44.- Decir adiós

Y a pesar de que me mate

El que te tengas que ir

Se que será más triste

Si nunca tomas el camino

¡Así que adiós!

Alguien va a extrañarte

¡Adiós!

Alguien va a desear que estuvieras aquí

Ese alguien soy yo (*)

A las brujas les gustaba mucho el té. Y la verdad ella no se quejaba, porque ni en el palacio real había probado una bebida tan rica. No sabía cuánto más iba a tardar Linet, pero ya estaba por amanecer y ella apenas se estaba despertando. Ni siquiera se dio cuenta en qué momento se quedó dormida, pero cuando abrió los ojos tenía la cabeza recostada en las piernas de Abdel, y todas las brujas de Mourne estaban despiertas. Fueron ellas quienes les ofrecieron un té mientras esperaban, pues Linet y Ann seguían dentro del árbol en ese viaje astral.

Ariel bebía en silencio mientras miraba a todas las brujas con curiosidad. Se habían sentado formando un círculo y todas bebían su té con calma mientras conversaban y reían, incluso les pasaron pan recién hecho que habían sacado de un horno de barro. Ella no sabía bien qué pasó con la bruja que recibió toda la energía oscura de Santhony, solo que se la habían llevado a un lado y dos compañeras se encargaban de ella, y como las demás no se veían preocupadas dedujo que todo estaría bajo control.

Poco a poco el círculo de brujas que bebían ese rico té se fue separando, cada quién volvía a sus deberes. Ariel las miraba atenta, intentando descifrar qué hacían en verdad las brujas. Porque ninguna parecía dedicarse a cosas raras como pociones o libros, ellas no eran como Santhony que parecía siempre tener todo a la mano. Y aunque las brujas eran raras, se le hacía aún más raro que Abdel no haya dicho ni una sola palabra desde que amaneció. Incluso ella pensó que estaba como asustado, intimidado, algo así. Quería preguntarle, pero ya no tenía donde escribir y no había compartido ese pensamiento con Liss.

Fue justo cuando andaba pensando en cómo preguntarle a Abdel qué le pasaba que el hombre se le acercó un poco. Esperó a que la bruja que estuvo tomando té a su lado se vaya con las demás, pero Ariel notó que aún los estaban mirando. O quizá solo a él.

—No confío del todo en las brujas —murmuró Abdel—. Ellas solo ayudan a las mujeres como Linet, pero odian a los hombres. O al menos eso es lo que dicen.— Ariel lo miró con incredulidad. Ninguna de las brujas se había puesto agresiva con Abdel, no entendía de donde sacaba eso—. Si, yo sé que parece que estoy exagerando —continuó. A esas alturas Abdel había aprendido a leer en sus gestos las cosas que callaba—. Ya ni sé en qué creer, se dicen muchas cosas de ellas. Pero algunas que he escuchado son de buena fuente. Por eso mejor no digo nada, esa Ann parece buena bruja, pero no sé las demás. Supongo que es lógico temer por mi vida a estas alturas, ¿no?— Ariel solo se encogió de hombros. La verdad ella le tenía más miedo a Santhony que a todo ese aquelarre, las brujas habían sido amables, en ningún momento sintió miedo por estar entre ellas.

—Te escuché —dijo alguien detrás de Abdel. Solo entonces lo notó, una bruja que pasaba con una cesta de yerbas. El hombre enderezó la espalda, le pareció que hasta se puso pálido. En cambio, Ariel sí se giró a verla, y notó que la bruja sonreía con burla.

—¿Qué dice? —preguntó otra que andaba cerca. Y de pronto varias de ellas se giraron a ver lo que pasaba, sonreían, se burlaban. Quizá Abdel sí tenía razón y las brujas odiaban a los hombres. O al menos no les caían bien.

—Típico, que piensa que lo vamos a matar. Ya sabes, las brujas malas del bosque —se burló la de la cesta de yerbas, y las demás rieron fuerte. Abdel se mantuvo inmóvil, parecía hasta nervioso.

