7.- Justicia marina

Ganar o perder,

es una opción que debes aceptar con amor.

Oh sí, me enamoré,

pero ahora me dices que se acabó

y me estoy muriendo (*)

No le gustaba estar peleada con Eri, así que ella misma empezó a buscarla. Estuvo primero en la isla donde siempre se encontraban con Abdel, pero ni siquiera él apareció. Supuso que Erena cambió el lugar del encuentro. Buscó en los alrededores de cada una de las islas de Theodoria, incluso las que estaban habitadas, pero Erena no apareció. Se fue a Aucari, quizá allí podría encontrarla, ella ya le había dicho que habían otras islas, pero que al estar muy cercanas al continente no era muy recomendable visitar.

Buscó en la superficie, y buscó debajo también, pero no encontró nada. No sabía cómo sentirse, ella misma la mandó lejos por meterse en su vida, pero quería encontrarla como sea. Cierto que se excedió, no debió gritarle a Eri. A Ariel no le gustaba que le dijeran cómo hacer las cosas, y menos que le dijeran que era tonta o que no sabía lo que quería, pero Erena solo quería cuidarla. Quizá sentía que ella era en parte su responsabilidad, después de todo la guió fuera de Aquaea y estuvo a su lado en la primera salida a la superficie.

Unos días después de la pelea vio a Abdel acercarse a la isla. Iba en el bote que siempre usaba, desde donde estaba podía escuchar cómo tarareaba una canción. Sin pensarlo más, Ariel nadó lo más rápido posible hacia él. Si alguien sabía dónde estaba Erena, ese era el humano. Y él que estaba tan distraído mientras remaba, apenas la vio salir del mar y hasta terminó dando un salto, haciendo que se tambalee el bote y por poco cayera.

—¡Carajo, Ariel! ¿Cuál es tu problema? ¿Cuál es esa manía de aparecer de la nada?

—Hola, Abdel —le dijo ella sonriendo, hasta le hizo gracia ver su cara de susto—. Te extrañé.

—Ya lo sé, pequeña. Soy inolvidable.

—¿Qué ha pasado? ¿Por qué ya no venías?

—Pues Erena me mandó a buscar algo a los bosques de Theodoria, tenía que ir a hacer tratos con un hechicero Dulrá, así que ya te imaginas.

—¿El bosque es lejos?

—Si, algo. A eso súmale el trato y demás. Pero ya se lo entregué anoche, así que ella debe estar por aquí.

—¿Y qué tanto hacen ustedes, eh? Tratos con hechiceros, objetos, pócimas. No entiendo para qué quiere Eri todo eso.

—Yo tampoco lo sé, ni me importa. Me basta con saber que me puso esta cosa—dijo cogiendo el collar con el dije que tenía, el que no podía sacarse—. Y yo solo obedezco. Hay cosas que es mejor no saber, Ariel.

—Si tú lo dices... —Contestó pensativa. Pero bueno, que ella igual quería saber—. Oye, Abdel, ¿cómo está Erena?

—¿Te refieres a si sigue molesta contigo porque la mandaste a comprar pan duro?

—Emmm... Sí, algo como eso.

—Esa noche discutimos un poco ella y yo. Hablamos sobre ti.

—¿En serio?

—Verás, Ariel. Erena es una sirena muy dominante. Bueno, creo que eso es obvio. Siempre ha sido independiente y siempre ha estado sola. Según me han contado tú vienes haciéndole compañía desde hace unos años, y escapaste de Aquaea con ella. Se siente responsable por ti, sé que tiene un carácter de mierda y a veces te da ganas de agarrarla a cachetadas, pero por algo tiene más de cien años y sabe lo que dice.

—Entonces, ¿tú también crees que me hace daño seguir viendo a Linet? —Le preguntó con tristeza. Sí era cierto todo lo que Abdel decía, Eri era una sirena mayor y sabía de las cosas.

—Creo que tú no tienes claro que cualquier cosa que tengas en mente con esa chica no tiene futuro.

