46.- La lucha por Aquaea [Parte 2]

Todas las cosas giran, giran, giran

Hay una temporada, giran, giran, giran

Y un tiempo para cada propósito bajo el cielo.

Un tiempo para nacer, un tiempo para morir.

Un tiempo para plantar, un tiempo para cosechar.

Un tiempo para matar, un tiempo para sanar.

Un tiempo para reír, un tiempo para llorar (*)

"¡Vamos a morir aquí!", gritó Lissaendra en su cabeza.

"Pero eso ya lo dijiste la otra vez, y seguimos vivas. Bueno, yo sigo viva... por ahora", contestó con temor. Sin querer, se acercó más a Aurimar. Estaban muy juntas, habían apartado a Erena de ellas, la sostenían dos tritones. Los demás también estaban apartados, les habían quitado las armas y los tenían prisioneros con redes.

"No, Ariel. Ahora es en serio...", murmuró la princesa. Y ella lo entendía, en ese momento veía muy difícil que todo se resuelva. Solo tenía la seguridad de que eso no iba a acabar bien.

La lucha para liberar el reino de Aquaea de su padre pudo terminar con un triunfo a favor de Atlantia, pero había prisioneros. El ejército atlantiano los tomó por sorpresa, nadie esperó que un ejército tan grande cruzara la bruma, que hubiera sirenas entre ellos, y además otras criaturas gigantes que sorprendieron a los tritones de Aquaea y sembraron el pánico. Mientras Aquaria tomaba la ventaja, los tritones se preparaban para hacerles frente. Eran fieros, eso Ariel ya lo había advertido. Y mientras las llevaban como prisioneras, vio como eran capaces de hacer daño a pesar de estar en desventaja.

Según el plan, Aquaria tendría que hacerse paso para llegar al rey Tritón y quitarle el tridente. Pero al parecer su padre nunca salió, solo daba órdenes a escondidas. Sabía lo que querían de él, y no iba a dejarlo fácil. Cuando se dieron cuenta, los tritones de Aquaea empezaron a tomar prisioneros. Tritones y sirenas que no querían perder, y en realidad Ariel se había dado cuenta que Aquaria no estaba dispuesta a perder a nadie. Pobrecita, la sirena legendaria no sabía que su padre era de los que castigaba sin importarle nada.

Y para empeorar la desgracia de las capturas, llegaron ellas para agrandar el botín. Las llevaron por otra de las entradas al reino, y ahí sí que apareció su padre. Ariel recordó que nunca lo quiso siquiera un poco. Que siempre le dio miedo. Y quizá hasta lo odiaba.

Era grande y aguerrido, como todo tritón debe ser. Fuerte y brutal, con el cabello corto, porque llevarlo largo era cosa de sirenas. Quizá tenía como doscientos años, pero seguía viéndose muy joven y vital. Llevaba el tridente que no le pertenecía, y este brillaba un poco. Sabía que podía aniquilarlas a todas si tan solo lo deseaba. A Erena ni siquiera la miró, a Silvyn y Dror les dedicó una mirada llena de asco y desprecio. Y a ellas, a sus hijas, las observó con frialdad. También las despreciaba, pero no parecía querer desatar su ira con ellas. Quizá por ser sirenas valían muy poco para eso. No merecían ni ser aniquiladas con el tridente.

—Ustedes me han avergonzado —les dijo, ni siquiera las miraba a los ojos. Hablaba para que todos alrededor escuchen y vean como iban a ser castigadas—. Mis propias hijas fueron capaces de romper el orden natural, de escapar de la gracia del rey. Creyeron que podían ser libres...

—Fuimos libres, padre —interrumpió Aurimar. Cuando la escuchó, Ariel entró en pánico. Tuvo miedo por su hermana, no quería que su papá le hiciera daño. "Lo va a hacer de todas maneras", se dijo con seguridad. Aurimar ya no tenía nada que perder, y por eso hablaba. Porque ya no tenía miedo. Y notó a su padre perplejo, nadie se había atrevido a interrumpirlo, pero ella sí. Ariel sonrió, porque tampoco pensaba guardar silencio. Ya no más—. Nos has mentido a todas. Este no es el único reino marino, hay otro mucho más hermoso y feliz. Ahí no hay miedo. Ahí no somos propiedad de nadie. Las sirenas podemos decidir y ser felices. No le contaste a nadie que la sirena legendaria Aquaria sigue viva, que ella está aquí.— En cuanto dijo eso, notó que quieres los rodeaban parecían sorprendidos ante esa novedad—. Que ha venido a liberarnos.

