48.- Última oportunidad
Y todos los sentimientos sin expresar
Y todas las verdades sin decir
Son todo lo que me queda
De la vida que nunca llevé (*)
Eric se secó las lágrimas de mala gana, y Ariel no sabía si a ese punto él ya había entendido que nada de eso era normal. Que él ni ganas de llorar sentía, que eran sus lágrimas las que lo provocaban. Y en realidad ella tampoco podía ayudarlo, no podía dejar de llorar. Estaba desconsolada.
Había perdido, ella y Lissaendra lo sabían, la princesa también lloraba porque estaba segura que el fin de ambas estaba cerca. Ninguna de las dos tenía idea de lo que iba a pasar cuando Ariel muriera, puede que su alma quede atrapada para siempre sin lograr vincularse con nadie más.
La vida era cruel, y aunque debió aprenderlo hace mucho después de todo lo que le había pasado, al fin lo entendía de verdad. Salvó Aquaea, sostuvo el tridente del rey. Pudo ser reina, luchar para que su comunidad sea un mejor lugar para todas las sirenas. Tenía sueños, ilusiones, ganas de hacer bien las cosas. De volver a ver y amar a Linet. Pero todo eso se deshizo para siempre. Ella tenía piernas otra vez, sufría el dolor de caminar y tampoco recuperó su voz. Lo peor no era solo eso, sino lo que estaba sintiendo. Cada día se hacía más insoportable. Y eso era un dolor extraño que hacía temblar todo su cuerpo. La dejaba sin aire, le nublaba la vista. Estaba muriendo, lo sabía. No había cumplido con casarse, y la maldición entraba en efecto. Pronto iba a morir.
Y al menos le hubiera gustado pasar sus últimos días rodeada de Erena, sus hermanas, y los dos tritones esos que le caían muy bien, pero todo había resultado un verdadero desastre.
Cuando salió a la superficie tuvieron que llevarla pronto a un lugar donde pueda sobrevivir, pero no había nada ahí que pudiera comer. Ya no podía alimentarse de peces crudos o algas, había que ir a alguna parte del continente donde pudiera conseguir algo de comida, y tendría que hacerlo sola. Erena, preocupada, insistía para que Abdel les hiciera el encuentro y les lleve algo de comer, pero el hombre no se movía. Nadie creía que él les hubiera dado la espalda, gracias al vínculo que tenían, Erena sabía que él estaba en Theodoria. Pero no podía moverse, quizá era prisionero. Quizá se liberaría pronto, o no.
No tuvieron más alternativa que ir a alguna playa lejana de las costas de Theodoria, Ariel moría de hambre y necesitaba comer algo al menos. No funcionó, porque la capturaron. Y fue horrible, no recordaba haberse sentido tan asustada antes. Quizá fueron sus lágrimas de sirena lo único que la salvaron de que no le hicieran cosas malas, como no podían dejar de llorar en su presencia, no le hicieron nada más. Pero la empujaron, le arrojaron cosas, le dieron golpes. La vistieron apenas, e intentaron tocar en lugares donde Abdel le dijo que nadie debía hacerlo. Y se reían de ella, a veces hasta se reían entre lágrimas. Pasó de mano en mano. Primero unos pescadores, luego unos guardias, otros oficiales, quizá hasta soldados. Y así la llevaron hasta ese calabozo, donde pronto apareció el vizconde Eric.
Ella intentaba dejar de llorar de lo aterrada que estaba, él intentaba sacarle la verdad. Pero, ¿cómo iba a explicarle? Y aún si pudiera hablar, ¿qué le contaría? No iba a creerle, y entre todo lo que Eric intentó decirle, entendió que todos en Theodoria sabían que fue una impostora y que la entregarían al rey para que reciba su castigo. Y como Eric era la única persona que al menos no la había insultado ni la trató mal, Ariel hizo su mejor esfuerzo para controlar su llanto. Cuando paró de llorar, él también. Al fin estaban más tranquilos, y Eric la miró fijo. Se veía más serio, algo molesto en realidad.
