49.- Fin del camino [Parte 2]

Recuerdos agridulces

Es todo lo que me llevo

Pues adiós, por favor no llores

Los dos sabemos que no soy lo que tú, tú necesitas

Y yo siempre te amaré

Siempre te amaré, te amaré (*)

Todo en ese día pasó muy rápido. O al menos así lo sintió en medio de la confusión y el miedo. Iba a morir si no mataba al príncipe, pero realmente no quería ni podía hacerlo. Tenía miedo de la daga que llevaba en las manos, a cada momento sentía deseos de soltarla en el mar y que se perdiera para siempre, pero no podía hacer eso. Sus hermanas dieron sus cabellos a cambio, no sería justo hacerles eso. 

Pero ahí iba, rumbo a asesinar a alguien que no lo merecía. Abdel había logrado liberarse, o al menos eso dijo Erena, porque sabía que él estaba en altamar. Nunca entendió bien cómo funcionaba el vínculo que tenían gracias al dije, pero Erena simplemente sabía dónde estaba, como si algo lo guiara a él. Podía rastrearlo en cualquier lado, sea mar o tierra. Por eso nadaron hacia allá, no tenían alternativa. Según los cálculos, y lo que dijo el caballero Arnaud, esa era la ruta que de seguro seguía la comitiva de Theodoria para la boda de Linet y Francis.

Resultó que sí, Arnaud estuvo en lo cierto. Cuando los alcanzaron estaba atardeciendo, los barcos se habían detenido. En uno de ellos, el más grande, había una fiesta. Ariel podía ver muy poco desde donde estaba, pero eso de alguna forma de recordó a la vez que salvó a Francis. También había una fiesta esa noche, y ella estuvo ahí para sacarlo del mar. 

Sentía deseos de llorar, y no solo eso, era como si aquella terrible sensación de perder las agallas en el fondo del mar se sintiera a todo momento. Era como ahogarse permanentemente. No quería hacerle daño a Francis, ¿cómo sería capaz si ella misma le salvó la vida? Ni Eri ni los demás tenían razón, Francis sí que hizo cosas por ella. La trató bien, la cuidó, le dio su amistad. Él era un chico bueno, Ariel lo sabía. ¿Por qué tenía que hacerle daño? De a ratos se descubría pensando que quizá preferiría morir antes de levantar el arma contra él.

"¿Qué voy a hacer, Liss? ¿Por qué he aceptado esto?", preguntaba. Le dolía el pecho, de rato en rato se secaba las lágrimas que no podía detener. Erena la llevaba, fue ella quién nadó por delante guiando al grupo. El caballero Arnaud al final decidió acompañarlos, aunque él iba por detrás, de rato en rato Silvyn y Dror impulsaban el bote. Él estaba ahí solo por Liss, para asegurarse que el collar no se perdiera, que la portadora no muriera. Ella no le importaba en absoluto, cuando la miraba hasta podía notar algo del odio que le tenía. Quizá la culpaba por llegar a ese punto, quizá la odiaba porque su princesa estaba atada a su la tragedia que le aguardaba.

"No hay alternativa, Ariel", contestó Liss con la voz llena de tristeza. "No quiero que él muera, y tampoco quiero perderte a ti. Eres todo lo que tengo, no puedo perderte."

"¿Es solo eso?", preguntó. Sintió que el corazón se le hacía trizas. Nadie parecía entenderla, nadie podía adivinar la tormenta que sentía por dentro. Liss no quería perderla porque vivía a través de ella. Erena y sus hermanas la querían, por eso la llevaban con ellas para que se haga una asesina. Silvyn y Dror tampoco querían que se muera porque ella era la reina de Aquaea. Nada más. Nadie la miraba a los ojos para entender que no podía hacerlo. Nadie quería perderla, querían mantenerla en ese mundo cueste lo que cueste. Ariel no quería vivir así. Una vez la Bruja del mar le preguntó si para obtener lo que deseaba daría todo, incluso lo que hacía ser ella misma. Aquella vez contestó que sí, aceptó. A ese punto ya sabía la respuesta. No fue perder las piernas y la voz su condena. Se iba a destruir a sí misma de verdad si mataba a Francis.

—Abdel está ahí —dijo señalando uno de los barcos que rondaban a la nave mayor—. Supongo que los ayudará a entrar a escondidas.

—Es la nave de la duquesa Berbard —les dijo Arnaud—. Tiene una bandera con el escudo.— Fue inevitable. Los latidos de su corazón se aceleraron, Carine estaba ahí. Quizá lo sabía todo, quizá ella ayudó a Abdel a llegar. La última vez que se vieron le entregó sus labios y la dejó besarla, ella también quiso sentir aunque sea un poco de ese amor que la duquesa sentía. La culpa la invadía por pensar de esa forma en Carine, cuando su amada estaba en otro barco casándose con el hombre al que tenía que matar. Eso también dolía, era como sentir los mil cuchillos en los pies. Era peor, sentía como si le estuvieran destrozando las entrañas. Ya no estaba segura de resistir.

—Ahí está Abdel —avisó Aurimar. Entonces Ariel lo buscó a lo lejos, lo vio parado el borde, también las buscaba con la mirada. Quiso llegar pronto a él, necesitaba abrazarlo una vez más—. Será mejor que Ariel suba al bote y la acerque este hombre, vamos a llamar mucho la atención.

