49.- Fin del camino [Parte 1]

La gente, simplemente, no es buena,

creo que eso es bien sabido,

lo puedes ver en cualquier sitio al que mires,

la gente, simplemente, no es buena (*)

No lo entendía. Al principio Ariel hasta pensó que era una broma. Nada de eso podía estar pasando en verdad. Primero veía a sus hermanas sin cabello y se preguntó qué les pudo pasar, cómo fueron capaces de entregar sus hermosas cabelleras para lo que sea. Luego la noticia de que Linet y Francis iban a casarse. Se llenó de lágrimas, no pudo evitarlo. No lo entendía, ¿por qué? ¿Acaso esperaron que desapareciera de sus vidas para hacerlo? Si ella le dijo que no quería a Francis, hasta él le dijo que no tenía nada con Linet, que eso jamás iba a pasar. Y de pronto eso. Aurimar dijo que seguro había explicación, y ella no quería saber. Tenía miedo de saberlo. Lo único que tenía claro era que la sola idea de ellos dos juntos, casados y amándose, se le hacía insoportable. Le dolía el corazón.

Apenas estaba asimilando aquello del matrimonio, cuando pusieron una daga en sus manos para decirle que tenía que asesinar a Francis. "No", se dijo de inmediato. Jamás había tomado un arma en sus manos, el tridente no contaba. No se creía capaz de clavar esa daga en el cuerpo de Francis, de verlo morir. Peor, de bañar sus pies con su sangre. Ariel temblaba, aquello no podía ser. La Bruja se había salido con la suya como siempre. Les quitó el cabello a sus hermanas, tenía una parte de ellas y quizá encontraría una forma de hacerles daño luego. Y claro, les pidió algo que sabía era imposible que pasara. Les dio una condición injusta. Ella no podía matar a Francis.

"No vas a hacer eso, ¿verdad? Ariel, no puedes...", le habló la princesa. Ella tragó saliva. Sentía que la daga se le iba a caer al mar en cualquier momento.

"Voy a morir, Liss", fue lo único capaz de contestar.

"Debe haber otra forma", le dijo la princesa. Ariel miró a sus hermanas, todas lucían bastante decididas. Y sabían que necesitaba respuestas.

—No hay otra forma, Ariel —le dijo Ligeia—. Cuando te fuiste, y Aquaria tomó el tridente, amenazó a Annorah de muchas maneras. Pero no cedía, o solo cedió para decir que la maldición estaba en su fase final, y que a ese punto era imposible deshacerla con solo devolverte tu voz. Así que, como siempre, dijo que la única manera era con sacrificio. Había que dar algo a cambio, una vida a cambio de otra. Y sellar con la sangre la maldición.

—Tienes que hacerlo —insistió Aurimar—. No tienes alternativa, y si no lo haces morirás.

—En serio no puedes dudar entre tu vida y la de él. Tienes que salvarte —agregó Erena—. ¿Qué te ha dado ese príncipe? ¿Qué significa él para ti? Nada. No es más que un terrestre que se cruzó en tu camino a la fuerza, alguien que apenas te trató bien. No le debes nada, él no ha hecho nada por ti.

—Estamos hablando de asesinar al príncipe de Theodoria, ¿saben lo que es eso? —interrumpió el caballero Arnaud—. No podemos simplemente llegar a la nave real, irrumpir ahí, dejar a Ariel cerca, y esperar que un hombre entrenado para la guerra se quede quieto mientras una chica aparece a matarlo. No funcionará.

—Claro que no, hablas de una confrontación directa —le dijo Erena—. Tiene que cogerlo desprevenido. Cuando duerma, por ejemplo. Y ya que estás aquí, quizá podrías ayudar cuando la dejemos en la nave, puedes cubrirle las espaldas.

—No pienso ayudar en un asesinato —respondió indignado el hombre—. El príncipe es una buena persona. Es honorable, es el futuro de su nación. Matarlo significaría la ruina de Theodoria, el fin de su linaje. Eso desataría peleas por el trono, destruiría un país.

—Bueno, ese no es nuestro problema —le soltó Silvyn—. Es un reino terrestre, ¿qué más nos da? Ustedes nunca han hecho nada por nosotros, y nosotros nunca hemos dañado a los humanos. Ah, pero en cambio ustedes siempre están tirando sus porquerías al agua. ¿Acaso lo van a negar? —preguntó a los demás en busca de aprobación. Y todos asintieron convencidos.

—Es cierto. Siempre hay restos de sus barcos, o su basura. A veces los animales mueren porque ustedes creen que pueden hacer lo que les da la gana en los mares —apoyó Eurodora. Ariel estaba temblando. Realmente todos ahí apoyaban la ejecución de Francis sin dudarlo un solo segundo—. Lo que hagan o dejen de hacer los terrestres no es nuestro problema, no vamos a perder a la reina de Aquaea. Yo no voy a perder a mi hermana pequeña.

—Ariel, te necesitamos —le dijo Aurimar—. Aquaria lleva el tridente de forma provisional, pero tú eres la verdadera portadora. Eres digna de él, la misma Diosa del mar te escogió. Eres la reina de Aquaea, tienes que volver.

