Epílogo
Las risas infantiles de Dante llenaban la casa. Con el pañal, parecía un pato corriendo torpemente, junto a su inexperta psicomotricidad.
—¡Ven aquí, diablillo! Tu bisabuela está cada vez más oxidada —gritó Josefa al niño que corría con los brazos abiertos tratando de equilibrar y huir a la vez, con la carita vuelta hacia su perseguidora, con el peligro de darse un golpe contra algo.
—Dante, cariño, ve con cuidado, por favor.
—Con cuidado, peque... ¡Este crío tiene una energía inagotable!
—Seguro que te recuerda a nosotros —dijo Alfonso, entrando en la estancia con un refrigerio.
—¡Qué va! Tu hermano y tú le cuadriplicabais. Tu abuelo y yo nos preocupábamos de que no os cayerais en la alberca. Tuvo que vallarla. Nos traíais de cabeza. O de que os metierais en recovecos complicados y luego tuviéramos que llamar a los bomberos para sacaros. Erais de armas tomar.
Josefa alcanzó al pequeñuelo que se carcajeó todavía más, cayendo sobre el pañal, sentado—. ¡Ya te tengo!
—Josefa, vaya con cuidado, no se haga daño.
—Lo sé, lo sé, querida.
Alfonso la ayudó a acomodarse en la silla en la que estaba sentada anteriormente.
—Toma, abuela. Estarás sedienta. Está siendo un verano complicado.
—¡Un verano infernal, di más bien!
—Para trabajar sí lo es.
Josefa tocó el brazo de su nieto.
—¿Has considerado la oferta de ese nuevo trabajo que tu padre te ofreció? Ese que le dijeron. Sería el adecuado.
—¿Y abandonar mi entretenida vida de clase media-baja? ¡Ni de coña!
—¡No digas palabrotas! —Le dio en el brazo—. Hablo en serio. Vuestra vida sería mucho más fácil.
—Sí. Claro. En Dublín... Clara tendría que dejar su trabajo aquí.
—Podríamos buscarle trabajo allí.
—Buscarle... ¡Como si buscar trabajo fuera ir a buscar caracoles tras un día lluvioso! No es lo mismo, abuela. No es tan fácil encontrar algo así, y a puñados.
—Ella sabe inglés. —Alzó un poco más la voz como si Clara estuviera realmente sorda—. ¿Verdad que sabes inglés, bonita?
—Tengo plaza fija aquí. No quiero irme. La verdad.
—¿Lo ves abuela? Nos quedamos aquí.
Josefa puso los ojos en blanco.
—Tú y tu cabezonería. ¿Y qué te parece aceptar en el caso de salir de nuevo una oportunidad en el banco en el que trabaja tu padre?
—Pides imposibles. Y no.
—Entrarías por enchufe. Por lo que no estaría mal.
—Ya... ya. Los empleados me odiarían por enchufado.
—¡No digas burradas! Yo solo quiero que mi nieto esté adecuadamente colocado en su vida para morirme tranquila.
—No hables de la muerte, por favor. Prefiero no hablar del día que te vayas —la regaño, porque así era. Hablar de ello le causaba una oleada de inmensa tristeza. Por muy enfadado que estuviera con ella últimamente por conspirar contra él, junto a sus padres, también era cierto que fue quien lo animó a decidirse por Clara. De no haberlo hecho, probablemente, aún se lo estaría pensando.
—¡No voy a durar eternamente!
—El tiempo que te quede, prefiero no tener la visión de la pérdida. Prefiero disfrutarlo sin pensar en ello. Así que deja de regodearte en tu esquela.
—¡Ay, niño insolente!
Dante dio un gritito llamando la atención de su bisabuela.
—¿Quieres agua, cariño? —Él alargó los bracitos hacia el biberón de agua que había sobre la mesa, confirmándolo—. Ya te la doy, pequeñín.
—Yo se lo doy, Josefa. Quédese sentada, tranquila.
—¡No me martirices! Aún no estoy inútil —regañó como solía hacer si se le quitaban tareas para su bienestar. Alcanzó el biberón de agua de la mesa y se lo sujetó para que el niño bebiera—. Este chiquillo está muy espabilado.
—¡Y muy mimado! —acomilló Alfonso frunciendo el ceño—. Entre los abuelos, la bisabuela, y los tíos...
—Mateo es un exagerado. ¿Has podido meter en algún sitio el todoterreno a batería que te trajo del extranjero?
—Ocupa buena parte de su habitación y nos vamos tropezando con él. Pero le servirá cuando tenga un par de años más.
