45.- Para cumplir su destino
He decidido hace mucho tiempo
Jamás caminar a la sombra de nadie
Y si fallo, o si logro el éxito
Al menos viviré como creo
No importa lo que se lleven de mí
No podrán llevarse mi dignidad (*)
La llevaron ante la dueña, ama y señora de esas tierras tal como era de esperarse. A Linet siempre le había fascinado la cultura y forma de vida de la gente del campo, incluso como manejaban su religión. En muchas partes del mundo predominaba el sistema en el que los hombres se encontraban a la cabeza, pero en algunas las zonas agrícolas de Xanardul mantenían la creencia en la dualidad.
Para gente como ellos tanto hombres como mujeres eran iguales, y si bien era cierto que los hombres se dedicaban a actividades de mayor exigencia física, no despreciaban la labor de las mujeres. Al contrario, para ellos los alimentos eran tan sagrados e importantes que solo las mujeres tenían el honor de manipularlos y cocinar. Mientras que en otras partes del mundo se hablaba con desprecio de la cocina como cosa de mujeres, en el campo se trataba todo con bastante ceremonia.
Como era obvio, la gente de Berbard rendía culto principalmente a Madre de la tierra, y de seguro Carine también la tenía entre sus deidades favoritas. Se dio cuenta durante el corto tiempo que estuvo en su castillo, todo estaba diseñado en armonía con la naturaleza, con materiales locales, roca esculpida a la perfección, y diversas estatuas de la madre que daba vida a todo lo que les rodeaba. Se le vino todo eso a la mente mientras miraba a Carine, y pensó sin querer que nunca la había visto tan bella como en ese momento.
Vestía de terciopelo verde, el color de la bandera de Berbard. El collar que llevaba tenía el símbolo que representaba a Madre de le tierra. La espiral al centro, y alrededor, uno al lado del otro, figuras que representaban el equilibrio y la dualidad. Llevaba el cabello suelto, y en su cinto la espada con la que lucharon sus ancestros, el símbolo del poder en Berbard.
Linet se preguntó cómo tomaban en esa zona campestre su liderazgo. Si la respetaban, o si veían en ella a la deidad femenina que adoraban. Sabía que así fue en los viejos tiempos. Cuando subía al poder un hombre representaba la fuerza y la riqueza, las prosperidad. Pero cuando una mujer ostentaba ese cargo siempre se les consideró divinas. La representación de Madre de le tierra, la proveedora de alimentos, de salud y fertilidad. Linet hasta podía creerlo. En ese momento Carine Berbard era la deidad femenina.
—Déjennos a solas —ordenó. Nadie dudó un solo segundo, hicieron una inclinación y desaparecieron de inmediato. Cuando la última persona en salir cerró la puerta, la duquesa esperó unos segundos para hablar—. Tardaste más de lo previsto.
—Sucedieron cosas —contestó. No podía contarle todo lo que había vivido en esos días desde que abandonó el castillo. Sería demasiado, y tampoco era asunto de Carine. Antes, cuando desconfiaba de ella, pensó con desagrado que esa mujer no servía para su revolución. De pronto se sentía estúpida y con muchos deseos de pedirle perdón. Carine era parte de su danan, aunque no de forma directa. Las dos estaban juntas en eso por un motivo sagrado, siempre estuvieron del mismo equipo. Jamás debió dudar de su integridad.
—Bueno, ya no importa, estás aquí. Iba a salir a visitar a mi pueblo, pero lo suspenderé por ahora. Desde que supe que entraste al territorio mandé a avisar a la reina, aunque quizá ella ya lo sabía. Te está esperando.
—Claro —murmuró. Linet también lo sabía, algo se lo dijo. La conexión que tenían parecía hacerse cada vez más intensa—. Espero no haber causado muchos problemas.
—Oh... bueno, los problemas vinieron por otro lado —contestó Carine con calma—. Te informaré, porque debes saberlo. El rey Emmanuel le ha declarado la guerra a tu querido hermano.
—No puedes estar hablando en serio...— murmuró sorprendida mientras trataba de asimilar con rapidez esa información. Demasiado pronto. Algo había visto en ese viaje astral, pero tal como de advirtió Ann, el tiempo no era claro y los hechos se confundían. Pero vio una guerra, de eso estaba segura. Y la guerra ya estaba empezando.
—No debes sorprenderte mucho, al tío Emmanuel le encantan los conflictos. Y estoy segura que en este se saldrá con la suya. Supongo que puedes pedirle de regalo la cabeza de tu hermano. Solo decide si la quieres con pimienta o sal —bromeó Carine. Y la sola idea de tener la cabeza de Thaedon frente a ella casi la hace vomitar.