—¡Pero, Abdel! ¡Tú me has dicho que haga cosas con ella! Que la quiera, que me quite lo virgen... No sé, esas "cosas de lesbiana" que dijiste. ¿Por qué ahora dices que está mal? —Preguntó conteniendo las lágrimas. En Abdel había encontrado un aliado, y que de pronto le dijera eso le dolía.

—No, bebé, no he dicho que esté mal. Solo que no tienes claro eso, Erena también se dio cuenta. No hay nada de malo en que la quieras, que vivas tu vida, que disfruten. Tú sabes que te apoyo en eso. Pero ella es humana, Ariel.

—Ya lo sé —dijo de mala gana, estaba harta de que le repitieran lo mismo.

—Lo sabes, pero no lo quieres aceptar. Estás viviendo en una fantasía donde ustedes dos serán felices por siempre, y no es así.

—¡También lo sé y me duele! —Gritó sin poder guardarse las lágrimas. Varias veces lo había pensado, y siempre que eso pasaba por su cabeza sentía que le dolía el pecho. Se apoyó en el bote de Abdel, cruzó los brazos y escondió ahí su cabeza mientras lloraba.

—Ya, pequeña, no te pongas así. Son cosas que pasan, eres joven, ya se te va a pasar —lo escuchó decir para consolarla. Y lo extraño fue que le pareció sentir que le hablaba con la voz quebrada.

—Ariel. —Apenas escuchó esa voz levantó la cabeza. Al girar vio a Erena no muy lejos de ahí, al fin aparecía después de varios días—. Deja de... —Eri no pudo continuar la frase. Ariel nadó rápido hasta ella y la abrazó fuerte.

—¡Perdóname, Eri! No quería gritarte, ¡no me dejes otra vez! —Lloraba como una niña. Y se sentía idiota de paso, se las estuvo dando de fuerte e independiente, pero ahí estaba como bebé llorando abrazada a su amiga.

—No llores así, te hace año —le dijo despacio la sirena. La tomó de las mejillas y le echó algo de agua en el rostro—. Las lágrimas de sirena son muy tristes, Ariel. Pueden conmover a cualquier humano, y no es bonito que lloremos.

—¡Y es ahora cuando lo dices, estúpida! —Gritó Abdel desde su bote. Al girar, Ariel se sorprendió de ver cómo se secaba las lágrimas con rapidez, como si le molestaran—. ¡Creo que no lloro desde que estaba con el pecho de mi madre, y me salen con esto! —Estaba asombrada, su llanto de sirena conmovió el corazón de Abdel y lo hizo llorar también, aún contra su voluntad.

—¿Ves? A esto me refería —le dijo Eri mientras Abdel seguía llorando e intentando calmarse. Notó que Eri sonreía con burla y ella acabó soltando una fuerte risa.

—¡Encima te ríes de mi desgracia!

—Ya no llores, Abdel, yo sé que me quieres —le dijo Ariel.

—Maldita sirena —dijo renegando. Ya había conseguido dejar de llorar, cogió un poco de agua de una cantimplora y se mojó los cabellos y el rostro.

—¿Mejor? —Le preguntó Erena.

—Supongo que si —contestó él.

—Ven, Ariel, tenemos que hablar —dijo Erena refiriéndose a ir bajo el mar, a su ambiente natural. Ella asintió, sabía que tenían que arreglarse para seguir siendo amigas—. Y tú ve a la isla, en un rato voy para allá —le ordenó a Abdel.

—Bien, ahí las espero.

Las sirenas se sumergieron en el agua y nadaron alejándose de la isla. Una vez abajo se sentaron cerca a unas rocas, era hora de conversar como antes. Sin palabras reales, todo por la cabeza. Erena no era de las que sonreían mucho, tampoco era expresiva. Pero aún así Ariel sabía leer sus sentimientos con solo mirarla a los ojos. Cuando estaba triste, o avergonzada, incluso cuando estaba alegre; ella podía notarlo en su mirada. En ese momento parecía algo triste, quizá preocupada.