—No seas ridículo, nadie acá va a hacerte daño —le dijo otra. Y quizá porque ya no quería parecer tímido, o porque simplemente no pudo contenerse, Abdel habló.

—¿Y cómo puedo estar seguro de eso? —preguntó serio. Y solo entonces las risas se detuvieron.

—Bueno, lo admitimos —dijo la bruja de la cesta—. Si, Abdel. Te vamos a matar. Listo, ya lo dije.

—Pero primero te vamos a cortar el pito —amenazó otra. Y ahí hasta Ariel se quedó con la boca abierta. En su cabeza, Liss empezó a gritar de susto—. Obviamente tienes que estar vivo mientras te lo rebanamos, eso es para más placer —agregó, y de pronto todas empezaron a reír.

—¿Y luego qué hacemos con el pene? ¿Servirá en guiso? ¿O lo maceramos con algo de alcohol? —preguntó otra de las brujas. Para ese punto Abdel parecía a punto de colapsar. Y ella de solo imaginarlo, a nada de vomitar.

—Lo podemos mezclar con yerbas —dijo otra—. ¿Les apetece té de pene?— Todas lanzaron fuertes carcajadas, se andaban riendo de lo lindo, cosa que a Ariel se le hizo aterradora. Oh, por la Diosa, Abdel tuvo razón. Las brujas odiaban a los hombres y le iban a cortar el pene para comérselo o algo así. No quiso hacerlo, ya hasta se había jurado a sí misma que no volvería a pasar, pero recordó cuando vio a Francis. Y de solo imaginar gente tocando y comiendo esa cosa le dieron arcadas. Se llevó las manos a la boca tratando de contener el vómito.

—Oigan, ya basta. Miren lo que provocan.— La que apareció fue la bruja Azá, aquella que parecía la mano derecha de Ann. Se agachó a su lado para asegurarse que estuviera bien, y quizá solo por verla así las brujas dejaron de burlarse de Abdel.

—Ohh... pobrecita —dijo la bruja de la cesta, la que le dijo a Abdel que lo iban a matar—. ¿Necesitas algo, cielo?— Su voz sonó hasta preocupada, no la entendía. ¿Acaso no era mala?

—No pasa nada, tranquila —le dijo Azá—. Están bromeando, no les hagas caso. Acá nadie come pene...

—A veces si —interrumpió una bruja que estaba más allá. Y aunque las demás intentaron contenerse, al final terminaron riendo. Azá le devolvió una mirada llena de molestia—. ¿Qué? Hay que reproducirnos de vez en cuando. Hombre, tú tranquilo. Acá nadie tiene hambre, no te vamos a comer.— Más risas. Y al fin Ariel entendió que no se referían a comer literal, sino el otro comer. El que le explicó Abdel, eso del pollo a la brasa. Bueno, la cosa sexual que le explicó.

—Ay, gracias. Qué consideradas —respondió al fin Abdel. Nunca lo había visto tan cohibido, él no solía ser así. No le temía a Santhony, si le dijo de todo hasta cuando parecía que iba a matarlo. No le temía a Erena que podía controlarlo con ese dije. Y menos le temía a la realeza, hizo lo que le dio la gana en el palacio sin que nadie se dé cuenta. Pero ahí, en medio del bosque, les tuvo miedo a las brujas. Ariel había escuchado muy poco sobre las cosas terribles que se decían de ellas, pero tenían que ser en verdad cosas muy feas para que un hombre que parecía no temerle a nada se comporte así.

—Sigan en lo suyo —ordenó Azá. Las risas fueron parando poco a poco, y las brujas siguieron con su rutina. Al fin todo volvía a la normalidad. Azá se sentó frente a ellos, al fin había amanecido. Ella la miraba fijo, esperaba que le dijera cuánto más tardaría Linet en salir. Ya le estaba dando miedo que demore tanto—. Qué pesadas se han puesto hoy —comentó la bruja—. Compréndelas, no siempre tienen oportunidad de esto.

