9.- Locas ideas de libertad
En cualquier otro mundo
Puedes decir la diferencia
Y dejarlo todo desplegado
En remanentes rotos (*)
Aprovechando que andaba sola y sin nada especial que hacer, Ariel decidió ir a visitar a su abuela. Desde el día en que Aurimar le contó la verdad sobre el origen de esta, estuvo muy intrigada. Su hermana tenía razón, el rey jamás dejaría que nadie supiera que existía un reino llamado Atlantia donde las sirenas podían ser libres.
En realidad, las sirenas de Aquaea creían que ese era el único reino marino organizado. Desde pequeñas les decían que eran el mejor y más grande reino, que las sirenas que estaban fuera de la comunidad eran deshechos que cometieron errores y fueron expulsadas. También decían que habían otras sirenas y tritones fuera, pero al estar solos y no tener reino sus vidas eran de terror. No podían defenderse, no tenían un lugar que los protegiera y que no vivían mucho tiempo. Les decían que eran muy afortunadas de ser parte de Aquaea, un lugar hermoso donde podían vivir siempre protegidas.
Aunque apenas se estaba dando cuenta de las cosas, se podría considerar una afortunada. Muchas de las sirenas de Aquaea morirían sin saber la verdad, pero ella ya lo tenía claro. Era tal como dijo Linet, ellos habían creado un sistema y les habían hecho creer que era lo correcto. Y aunque esa verdad le molestaba mucho, pues era claro que llevaban siglos manipulándolas, Ariel sabía que era un riesgo decir la verdad. Nadie iba a creerle, era ella contra todos. Tenía dos opciones: Enfrentar todo y acabar como Aurimar, o escapar apenas pudiera. Por eso necesitaba hablar con la abuela, aunque no sabía si ella la iba a apoyar.
La abuela Pisimoé de Aquaea, a quién algunos llamaban "reina madre", tenía doscientos ochenta años y era quizá la sirena más anciana del reino. Aparte de su padre, el rey Tritón, tuvo otros hijos e hijas, familia a la que apenas veía. Su hermana le dijo que de joven la abuela intentó escapar muchas veces, pero quizá al tener hijos decidió amarlos y quedarse con ellos. O quizá después de tantos intentos de escape y castigo terminó por resignarse.
Ella vivía sola en lado apartado de Aquaea, donde hacía muchos años un barco naufragó y quedó hundido para siempre. Algunos decían que era tétrico, pero a Ariel le gustaba. Tenía estancias privadas, pasillos, cosas extrañas. Era bonito y de niña se escapaba a veces a jugar por ahí. Cuando llegó encontró a la abuela comiendo unas algas que le habían llevado, y como era de esperarse se quedó muy sorprendida de verla.
—Ariel, qué raro verte por aquí —le dijo la abuela—. No vienes desde que eres una sirena pequeña, antes que tu padre se pusiera más pesado con las reglas.
—Creo que siempre ha sido pesado sobre eso, abuela —le dijo acercándose más. La anciana Pisimoé rió, eso le pareció hasta tierno. Podía ya ser una sirena anciana, pero seguía viéndose linda.
—¿Sabes? Te pareces a mí cuando era joven. Yo también tenía ese cabello rojizo. Ahora ya no se nota. —Ariel asintió mientras miraba su cabello blanco y canoso. Se esforzó en recordarla antes, le parecía que a su mente llegaba la imagen de los pocos cabellos rojos que le quedaron años atrás.
—Quizá somos más parecidas de lo que pensamos, abuela.
—Ya lo creo, me contaron de tu escape.
—¿Y qué piensas de eso?
—¿Qué puedo decirte? Son cosas que pasan tarde o temprano. Estás en una buena edad para luchar por tu libertad, lástima que hayan logrado atraparte. Me hubiera gustado que encontraras mi hogar.
—Aurimar me contó —dijo con timidez, aunque ella parecía saber la razón de su visita.
—Lo sé, de lo contrario jamás hubieras venido.
—Lo siento, abuela, pero es que padre no quería que viniera. Supongo que lo entiendes.
—No tienes que disculparte, sé bien cómo funcionan las cosas en este lugar.
—Abuela, ¿dónde está Atlantia?
—¿En verdad quieres ir allá?
—Me gustaría conocerlo, ver como son. Pero quiero seguir mi propio rumbo, no sé si me entiendes. No quiero ser parte de una comunidad, solo ser yo.
—Todas necesitamos una comunidad para sobrevivir.
—Erena lleva tiempo sola y hasta ahora no ha necesitado de una comunidad.
—Erena tiene tratos con la Bruja del Mar, es diferente —dijo de lo más tranquila, aunque eso la tomó por sorpresa. Siempre pensó que eran solo tonterías que la gente decía, pero la abuela se lo estaba confirmando—. No me mires así, yo no eran tan mayor cuando condenaron a la pobre.
