Capítulo 7

Aitana

Vi alejarse a Víctor hacia la piscina con ese bañador negro ajustado y el cuerpo mojado de la ducha. «Madre mía, madre mía», no podía pensar. Ni siquiera me pude levantar a darle dos besos de la impresión; creí que me temblarían las piernas, tropezaría y haría el idiota. Mejor estarme quietecita.

—¿Vuestro amigo lleva crema? —preguntó Cecilia preocupada.

—Ya estamos —dijo Jimena.

—Es que si se acaba de duchar, aunque lleve crema, debería reponérsela. Cuando nadas te puedes quemar mucho, ¿sabes?

—No creo que Víctor se ponga crema nunca —dijo Paco.

—¡¿Quéééé?!

—Trabaja en el campo y nunca se quema, está acostumbrado.

—Que no te quemes no significa que tu piel no pueda dañarse, esto es horrible. Hay que avisarle.

Se fue a levantar y la frené por el brazo. Sabía que Cecilia tenía buena intención, pero me parecía demasiado bochornoso que le interrumpiera la sesión de nado para lo de la crema.

—Cuando acabe de nadar. ¿Otra partida?

Mi amiga se resignó y continuamos jugando a las cartas con Paco y mi primo. Lo extraño es que no se me quitó de la cabeza Víctor y su falta de crema. Cecilia me tenía bien concienciada y no pude evitar pensar en todos los rayos ultravioletas acumulados en su piel. «Si hace falta, yo le pondré la crema de sol». Reflexioné sobre toda la crema que necesitaría, siendo tan alto y de espalda ancha. Me imaginé poniéndosela.

—Necesito bañarme —me levanté de repente. Estaba desvariando con el chico de la fruta y me vendría bien refrescarme.

—Sí, por favor, ¡estoy acalorada! —exclamó Jimena y se abanicó el escote con las cartas—. ¿Vienes, Nathan?

—Vale.

—Yo también voy —se incluyó Paco, que al pobre nadie le había preguntado.

—Yo me quedo en la sombra, y así guardo las cosas —dijo Cecilia.

Jimena me agarró del brazo y me lo apretó con emoción. Se notaba que se lo estaba pasando bien. Anduvimos un poco más rápido que los chicos y aprovechó para cotillear.

—Supongo que te pides al de los tomates.

—Yo no me pido nada.

—Que te he visto los ojos, que casi se te cae la braguita del bikini cuando lo has visto.

—¿A ti quién te gusta? —Lo mejor era cambiar de tema.

—Tu primo. Bueno, el pelirrojo no está mal tampoco, el que está estudiando medicina. Es algo respetable y siempre me puede hacer el boca a boca. Y el tuyo tiene un buen apretón, pero tranquila, que te lo dejo.

—Poco más y te pides a todos.

—El de la perilla se lo puede quedar Ceci.

Le di un empujón reprobatorio a mi amiga. A veces era tan snob.

—Ella se quedará con quien quiera.

Llegamos al borde de la piscina, donde Nathan y Paco nos alcanzaron.

—Hay que ducharse primero, si no queréis que la socorrista os eche la bronca —dijo Paco saludando a esta con la mano.

Le hicimos caso y encendimos el agua de la ducha. Estaba helada. Jimena y yo gritamos al entrar en contacto con esta.

—¿La traen recién descongelada? —gritó mi amiga.

—¡Está horrible! —corroboré.

Entre risas y gritos conseguimos mojarnos los suficiente para que la socorrista nos diese el visto bueno. Nos acercamos de nuevo al borde de la piscina. Metí un pie de forma cauta. Después del susto de la ducha no estaba tan mal. Entonces noté unas frías manos en la espalda y, antes de que pudiese reaccionar, estaba cayendo al agua. «¿Quién me ha empujado? Como haya sido mi primo se entera». Aunque una parte de mí sonrió y esperó que hubiese sido él. Eso haría que nuestra amistad se empezara a recuperar. Salí del agua y escruté a los posibles culpables.

Nathan y Paco subieron las manos al instante y negaron con la cabeza. Jimena estaba partida de risa y agitaba una mano con su mejor gesto de «¡Qué fuerte, tía!». Fue ella la que señaló hacia atrás. Miré la hierba y vi al culpable. Víctor andaba con seguridad hacia las toallas.

—¡Eh, tú!