—¿De burlarse de un hombre? —preguntó Abdel arqueando una ceja—. ¿En serio?

—Si, más o menos. Dijiste que las brujas odiamos a los hombres, pero eso no es cierto. Son ustedes quienes nos odian. Nos exiliaron al bosque, nos condenaron, nos queman en hogueras, nos torturan. Ni hablar de los hechiceros, ellos nos hacen cosas peores —explicaba Azá, y Ariel la miraba atenta mientras hablaban—. En este mundo las brujas solo tenemos dos formas de sobrevivir. Apartándonos de todo y ocultando nuestro poder, o juntarnos en aquelarres para protegernos. Y bueno, no siempre tenemos oportunidad de devolverles un poco de su propia medicina. Puede ser hasta divertido, y hoy te tocó ser la víctima —le dijo a Abdel sonriendo de lado. El hombre parecía ya más relajado.

—Bueno, bueno. Voy a hacer como que no pasó nada —contestó Abdel. Seguía tenso, pero al menos parecía esforzarse por ser el de siempre—. Por cierto, ¿cuánto más tardará ese viaje astral?

—No tengo idea, solo hay que ser pacientes —les dijo, y eso no la dejaba nada tranquila. Abdel se llevó la taza de té a la boca y dio un último sorbo. Al terminar de beber se quedó mirando el interior de la taza con curiosidad.

—Vaya, vaya...—murmuró—. ¿Es con esto que ustedes leen el destino y esas cosas?

—¿Quieres saber algo de tu futuro? Puedo leerte el té —ofreció Azá. Tanto ella como Abdel la miraron con sorpresa. ¿Eso era en serio?

—¿Puedes? —preguntó con curiosidad el hombre.

—Si, manejo magia de adivinación, no será ningún problema para mí —contestó relajada la bruja. Después de pensárselo unos segundos, Abdel le tendió la taza. Ariel apenas alcanzó a ver algo. Eran solo restos del té pegados a la taza, no entendía cómo alguien podía ver el futuro así. Cosas de brujas que jamás comprendería. Azá recibió la taza, la examinó con tranquilidad por un momento, y ambos la miraban a la expectativa—. Ajá...

—¿Qué ves? —preguntó Abdel con curiosidad.

—Veo dos caminos para ti —decía Azá sin dejar de mirar la taza—. Pronto tendrás que elegir.

—¿Qué cosa?

—Responsabilidad o servicio.

—¿Y acaso no hay libertad en mis opciones? —insistió él.

—Libertad, si. Pero no la que sueñas.

—No me animas nada —contestó él luego de soltar un suspiro—. ¿Hay algo sorprendente?

—Todo dependerá de tus elecciones.

—Al menos dime si Santhony me va matar pronto o no.— La bruja lo observó en silencio, parecía dudar.

—Todo lo que veo no sucede aquí, es fuera del continente de Ursova. Por tu propio bien será mejor que te vayas si quieres vivir —contestó muy seria.

—Eso era justo lo que quería escuchar. Quiero decir, no quiero que Santhony me persiga para matarme, pero ya me queda muy claro que en serio va a cumplir sus amenazas —contestó algo inquieto. Intentó disimular, pero Ariel se dio cuenta. Y Azá también.

—Pues a mí me quedó bastante claro cuando te amenazó con el dragón. Nunca había visto a un Dulrá tan enojado.

—Ahh... qué lindo —agregó nervioso—. Abdel arruinando su vida como siempre, como en todo. Soy especialista en eso, me temo.

—Al menos ya sabes que tienes que irte pronto del continente —le dijo Azá. Y de pronto se hizo el silencio. Aunque lo dudó, Ariel se decidió por preguntar también. Extendió su taza a la bruja y ella la miró con curiosidad—. ¿Quieres saber tu futuro, pequeña? —ella asintió. Solo quería que le diga una cosa... Bueno, dos cosas. Si lograría escapar de esa maldición, y si amaría a Linet el resto de su vida.