—Está bien —contestó Erena—. Iré con ella, necesito explicarle a Abdel la importancia de esto.— Mentía, Ariel se dio cuenta, Aurimar también. Iba por Abdel, quería verlo a él. Quería estar a su lado una vez más. Ariel no se ofendió por esa mentira, hasta se le hizo tierna. Estaba bien que quisiera estar con él aunque sea un momento, no tenían idea de cómo iba a acabar todo eso. Quién sabe y no vuelvan a verse.

Así que Ariel obedeció, subió al bote con Arnaud. Este remaba, y de rato en rato miraba el collar de su princesa brillar. Ella también estaba feliz de verlo, Lissaendra se lo había dicho. Él era como un padre para ella, entendía por qué se querían tanto. Erena los acompañó, pero ella se quedó escondida debajo del bote. Solos dos guardias de la nave de Carine se asomaron, se acercaron a decirle algo a Abdel, luego se alejaron. Cuando al fin llegaron hasta el barco, Abdel lanzó una escalera hecha de cuerdas y descendió para llegar hasta ellos. Ariel entendió que no hubo necesidad de eso, él pudo simplemente esperarla arriba. Abdel también necesitaba a Erena tanto como ella.

Apenas puso un pie en el bote, Abdel se hizo paso hasta ella. Con dificultad, Ariel apartó su vestido y lo abrazó con fuerza. Se contuvo para no llorar, no porque no sintiera deseos de hacerlo, sino porque no quería verlo lleno de lágrimas. Ya suficiente era notar la tristeza en su mirada.

—¿Qué pasó, mi pequeña? ¿Por qué te han hecho esto? —preguntó él acariciando sus mejillas. Ojalá pudiera responderle, solo le quedaba mirarlo con pena.

—Te lo explicaré todo, pero seré breve. Ya no tenemos mucho tiempo.— Erena asomó su cabeza. El hombre la miró fijo y asintió. Escuchar su tragedia en boca de otros seguía siendo igual de horrible.

Así que Erena le contó todo a un horrorizado Abdel. De cómo recuperaron Aquaea, de la abuela muerta, de ella convirtiéndose reina y portadora del tridente. De la desgracia, de cómo perdió su forma de sirena justo cuando estuvo a punto de recuperarlo todo. ¿Una broma del destino? No, de Santhony. Ariel hasta podría jurar que el hechicero esperó ese momento y ese instante para llevarla a la desgracia. Y luego el trato que hicieron con la Bruja, la condición para mantenerla con vida, el asesinato que tenía que cometer. A ese punto, Abdel no se veía nada contento. Se cruzó de brazos, tenía el ceño fruncido.

—Definitivamente la estupidez es rasgo característico de la realeza de Aquaea —dijo disgustado—. ¿Otro trato con la Bruja? ¿En serio? ¿No se les pudo ocurrir otra cosa?

—Sé que es insensato —le cortó Erena—. Pero otra alternativa no tenían, y estaban desesperadas. Ya sabes cómo es ella, se aprovecha de esos momentos para obtener lo que quiere. No hay tiempo, y no hay otra forma.

—Claro que no hay tiempo. Linet y el Francis ya se han casado. Ariel morirá al amanecer —contestó dolido. Y ella también se sintió terrible en ese momento. No fue tanto por la noticia de su muerte, eso ya lo sabía. Si no por lo otro, por la boda. Seguía sin entender lo que pasaba, solo sentía como si el corazón le sangrara. Ariel sabía cómo era una boda humana, lo había ensayado cuando iba a casarse con Francis, Liss también se lo contó. Era la unión de dos almas para la eternidad, era jurar ante todas las deidades que serían uno a partir de ese momento. Linet y Francis lo hicieron. Ella lo hizo. Ansiaba verla tanto como quería huir de ella. No podía mirarla de solo saber que le juró una eternidad a otro.

—Entonces solo queda esperar al anochecer —concluyó Erena—. ¿Podrá Ariel esconderse en el barco hasta que sea el momento?

—Puede, le he contado a la duquesa algunas cosas, ella exigía estar bien enterada. Ya sabes que quiere a Ariel, así que ayudará en lo que pueda mientras no se entere que quieren matar a Francis. Aún así...— Abdel suspiró. Segundos después la miró a los ojos, y quizá vio en ellos lo que quiso gritar todo el día—. No funcionará. Ariel no va a matar a nadie —agregó muy seguro.

—Ella sabe lo que tiene que hacer, está de acuerdo —respondió Erena con fastidio.

—Mírala, ¿en serio crees que será capaz? Dejen de pensar en lo que quieren ustedes por un maldito segundo. Mírala y date cuenta. Ese trato fue en vano.— A su amiga le enojaron las palabras de Abdel, era fácil darse cuenta. Pero aún así buscó su mirada, y poco a poco ese enojo se fue alejando. Al ver a Erena de pronto solo notó miedo, pena. Ella ya sabía que la iba a perder.