—No sé cómo lo haces, pero me alegra que al fin dejarás de chillar —le dijo con molestia. Ariel se mordió la lengua, quería llorar otra vez. "¡Es tan malo!", lloriqueaba Liss en su cabeza. "¿Cómo quiere que no llores si casi te roban la honra? Y además nos entregará al rey. Van a ejecutarte por esto. Y yo... yo...", lloraba. Las dos tenían claro que el destino que les esperaba era negro—. Tu siervo Abdel mencionó que no perteneces a este mundo, dijo que no volverías —lo miró atenta. Quizá fue él quien encerró a Abdel—. ¿Es cierto eso? —asintió. Al menos de alguna forma quería contar su verdad—. ¿Quieres decir que eres una especie de criatura sobrenatural?— No entendió bien esa palabra. Ella no era sobrenatural, era una sirena. Y las sirenas eren seres naturales como los humanos, no había nada malo en ella. Así que solo ladeó la cabeza—. ¿Qué eres? ¿Espíritu? ¿Un espíritu del océano? —ladeó la cabeza, así al menos entendería que se trataba de algo marino—. Bien, me queda claro que vienes del mar. Y solo hay una criatura inteligente que viene del mar, o al menos eso cuentan las leyendas. Sirena —se lo pensó unos segundos antes de asentir. No sabía a qué la iba a llevar eso, pero igual confesó lo que era con un gesto. Eric se mantuvo imperturbable unos segundos, luego torció los labios—. Bien, eres sirena entonces. Vamos a fingir que hay un mundo donde creo esa versión. Entonces debo aceptar que de alguna manera una sirena tomó forma humana y usurpó el lugar de una princesa. Vaya, increíble. Qué cosas más maravillosas pasan hoy en día —le dijo con ironía. Ariel se quedó quiera mirándolo, ¿qué más iba a hacer? No iba a creerle todo eso jamás.
"Estás perdiendo tu tiempo con el vizconde, Ariel. No puedes explicarle nada con gestos, igual ni te cree. No sé para qué pregunta si hará lo que le da la gana. Al final igual te entregará al rey", le dijo Liss. Ella ya no lloraba, pero habló muy indignada.
"Ya sé, Liss. Pero yo... no sé, pensé que quizá lo entendería. Sigo siendo una tonta", se dijo con amargura. Eric no la entendería ni en mil años, ni aunque pudiera contarle toda la historia desde antes de salir de Aquaea incluso. Ya no valía la pena perder el tiempo con él, ni siquiera intentar conmoverlo.
—Sé que no dirás nada más —continuó el vizconde—, mis preguntas no llevarán a ningún lugar. Te he encontrado y salvé mi pellejo, eso es lo importante. Ahora el rey está ocupado con un asunto de vital importancia para sus planes, apenas se desocupe le daré la buena noticia sobre ti. Sin dudas no querrá opacar un momento tan importante con una ejecución. En fin, esto acabará pronto, y en serio lo lamento por ti. Fuiste una buena Lissaendra mientras duró.— Eric retrocedió, Ariel hizo un esfuerzo para ponerse de pie y mirarlo mejor. Quería saber qué iba a ser de ella en los próximos días—. Sirena o no, para mí sigues siendo una dama. Y mereces un mejor trato, así que ordenaré te lleven a una celda más limpia, te den una ropa más decente y te alimenten como se debe. Sé que es lo que Francis quisiera, y no lo quiero reclamándome luego porque te trataron mal. Serás bien atendida, eso lo aseguro.— No era un consuelo en absoluto. Seguiría siendo una prisionera, pero al menos ya no pasaría noches de frío y hambre—. Por lo demás, solo te aconsejo que mantengas la calma para enfrentar el fin con dignidad. Fue un gusto... Ariel, o como te llames.— El vizconde se dio la vuelta. Estaba ya por salir del calabozo, pero dijo algo más—. Y no te preocupes por Abdel. Me encargaré de él personalmente, será muy bien atendido —agregó, y se fue. La puerta se selló. Estaba sola otra vez.
"Creo que le va a dar vuelta a Abdel como pollo a la brasa", concluyó Ariel con un suspiro y se sentó.
"Si, también lo creo", le dijo Lissaendra en el mismo tono. "¿O Abdel le dará vuelta a él?"
"No lo sé, nunca me he puesto a pensar exactamente qué hacen dos hombres con sus penes". Se recostó en el piso. Ojalá al menos Abdel pudiera escapar. Ella estaba perdida, hasta las deidades la habían abandonado.
****************
Siempre supo que él iba a volver, la mirada que le dedicó antes de irse fue bastante contundente. Abdel solo se preguntó si sería capaz de esconder su existencia ante el rey para poder darle más tiempo de vida y así gozar de él, o si, al contrario, intentaría usarlo solo una vez antes de desecharlo y mandarlo al patíbulo por traición. Como sea, eso no importaba. Eric estaba de vuelta, él sabía lo que quería, y lo iba a aprovechar para salir de ahí.
Eric no le resultaba del todo desagradable. Es decir, si es que no lo hubiera tratado como una mierda desde que se conocieron, capaz y hasta ese encuentro le parecería menos miserable. Pero es que en realidad Abdel odiaba sentirse así, presionado. Erena nunca lo forzó a quererla, si hasta se resistió mucho al inicio y ni un beso quiso darle cuando ya era obvio que entre ellos habían nacido sentimientos más fuertes a pesar de la esclavitud en la que lo tenía. Pues sí, no le gustaba que estén tras de él como si fuera una presa, odiaba que lo vean de esa manera.
