6.- Pasiones y obligaciones
Tú no sabes mucho sobre mi pasado, y
No he descubierto mi futuro
Y quizá esto se vaya demasiado rápido
Y quizá no sabre lo que significó al final (*)
Francis no lograba retomar la rutina de su vida. No estaba tranquilo, y a cada momento sentía el irrefrenable deseo de ir hasta el templo de la Diosa del mar para buscar a Linet. Podía hacerlo, era el príncipe y nadie lo iba a cuestionar. Diría algo como que iría a hacer una ofrenda, ya que si estaba con vida era gracias a la Diosa. Eso sonaba bastante creíble.
Y claro, todo sería más fácil si sus padres no fueran un par de ateos que solo aportaban dinero a los templos para mantener tranquilo al pueblo. Si por ellos fuera jamás permitirían que la superstición se apodere del reino, pero ya que la gente seguía siendo muy creyente tenían que ir lento con su nueva política.
En realidad el rey fue de la idea de arrancar el mal de raíz y cerrar todos los templos de adoración. Los de la Diosa del mar, de la Madre de la tierra, de Padre del cielo, hasta el de la Luz eterna. Para ellos todo eso era un retroceso en el avance del reino, ya ni los hechiceros estaban bien vistos.
Pero la reina suavizó el asunto. Había que erradicar los templos, cierto. Pero poco a poco, de lo contrario el pueblo se levantaría contra la corona. Así que habían empezado por subir los impuestos, a cobrar más a los peregrinos de la ruta, a expulsar hechiceros y sacerdotes. Todo a paso lento pero seguro, llevaban en ese proceso cerca de veinte años, y aunque había reclamos de vez en cuando, nada justificaba un verdadero levantamiento que los perjudicara.
Así que cuando les contó a sus padres lo que pasó ninguno de los dos pareció muy contento. El príncipe salvado por una sacerdotisa del templo de la Diosa entre Theodoria y Aucari, si eso se sabía lo iban a interpretar como un milagro, cosa que los reyes no podían permitir.
Aucari, el país vecino, estaba gobernado por un rey bastante tirano y joven. A diferencia de Theodoria, el gobierno de Aucari se basaba en la religión. Todos los miembros de la familia real tenían que ser devotos, los sacerdotes tenían el poder, y además habían dejado que ingresaran los hechiceros. Terrible, muy terrible, como diría su madre. Esa nación supersticiosa estaba en el pasado, y no tenían en buena estima a su vecino progresista.
Entonces, ¿qué podía hacer? Prometió a Linet que le conseguiría el permiso real, además que moría de ganas por verla. Podía ir a hacer la ofrenda tal como lo había pensado, pero eso sería una ofensa para sus padres. Podía empezar por hablar con su madre, la reina Mirella estuvo muy preocupada por su hijo, así que existía la posibilidad que le concediera ese favor.
—Claro que le debes la vida a esa muchacha, Francis —le dijo ella muy tranquila—. Y me parece que hemos hecho muy poca cosa por recompensarla, la vida del heredero de Theodoria estuvo en riesgo. Pero sé que entiendes que debemos ser cuidadosos al respecto, ¿verdad? —Él asintió. Lo sabía, la política de religión del reino era un impedimento para cumplir con la promesa a Linet.
—Pero, madre, tú misma lo has dicho. Estamos en deuda con esa joven, no podemos solo darle un "gracias" y decirle adiós.
—Es una sacerdotisa, Francis. Si te hubiera encontrado una familia común los llenaría de riquezas, ¿pero qué puede querer una sacerdotisa? Ellas llevan una vida de pureza y servicio. Y si donamos más oro al templo no sería conveniente, ya lo hacemos para evitar quejas, no podemos dar una donación extraordinaria.
—Podemos recompensar a la sacerdotisa, a Linet.
—¿Cómo?
—Ella no puede salir, pero le gustaría hacerlo. Concédele el permiso real y ella estaría muy agradecida con nosotros. Es algo simple, madre, solo una carta y tu firma. Nada más.