—Ariel... por favor...—rogó. Nunca hacía eso, Eri era de las que exigía y ordenaba. Pero en ese momento se acercó al bote y posó sus manos mojadas sobre las suyas. Ariel las apretó, se contuvo para no llorar—. Sé que no puedes, sé que te lastima. Lo siento, te juro que lo siento. Odio pedirte que hagas eso, no quiero que lo hagas. Lo entiendo, de verdad que sí. Pero yo... yo...— Por el rabillo del ojos notó algo. Arnaud y Abdel se secaban las lágrimas con discreción. En ese momento la que lloraba era Erena, y Ariel jamás la había visto así—. No me dejes, no quiero existir en un mundo donde tú no estás —se rompió. Sin siquiera pensárselo se arrojó al mar y abrazó a Erena para llorar en sus brazos. Los hombres no decían nada, las acompañaban con lágrimas involuntarias. Quizá Abdel no.

¿Qué iba a hacer? No dejaba de preguntarse lo mismo. Matarlo, tenía que tomar la daga y hacerle daño a Francis. Tenía que tomar su vida. ¿Para qué? Para ser reina, para no dejar a su Eri sola nunca más. Para que la princesa siga viviendo a través de ella. Todos la necesitaban, y ella en verdad no quería morirse y ser solo espuma de mar. Respiró hondo varias veces, hizo lo posible por serenarse. Luego miró a Abdel y asintió. Él entendió, bajó la mirada con tristeza.

—Te ayudaré —murmuró Abdel—. Ya nos las arreglaremos para llevarte a la nave real, tendrá que ser esta madrugada, pronto se pondrán todos borrachos y aprovecharemos la distracción para pasar. Ahh... mierda...—se meció los cabellos, también parecía desesperado—. Lo sé, Ariel. Francis es un buen tipo, en serio que no merece esto. Pero entre él y tú, te elegiría mil veces. Lo siento, en serio —le tendió la mano y la ayudó a subir al bote otra vez—. ¿Vienes con nosotros? ¿O prefieres mantenerte al margen? —le preguntó a Arnaud. El hombre asintió sin dudarlo.

—Voy. Ahora que la sirena lo ha decidido, los ayudaré a que no los descubran. También lo lamento por el príncipe, pero...—solo suspiró. No era necesario que lo diga. Lo entendía. Entre Liss y el príncipe de un reino lejano al suyo la elección era clara.

Subieron al bote, algunos guardias de Carine los vieron, pero solo uno de ellos hizo una señal para que pasaran hacia un camarote, quizá el de la misma duquesa. Supuso que Carine dio orden de que obedecieran a Abdel en lo que les pidiera y, sobre todo, que sean discretos.

Ariel deseó con todo el corazón que las horas corrieran con rapidez. Se había recostado en una cómoda cama a esperar. Llevaba escondida la daga, y la odiaba. Se la pasó fantaseando cómo sería correr a la borda y arrojarla al fondo del mar. El tiempo parecía una tortura, nunca esperar fue más tedioso. Abdel estaba con ella, y afuera el caballero Arnaud vigilaba. Notó que llegó la noche, y a lo lejos se escuchaba el ruido de la fiesta. La música, las risas, las felicitaciones a los novios. A cada momento tenía que contenerse para no llorar. Imaginaba que Francis sonreía, que era feliz porque se había casado con la mujer que siempre quiso. Y quizá Linet también sería feliz. Al menos ella lo sería, o quizá a veces la recordaría como el amor que se fue para siempre. Pensó con dolor que quizá nunca debió entrar a su vida.

Era tarde cuando escuchó pasos fuera del camarote, y voces conversando. Segundos después la vio. Ariel se incorporó, y el corazón le latió emocionado. Carine estaba ahí, y por un instante volvió a ser feliz, sobre todo cuando notó que la seguía mirando con esa ternura, con cariño, con adoración. La amaba a pesar de todo.

—Estarán a salvo aquí por ahora —le dijo Carine a Abdel. No le quitaba los ojos de encima—, pero deben encontrar una forma de escapar antes del amanecer. Todo depende de cómo salga algo que tengo planeado hacer. Si fallo, registrarán esta nave, quizá maten a toda la tripulación —dijo para sorpresa del caballero Arnaud y de Abdel, de ella misma incluso—. Si todo sale bien ya no tendrán que huir, ella estará a salvo conmigo.

—Entiendo, duquesa —contestó Abdel—. Solo hay otra cosa que Ariel necesita. Debe ir esta madrugada a la nave real —la notó extrañada, y le devolvió una mirada de desconfianza.

—¿Y de qué le serviría eso?

—Debe acercarse al príncipe Francis, necesita algo de él.— Ariel lo notó nervioso, quizá estaba pensando en ese momento alguna excusa convincente—. Se trata de un hechizo que le permitirá volver al mar y salvar su vida.

—¿Qué necesita?

—Algo de él, ya sabe. Pueden ser cabellos. Iban a casarse, y quizá por ahí va la cosa.

—¿Nada más?

—Hay otras cosas, pero una parte del príncipe es uno de los requisitos.— Al final Abdel acabó mintiendo con naturalidad. Arnaud no dijo ni una sola palabra, y quizá Carine escogió creerles, porque solo asintió.

—Los ayudaré a subir, luego es poco lo que puedo hacer. Tendrán que arreglárselas solos.

—Nos encargaremos, su gracia —le dijo Arnaud, y ella asintió.

—Deben esperar un poco más, pronto todos estarán dormidos —asintieron. No tenía idea de qué momento de la noche era, pero hace buen rato que la fiesta ya no se escuchaba tan animada—. Ahora déjennos a solas, necesito pasar un momento con ella.— Abdel y Ariel intercambiaron una mirada, ella asintió. También deseaba un momento con Carine.