—Sé que suena horrible —continuó Erena—. Sabemos que no eres así, tú jamás has matado a nadie. Pero esta vez no solo es necesario el sacrificio por tu vida, se trata de tu misión en el mar. Has sido escogida para ayudar a Aquaria a traer la paz en nuestros reinos. No puedes morir ahora.

—Hazlo, Ariel —le dijo Dror—. Te llevaremos hasta allá, te apoyaremos.

—Ya dije que no seré parte de esta locura —interrumpió Arnaud.

—Entonces te callas, o te dejaremos en esta isla sin bote ni nada —le amenazó Silvyn—. Mucho ayuda el que no estorba. Así que participas, o te callas.

—Es hora, Ariel. Tenemos que partir ya —dijo Erena—. Abdel ya se está moviendo. Si este no ayuda, él lo hará. No podemos esperar más. Ayúdanos a salvarte.

Le dolía la cabeza, sentía que se estaba ahogando. Matar a Francis, ¿por qué la Bruja lo escogió a él? El caballero tenía razón, si lo mataba el reino de Theodoria caería en el caos. El rey loco se volvería más loco, la reina Mirella seguro moriría de tristeza. Y Linet... ella perdería a su esposo. Se le hizo un nudo en la garganta, no podía ni abrir la boca, ni hacer un solo gesto para dar una señal.

Escoger. Francis o ella. Theodoria o Aquaea. El mar o la tierra. La decisión no parecía difícil. Contuvo las lágrimas y apretó la daga con la que tenía que asesinar a Francis. No quería, pero tenía que hacerlo.


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Los tomaron por sorpresa, y nadie se atrevió a cerrarles el paso. La comitiva de Berbard para la boda del príncipe Francis constaba de decenas de caballeros y soldados. Muchos en la ciudad salieron a recibirlos con alegría, pensando que quizá eran refuerzos para la guerra con Aucari. Carine sabía que en el palacio estaban horrorizados. Le quedaba aún medio camino hasta encontrarse con la familia real, y ella avanzaba orgullosa. Era una amenaza, y todos lo sabían. Los soldados de Theodoria y la guardia real se mantenían alerta, lo había notado. Quizá solo estaban a la espera de alguna orden para detenerlos, lo cual por supuesto que iba a desatar un baño de sangre.

Quizá algunos pensaban que era solo una demostración del poder de Berbard al servicio de la corona, pero no era así. Era una demostración de su poder. Si esa era una simple comitiva que reunió de un día para otro, ¿hasta dónde serían capaces de llegar los hombres de Berbard? ¿Cuánta gente podría reunir Carine si se esforzaba un poco? Pero lo más importante, ¿serían capaces de dañarla cuando tenía a sus hombres ahí? A esas alturas a su tío debió de quedarle claro que cualquier cosa que hiciera contra ella tendría terribles represalias. Que tenía a la mitad de sus tropas en la frontera de Aucari, y la otra en camino allá. Si osaba dañarla toda la ira de Berbard caería sobre él.

Carine sonreía, saludaba al pueblo y arrojaba algunas monedas a su paso. Sentía compasión por ellos, ninguno tenía la culpa de ser gobernado por tío Emmanuel. Pero si llegaban a enfrentarse serían ellos los primeros en morir, así eran las guerras. Carine vio al fin el palacio real, estaba cerca. Y también vio que una línea de soldados le daría la bienvenida. No sabía si iban a cerrarle el paso y atacarla, pero todos estaban preparados para eso. Sabía que ese mismo día zarparían en aquella nave rumbo al sur de Aucari para efectuar el matrimonio real, ella tenía una nave propia que siempre esperaba en el puerto principal de Theodoria. Esta ya se encontraba lista, y habían cargado los cañones. Si algo le pasaba durante esa boda iban a reducir la nave real hasta hundirla en el fondo del océano.

En medio del camino escuchó una voz particular que la llamaba. Al principio no prestó atención, pero era muy insistente. Nada iba a detenerla, tenía que llegar al palacio a intimidar a todos, para eso había ido. Aceleró su cabalgata, dispuesta a dejar atrás a aquel impertinente. Así iba a ser, pero el tipo dijo las palabras clave.

—¡Ariel morirá si no hacemos algo! Por favor, ¡necesito salvar a Ariel! —bastó eso para que la duquesa se detenga, y con ella toda la comitiva. Carine giró, y entonces lo reconoció entre el tumulto. Era Abdel, el siervo que acompañó a la falsa Lissaendra. Ella hizo una seña a uno de los guardias que la escoltaban para que dejaran pasar al hombre.

—Apártense, dennos un momento —ordenó, y no tardaron en hacerse a un lado. Abdel avanzó hasta quedar frente a ella, Carine se quedó quieta en el caballo, mirándolo. Él hizo una venia, estaba tardando un poco.

—Su gracia, no sabe lo mucho que me alegra verla. Yo...