—¿Y en serio crees que una sirena podrá conmigo? —le dijo con desprecio—. Las sirenas no sirven para la guerra, y lo vamos a demostrar. Y tú, sirena inútil, pagarás con tu vida esta insolencia. Te di una oportunidad una vez, pero no más. Se acabó para ti. No solo eres una sirena traidora, también eres una abominación. No entiendo como algo tan podrido como tú puede ser mi hija.

—No entiendo como alguien tan malvado y miserable como tú puede ser mi padre —soltó con insolencia su hermana. Otra vez lo notó sorprendido, y los soldados de Aquaea con la boca abierta. Quizá eso era lo que más desconcertaba a todos, que Aurimar no tenía miedo a nada.

—Vas a suplicar piedad cuando acabe contigo —dijo con rabia su padre—. Y tú —la miró a ella. Por un instante Ariel se quedó helada. Siempre procuró estar lejos de él, siempre huía de su mirada y de su presencia. Odiaba escucharlo gritar, dar órdenes, castigar. Le tuvo mucho miedo de pequeña. Pero eso tenía que parar—, escapaste dos veces, ¿en serio creíste que esto iba a tener un final feliz para ti? No eres más que una pobre sirena inútil, idiota y despreciable. Solo valías para entregarte a alguien, y ni eso pudiste aceptar. Estás podrida, y ya me cansé de ser piadoso. Voy a arrancar el mal de raíz.

—Padre, si me quieres matar, mátame. No me amenaces, porque no me voy a asustar. He vivido cosas peores desde que me fui. Ya no me das miedo —le dijo en su cara. El rey tritón seguía desconcertado, rabioso.

—Maldita sirena, cuando acabe contigo...

—Ya no me amenaces, papá. No importa si me sigues gritando.— En realidad no quería morir, pero sabía que en ese momento no podía luchar. Solo esperar una oportunidad y aprovecharla, si es que esta aparecía. Y no le iba a demostrar miedo al rey Tritón. Si quería castigarla y hacerla chillar delante de todos estaba muy equivocado.

—¡Hermanas! —gritó una de sus hermanas, Zelika. Tras ella aparecieron las demás. Eurodora y Raissa preocupadas, Ligeia seguida de sus pequeños. Un tritón y dos sirenas. La primera en llegar hasta ellas fue Zelika—. ¡Han vuelto! ¿Qué pasó con ustedes?

—Seguro es culpa de esta —dijo Raissa señalando a Erena—. Ella las arrastró a la perdición.

—No, no —interrumpió ella—. Erena no tiene culpa de nada. Yo me fui porque quise, y Aurimar... Bueno, a ella no le quedó de otra —dijo, pues explicar todo el pacto que su hermana hizo con la Bruja del mar era una historia muy larga para ese momento.

—Muévanse —ordenó el rey Tritón con la voz firme—. Voy a castigarlas.

—Padre...—murmuró Ligeia. En cuanto escucharon eso, los pequeños se estremecieron—. Pero son... son sus hijas, padre. Nuestras hermanas. No puede...

—¿Me vas a decir lo que puedo o no puedo hacer, pequeña inútil? Ve a cuidar de tus crías y deja de meterte en mis asuntos, es lo único que tienes que hacer. Cerrar la boca y seguir dándome nietos, deja de estorbar.— Ligeia bajó el rostro, notó que Zelika y Eurodora hacían lo mismo. Nunca había sentido pena por ellas, siempre la fastidiaron. Pero en ese momento sí. Sus hermanas tenían tanto miedo como ellas, siempre fueron calladas y maltratadas. Todas eran iguales en realidad. Y tenían que salir de eso juntas.

—Son nuestras hermanas.— Las defendió Raissa. Eso la sorprendió aún más, pues se puso delante de ellas para protegerlas. Miró de lado a Eri, y la notó igual de sorprendida—. No puede matarlas, padre. No quiero eso.

—Si... y de seguro están arrepentidas —se atrevió a decir Zelika. Pero Ariel y Aurimar negaron con la cabeza.

