8| Consumar
La Mansión Malfoy estaba envuelta en un silencio casi solemne mientras el calendario avanzaba hacia el Año Nuevo. A pesar de los intentos de Hermione y Draco por romper el encantamiento que los mantenía atrapados, todos habían sido en vano. Cada hechizo, cada teoría, y cada intento de negociar con la Mansión terminaban exactamente igual: con ellos todavía allí, como si la misma casa se burlara de sus esfuerzos durante una semana.
En la última tarde del año, Hermione se encontraba en la biblioteca, rodeada de montones de libros polvorientos. Su cabello estaba más desordenado de lo habitual, y sus ojos reflejaban la exasperación que sentía. Draco, mientras tanto, estaba sentado en el sofá, jugando distraídamente con su varita y observándola.
—Granger, llevo días viéndote hojear libros. Si la solución estuviera en esas páginas, ya la habrías encontrado. ¿Qué tal si probamos algo más práctico? —sugirió con un tono a medias entre serio y bromista.
Hermione levantó la vista y le lanzó una mirada cansada.
—¿Como qué? ¿Hacer un trato con la Mansión para que me deje salir si prometo soportarte una vida?
Draco sonrió con suficiencia.
—Oh, Granger, no lo digas como si fuera un sacrificio. Admitámoslo, esto es lo más emocionante que te ha pasado en años.
Hermione dejó caer el libro que tenía en las manos sobre la mesa con un golpe sonoro.
—¿Emocionante? Malfoy, estoy atrapada contigo, en esta Mansión, durante las fiestas más importantes del año, con un hechizo que no entiendo. ¿Cómo se supone que eso sea emocionante?
Draco se levantó con aire dramático y caminó hacia ella.—Bueno, para empezar, tienes acceso ilimitado a la mejor biblioteca del mundo mágico. Y, por supuesto, a mi encantadora compañía.
Hermione rodó los ojos, pero no pudo evitar sonreír ligeramente.—Eres un completo narcisista.
—Y tú eres una cabeza dura que no sabe cuándo tomar un descanso.
Hermione suspiró y cerró el libro que estaba leyendo.—Quizá tengas razón. Pero si vamos a estar atrapados aquí para Año Nuevo, al menos deberíamos hacer algo para celebrar.
Draco arqueó una ceja.
—¿Celebrar? ¿Cómo exactamente? ¿Quieres que haga aparecer fuegos artificiales?
—No, pero... algo pequeño. Quizá cocinar algo o...
—¿Cocinar? —interrumpió Draco, mirándola con una expresión incrédula—. ¿Granger, estás sugiriendo que Malfoy cocine?
Hermione cruzó los brazos con una sonrisa desafiante.—Bueno, dado que no podemos pedir servicio a domicilio y no pienso hacer todo el trabajo yo, no veo otra opción.
Draco suspiró exageradamente y levantó las manos en señal de rendición.
—Está bien, Granger. Pero si terminamos intoxicados, no digas que no te lo advertí.
Una hora después, ambos estaban en la cocina, un lugar sorprendentemente moderno para la Mansión Malfoy. Hermione intentaba explicarle a Draco cómo batir huevos sin que se los lanzara a sí mismo mientras él murmuraba algo sobre "trabajo indigno para un Malfoy".
—¿Esto es suficiente? —preguntó Draco, sosteniendo el batidor con una mezcla entre orgullo y resignación.
Hermione se inclinó para inspeccionar su trabajo, y su expresión se suavizó.
—Para ser tu primera vez, no está mal. Quizá tengas un futuro como chef si alguna vez decides renunciar a tus riquezas.
Draco puso los ojos en blanco.—Por favor, Granger, no exageres.
A medida que la noche avanzaba, la cocina se llenó de risas y bromas, algo que ambos encontraban inesperadamente cómodo. Cuando el reloj marcó las once, regresaron al salón principal con una mesa improvisada de platos que, milagrosamente, no habían quemado.
El reloj comenzó a acercarse a la medianoche, y los dos se quedaron en silencio mientras miraban las luces mágicas que adornaban el salón.
—¿Sabes, Malfoy? —dijo Hermione finalmente, rompiendo el silencio—. Nunca pensé que mi Año Nuevo lo pasaría aquí, contigo, en estas circunstancias.
Draco la miró, su expresión más suave de lo habitual.
—Yo tampoco, Granger. Pero si esto significa que la Mansión nos da una nueva oportunidad... quizá no sea tan terrible.