Santhony, por ejemplo. Le había echado ojo desde que era un niño, y eso para él contaba como pedofilia. No podía creer como ese miserable tenía el descaro de insinuarse cada que se veían, si le había dejado muy claro que jamás iba a pasar nada entre ellos. También era cierto que abusó del gusto que sentía por él una que otra vez, pero no era para tanto. Los hechiceros y magos estaban acostumbrados a hacer eso, eran una sarta de degenerados y nada le quitaba eso de la cabeza. Solían escoger desde niños a sus pupilos. Los criaban, entrenaban y guiaban en la magia. Y cuando se hacían más grandes eran ellos los primeros en tomarlos. Para reforzar el vínculo, decían. Pero una mierda que iba a aceptar eso, y menos con Santhony. Ni hechicero era él, para empezar.
Y ahora Eric. Que no le gustara lo que los hechiceros adultos hacían con los más jóvenes no significaba que a él le parecieran repugnantes las relaciones entre hombres. Si hasta le habían gustado algunos y se permitió fantasear cómo sería estar con ellos, solo que jamás se dio la oportunidad ni percibió señales positivas del otro lado. Pero claro, una cosa era que le guste un tipo, otra que el tipo, por más bueno que esté, te tenga tras las rejas y te quiera coger abusando de su poder. Porque claramente él estaba en desventaja y Eric era quién podía decidir su destino en ese momento.
—Vaya, vaya —dijo Abdel asomándose a los barrotes—. Así que ha vuelto, vizconde.
—Me parece que no me esperabas.
—Al contrario. Me estaba preguntando cuánto tiempo más iba a resistirse. No mucho, ya lo veo. No va a desperdiciar la oportunidad de tenerme sometido.— Eric contuvo la sonrisa, lo notó. Ah, pero ese cretino se iba a enterar. No lo iba a dejar hacer lo que quisiera con él.
—¿Qué estás insinuando?— Quería que se lo dijera. Sucio.
—Debería disimular un poco, vizconde. A algunos les resulta obvio reconocer los deseos de otros hombres.— Fue más claro. Eso al parecer le estaba gustando al sucio ese.
—¿Qué te hace pensar que quiero algo más de ti?
—¿En verdad tengo que responder esa pregunta, vizconde?— Los dos se habían acercado a los barrotes. Sus rostros estaban más próximos, y Abdel hizo todo lo posible por aguantarse y seguir el juego. Ah, cuando Erena se entere la cosa se iba a poner intensa. Que él era su macho terrestre, como dijo el Silvyn ese. Y no iba a traicionar a la sirena en vano.
—¿Qué podría querer yo de un simple siervo condenado a muerte?
—¿Vamos a seguir haciéndonos preguntas? ¿O vamos a hacer algo al respecto? ¿Va a hacer algo al respecto?— Eric calló. No tenía las llaves cerca, las había dejado colgadas a la entrada, eso lo notó. Tenía que lograr que lo saque de ahí. El vizconde ya tenía claro que él sabía lo que quería, y quizá también sospechaba que no se atrevería a rechazarlo. Pasó despacio una mano a través de los barrotes y primero acarició despacio sus mejillas, hasta que sus dedos tocaron sus labios.
—Te deseo desde que te vi —admitió él. Ya lo sabía, ni fingió sorprenderse—. Quiero que seas mío.
—Y seré todo suyo si me saca de aquí.— Una de las manos de Eric fue a su pecho, se abrió paso para acariciar su piel debajo de la sucia camisa. Abdel estaba a nada de darle un golpe al abusivo ese—. Estoy seguro que el vizconde Leblanc no quiere que me ponga duro y verse obligado a ponerme contra la pared para obtener lo que quiere a la fuerza.
—Jamás haría algo como eso —dijo indignado, y por un instante hasta apartó sus manos—. No me atrevería a forzarte.
—Permítame dudarlo.— Eric frunció el ceño. Era peligroso el juego que estaba jugando. Cualquier paso en falso y el tipo lo mandaba a la mierda—. Soy su prisionero, literalmente puede hacer lo que quiera conmigo aquí, y sé que no será nada bonito.
—Tú lo has dicho, serás mío. Pero no aquí.
—Claro que no, no quiero que mi primera vez sea así de traumática.
—¿Qué cosa has dicho...?
—¿Mi primera vez? Pues claro, vizconde. Nunca lo he hecho con otro. Usted sería mi primer hombre —lo dijo con toda intención, y funcionó. De pronto lo veía más ansioso, era de esperarse. Típico de los que eran como él, que creían que la primera entrada de pene marcaba un acontecimiento histórico. En honor a la verdad, él nunca se creyó tan especial las veces que le tocó estar con alguna virgen.