—No hay necesidad de hablar de algo tan desagradable.
—Cierto, mejor que vaya a la hoguera. Tú debes saber de métodos entretenidos de tortura en Aucari. Ya luego nos cuentas —le guiñó el ojo. Si estaba preocupada por la guerra no lo aparentaba para nada—. Vamos, sígueme. Ya te dije, la reina te espera. Y descuida, es seguro. La mayoría de las damas que vinieron al retiro decidieron volver a la capital apenas supimos lo de la guerra. Hay menos chismosas cerca.
—Ajá...—respondió. Estaba a nada de ver a su dhan. Empezó a ponerse algo nerviosa, el corazón se le aceleró. No sabía si estaba emocionada o tenía miedo.
Salieron por una puerta lateral que daba a un pasillo largo y poco iluminado. Al llegar al final de este había una escalera que las condujo a la segunda planta. No se habían cruzado con nadie, y ninguna de las dos dijo nada. Y pensó que seguirían el resto del camino sin dirigirse la palabra, hasta que Carine rompió el silencio.
—¿Cómo está ella? —preguntó la duquesa.
—¿Disculpa?
—La sirena Ariel —se quedó paralizada apenas escuchó eso. Detuvo el paso, y Carine se giró a verla.
—¿Cómo...?
—Ella dejó aquí un cuaderno que le regalé. Explicaba muchas cosas.— Linet asintió. Cierto, Ariel les comunicó eso apenas escaparon. Solo que no supo que aquel cuadernillo en realidad dejó bastante claro todo. Si Carine lo sabía, de seguro la reina Mirella también. A esas alturas todo Theodoria lo sabría pronto. Era una suerte que Ariel esté ya camino al mar.
—Ella está bien —contestó, no creía que sea buena idea entrar en detalles—. Volverá a donde pertenece.
—Entiendo —murmuró Carine. Y le notó un aire de tristeza. Bajó la mirada, quizá esperó una buena noticia que no le podía dar—. ¿Y volverás a verla?
—No estoy segura —le contestó tratando de disimular su pena. Le había prometido a Ariel que se verían como siempre a orillas del mar, pero en verdad no podía asegurar que todo saldría bien. Aún no se libraba de la maldición que iba a matarla, y ella tenía deberes sagrados que cumplir. Le dolía pensar que esa despedida pudo ser el adiós para siempre.
—Claro, es complicado —agregó Carine y ella asintió.
—Duquesa, solo por curiosidad, ¿me dejaría ver aquel cuaderno?— De inmediato Carine negó con la cabeza, y parecía muy segura de eso.
—Ese cuaderno con su letra es lo único que me queda de ella, es mi único tesoro.— Las dos se miraron de frente. Ya antes Carine le había dejado claro que sentía algo por Ariel, pero eso fue cuando ella fingió ser Lissaendra. No la conocía en absoluto, no sabía nada de ella. Y aún así ese afecto se había mantenido intacto.
—Debes saber que jamás fue intención de Ariel lastimar a nadie, menos jugar con tus sentimientos. Es una historia muy larga y complicada que quizá deberías saber.
—Supongo que si —murmuró Carine—. Eso no importa mucho ahora. Tú lo has dicho, ella volverá al mar a donde pertenece, eso está bien. Y a mí no me importa lo que fue o si me engañó sin querer. Yo igual la seguiré amando.— No sabía si le dijo eso para provocarla, pero funcionó. Los celos volvieron, pero era más que eso. Carine la quiso en serio, la amaba tanto como ella lo hacía. Claro que a la duquesa no le importaba la mentira de Ariel, la quería igual. Sería capaz de pasar por alto todo el engaño con tal de tenerla a su lado.
—Ella no...
—Sé que te ama a ti —le cortó Carine—. Y deben compartir una larga historia, porque tú pareces saber todo de ella. Está bien, lo entiendo, no puedo competir contra eso. Pero ella también me quiso a su manera, quizá aún lo hace. Lo sentí el día en que se despidió de mí. Nunca olvidaré el sabor de sus labios.— Linet la miró con el ceño fruncido. Ariel no le había comentado nada, tampoco hubo forma que se lo dijera dada su condición.
—No tenías que decirme algo como eso —le reclamó celosa.
—Y tú no tienes que ponerte así. Quizá nos tuvo a las dos en el corazón, pero te escogió a ti. Has ganado —le dijo Carine. Había tristeza en su mirada, eso le dolía mucho. Ya no valía la pena discutir con ella, lo que sea que hubiera pasado con Ariel, ya era pasado. Ella no volvería a la tierra, y en todo caso ninguno de las dos salió victoriosa de esa especie de competencia por su amor. Las dos la habían perdido.