Hermione lo miró con sorpresa, pero antes de que pudiera responder, el reloj comenzó a sonar, marcando el inicio del nuevo año. Draco levantó una copa de vino que había servido minutos antes.
—Por el año más extraño y... sorprendente de nuestras vidas.
Hermione sonrió y levantó su copa también.—Por lo que venga.
Cuando los fuegos artificiales mágicos iluminaron el cielo nocturno, ambos no pudieron evitar sentir que, a pesar de todo, el año que comenzaba tenía algo especial reservado para ellos.
La medianoche avanzaba, y el ambiente en la Mansión Malfoy parecía más íntimo de lo que Hermione había anticipado. Las copas de vino, acompañadas de su conversación cada vez más relajada, creaban una atmósfera casi cálida en un lugar que normalmente inspiraba respeto y, a veces, un poco de temor. Draco había comenzado a bromear sobre la peculiar situación en la que se encontraban, y Hermione, contra todo pronóstico, se encontraba riendo genuinamente con él.
—Entonces, Granger —dijo Draco, inclinándose ligeramente hacia ella con la copa en mano—, ¿crees que esta será la historia más rara que contarás alguna vez? Porque para mí, será difícil superar el hecho de que la Mansión decidió que estábamos casados sin siquiera consultarnos.
Hermione sonrió, sintiendo el calor del vino en sus mejillas.
—Bueno, Malfoy, si alguna vez escribo mis memorias, esta parte definitivamente irá en un capítulo aparte. Tal vez lo titule: Cómo sobreviví a una luna de miel accidental con Draco Malfoy.
Draco se rio, y por un momento, ambos se quedaron en silencio, mirándose. El sonido de los fuegos artificiales mágicos en el cielo se sentía lejano, casi irrelevante comparado con la tensión inesperada que ahora llenaba el espacio entre ellos.
—Por cierto, Granger —murmuró Draco, su tono más bajo, más suave—, nunca te lo dije, pero hay algo que siempre me llamó la atención de ti desde el primer momento.
Hermione arqueó una ceja, su curiosidad mezclada con incredulidad.—¿Ah, sí? ¿El qué, Malfoy? ¿Mi "sangre sucia"?
Él negó con la cabeza, su expresión más seria de lo que Hermione había esperado.
—Tus ojos. Siempre tenían esa chispa desafiante, incluso cuando era un idiota contigo.
Hermione abrió la boca, sorprendida, pero antes de que pudiera formular una respuesta, Draco inclinó la cabeza y la besó. Fue un movimiento impulsivo, probablemente alimentado por el vino y el ambiente, pero Hermione, para su propia sorpresa, no se apartó. En cambio, respondió, dejándose llevar por la calidez del momento.
No recordaron mucho más después de eso.
Al día siguiente, el sol se filtraba tímidamente a través de las cortinas del dormitorio principal de la Mansión. Hermione abrió los ojos lentamente, sintiendo el peso de una manta de terciopelo sobre su cuerpo. Parpadeó, intentando despejar la niebla en su mente, cuando notó algo que la hizo congelarse.
Estaba en una cama que no reconocía del todo, pero eso no era lo más alarmante. Lo realmente impactante era el hecho de que, al girar la cabeza, vio a Draco Malfoy durmiendo tranquilamente a su lado. Su cabello rubio estaba desordenado, y su torso desnudo era evidente bajo las sábanas.
Hermione se llevó una mano a la frente, su mente luchando por procesar.
—Esto... no puede estar pasando —susurró para sí misma.
En ese momento, Draco abrió los ojos y, al verla, esbozó una sonrisa perezosa.—Buenos días, señora Malfoy.
—¡Malfoy! —exclamó Hermione, sentándose de golpe mientras intentaba cubrirse con las sábanas—. ¿Qué demonios pasó anoche?
Draco bostezó y se estiró, como si nada hubiera sucedido.
—Bueno, Granger, considerando el vino, la Mansión que insiste en que estamos casados y la conversación sobre lunas de miel… creo que nos dejamos llevar por la ocasión.
Hermione lo miró con los ojos muy abiertos, su rostro ardiendo.
—¡Nosotros…!
—Tranquila —la interrumpió Draco con una sonrisa traviesa—. No te preocupes, Granger. Si algo salió mal, siempre podemos culpar a la Mansión.