—Al grano, Abdel —le cortó ella—. Estoy en medio de algo importante. Gritaste que Ariel estaba en peligro, ¿qué sucedió con ella?— No podía evitarlo. Ariel seguía siendo su debilidad. En medio de la noche recordaba la gloria que se sintió probar sus labios. Se descubría pensativa a menudo, a veces hasta sentía deseos de desahogarse y llorar. La extrañaba demasiado, le dolía su ausencia.

—Bueno, es bastante largo de explicar. Pero va más o menos así. El rey Emmanuel ordenó a su prometido el vizconde Eric y al caballero Arnaud Berger que encuentren a Ariel a como dé lugar, para decapitarla, debo suponer. La cuestión es que conseguimos ayuda de un hechicero bastante oscuro y bastante desgraciado que le dio una pócima para que pueda volver al mar, así que Ariel estuvo a salvo un tiempo. No tengo idea de qué pasó, pero Ariel volvió. La capturaron, y no sé qué es de ella. Le pedí a Arnaud que la rescate, pero no sé nada de ellos. Puede que aún siga prisionera, y pronto será entregada al rey para su castigo.

—Ahhh... vaya.— Demasiada información para asimilar de pronto. Pero aun así le preocupó, en verdad sí era probable que Ariel siguiera capturada—. ¿Y cómo es que sabes tú todo eso?

—Porque a mí también me capturó el vizconde.

—¿En serio? ¿Y cómo escapaste?

—Ah... pues no sé si sea adecuado contarle cierto detalle indecoroso a usted, que es una duquesa y además su honorable prometida...

—¿Te quiso coger? —soltó de inmediato. Por la cara de vergüenza que puso Abdel, supuso que estaba en lo cierto.

—Digamos que me aproveché un poco de la pasión del vizconde.— No pudo contenerse, se le escapó una carcajada.

—Siempre sospeché que ese no podía mantener las manos quietas, mi instinto no falla en esas cosas. Se parece bastante a mí en ese aspecto. En fin, al menos escapaste de Eric.

—Ajá, pero debe querer matarme. La razón por la que no he huido al puerto es porque el sitio está rodeado de guardias, están registrando todas las naves. Me buscan, sé que no me va a perdonar...

—¿Qué te escaparas? ¿O que lo dejaras con las ganas?

—Ambas, su gracia, ambas.— Cuando se dio cuenta, los dos estaban bromeando con cierta complicidad. Qué extraña relación.

—Si, Eric debe estar de lo más resentido contigo, lo conozco bien. Pero vamos, no puedes negar que besa bien. Al menos eso sí lo probé.

—Bueno...—Abdel parecía avergonzado, cosa que le hizo más gracia—. Si soy sincero, quería golpearlo la mayoría del tiempo.

—Entiendo, solo querías escapar. Y ahora que me has contado todo esto, ¿qué piensas hacer?

—Espero contar con su ayuda, su gracia. Sé que usted ama a Ariel, y sé que no la dejaría a la deriva, ¿me equivocó?— No respondió nada, él tenía razón. La amaba, y no iba a dejar que su tío la capture para matarla. Mucho menos la dejaría abandonada, haría cualquier cosa que sea necesaria para salvarla. Para volverla a ver.

—No te equivocas. Así que puedes mezclarte entre mi séquito, intentaré sacarle información a Eric sobre Ariel, luego veremos. Si todo sale bien, hoy mismo zarparemos para la boda real, ¿estás seguro que quieres venir conmigo?

—Si, y eso también es difícil de explicar. Sé que tengo que ir a altamar. Sé que tengo que seguir la misma ruta que ustedes. Ahí es donde me necesitan, así podré salvar a Ariel —ella asintió despacio. Era una cuestión de magia, se las olía. Y ella no estaba para despreciar esas cosas, no cuando era parte del plan divino de un espíritu sagrado, conoció a una sirena, e hizo tratos con un Dulrá. Carine escogió creerle a Abdel.

—Entonces andando, no puedo tardar más.


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El rey estaba enojado, no hacía falta conocerlo bien para darse cuenta. Por la noche tuvieron una cena privada para hablar sobre la boda. Con exceso de amabilidad, el rey Emmanuel le dio la bienvenida a su familia y la felicitó por aceptar la propuesta de unión entre ambos países. Le dijo que él la reconocía como la legítima heredera al trono de Aucari, la alabó falsamente como mujer luchadora, le aseguró que no descansaría hasta que sea coronada reina. Hasta la llamó "hija", cosa que casi hace que la reina Mirella se atore. Por un breve instante intercambiaron miradas, la reina quería decirle que estaba actuando bien, que mantenían el orden. Para su mala suerte, eso no se podía. Peor cuando el rey no dejaba de hablar de guerra.

—Bueno, sobre obtener la corona de Aucari hablaremos luego, majestad —dijo ella con toda tranquilidad—. Quizá cuando ordene a sus tropas que dejen de matar a mi gente en la frontera. No pienso imponerme como reina cargando con la muerte de inocentes.— El rey la miró incrédulo. Era tal como pensó, él creía que iba a aceptar todo sin oponerse solo por agradecimiento. Que sería su marioneta. Lo único que le provocó su rostro perplejo fueron ganas de reírse.