—Estaremos cerca.— Fue todo lo que dijo el hombre antes de cerrar la puerta. Solas al fin.

Fue Carine quién avanzó a paso firme hasta llegar al frente suyo. Sin previo aviso, sin pedir permiso, tomó sus mejillas y la besó. Ariel posó las manos en su cintura y la dejó besarla. Más que eso, la besó también. Había decidido matar a Francis, pero puede que no funcione, puede que nunca llegue a él. Podía morir esa misma noche, y al menos quería irse con la sensación y la felicidad de besar a una persona que la amaba. ¿Sintió culpa por Linet? Mucha. De a ratos sentía que las estaba comparando. Con Carine se sentía diferente, nunca sería lo mismo. Y aún así se sentía bello.

—Te traje algo —murmuró sobre sus labios. Carine sonreía, era fácil notar que tenía las mejillas rojas. Entonces se lo mostró, era aquel cuaderno donde dejó su verdad. El que olvidó en el castillo—. Es tuyo, amor. Puedes llevarlo contigo, y ya no tengas miedo de escribir. Mientras esté viva no dejaré que nada te lastime —le dio un beso en la frente, Ariel recibió el cuadernillo. Acarició sus bordes, sintió nostalgia. Sus primeras palabras estaban ahí, las confesiones que hizo sin saber que llegarían a mucha gente. Le sonrió, porque después de todo fue lindo tener ese cuaderno alguna vez—. Ariel —le dijo. Por primera vez la llamaba por su nombre real—. Sé la verdad ahora, Abdel me explicó. Y sé que Lissaendra está aquí —agregó acariciando despacio los bordes de su collar para luego soltando. Quizá se sintió incómoda de hacer eso—. Es tan extraño todo lo que hemos vivido, o lo que nos ha tocado vivir, mejor dicho. Todo está conectado de una manera tan caótica que se me hace difícil aceptarla. El Dán, un espíritu vengativo, la Diosa del mar. Había planes para nosotras, y todo se movió. Yo hasta ahora no sé decir si fue para bien o para mal, solo sé que pasó y que no me arrepiento de nada.— Carine acarició su mejilla, Ariel también lo hizo. Qué triste era decirle adiós, pase lo que pase ese día, no volvería verla y ahora sí en serio—. Sea lo que sea que vayas a hacer con Francis, ten mucho cuidado. Tiene el sueño profundo, pero las luces lo despiertan. No puede dormir con velas encendidas, ni con la luz del día. Tiene que ser antes del amanecer —ella asintió, y también sintió pena. Tenía que matar a su primo. Carine en ese momento no lo sabía, pero cuando se enterara que la ayudó a cometer un acto tan infame quizá la culpa no la deje en paz. Ariel se sintió mal consigo misma por mentirle a alguien que la quería—. ¿Quieres comer algo? ¿Te sientes bien? Puedes pedirme lo que desees, ya sabes —ella negó. Realmente no tenía hambre, había tenido nauseas todo el día. O quizá... quizá sí. Algo para despedirse del mundo terrestre.

Ariel sentía que había pasado un tiempo bastante largo desde que aprendió a escribir. La mano le tembló cuando cogió el marcador y abrió el cuadernillo en busca de una hoja en blanco.

"Empieza con una C", le dijo Liss. Ella ya sabía lo que quería. Ariel sonrió, y con la ayuda de Lissaendra logró completar la palabra. "Chocolate", eso le entregó a Carine.

—Ah vaya, un pedido delicioso que estoy dispuesta a cumplir —le dijo sonriente—. No te preocupes, iré por un poco para ambas. ¿Quieres decirme otra cosa? —asintió. Cambió de página y empezó a escribir. La mano le temblaba, sentía sus mejillas calientes. Tenía que decírselo, porque también lo sentía. Esa vez Lissaendra no le corrigió, la dejó escribirlo como quisiera.

"Te quiero, Carine"

La duquesa lo leyó, por unos segundos se quedó paralizada. La quería también, eso era cierto. Le gustaba su compañía, su voz, sus palabras de aliento, sus historias. Siempre le gustó su risa, su dedicación. La forma en que bromeaba, o como la miraba. Aunque nunca anheló sus besos, ni sus caricias, ni su cuerpo. No de la misma forma en que lo hizo con Linet. La quiso así, de forma diferente. Y Carine, quién acababa de leer su revelación, sonreía. Se había quedado sin palabras, y como respuesta solo recibió un último beso. 

Cuando se separaron, Carine pidió que les llevaran chocolate. La duquesa apenas lo tocó, en cambio ella disfrutó de cada dulce sin importar su presentación. Carine solo la miraba comer en silencio, la miraba y la adoraba. De rato en rato le contaba sobre la boda. Nada más, quizá ella también sabía que a pesar de su confesión no la amaba como a la otra. 

Luego del encuentro con Carine el tiempo pasó más rápido. Alrededor todo estaba en completo silencio, y Abdel anunció que el momento era preciso. La duquesa asintió, y avisó a dos de sus guardias para que la ayuden a pasar a la nave real. Tenían que usar un puente de madera por el que cruzarían, y tenían que hacerlo rápido. Eso iba a ser lo complicado, la vigilancia de la nave real no dejaba de rondar la cubierta. Ariel pensó que no lo lograrían, que sería en vano. Hasta que escucharon los cantos de sirena.