—¿Cómo has estado? —Le preguntó Erena.

—Bien, creo. Te estuve buscando, pensé que ya no querías volver a verme.

—Estuve ocupada, Ariel. Mi vida no gira alrededor tuyo, aunque no lo creas.

—Lo siento —se disculpó ella—. No quise decirte esas cosas, sé que te preocupas por mí, es solo que no quería sentirme controlada.

—Te entiendo, porque a mí tampoco me gusta sentirme así. Y también me desespera que no me hagan caso cuando sé que tengo la razón.

—Sí, de eso también me había dado cuenta —le dijo y sonrió, Abdel estaba en los cierto en eso de que Erena es una sirena dominante. Si decía que tenía razón, pues tenía razón y no la molesten dándole la contra—. Pero no importa, Eri, así te quiero.

—¿Así? ¿Cómo así?

—Pesada a veces, protectora, terca. Yo soy peor.

—Claro que sí, eres una princesita engreída que cree saber todo de la vida.

—Pero así me quieres también, ¿no? —Le sonrió y se acercó más a ella. Erena trató de huir de su mirada, pero al final terminó sonriendo también.

—Tampoco es que tenga muchas opciones contigo, Ariel. —Las dos sonrieron, al parecer ya estaba todo bien entre ambas. 

Lo mejor que podían hacer era evitar hablar de Linet, en ese tema jamás podrían ponerse de acuerdo. Por un lado Erena insistiría que era mejor que se alejase de la chica, y pues Ariel no tenía la más mínima intención de hacer eso.

Ariel iba a proponer que regresasen a la superficie, pero entonces Erena desvió la mirada a algo detrás de ella. La sonrisa se le borró del rostro al instante, parecía preocupada. No, peor. Asustada. Ariel también se giró y sintió como si todo su cuerpo se paralizara del pánico. La guardia real de Aquaea estaba ahí.

—¡Vámonos! —Gritó Erena y Ariel obedeció de inmediato, empezaron a nadar tan rápido como pudieron hacia el otro lado. 

Moría de miedo, ¿cómo las encontraron? De seguro siguieron a Eri sospechando de ella. Tenían que esconderse y alejarse lo máximo posible. No podía volver a Aquaea, ya no más. Primero muerta antes de que la encierren otra vez en el castillo de coral. Nadaban rápido, pero los tritones iban bastante cerca. Erena llevaba la delantera, se desvió hacia unas rocas y supuso que ahí podrían esconderse.

Antes de que pudieran llegar a ese lugar, tres tritones aparecieron de su escondite y les cerraron el paso. Tras ellas ya estaban los otros miembros de la guardia, entre ellos Kadal, el joven tritón jefe de la guardia. Sabía que su padre quería comprometerla con él, que incluso lo había prometido. Kadal siempre actuaba como si ya le perteneciera, siempre la miraba y le gustaba dejar claro que sería suya y de nadie más. Lo odiaba, por eso haría cualquier cosa para no volver. Ser la propiedad de Kadal no entraba en sus planes, no lo permitiría.

Pero de momento no tenía idea de cómo escapar. Estaban atrapadas, los tritones las rodeaban con sus tridentes. La odiaban seguro, había seguido los pasos de Erena y se había convertido en una desterrada de la comunidad. Y si era así, ¿por qué habían ido por ella? ¿Solo para castigarla? Miró a cada tritón, en especial a Kadal. Pero ellos solo miraban a Erena, tenía la vista fija en ella. La observaban con odio, la despreciaban. Fue entonces que tres tritones fueron con rapidez hasta ella, Erena apenas pudo lanzar un grito cuando ya la tenían cogida de los brazos, el otro tenía su tridente en el cuello de su amiga. Ella dejó de moverse, estaba perdida.