—Ya veo...
—Este ambiente me pone tenso, no creo que pueda... usted sabe... Estar a la altura —sonrió de lado. Eric se lamió los labios. Y sin resistirse más, metió una de sus manos por los barrotes y atrajo su rostro al suyo. Lo besó. Abdel hizo todo lo humanamente posible por no apartarlo. Las cosas que tenía que hacer por Ariel, esa sirena le debía una muy grande.
—Vendrás conmigo —le dijo una vez dejó sus labios. Se había entretenido bastante con ellos. Y Abdel ya se sentía bastante sucio, Erena se lo iba a cortar.
—Aceptaré lo que sea, pero fuera de aquí.— Y supuso que eso era suficiente, porque Eric sacó otra llave que tenía escondida en la ropa y abrió al fin la reja. Estaba armado, tenía una daga larga colgando de su cinto. Sería temerario atacarlo en ese momento, iba a esperar.
Pero Eric no tenía muchas ganas de esperar ni de llevarlo a un lugar más cómodo para hacerlo. Una vez estuvo fuera de la celda, se lanzó sobre él como una fiera salvaje. Devoró sus labios con pasión, y él tuvo que corresponder. "Piensa en Erena, piensa en Erena, piensa en Erena", se repetía en vano constantemente. Porque obviamente Erena no tenía barba, y la de Eric rozaba sus mejillas sin cesar. El vizconde lo llevó hasta el muro, ahí lo arrinconó, pegó todo su cuerpo contra el suyo, haciéndolo sentir su erección. "Ariel se hubiera desmayado en este momento", se dijo con gracia. Ariel. Por ella estaba haciendo todo eso, tenía que escapar y encontrarla. Aún llevaba el dije de Erena, nadie fue capaz de quitárselo, la magia los repelió. Y ella llevaba días llamándolo. Iba a escapar para nadar al encuentro de su amada y salvar a Ariel. Ese era el momento preciso.
Atrapó a Eric pasando una mano detrás de su cuello e intensificó el beso. Fingió que también lo deseaba, y le dio vuelta a la situación. Tomó al vizconde por sorpresa, apartándolo un instante solo para intercambiar posiciones. Ahora Eric estaba contra el muro. Él lo miraba ansioso, y Abdel sonrió, aunque no por las razones que Eric pensaba. Le golpeó la cabeza contra al muro. Al principio fue algo débil que solo lo dejó mareado, pero luego lo golpeó otra vez hasta desmayarlo. Por un instante sintió culpa, pensando que quizá se había pasado y lo mató. Respiró tranquilo cuando verificó que seguía vivo, y sin perder más el tiempo, le quitó la daga larga del cinto, y también la chaqueta para verse más decente y disimular. Cogió las llaves que llevaba Eric y las que estaban colgadas a la entrada, y luego arrastró a Eric hasta encerrarlo en la celda. Así al menos ganaría tiempo.
Con cuidado, Abdel salió de los calabozos, no había nadie cerca, de seguro que el vizconde dio la orden para evitar que lo descubran con las manos en la masa. O con las manos en su pene, siendo exactos. No importaba, se había liberado. Pronto saldría de ahí, y esperaba encontrar a Ariel o Erena pronto. Solo Luz eterna sabía si iba a sobrevivir a eso.
****************
Solo le quedaban dos opciones. Arrancarle el collar, llevarlo a Albyssini y que algún hechicero del reino ayude a la princesa. O salvarla, tal como le prometió a Abdel. Pero no podía, y las lágrimas de la impostora no lo conmovían, solo le molestaban. Arnaud estaba frente a ella con la espada en la mano. La muchacha, la sirena, lo que sea, intentaba contener el llanto. Ariel, así le llamaron. Fue a su rescate, y se sorprendió que no se esforzaran en ponerle mucha vigilancia. Ni siquiera estaba en un calabozo, le dieron una habitación común. Quizá sabían que no tenía forma de escapar, y que nadie iba a traicionar a la corona. Nadie pondría en riesgo su vida por una muchacha condenada. Excepto por él.
A un caballero entrenado como él no se le hizo muy difícil hacerse paso hasta llegar a la prisionera. Lo complicado fue deshacerse de los guardias sin hacer ruido. Había llevado una capa para sacarla de ahí a escondidas, y en cuanto la vio, Arnaud empezó a flaquear. Nada le quitaba de la cabeza que esa miserable escogió a su princesa para quitarle la vida y tomar su lugar. No entendía sus motivos, pero tampoco era importante. No la quería, no iba a tolerar que sigan vinculadas. La sacaría en ese momento de su encierro, luego ya se vería.
