2.

Había un jaleo inmenso en el salón. Variedad de atuendos, más cantidad de niños vestidos de pastorcillos, que del resto de personajes, los que iban de corderos, de los típicos trajes de la época de la historia, los tres Reyes Magos, los componentes del típico nacimiento... La niña vestida de Virgen María se arremangaba los faldones para no tropezarse y caerse de bruces. San José hacía el gesto amenazante de darle con el cayado a un par de niños que tenía al lado. Otro niño zarandeaba de un pie el muñeco que recrearía al niño Jesús: uno de esos bebés reborn que había cedido temporalmente Tania Santamaría, otra profesora del colegio. Había escogido el más asequible de su colección, por si no pasaba de aquel día, por entre tantas manos.

    Pedro apareció vestido correctamente, solo que iba armado de un arco con flechas de caucho blando, con puntas de plástico, con el logotipo publicitario de Avengers en un lateral. Clara frunció el ceño en cuanto lo vio aparecer, señalando hacia el extraño objeto.

    —Eso no puedes traerlo a clase.

    —¿Por qué no? —rebatió él.

    —Hoy no es el día marcado en nuestro calendario de enseñar los juguetes que os dejaron los Reyes Magos. Y dudo que hagas algo bueno con eso entre tus manos.

    Tenían la plena atención de la mayoría de los presentes, con la discusión, y el interesante objeto.

    —Quiero vengarme de Gaspar por no traerme el año pasado, el regalo que le pedí.

    —El niño que representaba a dicho rey tragó con fuerza.

    —Por favor, Pedro, hemos venido a ensayar. No, a declarar la guerra. Además —señaló hacia el chiquillo—, se trata de tu compañero Andrés.

    —Él ha querido representar al traidor.

    Andrés volvió a tragar con fuerza.

    —Pedro, trae eso para acá —se adelantó Clara, forcejeando con él. El chiquillo no iba a ponérselo tan fácil. No iba a entregarle su bien más preciado tan fácilmente.

    Clara acabó ganando con el consecuente mohín de fastidio del niño.

    —¡No es justo! —Se cruzó él de brazos.

    —Venga. Va. Ponte junto a Rafa —lo señaló. Luego se frotó la sien—. Madre mía, que me va a dar algo.

    —¿Qué te ocurre ahora? —consultó Sofía, profesora de segundo curso, y buena amiga de Clara,

    —Este niño saca lo peor de mí.

    —Piensa que tiene un verdadero caos en su casa. De ahí su tiranía.

    —No es razón para justificarse.

    —Lo sé, Clarita. Y no podemos dejarles pasar nada porque se nos suben a la chepa. Pero, en el fondo, sufren mucho.

    Clara le mostró a Sofía el arco y las flechas.

    —¿Te parece poco lo que se le ocurre al «angelito»?

    Sofía le frotó el brazo en un gesto de solidaridad y compasión.

    —Paciencia, cariño. Estamos cerca de la Navidad, y este pequeño ejército de monstruitos se revoluciona. —Asintió—. Lo importante es que lo hagan lo más chulo posible para que los padres disfruten del arte de sus niños —dijo sonriendo, junto a un guiño.

    —Arte... el arte está sobrevalorado —gruñó.

    Alejandro, el director, se dejó caer por el salón de actos tras pasar por delante de la puerta y escuchar el alboroto. Tras poner un poco de orden y a Pedro en su lugar, continuó con su trabajo.

    —Vale, ahora sí. Por fin podremos empezar con los ensayos —celebró Sofía.

    El decorado había sido preparado con la antelación de días antes. Incluso se había probado la iluminación por si hubiera algún foco fundido. Todo iba perfecto. Todo se encendió perfecto para el inicio del ensayo hasta que la cosa se fundió. Dio un estallido y se fundió. Alejandro regresó a todo correr, preocupado por el estallido, y porque se habían quejado de que habían saltado los plomos y no podían usar nada que usase la electricidad.

    —Muy bien. Llamaré a algún electricista con urgencia. Esto no puede esperar —fue gruñendo entre dientes, saliendo hacia el despacho.

    Pedro lo celebró dando saltitos de alegría. No le gustaba nada tener que realizar la obra, o cualquier cosa relacionada con el colegio. Y, ante todo, se puso a protestar para que Clara le devolviera su juguete.

    —¡De eso nada! Ya hablaremos más tarde con respecto a eso.

    Abrieron las persianas a tope para que entrase la luz solar y, al menos, pudieran ensayar un poco antes de regresar a clase. Y de camino a clase apareció el electricista cargando con sus cachivaches: un tipo joven, con una presencia atlética, similar al de una portada de modelo, a pesar de llevar una ropa de trabajo bastante basta. Todo un adonis. Sofía le dio un codazo a Clara.

    —¡Madre mía!, cómo está —murmuró muy bajito para que los críos no la escuchase. Porque no era adecuado. Ni educado. Son esponjitas peligrosas y moviditas que todo lo absorben. Todo lo aprenden rápido.

    —Tienes marido, ¿recuerdas?

    —Pero tú no —le guiñó el ojo—. Podrías pedirle el teléfono.

    —Estoy trabajando. ¿Recuerdas?

    Aun así, los ojos se le fueron a un cuerpo así de perfecto. Aquellos ojos verdes que quitaban el sentido, aderezado de unos labios carnosos, una barba de pocos días que lo favorecían. Una estructura moldeada por los mismos Dioses. Un carraspeo la despertó de su ensimismamiento.

    —Es hora de ir a clase —la apresuró Alejandro, haciendo un mohín discorde.