—Ya veo... —dijo la reina pensativa—. No creo que eso tenga algo malo, hablaré con tu padre, ya sabes lo sensible que se pone con todo lo de la religión. Lo haría por mi cuenta, pero prefiero evitar problemas.
—Está bien —dijo ya más aliviado y sonriente—. ¿Y cuándo tendrías la respuesta?
—Dame una semana, no más.
—Perfecto. Gracias, madre. —Se acercó a darle un beso en la mejilla a la reina. Ella le sonrió y acarició su rostro.
Aunque sabía todas las cosas que se decían sobre el carácter implacable de su madre, él la conocía muy bien y sabía que era una madre amorosa. Era cierto que ejercía todo su poder cuando era necesario, incluso gobernaba más que el rey. Era terrible con quienes tenía que serlo, recompensaba a quienes lo merecían, actuaba con justicia. Así que esperaría, y si en una semana no tenía respuesta, iba a presionar. No importaba cuanto tomara, por nada del mundo abandonaría a Linet en ese templo.
Era ella la razón por la que no había vuelto a ser el mismo desde que regresó del templo. No la sacaba de su mente. Apenas la había conocido, y desde el primer momento sintió mucha curiosidad por ella. Sabía que algo ocultaba, algo delicado quizá. Ella admitió no pertenecer a ese lugar, lo más probable era que la hayan enviado al templo a servir por obligación.
¿Quién era Linet? ¿Por qué lo intrigaba tanto? Fue su rostro lo primero que vio cuando despertó en la playa. Su último recuerdo fue la desesperación de saber que iba a morir. El barco se hundía, nadie podía ayudarlo. Moriría en el mar, y quizá nunca encontrarían su cuerpo. Hizo lo posible por salvarse, pero cuando un madero golpeó su frente se sintió mareado hasta desmayarse.
Cerró los ojos con la seguridad de su muerte, los abrió y un ser de luz le dio la bienvenida al mundo. Ella lo puso a salvo, cuidó de él, estuvo a su lado en ese momento crítico. Era bella, no lo negaba. Pero más que eso, Linet era alguien intrigante y quería saberlo todo de ella. Quería conocerla, saber lo que le gustaba, lo que le desagradaba. Quería que fuese libre de ese templo. Solo tenía que esperar a que le concedieran el permiso real, lo demás ya se vería. Y también encontraría la forma de ir a verla al templo y que nadie lo acusara de ir contra las políticas reales.
Esa mañana estaba dando un paseo a caballo por los alrededores del castillo. Lo acompañaban otros nobles del reino, entre ellos su buen amigo Eric Leblanc, y su prometida la duquesa Berbard. Carine era su prima, y como siempre andaba soltando sus comentarios fuera de lugar para molestar a todo el mundo. Aunque "todo el mundo" era mucho decir, se enfocaba en él y en Eric. En realidad cualquiera se daría cuenta a leguas que detestaba a Eric y que daría cualquier cosa por no casarse con él, por eso disfrutaba tanto de hacerlo sentir como un tonto y la burla del reino. Uno hasta diría que aquello era su pasatiempo favorito.
En teoría la duquesa tenía mejor rango dentro de la nobleza, pero en la práctica se esperaba se casara con un hombre del reino, aunque tuviera menos poder que ella. Era lo que exigían las normas, y el padre de Carine la dejó comprometida antes de morir. Lo difícil no era hacer que Carine se case, eso iba a pasar de todas maneras. Lo difícil era hacer que se calle.
Estaban paseando de lo más tranquilos, cuando vieron que otro séquito se acercaba. Poco después lo distinguieron, era el rey. Una vez se juntaron empezaron los saludos protocolares de los nobles que lo acompañaban. Padre le hizo un gesto para que se acercara, se saludaron como siempre, con un abrazo sin ningún tipo de protocolo. El rey Emmanuel ordenó que se instalaran todos ahí para un almuerzo al aire libre, y como ya iba siendo hora todos aceptaron sin dudar la propuesta.