—Un par... un par. No sé en qué está pensando el chaval.
—En malcriar a su sobrino, abuela. Y no te preocupes. Le regaló muchas cosas más para su edad que, entre él y la hermana de Clara, me parece que les voy a pedir que alquilen un trastero enorme para colocar todo. O terminaremos saliendo por pies del piso.
—Te dije que aceptaras el que querían comprarte tus padres.
—Abuela, quiero ganármelo yo. Y no deber nada. Que les conozco.
—¡Acepta, al menos, el trabajo en el banco! Tu padre ya te ha pedido plaza. Podría ser en cualquiera de aquellos importantes de la ciudad. Ya sabes que él es cabezón para conseguírtelo.
—Abuela...
—¡Ni abuela, ni abuela! —gruñó—. Este niño necesita un buen chorro de dinero para su crianza. Y todavía estás pagando este pisito. Así que...
—Veré qué hago. ¡Pero deja de organizarme la vida! Eso me agobia.
Ella asintió, sonriendo complacida por esa pequeña futura esperanza.
—Dublín te iría fantástico.
Alfonso frunció los labios.
—¡Y dale con colocarme en algún sitio! ¡Ya te he dicho que me pensaré lo del banco! Además, a ver si me aclaro. Primero os quejáis de que Mateo se va muy lejos a estudiar. Y ahora me quieres mandar lejos a mí.
—Porque tengo buenas referencias del trabajo que ocuparías.
—Es imposible.
—Allí tengo una acogedora casa de campo que no se ha vendido. Si eliges ese trabajo podrías viajar hasta allí.
—Una casa en Dublín. Tiene que ser linda —imaginó Clara encendiéndosele el rostro con la emoción.
—¿Lo ves? Ella está de acuerdo.
—No he dicho eso. Pero estaría genial para veranear.
—Bueno, también. Si te gusta la lluvia, la humedad, el fresquillo... A mí me gusta el verde, los paisajes, sus tradiciones... Estoy enamorada de aquellas tierras.
—No es bueno para el reuma, abuela.
—Lo sé. E iba a venderla después de vender la finca. ¡Demasiados bienes! Demasiados pagos acumulados... Pero tu padre se retrasa con ayudarme a tramitarlo.
—Si quieres, te echo un cable. Pero también podrías alquilarla.
—Necesita unas cuantas reparaciones. Quiero invertir el dinero en otras cosas.
—Ya tenemos dinero de sobra, abuela —la regañó imaginando que acabaría dándoselo a sus nietos favoritos.
—¡Qué mentiroso eres!
—En serio, abuela, haz la venta y gástalo en todo lo bueno que quieras hacer antes de morir.
Lo observó con resquemor.
—Y luego me dice que soy la que habla demasiado de la muerte... —gruñó entre bisbiseos, torciendo la boca hacia él, entornando los ojos.
—Te quiero mucho, abuela. Y quiero que lo disfrutes en vida.
—Mateo dice que a villa chaparrón gélido no se acerca ni por todo el dineral del mundo —confesó la anciana rodando los ojos.
Alfonso soltó una carcajada junto a Clara que contagió al pequeño de ella, llenándose de risas la estancia.
—Ese, por no currar, no se acerca ni a la oficina del paro.
—¡Pero qué bruto eres, hijo!
—No. Ahora en serio. Vende la casa y utiliza el dinero para tu bien, abuela.
—Podría viajar. Pero mis huesos ya no están para eso —se quejó, tocándose las lumbares, dolorida.
—Me encantaría ver fotos de esa casita —pidió Clara emocionada—. Tiene que ser preciosa.
—Lo es. Debería de habérosla ofrecido para viaje de novios.
—Claro, claro... con todo medio destartalado y polvoriento... —Alfonso apretó los dientes—. Me gustó mucho más Italia.
—¿Italia? ¿Qué parte? ¿Roma? ¿La Toscana? ¿Alguno de sus preciosos pueblecitos? En mis tiempos sí viajé. Y podría aconsejarte sobre lugares preciosos para visitar.
—Estoy seguro de ello, abuela.
El teléfono de Clara sonó.
—Es Eva —avisó la joven, antes de moverse hacia un lugar más tranquilo para hablar. Dante jugaba sentado en el suelo con una pelotita de trapo. La mordisqueaba de vez en cuando. Alfonso se encargaba de que estuviera bajo seguro.
—¿Qué pasa, Eva?
—¿Cómo lo tienes? Juan y yo nos vamos de camino a la piscina pública a darnos un chapuzón.