Quizá fue impresión suya, pero el collar de la princesa brilló un poco en el cuello de Ariel. Y quizá Lissaendra le pidió que no se resistiera y confíe, porque la chica no lloró ni hizo escándalo para salir de ahí. Colaboró en todo y se dejó llevar. Y no fue tan fácil, porque tuvieron que dar varias vueltas por el palacio de los Leblanc, y salir de ahí fue aún más peligroso. No estaba seguro si lo habían seguido, pero estuvieron a salvo un momento. Lo único que Arnaud sabía era que no podían quedarse en Theodoria, tampoco huir al interior. Mucho menos al sur en Aucari. Tenían que ir al puerto y encontrar la forma de llegar a Albyssini.
Se detuvieron, Ariel entró en pánico. Resbaló, y ahí, en el piso, lloró. Intentaba no hacerlo, pero estaba muy nerviosa. Lo miraba con miedo, porque alguna vez él le juró que iba a matarla si algo le pasaba a su princesa. Estaba frente a ella, amenazante y capaz de liquidarla con solo un corte de su espada. La miraba, y dudaba. Quitarle el collar, dejarla ahí. Acabar con ella.
—¿Qué voy a hacer contigo? —murmuró. Una cosa era atacar a una mujer indefensa, no había honor en eso. Pero esa no era una mujer, era una sirena. Había magia, y algo muy malo, lo sabía. ¿Cómo dejar a su princesa a merced de esa criatura? Tenía que actuar pronto.
Ariel levantó la mirada, se secó las lágrimas. Y de pronto se quitó el collar. Él se quedó inmóvil mientras ella le tendía la joya. Sin dudarlo la tomó, y luego vio como ella le hacía un gesto para que se lo pusiera. Antes de hacerlo, Arnaud se tomó unos segundos para admirar la joya, para acariciar sus bordes. Dentro de esa cosa estaba su princesa, su niña. A la que adoraba como una hija, a la que juró proteger hasta la última gota de su sangre. Por eso se puso el collar, porque si era verdad lo que Abdel decía, entonces sería capaz de escuchar su dulce voz.
"Arnaud...", se quedó paralizado. Era ella, no lo dudó ni un instante. "Soy yo..."
"Lo sé, mi princesa. Lo sé", contestó intentando contener las lágrimas. "Por Luz eterna, pensé que nunca más volvería a escucharla. Pero está aquí, oh cielos, está aquí conmigo...", decía emocionado. Ni siquiera entendía cómo le estaba hablando, cómo compartían pensamientos.
"Arnaud, por favor. Ayuda a Ariel, tiene mucho miedo y se siente mal. La maldición le está haciendo daño. Por favor, no quiero que le pase nada", le dijo la princesa. Y su voz sonaba en verdad preocupada, parecía hasta a punto de llorar.
"Pero ella... ¿Acaso no le hizo daño?", preguntó contrariado.
"No, mi querido caballero. Sin ella no veo nada", le contó. Entonces Abdel no mintió, estaban vinculadas. Lisseandra solo podía ver el mundo a través de los ojos de Ariel. No le iba a quedar otra que proteger a la sirena. Se agachó y le tendió la mano para ayudarla a ponerse de pie. Con algo de duda, Ariel la tomó. Sabía que la princesa le estaba dando indicaciones.
"¿Qué podemos hacer ahora?", le preguntó a Lissaendra.
"Ir al mar", le contestó sin dudarlo. "He ido allá abajo con ella en su forma de sirena. He visto cosas tan increíbles que me cuesta ponerlas en palabras, Arnaud. Pero lo único que sé es que solo en el mar ella encontrará ayuda, al menos ahí tiene aliadas. Vamos, toma un bote y llévanos a las islas de Theodoria antes que sea tarde", pidió la princesa.
"¿Cómo sabrán esas aliadas que ella llegará ahí?", preguntó, pues no le quedaba claro ese plan.
"Sé que ellas jamás la abandonarían, quizá han estado cerca todo el tiempo, esperando que ella llegue al mar". Arnaud asintió. Igual su idea fue irse a la costa para escapar del país. No sabía cuánto tiempo les quedaba, pero no podía darse el lujo de perderlo.
"Mi princesa, solo dígame una cosa. ¿Es ella culpable de la situación en que se encuentra?".
"Claro que no", contestó muy segura. "Al contrario, gracias a ella es que aún sigo en este mundo y tuvimos la oportunidad de volver a hablar. Yo te he extrañado tanto... Me has hecho falta, caballero". Arnaud sonrió sin querer, el corazón le latió emocionado.