Una vez instaladas las carpas y los almohadones, cada quien tomó asiento mientras esperaban sirvieran la comida, disfrutaban del vino también. Todo parecía bastante tranquilo ese día, Francis tuvo que responder algunas preguntas sobre el naufragio y su rescate sin entrar en detalles, así se había quedado. La comida fue agradable, todo estaba en orden. Demasiada calma quizá. La calma antes de la tormenta.
—Aprovechando que estamos todos reunidos aquí —empezó a decir el rey—, es momento de hacer un anuncio. He recibido hoy correspondencia desde Albyssini. —Hubo un murmuro de sorpresa, incluso él abrió un poco los ojos.
Albyssini quedaba al otro lado del Mar Tormentoso. Se sabía que era un gran país, alejado claro, pero muy rico. Con una gran flota marina y un amplio territorio, Albyssini era un reino conocido por ser el más próspero de su lado del mundo. Por años las relaciones con ese país no habían sido las mejores, pero no se podría decir que eran naciones enemistadas. De pronto su padre salía con esa novedad, ¿qué se traía entre manos?
—Y con motivo de fortalecer los lazos comerciales y unir a nuestras naciones, se ha hecho una negociación conveniente para todos. La princesa Lissaendra de Albyssini desposará a mi hijo Francis de Theodoria. Los hemos prometido en matrimonio, y ella llegará a nuestro reino en los próximos meses.
Decir que eso fue como una cubeta de agua fría era poco. Sintió que todo su mundo se iba en picada.
****************
—Vas a tomar nota con mucho cuidado —le dijo Abdel, y ella solo asintió sin entender.
—¿Cómo es tomar nota?
—Solo presta atención y que no se te olvide nada.
—Bien.
—Cuando vuelvas a estar a solas con Linet la coges bien, luego la llevas hasta detrás de una roca. Asegúrate que sea un lugar muy discreto y cómodo para ella. ¡Ah! Y que tenga base, que pueda estar parada sin problemas.
—Ajá, ¿y luego?
—Te pegas todo lo que puedas, trata de no incomodarla con tu cola. Mientras la estás besando bajas despacio una mano por su pecho. Bajas, sigues bajando. Ahí llegas al rincón entre sus piernas, donde encontrarás un gran tesoro...
—No me digas que otro pene, no por favor. Ahí si me mato —dijo asqueada. Que la verdad no había visto que Linet tuviera un bulto ahí abajo como sí lo tenían Abdel y todos los hombres. Aunque tampoco podía asegurarlo, la parte inferior de su cuerpo siempre estaba bajo del agua y cubierta por su túnica de sacerdotisa.
—No, Ariel, las mujeres no tienen pene. Tienen vagina.
—¿Vagina?
—Si, y es algo que te encantará. Entonces, como decía, abres despacio las piernas y encuentras el tesorito. Con suavidad acaricias ahí. Ahora mira bien —dijo mostrándole su mano.
—No entiendo, ¿qué hago con los dedos?
—Pues... Ya sabes...
—Los tengo que...
—Ajá...
—Quiero creer que no le estás enseñando cómo tener sexo con una humana. —Erena emergió de pronto. Ni siquiera se había dado cuenta que su amiga estaba cerca de lo concentrada que se quedó con las instrucciones de Abdel. Así que sin querer terminó soltando un grito, hasta Abdel lo hizo.
—Sí, le estoy enseñando. Esta niña tiene que avanzar, no se puede quedar toda la vida en besitos y caricias, eso es para bebés. Ya es hora que haga gozar a la sacerdotisa.
—¿Estás seguro que le va a gustar? —Le preguntó a Abdel, aún le quedaba la duda.
—Claro que sí —respondió él.
—Pues no sé... Ella parece tan contenta así.
—Ariel, no lo escuches —interrumpió Erean—. Este tipo es un pervertido de lo peor. Lo que sea que te ha enseñado que hagas, no. Sabes que ya has ido demasiado lejos con esa chica.
—Pero, Eri, a mí me gusta.
—Deberías tener más cuidado con ella. Es una humana, Ariel, y tú una sirena. No puede ser, lo sabes.
—Lo sé —dijo con tristeza. Erena tenía razón, estaba metida en una locura que iba a terminar muy mal, en especial para ella.
