50.- Un mundo de espíritus [Parte 1]
No, nada de nada, no me arrepiento de nada.
Ni el bien que me han hecho, ni el mal,
todo para mi es igual.
No, nada de nada, no me arrepiento de nada,
Esta pagado, barrido, olvidado, ya pasó (*)
No se sentía bien, Francis hasta podía afirmar que era una de las peores mañanas de su vida. Nadie parecía haber pasado una buena noche, nadie había dormido quizá. Linet tenía enormes ojeras, apenas hablaba, no levantaba los ojos del plato. Carine parecía haber llorado, cosa inaudita. Tenía los ojos hinchados, la mirada triste. Y su madre igual, quizá pasó la noche en vela. Y él... él no pudo dormir desde que lo descubrió. Desde que lo vio. Desde que escuchó esas palabras.
"Te amo a ti, solo a ti. Jamás sentiré por él siquiera un poco de lo que siento por ti..."
Ni siquiera podía mirarla, le dolía. Siempre lo supo, jamás debió de albergar esperanza. No debió despertarse, no tuvo que prestar atención al ruido, hubiera sido mejor así. No sabría la cruel verdad, no hubiera visto a su esposa besar a otra persona. A Ariel. Si bien siempre supo que Linet no lo amaba, una parte de él pensó que con el tiempo las cosas cambiarían. Pensó estúpidamente que cuando el tiempo pasara iba a ganarse su corazón. Se hizo ilusiones en vano, pues escuchar de su boca aquellas palabras acabó por romperlo.
No estaba durmiendo cómodo en ese mueble, así que cuando escuchó cierto ruido en la habitación empezó a despertar. Abrió los ojos apenas un poco cuando vio a Linet levantarse presurosa de la cama. Temió que algo le hubiera pasado, y a pesar del sueño se forzó a levantarse. Y mientras caminaba hacia la puerta escuchó un llanto, voces. Así las vio.
Al principio no reconoció el rostro de Ariel, pero cuando lo hizo empezó a unir toda la información que tenía. Que Linet la conoció en el templo, que cuidó de ella. Linet sabía desde antes su verdadero nombre, quizá siempre supo que no había ninguna princesa Lissaendra. Y se amaron en secreto desde entonces, era eso. No se sentía ofendido, solo le dolió. Porque al verlas juntas, al verlas besarse, al notar sus caricias y escuchar lo que Linet le dijo, le quedó claro que las palabras de su esposa eran ciertas. Ella jamás sentiría por él ni un poco de lo que sentía por Ariel. Nunca lo iba a amar de esa manera.
Francis no podía dejar de pensar en eso, y el ambiente esa mañana no ayudaba en nada. Todas calladas, tristes, pensativas. Ni siquiera Eric parecía especialmente animado. Tuvo un accidente antes de la boda, una caída escuchó decir. Estuvo en cama un día entero, apenas si estuvo presente en la boda. Lucía débil, cansado, y quizá necesitaba que algún sanador lo atienda. El único que se mantenía alegre a pesar de las caras tristes que lo rodeaban era su padre. Reía de a ratos, hacía bromas sobre sirenas. Sobre las supuestas sirenas que aparecieron esa noche a cantar.
Él no escuchó nada, pero todos los guardias hablaban de lo mismo. Los rumores llegaron pronto al rey, y este exigió saber todo con lujo de detalles. En la mesa fingieron interés, aunque no les salió muy bien. Quizá su padre notó lo mal que se sentían esa mañana, pero no le importó. Era tarde para desayunar, y aunque había muchas cosas por hacer, todo parecía desarrollarse de forma lenta. Casi una tortura. Ya no soportaba el silencio de Linet, a su madre y Carine pensativas, hasta Eric parecía a punto de desmayarse en cualquier momento. La risa de su padre se le hacía insoportable, y lo odiaba más que nunca. Peores cosas le habían hecho a la largo de su vida, pero en esa mañana devastadora su risa era insoportable.
Aunque era muy temprano para beber, el rey ordenó que sirvieran el mejor vino de Theodoria para brindar por los recién casados, y porque ese mismo día se separarían de la comitiva para ir a reclamar su trono en Aucari. Todos tenían una copa en la mano, y el rey ordenó que los siervos salieran, quería estar a solas con ellos.
—Sí que hace calor aquí —comentó Emmanuel—. ¿O acaso soy solo yo?— Al menos él parecía acalorado, en realidad el día estaba fresco y la brisa del mar era helada.
—Puede ser, mi rey —contestó su madre con el tono amable de siempre—. Se nota que será un día caluroso, quizá debemos salir a la cubierta a refrescarnos un poco.