"Y esta sirena... ¿La ha tratado bien? ¿Cómo se ha sentido con ella?"
"Fue difícil, no lo niego. Y tampoco sé cómo contarlo, Arnaud. Creo que no lo entendería."
"¿Por qué piensa algo como eso, mi princesa? Sabe que yo siempre estoy de su lado."
"Es que ella... ella me hizo ver. No me refiero solo a ver a través de sus ojos. Hablo de ver más allá. Cosas que jamás imaginé y que nunca pasaron por mi mente hasta conocerla. Siempre me han dicho que soy muy bella..."
"Eso es verdad", contestó él sin entender bien el punto de la princesa,
"Pero ella me dijo que también soy inteligente", agregó para sorpresa de Arnaud. Por un instante sintió una punzada de culpa, él jamás le había dicho algo como eso. "Y yo quiero ser fuerte y valiente como ella... pero... Ya no tengo una vida que vivir", le dijo tristemente. Arnaud bajó la mirada. "Había otro mundo, otra vida, otras cosas por hacer. Tanto que callé, tanto que quise saber y jamás me atreví a preguntar. Ahora quiero hacerlo, ahora tengo la fuerza para hacer todo eso. Y ya no puedo", iba a llorar, lo percibió en el tono de su voz.
"Mi princesa, lo lamento tanto. Ojalá pudiera hacer algo para ayudarla, cualquier cosa."
"Puedes empezar por salvar a Ariel. Y también devuélveme a ella, quiero ver, y quiero decirle que nos cuidarás, ¿verdad? Siempre vas a cuidarme", le dijo con esa voz dulce que él tanto adoraba.
"No dude de eso jamás."
Arnaud le devolvió el collar a la asustada Ariel. Una vez lo recuperó, el caballero supuso que ella escuchó de nuevo la voz de la princesa. Lo que sea que Lissaendra le dijo acabó por calmarla, pues no volvió a llorar en su presencia durante el camino al puerto.
Ya no tenían que esperar un barco que las lleve a Albyssini, bastó con tomar prestado un bote de pescadores para poder llegar a las islas de Theodoria. Arnaud remó en silencio durante la noche. El espíritu de la luna y las estrellas iluminaban el cielo por suerte. Frente a él, Ariel se mantenía silenciosa. No se atrevía a pedirle el collar otra vez porque tenía que concentrarse en el escape, pero moría de ganas por volver a hablar con Lissaendra. Y, además, notaba que Ariel en realidad no se sentía muy bien, como si estuviera enferma. Algo mencionó la princesa sobre una maldición, quizá se trataba de eso.
El amanecer los pillaría cerca de las islas, Arnaud calculó que llegarían pronto. Ariel se había dormido a pesar del malestar, y él dudó si despertarla. El caballero se detuvo, llevaba buen rato remando sin parar y ya se había cansado. Apenas tenían provisiones, algo que compró apurado en el puerto, no sabía cuándo tiempo iban a estar ahí escondidos. Pensó que quizá debería descansar un poco antes de llegar a la isla, ahí podría dormir al fin. O eso pensó, hasta que le pareció escuchar algo tras él. Giró, pero solo le pareció ver espuma de mar, o burbujas. Arqueó una ceja, ¿qué fue eso? Segundos después escuchó un chasquido, había una criatura marina por ahí.
El caballero se puso de pie, sostenía el remo, estaba alerta. El cielo aún estaba oscuro, pero logró ver bajo el mar una oscura silueta moviéndose rápido bajo el bote. No fue claro, solo alcanzó a ver su cola de pez. Una bastante grande. Entonces Ariel despertó y miró a los lados extrañada. Él iba a decirle que se quede quieta, pero todo pasó muy rápido. Cuando se dio cuenta el bote se tambaleó tan fuerte que por poco cae. Lo habían golpeado desde abajo. Apenas intentó ponerse firme, cuando el bote se volcó. Arnaud estaba bajo el agua, y abrió los ojos antes de subir rápido a la superficie. Las vio, eran sirenas. Y dos tritones.
Al salir y tomar aire, vio como una sirena de cabello oscuro sostenía a Ariel. La protegía. La pelirroja abrazaba a la otra, y se dejó llevar más allá. Pero eso no era lo extraño, sino que las otras sirenas que salieron no tenían cabello, incluso una de ellas llevaba un arma brillante en la mano. Una daga. Preocupado, Arnaud intentó nadar para alcanzar a Ariel, pero los dos tritones le cerraron el camino. Parecían molestos, iban a atacar en cualquier momento. La situación era irreal. Si en algún momento hubo espacio para la duda, eso ya no existía. Las sirenas estaban ahí, hasta tritones. Esos debían de ser los refuerzos de los que habló Abdel.
