie te vio y aún así hay pruebas de que fuiste tú?
Teddy levantó las manos, como si fuera completamente inocente.
—No sé, padrino. Tal vez alguien esté intentando incriminarme.
McGonagall suspiró profundamente, presionando sus dedos contra el puente de la nariz.
—Señor Lupin, ¿me está diciendo que el sombrero seleccionador decidió por su cuenta cantar "Jingle Bells" durante tres horas seguidas?
—Tal vez tenga espíritu navideño, profesora, —respondió Teddy, mordiéndose el labio para no reírse.
Draco rodó los ojos y se volvió hacia Hermione.
—¿Cómo soportas a adolescentes?
Hermione sonrió con calma.
—Tal vez deberías aprender a manejar el espíritu travieso de tu sobrino, Draco. Es casi como si fuera... un reflejo tuyo.
Teddy no pudo evitar reírse ante el comentario, y McGonagall alzó las manos en señal de rendición.
—Muy bien, ya basta. Señor Lupin, espero que controle sus travesuras, o tendré que informarle a su abuela.
Teddy palideció de inmediato.
—¡No hace falta llegar a tanto, profesora! Prometo comportarme... al menos hasta antes de graduarme.
Mientras Draco y Hermione aún estaban en la oficina de McGonagall, discutiendo las travesuras de Teddy, la puerta se abrió de golpe, revelando a un niño de unos 12 años, con cabello negro desordenado y ojos traviesos. James Sirius Potter entró con las manos levantadas en señal de rendición.
—¡Está bien, lo admito! Yo fui el cómplice, pero solo un poco, profesora. ¡Teddy hizo la mayor parte! —anunció rápidamente, dirigiéndose a McGonagall mientras lanzaba una mirada de disculpa a Hermione.
McGonagall levantó una ceja.
—Señor Potter, ¿acaba de delatarse voluntariamente?
James asintió, pero añadió con rapidez:
—Sí, pero solo porque quiero un trato. Si promete no decirle nada a mis padres, especialmente a mi mamá, le prometo que no lo haré otra vez.
Hermione tuvo que cubrirse la boca para no reír al imaginar la reacción de Ginny. Draco, por otro lado, no pudo contenerse.
—¿Así que el gran Harry Potter tiene un hijo que negocia como un Slytherin? Me siento orgulloso.
—¡Oye! —exclamó James, frunciendo el ceño. Pero luego, con una sonrisa traviesa, añadió: —Bueno, al menos sé cómo salir de problemas, ¿verdad, Teddy?
Teddy, aún sentado en la esquina, levantó las manos como si estuviera disfrutando del espectáculo. —Siempre supe que eras mi aprendiz perfecto, James. Pero tranquilo, no hablarán con tus padres... probablemente.
McGonagall carraspeó, recuperando el control de la situación. —Señor Potter, ¿puede explicar exactamente cómo contribuyó a las travesuras del señor Lupin?
James bajó la cabeza, pero su tono seguía siendo atrevido.
—Solo sostuve el sombrero seleccionador mientras Teddy le lanzaba el hechizo de los villancicos. Y bueno... también puse un poco de colorante en el Lago Negro, pero fue idea de Teddy.
Draco soltó una carcajada. —Potter junior, te estás asegurando un lugar como líder de travesuras en Hogwarts, ¿eh?
Hermione lo fulminó con la mirada.
—No lo animes, Malfoy.
McGonagall suspiró, claramente intentando mantener la compostura.
—Señor Potter, regresaré a su petición de no informar a sus padres más adelante. Por ahora, quiero que ambos, usted y el señor Lupin, limpien el Lago Negro antes del final de la semana.
James hizo una mueca.
—¿Todo el lago?
—Todo el lago, —confirmó McGonagall, mientras Teddy murmuraba un bajo "ouch" desde su esquina.
Mientras los dos chicos abandonaban la oficina, Hermione no pudo evitar mirar a Draco con una sonrisa divertida.
—Bueno, parece que tu ahijado y el hijo de Harry han heredado el mismo talento para meterse en problemas.
Draco sonrió, con una expresión mezcla de orgullo y diversión.
—Espero que cuando tengamos hijos no salgan tan problemáticos.
Hermione resopló. —Oh, claro. Como si no fuera probable con tus genes.
Ambos salieron de la oficina mientras McGonagall suspiraba, preguntándose cómo podía mantener la cordura con aquella generación de estudiantes. Esperaba jubilarse antes de que el nuevo Malfoy tuviera la edad suficiente para ingresar a hogwarts.
Al regresar a la Mansión Malfoy, Draco y Hermione estaban de un humor inusualmente ligero. Después de todo, habían sobrevivido a una reunión con McGonagall y descubierto travesuras de adolescentes.
Mientras estaban en el salón principal, Hermione lo miró con una chispa traviesa en los ojos, algo que Draco reconoció de inmediato como peligroso... pero tentador.