—Olvídalo, ya no vale la pena discutir —le dijo resignada y Carine solo asintió.
—Es verdad. Ahora pasa, ha llegado tu hora.
Sola una puerta la separaba de la reina Mirella. Carine dio solo dos toques a modo de señal para la reina, y luego abrió la puerta. No pasó con ella, solo le hizo una señal para que entrara. Caminó rápido, a pesar de sentir ese temblor en sus piernas. Apenas escuchó la puerta cerrarse tras ella, todo pareció desaparecer otra vez, como cuando estuvieron ante la luz de la creación. Una vez más estaban frente a frente sintiendo que eran una sola. Que de muchas mujeres, solo ellas fueron escogidas para ejecutar un plan sagrado. Que eran más que eso en realidad. Se sentía como si fueran un solo corazón.
—Linet —dijo la reina con voz dulce—. Pasa, ven a mi lado. Toma asiento.
—Si, majestad —contestó haciendo una inclinación, pero de inmediato la reina negó con la cabeza.
—No tienes que hacer eso, tú no. No eres mi súbdita, eres mi dhan. Tú y yo somos iguales. Solo dime Mirella —le sonreía. A Linet le fue imposible no corresponder el gesto, se sentía emocionada. Aún le temblaban las piernas, pero igual caminó firme hacia ella. Se sentó justo al frente, entre ambas solo había una pequeña mesa redonda donde había dos tazas de té—. ¿Deseas un poco? Aún está caliente.
—No, no. Gracias, no tengo sed ahora. Yo solo, es que... ah... no sé cómo empezar —le dijo nerviosa. Creyó que bastaría prepararse mentalmente para ese momento, pero se equivocó. No le salían las palabras, ni siquiera sentía que podía ser la misma Linet de siempre, la que exponía sus ideas sin miedo. Toda esa situación le causaba cierto temor que no podía controlar.
—Es difícil, lo entiendo —contestó la reina con toda tranquilidad—. Puedes empezar por contarme si conseguiste lo que fuiste a buscar en el bosque.
—Si...—murmuró—. Nada fue fácil como lo esperaba, pero lo logré.
—Que seamos escogidas del Dán no significa que siempre será sencillo o que nos favorecerá descaradamente, eso lo aprendí con los años —le explicó la reina—. Él solo predispone las cosas y nos pone el camino cerca para que lo tomemos. Pero no nos dice como hacerlo, no nos quita los obstáculos para recorrerlo. Y no siempre las cosas tienen que salir bien. No siempre él gana.
—Lo he entendido ya. Me quedó claro cuando mandó a mis compañeras a prisión, cuando me encerró en ese templo.
—Y a mí me quedó claro cuando dejó que quemaran a Beatriz. Luego entendí que no fue culpa del Dán lo que pasó aquel día, fue consecuencia de nuestros actos. Yo no debí dejarla ir, ella no debió arriesgarse tanto. En ese entonces no lo entendimos así, pensamos estúpidamente que Dán iba a ayudarnos siempre, que solo era cuestión de seguir las señales. Éramos tan jóvenes...— La reina suspiró. Los ojos se le cristalizaron al hablar de Beatriz, y Linet sintió pena por ella. Gracias a ese viaje astral se había enterado de muchas cosas, y casi podía entender lo que la reina sentía en ese momento. Perder a Beatriz tuvo que ser terrible para ella. Catastrófico en realidad.
—Si no fuera por Beatriz yo no sería lo que soy, Mirella —le dijo con confianza, solo entonces ella levantó la mirada y la escuchó con atención—. Yo estuve presente el día de su ejecución, y ella me miró a los ojos. La vi morir, y la escuché gritar hasta el último instante. Y desde ese día no dejé de pensar en que quería ser fuerte como ella, que quería luchar por la libertad de las demás y guiarlas a la victoria. Una vida de resistencia fue algo que ella dijo antes de morir, y yo lo hice el lema de la rebelión.
—Bueno, quizá ella sabía que eso iba a pasar, quizá hizo un viaje. Quizá ella lo supo poco antes de morir. Era una bruja muy intuitiva.— Linet asintió, tenía otra cosa que contarle.
—Ella lo sabía —afirmó—. No fue su culpa, Mirella. Sé que piensa que no fue lo suficiente firme con ella y por eso murió, pero no es verdad. Beatriz sabía que yo estaría ahí, sabía que ese sería su final.— La reina la miraba sorprendida. No solo eso, parecía contener las lágrimas.
—¿Cómo lo sabes?
—Quién me indujo al viaje astral fue Ann del aquelarre Mourne.