—Ehhh... mira, Ariel. En verdad no creo que esto sea buena idea —interrumpió Abdel—. Tu situación es un poco delicada, ya sabes.

—¿Estás segura? —preguntó la bruja. Y lo dudó un instante. ¿De verdad quería saber su destino? Quizá sí, porque Azá le dijo a Abdel que tenía que irse para salvar su vida. Si ella recibía una advertencia similar quizá también se libraría de la condena. Miró a Azá a los ojos y asintió con seguridad, la bruja solo tomó la taza y aceptó leerle el destino—. Veamos...—murmuró.

Azá no pasó mucho tiempo mirando el interior de su taza, fueron apenas unos segundos. Y en ese corto tiempo la notó fruncir el ceño. Cuando Azá levantó el rostro la miró directo a los ojos. Ariel sintió miedo. No porque de pronto Azá la mirara feo, sino por su expresión. Era la bruja quien temía. Ni siquiera parecía animada a hablar, como si se hubiera quedado sin palabras. Miedo, pena. Eso era. Quizá iba decirle algo, quizá iba a explicarle. Pero en ese momento todas las brujas alrededor se quedaron quietas, Azá se giró a ver. Al fin Ann y Linet habían salido del interior del árbol. La sesión espiritual había terminado.

Sin pensárselo más intentó ponerse de pie, Abdel la ayudó. Al primer paso el dolor volvió, al segundo se hizo más intenso. Pero se tragó ese dolor y corrió hacia ella. La necesitaba.

Linet se veía confundida, algo mareada quizá, como si acabara de despertar de un sueño muy largo. Pero apenas la vio la recibió en sus brazos, la apretó contra su pecho. Poco le importó la presencia de las brujas, simplemente la besó. Y Linet correspondió de inmediato. Pensó que sería un beso corto, algo rápido. Pero aquello la sorprendió un poco. Linet la apretaba contra su cuerpo, la besaba como si se le fuera la vida. Fue tan intenso que por un instante olvidó que estaban rodeadas de gente. Y hubieran seguido besándose, si no fuera porque alguien carraspeó la garganta. Fue Abdel. Cuando se separaron notó que todas las estaban mirando. Algunas con la boca abierta de la sorpresa, otras enternecidas.

—Awwww... qué lindas —dijo la bruja que hace un rato bromeaba con eso de cortarle el pene a Abdel—. Son adorables.

—Me encantan, qué linda pareja —agregó otra. Ariel y Linet se miraron, ella había enrojecido de pronto. Nunca tanta gente la vio besarse con Linet, y se sentía raro. Su amada sonrió y acarició su mejilla despacio, luego le dio un beso corto en la frente.

—Tranquila, estoy bien. Ya estoy de vuelta, pero no nos queda mucho tiempo. Ahora tenemos que huir —le dijo Linet y ella asintió. Lo sabía, desde ese momento empezaba la carrera hacia el mar.

—Bueno, yo creo que Santhony durará inconsciente unas horas más. Y con el dragón fuera de su alcance, irá mucho más lento —explicó Ann. La bruja tenía rostro cansado, era bastante obvio. Dijo que ella iba a cuidar de Linet durante el viaje astral, claro que no había dormido en horas—. Creo que pueden tomarse un par de horas más.

—Mi choza está libre, es esa —dijo una bruja que estaba cerca de ellas, incluso señaló el lugar. Se escucharon algunas risitas cómplices, y Ariel empezó a enrojecer aún más. Ellas sabían, o al menos sospechaban, lo que quizá podía pasar entre ellas si se quedaban a solas. Moría de vergüenza, todo el aquelarre Mourne daba por hecho que iban a ir a hacer cosas de lesbianas.

"¿Cómo es posible? Esas brujas lo saben todo...", le comentó a Lissaendra. Y como la princesa llevaba buen rato callada pensó que no iba a responder. Ah, pero cuando se trataba de su relación con Linet era la primera en meterse.