—El rey Thaedon provocó esto, querida. No yo —contestó intentando mantener la compostura—. Si las cosas han llegado a este punto es porque él así lo ha querido.

—Desde luego, sé la clase de persona que es mi hermano. Derrocarlo no será fácil, se aferrará al poder con todas sus fuerzas.

—Y así es donde entramos nosotros. Theodoria ayudará a Aucari a liberarse del tirano. Nosotros te daremos la corona.— Fue bastante claro en esa parte. La miró, esperando que ceda. Pero Linet solo sonrió de lado e intercambió una mirada con la reina, luego con Francis. Ambos querían que guarde silencio, pero esa noche no tendrían el gusto de verla callar.

—Tal vez no. Tal vez sea el mismo pueblo de Aucari el que deponga al rey —notó a Emmanuel fruncir el ceño. Era hasta divertido hacerlo enojar.

—¿En serio le parece que un pueblo sometido por siglos será capaz de derrotar al régimen de su hermano?

—Mi pueblo ha llegado a un punto que ya no puede tolerar, majestad. Y descuide, si el pueblo no se levanta, yo lo azuzaré. Soy buena en eso. Quizá no necesitemos a los soldados de Theodoria para nada —levantó su copa y bebió un poco de vino. El rey contuvo su rabia solo por no espantarla, ya que ella podría negarse al matrimonio esa misma noche. Cambiaron de tema, Francis y Mirella parecían más tranquilos. Los entendía, durante toda la conversación fueron capaces de manejar al rey a su ritmo, de llevarlo por los temas que ellos querían. Tenían años de experiencia en guerra fría. Pero ella tenía experiencia en callar a tipejos como él.

Llegó la mañana, y ya todo estaba listo para zarpar. Le arreglaros el vestido de novia una vez más. No se atrevió a preguntar, pero estaba segura que era el mismo que iba a usar Lissaendra. Ariel. Solo pensar que ese vestido fue hecho a la medida de su amada la hacía flaquear. No quería ponerse a llorar en ese momento, tenía que ser fuerte. Esa boda estaba decidida, no iba a dar marcha atrás. Eran los planes, era como tenían que ser las cosas. Linet era consciente de eso, pero no significaba que no se preguntara constantemente por ella. Ojalá pudiera verla una vez más, ojalá pudiera hablarle y contarle la verdad sobre esa boda. No le gustaría que ella se entere después de otra forma, que se sienta dolida y traicionada.

Linet se miró al espejo. Por lo regular los novios usaban colores representativos de las deidades que bendecirían su unión. Francis y Lissaendra habían escogido a la Diosa del mar, y a ella le daba lo mismo, así que aceptó los colores para la boda. Celeste, azul, tenía esas tonalidades en el vestido, el tocado y hasta las joyas que le dieron. Sabía que en Theodoria no eran muy creyentes, pero el rey insistía en mantener las tradiciones hasta un punto tolerable para no enfadar al pueblo. Obra de Mirella en realidad, la reina fue la que hizo esa propuesta para evitar guerras religiosas en el país.

Las doncellas la esperaban para salir a encontrarse con la familia real para partir juntos al puerto. Linet caminaba en silencio seguida por esas muchachas que apenas le hablaban. Todo estaba bastante tranquilo, iba camino a encontrarse con la reina, cuando se escuchó cierto alboroto. Se asomó por una ventana, los guardias del palacio se estaban moviendo. El patio principal se hizo un lío de pronto. Hasta hace un rato todos estaban formados en estricto orden para esperar al rey, pero ahora se movilizaban hacia la entrada principal. Algo había pasado. Una amenaza. Linet buscó un balcón y salió a ver, segundos después la reina le dio el alcance. Y al fin lo vieron, era un séquito bastante grande, y no lucía muy pacífico, todos los caballeros portaban armadura y lanzas, como si estuvieran listos para dar batalla. Y ahí, guiando a todos, iba Carine.

—Esto es muy malo, ¿verdad? —le preguntó a la reina, esta se limitó a asentir. A una señal de Mirella, las doncellas y sus damas de compañía retrocedieron. Estaban solas.

—Le advertí que no se moviera, pero Carine no se caracteriza por su prudencia últimamente.

—Siempre me pareció muy cuidadosa, en Aucari jamás descubrimos que ella nos financiaba.

—Eran tiempos de paz. Ella no se sentía amenazada, no había una sentencia de muerte a punto de caer sobre ella. Pero Carine está acorralada, y ha tomado una decisión.

—Ya veo...—murmuró. No quería que le pasara nada a la duquesa, haría cualquier cosa que estuviera a su alcance para impedirlo.

—Carine ha venido porque planea matar al rey —le dijo Mirella en voz baja. Ella hizo todo lo posible por no demostrar sorpresa. Así que era eso, en serio Carine estaba muy loca si pensaba que iba a lograr deshacerse con facilidad del hombre más poderoso del continente, y además salir viva en el intento—. Nosotras la ayudaremos en lo que sea necesario —concluyó la reina. Solo entonces Linet se giró para mirarla con incredulidad. ¿Era en serio eso? ¿La reina quería matar a su esposo? ¿Y lo decía tan tranquila?—. Será lo mejor para todos.— Linet asintió. Quizá estaba en lo cierto. Sin ese belicista de por medio las cosas fluirían mejor. Con Francis como rey todo sería distinto. Matar al rey. Al parecer no iba a quedar de otra.