—Erena, la sirena expulsada. Deshecho de nuestra comunidad, mal ejemplo para todas —empezó a decir Kadal—. Has sido acusada de secuestrar a la princesa Ariel de Aquaea, y se te ha hallado culpable.

—¡Eso no es cierto! —Gritó ella desesperada. Miraba cada uno de los rostros de los tritones de la guardia, pero ninguno le prestaba atención. Como si su opinión no importara—. Yo escapé con Erena, quería ir con ella a recorrer los mares. Ella no me ha secuestrado, no digan esas cosas.

—Erena es culpable además de corromper la inocencia de la princesa Ariel. Usando sus malvadas artimañas la ha convencido de salir de Aquaea, poniéndola en contra de su padre el Rey Tritón y de toda su familia. Le ha mentido enseñándole cosas que no son ciertas y que son prohibidas por naturaleza. Libertad de recorrer los mares sin permiso, rechazar una unión para tener hijos, alejarse de las leyes y romperlas...

—¡Cállate! ¡Eres un estúpido! —Le gritó molesta a Kadal. Solo entonces todos giraron a verla, hasta Erena la miró asustada. Pero ya que tenía al fin la atención de todos quizá era mejor hablar—. No sabes lo que hablas, ella es inocente. Y no me importa lo que sea prohibido por naturaleza, es mi vida y yo voy a hacer lo que deseo.

—Usted no puede hacer lo que desee, princesa —le dijo Kadal conteniendo la rabia que se notaba tenía. Apostaba que ninguna sirena jamás se había atrevido a insultarlo—. Usted le pertenece a su padre y al reino. Y dentro de poco será mía.

—¡Eso jamás! ¡Prefiero morir ya mismo que ser tuya aunque sea un instante! —Hubo gritos de sorpresa entre la guardia, estaban escandalizados con sus declaraciones.

—Ariel, basta. Estás empeorando las cosas para ti —le pidió Erena. Y quizá tenía razón, pero es que no podía quedarse callada cuando decían cosas tan horribles de su amiga, menos cuando ese idiota iba diciendo que ella era suya.

—Ustedes lo han visto —dijo Kadal a todos—, como la corrupción ha entrado en la inocente de Ariel. Si no fuera por ese desperdicio —dijo señalando a Erena— nada de esto hubiera pasado. Por eso estamos aquí, para devolver a la princesa a Aquaea y que sus hermanas la eduquen lejos de la mala influencia. En cuanto a Erena... —Kadal miró a su amiga. Hasta el momento apenas lo había hecho, y la observó con asco. Lo odió en ese momento, ¿cómo se atrevía? Nadie tenía derecho a tratar mal a su Eri—. Tú, inmundicia, eres una abominación. Por eso, en nombre de la justicia marina del Rey Tritón, te sentencio a morir a golpes.

—¡No! —Gritó ella desesperada. Intentó nadar hasta Erena, pero un tritón la retuvo cogiéndola del brazo—. ¡No lo hagas, Kadal! ¡Por favor! Volveré a Aquaea sin protestar, ¡pero no la mates por favor! —Rogaba. Entonces, ¿escogía volver a Aquaea? ¿Dejar atrás todos tus sueños de libertad a cambio de salvar a Eri? Sí, y mil veces sí.

—Mátenla ahora —ordenó Kadal. Ariel gritó, pero ya no podía hacer nada. Miró a los ojos de Erena y los vio tristes como nunca. Era su maldita culpa, si no hubiera insistido en escapar con ella, Eri seguiría libre y feliz como siempre. La había condenado.

Los tritones que la cogían de los brazos la arrojaron con fuerza contra una roca, otro la cogió de la cola y con todas sus fuerzas la golpeó contra la base. Otros más se acercaron y empezaron a darle golpes con el tridente en todo el cuerpo. Más rápido y benevolente hubiese sido que la mataran de un solo golpe clavándole el tridente, pero ese miserable de Kadal quería verla sufrir. Ariel gritaba, se desesperó y forcejeó con tanta fuerza que logró soltarse. Sabía que a ella no podían maltratarla porque era de la realeza, así que tenía que aprovecharse de eso. Ellos seguían golpeando a Eri, en cualquier momento la matarían.