"Ustedes son muy evidentes", le reprochó Liss. "Hasta yo me había dado cuenta. Así que si vas a a eso mejor déjale el collar a Abdel. Yo no quiero ver."

"Tampoco quería que vieras cuando nos tocamos nuestras cosas", le contestó con molestia.

"¡Que no lo digas! ¡No quiero detalles!", gritó escandalizada. Ella seguía siendo pudorosa en ese aspecto, no podía aceptarlo del todo. Había pasado de condenar su amor con Linet a aceptarlo, pero sin deseos de alentarla para nada.

"Bueno, adiós", se despidió quitándose el collar. Abdel la miró y captó sus intenciones, así que se acercó a recibir el collar.

—No tardes —le pidió—. O si, no lo sé. Solo no se pasen, que me van a dejar solo rodeado de brujas, y pues...

—¡Que no te vamos a violar! —gritó una bruja, las demás rieron.

—¿O si? —preguntó otra—. ¿Alguien con ganas de reproducirse? Tenemos que perpetuar el legado Mourne, ya toca —bromeó. Pero Abdel parecía tomarse muy en serio esas bromas, no lucía nada contento.

—Ya cálmense, no queremos bebés por ahora —ordenó Ann—. Y ya dejen en paz al pobre hombre en desgracia.— Más risas. Hasta la líder terminó sonriendo de lado.

—Te cuento que si querías ayudar no te ha quedado muy bien —le reprochó Abdel. Y si, de pronto él había enrojecido. Las brujas lo ponían muy nervioso.

—Vamos —le dijo Linet al oído—. En verdad no tenemos mucho tiempo.

Siguiendo el camino que la bruja señaló, ambas se dirigieron hacia esa choza al lado del árbol. No era gran cosa, las brujas habían explicado que ese era su refugio temporal. Pero al entrar notaron que el sitio era acogedor. Afuera hacía algo de frío, pero la bruja se las había ingeniado para que su espacio sea cálido. Ariel se apresuró en sentarse, ya no daba más con el dolor de las piernas. Y Linet colocó el madero que servía como puerta en la entrada, lo acomodó bien, y el ruido de afuera se redujo bastante. Al fin estaban solas.

—¿Sabes? Realmente esa planta de nishi es extrema, con razón algunos la consideran prohibida —comentó Linet de pronto. Se sentó a su lado, Ariel solo la miraba fijo—. Ha sido una noche bastante... productiva, por así decirlo. Pero todo está bien ya, no te preocupes por mí. Sé lo que tengo que hacer.— Ariel asintió. Y si, Linet parecía confiada diciendo que todo le había salido de maravilla y que su misión estaba clara. Pero por alguna razón se veía triste. Evadía su mirada—. Ahora tenemos que escapar —murmuró—. Y vamos a tener que separarnos...

Así que era eso. Separarse. Claro que lo sabía, ella tenía que volver al mar para recuperar su voz, Linet tenía cosas que hacer en la revolución. Hace mucho que debió aceptar que sus destinos no estaban entrelazados, que en realidad parecía que cada vez se separaban más. Lo mejor era asumir eso pronto, lo tenía claro. Pero solo pensarlo le dolía como los mil cuchillos en los pies que la torturaban a cada paso.