    —Oh, claro. Cierto... —balbució ella con la consecuente risita burlona de Sofía, que ya se metía en su aula con sus alumnos.

    Se fijó por ultima vez en un trasero redondeado, imaginándolo sin aquellos trapitos. Sintiendo una espiral de cosquillas en su bajo vientre. ¡Condenada Sofía, había iniciado aquella discordia entre sus pensamientos! Nada de ligues. ¡Se acabó disgustarse! «¿Y un polvo de una noche?» ¡Olvídalo! «¡Pero es que ya no estará a mano!». Otro carraspeo. «Ya me muevo».

    Además, y para más decepción, él siquiera la miró. Seguramente debía de estar comprometido, o casado, o no la encontraba, para nada, interesante. «¡Vaya suerte la mía!». Al menos no te van a torturar con ideas raras en el sexo... «¡Nada de fragelaciones, por favor!».

    Deshizo la conexión «mirada hacia tío buenorro y buen partido para un polvo» y regresó a su obligación. Solo esto le pasaba a ella. Tiraron de la pernera de su pantalón.

   —¿Y mi arco?

    Clara fulminó con la mirada al exigente.

    —Pedro, ya te he dicho lo que hay.

    Una última mirada. Ya no estaba. Alejandro se lo había llevado con él a donde creía que se había iniciado la avería. «¡Demonios!», murmuró mentalmente.


                                                                        ****

    Comprar regalos... Otra cosa que la estresaba era comprar detalles para aquellos que no conocía tan bien como para acertar con sus gustos. Cuando se quedaba a comer en casa de sus padres, los regalos eran típicos y necesarios. Pero a ver, siempre estaba la socorrida agua de colonia, bufanda, guantes, calcetines... porque una no estaba rica, y no era cuestión de comprarles un Iphone de última generación a su padre. No sabría ni cómo usarlo. Ni un vehículo de gama alta a su hermana para que fardase porque, hombre, antes se lo compraría ella si le llegase el salario de sobra hasta las orejas. Nada, mentalmente eran ocurrencias para pasar el rato entre las estanterías de aquella perfumería donde ya se le había acercado varias veces la misma dependienta preguntando de manera sofisticada si necesitaba algo. «Solo estoy mirando». Y ¡Ala! Ya estaba la típica miradita corrosiva con la consecuente acusación mental: «seguro que esta termina por no comprar nada. ¡Capulla! Me quedo sin comisión».

    Entre perfumería, grandes almacenes, y algún que otro bazar chino, consiguió acabar con la lista de posibles regalos para una comida que sería toda una locura. Pero bueno, solo pensar en jugar con su sobrino Anakin que, en el fondo era un amor, pues por eso sí que valía la pena.

    Había empaquetados los regalos, cada cual con el papel de regalo estándar de cada establecimiento. O eso, o tenía que aprovisionarse de varios rollos de papel que luego terminarían por quedarse en el armario hasta el año siguiente haciendo bulto. Había marcado con bolígrafo el nombre de cada uno de aquellos para los que iba el obsequio. Bueno... ¡Pues ni tan mal! Solo que seguía sin ganas de ir a ninguna comida o cena.

    Cargaba con tantos paquetes que ya le dolían los brazos. Se quedó parada mirando hacia el escaparate de ropa para hombre. Su traidor pensamiento regresó al momento del adonis con mono de trabajo. ¡Ese sí que sería un buen regalo para ella! Aunque fuera temporal. Hombre, mejor si fuera por más tiempo. Así, envuelto en un lazo, sin ropa, no le hacía falta —no le hacía falta ninguna de aquellas casuales ropitas—, el festín que se podría dar.

    Alguien se tropezó con ella y la maldijo. Se había parado en mitad de la acera y alguien, con prisas, la había atropellado sin querer, mucho más despistado que ella.

    —¡A ver si te apartas a un lado! Que no eres la dueña de la calle.

    Era un tipo pelirrojo, de complexión media, ojeroso, desgarbado, con cara de perro molesto. Más o menos de su edad.

    —¡Tampoco hace falta que te pongas así! —le gritó ella antes de que se fuera, con aquel haciéndole la peineta como respuesta a su crítica—. ¡Tío borde! —Y era por eso que últimamente se lo pensaba bien antes de dar el paso importante. Si no, mejor algo divertido, corto. Un polvito de una noche y poco más. Con los que se había topado hasta ahora, a ver quién era más borde y «original». ¿Cómo sería el tipo del mono? «¡Y dale! Tú a la tuya, bonita». No se lo podía quitar de la cabeza. La había impactado tanta belleza masculina. «Apariencias. Una bonita estructura, pero no quieras saber cómo es en realidad». «Escarmiento». Esa palabra la taladraba como un martillo neumático hasta reducirla a un cabreo monumental. Bueno, más bien se imaginaba como a Miley Cyrus sobre la enorme bola de demolición, solo que, en vez de cantar lamentándose de sus desgracias en el amor, trataría de hacer diana con todo aquel gilipollas que se le pusiera de por medio. Nada de ser la sumisa que lo aguantase todo. Es mucho mejor «dar pal pelo, a troche y moche».

    Mandó un mensaje a Eva preguntándole si tenía un ratito libre. Porque no quería tragarse el fuego que ascendía por su garganta recordando al causante de la llamarada. Y porque, como buenas amigas, no eran capaces de esperar por demasiado tiempo sin contárselo a la otra, sobre todo cuando la situación se remitía como «urgente».  


Foto de Jeswin Thomas: https://www.pexels.com/es-es/foto/figura-de-jesucristo-1652555/

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