Extra 4: Espíritu que vienes del mar

En un lugar lejano estaba la niña. Ariel no solía ir hasta allá, al otro lado del mundo. En su condición podía atravesar todas las barreras, moverse cuanto y como quisiera. Pero ir hasta allá, al otro lado del océano, no era común. Sobre todo porque hace un tiempo que las brujas pusieron una barrera enorme alrededor del nuevo continente para que los espíritus malvados no pasaran. Claro que eso a ella no la detenía, pero sí le afectaba. Cruzar la barrera siempre la hacía sentir extraña, como si le robara algo de su energía. Por eso ya ni los buenos espíritus se atrevían a entrar. Esa pobre gente puso una barrera para protegerse del peligro y acabaron aislándose del mundo.

Pero ahí estaba la niña, y Ariel tenía que entrar. Muchas niñas la necesitaban en el mundo, y le atormentaba no poder ayudar a todas. A veces simplemente no podía verlas, no tenía idea de donde estaban. Por eso siempre se tomaba largo tiempo en su paso por la tierra, no quería dejar a nadie abandonada.

La mejor forma para contactar a un espíritu protector eran las oraciones, porque quizá no podía verlas a todas, pero sí podía escucharlas. Hace mucho que hicieron una oración para ella. Al principio eran voces distintas, cada quien agregaba una parte, otra entonación, otras palabras. Hasta que se hizo una sola, y no importaba el idioma en que se dijera, Ariel siempre lo entendía. Y siempre acudía a esos llamados. Porque las niñas creían de verdad en ella, y cuando rezaban pidiendo su ayuda lo hacían con fervor. También le dejaban una ofrenda, aunque en realidad ella nunca pidió nada. Le agradecían dejando algún dulce, o chocolate. No sabía ni cómo se dieron cuenta que le gustaban los dulces, pero Ariel siempre se los comía gustosa cuando tomaba forma física.

Y la niña hacía sus propios dulces. Como toda bruja, tenía una habilidad especial para la cocina. Ariel no quería que se esfuerce tanto por ella, pues le ayudaría igual. Aun así se enternecía de solo verla esforzarse para poder preparar galletas dulces. No tenía chocolate, era muy caro y ella no podía pagar eso. Pero usaba frutos rojos del campo y azúcar, al final quedaba muy rico. Y claro que Ariel no iba solo por sus dulces, iba por ella.

Mientras recorría el camino que la llevaría hasta ella, Ariel escuchaba las voces de advertencia. Podía reconocerlas a todas, pues en esa existencia donde todos los que amó en vida mortal estaban juntos, no era difícil sentirlos y escucharlos. Porque aún sin un cuerpo, o sin un alma en algunos casos, todas eran uno con el todo. Hasta ella.

"No siempre podrás venir aquí a por ella", le advirtió Erena.

"Es peligroso que atravieses la barrera de luz, te hará daño", continuó Aurimar.

"Si te sigues arriesgando así me voy a quedar sin mi pequeña", le reprendió Abdel. Pero hasta en su reclamo había dulzura.

"Sé por qué lo haces. Me da miedo, pero lo entiendo. Y sabes que eso solo me hace amarte más", dijo aquella voz. Y Ariel sonrió. Por supuesto que Linet entendía, ella sabía bien lo que era sacrificarse por los demás.

"Ella es como tú, Linet. No quiero que nada le pase", respondió Ariel mientras se acercaba a aquel pueblo.

"Yo sé, amor", respondió Linet. "Pero no olvides que no eres la única que intenta protegerla."

"Ay, Linet. Que no se te olvide a ti que las cosas salen mejor cuando lo haces tú misma. Haz lo que desees, amor mío", dijo otra voz. La de Carine. Ariel no tenía un cuerpo en ese momento, pero se imaginó sonriendo. Mucho había pasado, y aunque ya no era el único amor de Carine,  su afecto no había cambiado.