—Oh...—murmuró Mirella. Quizá eso fue suficiente para que entendiera lo demás, pero aun así quiso aclararlo.
—Y ahí la vi. A Beatriz. Ella fue mi guía durante el viaje.
—¿Cómo es eso posible? —preguntó la reina llevándose una mano al pecho. Quería llorar—. No... Beatriz no fue consagrada, nunca tuvo un entierro digno, sus cenizas no se conservaron. No pudo ir al plano espiritual, tendría que estar en un limbo, ella... Oh, por Luz eterna... ¿Es que ella está bien? ¿Logró su alma escapar del limbo?
—Su alma está a salvo —contestó Linet. En ese momento la reina le dio mucha pena, porque ya lo entendía todo. Fueron años en los que Mirella no tuvo respuestas. Años pensando que su dhan murió por su culpa, pensando que su alma sufría en un limbo de dolor. Pero la verdad al fin había llegado a reconfortarla—. Estuvo a mi lado, me enseñó las respuestas. Ella siempre ha estado aquí, Mirella. Su espíritu observa todo, y la acompaña. Me dijo eso, quería que lo sepa. Nunca la ha abandonado, aunque no pueda sentirla. Y también quería que le dijera que la amará en la eternidad.— La reina ya no pudo contenerse. Le temblaban los labios, hizo el esfuerzo por no llorar, pero las lágrimas se deslizaron con dolor por sus mejillas.
Mirella no se permitió mucho tiempo de debilidad, contuvo su llanto y respiró hondo varias veces. A Linet también se le escaparon las lágrimas, porque a ese punto había entendido que el dolor de la reina era el suyo también, lo compartían todo. Lo sabía, y le dolía.
Aún no podía ordenar todas sus ideas después de aquel viaje. Estuvo muy asustada, pero cuando la bruja apareció ante ella con una sonrisa no temió más. Estaba igual a como la recordaba de aquel día, tan bella, superior, increíble. La llevó de la mano por el camino que la planta de nishi le ayudó a ver. Ann se encargó de alejar a los oscuros que pudieron hacerle daño, Beatriz la ayudó a comprender. Y si, le contó de ellas. De que el Dán las unió muy jóvenes, y que a pesar de que un tiempo trabajaron juntas, pronto sus caminos se separaron. Una tenía que ser reina, la otra tenía que reunir a un aquelarre.
Pero Beatriz además sabía que el camino que escogió solo la llevaría a la muerte. Y que del oprimido país de Aucari nacería una mujer que levantaría el puño y una bandera roja para luchar por la libertad. La vio en uno de los escenarios futuros que le mostró un viaje astral. Supo que tenía que decidir. Salvarse, o morir. Pero morir para inspirar a una niña para que algún día tendría el valor de luchar por las mujeres de su pueblo. Por eso lo hizo, y no se arrepentía de nada. Desde luego que su muerte prematura no fue parte de los planes del Dán, y ya era muy tarde para lamentarse. Lo único que torturaba al alma de Beatriz era saber que su dhan sufría su ausencia y que nunca la había superado. Linet esperó que con lo que le dijo las cosas cambiaran. Que al fin Mirella sea capaz de dejar ese dolor atrás.
—Gracias por contarme, Linet —le dijo la reina conmovida—. Ese siempre ha sido un tema muy difícil para mí, sé que lo entiendes.
—Perfectamente —contestó ella—. Solo espero que ahora se sienta mejor.
—Lo intentaré. Ha pasado mucho desde que estoy sola en esto. Carine es mi danae y la aprecio mucho, no quiero perderla por nada del mundo. Pero esto que tenemos tú y yo, lo que tuve con Beatriz, eso es para siempre.— Linet asintió. Era increíble como se sentía tan a gusto con ella. Como siempre la admiró a la distancia, como soñó algún día ser como la gran reina Mirella. Y la tenía al frente, sin máscaras, sin formalidades. Solo ella. Como una hermana, una amiga, una madre, una eterna compañera—. Me gustaría seguir hablando de eso, hay mucho que tengo que contarte. Pero me temo que ahora mismo tenemos temas más urgentes. Supongo que Carine ya te informó sobre la guerra.
—Si. Y ahora solo quiero saber si ya había contemplado que eso iba a pasar, si es parte de los planes que tiene.
—Sabía que el rey llevaba tiempo intentando encontrar una razón para lanzarse contra Aucari, y tu hermano le ha dado muchos motivos. Ha puesto como excusa que ofendió al país, y bueno, ha hablado sobre la tiranía de su gobierno. Habla de llevar libertad, pero sabemos que no es lo que quiere realmente.