Hermione apretó los dientes, claramente indignada, mientras Draco, para variar, parecía disfrutar demasiado del caos. Sin embargo, cuando ambos volvieron a quedarse en silencio, no pudieron evitar recordar el beso que lo había comenzado todo, un recuerdo que, para su sorpresa, ninguno estaba dispuesto a olvidar tan fácilmente.
Hermione miró a Draco con una mezcla de incredulidad y algo que no podía describir del todo. Había una chispa en sus ojos que ella misma no reconocía, una especie de desafío mezclado con un leve arrepentimiento… aunque no del tipo que esperaba.
Draco, por su parte, seguía tumbado en la cama con esa sonrisa de suficiencia que siempre parecía adornar su rostro.
—¿Sabes, Granger? —murmuró, apoyándose en un codo para observarla mejor—. No pensé que mi Año Nuevo empezaría tan… memorable.
Hermione cruzó los brazos, pero el leve rubor en sus mejillas la traicionaba.—Malfoy, no empieces. Esto fue…
Draco arqueó una ceja, divertido.—¿Imprevisto? ¿Inevitable? Porque yo diría que fue bastante natural.
Ella apretó los labios, claramente intentando no morder el anzuelo, pero la forma en que Draco la miraba la desarmaba. Finalmente, dejó escapar un suspiro y, antes de que pudiera hablar, él se acercó, sus dedos rozando suavemente su mentón.
—Por Merlín, Hermione —murmuró con una voz tan suave que casi no parecía suya—. Si quieres volver a culpar al vino o a la Mansión, adelante. Pero sé sincera…
Hermione lo miró fijamente durante un segundo antes de inclinarse hacia él y besarlo nuevamente. Esta vez no fue impulsivo ni producto de la situación. Fue un beso intencionado, lleno de la resolución que la caracterizaba.
Draco respondió al instante, rodeándola con sus brazos y tirándola hacia él con una mezcla de intensidad y ternura. Cuando finalmente se separaron, ambos jadeaban ligeramente. Hermione lo miró, sus mejillas encendidas pero con una leve sonrisa.
—Malfoy, voy a recordar esto. Todo.
Draco sonrió, su semblante victorioso pero suavizado por algo más genuino.
—¿Ah, sí? Bueno, Granger, si insistes…
Antes de que pudiera terminar, Hermione ya estaba inclinándose sobre él, y todo lo demás quedó olvidado en ese instante.
Al mediodía Hermione se sentó en el comedor de la Mansión Malfoy, jugando nerviosamente con los cubiertos frente a ella. Su cabello estaba despeinado, y sus ojos evitaban cuidadosamente los de Draco, que se sentaba al otro lado de la mesa con una expresión que rayaba entre la satisfacción pura y la diversión maliciosa.
Los elfos domésticos iban y venían, colocando una comida digna de una celebración, mientras Draco tomaba un sorbo de su café, observándola con atención.
—¿Dormiste bien, Granger? —preguntó con una voz deliberadamente casual.
Hermione apretó los labios, claramente mortificada, y le lanzó una mirada que habría hecho temblar a cualquiera… excepto a Draco Malfoy.
—No empieces, Malfoy.
—¿Yo? —dijo, fingiendo indignación—. Solo estaba preguntando por cortesía. Pero ya que insistes en ponerte a la defensiva…
Ella lo interrumpió, señalándolo con un tenedor.
—Ni una palabra más.
Draco dejó escapar una carcajada y se recostó en su silla, absolutamente encantado con su reacción.
—¿Sabes? —dijo finalmente, su tono más suave—. Me alegra que no haya sido el vino el que te hizo volver a la cama. Fue toda tu iniciativa, Granger. Eso lo hace mucho más interesante.
Hermione se llevó una mano a la frente, claramente arrepentida de estar en esa conversación.—¿Por qué tenía que pasar esto? —murmuró para sí misma, aunque una pequeña sonrisa se asomaba en los bordes de su boca.
Draco se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en la mesa mientras la miraba directamente a los ojos.
—Tal vez porque era inevitable, Granger.
Hermione no respondió, pero el rubor en sus mejillas lo decía todo. A pesar de su vergüenza, no podía negar que algo había cambiado entre ellos. Algo que, por primera vez, ninguno parecía dispuesto a ignorar.
La dinámica entre Hermione y Draco comenzó a cambiar de manera sutil pero constante, como si ambos estuvieran bailando en una línea que ninguno se atrevía a cruzar del todo. La Mansión Malfoy seguía atrapándolos en su peculiar juego, obligándolos a convivir y a enfrentarse a una realidad que ninguno había considerado antes.