Escucharon pasos acercándose, eran guardias reales que llegaban para escoltarlas con el rey. Las acompañaron al salón principal, ahí las esperaban el rey y el príncipe. Emmanuel apenas le prestó atención, andaba maldiciendo por lo bajo la llegada pomposa de su sobrina. En cambio, Francis la miró fijo, y hasta le pareció que se quedó sin respirar por varios segundos. Linet había llegado vestida de novia, y él estaba deslumbrado. A decir verdad, Francis también lucía encantador, como un príncipe de sueños. Los ojos de su futuro esposo brillaban, por más que intentara dominarse, eso era imposible del todo. No había forma de ocultar lo que sentía por ella, y eso solo la hacía sentir más culpable por no ser capaz de corresponderle. Él no merecía eso.

—Princesa Adira —dijo él cuando tomó su mano. Así tenía que llamarla en público, el nombre Linet ni siquiera era real. Solo una especie de seudónimo basado en su segundo nombre—. Se ve maravillosa esta mañana.

—Príncipe Francis, debemos permanecer juntos a partir de ahora —agregó ella. Era una boda real apresurada, pero tenían que seguir el protocolo. A partir de ese momento debían de estar juntos, del brazo, hasta la ceremonia.

—Si es que llegamos al barco —murmuró. Con el rey rabiando así capaz y hasta se cancelaba la boda.

—Querido —escucharon decir a la reina. Ella había levantado un poco la voz, posó una de sus manos sobre las de su esposo y le habló con paciencia—, siempre hemos podido manejar a Carine, y esta no será la excepción. Ella sabe que no puede enfrentar a todo un reino solo con cien hombres.

—Son más de cien, Mirella. No has visto bien —dijo con desdén, cosa que molestó a Linet. Habló como si la reina no supiera contar, como si fuera una ignorante del tema—. Pero en algo tienes razón. Carine no supondrá ningún problema mañana por la mañana.

Las puertas se abrieron, sonaron las trompetas para anunciarla. Carine entró sonriente seguida de su guardia. Aún vestía representando a Madre de la tierra, pero con ropa más suntuosa. Estaba lista para la boda. Al llegar frente a la familia real hizo una venia educada y luego miró a su tío con una sonrisa encantadora.

—Querida, te esperábamos ayer —dijo el hipócrita del rey.

—Oh, majestad. Lamento tanto la demora. Como puede ver, traje a los mejores hombres de Berbard conmigo.

—Eso me extraña, querida. Eres invitada a una boda, no a una guerra.

—Pero, tío, es innegable que el país está en guerra. Así que no dude que Berbard hará todo lo necesario para mantener a nuestro país a salvo. Vine con mis mejores guerreros para ponerlos a vuestra disposición.— Mentía. Todos ahí lo sabían, quizá hasta el rey. Pero su argumento era convincente, no podía acusarla de nada en ese momento. Así que el rey Emmanuel se aguantó las ganas de deshacerse de ella y la excusó.

—Gracias por todo el apoyo, sobrina mía. Y has llegado justo a tiempo para partir al puerto. La princesa Adira Linnette está aquí, sé que ya tuviste el gusto de conocerla.

—Así es, querido tío.— Carine miró a los novios. Si estaba disgustada ni se notó—. Mi reina —dijo haciendo una inclinación ante Mirella—. La veo maravillosa como siempre. Y los novios...—los miró. Quizá sí había cierto resentimiento en su mirada—. Espléndidos. Te felicito, Francis. Al fin te casarás, quién lo diría. Qué vueltas da la vida.

—Gracias por llegar a mi boda, Carine. Me alegra mucho verte otra vez.

—Lo sé, cielo. Te hubiera hecho falta en este día tan especial —dijo guiñándole un ojo, y luego posó su vista en ella—. Qué curioso, princesa Adira. Juraría que ese modelo de vestido no es una novedad.

—Porque no lo es, era de la princesa Lissaendra. En fin, eso no importa —le cortó de inmediato. No iba a entrar en un juego de lanzar veneno en ese momento—. Las circunstancias que nos han llevado a la situación actual, me temo, no son de dominio público. Su majestad el rey verá si es conveniente o no revelarlo pronto —notó que el rey sonreía. Odiaba darle la razón, quedar bien ante él. Pero si en verdad Carine quería matarlo, ella tendría que fingir lo que quedaba del día.

—Directa, me encanta —contestó Carine con gracia—. ¿Cuándo partimos? Hace un día precioso y muero por salir a mar abierto.

—Ya mismo —anunció el rey—. No vamos a esperar más.