—Eso no va a terminar bien —afirmó Linet con toda seguridad—. Thaedon está aferrado al poder, no lo soltará con nada. Pondrá a todo el pueblo a luchar por Aucari, morirán miles, pero él no caerá. Aún hay muchos nobles fieles a la corona, y sé como ellos ven a Theodoria. No son el país vecino avanzado y próspero, son pecadores que atentan contra el orden natural, son todo lo que está mal en el mundo. Los odian, y definitivamente no dejarán fácil la conquista.
—Cielo, eso no tienes que explicármelo a mí. El que debería escuchar todo eso es Emmanuel, pero sé bien que sería en vano. Él ya ha tomado una decisión y se les ingeniará para atacar y ganar. Aunque deberías saber que no la tendrá tan difícil como piensas.
—¿Por qué cree algo como eso? ¿En verdad le parece que los aucaricos se dejarán conquistar tan fácil?
—Bueno, la nobleza está dividida. Hay cosas que no sabes porque has estado apartada mucho tiempo, pero Carine y yo aún tenemos espías ahí.
—Lo sé, ustedes se encargaron de financiarnos —le dijo, y la reina sonrió de lado. Siempre estuvieron ligadas. Tan cerca, como si apenas hubieran estado separadas por un vidrio delgado. Esa barrera no existía más, estaban de la mano. Y nada iba a detenerlas.
—Que tú estuvieras presa no quiere decir que la revolución muriera por completo, Linet. Quedaron muchas mujeres que no pertenecían a tu círculo cercano, aún están ahí. Ellos pudieron enviarte lejos, mataron a tus seguidoras, encerraron a otras, ensuciaron la memoria de todas las que lucharon por libertad. Pero la revolución está lejos de acabar, esas cosas no terminan tan fácil. El rey Thaedon estuvo muy equivocado si pensó que ensuciando las calles con la sangre de las revolucionarias iba a destruirlas. Nunca podrán matar las ideas. Y créeme, las llamas de tu revolución no se han distinguido.— La que quería llorar en ese momento era ella. ¿Qué había pasado en su ausencia? ¿Siguieron luchando? ¿Llevaron la bandera roja en alto? ¿Era todo tal como siempre lo soñó?
—Vi cosas en mi viaje astral —le contó a la reina—. Pero no lograba entenderlo. Banderas rojas, gritos de libertad. Y no sabía qué era eso, si era un futuro que no lograría ver jamás, si era otro lugar, otro país quizá. Pero ahora que me dice esto...
—Es Aucari —contestó Mirella con seguridad—. Las mujeres empezaron todo, fueron las nuestras quienes tuvieron la valentía para luchar y reclamar los derechos que siempre les fueron negados. Pero también los jóvenes que no tenían nada que perder. Que están cansados de ser tratados como esclavos, como obreros sin oportunidad de nada. También familias del campo que creen que el orden natural es la dualidad como en los viejos tiempos. Son los hombres cansados de trabajar por unos miserables centavos que no alimentan a su familia. Los que exigen dignidad. Hasta los soldados cansados de morir y matar a su pueblo.
—¿Acaso las fuerzas armadas se revelaron? —preguntó boquiabierta. Eso no se lo esperó para nada, porque los militares de alto rango siempre fueron los más privilegiados dentro del sistema de gobierno de Aucari, los que siempre atacaron sin piedad y mataron a las suyas, los que tenían impunidad. Los que reprimían al pueblo, los que todos odiaban porque olvidaron que estaban matando a los suyos por defender intereses de los grandes. De aquellos que solo los usaban para no ensuciarse las manos.
—Si, algunos regimientos. No han sido pocos, por cierto. Lograron tomar la ciudad de Iria incluso. Mataron a sus generales y tomaron el control de las armas, estaban cansados de maltratos y de que los mataran de hambre —contestó sorprendiéndola aún más—. Y bueno, no todos los nobles apoyan a tu hermano ahora. Las mujeres nobles también han influido. Aucari está bastante dividida, a tu hermano le cuesta mantener el poder de antes. Sigue perdiendo aliados, y hay poblaciones enteras que se han revelado.
—Vaya...— se sentía extraña. Entendía la incertidumbre que vivía su pueblo en ese momento. Sabía que muchos morían y desaparecían a diario, que los torturaban tal como hicieron con sus seguidoras. Sabía que esa tensión y temor de no saber lo que podía pasar era una tortura, algo que podía quebrar a cualquiera.