—Nosotras trajimos al ejército de Atlantia, hermana —le explicó Aurimar—. Y no es malo, ellos no quieren matarnos. Está la sirena Aquaria, es nuestra tatarabuela —reveló para sorpresa de todas—. Quiere hacernos libres de verdad.

—Ya que confirman que ustedes cometieron alta traición contra el reino de Aquaea, no hay forma de que sea piadoso. Se atrevieron a ir en contra de todo lo bueno y cayeron en la perdición —sentenció su padre. El tridente brillaba, quizá sí iba a matarlas con él después de todo.

—¡No! —gritó Eurodora, se puso delante de ellas tal como lo hizo Raissa hace un rato—. No, por favor. Piedad, padre. No lo hagas, te lo ruego.— Todas las rodearon. Por primera vez estaban juntas todas las hermanas para enfrentar al rey Tritón. ¿Y si las mataba a todas? ¿Si decidía acabar con todas por desafiarlo? Eso no iba a acabar bien—. Castígame a mí, ella es pequeña. Es mi culpa, no le enseñé bien —le dijo. Sintió deseos de llorar, si estuvieran en la superficie todas lo harían. Su hermana quería dar la vida por ella.

—No, tómame a mí —pidió Ligeia—. Ya te di tres nietos, ya no me necesitas más. En cambio ellas son inocentes.

—¡Castígame a mí! —rogó Zelika. De pronto, todas estaban tomadas de las manos.

—¡No! Ellas no tienen culpa de nada, Ariel tampoco. Soy yo quien merece un castigo —pidió Aurimar.

—Yo me fui dos veces porque quise, padre. No las castigues, solo conmigo es suficiente —le dijo Ariel. El rey las miraba a todas, y parecía sorprendido. Porque de pronto todas pedían el castigo que les correspondía a las otras. Todas estaban dispuestas a dar su vida por sus hermanas. Y se apretaban las manos con fuerza, no solo por el temor. Era porque estaban juntas y muy a su manera siempre se protegieron la una a la otra. Tenía a sus hermanas de su lado y eso era lo único que le importaba.

"Ariel... por favor", lloriqueaba Lissaendra dentro de ella. "No dejes que te mate, por favor... ¿Es que de verdad no tienes miedo?"

"Si tengo", admitió. Y más en ese momento, cuando su padre blandía el tridente y las apuntaba a todas. Una descarga de energía y estarían acabadas. "¿Pero sabes qué me da más miedo? Ser su propiedad una vez más, hacer lo que él quiere y rendirme sin luchar. Eso es peor que morir", le contestó. Ya no era la de antes, se había dado cuenta. Y esa Ariel no iba a escapar.

—¡Majestad! —anunció alguien, un tritón de la guardia—. El enemigo está dentro. Ella está aquí —anunció. Ariel tembló, miró alrededor. Tenían a Silvyn y Dror amordazados, pero ellos parecían hasta emocionados de pronto. Aquaria había llegado, y esa podía ser su esperanza.

—Tengo una idea mejor —les dijo el rey. Sonrió de lado con malicia y dio una orden—. Traigan a todas mis hijas, son prisioneras ahora. Y lleven al resto de prisioneros de inmediato.

Cuando el rey ordenaba, nadie perdía el tiempo. Pronto se vieron arrastradas junto a los demás hacia una especie de plaza central donde se solían dar ceremonias, y ejecuciones también. Fue justo ahí donde le hicieron el encuentro a Aquaria. El ejército de Atlantia había logrado romper las filas de los de Aquaea, y entraron de inmediato en busca del rey Tritón.

Todos los ciudadanos de Aquaea se quedaron impactados al verla llegar. Más de uno había escuchado leyendas de ella, todos la tenían como la sirena legendaria, todos sabían su historia. Y ahí llegaba, montando a un tiburón blanco. La fiera amenazaba con desgarrar a cualquiera que se le acerque. Los tritones, que apenas eran capaces de matar a esas criaturas, veían con sorpresa como una sirena lo montaba sin temor. Lo había domado, algo que creyeron imposible. Ella llevaba una lanza dorada y la corona resplandeciente de la diosa, lucía majestuosa así.

Aquaria miró directo al rey, luego al tridente. El de su amado Mizoh, el que se llevó el traidor. Luego volvió a mirar a su padre, lo desafiaba con la mirada. Y el rey, que al principio parecía perplejo, de pronto se veía más fiero. Listo para dar batalla.