Francis la llevó del brazo todo el tiempo. Él parecía algo angustiado, nervioso. No solo por la boda, lo notó mirar a Carine y luego a su padre, como buscando señales de que ninguno de los dos intentaría apuñalarse por la espalda en cualquier momento. Y ella, aunque debería estar atenta a lo que sea que tenía planeado Carine para poder ayudarla, estaba como ausente. No podía creer que ese momento al fin había llegado, que pronto estaría casada con el hombre perfecto para ella. Nunca fantaseó con ese momento, pero definitivamente no era lo que quería. Ese no sería un día de sueño, sería el inicio de una etapa difícil que duraría el resto de su vida.

Salieron del castillo directo al puerto. Los guardias apartaban el camino para ellos, y algunos curiosos les hicieron el encuentro. Saludaban entusiasmados a la familia real, y veían con sorpresa que el príncipe estaba al lado de una novia. Estaba segura que el rumor no tardaría en correr, nadie había anunciado una boda real tan pronto y más de uno querría chisme completo.

Pocos nobles los acompañaban, solo aquellos que eran más allegados a la corona. Fieles, sobre todo. Uno a uno subieron a la nave emblema de la flota de Theodoria, aquella que transportaba a la realeza. Otros barcos les hicieron compañía en el camino. La nave que le pertenecía a Carine, algunas de otras familias. Y también soldados. Era obvio que estaba enviando refuerzos por mar, así sería mucho más fácil. Irrumpirían en el país proclamando que escoltaban a los reyes legítimos, quienes llevarían la justicia al pueblo y vencerían al tirano de Thaedon. Guerra, sangre, sufrimiento. Linet se sentía terrible de solo pensarlo, le daban náuseas, y no por la marea. Guerra. Así era como entraría a su país, ella que solo quiso libertad, justicia y dignidad.

Una vez en altamar todo se dispuso para la ceremonia. Acompañados por los padres de Francis, la pareja avanzó del brazo entre los invitados hasta llegar a la parte central. Ahí los esperaba un monje de la luz, y una sacerdotisa del agua. Nada más y nada menos que la hermana mayor, quien en presencia de los reyes de Theodoria tuvo que contenerse. Linet estuvo a punto de echarse a reír en su cara, pero solo intercambió una mirada con Francis. Quizá él intuyó lo que pasó por su mente en ese momento, y le dedicó una sonrisa. Los dos parecían a punto de reír.

Según la tradición de las bodas, siempre un monje del templo de la luz debía de estar presente para oficiar la ceremonia. Y también tenía que asistir una representante del culto de la deidad a la que solicitaban la bendición. Quizá la reina lo mencionó en algún momento, pero con lo distraída que estuvo esos días sobre el asunto de su boca ni lo recordaba. La hermana mayor era la máxima representante del culto a la Diosa del mar en ese lado del mundo, y quizá aceptó ser parte de la ceremonia a cambio de que Theodoria garantice que las tropas no atacarían el templo. No importaba, ella estaba ahí. No era agradable que una mujer que la detestaba sea parte de eso, pero también le daba cierta satisfacción estar frente a ella después que esta le deseara la peor de las suertes. Debía de estar rabiando por dentro al ver que la sacerdotisa a la que despreció se convertía en princesa de Theodoria, y pronto en reina de Aucari.

Linet y Francis se arrodillaron en la alfombra de flores que habían dispuesto. Lo primero que hizo el monje fue tocar una de las quepas ceremoniales, las mismas que sonaban en el día de la creación. El silencio alrededor era absoluto, a excepción de las olas del mar.

—Divina creadora —dijo mirando al cielo, evocando a Luz eterna—. Hombre, mujer. Padre, madre. Hijo, hija. Esos son y serán Francis y Adira, quiénes ante ti se presentan para pedir tu bendición. Dos almas que tuvieron la dicha de encontrarse en este mundo tan ancho. Tú, principio vital de toda existencia, constructora de vidas. Esculpes todo, y todo lo haces. Este mundo por ti generado que hoy acoge a tus hijos Francis y Adira, el mundo que creaste para que habiten sus cuerpos. ¡Escúchame! ¡Responde a nuestro llamado! Bendice a tus hijos, protégelos, hazlos vivir. Sostenlos en tus brazos, dales la mano. Recíbelos, ¡principio donador de vida!

—Recíbelos, ¡principio donador de vida! —repitieron todos los presentes, como se acostumbraba hacer en esas ceremonias. La quepa sonó otra vez. Habían evocado a Luz eterna, se suponía que su energía los rodeaba. Y Linet estaba segura que así era. La hermana mayor dio un paso al frente, había llegado el turno de llamar a la Diosa del mar.

—Óyenos, oh gran señora del mar al que perteneces. Señora de señoras, nuestra gran Diosa. Tú que en los confines de los océanos estás. Tú que formaste la existencia marina, tú que nos brindas el agua que nos da vida, que nos ampara y bendice. Óyeme, concédeme lo que te pido. Ante ti se presentan Francis y Adira, a quienes salvaste de las aguas hace ya tanto tiempo. A quienes uniste por ventura en tu templo. Extiende tu mano y recibe esta ofrenda, oh Diosa del mar.— Lo sabía. Si antes usaron la historia de la forma en que la Diosa salvó a Lissaendra y a Francis, pronto difundirían el rumor de que la Diosa del mar los bendecía porque hizo que ella lo salvara, que en su zona bendita se conocieron. Era una historia que todos aceptarían, algo digno de un cuento.