—¿Conociste a Eri? ¿Era amiga tuya?
—Ella nunca tuvo amigas, siempre se cuestionó mucho las cosas. Todas las sirenas de aquí se le hacían insoportables, odiaba escucharlas repetir lo mismo sobre su deber en la comunidad. Pero al menos en mí confió un poco, me contaba algunas cosas. Supongo que era su icono de rebeldía —bromeó la abuela. Ariel asintió, necesitaba más historia, le había picado la curiosidad—. Cuando se negó en público a aceptar un compromiso y a seguir las normas fue expulsada. Antes habló conmigo, ella tenía miedo.
—¿En serio? —Era difícil imaginar a una Erena miedosa, ella era siempre la imagen de la fortaleza. Solo esa vez que estuvo a punto de morir notó su temor, pero antes nada. ¿Cómo se había convertido en lo que era?
—Sí, y es lógico, Ariel. Acá viven hablando de los peligros de estar sola, supongo que una parte de ella lo creía. Me comentó que quizá podría pedir ayuda a la Bruja. Le pedí que no lo hiciera, pero no me escuchó. Hizo un trato con ella, y eso es lo que la mantiene a salvo de alguna forma. Tú has pasado tiempo con ella, supongo que lo habrás visto.
—Eso creo... —Tenía que ser, porque Eri se la pasaba de un lado a otro haciendo favores y nunca decía para qué. Por ejemplo, ¿de dónde sacó el dije que le puso a Abdel? Eso debía de ser cosa de la Bruja.
—La pobre también quería ser libre, pero acabó esclavizándose a sí misma. Lo único que tiene es una ilusión de libertad. Hace lo que le place por los mares, siempre y cuando le cumpla a la bruja. No es muy diferente de aquí.
—Ya entiendo —dijo Ariel con tristeza—. Siento como si no hubiera lugar en el mundo para ser libre de verdad.
—Si lo hay, pequeña. Aunque es algo que no nos pertenece.
—¿A qué te refieres?
—Al cielo de los humanos.
—¿Cielo? ¿Cómo cielo? ¿Lo que está arriba del mar?
—No en realidad. Es el lugar donde los buenos humanos van cuando mueren.
—Creo que ya entiendo. —Recordó una conversación con Abdel sobre eso, cuando les preguntó si las sirenas iban a algún lugar después de morir.
—Tú ya sabes cuál es el ciclo. Las sirenas vivimos trescientos años, y al morir nuestro cuerpo se desintegra para convertirse en espuma de mar. En cambio ellos viven muy poco tiempo. Sesenta o setenta con suerte, puede que más. Pero si han sido buenas personas en vida, al morir su alma va a ese lugar llamado "cielo".
—¿Qué es un alma?
—Es un poco difícil de explicar. Ariel, los humanos tienen dos partes. El cuerpo y el alma. Nadie puede ver el alma, porque es algo que está dentro de ellos, es lo que habita el cuerpo.
—¿Es como alguien invisible dentro de ellos?
—Piensa en una tortuga. Ellas tienen cuerpo dentro del caparazón, ¿verdad? Es más o menos así, el caparazón vendría a ser el cuerpo de los humanos. Cuando mueren esa alma sube al cielo. Nadie puede verla, es como dices, invisible.
—¿Entonces cómo saben que existe?
—Es algo que se sabe, no sé si los humanos tienen forma de probarlo. Las sirenas no tenemos alma, por eso vivimos más y ellos viven menos.
—¿Y qué pasa cuándo van al cielo? ¿Son libres?
—Sí, Ariel. Las almas de los humanos son inmortales, jamás mueren. Cuando dejan su cuerpo en la tierra, las almas van al cielo. Dicen que es un lugar maravilloso y feliz, que puedes hacer lo que tú quieras y jamás nadie te juzgará.
—Eso suena muy bien. Pero, ¿por qué los humanos tienen alma y nosotras no?
—Así fuimos creadas. Los humanos tienen una vida limitada, a veces sufren mucho. Pero como recompensa les dan el cielo, ahí pueden vivir por siempre y ser felices.
—Pero nosotras también merecemos ser felices, abuela. ¿O acaso no sufrimos? Vivimos en un lugar en el que no podemos decidir y tenemos que ser propiedad de otros. No somos libres y sufrimos, también merecemos un cielo para ser libres.
—Yo no me cuestiono esas cosas, Ariel. Así fuimos creadas, así moriremos. Podemos cambiar muchas cosas aquí en el mar, incluso iniciar una revolución. Pero jamás podremos cambiar lo que somos, es nuestra naturaleza.
—No es justo —se dijo algo molesta.