—Retira a tu ejército de aquí, sirena —le exigió—. Hazlo, si no quieres que acabe con todos los prisioneros —amenazó. Claro que Aquaria había notado a quienes tenía capturados, bastó una mirada para darse cuenta.

—Hemos ganado, rey Tritón. Eres parte de mi familia, no quisiera matarte. Ríndete y esto acabará bien para ti.

—¿En serio crees que estás en posición de desafiarme? —le dijo, apuntándola con un tridente.

—Por supuesto —contestó segura—. Eres un niño para mí. Tengo más años de los que podrías contar, así que no creas que eres un rival digno.

—¿Quieres probarlo? —le soltó, estaba furioso—. Dejaré libre a los prisioneros si retrocedes, es mi última oferta.

—No negocio con usurpadores. Esto es lo que vamos a hacer. Vas a liberar a los prisioneros, me vas a entregar el tridente, y vas a esperar que sea piadosa contigo. Es mi última palabra, y no voy a repetirlo.

—Yo no pienso luchar con una sirena —le dijo con desprecio.

—¿Por qué? ¿Tienes miedo que te humille delante de todo tu reino? ¿Quieres que los tritones de Aquaea te vean derrotado? —se burló Aquaria. Y quizá eso fue suficiente para desatar la ira del rey. Pudo soportar a sus hijas desafiándolo, pero no que duden de su fuerza en una pelea. No iba a dejar que una sirena, por más legendaria que sea, lo derrote.

El tridente resplandeció, todos sabían lo que iba a pasar. Ariel había visto varias veces a su padre castigar a los tritones de esa manera, fulminándolos con la energía del tridente. Fue tan rápido que apenas si pudo gritar internamente. Le dio a Aquaria, y por un instante lo creyó todo perdido, sintió terror. Pero tuvo que parpadear varias veces para creérselo. La corona de la Diosa brillaba, y Ariel lo entendió pronto. Había absorbido la energía del tridente y no le hizo a Aquaria el menor rasguño, apenas había desacomodado sus cabellos. Ella mostró una sonrisa triunfante y se sacudió el hombro, orgullosa.

—¿Se te acabaron los trucos? Ven acá y enfréntame como un verdadero tritón.— Su padre gruñó y se acercó amenazante a ella. Aquaria ni se inmutó.

—Vas a rogar piedad cuando te tenga entre mis manos.— Fue su única amenaza.

Tenían que luchar de la forma tradicional. Ariel no tenía idea si de verdad Aquaria era tan fuerte como decía, y temblaba de solo imaginar que le podían hacer daño. Ella tuvo que bajar del tiburón y nadó hacia el rey. Ambos se encontraron frente a frente, el tridente y la lanza dorada chocaron. La corona resplandecía, y Aquaria demostraba que podía ser tan fuerte como el rey. No temblaba, esquivaba los golpes, los devolvía también. Su padre tampoco se quedaba atrás, en varias ocasiones le dio tan fuerte que Ariel hasta creyó que la iba a derribar.

La pelea seguía pareja, y nadie se atrevía a intervenir. En algún momento alguien tenía que caer. Alguien tenía que fallar en algo, cualquier cosa. Y el otro iba a aprovechar ese instante de debilidad para hacerse con la victoria. Por más fuertes que fueran, empezaban a cansarse. En un momento, el rey golpeó en la cabeza a Aquaria con la punta del tridente, la mareó. Y antes de que ella se recuperara, la desarmó. Aún tenía la corona, pero eso no la hacía invencible. El rey aún conservaba el tridente, y si bien no podía matarla con su poder, aún podía herirla mortalmente.

Ariel y las demás se miraron asustadas, de pronto Aquaria solo se dedicaba defenderse y esquivar los golpes del tridente. En un momento intentó detenerlo con las manos, pero luego chilló de dolor. Solo tocarlo la lastimó. Su padre sonreía, seguro de su triunfo. Pero Aquaria era rápida de todas formas, esquivaba ataques que hubieran matado a cualquiera, y su padre también empezaba a cansarse de perseguirla.