Francis y Linet se pusieron de pie y recibieron de la mano de los reyes las ofrendas para la Diosa del mar. Eran unos hermosos cestos que contenían joyas, oro, conchas, perlas y frutos. Se asomaron por la borda, y con unas cuerdas las bajaron. Si la ofrenda se quedaba flotando significaba que la Diosa no estaba de acuerdo con esa unión, pero pasó justo lo contrario. El mar engulló de inmediato la ofrenda, y los invitados celebraron. Claro que la Diosa bendecía eso, ella misma lo había propiciado en asociación con el Dán. Las quepas ceremoniales sonaron otra vez. Llegaba la parte principal de la ceremonia. Era el momento de la unión.

—Luz eterna —dijeron los novios—. Diosa del mar. Padre del cielo. Madre de la tierra. Espíritu de la luna.  Sagrado espíritu Dán. Estrellas del cielo. Espíritu del Orb. Espíritus de las montañas. Hoy, aquí y ahora, los honramos.

—Grandes espíritus que formaron este mundo, reciban a sus hijos, que el día de hoy unirán sus almas para la eternidad —dijo el monje de la luz. La hermana mayor se acercó a tomar la mano de Linet y la de Francis. Y así se arrodillaron los dos, tomados de la mano, frente a frente.

—Ahora digan sus promesas ante los espíritus. Promesas inquebrantables que nadie puede deshacer —les dijo la sacerdotisa. Miró a Francis a los ojos y sintió deseos de huir. Juraría ante todos los espíritus de Xanardul que ella y Francis serían uno a partir de ese momento. Pero cada una de sus palabras serían falsas, porque el alma se la entregó a otra. Decir esos votos que eran más bien mentiras le dolía.

—Te siento en el palpitar de mi corazón —dijo Francis primero, como era costumbre.

—Hoy aquí te digo que serás parte de mí, así como yo seré parte de ti —continuó ella. Linet contenía las lágrimas. Quería imaginar que era Ariel a quien le decía todo eso. Que se las juraba a Francis, pero todas las deidades y el Dán sabían bien que no era cierto. Que sus palabras eran para la sirena que amaba.

—Hoy y todos los días de mi existencia —empezaron a decir a la vez—. Te ofrezco mi fuerza y mi amor. Te doy mi cuerpo y mi alma.

—Luz eterna —dijo en voz alta el monje.

—Yo te invoco, yo te alabo —repitieron todos los invitados, ellos también lo hicieron.

—Diosa del mar —continuó la sacerdotisa.

—Yo te invoco, yo te alabo.

—Para ustedes nace ahora el camino divino —continuó el monje. Francis y Linet recibieron de la sacerdotisa lo que habían escogido como símbolos de su unión. Dos collares idénticos con una perla cada uno que deberían llevar a partir de ese momento—. En el nombre de la Luz eterna que dio vida a este mundo, son ahora un solo corazón.

Los novios se pusieron de pie, pero ya no eran solo eso. Se habían unido. Ya eran esposos. Francis le sonrió y apretó sus manos, ella se esforzó por hacerlo. Al menos no quería que él la vea desolada ese día. No tenían por qué sentirse infelices los dos.

La fiesta transcurrió con tranquilidad. Linet se mantuvo al lado de la reina casi todo el tiempo, el rey con los nobles que siempre lo rodeaban, y Francis que se quedaba con ellos de a ratos. Aparte de pasar tiempo a su lado en silencio, Francis se acercaba constantemente a Carine. Le hacía preguntas aparentemente casuales, ella reía. Lo que sea que intentaba conseguir de ella no estaba dando resultado. Pero con el pasar de las horas, y con muchas copas de más para todos, ya nadie parecía tenso. Ni siquiera ella. Linet bailó varias piezas con su esposo, incluso una danza entre mujeres con la reina y Carine. Se había mantenido vigilante para esperar el momento en que la duquesa intentaría asesinar al rey, pero claramente ella tenía en mente algo más discreto. Era poco lo que Linet podía hacer.

Llegó la luna, y con ello la noche de bodas. Tomó del brazo a Francis, y entre aplausos de felicitaciones a los novios, los dos se retiraron al camarote nupcial que les habían preparado. Los siervos y las doncellas los asistieron para quitarse la vestimenta de novios. Uno a uno se fueron retirando, tenían ropa de cama ligera y fina. Se quedaron a solas después de varios días, y aunque tenían mucho que decirse, ninguno de los dos habló por varios segundos.

—Ha sido un día muy largo —empezó Francis—. Estoy agotado.

—Si... yo también —murmuró. El príncipe había mantenido su distancia, no dio ni un solo paso hacia ella. No la miró con deseo, no la hizo sentir incómoda. Linet empezó a sentir algo de alivio.

—Deberíamos descansar, quizá mañana sea un día complicado.

