Capítulo 19
Aitana
Estaba en casa de Víctor mientras él se daba una ducha rápida. Me había dejado una camiseta suya que me quedaba gigante, pero me serviría para no ensuciarme en la tarea que teníamos por delante: recoger hortalizas para la paella. «¿Es entonces esta nuestra primera cita?», pensé recordando que dijimos que iríamos un día a su huerto y otro a hacernos la manicura.
Cuando Víctor me propuso ir a ayudarle no pude decirle que no. En el estado que estaba debía necesitar compañía y, si la única manera en la que se le ocurrió conseguirlo era pedirle a una chica con un brazo escayolado que le ayudase a recoger verduras, así fuera.
Grupo Las gatis.
Jimena ha enviado una foto.
Cecilia: ¡Ya estamos en la piscina!
Jimena: ¿Has visto lo cañones que estamos?
Aitana: Salís guapísimas. ¡Disfrutad! Y recordad que nos vemos en la explanada en dos horas. Y dos horas significan 120 minutos, ni más, ni menos. Eh, Jime.
Jimena: Sí, mami.
Cecilia: ¿Qué tal en el huerto?
Jimena: Eso, eso, el huerto.
Aitana: Todavía no hemos salido. Se está duchando.
Jimena: ¿Quéééé? ¡Pues ve!
Aitana: ...
Jimena: Como mínimo cotillea su casa.
Aitana: Daos un baño por mí y mi escayola.
Cecilia: Lo haremos.
Guardé el móvil y miré a mi alrededor. Por curiosear un poco su casa no pasaría nada. Era de una sola planta y de piedra, con vigas de madera al descubierto. Tenía dos habitaciones, muebles de madera y se respiraba hogar. Miré las fotos familiares y me parecieron extrañísimas. Él de pequeño subido a un árbol y su padre enfadado tratando de que bajase. La madre haciendo un Grand battement, levantando la pierna hacia su cabeza en una postura exquisita de bailarina, pero cubierta de barro junto a un camión. Víctor de pequeño haciéndole burla a una vaca. Me reí y seguí mirando las fotos. Nada tenían que ver con las que había colgadas en mi casa: fotografías tomadas por profesionales en escenarios falsos con sonrisas a la par. Asépticas. Hipócritas. Incluso mis fotos de bebé habían sido preparadas al detalle.
Las fotos de la casa de Víctor eran geniales. Toqué la camiseta que llevaba y pensé en él. «Esta camiseta la ha llevado él». Con algo de dificultad y los dedos que me quedaban libres de la escayola estiré la parte de abajo de la camiseta y me hice un nudo a un lateral. Así me quedaba mejor. Después cogí el cuello de la camiseta y la olí. Reconocí el olor enseguida, algún tipo de jabón natural. Por alguna razón, me imaginé a Víctor (sin camiseta), lavando su ropa en un río contra las piedras.
—¿Qué haces?
Pegué un salto digno de las olimpiadas.
—¡Me has asustado!
Él se secaba el pelo con una toalla con fuerza y me miraba divertido. «Por favor, no me preguntes nada», pensé y le rogué con la mirada que no hiciese la incomodísima pregunta de si estaba oliendo la camiseta que me había dejado.
—Esa camiseta te queda mejor a ti que a mí —dijo y fue a la cocina como si no acabase de soltarme algún tipo de piropo—. ¿Quieres agua?
—Sí.
Lo seguí. La cocina de la casa era pequeña, apenas un pasillo con encimera a un lado y una mesa al otro. Víctor se apoyó en la encimera y me observó. No estábamos haciendo nada. Solo beber agua. Y me estaba poniendo nerviosísima. Él llevaba unos pantalones de chándal cortos y negros y una camiseta blanca publicitaria. Como dirían mis amigas, estaba tremendo. Tremendísimo.
—¿En qué piensas? —me preguntó y di otro salto olímpico, esta vez solo interno.
—Eh... en si será muy difícil recolectar.
—Lo más difícil es elegir bien. De lo que cojamos ahora depende que hagamos una paella digna de ganar o no.
Después siguió hablando de cuál era el punto bueno de cada hortaliza y salimos al exterior. Hacía mucho calor. También me explicó que normalmente recogía a primera hora de la mañana o a última, nunca a medio día, pero sus amigos le habían avisado con muy poco tiempo de antelación. Le seguí entre plantas y arbustos. Empecé a alucinar con todo.
—¿Así crecen los tomates? —pregunté mirando una planta alargada y sustentada por un palo.
—¿Cómo pensabas que crecían?
—No sé, nunca me lo había planteado.
Él negó con la cabeza. Debió de tragarse algún comentario sobre lo chica de ciudad que era, lo cuál agradecí, porque seguí asombrándome con todo. Cogimos un poco de todo, ajos, pimientos rojos y verdes, tomate, zanahorias... Ay, cuando cogió las zanahorias. Agachado en el suelo y tirando de esos hierbajos de los que luego salieron las hortalizas. Se agachaba y yo no miraba las zanahorias, lo miraba a él. Lo que se iba a reír Jimena cuando le contase lo sexy que era ver a Víctor recolectar.
—No te quedes parada, cógelas.
Lleve las zanahorias al cesto en el que estábamos poniendo todo. Víctor siguió hablando del huerto y yo lo miraba embobada. «Qué idiota me estoy poniendo».
—¡Listo! Ahora vamos adentro y las lavamos.
Volvimos a la sombra y el fresco de la casa de piedra, que agradecí con un sonoro suspiro.
—¿Tan duro ha sido?
—No es eso, es que he pasado mucho... calor.
Bebimos agua de nuevo y lavamos lo recogido. Yo lo intentaba con la mano que tenía libre, sin demasiado éxito, pero Víctor no me corrigió y me dejó hacer.
—¿Y todo esto va en la paella? —pregunté mirando lo que habíamos recogido.
—No, también hemos cogido lo que vamos a comer. Os haré mi bocata favorito.
—¿Todo de verduras?
—No pongas esa cara, que te va a gustar.
«Y tanto que me va a gustar», pensé, y enseguida «¿Pero qué me pasa? Estoy desatada». La que necesitaba una ducha en ese momento era yo.
—Vamos a cargar la furgoneta y nos vamos.
—Vale.
Sería lo mejor.
✻ ✻ ✻ ✻
¿Sabíais cómo crecen los tomates?
Nunca recoger frutas y hortalizas había sido tan sexy ;)
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