De inmediato los guardias miraron a la dirección de donde llegaban los cantos, y como presos de una hipnosis, caminaron hacia allá. Eran Erena y sus hermanas quienes los distraían. Quizá los estuvieron vigilando con discreción, y al notar que estaban en aprietos para cruzar decidieron ayudarlos. Era difícil para todos resistirse a ese canto, incluyendo a los guardias de Carine, Arnaud, y la duquesa misma. Abdel parecía inmunizado de alguna forma, quizá era gracias al collar. Fue este quien pasó primero por el puente y le dio la mano para cruzar. El caballero Arnaud hizo lo posible para alejarse del encantamiento, y con esfuerzo cruzó con ellos.

—Vamos, quiten esto —les dijo Abdel a los guardias de Carine. Estos reaccionaron y recogieron el puente. A partir de ese momento estarían solos.

—Suerte —les dijo Carine. La miró a los ojos por última vez. Ariel le sonrió, le dijo adiós con una mano, la duquesa repitió el gesto. Luego Abdel tomó su brazo, y la llevó consigo hacia el interior de la nave. Todos los guardias estaban en la proa del barco, buscando las voces encantadas de las sirenas.

Abdel sabía dónde estaba el camarote de los novios, Carine le dio indicaciones antes de subir. Desde donde estaban el canto se seguía escuchando, aunque ya no tan fuerte. Y varios de los guardias de adentro habían salido a ver qué pasaba, solo para quedar sumidos en el encantamiento de las sirenas. Así que el caballero Arnaud se quedó en cierta parte para vigilar que nadie pasara, solo Abdel iba con ella. No se detuvo hasta que llegaron a la puerta del camarote, y este la abrió despacio para ella.

—No te culparé si no puedes hacerlo —murmuró Abdel—. Pero inténtalo. Sabes que siempre estaremos contigo —ella asintió. Abdel cerró la puerta tras ella. Estaba sola.

No, realmente no era así. Su caminar era lento y doloroso como siempre, y al cruzar la primera estancia fue que los vio. Linet dormía en la cama, Francis en un cómodo mueble. Sacó la daga que llevaba escondida entre la ropa y caminó hacia él.

"Ariel...", le dijo Lissaendra. "No quiero ver, por favor", rogó la princesa. Y sin decir nada, se quitó el collar. Contenía las lágrimas. Tenía la daga en las manos, la levantó. Miró a Francis, sintió pena. Tan bello que se veía, tan en paz. Ella lo salvó, fue su amiga, bailó con él, se hizo la idea de una vida a su lado. ¿Cómo iba a lastimarlo? ¿En serio sería capaz de matar a un hombre bueno? Él iba a ser rey, sería un rey mucho mejor que su padre. Algo le contó Carine mientras comía chocolate, no entró en detalles para no atormentarla. Todo eso se relacionaba con la revolución de las mujeres de Aucari, ese era el motivo de la unión. Linet había entregado su vida a esa causa, ¿y en serio sería capaz de arruinar el futuro de dos naciones solo porque quería vivir? ¿Era eso ser egoísta? ¿Ser mala? ¿Se hundiría en el mar para siempre mientras en la tierra todos sufrían las consecuencias de sus actos?

Pensó en Erena. En sus ruegos de que no la abandone. Pensó en Carine que tanto la quería. En Abdel que la cuidaba como si fuera su hija. En Lissaendra, que la necesitaba para vivir. Y en Linet, que la amaba con todo el corazón a pesar de haberse entregado a otro. Ella era importante para todos, pero no creía que valiera la pena tanto sacrificio por una sirena maldita. Ella podía dar su vida para que las mujeres de Aucari sean libres. Para que un rey malo no gobierne en la tierra.

No aguantó las lágrimas, la daga resbaló de sus manos y cayó al lado de Francis. El príncipe no despertó, Carine tuvo razón con eso de que su primo tenía en sueño profundo. Y así, entre lágrimas, salió de la habitación. No iba a matarlo. Iba a morir.

Sus pasos eran pesados, el cuerpo le dolía más que nunca. ¿Con qué cara iba a mirar a Abdel a los ojos? ¿A Eri? ¿Cómo les diría a sus hermanas que entregaron su cabello en vano? Que al final era una cobarde, que no era capaz de ningún sacrificio. Ni siquiera volteó a mirar a Linet por última vez, no fue capaz. Pero Linet sí fue a ella.