Pero también sabía lo que era no estar sola, luchar acompañada con gente que piensa y siente como tú. Saber que todos los que te rodeaban sentían esa determinación de seguir adelante pase lo que pase y no ceder ni un poco. Su pueblo había despertado al fin después de años de caminar con la cabeza gacha, humillados y sin reclamar. Hizo falta que las mujeres salieran a gritar y morir para que todos abrieran los ojos. Ellas lo lograron. No solo estaba camino a conseguir un Aucari más justo para las mujeres, también consiguió que los aucaricos decidieran dejar atrás sus cadenas y desafiar el orden que los sometía.
No debería sentirse así quizá, pero no podía evitarlo. Estaba orgullosa de eso. De saber lo que lograron, que en esos años que creyeron haberla hundido para siempre en el templo de la Diosa, todo cambio en Aucari. Ya nada los iba a detener, y en ese momento ella quería estar ahí. Al lado de su pueblo, reclamando sus derechos, peleando con ellos. Ese era su lugar.
—Supongo que a estas alturas los opositores el régimen de tu hermano verán en Theodoria un aliado —continuó la reina.
—Pero sabemos que no será así. Ustedes no son aliados. Al rey no le importa Aucari, no le interesa los deseos del pueblo. Solo quiere apropiarse de nuestros recursos —le dijo ella, y su voz sonó más molesta de lo que esperó. La reina la miró tranquila sin inmutarse, y al final solo asintió.
—Si, efectivamente. Emmanuel solo usará el discurso de la libertad para obtener lo que desea de tu país. Lo triste de todo esto, Linet, es que es así como debe ser.— Esa última frase la mató. La reina se veía resignada, ella la miraba incrédula. Eso tenía que ser una broma.
—No —dijo muy firme—. No podemos permitir que eso suceda, tenemos que evitar esa guerra.
—La guerra ya fue declarada —continuó Mirella—. Y Theodoria no dará su brazo a torcer. Ahora lo único que nos queda es agilizar las cosas. Sabes a lo que me refiero.— Linet tragó saliva. Llegó el momento incómodo. Tenían que hablar de lo que no quería. Sintió hasta que se estaba poniendo pálida.
—Si...— murmuró al tiempo que bajaba la mirada.
—Sé que no te hace nada de gracia, pero también sé que no será tan malo como piensas. Él no te va a hacer daño.
—Lo sé, es un buen hombre.
—Él sabe de esto, nos apoya. Luchará a tu lado, Linet. O detrás de ti si lo deseas, pero te dará el lugar que mereces.
—Yo sé... yo sé...— Pero no quería aceptarlo.
Todo de pronto había cobrado sentido y se negaba a seguir ese camino que le habían preparado. Una princesa de Aucari. Un príncipe de Theodoria. Fue su destino encontrarse en la playa del templo. Quizá la idea fue que se enamoraran ahí, que entre ellos naciera un profundo afecto que los uniría para siempre, que los ayudaría a luchar juntos de la mano. Pero eso no había pasado, al menos no de su lado. Porque una sirena que no debió estar ahí llegó a su vida. Y quizá todo hubiera acabado cuando Ariel fue forzada a volver por la guardia de Aquaea, pero una Bruja del mar se encargó de ponerla otra vez en su camino para arruinar los planes de su enemigo espiritual. Y vaya que lo había conseguido. Porque en ese momento, en lugar de aceptar con una sonrisa su destino, quería correr y echarse a llorar lejos de todo.
Ariel nunca se lo iba a perdonar. Ni ella misma podría perdonarse por lo que iba a hacer, porque tenía que ser así. Se iba a casar con Francis y con él se quedaría el resto de sus días. Él era su destino, él sería el padre de sus hijos. ¿Qué pensaría Ariel cuando la vea con él? ¿Lo aceptaría? Claro que no, le iba a romper el corazón otra vez. Si antes cuando pensó que tenían algo íntimo la pobre se quebró, ¿qué pasaría cuando sepa que de verdad estaba con él? ¿Que esperaba a sus hijos? La iba a destrozar. Y definitivamente no podía mantener una relación con una sirena, era imposible. Se había acabado y apenas se enteraba.
—Querida, sé que esto va a sonar extraño considerando que soy la madre de Francis. Pero te entiendo bastante bien. Cuando supe que mi destino era casarme con Emmanuel sentí todo mi mundo quebrarse, nunca me sentí tan mal. Le tuve miedo al inicio, tardé en comprenderlo y manejarlo, en ganarme su confianza y mantenerme con vida a su lado.
—Pero lo logró, lo ha hecho bien. Todos saben que es fuerte, que es una buena gobernante...