—¡Deténganse! ¡Deténganse, por favor! —rogó alguien. Su abuela. La anciana Pisimoé había llegado, y sin importar la dificultad, se las arregló para hacerse pasó nadando hasta ellos. Aquaria la reconoció, era esa nieta que raptaron hace mucho, aquella por la que tanto lloró—. Somos familia, por favor... no hagan esto —rogaba la anciana sirena. Y fue esa distracción la que el rey Tritón aprovechó para derribar a Aquaria al fin. La arrojó contra una roca, y ya no fue capaz de pararse de lo lastimada que estaba. El rey tritón se acercaba llevando el tridente en alto, triunfante, listo para atravesar su cuerpo con la punta de este. Lo que no esperó fue ver a su madre nadar hasta interponerse entre ellos.

—Muévete, madre —ordenó el rey.

—Es mi abuela —la excusó Pisimoé.

—Es un enemigo al que tengo que liquidar —amenazó él—. Quítate, porque no tengo problemas en matarlas juntas. De todas maneras ya estás en tus últimos días. Muévete si quieres vivir.

—Mata a tu madre si es así como quieres que sea, pero no dejaré que la lastimes.

El rey tritón estaba dispuesto a cumplir su amenaza, no iba a perder la oportunidad de acabar con Aquaria. Aterrorizadas por lo que iba a pasar, y sin poder controlar el miedo por la situación, las princesas de Aquaea chasquearon a la vez. Y aunque muchos tritones de Aquaea estaban entrenados para no dejarse llevar por ese llamado, los de Atlantia no. Ni Silvyn ni Dror, ni los otros que fueron capturaros, fueron incapaces de no responder al llamado. Cobraron fuerzas, se hicieron más fieros. Y se liberaron de sus captores en pocos segundos.

Pero no fue suficiente. Mientras los tritones de Atlantia se liberaban, y ellas aprovechaban ese alboroto para escapar también, su padre cumplió parte de su amenaza. Hirió a la abuela con el tridente para llegar hasta Aquaria. Su sangre se derramó, el tiburón blanco de Aquaria reaccionó. Sin que nadie pudiera evitarlo, este se arrojó sobre su padre para salvar a la reina sirena. Era fuerte, rápido, y lo tomó por sorpresa. Mordiendo el brazo que sostenía el tridente. El forcejeo no duró mucho tiempo, el enorme animal logró hacer que soltara el tridente. Y pronto los tritones de la guardia empezaron a defender a su rey atacando al tiburón. Fueron necesarios varios de ellos para apartarlo y detenerlo. Alrededor todo era un caos. Su abuela se desangraba, Aquaria la sostenía. Los prisioneros se liberaban y atacaban con fiereza. Ellas estaban libres. Y el tridente estaba en el suelo, abandonado.

Su padre lo recuperaría pronto, pondría orden y acabaría con todos. La lucha terminaría, el sacrificio sería en vano. Ariel no sabía qué hacer, no se sentía lo suficiente hábil para ayudar. Y tenía que hacerlo, alguien tenía que moverse.

"Tú puedes, Ariel", le dijo Liss. Notó donde estaba posada su mirada, y para su sorpresa, la apoyó. "Eres la más valiente, hazlo", agregó. Solo bastaron esas palabras para que saliera de su parálisis, nadó tan rápido como pudo hacia el tridente.

Apenas logró ver cuando su padre se incorporó para recuperar el tridente, así que se movió más rápido. Por un corto instante logró ver en los ojos del rey algo que jamás imaginó. Miedo. Y ya no pudo hacer más, porque Ariel cogió el tridente con ambas manos y sintió el poder correr a través de este. Por poco se le escapa, estuvo tentada a soltarlo. Porque pesaba, y todo su cuerpo vibraba por la energía. No iba a poder controlarlo, se lo podían arrancar de las manos en cualquier momento. Ni siquiera escuchaba lo que pasaba alrededor, todo parecía un inquietante vacío. La vista se le nublaba, sentía que iba a desvanecerse.

"No", le dijo una voz extraña. Una que no era Liss. "Estoy contigo. Tú eres fuerte. Eres valiosa. Eres una hija del mar." La voz calló, y ella abrió los ojos para ver todo más claro que nunca, para sentirse fuerte como jamás pensó que sería posible. Esa voz que la acompañó y le dio valor no era otra que la Diosa del mar.

El poder de la Diosa fluyó a través del tridente. De pronto ya no dolía, ni pesaba. Era parte de ella. El tridente brilló como nunca, y ella lo levantó. La energía se liberó, iluminando ese lado del océano, dejando claro que el poder era suyo y nadie iba a poder enfrentarla.