—Cierto. Ya pronto acabaremos con esto.— El rey sonrió con malicia. Francis miró a su prima y tuvo un mal presentimiento. Pero su padre en serio parecía sofocado, se puso de pie con la copa de vino, con una mano empezó a quitarse un poco de la ropa que le cubría el pecho. Sus mejillas estaban rojas—. Quiero brindar con ustedes —les dijo, parecía incómodo. Parecía arder de calor—. Porque son las personas en quienes más confío. Brindo por mi nuera, una mujer luchadora incansable, alguien que logrará grandes cambios con la ayuda de Francis. Brindo por mi hijo, porque sé que será el más grande rey de Theodoria. Y claro, por la pronta unión del condado Leblanc y el ducado de Berbard.
—Oh, querido tío. Creí que te habías olvidado de mí —bromeó Carine, fingía ser la de siempre. Su padre la miró y sonrió. Ella le devolvió la mirada y calló. Ambos sabían que se odiaban, y sabían que lo que tenían que hacer. Francis tragó saliva, solo le quedaba esperar a ver en qué acabaría esa guerra entre ambos.
—Jamás, querida sobrina —contestó Emmanuel—. Sobre todo brindo por Berbard. Por esas magníficas tierras. Salud a todos por el gran futuro que nos espera.
—Por el gran futuro que nos espera —repitieron. Alzaron las copas y bebieron el vino. Francis disimuló, pero no quitó la vista de su padre. Él miraba fijo a Carine, la miraba tomar el vino. Ese era su plan, todos se dieron cuenta. Miró de lado a Linet y su madre, ellas lo sabían también. La estaba envenenando.
Ni siquiera habían terminado el brindis cuando el rey empezó a toser. No paraba de hacerlo. La copa se le cayó de las manos, el rey se asfixiaba. Intentó quitarse la camisa, pero apenas logró dejar una parte de su pecho al desnudo. Francis vio con horror como se había llenado de ronchas, algo similar a una alergia.
—No se muevan —ordenó la reina. Linet y él estaban paralizados, Carine y su madre observaban todo con frialdad. Solo Eric reaccionó e intentó acercarse al rey para auxiliarlo.
—No lo toques, Eric. Quédate quieto si quieres vivir —le amenazó Carine. Y por miedo quizá, o confusión, el vizconde se mantuvo en su sitio. Miraba anonadado como el rey moría ante ellos.
Ninguno se acercó a auxiliarlo, la agonía no duró mucho tiempo. El rey se asfixiaba, intentaba sostenerse de la mesa, pero su cuerpo empezó a sacudirse. Los miró a todos a los ojos, buscando ayuda y piedad en ellos. Pero nadie le dijo ni una sola palabra, nadie le dio la mano. Se cayeron las máscaras, y al fin el rey vio la verdad en sus ojos. Que pasaron una vida soportándolo y despreciándolo, que su muerte los liberaría. Cuando finalmente cayó, la reina lanzó un grito de espanto y los demás la imitaron. Pronto el salón se llenó de gente, pero ya era muy tarde. El rey había muerto, y quizá el llanto de la reina no era tan fingido. Quizá mamá lloraba porque al fin se liberó del monstruo.
—Lo lamento, majestad —dijo uno de los siervos reales, un sanador—. Al parecer ha sido una reacción alérgica a algo que comió esta mañana, posiblemente la pesca del día. Estos no son comunes en Theodoria.
—Oh no... por Luz eterna... no lo diga —lloraba la reina. Francis la sostenía. La abrazó fuerte mientras veía el cadáver de su padre. Él también quería llorar, pero no sabía la razón. Miedo, estupefacción, nervios. Sabía que lo habían asesinado. Que quizá fue Carine quien puso el veneno, pero ellos fueron cómplices al dejarlo morir.
—Theodoria tiene un nuevo rey —dijo Carine en voz alta y con bastante firmeza. Lo miró. Todos lo hicieron. Y sin dudarlo hicieron una inclinación ante él. Hasta su madre se apartó un poco para inclinarse ante su hijo.
—Majestad —dijo el jefe de la guardia real—. Ahora mismo debemos concentrarnos en que no corra el pánico.
—Seremos discretos, y no quiero ni una palabra de esto a los otros barcos —ordenó. Sentía que el corazón le latía con fuerza. El cadáver de su padre aún estaba caliente y él ya estaba dando órdenes. Era el nuevo rey de Theodoria—. Daremos la vuelta a la capital —les dijo. Linet se adelantó, estaba a su lado. La miró, y él casi podía adivinar sus pensamientos. Asintió, porque cumpliría con los deseos de su reina—. Excepto por una nave. En ella irá la reina Adira, será ella quién los guíe a Aucari. Le deben absoluta obediencia, sus deseos serán órdenes. La ayudarán a conquistar el trono de la forma que ella considere mejor. ¿He sido claro?