—Cierto —contestó. La flota se había detenido, pero al amanecer los recién casados se despedirían de los reyes de Theodoria y embarcarían en la gran nave de guerra. Desde ahí dirigirían a las tropas hasta llegar a la capital de Aucari. Sus suegros darían la vuelta a Theodoria, ellos no iban a participar de forma directa en la guerra.

—Puedes dormir sola en la cama, descuida —le dijo él al tiempo que caminaba hacia un amplio sillón. Se sentó y se acomodó ahí—. Es perfecto, estaré bien.

—Toma.— Linet cogió unas mantas y se las alcanzó, él la recibió con una sonrisa y terminó de acomodarse. La luz era tenue, y ella se encargó de apagar todas las velas. Solo la luz de la luna iluminaba la estancia. Ella fue a la cama y se acomodó ahí. Quizá fue un poco tonta de pensar que Francis seguiría con lo que se suponía tenían que hacer esa noche. Él no era así, jamás iba a forzarla a nada. La tensión se le fue pronto.

—Buenas noches, Linet. Que descanses.

—¿Sabes? No creo que pueda pegar los ojos esta noche.

—Lo sé, me siento igual. Quizá nos gane el cansancio.

—Claro...— Esa noche. Sin querer se repitió eso varias veces. Esa noche él no intentaría tocarla. Quizá la siguiente sería igual. Pero pasaría eventualmente. Y en verdad ella no conseguía siquiera imaginar cómo iba a dejar que eso pasara—. Francis...

—¿Si?

—Sabes... bueno... Sabes que algún día tendremos que hacerlo —le dijo. Sentía que podía sincerarse con él.

—Si, cuando nos pidan herederos. Y no creo que sea pronto, así que no tienes que preocuparte.

—Ah... bueno... gracias...—murmuró. Era como quitarse un peso de encima. No quería sentirse obligada a hacerlo pronto, no iba a soportar la presión. Algún día pasaría, y ya se pondrían de acuerdo para eso.

—No tienes que agradecerlo.

—Francis, si tú quieres.... Digo, si no quieres estar solo, yo no tengo problemas en que veas a otras personas, ¿si? No me enojaré por eso, lo entenderé.

—No tendré amantes, Linet. Eres mi esposa, voy a respetarte.

—Es que tú...— "Eres hombre...", estuvo a punto de decir, pero reparó en lo injusto que sería decir eso. No todos los hombres eran iguales, y definitivamente Francis no era como aquellos que la habían atormentado toda su vida. Estaba generalizando, lo admitía, y sabía que era incorrecto.

—Soy hombre, no una bestia salvaje que no sabe controlar sus impulsos —continuó él como si le hubiera leído el pensamiento. Linet se sintió abochornada—. Y si te soy sincero, tampoco sé qué hacer.

—¿Cómo dices...? —preguntó confundida. Con lo guapo que era Francis no deberían faltarle personas con ganas de hacerle compañía, sea hombre o mujer.

—Nunca he disfrutado de eso —admitió—. Mi primera vez fue horrorosa. Me sentí obligado, pasaron sobre mi voluntad, hicieron cosas que no pedí. No ha vuelto a pasar desde entonces —se le hizo un nudo en la garganta. A Francis lo violaron. Y apostaba que el rey miserable ese era el responsable. Entre hombres como él era común llevar a su hijo con cortesanas, debió ser algo como eso. En ese momento sentía ganas de correr a abrazarlo.

—Francis, lo lamento tanto. No debiste pasar por algo así. En serio, lo siento mucho —le dijo de corazón, no podía siquiera imaginar lo que vivió siendo tan joven. Él calló por buen rato.

—Descansa, Linet —le pidió. Lo entendía, no quería hablar de eso—. Y queda tranquila, mientras estés a mi lado no te pasará nada.

—Lo sé. Tengo al esposo perfecto.— Ninguno de los dos dijo nada más. Pero a Linet no le costó imaginar una sonrisa en el rostro de Francis.

Aunque dijo que no iba a conseguir dormir, no fue así. Poco a poco se fue adormeciendo. Notó que Francis ya no estaba despierto, y pronto ella cayó rendida por el cansancio.

Durmió plácidamente, no soñó con nada. O quizá sí. Eso tenía que ser un sueño. En algún momento de la noche Linet soñó, o creyó ver, a Ariel con una daga en la mano. Estaba parada al lado de Francis. Iba a matarlo.


No se trata de que en sus corazones sean malos,

se quedarían pegados a ti si pudieran,

pero eso son solo tonterías,

la gente, simplemente, no es buena (*)


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(*) People ain't no Good - Nick Cave & The Bad Seeds

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AHHHHHHHHHHHHHH ME MUERO MUERTA DESVANECIDA XDDD

El capítulo me estaba quedando más largo que el mes de enero xd así que decidí cortarlo porque tampoco terminé de escribirlo xddd y este fin de semana estaré muy ocupada, so les dejo la mitad pa que no me peguen xD

PREPÁRENSE PARA LOS PROBLEMAS Y MÁS VALE QUE TEMAN

¡Hasta la semana que viene!



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