—Ríndanse —ordenó. Y por alguna razón le pareció escuchar su voz más fuerte y poderosa. Ni siquiera su padre fue capaz de atacarla, solo se quedó ahí, quieto y herido. Los demás tritones de Aquaea la miraban perplejos, y también molestos. Porque la hija menor del rey Tritón se había hecho con el tridente, y ahora los gobernaba a todos. No había más que hacer, ellos sabían lo que ese tridente podía hacer, y por eso soltaron las armas. Había acabado.

O no. Quizá no. Porque Aquaria sostenía el cuerpo de su nieta. Con los dedos arrugados, Pisimoé acariciaba su rostro, alrededor de ellas el agua estaba ensangrentada. El rey quiso atravesar a ambas con su tridente, pero solo mató a su madre, Aquaria estaba a salvo. Todas las hijas del rey se hicieron paso para llegar a su abuela, hasta Erena llegó a ella. La rodeaban, seguras de lo que iba a pasar. No iba a resistir.

—Mi pequeña —decía Aquaria con tristeza—. Te busqué tanto, querida. Te extrañaba, te buscaba. Mi pequeñita...— Y Pisimoé sonreía a pesar de la herida.

—Abu...—dijo débil. Era extraño ver eso. La nieta lucía mayor, pero no lo era. Y todas sus hermanas miraban desconsoladas esa escena.

—Abuela, no te vayas —le dijo ella con tristeza. No sabía qué hacer. Tenía el tridente en sus manos, y no podía salvarla. Solo sufrir su partida.

—Cuídense mucho, mis pequeñas —les dijo Pisimoé a sus nietas—. Y juntas, siempre juntas. No de abandonen, no se juzguen. Sean... libres...— Esas fueron sus últimas palabras.

Ariel no había visto nunca la muerte de una sirena. Solo sabía como era, eso le habían contado. La abuela se desvaneció, cerró los ojos, y su cuerpo empezó a desaparecer poco a poco. Pronto no fue más ella. Era espuma de mar que se deshizo entre los brazos de Aquaria, y se fue a unirse con la inmensidad del mar.


******************


Quizá no la tomaron por sorpresa, quizá ella esperó que llegaran. Lo que sí le sorprendió fue verla con el tridente, lista para recuperar su vida. Annorah, así le dijeron que se llamaba. Aquella que alguna vez fue un espíritu bondadoso, pero una guerra entre Luz eterna y Oscuridad perpetua le arrebató todo. Y la maldad de los terrestres la hizo caer en la tristeza y la soledad. La transformaron en esa bruja malvada que jugaba con los sueños de otros para destruirlos. Los condenaba a la perdición, como si de alguna forma quisiera que lo malo que le hicieron lo vivan otros también.

Ariel no dudaba que la Bruja supiera la novedad, ella que tanto controlaba lo que pasaba en los mares y se enteraba de todo. El reino de Aquaea había caído bajo el poder de Atlantia. El rey Tritón ya no era nadie. Fue arrestado, y lo llevarían a Atlantia donde sería juzgado por Aquaria. También capturaron a los tritones guerreros de Aquaea, les quitaron las armas, y los llevarían a otro lado donde no pudieran hacer daño. Aquaria dejaría a un buen número de tritones y sirenas a cargo del reino, así irían explicando a los ciudadanos de Aquaea la verdad de la historia, todo lo que les ocultaron. Y claro, tendrían la posibilidad de elegir. Quedarse en casa, o conocer Atlantia. Las restricciones habían acabado.

Había mucho trabajo que hacer, eso todos lo sabían. Y Ariel se sentía rara, porque todo lo consultaban con ella. Como si de pronto se hubiera hecho una reina sirena. Quizá era así, porque Aquaria no le quitó el tridente, al contrario, la felicitó por ganárselo. Nadie se iba a atrever a desafiarla, porque desde que lo tenía este no había dejado de brillar. Como si después de años de estar en manos de usurpadores, al fin su verdadero poder se había desatado en manos de una portadora digna. Era una reina sirena, y no sabía cómo sentirse. Feliz quizá, orgullosa. Pero su abuela había muerto y solo sentía tristeza. Ah, y seguía maldita. Había que solucionar eso pronto.