—Si, majestad. Se hará tal como lo ordena.
—El rey será enterrado en nuestra tierra con todos los honores que merece. Lleven ahora a mi padre a un camarote para que preparen su cuerpo.
—¿Y qué haremos con el cocinero? —preguntó el guardia. Todos esperaban que lo castigue, pero no podía hacer eso. No iba a empezar su reinado con un acto injusto y cruel.
—El cocinero no tiene culpa alguna de lo que ha sucedido aquí. Nadie ha matado a mi padre, ha sido un hecho fortuito. Lo dijo el sanador, estos pescados no son comunes en Theodoria, ha sido una alergia de la que nadie tenía idea.
—Majestad, si me permite...—interrumpió el guardia. Notó rostros de desconfianza alrededor. No podía fallar, su momento había llegado. Se había preparado toda la vida para eso, y no iba a bajar la mirada. Pero tenía miedo, culpa. Sabía que mataron a su padre y que él lo dejó morir. En cuestión de segundos miró a quienes lo rodeaban. A su madre, que a pesar de las lágrimas le gritaba con la mirada que sea firme. A Carine, que se había mantenido imperturbable. Y a su lado, Linet apretó su mano con discreción para darle valor. Eso bastó.
—No, no te permito —levantó la voz. Podría jurar que nunca se había expresado de esa manera—. ¿Te atreves a cuestionarme? ¿Es eso?
—Disculpe, yo...
—He dado mi palabra, y bajo ninguna circunstancia debe ser cuestionada. Cumplan mis órdenes en este instante. Y déjenme a solas, por Luz eterna. Mi padre acaba de morir, dejen que lo llore al menos.
—Lo que ordene, su majestad —se inclinaron ante él, uno a uno fueron saliendo, excepto por los siervos que levantaron el cuerpo de su padre. Cuando al fin salió de su vista y la puerta de cerró, Francis pudo respirar mejor. Sentía que se estaba ahogando.
—¿Qué fue todo esto? —les preguntó él—. Es obvio que varios no han creído que esto fue un accidente, empezarán a investigar. No vamos a poder sostener la mentira por mucho tiempo. Carine, tú...
—¿Yo qué, mi rey? —le cortó ella—. No pretenderás echarme la culpa de esto, ¿verdad?
—¿Quién lo hizo entonces? La única acá que tiene una reputación en cuanto a asesinatos de nobles eres tú —se arrepintió de acusarla de esa manera, pero es que era verdad. ¿Qué quería que le dijera? A todas luces la asesina era Carine.
—Bueno, pero es que esta vez no fui yo. La intención la tenía, eso no lo niego. Es más, ya había tomado mis precauciones.— Carine metió las manos dentro de uno de los bolsillos de su ropa. Les mostró un frasco de vidrio con un líquido transparente—. Tengo un veneno preparado por un hechicero de alto rango, yo no hubiera hecho un trabajo tan sucio como lo que vieron. Lo que tengo, en cambio, es más discreto. De acción retardada y provoca la muerte por causas aparentemente naturales.
—Ya veo...—murmuró él—. ¿Entonces quién...? Vamos, necesito la verdad. Tengo que saberlo para poder cubrirlo.
—Ese veneno era el que iba a usar tu padre con Carine, quería que ella sufra.— Apenas habló su madre sintió que el mundo se le caía encima. Fue ella. Por Luz eterna, ella era la asesina. La quedó mirando asombrado, no podía hacer otra cosa—. Por supuesto, me encargué de cambiar algunos insumos envenenados que estaban destinados a Carine. Francis, quizá sí tengas que mandar a la horca al cocinero ahora mismo. Él fue el encargado de conseguir el veneno, era el cómplice de tu padre.
—Ohh... entiendo.— Estaba tan pasmado que apenas pudo decir eso. Maldita sea.
—¿Me salvaste la vida?— De pronto Carine se veía conmovida, miró a su madre con cariño. Ella le devolvió una mirada cargada de afecto y le sonrió.
—No iba a perder a nadie más, Carine. Hice lo que era necesario por todos nosotros. Ahora solo tenemos que deshacernos de algunos inconvenientes antes de seguir...— Fue justo en ese momento cuando Eric carraspeó la garganta. Todos se giraron a verlo. Hablando de inconvenientes...