Desesperada, Ariel miró a los lados en busca de una solución. Lo vio entonces, uno de los tritones que estaba a su lado tenía una especie de cinta entre su cuerpo humano y la cola. De ahí colgaba una especie de cuchillo hecho de roca afilada. Tenía que actuar aunque fuera una locura. Con rapidez le arrancó el cuchillo al tritón y se alejó un poco. No sabía si eso iba a funcionar, pero tenía que intentarlo.

—¡Alto! —Gritó fuerte en las cabezas de todos. Por un corto instante se detuvieron y la miraron. La expresión de todos fue de sorpresa y horror. Ariel se había puesto el cuchillo en el cuello. Las manos le temblaban, moría de nervios. No sabía en qué iba a terminar eso pero ya no podía retroceder—. Déjenla. Quítale el castigo o yo... Yo me mato. Y la responsabilidad será tuya, Kadal. Todos sabrán que por tu culpa murió la princesa de Aquaea.

—No lo harás —le dijo muy seguro el desgraciado.

—¿Quieres probar? —Se hundió el cuchillo en la piel apenas un poco. 

Los tritones lanzaron un grito cuando vieron la sangre salir, hasta Kadal parecía horrorizado. Nunca dejaban que una sirena sangrara, aparte de que su sangre atraía tiburones, ellos lo consideraban algo sagrado. Así que para demostrar que hablaba en serio hundió un poco más el cuchillo. Dolía, pero ya no tenía opción.

—Bien, bien. Te creo —dijo Kadal levantando las manos en son de paz—. Dejen a ese desperdicio ahí, igual quizá no le queda mucho tiempo y ya vendrán a devorarla los tiburones. —Siguiendo las nuevas instrucciones, los tritones se alejaron de Erena. La vio y sintió que se le rompía el corazón. Estaba derribada, apenas moviéndose. Tenía muchas heridas, con suerte llegaría a la superficie para que Abdel pudiera cuidar de ella.

—Que nadie vuelva a tocarla —ordenó ella, aún tenía el cuchillo en el cuello, así que los tenía bien amenazados.

—Nadie la tocará ahora, pero si vuelve a acercarse a Aquaea la sentencia de muerte será efectuada.

—Ahora... —¿Ahora qué? ¿Huir? Podía hacerlo, pero si se iba abandonaría a Erena y ellos podrían matarla.

—Vendrás con nosotros a Aquaea —dijo autoritario Kadal—. No puedes amenazarnos por siempre, y sabes bien cuál es tu lugar, princesa. Volveremos a Aquaea y nadie matará a Erena a menos que ella se acerque, ¿estamos?

—Está bien —dijo con tristeza. 

Volver a Aquaea, a estar encerrada en ese mundo donde pronto sería propiedad de Kadal. Adiós a la superficie y sus maravillas. A Abdel, a Erena. Adiós a Linet. Eso la destrozó, ni siquiera pudo ir a despedirse de ella y dudaba que eso fuera posible. Pero tenía que volver, no tenía opción. Antes de empezar a nadar con ellos miró a Erena por última vez. Ella apenas se estaba incorporando, pero alcanzó a verla a los ojos.

—Lo siento Eri, perdóname —le rogó.

—No, Ariel, perdóname tú. No debí enseñarte que podías ser libre. Algún día nos volveremos a encontrar. —Ariel asintió, Kadal se había acercado, cortándole la vista de Eri. Ella lo miró molesta y nadó hacia adelante. Se acabó la ilusión, tenía que volver a su cárcel.


Es una vida dura,

para ser auténticos amantes,

amar y vivir para siempre en el corazón del otro.

Es una lucha, larga y dura,

aprender a cuidar del otro (*)


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(*) It's a hard life - Queen

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