Capítulo 25

Aitana

Cuando vi que Víctor me seguía corriendo por la cuesta, supe que me iba a dar alcance. Entonces vi que Ángela iba detrás de él. La misma que me atendió el día de mi caída. La misma que luego me pilló en la fiesta y me dijo que Víctor era su ex y había venido para recuperarlo.

Ella lo frenó. Yo me detuve y me metí en la primera calle que vi. La primera intención era esconderme ahí, así Víctor pasaría de largo corriendo. Enseguida empezaron a hablar y pude oír toda la conversación entre ellos. Toda.

Solo me quedé con una cosa: «Estoy enamorado de otra persona», y mi nombre mencionado un segundo después. Apenas pude enterarme del resto de lo nerviosa que estaba. Verlos en la pista de baile conectando sus miradas me había destrozado. Ella andaba con tal seguridad hacia él que me sentí pequeña a su lado. Recuerdo pensar: «¿Quién la podría rechazar?».

—Adiós, Ángela —escuché. Después unas pisadas fuertes. Víctor volvía a correr.

Cuando pasó al lado del callejón, lo llamé en un impulso. Él se giró, confuso por encontrarme allí escondida. Quise decirle tantas cosas. Que me había hecho daño, que si la prefería a ella, la eligiese. Pero si cabía la posibilidad de que estuviese de verdad enamorado de mí, que me besase y no me soltase hasta que el rocío de la mañana nos empapase.

En vez de eso, le solté una puya.

—¿Tú vas a todos los sitios corriendo?

—¿Qué? —Su respiración era agitada.

—Que si vas corriendo a todas partes —sonreí nerviosa. «Hay que ser idiota, entre todas las cosas que podrías decirle, se te ocurre esa».

Víctor sonrió al ver mi sonrisa, aunque sus ojos seguían preocupados.

—Muchas veces, sí. Mis amigos dicen que es raro, pero a mí me parece de lo más natural. ¿Qué hace uno si no cuando está nervioso?

—¿Comerse un helado? —intenté bromear, pero la risa que me salió era ahogada.

Se acercó a mí, restregándose las manos contra la camisa blanca. Se le notaba muy nervioso.

—Aitana, ¿me dejas explicarte?

—Lo he oído todo. —Se quedó quieto. Supuse que estaba repasando la conversación en su cabeza. Se tensó. Debió haber recordado lo dicho. Decidí ir a por todas—. Solo necesito saber de quién estás enamorado.

Él se llevó la mano el pelo y se lo revolvió.

—Aitana...

—Venga, dime.

—Pues de una chica.

—Ah, ¿sí? ¿Y quién es?

—Me estás haciendo sufrir...

—No debe ser tan difícil.

De repente, su actitud cambió. Pasó de parecer azorado a observarme con una sonrisa desafiante.

—No la conoces. Es una petarda que entra con la bici hasta el mercado.

—Debe de ser muy lista, porque así no se la roban.

—Igual alguien debería regalarle una cadena para la bici y enseñarle dónde se ata.

—Estoy seguro de que ella sola se la puede comprar.

—Probablemente.

—Por cierto, quizás deberías dejarle más camisetas tuyas a esa chica que dices, porque creo que se ha hecho fan de ellas. Son muy cómodas.

—O tal vez deba quitársela...

Me agarró por la cintura con el mismo ímpetu que el primer día y me besó con necesidad. Me cogió de las caderas y me impulsó hasta que quedé encima de él. Enlacé mis piernas y pasé el brazo de la escayola hacia su espalda y con el otro me agarré a su cuello. Por fin quedábamos a la misma altura. Le devoré el cuello mientras sus manos volvían a recorrer mi piel. Era adictivo. Me froté contra él de forma inconsciente. De nuevo, solo existíamos él y yo. Solo que no era cierto.

—Ya no queda decencia —dijo una señora.

—Déjalos, son jóvenes —respondió un señor.

Víctor carraspeó y me bajó. Lo vi más avergonzado que nunca.

—Buenas noches, señor y señora Márquez.

—Buenas noches —le respondieron muy dignos.

Yo me quedé agazapada, medio escondida detrás de Víctor. Hablaron de cosas del pueblo sin importancia y después de marcharon. Cuando nos dejaron solos, nos empezamos a reír a carcajadas.

—A ver ahora con qué cara les vendo yo nada —dijo Víctor.

—Pues con la misma —lo besé divertida—. Que ellos tampoco son unos angelitos. ¿Qué hacen unos señores de esa edad a estas horas de la madrugada?

—Ya sabes que Villa del Valle tiene mucha vida. Igual les hemos quitado el sitio —bromeó.

¡Agh! ¡Qué dices!

—Oye, que los abuelos tienen tanto derecho a magrearse como cualquier otro —dijo con repentino tono serio.

Lo miré y lo volví a besar.

—¿Me acompañas a casa?

—Claro.

Emprendimos la cuesta de nuevo, dados de la mano y sonriendo a más no poder. Saqué el móvil y lo acerqué a mi boca.

Son las 2:10 de la madrugada. Me acompaña Víctor, mi novio. Está de un bueno que echa pa' tras.

Víctor tiró de mi mano.