—¿Qué pasa por esa cabecita tuya, Granger? —preguntó Draco, arqueando una ceja con curiosidad.
Hermione se mordió el labio inferior antes de responder.—Siempre tuve una fantasía que nunca confesé...
Draco se inclinó hacia ella, intrigado.
—Adelante, sorpréndeme.
Hermione tomó aire, sus mejillas ligeramente sonrojadas, pero mantuvo la mirada fija en él.—Siempre quise... hacerlo con alguien mientras usaba el uniforme de Hogwarts.
Draco se quedó en silencio por un segundo, antes de que una lenta sonrisa curvara sus labios.
—Granger, me estás dando ideas que podrían hacer explotar esta casa.
—¿Lo harías? —preguntó Hermione, intentando sonar casual, pero claramente divertida.
—Por ti, cualquier cosa, —respondió Draco con un guiño.
No mucho después, ambos estaban en sus habitaciones, rebuscando entre viejas pertenencias. Draco, sorprendentemente, había conservado su uniforme casi intacto, y Hermione había modificado su túnica escolar para eventos temáticos, aunque nunca pensó que la usaría para esto.
Entre risas y bromas, se dejaron llevar por el calor del momento. Draco, con su típica arrogancia, mencionó algo sobre ser "el prefecto más deseado de Hogwarts", mientras Hermione no podía dejar de reírse, acusándolo de vivir aún en el pasado.
De repente, un fuerte golpe en la puerta de la Mansión rompió la atmósfera. Ambos se miraron, confundidos, pero ignoraron el ruido al principio. Sin embargo, los elfos no podían ignorarlo y, para sorpresa de todos, hicieron pasar a la visita inesperada.
Ronald Weasley.
Cuando Ron entró al salón principal, lo primero que vio fue a Hermione y Draco... comiéndose a besos, vestidos con sus antiguos uniformes de Hogwarts. Hermione estaba sentada sobre Draco, su corbata desajustada, mientras él la sujetaba por la cintura con su túnica desabrochada. La escena era tan absurda como devastadora para Ron.
—¿Qué... qué demonios es esto! —gritó Ron, con la cara completamente roja, una mezcla de furia y dolor reflejada en sus ojos.
Hermione, sobresaltada, se bajó rápidamente de Draco, quien no parecía ni remotamente avergonzado. De hecho, ajustó su túnica con calma, como si nada hubiera pasado.
—Ronald... ¿qué estás haciendo aquí? —preguntó Hermione, cruzándose de brazos, claramente molesta por la interrupción.
—¿Qué estoy haciendo aquí? —repitió Ron, incrédulo.—¡Pensé que estabas desaparecida! ¡Que algo te había pasado! ¿Y resulta que estás aquí con... con él?
Hermione suspiró, tratando de mantener la calma.—Ron, no estoy desaparecida. Le dije a Harry dónde estaría. Estoy casada con Draco.
—¿Casada? —Ron parecía a punto de desmayarse.—¿Y no creíste necesario decírmelo?
Draco decidió intervenir, con su típico tono sarcástico.
—Bueno, Weasley, no creí que fuera necesario enviarte una invitación. Además, el evento fue algo... privado.
Ron lo fulminó con la mirada, pero Hermione levantó una mano, deteniendo cualquier intento de discusión.
—Ron, lo siento si esto te molesta, pero no te debo explicaciones. Somos amigos, y espero que podamos seguir siéndolo, pero mi vida es mía.
Ron se quedó en silencio por un momento, procesando lo que acababa de escuchar. Finalmente, negó con la cabeza, con los ojos llenos de lágrimas no derramadas.
—Siempre supe que no sería yo... pero verlo...
Hermione dio un paso hacia él, con una expresión comprensiva.
—Lo siento, Ron. De verdad espero que encuentres a alguien que te haga feliz.
Sin decir una palabra más, Ron se dio la vuelta y salió de la Mansión, dejando un vacío extraño tras él.
Draco, por su parte, se acercó a Hermione, colocándole las manos en los hombros.—¿Estás bien?
Ella asintió, aunque parecía pensativa.
—Sí, solo espero que entienda que esto no tiene que cambiar nuestra amistad.
Draco la atrajo hacia él, plantándole un beso suave en la frente.
—Si te preocupa tanto, puedes enviarle un pastel de disculpas. Aunque, personalmente, creo que deberías enviarle una foto nuestra con los uniformes.
Hermione lo miró con incredulidad antes de reírse.—Eres imposible.
—Y, sin embargo, aquí estoy, atrapado contigo. —Draco sonrió, inclinándose para besarla de nuevo.
Un murmullo entre los elfos empezó a llamar la atención de Draco y Hermione. Pequeños grupos de elfos domésticos se habían reunido estratégicamente cerca, pero todos llevaban algún tipo de cobertura sobre sus orejas: pañuelos, gorros o incluso servilletas dobladas de manera cómica.
Draco, al notar el movimiento, arqueó una ceja.—¿Qué está pasando aquí?