—Tengo visita. Edith quiere chapotear un poco en el agua. Tengo que enseñarte el bañador que le he comprado. ¡Es muy mono y le queda divino! El otro le venía pequeño. ¡Menudo estirón ha dado!
—Imagino. Si se parece a Juan, será alta. Oye, lo siento, pero no puedo ir. Tengo visita.
—¿Josefa?
—¿Cómo lo has adivinado?
—Me dijiste que quería visitaros hoy.
—Ay, sí. Ya no me acordaba.
—¿Sigue Alfonso enfurruñado con su madre?
—Deja venir a sus padres de vez en cuando. Pero mi suegra... mi suegra no baja de su pedestal ni a empujones. Por mucho que adore a su nieto.
—Esa mujer es terrible.
—Ya ves. Sin embargo, su marido sigue siendo un hombre flexible. Y se lo agradezco.
—Tu suegra nos dio el té en tu boda. No lo podré olvidar nunca. Nos miraba a todos los que no éramos privilegiados, por encima del hombro. ¡Puñetera ricachona!
—Nada. No hay otra que aguantar lo que llegó en el mismo paquete. Además, ella no me quería para su hijo. Así que...
—Así que has ganado la batalla y que le den.
Hubo una pausa. Acabaron riéndose con la frasecita.
—Además, luego vamos a casa de mis padres a comer. Cristina ha venido a pasar el fin de semana y quiero ver a mi sobrino Anakin.
—Ese niño ha crecido mucho.
—Ya tiene ocho años. Ahora vive enganchado a su pequeña consola de videojuegos...
—... Que le compró su querida tiita, si mal no recuerdo. ¡A ver quién lo consiente más!
—Ambos niños están consentidos.
—Ahora os falta la niña. A ver si tu hermana se anima, que es quien va por delante de ti.
—Sí. Yo todavía estoy criando a Dante. Y entre eso, mi trabajo, organizar para cuando pase el verano... Las profesoras más currantes nunca paramos.
—Imagino.
—Néstor ha tenido una niña. Su esposa Magda parió la semana pasada.
—¡No jodas!
—Nos ha mandado un par de fotos para que veamos a la pequeña.
—¿Y a quién se parece?
—¡No sé! ¡Todos nacen feos y arrugados! Lo sabré con el tiempo. A medida que vaya creciendo.
—Ese tío sigue estando bueno. Si se parece a él, la niña estará cañón.
—La madre de la criatura tampoco es fea.
—Bueno. Eso sí. Pero tú eres más monina que ella.
—¡Anda ya!
Se escuchó un fuerte suspiro al otro lado del teléfono.
—¡Y pensar que Néstor casi fue tuyo!
—No estábamos predestinados.
—Pero casi. Lo tuviste a punto de nieve y lo rechazaste. Así que, fue culpa tuya echarlo a perder.
—No empieces...
—¡Ah, Clarita! Las chicas dicen que te hagas un hueco en la agenda porque queremos quedar todas un día, con nuestros críos, a tomar algo y charlar.
—¡Eso estaría bien! Podríamos dejar a los chiquillos con nuestros maridos —sugirió Clara, con una risilla mordaz que se oyó desde el otro lado, con nitidez.
—¡Mira, pues sí! Que se los lleven ellos al parque, o que se queden jugando con ellos, y nosotras a desconectar.
—Eso los más pequeños. A los más mayores les va otras cosas.
—¡Ya se lo apañarían!
—Imagino. Vale, tengo que colgar. Vamos a llevar a Josefa a casa de los padres de Alfonso, e irnos a casa de mis padres.
—Muy bien. Saluda a tu familia de mi parte.
—Lo haré. Gracias.
—Chao.
—Adiós, preciosa. Dale un beso muy fuerte a Edith.
—Eso está hecho.
Regresó a la estancia donde había dejado a la visita.
—La acompañamos a casa.
—No hace falta, preciosa. Vienen a recogerme.
—Mi padre viene de camino. Le he dicho que teníamos que ir a tu casa a comer.
—Dile que suba y vea a Dante. No se va a quedar sin verlo.
—Viene con mi madre.
Al escuchar que venía con Teresa, el estómago se le revolvió. No podía con esa mujer.
—De igual modo, bajas al crío, y que lo vean —sugirió esta vez, quedándose al margen de acompañarle y, de ese modo, evitar a Teresa. Josefa suspiró de mala gana. Preferiría que hubiera mayor armonía entre ellas.
—Pues nada. Ya me voy despidiendo. —Josefa se acercó a Clara para darle un abrazo y un beso—. Cuídate, preciosa.
—Igualmente. Nos volvemos a ver cuando quiera.