¿Por qué los humanos tenían el derecho a un cielo? ¿Qué de especial tenían ellos? ¿Acaso las sirenas eran inferiores y no merecían una recompensa después de la muerte? La abuela dijo que era porque ellas vivían más tiempo, ¿pero de verdad vivían? Ahí encerradas sin poder decidir qué iban a hacer ni planear su futuro. Eso no era vida.
—Quizá no lo sea, pero así son las cosas —le dijo resignada la abuela—. Dime algo, querida, ¿aún piensas escaparte?
—Pues claro, dentro de poco padre dirá que ya me tengo que unir con el imbécil de Kadal y eso sí que no lo acepto.
—¿Te refieres al tritón capitán de la guardia?
—Sí, ese mismo. —La abuela volvió a reír como hace un rato. Ariel sonrió y se relajó, ya fue suficiente con discutir eso de las almas.
—Bueno, los tritones no es que sean los más listos, saben seguir órdenes. Y no quiero que termines como Aurimar, unida a un imbécil que te maltrate. Si puedes escapar, hazlo pronto.
—¿Cómo podría hacerlo? Hay tanta vigilancia. Me tienen en la mira.
—Intenta por el lado oeste.
—Hay un acantilado ahí, está oscuro y es horrible... —dijo algo asustada.
—Si, y por eso mismo nadie pasa por ese lado. Cruza por ahí, no es necesario que lo recorras por completo, solo lo suficiente para salir de la vista de los guardias. Luego ya tomas altura y vas por donde quieres. Nada lo más lejos que puedas de aquí, y si es posible busca Atlantia. Sé que no quieres ser parte de la comunidad, pero al menos tendrás asilo un tiempo. Ahí podrás esconderte.
—Está bien, abuela. Voy a intentarlo, espero que me vaya bien.
—Y yo espero no volver a verte nunca. Huye y no regreses jamás, me hará muy feliz saber que al menos una de mis nietas consiguió la libertad.
—Está bien, abuela. Me iré muy lejos y nadie volverá a encontrarme. Te prometo que no nos volveremos a ver.
Eran extrañas esas promesas, parecían palabras de enemigas que se detestaban, pero en realidad eran los mejores deseos. Ambas se miraron y sonrieron. Antes de irse Ariel le dio un fuerte abrazo. Esa noche no pasaba sin irse de Aquaea.
****************
Ariel actuó normal todo el día. Comió con su familia, saludó al tarado de Kadal, pasó el rato con sus hermanas y nada más. Tenía la misma cara de resignación que mantenía hace días, no quería parecer ni más animada ni más molesta, solo ser la de siempre. Así nadie iba a sospechar de ella.
Una vez más había planeado en silencio el momento y la ruta de escape. Sabía ya la frecuencia de cambio de guardia, sabía qué parte del castillo usar para su atajo, además que siempre se había caracterizado por ser sigilosa y escurridiza. Esa vez iba a tener más cuidado, si la agarraban estaría perdida. Esperó a que sea la hora de dormir para todos, a que no se escuchara ni un solo ruido en su castillo de coral.
El momento llegó. Ariel salió nadando con cuidado por los pasillos, cruzó por la parte trasera y esperó a que se cambiara la guardia. Iba avanzando y se escondía entre las rocas, movía la cola despacio para que no notaran que había alguien nadando por ahí. Se iba a dirigir hacia ese zócalo aterrador que todo el mundo evitaba, pensar en que tendría que pasar buen rato por ahí la asustaba.
Pero era oscuro y tenebroso, nadie la buscaría en ese lugar. Se decía que en el zócalo vivían criaturas marinas deformes que comían carne de sirena. No salían porque la claridad les hacía daño, pero a veces sacaban sus garras y destrozaban a cualquiera que se acercara.
"Oh vamos, no puede ser tan malo", se decía Ariel mientras avanzaba rumbo al zócalo. La abuela jamás habría sugerido que vaya por ese lugar si fuera tan horrible como decían, nadie le desea la muerte a su nieta. Solo le quedaba seguir avanzando y estar preparada para internarse en las sombras.
"Es la única forma, Ariel. Si te quedas aquí le vas a pertenecer a Kadal. Pero si te metes al zócalo al menos morirás intentando ser libre", se dijo para tomar valor. Aunque otras veces se había dicho a sí misma que prefería morir a ser la sirena de Kadal, la verdad era que la idea de la muerte no le gustaba para nada. Morir e ir a ningún lugar, solo desintegrarse como espuma de mar y desaparecer para siempre. "Si fueras humana irías directo a ese cielo, podrías ser libre", se dijo con pena. Claro, si fuera humana. O sea, nunca.