Desde la noche en que se mostró ante Linet se habían visto cada día sin excepción. Bueno, cada noche. No pudo más con la emoción cuando ella le dijo que le gustó, mejor aún, que la "puso caliente". Se lo contó por la mañana Abdel y Erena, y quien se lo tomó mejor fue él. A Erena parecía no agradarle la situación en la que estaba, pero Abdel vivía animándola a que vaya por Linet y que probara cosas con ella, como lo que acababa de contarle.
Fue Linet quien la besó. Una noche estaban frente a frente como la primera vez, y ella no dejaba de mirarle los labios. Los acarició despacio, Ariel sintió que el corazón le iba a estallar de la emoción. Estaban muy cerca, sentía sus pechos rozando los suyos.
—Ariel, ¿puedo besarte? —Le pidió con la voz ansiosa. La sirena casi no había visto besos en su vida. Así que sin saber bien lo que iba a pasar asintió. Y fue sublime.
Linet rozó sus labios con los suyos, ella no supo qué hacer, así que solo se quedó quieta. La sacerdotisa la estaba besando, y eso se sentía genial. Pero no solo besó sus labios, sino que también empezó a besar su cuello. Ariel suspiró, cerró los ojos y sintió que se olvidaba de todo. La sensación era exquisita, pero la tomó por sorpresa cuando Linet apretó sus pechos. Ella soltó un grito, la chica se separó de rápido de la sirena.
—Disculpa, ¿te he lastimado? —Le preguntó Linet arrepentida.
—No, solo que... No sé Linet, fue raro —contestó confundida.
—¿No te gustó?
—Creo que si —admitió con las mejillas rojas. Nunca nadie la había tocado así, y aunque fue extraño igual se sintió bien.
—Tranquila, podemos hacer algo para entrar en confianza.
—¿Ah si? —Linet le sonrió. Ariel abrió la boca de la sorpresa cuando la vio quitársela túnica. Ella también podía ver sus pechos.
—Ya estamos iguales, y puedes tocarme si quieres.
—¿Quieres que lo haga?
—Sí, Ariel. Tócame.
Así empezó todo. Linet quería que la tocara, Ariel también quería lo mismo. Era extraño, no sabía bien qué estaba haciendo, pero le gustaba. También empezaron a gustarle más los besos. Al principio no sabía cómo hacerlo, pero poco a poco aprendió con ella. Así iban avanzando, y aunque solo tenían unas cuantas horas de la noche para verse, a Ariel le gustaba pensar que tenían algo especial.
Sabía que le gustaba mucho a Linet, ella se lo decía y Ariel lo notaba. Estaba de más decir que a Ariel le había fascinado desde el primer momento en que la vio. Y claro que no pasaban la noche solo besándose y tocándose, también conversaban. Como Ariel misma lo aceptaba, era una parlanchina de lo peor. Empezó a contarle a Linet cómo escapó de Aquaea, y que vivía libre por los mares con su amiga Erena. Linet la escuchaba con atención, le hacía preguntas sobre la comunidad de sirenas. Y de paso se escandalizaba.
—Hiciste muy bien en escapar, Ariel. Nadie tiene que ser propiedad de otra persona. Ni las mujeres, ni las sirenas. ¿Es que acaso creen que es para lo único que servimos? ¿Qué es lo que les pasa? No somos siervas de nadie, somos como ellos. Deberíamos tener los mismos derechos, no tenemos que seguir sus reglas y vivir como a ellos les da la gana.
—¡Es cierto, es cierto! —Gritó Ariel, la emoción la invadió. Esas eran cosas que siempre había pensado, pero nunca supo cómo ponerlo en palabras. Linet era inteligente, ella le daba forma a sus ideas.
—Ellos se han inventado reglas y nos han convencido que está bien seguirlas. A las sirenas les hacen creen que es su deber ser propiedad de alguien y que solo han nacido para tener tritones que protejan la comunidad. Pero no es cierto, Ariel, tú eres más que eso. Todas somos más que las madres de sus hijos. Lo mismo pasa con los humanos, nos dicen cómo tenemos que actuar, qué cosas nos tienen que gustar. Y si no lo haces te tratan como si fueras una escoria, es lo que le pasó a tu amiga Erena.