—No avances, humano —le dijo uno de los tritones, uno de piel morena—. Ella está a salvo con nosotros.
—También estaba a salvo conmigo, la rescaté de su cautiverio —dijo a la defensiva.
—¿Es eso cierto? —preguntó la sirena que sostenía a Ariel. Y esta asintió—. ¿Podemos confiar en él? ¿Está de nuestro lado?— Ariel parecía dudar. No estaba seguro si alguna vez les contó sobre él. Sobre la amenaza que alguna vez le hizo.
—Era guardia de la princesa Lissaendra —explicó él.
—Bueno, pero nadie te preguntó —dijo el otro tritón—. Y en todo caso a nadie le importa, porque tu princesa está muerta y no tienes que ayudar a nadie. A mí se me hace que este es falso.
—Silvyn, espera —dijo una de las sirenas sin cabello. La que sostenía la daga—. Deja que explique, y Ariel confirmará asintiendo o negando.
—Bien...—dijo él conteniendo su molestia. Odió que el tritón se expresara de esa manera de Lissaendra, pero en ese momento estaba en clara desventaja, no se iba a arriesgar a atacarlos—. La cuestión es que, cuando el rey de Theodoria descubrió que no había princesa y todo el tiempo fue una impostora, nos ordenó que buscáramos a Ariel. El vizconde Leblanc y yo lo hicimos, la idea de este era entregarla al rey para que sea ejecutada.— Algunas de las sirenas sin cabello no pudieron contener el grito. Se acercaron rápido a Ariel, como si quisieran abrazarla—. Yo ya sabía que la princesa está encerrada en ese collar, y quería salvarla. Porque salvando Ariel, salvaba a la princesa. O al menos eso dijo Abdel.
—¡Abdel! —gritó ese tal Silvyn—. ¿Cómo está el macho terrestre? ¿Se estaba dando a la fuga o qué?
—No, fue capturado por el vizconde. Él me pidió que liberara a Ariel, no tuve oportunidad de rescatarlo.
—No tenías que hacerlo —le dijo la sirena que sostenía a Ariel—. Él sabe cómo defenderse, y al parecer logró escapar. Lo percibo, se ha movido. Busca la forma de llegar a nosotros, supongo que aún es peligroso.
—Ya veo...—dijo él. Eso al menos era una buena noticia, el hijo del conde de Arcomarca estaba a salvo—. Abdel los mencionó a ustedes, dijo que quizá encontraría refuerzos en el mar.
—Pues si —le dijo la sirena, la única que tenía cabello—. Soy Erena, por cierto. Vamos a las islas, tenemos que hablar con calma. Ustedes, saquen ese bote a flote —les ordenó a los tritones—. Yo llevo a Ariel—. Todas las sirenas empezaron a nadar con rapidez hacia las islas, él se quedó ahí viendo como ese par de fuertes tritones sacaban sin ningún problema el bote del agua. Luego lo miraran de lado a él.
—¿No deberías estar nadando? —le dijo el tritón moreno.
—Si, ni creas que vamos a ayudarte —agregó Silvyn—. No te llevaremos, los machos terrestres son muy problemáticos. Así que muévete, no nos hagas perder el tiempo.
Los dos tritones se sumergieron y alcanzaron a las sirenas. Arnaud, con pesadez, subió de nuevo al bote y cogió los remos. Él demoró un poco más, pero conforme se acercaba logró ver a las sirenas abrazando a Ariel a orillas de una de las islas. Algunas lloraban, y a él empezaron a lagrimearle los ojos. Ya había amanecido, y a la distancia en la que estaba pudo escuchar más cosas. Hermana, así la llamaron.
Poco antes que Arnaud llegara a la orilla, vio como Ariel se ponía enferma otra vez. Estaba pálida, se llevó las manos a la altura del vientre, se arqueó, su gesto mostró una horrible mueca de dolor. Las criaturas marinas estaban impactadas, la miraban sin poder salir del horror que esa escena significó para ellas.
—¿Qué le pasa? —preguntó una de ellas mientras se secaba las lágrimas—. ¿Qué le pasa a nuestra pequeña?
—Está así desde que la rescaté —explicó Arnaud, y todas giraron a verlo—. Hablé un poco con la princesa Lissaendra, me dijo que es probable que esto se deba a la maldición. Que ella... ella está muriendo...
—¡No! —gritaron horrorizadas las sirenas. Erena estaba pálida, parecía contener las lágrimas. Por un instante sintió pena por ella. No entendía bien cuál era su relación con Ariel, pero parecía quererla mucho. Aquella novedad le resultó devastadora.
—Calma, calma...—dijo el tritón moreno—. Aún hay tiempo, ¿no? Tenemos el arma, solo hay que actuar.