—Regente —le corrigió Mirella—. Nunca me han considerado una gobernante real, solo he sido una regente. Que no es poco en realidad, porque nunca han creído que una mujer sea capaz de gobernar un país, ni siquiera en ausencia del esposo. Y lo hice bien, fue mejor de lo que esperaron en realidad. Tuve que hacerme respetar y demostrar que podía. Eso te tocará a ti también, es tu turno.
—Seré regente de Aucari entonces —dijo desanimada. Monarquía otra vez. Era princesa de Aucari, pero su deseo siempre fue abolir ese sistema de gobierno. Quizá soñó demasiado, el mundo no estaba preparado para algo como eso.
—Si, es lo que tu país necesita. Sabes mejor que yo que Aucari es un país profundamente religioso, y la división se notará pronto. Los que apoyan el régimen actual, y los que creen que Luz eterna nos creo a todos por igual. Has sido una líder revolucionaria, pero también una líder religiosa.
—Es cierto —lo admitía. Si muchas mujeres decidieron seguirla no fue solo por sus deseos de libertad, sino por sus ideas de igualdad sustentadas en las viejas escrituras. Algo que iba en contra de la religión que practicaban en el reino, pero en la que muchos creían. En especial los de la zona rural, la gente del campo no mantenía en secreto las viejas costumbres.
Sabía también que muchos se opondrían a esa postura, en todas partes del mundo predominaba la idea de que los hombres eran guardianes del saber, la idea de igualdad no les haría nada de gracia. Por eso ella tenía que seguir firme y mantener esa línea. Ya fue una líder revolucionaria, fue la que encendió la llama que estaba incendiando su país. Le tocaba tomar el poder y ser una líder religiosa. Su misión no era solo hablar y alentar la igualdad. Era demostrar con hechos que estaba en lo cierto. Como regente un tiempo, demostrando que en ausencia de Francis ella podría mantener el orden.
La juzgarían. Intentarían matarla muchas veces. La insultarían de la peor manera. Estarían tras ella esperando que falle. Los líderes de otras naciones la odiarían, dirían que era una mujer que no conocía su lugar y pretendía usurpar las funciones de su marido. Encontraría oposición a cada paso que dé, nada de lo que haría estaría bien para ellos. Y aún así tenía que hacerlo. Resistir y seguir adelante. ¿Acaso no supo desde siempre que tenía una misión difícil? Ella empezó eso, ella abrió el camino. Pasarían largos años para que sus sueños de libertad para todas y todos se hiciera realidad. Pero iba a pasar, porque sabía que estaba en lo correcto. Era el futuro que el mundo merecía, y no podía rendirse.
—No te veo muy animada, considerando que te he dado una buena noticia sobre tu revolución —le dijo la reina. Linet se encogió de hombros, ¿qué podía decirle? La reina le dio confianza, pero no creía que estuviera bien repetirle lo mucho que odiaba la idea de tener que casarse con su hijo.
—Me es difícil aceptar todo lo que está por pasar, y no sé si pueda con todo —contestó. En eso decía la verdad.
—Lo sé, lo entiendo. Pero yo estaré a tu lado, Linet. Te ayudaré. Si te soy sincera, yo tengo miedo todo el tiempo. Lo que no podemos dejar es que lo noten, no pueden vernos dudar. Ellos dicen que las mujeres somos sensibles, que nos dejamos llevar por nuestras pasiones y que no somos aptas para gobernar. Que no somos lo suficiente listas, que no entendemos los asuntos complicados del gobierno.— Linet asintió, eso lo entendía. Y seguía sin saber cómo iba a manejar el gobierno de Aucari. Tenía miedo de no hacerlo bien, de defraudar a todos los que confiaron en ella—. Tienes que demostrarles que se equivocan, y sé que lo harás.
—Lo intentaré con todas mis fuerzas, eso lo aseguro. Aunque yo... bueno... la idea de ser reina regente no me hace gracia.
—¿Acaso creíste que serías coronada reina absoluta? —preguntó la reina incrédula.
—No, yo quería entregar el gobierno al pueblo. Ese era mi sueño, desaparecer la monarquía. Una revolución real, ¿sabe? Porque hay muchas cosas que no entiendo porque no las he vivido. A pesar de todo lo malo que me tocó vivir, sigo siendo una mujer privilegiada que se crio en la nobleza. Yo no puedo entender del todo el temor de una mujer común, sus necesidades. Por eso quería hacerlo, un sistema en el que el pueblo tome las mejores decisiones. Ese era mi objetivo —sonó más firme. Tenía muchos argumentos para sustentar su postura. Lo había analizado bien, era posible. Pero la mirada de la reina le gritó que era mejor que se calle.