—¡Tú lo entiendes todo! —Quería llorar, quería abrazarla. Ni siquiera Erena le había dicho esas cosas jamás. Quizá, al igual que ella, Eri nunca lo puso en palabras, solo supo que las cosas en la comunidad no estaban bien y que tenía que irse—. Pero, Linet, no solo los hombres y los tritones hacen esas cosas, las sirenas también. Ellas siempre están insultando a Eri, le dicen que es una abominación y la amenazan con matarla si se nos acerca. Ellas también hacen cosas malas.
—Ariel, las mujeres no son mis enemigas. Las otras sirenas tampoco lo son. Es lamentable, pero se han hecho seguidoras del sistema que los hombres y los tritones han creado. Las tienen dominadas, las han hecho creer que ellos son más fuertes y que tienen razón, por eso les han creído y piensan que es mejor mantener las cosas como están. Son pocas las que se dan cuenta, como tu amiga Eri. O como tú y yo. Escucha, Ariel, sé que es difícil y que a veces parece que ellas son enemigas. Pero no es así, ellas pueden ser aliadas. Todas deberíamos ser compañeras, solo unidas podremos vencer.
"Todas compañeras", le gustaron esas palabras. Pasó varios días pensando en eso. Las sirenas superaban en número de los tritones en la comunidad, si todas se unieran podrían tener más poder, podrían reclamar si no querían pertenecer a un tritón. Podrían ser libres. La idea la emocionaba, un mundo en el que las sirenas podrían ser iguales a un tritón.
¿Pero había forma de que eso sea real? ¿O era solo una fantasía? Porque tendrían que ser muchas las que se rebelasen, si lo hacían una por una terminarían como Erena. O como ella, que había decidido seguir sus pasos. Alguien tendría que explicarles que no estaba mal ser libre, que no era malo decidir no pertenecer a nadie ni tener hijos tritones. Alguien tenía que decirles a las sirenas que ellas también eran seres valiosos como cualquier tritón, y podían elegir su vida. Ojalá eso fuera posible.
Pues bien, así como ella y Linet tenían "algo", también hablaban de cosas importantes como los "derechos femeninos", así lo decía Linet. Y a veces solo pasaban el rato juntas viendo la luna y las estrellas. Ariel pasaba todo el día esperando la hora de volver a verla, ansiando el encuentro diario. Ya ni siquiera tenía que usar su canto de sirena para atraerla, Linet iba por su cuenta. Cuando la veía acercarse a lo lejos sentía que el corazón le latía con rapidez, y cuando la besaba sentía calma. Bueno, a veces calma. A veces se ponía "caliente", como decía Linet.
¿Qué sentía por ella? ¿Acaso se había enamorado? Abdel tuvo razón, él le dijo que a ella le gustaban las chicas y acertó. Pero quizá no era que le gustaran las chicas, quizá solo Linet. Porque nunca le habían gustado las otras sirenas en Aquaea, o Eri. Ariel pensaba sin querer que lo que tenía con Linet era especial. Ella la admiraba, pensaba que Linet no solo era la más bella, sino también la más inteligente. Le gustaba estar a su lado, no solo para "hacer cosas", sino solo porque sí.
Y eso no podía ser. Eri tenía razón.
—Oye, no desanimes a la muchacha —le reclamó Abdel a su amiga—. Además no hace nada malo, solo está viviendo su vida. Si quiere seguir encontrándose con la sacerdotisa, ¿cuál es el problema?
—Ella sabe cuál es el problema. —Ariel asintió.
Tenías apenas quince años y viviría hasta los trescientos. Los humanos vivían a veces hasta los sesenta, puede que un poco más. Además llegaría un momento en que Linet ya no podría entrar en el agua pues estaría anciana, mientras ella seguiría igual de joven. Eran de mundos diferentes, ella del agua, Linet de la tierra. Eso no podía ser.