—No lo sé, Dror, ¿por qué justo ahora? —le dijo Erena—. ¿Por qué no antes? Pasó tiempo conviviendo con el príncipe sin casarse y no sucedió nada. ¿Acaso creen que esa desgraciada Annorah aceleró la maldición?
—Ummm no... esperen —dijo la sirena que llevaba la daga—. Las condiciones del pacto que hizo Ariel decían que "Con el príncipe de Theodoria te debes casar, o morirás como espuma de mar" —explicó ella para sorpresa de Arnaud. Así que era eso—. Y antes estaban comprometidos o algo así, se iban a casar, había posibilidad. Ahora ya no, quizá es por eso.
—Sé la razón —les dijo Arnaud, había atado cabos con esa novedad—- El príncipe va a casarse pronto, quizá es por eso.
—¡Claro! —exclamó Silvyn—. Eso tiene sentido, como ya no se pueden casar, entonces la maldición está entrando en efecto.
—¿Y tan pronto va a casarse? —preguntó una de las sirenas—. ¿Que los humanos no tienen reglas para esas cosas?
—No lo sé, Zelika, eso está muy raro —dijo la de la daga.
—¿Con quién va a casarse? —le preguntó Erena.
—Con la princesa Adira Linnette de Aucari.
—¿Y esa quién es? —preguntó Silvyn sin entender.
—Quizá ustedes la conocen solo como Linet.— Apenas dijo eso, notó que Ariel, Erena y la sirena se la daga, se quedaron con la boca abierta. Pasados unos segundos del impacto de la noticia, Ariel se echó a llorar desconsolada en los brazos de Erena. Esta tenía una expresión molesta.
—Se... seguro que hay una explicación para eso —dijo la sirena de la daga.
—Deja de defenderla, Aurimar. Nunca me cayó bien, y mira lo que hace. No tiene perdón.
—Calma, no estás ayudando en nada con esos comentarios —le reprendió la sirena de la daga, ahora sabía que se llamaba Aurimar—. No sabemos por qué ella y el príncipe van a casarse. Es extraño, cierto, pero quizá ella puede explicarlo.
—Eso no importa —dijo otra de las sirenas—. No sé quién es esa Linet, ni me interesa. Pero si el príncipe se va a casar pronto entonces solo tenemos hasta ese momento para hacer lo que tenemos que hacer si queremos salvar a mi hermana. Humano, ¿cuándo será esa boda real?
—Me parece que entre hoy y mañana... probablemente hoy. Será en altamar, deben estar en el barco rumbo a Aucari ahora mismo —explicó él.
—No queda mucho entonces, tenemos que movernos ya —dijo el tritón Dror.
—Tenemos que encontrar ese barco ya mismo, tiene que ser hoy —les dijo Erena. La sirena tomó las mejillas de Ariel, la miró a los ojos mientras esta intentaba dejar de llorar—. Quizá sí hay una explicación, quizá tengas una oportunidad de que ella misma te lo cuente. Pero ahora mismo tenemos que salvar tu vida, es tu última oportunidad. Tus hermanas dieron sus cabellos a la Bruja del mar para obtener esa daga que tiene Aurimar. Es tu única salvación.— Él escuchaba atento todo, quería saber qué era necesario hacer con esa daga. También estaba preocupado, tenía miedo de lo que le podía pasar a su princesa. Estaba atada a esa sirena maldita, por el bien de Lissaendra tenía que encargarse que Ariel sobreviva. Y Ariel se secó las lágrimas, miraba confundida a sus hermanas. La tal Aurimar se acercó a ella levando la daga y la puso en sus manos. Ariel la aceptó, pero seguía mirando a su hermana con un gesto interrogante—. Debes matar al príncipe Francis, y bañar tus pies con su sangre. Solo así se romperá la maldición...
Y ahora, ahora que me has dado un bocado de eso
Y ahora, ahora que sé lo que sé
Pues cómo, ¿cómo puedo seguir ignorando la pérdida?
Después de todos esto años que me he aferrado a mis miedos
¿Me ayudarás a dejarme llevar? (*)
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(*) The life I never led – Del musical "Sister's Act"
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¡Hola, hola! Cada vez que publico un capítulo me da más miedo escribir el final kjjkajka lo siento, siempre me entran los nervios cuando llego a este punto en cualquier historia.
Pues ya saben lo que tiene que hacer Ariel si quiere salvarse, auxiliaaaaaa. Inserten la música de suspenso de La rosa de Guadalupe en este momento.
Por cierto, hace años que no escribía yaoi... Mentira, el año pasado lo hice xddd
Y recuerden, amigos. Los heteroflexibles son del diablo :v
¡Hasta la semana que viene!
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