—No pueden simplemente esperar que yo no diga ni una palabra de esto sin...—Eric no terminó su frase. Cuando se dio cuenta, Linet, quien estaba cerca de la mesa, cogió un cuchillo. Y se lo puso al cuello.
—Bueno, quizá podríamos acabar contigo aquí y acusarte de traición.— Y ese fue el primer acto de Linet como reina de Theodoria.
—Y de paso cortarte la lengua, porque los traidores no deben hablar —lo amenazó Carine. Temió, porque estaba seguro que si Eric no cedía no les iba a quedar de otra que seguir ese camino. Matarlo a él, a su amigo y compañero de toda la vida. ¿En serio sería capaz? ¿Podría ser tan cruel?
—No terminé de hablar —dijo a la defensiva. Se notaba que Linet sabía cómo usar un arma, lo tenía bien amenazado. Un paso en falso y no la contaba—. El rey iba a matarme también, no cumplí con entregar a la fugitiva. Así que esto, de cierta forma, me quita un peso de encima.
—Habla ya, ¿qué es lo que quieres? —le soltó la reina madre con molestia—. Ya escuchaste, no nos va a costar nada deshacernos de ti.
—¿Por qué querría traicionarlos? El rey Emmanuel era una persona inestable, vivíamos temerosos de que un día no pudiera controlarse y ordene alguna muerte —continuó Eric—. Y mi buen amigo Francis será rey ahora, ¿qué razón tendría para oponerme? Sé que no será como él, y todo va a mejorar. Solo hay una cosa que pido a cambio, un simple favor. Eso, y me podrán considerar el aliado más fiel que jamás tendrán.
—¿De qué se trata? —preguntó él. Solo esperaba que no sea nada sumamente ambicioso. Temía no poder cumplir.
—Quiero romper mi compromiso con la duquesa.
—Luz eterna ha mirado a mi rostro, me ha sonreído y ha decidido que hoy es el mejor día de toda mi existencia —soltó Carine de pronto. Incluso miró al cielo, como si estuviera diciendo una plegaria—. ¿En serio, Eric? ¿Tienes idea de lo feliz que vas a hacerme? Hasta podremos ser amigos y hablar de los hombres de la corte que nos gustan, ¿ves lo divertido que será?
—¿Eh? —se le escapó a él. ¿Hombres? ¿En serio dijo eso? Como sea, no era un pedido imposible. Francis intercambió una mirada con Linet. Ella bajó el cuchillo, el vizconde ya estaba fuera de peligro. Eric solo se acomodó un poco la ropa. En honor a la verdad, seguía luciendo algo débil y enfermo—. Si, claro. Pueden darlo por hecho. Ese compromiso no va más.
—Gracias —dijeron Carine y Eric a la vez. Por primera vez desde que entraron a ese comedor se veían relajados.
—Hay algo que no debemos demorar —interrumpió Linet—. Francis tiene razón, es obvio que varios no han creído que esto ha sido un hecho fortuito, y el rey Emmanuel tenía a muchos nobles fieles. Sospecharán, te harán la vida imposible —le dijo. Él asintió, eso lo sabía. En especial los generales que se iban a quedar sin guerra pronto.
—Bueno, eso tampoco es algo que no pueda resolverse.— Carine sacó a relucir el veneno que no llegó a usar—. Solo dame tu aprobación, Francis. Yo me encargó del resto. Todos los posibles opositores morirán en circunstancias misteriosas, jamás te relacionarán con ellos —tragó saliva. Lo de Carine asesina siempre fue un rumor que nunca tuvo mucho fundamento, o eso quiso creer. En ese momento le quedaba muy claro que se equivocó. Carine era tan despiadada e implacable como todos creían que era, la reputación no la tenía en vano.
—No queda alternativa, hijo. Tenemos que asegurar tu corona, y tenemos que parar esta guerra —asintió. Primera orden, ocultar la muerte de su padre. Segunda orden, ejecutar a los revoltosos. Vaya rey que iba a ser. ¿De eso se trataba entonces? ¿De tomar decisiones difíciles e inmorales para mantener el orden? Quizá sí, y era mejor que lo aprenda rápido.
—Haz lo que creas necesario —le pidió él—. Y ahora, ¿podemos tomarnos unos minutos al menos? Mi padre ha muerto. Y yo... no... no sé ni como sentirme —suspiró. Francis cogió una silla y tomó asiento. Su madre aún tenía lágrimas en los ojos que no se había secado, Eric le alcanzó un pañuelo. Tiempos difíciles se acercaban, y realmente no estaba seguro de poder con todo. Cerró los ojos, solo quería respirar, calmarse y aceptar que la pesadilla más grande había acabado.