En esa existencia etérea donde el tiempo no existía, Ariel sabía cosas. Como quienes fueron y serían marcadas por el Dán para ser sus escogidas, o escogidos. Muchos en el plano espiritual lo sabían, porque ellos veían esos hechos. Por eso Linet le dijo que no olvide que no sería la única que se dedicaría a protegerla. Porque siempre había buenos espíritus que vigilaban desde su plano a aquellas futuras escogidas, a veces ni siquiera intervenían en sus vidas. Solo se dedicaban a apartar todo lo malo que quería dañarlas, y no siempre era suficiente. Eso Ariel lo tenía claro, si hace tiempo intentó proteger de muchas maneras a las que años después se hicieron las brujas legendarias y ni así logró salvarlas del dolor.

Por eso no quería equivocarse con la niña. Quería hacerlo bien con ella, aunque le doliera atravesar una barrera. Aún recordaba la primera vez que la llamó. Lo tenía muy presente, pues la pobre lloraba aquella vez. Arrodillada en la tierra y con las manos unidas, así empezó a llamarla. Hace mucho que Ariel no sentía que le oraban con tanto fervor. Por eso acudió de inmediato, y acudiría las veces que sea necesario.


Espíritu, espíritu que vienes del mar

No me dejes nunca a solas llorar.

Espíritu bueno que vienes del mar

Soy una niña que te quiere adorar.

Espíritu hermoso que vienes del mar

Quiero que tus manos bellas me puedan cuidar.

Espíritu puro que vienes del mar

Protege mi alma, no me vayas a desamparar.

Te prometo, espíritu bueno y bello

Que seré una niña buena con todos los demás.

A la Luz del mundo no dejaré de adorar

Porque ella te dio el poder para que me puedas cuidar.

Espíritu bueno que vienes del mar

Consuélame en tus brazos para que pueda soñar.


Así Ariel llegó a ella y secó sus lágrimas. La niña se quedó dormida de tanto llorar, y a su lado dejó una cesta con las galletas que hizo para ella. Tomó forma física y la sacó de ese bosquecillo, la cargó en sus brazos y la llevó a escondidas al pueblo. Pobre niña, tan sola en el mundo. Solo tenía a papá, y felizmente que era un buen hombre. En su vida mortal Abdel le enseñó que no todos los hombres eran buenos, eso Ariel no lo había olvidado. Por eso supo que la niña tenía miedo de unos hombres que la miraban y querían dañarla. Ese día Ariel se encargó de protegerla y ahuyentarlos. Pero no siempre podría espantar a los hombres malos de la vida de la niña. Era más fácil vérselas con un espíritu travieso que quería molestar que con la maldad del ser humano.

Por eso volvió Ariel. Para dejar un tesoro en la cesta de las galletas de la niña. Algo pequeño pero que sería suficiente para que su padre se pueda mudar de ese lugar tan feo y no tuviera que encontrarse con aquellos hombres malvados nunca más. Ariel sabía que se llevaría a la niña a un mejor lugar, y aun así no sería suficiente. No importaba, porque ella se esforzaría siempre, y recogería del mar todos los tesoros que pudiera para salvar a la niña del hambre y la pobreza.

Era de noche cuando Ariel llegó a casa de la niña. Con cuidado cogió las galletas pequeñas que siempre le dejaba, y luego puso en el cesto con cuidado las pepitas de oro que le llevó. Cuando Ariel tomaba forma física se dejaba ver en pocas ocasiones, y la niña nunca la había visto. Quizá era mejor así, no era necesario. Al abrir los ojos sentiría el aroma a mar que su energía siempre dejaba, y encontraría el pequeño tesoro que la salvaría del hambre. Antes de emprender el retorno a Aquaea, Ariel le acarició la mejilla con suavidad.

—Descansa, Aurea —le susurró en el oído y luego le dio un beso en la frente. La niña se removió un poco en sueños.

Partió rápido, porque Aurea no era la única que la necesitaba. Había tantas niñas en el mundo que lloraban a escondidas, tantas que sufrían y a las que nunca podría ayudar. El trabajo no acababa, pero ella tampoco descansaba. Así pasaría su eternidad, dando todo por las demás. Y no le importaba que así sea.



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Holi crayoli, acá pasando la cuarentena corona pero viva que es lo importante XD Ahora traigo 3 extras que votaron en mi grupo de Facebook, todo pedido del pueblo porque a veces me pongo Linet y quiero una democracia xddd

En un rato vengo con más <3


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