—Pero, Eri, yo la quiero —dijo intentando no llorar. Sabía que las cosas entre ambas eran una locura imposible, pero también sabía que no quería separarse de ella. Que estaba enamorada.
—¿Ves lo que haces? —Le reclamó Abdel—. Déjala ser, ¿acaso a ti te andan reclamando que seas una esclavista? No eres su dueña, ella puede hacer lo que quiera.
—Y por eso le das consejos para que haga cosas sucias con la rubia esa —respondió Erena.
—Pues sí. Caramba, Erena, no puedes ser tan egoísta. La niña tiene que darle alegría a su cuerpo, no queremos que se nos quede virgen por siempre.
—¿No queremos? ¡¿No queremos?! —Gritó Erena mirando molesta a Abdel—. Para empezar, ¿qué rayos tienes que ver tú en todo esto? Ya lo dijiste, ella no depende de mí, mucho menos de ti. No te metas en su vida ni le estés dando ideas, ¿quedó claro? Déjala en paz.
—¿Es una orden? —Le preguntó Abdel en el mismo tono—. Porque aún no has usado tu poder de mierda con este dije, así que si quieres ordenarme algo siquiera hazlo bien.
—Estoy siendo bastante benevolente contigo, Abdel. Podría quitarte la voluntad, así que no empeores las cosas.
—¿Me estás amenazando?
—Ya no se peleen... —Intervino ella, los dos lucían enojados y no quería verlos así—. Eri, él no me presiona a hacer nada, yo solo lo escucho a veces y...
—Silencio —le dijo molesta Erena. Pero eso no le gustó nada a la sirena.
—Tú no me mandas, Erena. —Eso la tomó de sorpresa, esta se giró a mirarla, hasta Abdel parecía impresionado.
—¿Perdón?
—Que tú no me mandas. No puedes decirme qué hacer, o a quién escuchar. Es mi vida y yo tomo las decisiones.
—Tú tienes quince años, Ariel. Ni siquiera sabes lo que es la vida.
—¡Si sé! ¡Y tú no puedes decirme que deje de hacer cosas si no quiero!
—No sabes lo que estás diciendo.
—¡No me trates como a una sirena pequeña! Yo sé lo que estoy haciendo.
—Pues no parece.
—Tú solo no quieres que me junte con Linet, es lo único que te molesta. Me reclamas siempre, ¿por qué haces eso?
—Porque no quiero que una humana te haga daño —respondió Erena con calma—. Me preocupo por ti, pero parece que quieres arruinarlo todo. Entonces jódete, Ariel. Que conste que te advertí. —Sin agregar nada más, Erena se sumergió en el mar. Ariel respiró hondo, era la primera vez que se peleaba con ella, no quiso discutir de esa forma.
—Ehh... Eso fue demasiado intenso —escuchó decir a Abdel desde la balsa donde estaba sentado—. Me siento bastante incómodo ahora mismo.
—¡Entonces vete y no me molestes! —Gritó irritada.
—A ver, muchachita, te controlas. Que encima todo esto empezó por tu amor lésbico, así que ni te atrevas a gritarme que a ti no te tengo que obedecer.
—¡Déjame en paz! —Le gritó, y como ya estaba harta de todo se metió al mar.
Fue hasta la base y ahí se quedó un rato tratando de calmarse. Tenía que buscar a Erena cuando se le pasara toda esa rabieta.
Pero qué dices tu de tomar riesgos
Qué dices de saltar del borde
Sin saber si hay tierra sólida abajo
O una mano que te sostenga
O el infierno para pagar
¿Que dices?
¿Que dices? (*)
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(*) Taking chances - Celine Dion
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Ay por el amor a MamaRu y a Luz eterna!!! Ariel se arrebata-bata-bata y yo no sé lo que le pasa (?)
Acá lo importante es que está muy peleada la custodia de Ariel entre Abdel y Erena, si fueras la doctora Polo, ¿a quién se la das? OKNO
Bueno bueno, que se nos casa Francis con la desconocida que viene del otro lado del mar. Pero lo importante es que... POR PRIMERA VEZ NOMBRARON A MI BEBITA CARINE LA AMO OKUUR aclarando desde ahora xd
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