—Francis...— La voz de Linet le hizo abrir los ojos. Ella posó despacio una mano en su hombro—. Todo va a estar bien, estamos contigo. Esto es lo que siempre debió ser, es parte de los planes.
—Sabes que siempre podrás contar conmigo —le dijo Eric arrodillándose ante él—. No habrá nadie más fiel a la corona que yo, lo juro en nombre de todo lo que consideres sagrado.
—Eres más fuerte de lo que crees, hijo mío —le animó Mirella—. Tú serás grande, al menos en eso tu padre tuvo razón.— Los quedó mirando a todos, se sentía extrañamente conmovido. Todo era terrible, le dolía la cabeza, temía del futuro. Pero los tendría a ellos, y eso era más que suficiente.
—Primo querido —habló Carine. Ella no se arrodilló ante él, pero sí se inclinó para mirarlo mejor. Posó una de sus manos sobre las suyas, confortándolo—, nos tienes de tu lado, eso ya lo sabes. Pero solo hay una cosa que te pido, algo bastante simple. Tienes que prometerlo.
—Dímelo.
—No lo arruines.— Ella sonrió de lado, Francis correspondió la sonrisa.
—Haré todo lo posible para cumplir mi promesa.
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Existía. De alguna forma sabía que ella era parte de un todo. Agua. Sal. Marea. Olas. Algas. Arena. Sabía otras cosas, como que alguna vez existió de otra forma, pero realmente no podía recordarlo. Solo sabía que existía y que todo la rodeaba, pero a la vez ella era todo y en todas partes estaba. Estaban todas juntas. Las que se fueron antes que ella, los que vivieron a su lado hace mucho también. A veces sentía algo más cálido y suave en su extraña existencia, y sabía así que antes, cuando vivió de otra manera, conoció a la otra presencia que pasaba por su lado. Eso era todo. Existir, ir y venir. Pero ahí no había dolor, ni miedo, ni nada. Ni tiempo quizá.
Tiempo. Nunca había pensado en eso, al menos no desde que existía de esa forma. Y de pronto descubrió otra cosa. Pensaba. Antes solo sabía cosas y sentía, pero no más. En ese momento sabía que existía el tiempo, podía reflexionar sobre eso. Y entonces no solo sintió. Vio. Empezó a ver cosas. Fue consciente del mundo que la rodeaba, del agua, del mar.
Ariel. Así se llamaba ella. Al mirar hacia abajo, Ariel vio sus manos. Sintió su cuerpo, notó que era ella otra vez, una sirena. Pero no se sentía igual que antes, no sabría definir exactamente qué fue lo que cambió. Y tan pronto como fue consciente de que existía, que pensaba y de su verdadero ser, empezó a recordar. Muchas cosas acudieron a su mente, toda una vida. Recordó que justo antes de quedar en ese estado estuvo en los brazos de Erena o, mejor dicho, que entre sus brazos se hizo espuma de mar. Pero esa espuma que fue parte del océano hasta hace poco se había vuelto a juntar. Había recuperado su forma original sin entender bien cómo.
En busca de una respuesta, Ariel miró alrededor. Ese era el mar, pero a la vez no. Tenía otros colores, y se sentía diferente. Era un plano diferente, así lo entendió. Y lo tuvo más claro cuando algo frente a ella empezó a tomar forma. Primero luz, después fue creciendo, materializándose. Era ella, Ariel estaba boquiabierta. Había escuchado tanto de su forma, en Atlantia encontró estatuas, hasta Linet le contó cómo la vio. La Diosa del mar estaba ante ella. Tuvo miedo, quiso bajar la mirada, decir cualquier cosa. Pero la Diosa solo sonrió de lado, y eso la tranquilizó de alguna forma.
—Ariel, hija del mar. Mi escogida —le dijo con voz dulce. La escuchó con claridad en su cabeza.
—Se... señora de los mares —respondió temblorosa—. Mi diosa.
—Calma, no hay nada acá que pueda dañarte. Estás a salvo.
—Entiendo... Pero yo... yo no sé qué pasó. Me morí, pero existía de otra forma. ¿Qué quiere decir eso? ¿Acaso soñé que era espuma, agua y arena? No lo sé...