Partieron todas a la guarida de la Bruja. Hasta sus hermanas mayores quisieron seguirla, pues Ariel se dio un tiempo para contarles todo lo que pasó. Su pacto, la ayuda de Erena, su vida terrestre, sobre la princesa que llevaba en el collar, y la maldición. Todas querían estar presentes para cuando recuperara su libertad y salvara su vida. La siguieron también Erena y Aquaria, hasta Silvyn y Dror se colaron. Nadaron confiados, seguros de su triunfo. Nada podría hacerles Annorah. Su tiempo de sembrar el terror en los corazones de todos había acabado.

Por eso la Bruja se mostró tan sorprendida al verla. La última vez que estuvieron frente a frente ella era una sirena tímida y tonta que se dejó engañar. Y volvió a ella como una reina sirena portadora del tridente.

—Baja eso, pequeña sirenita —le dijo la Bruja con voz calmada—. No es necesario que me amenaces, sé a qué has venido.

—Y no nos iremos de aquí sin que cumplas con todo lo que Ariel exija —le amenazó Aquaria—. Vas a hacer exactamente todo lo que ella te pida, ¿está claro?

—Muy claro, mi querida Aquaria. No soy estúpida, ¿sabes? Sé lo que ese tridente puede hacerme.— No esperó verla tan sumisa, rendida. Después de todo las portadoras del tridente y la corona estaban frente a ella. La energía pura de la Diosa del mar concentrada en ellas, algo a lo que un espíritu atrapado no podía enfrentar.

—Libera a Erena de su trato contigo. Que vuelva a ser libre —pidió Ariel. Se giró de lado para ver a su amiga. Eri intentaba disimular su sonrisa, pero se notaba feliz. Tantos años al servicio de la Bruja se acababan al fin.

—Bien, sabía que pedirías eso.— Ariel aún mantenía el tridente en alto, amenazándola, alerta a sus movimientos. La Bruja fue hacia un rincón de su cueva, donde tenía varios frascos llenos de líquidos de diferentes colores. Abrió uno de ellos, supuso que era el de Erena. Sacó una especie de pergamino, quizá ahí era donde estaba escrito el pacto. El papel no se mojaba, parecía indestructible. Ariel lo apuntó con la punta del tridente, pensó que quizá ella podría deshacerlo—. Tranquila, pequeña —dijo la Bruja con su falsa voz tierna—. Solo yo puedo romperlo.— Y lo hizo. Partió el pergamino con la esclavitud de Erena en dos, y este empezó a deshacerse—. Eres libre —le dijo a su amiga. Y ella solo sonrió mientras Aurimar la abrazaba.

—¿Te sientes diferente? —le preguntó su hermana.

—No lo sé... yo... es raro. Solo sé que soy libre, nada más —decía sonriente. Ariel la observó con una sonrisa, Eri nunca había estado tan contenta. Ya no era esclava de nadie, se había ganado esa libertad.

—En verdad creen que todo será fácil a partir de ahora, ¿no es así? —soltó la Bruja con voz burlona. Y con algo de rencor en ella—. Liberan a quienes tienen un pacto, viven la ilusión de libertad. Piensan que Aquaea será como Atlantia, pero eso no pasará. Han vivido años con miedo, con prejuicios, odiando todo lo que es diferente. Y las odiarán a ustedes también por romper su mundo. Ustedes creen que les dan libertad, pero solo les dan miedo. Luchan por algo que jamás podrán aceptar, ninguna sirena de Aquaea será libre en verdad.

—Oh, cierra la boca. Ya has hecho suficiente. Obedece a Ariel, es lo que te toca hacer —le soltó Aquaria, pero eso no bastó para la Bruja.

—Si, puede que así sea. Ahora pierdo, pero no acabarán conmigo. Siempre estaré aquí, siempre al acecho. Porque mientras haya miedo, yo viviré. ¿Es que acaso has olvidado, querida Aquaria, por qué estás sirenas acudieron a mí? Por miedo, porque estaban solas, prisioneras, sometidas. Quisieron escapar del mundo que tú no pudiste salvar. El mundo al que tu querida Diosa le es indiferente. Ella vive en todo lo que hay, y no tuvo ni un atisbo de piedad para ayudarlas, no escuchó el sufrimiento de sus hijas, ¿y ahora yo soy la malvada por ofrecerles siquiera una oportunidad para escapar de la prisión de Aquaea? Esa indiferencia de las deidades hacia sus hijas fue lo que las condenó. No yo.