—Ariel...—escuchó su voz llamándola. Se giró, y se quedó paralizada. Ella tenía los ojos cubiertos de lágrimas por la certeza de su muerte. Pronto el llanto acudió a Linet, y no sabría decir si fue por su presencia, o por sus lágrimas de sirena. Puede que ambas—. Ariel, espera.— Linet corrió hacia ella, corrió rápido. La tomó de las manos, Ariel intentó alejarse. ¿De qué valía eso? ¿Para qué si iba a morir al amanecer? No quería causarle dolor, quería que fuera feliz sin ella—. Por favor, perdóname. No tuve oportunidad de explicarte nada, no hubo forma. No es nada de lo que piensas, pudo jurarlo. Te amo a ti, solo a ti. Jamás sentiré por él siquiera un poco de lo que siento por ti —le juró mirándola a los ojos. Ariel sabía que eso era cierto, lo sentía en cada una de sus palabras, en su mirada. El corazón le latía con fuerza, moría de ansias por ella. Por besarla, por abrazarla, por sentirla. Fue Ariel quien la besó, y Linet la apretó contra su pecho mientras correspondía ese beso. En algún momento se sintió culpable por haber besado a Carine esa misma noche, pero apartó ese pensamiento. Nunca fue lo mismo. Eso que sentía mientras estaba con Linet, esa pasión, ese fuego, la emoción, la locura, el amor. Eso, sea lo que sea y sin importar lo que iba a pasar, sería para siempre—. ¿Podrás perdonarme por esto? Dime que sí, te lo ruego...—Ariel asintió, Linet le acarició las mejillas—. Quiero explicarte todo, de verdad. Tienes que saber que esto no es más que un acuerdo, él no me ha tocado, nunca le he dado siquiera un beso. No tienes que hacerle daño, no era necesario eso —lo entendió. Quizá al verla a punto de matar al príncipe pensó que quiso hacerlo por celos, era fácil pensar en eso. Tampoco tenía forma de explicarle la verdad, no tenía sentido—. ¿Acaso volviste al mar en algún momento? ¿Qué pasó contigo? Ariel, quiero ayudarte. Un caballero y el vizconde Leblanc te buscan para que el rey te mate. Quizá Francis y yo podríamos intervenir. Quédate aquí esta noche, estoy segura que él entenderá. Ven con nosotros a Aucari, quédate a mi lado. Por favor, no me dejes ahora —se contuvo para no llorar. ¿Cómo podía explicarle que eso no iba a ser posible? Alguna vez también soñó con ir con ella a Aucari de la mano, apoyarla en su lucha, levantar la bandera roja de la revolución. Pero esa sería la última vez que vería su rostro.

Recordó con claridad la primera vez que la vio, tan diferente a esa. En la estancia la luz de la luna se filtraba por la ventana y iluminaba el rostro más bello que había visto jamás, la mujer que adoró desde el primer instante. Cuando la conoció fue el sol el que le mostró sus cabellos dorados y la hizo brillar a sus ojos. Pero fue la luna quien estuvo presente cuando se conocieron de verdad, cuando se besaron, cuando empezaron amarse. Ella le hizo ver. Ella le dio forma a sus ideas de libertad, la ayudó a descubrir cosas que nunca imaginó. Linet la hizo sentir. La hizo descubrir no solo el amor, sino que amaba a las mujeres. Con ella se sintió libre de verdad, con ella conoció la plenitud.

Ariel llevó su mano a la mejilla de su amada, acarició despacio su piel tan suave. Linet la observaba sin parpadear. Sus labios se encontraron otra vez, el beso fue tan largo que podría jurar que el tiempo se hizo eterno solo para ellas. Sentía sus lágrimas mientras la besaba, sentía sus caricias suaves. Linet sabía que no podía quedarse, ella solo quería despedirse. No podía explicarle que se iba para siempre, tampoco quería hacerlo. Era mejor que Linet pensara que volvería al mar a seguir con su vida, no quería que sufra más. Quería que sonría, que sea la mujer luchadora que conoció, la revolucionaria de la bandera roja. Solo se separaron porque Abdel abrió despacio la puerta y se asomó, quizá preocupado porque demoraba.

—Lo siento...—murmuró con gesto arrepentido—. Ariel, tenemos que irnos ya.

—¿Volverás al mar? ¿Es eso? —preguntó Linet. Ella asintió. Aquello era cierto de alguna forma—. Ariel, ¿volveré a verte?— No respondió nada, solo ladeó la cabeza—. Yo espero que sí, sé que así será. Volverás a mí, o yo te buscaré. Así tenga que hundirme en el mar, yo iré ahí contigo —le escocieron los ojos, quería llorar otra vez. Le dio un beso, el último. Entrelazaron los dedos de sus manos, cuando se separaron sus frentes quedaron unidas—. Te amo, Ariel.— Quería decírselo, ella nunca lo había escuchado de sus labios, perdió la voz antes de poder confesar sus sentimientos. Por eso, Ariel tomó una de sus manos y la llevó a la altura de su corazón. Linet la miró conmovida, lo sintió. El latido de su corazón, el amor por ella—. Ve, Ariel. Ponte a salvo. Te esperaré toda la vida.

Con profundo pesar se apartó de ella. Su cuerpo la anhelaba, quería sentir su calor y sus besos otra vez. Pero tomó la mano de Abdel y salieron de la estancia. El hombre la miró de lado, entendió pronto. No estaba manchada con sangre, ni una sola gota. Iba rápido al encuentro del caballero Arnaud, no había tiempo para hablar en ese momento. Pero notó en esos pocos segundos en que se miraron la pena de Abdel. Él iba a perder a su pequeña.

—¿Qué pasó? —preguntó Arnaud apenas los vio.

—No hay tiempo ahora, las sirenas ya tienen que dejar de cantar, están llamando la atención demasiado. Tenemos que huir pronto.

—Andando, vamos a la popa —les dijo el caballero, y eso hicieron.

Prácticamente corrieron hacia allá, el canto de sirena se escuchaba cada vez más lejano. Abdel tenía razón, se había armado un alboroto en las cubiertas de los barcos de la comitiva real. Sus hermanas y Erena tendrían que parar pronto, tenían que huir a las profundidades. Porque cuando dejaran de cantar más de uno intentaría cazarlas. Quizá en ese momento alguno que lograra romper el encantamiento lo intentaría.