Estaba ya cerca de su objetivo, vio que por ahí cruzaban dos guardias tritones y esperó a que se dieran la vuelta. El último tramo era mortal, no había nada que la ayudara a ocultarse. La única opción era nadar rápido y que nadie la detuviera antes de entrar al zócalo. No estaba prohibido ir ahí, pero sí era peligroso. Si la reconocían antes que llegue harían todo por cogerla, si llegaba antes nadie iba a seguirla. Ya era hora, que pasara lo que tuviera que pasar. Adiós, Aquaea, parte dos.
Ariel nadó tan rápido como su cola lo permitía, los tritones aún seguían dándole la espalda, en cualquier momento se girarían e intentarían detenerla. Tenía la vista fija en el objetivo, aquel zócalo tenebroso le estaba dando la bienvenida. El corazón le latía acelerado, no sabía cómo iba a terminar eso y solo esperaba que no sea con su muerte devorada por alguna abominable criatura del zócalo. ¿O sería peor pasar años de maltrato con Kadel? No importaba, ya estaba por llegar.
—¡Hey! ¡Alto ahí! —Escuchó que gritó un tritón en su cabeza. No se giró, no tenía tiempo para eso. Ellos ya habían empezado a moverse para atraparla, pero Ariel les llevaba la delantera.
Se inclinó cuando llegó al límite y entró en la oscuridad. Una vez abajo se fue hacia un lado. No veía nada, nadaba rápido sin saber en dónde se estaba metiendo y en donde acabaría. Solo paró cuando se sintió cansada, ya no podía más. Apoyó una mano contra la roca y se quedó ahí un momento. Era casi como estar con los ojos cerrados, muy parecido a una noche sin luna en la superficie. Ya podía estar tranquila, se alejó de los guardias y los perdió. Así ellos la hubieran seguido, con toda esa oscuridad jamás podrían encontrarla. "Ni yo sabría cómo salir", se dijo mirando alrededor. Solo sabía que no estaba en la completa nada porque tenía una mano apoyada a la roca, alrededor todo era penumbras.
"Bien, la abuela dijo que nades buen rato y después subas", pensó para intentar calmarse. Así que para no extraviarse en todo ese lugar siguió avanzando cogiéndose de la pared de roca. Pensó que pronto sus ojos se acostumbrarían a la oscuridad y podría andar con más calma, o al menos eso esperaba. Después de buen rato de andar sin novedades, empezó a sentir miedo. O quizá solo lo estaba imaginando, pero estaba segura que alguien o algo la estaba observando. Podía sentirlo, y empezaba a asustarse. ¿Sería un monstruo del zócalo? ¿Un depredador listo para devorarla? Ni siquiera lo vería llegar, cuando se dé cuenta habrían cogido su cola con enormes colmillos y segundos después sería devorada viva.
Empezó a subir, ya no quería estar en ese lugar de terror. Estaba más asustada que antes, peor cuando le pareció ver unos enormes ojos que la observaban. Los ojos se iban haciendo cada vez más grandes, y se acercaban a ella. Pronto supo que no era producto de su imaginación, vio al dueño de los ojos. Parecía un pez, pero era más grande, gigante en realidad. Ella cabía en su boca. Ni siquiera pudo reaccionar, se quedó arrinconada contra la pared de piedra, muerta de terror.
Por un instante pudo ver todo el cuerpo de esa cosa del zócalo, claro que se asustó bastante, pero lo sorprendente fue lo otro. Algo hizo que todo se iluminara, una extraña luz verde. Cuando el monstruo ese sintió la luz tras él huyó en un instante. Ariel no sabía si la habían salvado, o si se venía algo peor. La luz seguía ahí, era intensa además. La sirena se tapó los ojos un instante, esa cosa la iba a dejar ciega. Aún así se esforzó por ver y entender lo que pasaba, entonces cuando volvió a mirar notó que dentro de esa luz había un rostro de mujer. La luz era parte de ella, o al menos eso parecía. Eran como sus cabellos, algunas partes daban forma a una especie de cuerpo. Lo que le quedo fue que eso era una entidad del mar.
¿Y si era una guardiana de la Diosa? ¿O la Diosa misma? Era muy posible, pero sea quien sea esa entidad la había ayudado. Y estaba más cerca, la miraba directo a los ojos, su luz ya no la lastimaba. Aquel ser le sonrió y le tendió la mano. Ariel lo dudó un instante, pero no tenía muchas opciones. Ese ser la había salvado, parecía alguien bueno. Tomó su mano, y segundos después se sintió arrastrada, todo estaba pasando muy rápido.
Acababa de firmar su sentencia.
Di adiós al mundo que pensaste en que vivías
Inclínate, juega en el papel de un solitario, solitario corazón
Di adiós al mundo que pensaste en que vivías (*)
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(*) Any other world - Mika
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#FuertesRevelaciones sobre Erena.
Ahora usemos el HT #PrayForAriel
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