Draco se había vuelto más atento de lo que Hermione jamás imaginó posible. La manera en que la miraba mientras ella leía en el salón, o cómo le servía el té sin que ella se lo pidiera, revelaba una faceta completamente nueva. Incluso había comenzado a asegurarse de que la chimenea de su habitación siempre estuviera encendida para que ella no pasara frío por las noches.
Hermione, por su parte, trataba de mantener su muro emocional en pie, pero este comenzaba a resquebrajarse. Las pequeñas atenciones de Draco, sus comentarios mordaces que ahora tenían un toque de calidez, y, sobre todo, la manera en que parecía realmente escucharla, la desarmaban.
Una noche, mientras cenaban juntos, la conversación tomó un giro inesperado.
—Sabes, Granger, podría acostumbrarme a esto —dijo Draco, con una sonrisa ladeada mientras la observaba por encima de su copa de vino.
—¿A qué te refieres? —preguntó ella, fingiendo desinterés mientras cortaba un trozo de su postre.
—A cenar contigo, charlar, discutir sobre temas absurdos como si fuéramos un matrimonio de años.
Hermione rodó los ojos, pero no pudo evitar la sonrisa que apareció en sus labios.
—Eres imposible, Malfoy.
—Imposible, pero encantador, ¿verdad?
Ella negó con la cabeza, pero no replicó. Sabía que lo alimentaría aún más si lo hacía.
Más tarde, esa misma noche, mientras Hermione leía en su habitación, escuchó un suave golpe en la puerta. Draco apareció, con su característico aire de confianza, pero había algo diferente en su expresión.
—¿Qué haces aquí, Malfoy? —preguntó, arqueando una ceja.
—No podía dormir —respondió con un encogimiento de hombros—. Y pensé que tal vez te gustaría compañía.
—¿Compañía? —repitió, sorprendida.
Draco no respondió. Simplemente se acercó al sillón donde ella estaba sentada, tomó el libro de sus manos, y lo colocó a un lado antes de sentarse a su lado. Hermione lo miró con incredulidad, pero no dijo nada.
—¿Sabes? —dijo Draco después de un momento de silencio—. Este lugar no se siente tan frío contigo aquí.
Hermione sintió que su corazón daba un vuelco. Lo miró, buscando alguna señal de que estaba bromeando, pero todo en su expresión parecía sincero.
—Draco…
Él se inclinó ligeramente hacia ella, su mirada fija en la de ella.
—No digas nada, Granger. Solo… déjame estar aquí contigo esta noche.
Hermione no protestó cuando Draco la tomó de la mano y la llevó hacia la cama. No hubo comentarios sarcásticos ni juegos de palabras; solo una conexión silenciosa que ninguno de los dos podía negar.
Esa noche, mientras yacían uno al lado del otro, Draco le pasó un brazo por la cintura, acercándola más a él. Hermione no se apartó. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió protegida, incluso querida.
A partir de esa noche, compartir la cama se convirtió en algo habitual. Al principio, Hermione intentaba justificarlo, diciéndose a sí misma que era solo porque la Mansión parecía más tranquila cuando estaban juntos. Pero con el tiempo, comenzó a aceptar que estar cerca de Draco era algo que deseaba más de lo que estaba dispuesta a admitir.
Por su parte, Draco no ocultaba cómo se sentía. Se volvió aún más protector, asegurándose de que ella siempre estuviera cómoda, incluso siendo capaz de preparar un desayuno improvisado (aunque los elfos lo miraran con horror). Cada gesto, cada palabra, parecía destinado a demostrarle que no era solo una convivencia forzada, sino que él realmente quería estar a su lado.
Una noche, mientras ambos estaban en la cama, Hermione susurró:
—Eres… diferente de lo que imaginé, Malfoy.
Draco sonrió, acariciando suavemente su mejilla.—Y tú eres más increíble de lo que jamás pensé, Granger.
Antes de que pudiera decir algo más, se inclinó y la besó, sellando lo que ambos sabían que era inevitable.
×××
En el exterior de la Mansión Malfoy, el mundo seguía su curso, y en la Madriguera, la familia Weasley estaba en completo caos. Ronald, con el rostro rojo de frustración, iba de un lado a otro de la sala como un león enjaulado.
—¡¿Cómo que no estás preocupado, Harry?! —le gritó a su mejor amigo, quien estaba sentado tranquilamente en el sofá, tratando de mantener la calma mientras Ginny le masajeaba los hombros.