—No lo soñaste. Y, en efecto, existías así. Nada se va de verdad, Ariel. Ni siquiera las sirenas que no tienen un alma como la que deseabas. Por supuesto, no hay forma que lo sepan. Al morir nadie puede volver para contarlo. Pero tú lo sentiste. Del mar naciste, aquí tomaste tu forma. Y cada parte de ti es parte del océano. Al morir solo volviste al mar, pero tu energía siempre está aquí. El mundo está hecho de energía, así nos creó Luz eterna. Pero no toda la energía es igual, no toda se materializa y existe en el mundo que alguna vez habitaste.
—Ohhh... lo sabía. No estamos en el mar de verdad...
—Este lugar es de verdad, Ariel. Pero diferente. Es el plano de los espíritus.— Ella se quedó boquiabierta. La Diosa se acercó aún más y tomó una de sus manos. Incluso tocar se sentía de otra forma. Como un choque de energías.
—¿Y por qué estoy aquí, Diosa?
—Te observo desde hace mucho, Ariel. Para ustedes, los del plano material, el tiempo fue largo y cruel. Para mí no. Pasó mucho desde que abandoné mi cuerpo físico para siempre y pasé a existir solo aquí, y a la vez en cada parte del mar. Mi dulce Aquaria, aquella que me salvó, pasó tiempo en soledad. Y está cansada. Nunca se ha atrevido a decírmelo, pero lo sé. Necesita ayuda.— Ariel lo entendió, y le dio algo de pena. Si lo pensaba bien, su tatarabuela o algo así, llevaba mucho tiempo haciéndose cargo de todo—. Por eso decidí buscar a alguien más. A ti —agregó para su sorpresa—. Un corazón puro y fuerte, una sirena con voluntad. Eras pequeña, pero buscabas un cambio. Cuando le hablé de ti a Aquaria dijo que podíamos hacer de ti una sirena con alma. Que tengas una parte física y espiritual.
—Pero no funcionó. Porque huí —le dijo con tristeza. Había muerto, Ariel ya era consciente de eso. Y ella misma se buscó ese final.
—Si huiste fue por mi culpa. Yo me encerré en este plano, dediqué mi existencia a escapar del dolor del plano material —contestó. Y de pronto era la Diosa la que se veía triste y culpable—. Cometiste un acto desesperado porque no tuviste opción, y porque Annorah tuvo en sus manos todos los ingredientes para vengarse. Del Dán, y de mí. Intentó fastidiar los planes del Dán, por poco lo logra. Y también quiso quitarme a mi escogida.
—Eso sí lo logró.
—No, porque estás aquí. Has vuelto.
—¿Significa que volveré a ser una sirena? —preguntó ilusionada, incluso se formó una sonrisa en su rostro. Se imaginó a sí misma nadando a Aquaea. Sorprendiendo a sus hermanas, abrazando a Eri, a Abdel. El corazón le latía emocionado, fue inevitable no pensar en todo lo que haría al volver. Incluso besar a Linet.
—No —respondió la Diosa, y eso acabó con sus sueños en apenas segundos. La sonrisa se le borró de inmediato—. ¿Por qué te entristeces? ¿Acaso crees que he venido a darte una mala noticia?
—Pero dice que no volveré a ser una sirena...
—No, serás algo diferente. Todo lo que existe es energía, ya te lo dije. Y la energía toma la forma que la creadora quiera darle. Por eso actuó. Ella aún se conecta al mundo, aunque ya no está con nosotros. Por eso Luz eterna respondió a mi ruego y te dio una nueva forma. Recogió tu energía y te bendijo.
—Ohhh...—dijo sin salir de su asombro. Se sintió culpable, siempre había pensado que Luz eterna, donde quiera que esté, no tenía tiempo para poner los ojos sobre cada uno de los seres de su creación. Pero puso los ojos en ella. No solo eso, la resucitó—. ¿Y qué soy ahora, mi Diosa?
—Un espíritu.
—¿Cómo? ¿En serio? ¿Se podía hacer eso? —preguntaba boquiabierta. No podía entenderlo.
—Para ella nada es imposible. Y ahora eres un espíritu marino que habita este plano, una hija del mar.
—Ehhh... pues la verdad no sé qué decirle. Es muy raro todo esto. Quiero... bueno... dar las gracias porque estoy viva. Pero yo...— No le hacía mucha gracia eso. ¿De qué valía existir en un lugar diferente si no podía ver a los que amaba?
—Este es un mundo de espíritus, Ariel —le dijo sonriendo la Diosa—. Puede que la mayoría se fuera cuando se cerró el portal, pero aún hay muchos rondando por todos lados. En los ríos, en los lagos, en las montañas, en algunos animales. Hasta en los árboles. Los espíritus los habitan, forman parte de ellos y nada puede dañarlos. Pero los espíritus aún son capaces de tomar forma material y visitar el mundo que tú habitaste.