—Di lo que quieras —le cortó Erena—. Pero no lograrás envenenarnos con tus palabras. Tú no salvaste a nadie, nos condenaste. Y maldijiste a Ariel, la engañaste, no te la quieras dar de salvadora ahora.

—Destruye todos los frascos con pactos —le ordenó Ariel a la Bruja, no quería escuchar que se siga justificando por el mal que hizo—. Y devuélveme mi voz ahora.— Santhony le dijo que tenía que recuperar su voz para que la maldición se rompiera, que eso bastaría. O al menos era lo que todos esperaban. En cuanto dijo eso, la Bruja la miró con cierta sorpresa, no esperó que ella supiera eso. Sabía que no podría engañarla.

Uno a uno empezó a abrir los frascos rodeados de líquido. Pronto se dio cuenta que eran las pócimas que obligaba a que tomen los que hacían el pacto, dentro de ellas guardaba el hechizo de quienes caían. Con desagrado, la Bruja tomó buen rato abriendo los frascos y rompiendo los tratos mágicos que condenaban inocentes. Uno a uno acabó con todo, pero ella aún no recuperaba su voz.

—¿Dónde está? ¿Dónde la has escondido? —le preguntó Ariel con temor.

—No está aquí. Lo que pido para las maldiciones lo escondo en lugares más seguros, fuera de la vista y bien resguardados.

—Bueno, llévame ahí. Quiero de vuelta mi voz.

—Y así será, pequeña. Así será.

—Te acompañaremos —dijo Erena, y las demás asintieron. Era justo lo único que faltaba. Estaba tan cerca de recuperarlo todo.

Tan cerca. La vista se le nubló un instante, sacudió despacio la cabeza. Le restó importancia unos segundos, y volvió a apuntar con el tridente a la Bruja. Pero ya no pudo sostenerlo, cada fibra de su cuerpo se estremeció con un dolor agudo que la atacó de pronto, y le obligó a soltar el tridente. Lo vio todo negro, y cuando abrió los ojos de nuevo notó que, asustada, Aquaria sostuvo el tridente para que la Bruja no lo tomara. Al ver a Annorah a los ojos la notó desconcertada, pero sonrió. Ella sabía lo que estaba pasando. Todas la sabían. Con miedo, miraban a su cuello. Las agallas estaban desapareciendo.

Pensó que fue ella, que de alguna forma la Bruja empezó a vengarse porque aún la tenía en sus garras. Pero no fue así. Lo supo cuando empezó a ahogarse, y sus hermanas la tomaron de los brazos para llevarla hacia la superficie con rapidez antes de que muriera ahí. Su cola se deshacía poco a poco, podía ver las escamas caerse y perderse en el azul del océano.

"¿En serio creíste que podías robarme y salir impune, pequeña sirenita?", le dijo Santhony. Liss estaba gritando algo, le pedía que resista, pero la voz del hechicero era más fuerte. "Yo te di esa pócima y yo puedo deshacerla, justo como lo estoy haciendo ahora. Vuelve a la tierra y muere. Sufre mucho. Di adiós a tu mundo. Y cuando vuelvas, diles a todos que Santhony Dulrá te quitó todo. Que la Bruja del mar te maldijo, pero que yo te llevaré a la muerte. Eso le pasa a todo aquel que se atreve a enfrentarse a un Dulrá."

Eso fue lo último que escuchó. Seguía bajo el mar, ya no era una sirena. Y se estaba ahogando. Iba rumbo a su muerte.


Todas las cosas giran, giran, giran

Hay una temporada, giran, giran, giran

Y un tiempo para cada propósito bajo el cielo.

Un tiempo de ganar, un tiempo de perder

Un tiempo para la lluvia, un tiempo para sembrar

Un tiempo de amar, un tiempo de odiar

Un tiempo para la paz, juro que no es demasiado tarde (*)


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(*) Turn, turn, turn - The Byrds

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Guess who's back in the house!! ♫ Asiesza, volví de entre los muertos de fiestas de fin de año. Ahora si, beibis, nos vamos de largo semana a semana hasta el final </3

Solo que ahora que publiqué este capítulo, procedo a esconderme en un bunker porque siempre desgraciada nunca indesgraciada xd

NO OLVIDAR dejar en comentarios cuáles fueron para ustedes los mejores momentos de la historia, que entrarán a votación para armar el Top 10.

¡Hasta la semana que viene!



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