—Porque sé dónde está, Ron —respondió Harry, en tono paciente, aunque por dentro deseaba poder desactivar el gen hiperactivo de los Weasley—. Hermione no está desaparecida.
—¡Pero lleva casi tres semanas sin enviar un solo mensaje o aparecer! —Ron agitó las manos, desesperado—. Es Hermione, por Merlín. No puede desaparecer así como así.
—Ron, tranquilízate —dijo Ginny, rodando los ojos—. Si Harry dice que sabe dónde está, entonces está bien.
—¿Bien? ¿BIEN? —replicó Ron, volviéndose hacia su hermana—. ¿Y si está en peligro? ¿Y si alguien la tiene retenida contra su voluntad? ¿Qué clase de amigo eres, Harry, que ni siquiera intentas buscarla?
Harry soltó un suspiro, se quitó las gafas y se frotó los ojos con cansancio.
—Ron, por última vez, ella está bien. Me dijo que necesitaba algo de espacio y que no quería que nadie la molestara. ¿Puedes respetar eso?
—¿Espacio? —Ron se detuvo, mirando a Harry con incredulidad—. ¿Espacio de qué? ¿De quién?
En ese momento, Molly entró con una bandeja de tazas de té, aunque su expresión preocupada mostraba que estaba del lado de Ron.
—¿Y si necesita ayuda? —intervino Molly—. Hermione siempre ha sido tan trabajadora, tan responsable… No es como ella desaparecer sin dar explicaciones.
—¡Exacto! —gritó Ron, señalando a su madre como si hubiera ganado un punto en una discusión—. Hermione necesita que la encontremos.
—No necesita nada de eso —dijo Harry, alzando la voz lo suficiente para acallar a todos—. Dejen de comportarse como si fuera una niña perdida en el bosque. Hermione está perfectamente capaz de cuidar de sí misma.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? —preguntó Ron, cruzándose de brazos.
—Porque —dijo Harry con firmeza—. Ella está en la Mansión Malfoy.
El silencio que siguió a esa declaración fue tan absoluto que hasta el reloj mágico de la Madriguera pareció detenerse por un momento.
—¿Qué? —Ronald fue el primero en hablar, aunque su voz apenas era un susurro incrédulo.
—¡¿Cómo que en la Mansión Malfoy?! —exclamó Molly, casi dejando caer la bandeja.
—Es exactamente lo que escucharon —dijo Harry, levantándose y ajustándose las gafas—. Fue allí voluntariamente. Draco Malfoy la necesitaba para resolver algo relacionado con la maldición familiar de los Malfoy, y ella decidió ayudarlo.
—¡Voluntariamente! —gritó Ron, su cara completamente roja—. Ese… ¡Ese hurón probablemente la manipuló o le lanzó algún hechizo!
—Ron —intervino Ginny, ahora con los brazos cruzados y una mirada de desaprobación—, ¿escuchas lo ridículo que suenas? Hermione no es tonta. Si está allí, es porque quiere estar allí.
—¡No voy a quedarme sentado mientras Malfoy hace quién sabe qué con ella! —Ron agarró su abrigo, decidido a salir.
—Si vas a la Mansión Malfoy, vas a hacer un desastre innecesario —dijo Harry, poniéndose frente a él como un muro impenetrable—. Hermione me pidió específicamente que no le dijera a nadie dónde estaba, pero ya rompí mi promesa porque estás insoportable. No la avergüences ni te metas donde no te llaman.
Ron abrió la boca para protestar, pero Ginny se acercó y le puso una mano en el brazo.
—Deja de comportarte como si Hermione te perteneciera, Ron. Es su vida. Si quiere estar con Malfoy, es su decisión.
—¡No quiere estar con Malfoy! —gritó Ron, aunque su tono sonó menos seguro de lo que pretendía.
—Eso no lo sabemos, ¿verdad? —replicó Ginny con una sonrisa burlona.
Molly intentó mediar.—Tal vez deberíamos escribirle una carta, preguntarle si necesita algo.
Harry negó con la cabeza.—Ella no quiere que la molesten. Confíen en ella.
Ron resopló, todavía indignado, pero finalmente se dejó caer en una silla, cruzándose de brazos como un niño pequeño.
—Si ese hurón le hace algo…
Harry sonrió con un suspiro de alivio.—Créeme, Ron. Lo más probable es que Hermione sea quien ponga a Malfoy en su lugar, como siempre lo hace.