—Claro —asintió la anciana. Josefa se dirigió a su nieto—. ¡Venga, mozalbete, mira a ver si tu padre ya está llegando! Llámalo.
—Ya voy, abuela.
Alfonso le dio un momento al pequeño a su esposa para llamar. Josefa se quedó embelesada con el pequeño.
—¡Eres un ángel, precioso! Mira que lo habéis hecho a conciencia —los felicitó, aunque solo fuese Clara quien ahora conversaba con ella.
—Tenemos muy buena genética.
—No hace falta que lo jures.
—Alfonso me ha dicho que quiere llevarle flores a su marido. Avísenos y la llevamos nosotros.
Ella negó.
—No quiero que Dante entre en lugares tan gélidos y tristes como estos. Se lo diré a mi hijo. —Le tocó el brazo—. Pero gracias por ofrecerte.
—Sabe que no me molesta ayudarla.
Dante movió los bracitos llamando la atención de su bisabuela.
—¡Ah, diablillo! Quieres que te coja en brazos. Pero tu bisabuela no puede. Necesito una mano para el bastón, y, con la otra sola, no soy capaz de sostenerte.
El niño emitió un balbuceo gracioso, sonriendo.
—Este niño ha traído mucha alegría a la familia. Es una bendición.
—Los niños traen mucha alegría.
—Vale, abuela, vamos bajando. Papá está casi abajo —fue diciendo Alfonso, acercándose a Clara para coger a Dante y llevárselo.
—Saluda a tus padres, igualmente —pidió Clara.
—Preguntarán por qué no has querido bajar a verlos. —Ella puso una mueca enfurruñada y de súplica—. De acuerdo. Se lo diré.
—Muy bien, preciosa. Nos vemos.
—Claro que sí, Josefa.
No era de tutearla por educación. Pero cuando empezó a llamarla «señora Josefa», ella le pidió que fuera más cercana, por deseo propio. De ahí, el tuteo, a petición de la anciana.
Salieron del piso y regresó el silencio. Clara puso los brazos en jarra observando a su alrededor. Tenía que darse prisa, recoger los juguetes de Dante, terminar de guardar las cosas necesarias en la bolsa que iba a llevarse a casa de sus padres: pañales, crema hidratante para cambio del pañal y un largo etc. Una risilla boba se asomó a sus comisuras recordando la llamada de Eva, cuando hablaron sobre tiempos pasados y el amor. Le vino a la cabeza cómo conoció a Alfonso. El mote que le puso. Aquellas Navidades que mintieron más que respiraron, y lo exitoso que fue el hacerlo. El «casi» romance con Néstor. La borrachera que la llevó a su casa, y en la que casi lo hicieron. ¡Incluso estando borracha le fue imposible olvidar a Alfonso! «El chispas». Se rio al recordar el mote. Y se sonrojó al recordar que él se enteró de que así lo llamaba. Bueno. Al fin y al cabo tampoco le desagradó. O, de lo contrario, no estaría ahora con ella. Suspiró pesadamente sintiendo melancolía.
—Vale, preciosa. O te mueves y dejas a la mente quieta, o terminarás llorando como una magdalena echando de menos tiempos pasados —se regañó, por lo bajo, comenzando a moverse. Total, al fin y al cabo, la felicidad terminó por alcanzarla, dejando de lado los locos con látigo, los tarados pasajeros, y los disgustos por pensar que nunca terminaría viviendo una historia de amor tan intensa como la de ahora. «Cada cazuela tiene su tapadera». Bueno, el dicho que decía su abuela Constanza, no en todo el mundo termina surtiendo efecto. Gracias al cielo, en ella, sí lo hizo.
https://youtu.be/AObGRZEDZMQ
NOTA DE LA ESCRITORA:
A ti, gracias por leerme. Con los estudios, mi madre, entre hospitales, sin apenas tiempo para escribir adecuadamente y centrada, más el estrés diario, he tenido varios errores en la historia que he intentado subsanar. Aunque no sé si me habré dejado alguno. He intentado escribir la historia pronto antes de que se me olvidase. Y han sido protagonistas especiales, a los que, hoy escribiendo el epílogo, me ha entrado la tristeza de tener que dejar atrás al cerrar la historia. Gracias por leer, por haberlos amado, por aguantar, incluso mis fallos por ir tan acelerada. por estar ahí y seguirme a través de mis historias. Gracias por vuestros votos, lecturas. Gracias a Indi porque es la que me da toques cuando algo no cuadra, o necesito que me echen un cable. Gracias, gracias por todo. Y hasta la próxima historia.
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