Al llegar a la popa se asomaron a ver si era seguro saltar por ahí. Todos sabían nadar, podrían intentarlo. Estuvieron seguros que esa era la única opción que les quedaba cuando vieron a Silvyn y Dror asomarse. Ya los estaban esperando.

—Vamos, salten —les pidió Silvyn—. El bote está cerca, nadaremos hacia allá y luego nos vamos lejos. No hay de otra —asintieron. Abdel le dio la mano para ayudarla a saltar. Primero se puso el collar de Liss, lo enredó bien, y se lanzó sin dudarlo. Segundos después la siguieron los hombres.

No estarían a salvo hasta que se alejaran de los barcos. Los tritones los ayudaron a ir más rápido, y pronto las sirenas dejaron de cantar. Se hundieron en el mar y les dieron el alcance más allá, hasta que alcanzaron el bote. Ella y los hombres subieron, los tritones lo impulsaron con rapidez. Nadie decía nada, ni siquiera Liss. Quizá ella tenía miedo de preguntar qué hizo, o cómo lo hizo. Ariel temía lo que se venía, dar explicaciones. Quizá todos asumieron que lo hizo, quizá todos guardaban esperanza. Los iba a decepcionar pronto.

El cielo se aclaró en su huida. La luna y las estrellas perdían su brillo mientras se iban del cielo, el sol saldría pronto. El momento estaba cerca. Llegaron hasta una playa solitaria y ahí se detuvieron, habían escapado sin parar, quizá pensaron que huían de un crimen y solo así estarían a salvo. El bote encalló en la arena, el caballero bajó seguido por Abdel y ella. La marea iba y venía mojando sus pies, eso al menos calmaba su dolor.

"Ariel, ¿lo hiciste?", preguntó al fin Liss con timidez.

"Tú sabes la respuesta", contestó. Quizá Liss no vio nada, pero la conocía bien y sabía de su tristeza, de su desesperanza. Lissaendra supo que ella no mató a nadie, y empezó a llorar. Su llanto le estaba destrozando el corazón.

—¿Qué sucedió? —preguntó Dror. Su única respuesta fueron más lágrimas. Se llevó las manos al rostro para ocultar su vergüenza, ¿qué más podía hacer? No lo había logrado.

—Ya, calma...— Era la voz de Abdel. El hombre se había acercado y la abrazó—. Está bien, Ariel. No importa, no te sientas mal, no eres una cobarde. Nadie aquí va a reprocharte nada —hundió la cabeza en su pecho, ahí lloró buen rato. Ni sus hermanas, ni los tritones, ni Erena decían nada. Ellos estaban en el mar observándola en silencio—. No importa lo que ha pasado, Ariel. Ha sido un honor conocerte, cuidarte, verte cambiar. Nunca te olvidaré, pequeña. Siempre estarás aquí —le dijo él llevándose la mano a la altura del corazón. Abdel tenía las mejillas mojadas, lloraba sin vergüenza, no como la primera vez que lo vio llorar. El hombre le dio un beso en la frente, uno bastante largo—. Adiós, Ariel. Ve con ellas —dijo señalando a las sirenas. Ella asintió, se le partía el corazón verlo llorar. Pero no podía irse al mar sin arreglar las cosas con Liss.

"Lissaendra, voy a dejarte con el caballero Arnaud, ¿está bien?"

"¿Acaso tenemos otra opción?", contestó llorando.

"Quizá en Albyssini encuentren a un hechicero que te ayude, quizá puedas ir al cielo. O no sé, quizá encontrar a otra portadora..."

"Es que yo no quiero otra portadora, quiero estar contigo. Eres mi amiga, Ariel. No quiero que te vayas, no quiero estar sola. Te quiero, te quiero mucho. No te vayas, por favor, por favor...", lloraba Liss, y ella se sacaba las lágrimas.

"Yo tampoco quiero dejarte, Liss. Ojalá pudiera estar siempre a tu lado", le dijo. Y pensar que hubo ocasiones en que deseó que Liss desapareciera. Esos días estaban lejanos, ellas eran más que amigas. Eran seres afines que se encontraron por accidente y no querían ser separadas.

"¿Qué voy a hacer sin ti? No soy nada, solo una princesa tonta", se lamentaba Liss. Y Ariel no perdió el tiempo en reprocharle.

"No eres una princesa tonta. Eres fuerte, inteligente, valiente. Arnaud te cuidará, y te ayudará a encontrar una forma de ser libre. Verás que todo estará bien."

"¿En serio lo crees?"

"Si. Tú podrás ser libre de verdad. Al menos una de nosotras tiene que serlo. Te lo mereces."

"Tú también mereces ser libre, Ariel. Le rogaré a Luz eterna que se apiade de ti. Que te deje cumplir tu sueño de libertad." Sabía que era un deseo sincero, Liss siempre fue muy creyente. Pero Ariel no contestó eso. En ese momento pensaba que todas las deidades le dieron la espalda.

"Adiós, Liss. Te quiero mucho."

"Te quiero, Ariel. Adiós, reina de Aquaea."

"Adiós, princesa de Albyssini".