Un elfo, tímidamente, bajó su gorro improvisado y se adelantó.—Señor Draco, los elfos no queremos escuchar cosas privadas... ya sabemos que la Mansión Malfoy aprueba a la señora Hermione.
Hermione se sonrojó hasta las orejas, mientras Draco ponía los ojos en blanco. —¿De qué estás hablando, Flinky?
El elfo, animado por la atención, explicó:
—La Mansión ha hablado. Dice que pronto habrá un pequeño Malfoy gateando por los pasillos. Y todos los elfos estamos de acuerdo en que será un gran honor cuidar de un nuevo heredero.
Hermione se llevó las manos a la cara, completamente avergonzada.
—¡No hay ningún bebé en camino!
Draco, por otro lado, se cruzó de brazos, fingiendo considerar la idea. —Bueno, Granger, quizás la Mansión sabe algo que nosotros no.
—¡Draco! —exclamó Hermione, dándole un ligero empujón.
Los elfos, sin embargo, continuaron murmurando entre ellos, con expresiones emocionadas. Uno de ellos, muy anciano, dijo con voz temblorosa:
—El último pequeño Malfoy que vimos fue al señor Draco, y será un honor preparar ropa y juguetes para el próximo.
Draco suspiró, aunque no pudo evitar esbozar una ligera sonrisa.
—Escuchen, yo los liberé, ¿recuerdan? Están aquí porque quieren, pero eso no les da derecho a planear cómo será mi vida personal.
Flinky alzó la cabeza orgulloso.
—Flinky está aquí porque el señor Draco es un buen amo, incluso cuando dice que no lo somos. Da ropa bonita, deja cinco galones bajo la almohada, y siempre se asegura de que tengamos chocolate caliente en invierno.
Otro elfo añadió:—¡Y la señora Hermione será una gran señora Malfoy!
Hermione, que aún seguía roja, decidió cambiar de tema. —¿Creen que seré feliz con Draco?
Los elfos se miraron entre sí antes de que Flinky respondiera.
—La Mansión dice que ya son felices y que pronto habrá más cosas que no deberíamos escuchar.
Draco se rió, divertido por la lógica de los elfos, mientras Hermione suspiraba. —Esto es surrealista, —dijo, mirando a Draco.
Él le guiñó un ojo. —Bienvenida a la vida en la Mansión Malfoy, Granger.
La vida en la Mansión Malfoy había adquirido un ritmo peculiar, uno donde la magia, el amor y las bromas compartidas se entrelazaban con una naturalidad sorprendente. Draco se había dado cuenta de algo curioso: cada vez que llamaba a Hermione "Señora Malfoy", ella lo miraba con una mezcla de sorpresa, emoción y adoración que lo derretía por dentro.
—¿Señora Malfoy, puede pasarme la sal? —preguntó Draco una noche en la cena, con una sonrisa traviesa en los labios.
Hermione levantó la mirada, sus mejillas encendiéndose de un delicado rosa. Sin decir una palabra, se inclinó hacia él, pero en lugar de la sal, lo besó con intensidad, casi derribando la copa de vino.
Draco rió contra sus labios, feliz de haberla provocado.
—Voy a asumir que la sal está sobrevalorada, —bromeó, acariciando su rostro.
Hermione se apartó, riendo suavemente mientras sus ojos brillaban.
—No puedo evitarlo. Cada vez que me llamas así, siento que todo es real, que esto no es un sueño.
Draco le tomó la mano con ternura.
—Es muy real, Hermione. Y si te gusta tanto, puedo llamarte así todo el tiempo.
Y así lo hizo. Durante los días siguientes, "Señora Malfoy" se convirtió en su apodo favorito para ella. Ya fuera mientras estudiaban viejos libros en la biblioteca, desayunaban juntos, o simplemente compartían una tarde tranquila frente a la chimenea, Draco encontraba la excusa perfecta para decirlo.
—¿Señora Malfoy, está lista para dormir?
—¿Señora Malfoy, le importaría leerme este pasaje que no entiendo?
—¿Señora Malfoy, podemos hacer una pausa para un beso?
Cada vez que lo decía, Hermione no podía evitar sonreír y besarlo apasionadamente, como si fuera una respuesta automática. Draco parecía disfrutar cada reacción, y el ambiente en la mansión se llenaba de una calidez que incluso los elfos comentaban entre ellos.
—Nunca vi al señor Draco tan feliz, —decía Flinky, observándolos desde la distancia.
Incluso la Mansión parecía respirar amor. Las paredes de mármol parecían brillar con una luz más cálida, las velas en los candelabros ardían con una llama dorada, y los espectros familiares, que antes habían sido motivo de preocupación, ahora se mantenían en silencio, como si no quisieran interrumpir.
Hermione, por su parte, se sentía increíblemente plena. Había llegado a la Mansión con una misión, pero ahora parecía que su corazón también había encontrado un hogar. Y si Draco seguía llamándola "Señora Malfoy", sabía que jamás querría irse.
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