Harry llevaba horas escuchando a Ron repetir el mismo monólogo sobre Hermione y Malfoy, y ya no podía más. El té se había enfriado, Ginny había salido porque no soportaba más la discusión, y él sentía que su paciencia estaba a punto de estallar.
Ron seguía murmurando mientras caminaba de un lado a otro.
—No tiene sentido, Harry. No tiene sentido que Hermione se quede tanto tiempo en la Mansión Malfoy. ¿Qué demonios puede estar haciendo allí? ¡Es Malfoy!
Harry, sentado en el sofá, dejó caer su cabeza hacia atrás y cerró los ojos con frustración. Finalmente, algo dentro de él se rompió.
—Está bien, Ron. Quieres saber la verdad, ¿no?
Ron se detuvo en seco y lo miró con los ojos muy abiertos.—¡Sí! Por supuesto que sí.
Harry se levantó, caminó hacia la ventana con una expresión grave y suspiró profundamente.—Te lo diré, pero... no sé cómo lo vas a tomar.
—¿Qué? ¿Qué pasó? —preguntó Ron, acercándose rápidamente, su ansiedad creciendo.
Harry lo miró directamente a los ojos, haciendo una pausa dramática antes de soltar:—Hermione... se casó con Malfoy.
El silencio que siguió fue tan pesado que Harry casi sintió que podía cortarlo con un cuchillo.—¿Qué? —preguntó Ron, su voz apenas un susurro.
—Se casó con él, Ron —repitió Harry, con un tono solemne que parecía decir "acepta esto o muere intentándolo"—. Fue todo muy rápido, pero... bueno, hay una razón.
—¡¿Qué razón podría haber para algo tan absurdo?! —Ron casi gritó, llevándose las manos al cabello.
Harry se giró hacia él, tratando de mantener una cara seria.—Está embarazada.
Ron pareció quedarse sin aire, como si alguien le hubiera lanzado un maleficio aturdidor.—¿Qué...? ¿Qué dijiste?
—Hermione. Está. Embarazada. —Harry hizo una pausa entre cada palabra, como si le estuviera explicando algo complicado a un niño de cinco años.
Ron se tambaleó hacia una silla y se dejó caer en ella, mirando al vacío.—Hermione... ¿embarazada? ¿De Malfoy?
—Sí —dijo Harry, cruzándose de brazos y mirando por la ventana para evitar reírse de la expresión de absoluto horror en el rostro de su amigo—. Es por eso que está en la Mansión Malfoy. Se casaron en Navidad.
Ron negó con la cabeza rápidamente, como si tratara de borrar la idea de su mente.—No... no puede ser. Hermione nunca haría algo así.
—¿Por qué no? —preguntó Harry con fingida inocencia—. Es una mujer adulta, Ron. Tal vez encontró algo en Malfoy que... bueno, tú nunca le diste, por eso te rechaza cada año.
Ron lo miró como si le hubieran lanzado una maldición imperdonable.—¡¿Qué quieres decir con eso?!
—Ya sabes, atención, estabilidad, algo de misterio... tal vez incluso dinero —añadió Harry, tratando de no reírse mientras Ron se ponía cada vez más rojo.
—¡No, no, no! —gritó Ron, poniéndose de pie de golpe—. ¡Esto no puede ser cierto!
Harry finalmente no pudo aguantar más y se echó a reír.—Relájate, Ron. Te estaba tomando el pelo.
—¡¿Qué?! —Ron lo miró con incredulidad, su rostro pasando rápidamente de rojo furioso a pálido—. ¿No está casada?
—No. Y tampoco está embarazada —respondió Harry, aún riéndose mientras se sentaba de nuevo en el sofá—. Pero, sinceramente, si sigues con este drama, ella podría considerar hacerlo realidad solo para callarte.
Ron se desplomó en la silla otra vez, con una mezcla de alivio y enfado en su rostro.—No es gracioso, Harry.
—Lo es un poco —dijo Harry, encogiéndose de hombros.
Ginny volvió en ese momento, viendo a Ron con cara de consternación y a Harry secándose las lágrimas de risa.
—¿Qué pasó ahora?
—Harry me hizo pensar que Hermione se casó con Malfoy porque está embarazada —respondió Ron, aún mirando al vacío.
Ginny suspiró y miró a Harry con desaprobación.—¿cariño, Otra vez con eso? Realmente te diviertes mucho, ¿no?
—Más de lo que debería, pichoncita—admitió Harry con una sonrisa traviesa.
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