—¿Cómo la Bruja? Quiero decir, Annorah.
—No exactamente. Annorah está atrapada en su forma física, pero su conciencia puede venir aquí de vez en cuando. Los espíritus no están atrapados, son libres de existir donde deseen, solo que deben tener cuidado cuando van al mundo material. Porque con un cuerpo pueden dañarlos.
—Ohhh... es como los humanos. Pueden dañar sus cuerpos, pero sus almas siguen viviendo después en el cielo.
—Algo así.
—Entonces, si soy un espíritu, ¿puedo ir al mundo material? ¿A mi mundo? —sentía que dejó de respirar un instante. Tenía miedo de la respuesta de la Diosa.
—Puedes —dijo, y el alivio cayó sobre ella de inmediato—. Eres mi escogida después de todo. Reina de Aquaea, portadora del tridente. Puedes existir como un espíritu e ir por donde se te plazca, cuando desees tomar una forma física solo debes tomar el tridente. Entonces te manifestarás en el plano material, así podrás dirigir a tu pueblo. A mis hijas e hijos. Los tritones y sirenas te necesitan, es por eso que debes volver. Es la razón por la que estás aquí.
—Me siento honrada —le dijo, y en serio se sentía así, conmovida. La trajeron de la muerte para ser la reina de Aquaea otra vez porque era importante—. Pero, ¿por qué yo? ¿Qué hice? Nunca creí ser la más fuerte ni valiente.
—Ariel —dijo despacio, y posó sus manos llenas de energía sobre sus hombros—. Eres valiosa. Te fuiste del mar porque estabas desesperada y fuiste engañada. Decidiste sacrificarte para ser libre. Pasaste dolor, lágrimas, mucho sufrimiento. Lo soportaste todo sin culpar a nadie jamás. Y cuando tuviste la oportunidad de salvarte derramando sangre ajena, decidiste hacer lo correcto. Hiciste algo más. Tuviste la oportunidad de quedarte en Atlantia y ser libre ahí, pero decidiste volver a tu hogar para liberar a las sirenas de Aquaea. Te arriesgaste, sé que darías la vida por ellas otra vez si tuvieras la oportunidad. ¿En serio te preguntas por qué te elegí sobre las demás? Cada energía es única, y tú eres la que necesito. No hay nadie más digna que tú para ser la reina de Aquaea y gobernar en mi nombre.
—Ahhh...—se sentía abochornada en un buen sentido. La Diosa la dejó sin palabras. Ella, una simple sirena que siempre se consideró torpe y frágil, de pronto era la reina. Un espíritu, y los espíritus eran eternos—. Eso suena muy bien, mi Diosa. Le prometo que haré lo mejor que pueda mientras tenga el tridente.
—Y cuando no lo tengas también. Recuerda que podrás estar en todos lados y ver las cosas de otra manera.
—En el mar.
—Así es.
—¿Y qué hay de la tierra? ¿Podré ir a la tierra también?— La Diosa calló. Tuvo miedo, porque hasta el momento todo se había pintado muy bien para ella. Temía que su nuevo estado de espíritu marino no la deje ver a Linet nunca más.
—Pedí que te trajeran al mar.
—Ohh...—se contuvo. No quería parecer triste y decepcionada. La habían traído de vuelta, no podía ser mal agradecida.
—Eso no quiere decir que no pueda concederte la facultad de abandonar el mar para ir de vez en cuando a la tierra.
—¿En serio puede hacer eso? —preguntó ilusionada. No quería perder la esperanza.
—Si, pero es necesaria la reciprocidad. Debes dar algo a cambio.
—¿Como con la Bruja? —temió. Ya estaba cansada de sacrificarse.
—No, claro que no. Annorah usa mal la reciprocidad. Pero algo es muy cierto, Ariel. Si se da algo, se debe recibir algo del mismo valor, en eso está el equilibro de nuestro mundo. Si te dejó ir a la tierra, debes dar algo bueno para la tierra también. Hay muchos espíritus que lo hacen. Algunos viven las montañas y protegen a los pueblos. Otros viven en los ríos y cuidan de todo. O un gran árbol donde habita un espíritu da sus frutos mágicos para los hechiceros de Umbralia. ¿Qué cosa buena te gustaría dar a cambio de tu paso por la tierra?
—Eso suena mucho mejor —sonrió. La Diosa le daba a escoger, y la verdad se le hacía buena idea—. Quiero proteger.
—Perfecto, ¿a quién o quiénes?
—A las mujeres.