—Alguna vez fui como tú, Linet. Pensé que podía cambiar el mundo, que si el Dán me escogió podría hacer lo que quisiera. Pensar eso es un error. Las cosas no se resuelven así, no podemos imponer un cambio radical de la nada.
—Yo no tengo miedo de darle al pueblo el cambio que se merece —le dijo intentando ser firme.
—Qué pena, porque yo sí lo tengo. Y está bien que sea así, ha sido este temor lo que me ha mantenido con vida hasta ahora. Al Dán y al mundo no le sirve una escogida muerta. Piensa en eso —le dijo en tono condescendiente. Eso solo acabó irritándola.
—No voy a rendirme tan fácil —contestó con molestia.
—Lo sé, te pareces a Beatriz más de lo que crees. Ella decía eso todo el tiempo. Y ya sabes cómo acabó.— Linet suspiró. Ella quería ir a Aucari a luchar al lado del pueblo. La reina quería aprovechar el plan de su esposo para ponerla en el trono como regente. Ella deseaba abolir el sistema, la reina quería que se acomoden a este. ¿Podrían trabajar juntas si pensaban tan distinto? Las dos querían lo mismo, eso lo tenía claro. Pero Mirella tenía toda la experiencia que a ella le faltaba. Quizá debería calmarse un poco y escucharla.
—Está bien, entendí —le dijo resignada.
—Ahora debemos volver a la capital. No puedo dejar a Emmanuel haciendo de las suyas por más tiempo, y claro, arreglar el tema de tu boda —asintió. Tendría todo el camino de regreso para asimilarlo.
—¿Qué hay de Carine?
—Ella ya está disponiendo todo. Hoy debes despedirte de tu compañera Idit y las demás. Podrán cruzar por la frontera este de Aucari a través de los campos. Es necesario que ellas vuelvan para que preparen tu retorno. No te preocupes, habrá aliadas esperándolas.— Eso la animó. Linet sonrió de lado, todo retomaba el curso.
—Entiendo, pero... ¿Es seguro para Carine? Creí que ya se había arriesgado mucho.
—No lo es —contestó la reina con calma—. Emmanuel quiere matarla.
—¿Qué cosa? —preguntó sorprendida. Y lo dijo tan tranquila, como si no fuera nada. Carine además parecía muy confiada, pensando quizá que lo tenía todo bajo control. Sintió miedo. Ya una vez Carine le dijo que sería capaz de morir por su revolución. En ese momento eso parecía muy probable.
—Por eso ella debe quedarse aquí, en Berbard. El rey no atacará la zona mientras esté en guerra con Aucari. Estará a salvo en su ducado, ya nos encargaremos de librarla de la muerte.
—Claro que si.— Quizá no se llevaban bien del todo, pero no le deseaba el mal a Carine. Haría lo que sea para evitar que le hagan daño—. Entonces, ¿de verdad partimos mañana?— La reina asintió.
—Si, ya no tenemos mucho tiempo —volvió a asentir. Linet se quedó callada, ya no sabía qué más decirle.
Su cabeza era un lío. Sus temores la acosaban. Los nervios le jugaban una mala pasada. Y el dolor crecía a cada minuto. Volvería a la capital para casarse con Francis. Tenía que cumplir su destino.
Un destino en el que no estaría Ariel. Ella nunca formó parte de los planes, ella fue un inconveniente que pusieron en su camino para apartarla de su misión. Tenía que dejarla atrás.
Y no podía. Jamás podría arrancarla de su corazón. Se juró a sí misma que cumpliría con su deber pase lo que pasé. Pero no iba a dejar ir a su amada, tenía que encontrar una manera. Siempre había una manera.
Y si por algo, ese lugar especial
Con el que has estado soñando
Te lleva a un lugar solitario
Encuentra tu fuerza en el amor (*)
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(*) Greatest love of all - Whitney Houston
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Hello, hello, hello!!
Lamento la tardanza, no tengo excusa. Llegó Diciembre, el mes favorito de Katie, y el menos favorito de sus lectores xdddd Realmente me doy al abandono porque tengo DEMASIADOS eventos de fin de año, cócteles, after office, cumpleaños, las fiestas navideñas, y otras reuniones.
Es probable que tarde poco más de una semana en el siguiente capítulo, y luego ya me despido hasta inicios de enero </3
ANTES DE QUE SE VAYAN
Quiero contarles que cada vez que termino una historia elaboro un ranking con lo mejor, todo elegido por las lectoras. Así que pueden ir dejando durante estos días los que creen han sido los momentos más emocionantes, shuuk, tristes, etc. Si pasa algo nuevo que les deje impactadas se agrega a la lista final XD
Dejen con toda confianza su lista AQUÍ
¡Hasta la semana que viene!
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