Nunca quitarse el collar fue más doloroso. Con tristeza le entregó el collar a Arnaud. Este lo recibió y se lo puso de inmediato. Algo le dijo Liss, pues este asintió y la miró con cierta tristeza.

—Adiós, sirena —se despidió. Ella no dijo más. Miró otra vez a Abdel, se dio la vuelta y se hundió en el mar.

Ariel se sumergió, ahí abajo vio a sus hermanas y los demás. El cuerpo le dolía, y pronto las piernas empezaron a arderle. Le salieron las agallas, sus piernas se unieron, crecieron las escamas. La transformación a sirena no fue tan dolorosa como la última vez, o quizá era que de alguna forma se había acostumbrado al dolor. Se sacó el vestido y volvió a ser la misma. Al menos moriría en su forma original. Eso era un consuelo.

Con rapidez, todas sus hermanas la rodearon. Se peleaban por abrazarla. Al final quedó en medio de ellas. Una a una se despidieron. Besos en la mejilla de parte de Eurodora, un beso largo en la frente de parte de Zelika. Un abrazo y varios besos de Ligeia. Su hermana mayor, Raissa, tenía los ojos tristes. Nunca la había visto así. Se quedó abrazándola por largo rato. Por último, se acercó Aurimar, ella era la imagen de la desolación misma.

—Nunca te olvidaremos, Ariel —le juró Auri mientras apretaba una de sus manos y le acariciaba las mejillas—. Lucharemos por ti, no dejaremos que el mal vuelva a Aquaea nunca más. Les enseñaremos a ser libres, no me iré de este mundo sin cumplir tu sueño de libertad para todas. Lo juro en nombre de la Diosa del mar —agregó muy firme. Y eso, de cierta forma, la animó. Ariel sonrió con tristeza. Saber que seguiría su legado era reconfortante.

—Está bien, Auri. Y diles... diles que habrá una vida de resistencia. Diles que todas son fuertes, hermosas y que valen mucho. Que hay que estar siempre juntas para vencer. Diles eso.— Eran palabras de Linet. 

—Les diré, siempre repetiré tus palabras. Adiós, hermana pequeña. Nunca saldrás de mi corazón —se abrazaron fuerte otra vez. No imaginó que despedirse dolería tanto.

Al alejarse de ella vio a los tritones muy cerca. La habían conocido por un corto tiempo, y aún así lucían tristes. Al verla, se pusieron firmes. Y para su sorpresa agacharon la cabeza, justo como siempre hicieron los tritones de Aquaea cuando pasaba su padre.

—Ha sido un honor servir a la reina sirena de Aquaea —dijeron ambos a la vez.

—Yo me alegró mucho de haberlos conocido. Me enseñaron que los tritones también pueden ser buenos.

—Adiós, reina Ariel —le dijo Silvyn con pena—. Hay una oración que dice que en realidad nadie se va, que todos vuelven. Que la espuma de mar en la que nos convertimos sigue siempre aquí. Que formamos parte del océano al morir.

—Que así sea, reina Ariel —agregó Dror—. Que siempre estés con nosotros, y que la Luz eterna que dio vida a este mundo nunca te abandone.

—Que así sea —repitió ella. No estaba segura de esas palabras.

Al alejarse de ellos, vio a Erena esperándola. Nadó rápido hacia ella y la abrazó como siempre que se encontraban. Como cuando era una sirena pequeña que hablaba sin parar y ella soportaba en silencio. Ahí estaba Eri, como la madre que siempre espera. Erena le acariciaba los cabellos, la apretaba fuerte contra su pecho. Se separaron solo para mirarse a los ojos. No sabía qué decirle, Erena tampoco lo sabía. No había consuelo para ninguna.

—Eri...—murmuró cuando se dio cuenta. Arriba ya estaba amaneciendo, eso era seguro. Porque las puntas de sus dedos empezaron a desvanecerse. Estaba muriendo.

—Ariel... Ariel... no... espera...—se desesperó. Su cabello también empezaba a deshacerse.

—Te quiero, mi Eri —le dijo por última vez. Y Erena la sostuvo entre sus brazos. La sostuvo mientras se iba.

Sus últimos pensamientos fueron hacia la tierra. Recordó con cariño el sonido de la risa de Carine. O a Francis bailando con ella en la playa. Recordó a Abdel cuidándola con dedicación. La voz de Liss en su cabeza. A Linet. Sus besos, su sonrisa, sus caricias. La felicidad que fue amarla a pesar de todo.

Ya no había dolor. No sentía nada. Pronto dejó de ver. Era espuma de mar que estaba por irse. Espuma que se va, que se iba. Que se fue.


Espero que la vida te trate bien, 

y espero que tengas

Todo lo que soñaste

Y te deseo alegría

Y felicidad

Pero por sobre todo,

deseo que ames

Y yo siempre te amaré

Siempre te amaré (*)


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(*) I will always love you - Whitney Houston

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Adiós, me voy a enterrar en un bunker para que no me hagan la asesinación (?)

Naa en serio que he estado llorando como Magdalena mientras escribía, al editar peor xdd me la pasé procrastinando toda la semana para no escribir porque ya sabía que iba a sufrir :(

Solo nos queda el último capítulo, aún tenemos asuntos por cerrar. ¿Fue realmente este el fin de Ariel? No quiero decir más a este punto porque me resisto a dar spoiler. 

¡Hasta la semana que viene!




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