—¿A todas las mujeres? Me temo que te daría mucho trabajo.
—Bueno...—lo meditó. Tenía que limitarse para hacer las cosas bien. El mundo terrestre era duro con las mujeres, pero algunas podían defenderse bastante bien, como Linet y Carine. ¿Quién la necesitaba más entonces? ¿Quiénes estaban solas y pidiendo ayuda? Ya tenía la respuesta—. Quiero proteger a las niñas del mundo.
—Así será entonces.— Ariel sonrió, la Diosa también lo hizo—. De este momento en adelante podrás hablar conmigo siempre que desees, buscarme aquí, en mi plano. Y encontrarás más espíritus que te ayudarán a adaptarte, ganarás sabiduría para gobernar también.
—¿Podré ver a el Dán? —preguntó con curiosidad, eso sí le interesaba.
—Si quiere verte se presentará ante ti. O lo escucharás, mejor dicho. Nunca ha tenido forma definida.
—Ojalá quiera verme, así cuando vaya al mundo material podré contarle a Linet y...— El rostro de la Diosa se puso serio. Temió haberlo arruinado todo con su comentario—. Sé que a ustedes no les gusta que me haya enamorado de Linet...—comentó avergonzada.
—Es cierto. Ese amor de ustedes es lo que puso en riesgo los planes del Dán. Y que vayas a la tierra a interferir con todo otra vez no es algo que podamos apoyar.
—Pero no voy a interferir, ya no más. Voy a ayudar, en serio. Todo va a ser diferente esta vez, ya no voy a llorar todo el tiempo. O eso espero...— La Diosa acabó por sonreír. Ariel empezó a pensar en las cosas buenas que podía hacer por las personas que quería. Ayudar a Abdel a escapar de Santhony, o darle su merecido al hechicero ese. Ayudar a Linet con su misión de liberar a su pueblo. Y a Liss, sobre todo a ella. Seguro los espíritus sabían cómo salvarla de ese collar.
—El amor es una fuerza intensa, Ariel. Una energía incontrolable y hermosa, pura. No soy nadie para condenar el amor de dos seres inocentes. Ninguna de las dos sabía que esto iba a pasar, no tenían forma de adivinarlo.
—Eso me hace sentir más tranquila.— Esbozó una sonrisa. Ariel se sentía emocionada, ansiosa de empezar su nueva existencia como espíritu. Por ayudar a las sirenas de Aquaea, por ayudar a las niñas de la tierra también. Por aprender, por volver a ver a todos en el plano material. La Diosa notó su impaciencia quizá, porque finalmente se hizo a un lado.
—Puedes ir, Ariel. Notarás que este plano es similar tuyo. Podrás verlo todo mientras seas un espíritu. La materia no será una barrera, y solo podrán sentir tu presencia si así lo deseas.
—Quiero empezar a practicar eso de materializarme, mi Diosa.
—Entonces ve. El tridente te espera.
—Gracias... en serio, muchas gracias. Y dígale a Luz eterna que me perdone por no creer en ella.
—Eso a ella no la hiere, cariño —contestó la Diosa sonriente—. Ella no exige que la ames, es feliz con que cuides a su creación, nada más. Así nunca hayas creído en ella, ella siempre creyó en ti. Siempre te iluminó.
—Nunca más volveré a dudarlo. Me devolvieron la vida, yo trabajaré duro para retribuirlo.— Pero no era un sacrificio, le gustaba mucho la idea, estaba emocionada. Al fin, después de la desgracia en la que se metió con la Bruja, sentía que había comprendido la reciprocidad. No era sacrificio, era recibir algo bueno y retribuirlo con alegría. Eso era lo que iba a hacer.
La Diosa se despidió, se desvaneció poco a poco y se hizo una con el mar. Ariel miró alrededor, indecisa de por dónde empezar. Tenía que tomar forma física, eso era lo principal, así que tenía que ir por el tridente. ¿Y dónde estaba? Podía sentir su energía llamándola. El tridente estaba en Aquaea.
No, nada de nada, no me arrepiento de nada,
Ni el bien que me han hecho, ni el mal,
todo para mi es igual.
No, nada de nada, no me arrepiento de nada.
Por mi vida, por mis alegrías,
¡hoy esto comienza sin ti! (*)
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(*) Non, Rien de Rien - Edit Piaf
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Hello, hello, hello!
QUE NO CUNDA EL PÁNICO XD Tengo lista la segunda parte, pero ahora mismo estoy ocupadísima en la oficina. La publicaré en unas horas. Por ahora cuéntenme sus impresiones <3
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