4| El Juicio

Antes de que pudieran hablar sobre lo que acababan de vivir, ambos se miraron, aún incrédulos por los eventos recientes.

Fue Hermione quien, con un leve temblor en su voz, rompió el silencio.—Malfoy, creo que aún tenemos una oportunidad para arreglar esto. Tal vez... tal vez este hechizo funcione de nuevo. 

Draco la observó, todavía con la mente llena de preguntas y emociones encontradas, pero, con una pequeña sonrisa, asintió. 

—Lo que sea que hayas planeado, Granger, espero que esta vez no termine en otro futuro, si vuelvo a ver un hijo nuestro, te aseguro que olvidaré lo que estamos haciendo y en verdad te pediré tener una familia.. — admitió Draco, debido a lo acontecido en su vida se negó esa felicidad cuando Astoria le mencionó que quería que contrajeran matrimonio y formarán una familia.

—No digas eso, Malfoy... Solo fue una alucinación.

Hermione levantó su varita, ajustando las palabras del hechizo. Ambos se concentraron, y de repente, la magia volvió a estallar a su alrededor, envolviéndolos una vez más en luz. 

Esta vez, el hechizo los transportó a un lugar completamente diferente. Cuando el resplandor se disipó, se encontraron de pie en una gran sala llena de gente. Al principio, todo parecía normal, hasta que se dieron cuenta de que no podían ser vistos por nadie. Eran como sombras, invisibles para todos a su alrededor. 

Hermione observó con asombro la escena. Estaban en un juicio, y los rostros de los presentes le parecían familiares. De repente, vio a Lucius Malfoy, de pie frente al tribunal de Wizengamot, mirando con desespero mientras su condena era pronunciada. 

La voz de un hombre resonó en la sala: 

—Lucius Malfoy, por sus crímenes cometidos en apoyo a Lord Voldemort, será sometido al beso de los dementores. 

Hermione sintió un nudo en el estómago, pero antes de que pudiera reaccionar, un grito familiar la hizo volverse. 
—De igual manera, Narcissa Malfoy y su hijo Draco Malfoy, recibirán dos años de cárcel y posteriormente el beso de dementor

—¡Esperen! 

Harry Potter, con una expresión decidida, estaba de pie frente al tribunal, levantando la mano para detener la sentencia. Los murmullos se extendieron rápidamente por la sala. 

—Fue Narcissa Malfoy, quien le ocultó la verdad a Voldemort. Ella le dijo que yo estaba muerto cuando, de hecho, vivía. Y Draco, a pesar de su lealtad, fingió no reconerme ante la mortifaga Bellatrix Le strange, cuando me tuvo frente a él en su propia casa —dijo Harry con firmeza, mirando al tribunal. 

Hermione, observando a Draco, notó cómo su rostro se llenaba de dolor. La verdad, aunque salvadora, lo hacía sentir vulnerable. Y, en ese momento, fue cuando el tribunal deliberó y Narcissa tuvo un nuevo veredicto:—En vista de los dicho por Harry Potter. Narcissa Malfoy será exiliada a Alemania, donde no podrá hacer daño a su familia ni a la comunidad mágica y Draco Malfoy puede quedarse y continuar con  su línea familiar, mas no deberá comunicarse con su madre.

Hermione no podía evitar sentirse conmovida por la escena. Mientras veía a Draco, que estaba de pie en la esquina de la sala, se dio cuenta de cuánto había cambiado su vida desde aquellos días en Hogwarts. 

Pero lo que más la conmovió fue lo que ocurrió después. Lucius Malfoy, antes de ser escoltado fuera de la sala, se acercó a su hijo, y lo abrazó con fuerza. Hermione pudo ver el brillo en sus ojos, la tristeza que compartían, y escuchó las palabras de Lucius, susurradas con una carga de emoción que hacía temblar a Draco. 

—Cuida la mansión, Draco. Las maldiciones familiares... son poderosas. Si se salen de control, podrían destruir más que solo nuestra casa. Solo una bruja con gran inteligencia podría resolverlo, y debes encontrarla antes de que sea tarde. 

Hermione, al escuchar esas palabras, sintió como si un peso se levantara del aire. Comprendió por qué Draco había pedido su ayuda, por qué le había escrito. La historia de la mansión Malfoy no era solo sobre poder, sino sobre algo mucho más profundo: una maldición familiar que podía amenazar todo el mundo mágico. 

Draco, en silencio, se mantenía inmóvil, y aunque no podía interactuar con los demás en esa visión, el dolor era palpable en sus ojos. La condena de su madre a Alemania lo había marcado, y ella, en su intento por protegerlo, lo alejó de sí.

La visión se desvaneció de repente, y los dos jóvenes se encontraron de nuevo en el salón de la Mansión Malfoy, tal como estaban antes de emprender el hechizo. No había pasado ni un minuto desde que se fueron. Los elfos seguían en su lugar, trabajando como siempre. 

Hermione se giró hacia Draco, pero antes de que pudiera hablar, lo vio. Los ojos de Draco estaban llenos de una tristeza profunda, y un dolor sordo parecía pesar sobre sus hombros. Sin pensarlo, Hermione dio un paso hacia él, envolviéndolo en un cálido abrazo. 

—Lo siento mucho, Draco —susurró Hermione, sus palabras llenas de empatía. 

Draco permaneció inmóvil al principio, sorprendido por su gesto, pero luego dejó escapar un suspiro largo y tembloroso. La tensión en su cuerpo se relajó, y por primera vez, se permitió llorar en silencio, el peso de toda su historia recayendo sobre él. 

—No sé qué hacer con todo esto, Granger —dijo, su voz quebrada. 

Hermione no dijo nada más, simplemente lo sostuvo  entre sus brazos con más fuerza, entendiendo que algunas palabras no eran suficientes. 

Ambos permanecieron así durante un rato, la paz que traía el abrazo reemplazando la confusión y la angustia que sentían. Sabían que el futuro era incierto, pero en ese momento, lo único que importaba era estar ahí el uno para el otro.

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