Se giró y me sonrió con gesto orgulloso. «Menudo idiota», sentí que ardía a pesar de estar dentro del agua. No se iba a salvar. Salí del agua mientras Jimena y los demás se metían. El pelirrojo, Iván, nadó desde el carril hasta ellos y entablaron conversación. Yo no podía oír nada, estaba llena de furia. «¿Por qué había tenido que empujarme?».

Anduve resuelta hasta él, que se secaba con una toalla demasiado pequeña para su tamaño. Cecilia estaba tan incómoda que se había levantado. Se mordía el labio. Sabía lo que pasaba por su cabeza. «Seguro que quiere preguntarle lo de la crema». Cruzamos una mirada y entendió que no era el momento. Le hice un gesto con la cabeza y recé porque nuestra telepatía siguiese funcionando: «Ni se te ocurra dejarme sola con este», le advertí con mi rostro.

—Me voy a dar un baño rápido —dijo Cecilia y se escabulló de la situación. «Cobarde».

Víctor se secaba el pelo con vigor y me ignoraba a propósito. Pensé en cómo podía vengarme. Él ya estaba mojado así que no serviría de nada echarlo a la piscina y, siendo sinceros, yo no podía arrastrarlo hasta el agua. «Piensa, piensa». Me irritaba que no me hiciese caso así que le di un pequeño empujón para llamar su atención. Su piel estaba fría después de tanto tiempo en el agua.

—¡Eh! ¿Se puede saber por qué me has empujado a la piscina? ¿Qué tienes, doce años?

Él negó con la cabeza como si no pudiese creerse lo que le decía.

—Eras tú la que estaba montando un espectáculo.

—¿Yo? —pregunté cabreada—. Yo no estaba haciendo nada.

—Desde debajo del agua se te oía gritar. ¿No puedes ducharte como una persona normal?

Tenía razón en que Jimena y yo habíamos montado cierto escándalo en las duchas. Opté por restarle importancia.

—Estaba helada.

—Típico de veraneantes —susurró, pero esta vez sí le oí.

—¿Sabes que es de muy mala educación decir frasecitas en bajo? No es la primera vez que lo haces.

—Tú me vas a hablar de educación.

Su gesto pasó de la socarronería al enfado. Se estaba cabreando conmigo. No pude evitar seguir dándole caña.

—Mira, bastante paciencia tengo contigo cada vez que voy a comprar a tu puesto. Que parece que todo te molesta, incluso el aire que respiro.

—Pues sí. —Él dio un paso hacia delante—. Eres molesta de narices, ¿no te has dado cuenta? Por supuesto que no, porque eres la típica niña egoísta.

—Que tengo dieciocho, no soy ninguna niña. ¿Y querrías dejar de juzgarme por un segundo?

Me miró con mala leche y puso su toalla al sol. Se sentó en ella y se esforzó en ignorarme. Era un día demasiado caluroso como para estar sin crema. Saqué la mía de mi mochila y se la tiré a las piernas.

—¡Y ponte crema! ¡Que te vas a quemar!

Me giré digna sin esperar respuesta y me volví hacia el agua. Antes de poner un pie en ella un silbido me frenó. Era el silbato de la socorrista que me hacía señas hacia la ducha.

—¡Si me acabo de duchar!

Ella se encogió de hombros. «Maldita socorrista». Fui hacia la ducha y la abrí. Estaba tan helada como minutos antes y se me escapó un pequeño gritito. Me metí de lleno, mirando desafiante hacia la toalla de Víctor, sin soltar un solo quejido más. «¿Ves, idiota? Yo también sé ducharme». Agradecí a todas las deidades posibles cuando el chorro de agua se acabó y anduve recta hacia la piscina, comprobando que no había perdido ninguna extremidad por congelación.

Allí estaban mi primo, mis amigas, Paco e Iván. Se salpicaban entre ellos. Definitivamente habíamos regresado todos a los doce años. No me apetecía bañarme después de la discusión con el idiota de la fruta, pero volver a la toalla no era una opción así que me metí en la piscina.

Para cuando salimos del agua, Víctor se despidió hasta la noche. Ni memiró. El resto de la tarde transcurrió con toda la normalidad que podía tenerun grupo de personas que se acababan de conocer. Las flechas de Cupido iban endirecciones erráticas y nos reíamos ante cualquier tontería. Todos nos pusimosbien de crema, y Jimena aprovechó para echarle en la espalda a todo el mundo.


✻ ✻ ✻ ✻

¿Qué os ha parecido el impulso de Víctor de tirarla a la piscina?

¿Os soléis poner crema de sol? Que si no os mando a Cecilia.


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