—¡Pero no digas esas cosas en algo «oficial»!

—Que es broma, que no estoy grabando.

—¿Y quién dices que es tu novio entonces? —me picó.

—Nada, un chico que conocí por ahí. No lo conoces.

—Ah, ¿no? —Víctor soltó una buena carcajada.

—Es un tipo así un poco chulo, que cobra mucho por sus tomates.

—Seguro que merecen la pena.

—La merecen —dije frenándole para darle un beso.

Tardamos una hora en llegar a casa porque no hacíamos más que parar a besarnos. La luz del porche estaba encendida, y alumbraba lo suficiente para ver a las dos personas que había frente a la valla.

—No puede ser, otra vez nos han quitado el sitio. ¡Nathan! —grité.

—¿Qué haces? —me preguntó Víctor.

—Pues saludar a mi primo.

Pero no era él. Al llegar vimos a Paco y Cecilia, que se puso roja al instante.

—¡Hola! —saludó Paco—. ¡He ligado!

—Ya vemos —dijo Víctor.

—Esta Ceci es genial —dijo Paco y la rodeó con el brazo.

Mi amiga murió de vergüenza tres veces seguidas, una por cada vez que abría la boca Paco. Nos despedimos de los chicos y entramos en la casa.

—¡Ceci, cuéntame! —le dije entusiasmada.

—No, cuéntame tú.

Nos pusimos los pijamas y charlamos sentadas en la cama. Me confesó que tenía miedo de lo que pudiese decir Jimena, que pensase que era demasiado «de pueblo» para ella.

—Ceci, lo que piensen los demás da igual. Tienes que ver si es bueno para ti, nada más.

—Ya... pero la gente habla mucho, más en nuestro mundo. Es poco más que lo mismo que liarte con el de la limpieza. ¿Te acuerdas todo lo que se habló de la madre de Victoria, cuando se divorció y se re-casó con el que le limpiaba la piscina?

—Cierto. Y estoy segura que nosotras fuimos muy injustas comentando eso. No teníamos ningún derecho. Te gusta quien te gusta, nada más.

Escuchamos un portazo y varios pasos subiendo corriendo por las escaleras. Jimena entró como un huracán. Me señaló con el dedo a modo de acusación.

—¡Tu primo! ¡Me ha levantado al ligue!

El mencionado entró en la habitación, seguido de Iván. Qué suerte en momentos como estos que a mis padres les diese igual lo que hiciese o dejase de hacer. Eso sí, ruido no.

—Discutid lo que queráis, pero bajito.

—Vas a flipar cuando lo sepas —me dijo Jimena—. Es que no sé ni por dónde empezar.

—Pretendía decírtelo —dijo Iván—. Pero, por favor, déjanos explicarnos fuera, no queremos que se entere más gente.

—No querrás tú —dijo mi primo, dolido—. Nunca es el momento.

—¡Qué están liados! —gritó Jimena, como si no nos hubiese quedado claro.

—Jime, por favor, más bajo, que hay gente durmiendo.

—Mira, eres amiga de mi prima y siempre te he tratado bien —empezó Nathan—, pero ya vale. No puedes ir gritando a la gente cuando te dé la gana. Y para tu conocimiento, no «estamos liados», llevamos saliendo juntos tres años.

—A distancia —apuntilló Iván.

—¡Para mí es igual de válido! No sé por qué siempre tienes que restarle importancia. Y mucho menos por qué te lanzaste a besarte con esta.

—Ya te lo he dicho... —Iván miró a mi primo con tristeza—. Me asusté mucho al verte aquí. No me lo esperaba y quería demostrar...

—¿Qué? —preguntó Nathan como un cuchillo afilado.

El silencio pesó sobre todos. Me di cuenta de que Cecilia me estaba dando la mano. Le di un apretón, que me devolvió.

—Quería demostrar que no te quiero.

Nathan resopló y sus ojos se humedecieron. Se giró para marcharse, pero Iván se lo impidió.

—Pero me equivocaba.

Cuando se besaron casi grité de la emoción. Hubiese sido un momento muy bonito, si no hubiese sido por Jimena.

—¡Encima se besan delante de mí!

—Jime, por una vez, cállate —le dije muy seria.

—Ya está, lo que me faltaba. Te pones de su parte. Me voy.

—¿Cómo te vas a ir a las tres y pico de la mañana?

—Pues con Dolores.

—¿Vas a despertar a tu chófer ahora? ¡La vas a dar un susto de muerte!

—Lo he decidido, déjame.

Me dio la espalda y sacó su teléfono. Tuve la tentación de quitárselo y gritarle que se comportase como una adulta, que no todo el mundo giraba a su alrededor. No lo hice, casi prefería que se marchase ya. Para cuando quise darme cuenta, Nathan e Iván habían desaparecido. Sonreí.

✻ ✻ ✻ ✻

Paco y Cecilia, sin perilla uno y con el pelo rizado suelto la otra, ¿qué os parece ese momento que han compartido?

¿Y el pollo que ha montado Jimena? ¿Tiene razón?

Nathan e Iván llevaban 3 años saliendo, ¡TRES! Muy fuerte, ¿no?

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top