—Ariel, sabes que nada va a cambiar lo que siento por ti, ¿vedad? —ella asintió. Lo que quería en ese momento era llorar—. Todo va a volver a ser como antes, amor. Eres una sirena, y a eso volverás. Vas a salvarte, eso es lo importante. Nos veremos como antes en el templo, las dos en el mar. Sé que es diferente, sé que será difícil. Pero es lo que nos queda, ¿no? Siempre supimos que iba a ser así —le decía Linet. También le dolía, lo notaba. Con cada palabra que decía podía percibir que se le quebraba la voz. Linet acarició su mejilla, Ariel hizo lo mismo. Se miraban, intentaban contener las lágrimas. Y pronto eso sería inevitable—. Quiero que vivas, Ariel. Eres muy joven, mereces recuperar tu cola, tu voz y los doscientos ochenta y cinco años que te quedaban. Cuando salgamos de acá irás directo al mar, pero sabes que tengo que volver con Carine y la reina, es lo que me toca —asintió, eso también lo sabía—. Pero luego volveré a la costa, te buscaré. No creas que voy a abandonarte, siempre estaré en la orilla del mar esperando por ti. Como antes, ¿recuerdas? Cuando tú cantabas y yo iba corriendo como una tonta hasta hundirme en el mar buscándote.— Ariel sonrió, era un recuerdo tierno después de todo. El inicio de su amor, la timidez, los temores. Y luego el acercamiento, conocerse más, la entrega. Eran cosas que jamás podría olvidar—. Yo viviré unos cincuenta años más, con suerte. Y tú aún tendrás una vida por delante para ser feliz otra vez. Conocerás a otra sirena quizá, alguien que sí sea de tu mundo y pueda amarte como mereces...— Cuando dijo eso, Linet bajó la mirada. Ariel la quedó viendo extrañada. ¿Por qué le decía esas cosas? No tenía sentido, y Ariel no quería ni pensarlo. Nunca iba a querer a nadie como a ella—. Sé que suena raro, quizá no te guste la idea. Ariel, yo solo quiero que seas feliz. Que estés cerca de mí cuando se pueda, y que seas feliz sin mí también. Mi vida será corta, y si todo sale bien, la tuya será larga. Quiero que vivas muchos años, que seas libre en el mar como mereces. En tu mundo. Esto fue una fantasía, lo sabemos. Siempre te amaré, y sé que cuando me vaya de este mundo tú me recordarás.

Ya no pudo contenerse, las lágrimas se le escaparon. Sabía que no era el adiós para siempre, ella le había dicho que volverían a encontrarse a orillas del mar. Pero todo iba a cambiar, nunca más estarían juntas como en ese momento, no podrían amarse como una vez soñó. Y aunque le doliera aceptarlo, Linet decía toda la verdad. Si las cosas salían bien y ella se salvaba de la maldición, viviría largos años y Linet moriría como era natural en los humanos. Esa idea hacía sufrir a su frágil corazón. Saber que habría un futuro sin ella era insoportable.

—Solo quiero que sepas que nunca he sido tan feliz con nadie, que solo tú me provocas esto. Por eso sé que te amaré el resto de mis días, incluso lo haré cuando ya no esté más en este mundo.

Las dos tenían lágrimas en los ojos, las dos sabían que esa sería la última vez que estarían juntas en mucho tiempo, y que cuando volvieran a verse todo sería diferente. ¿Qué podía contestar? ¿Cómo hacerle saber que ella sentía todo eso y mucho más? No tenía voz para expresarse, y si pudiera hablar de seguro se enredaría con sus palabras. Porque quería decirle que ella también la amaría en los largos años que le esperaban, que moriría pensando en ella cuando se vaya como espuma de mar. Y que lucharía por ser libre, porque ella le enseñó eso. Ya sabía que huir de Aquaea no fue la solución, tuvo que quedarse a luchar. Eso haría, volver al mar para luchar por su libertad. En ese momento mientras miraba a Linet le hubiera gustado decirle lo mucho que la había inspirado, todo lo que aprendió gracias a ella y su lucha. Que si, era joven, y nunca imaginó conocer el amor de esa manera. Si pudiera decirle algo le diría que nunca soñó con enamorarse, y que ella había sido más que un sueño. Ella fue y siempre sería su cielo.

Casi al mismo tiempo una buscó los labios de la otra, se besaron a pesar de las lágrimas que mojaban sus mejillas. Tenían poco tiempo, y como les hubiera gustado que las horas sean más largas. Nunca más podría estar con ella en un cuerpo humano, y tenían que aprovecharlo. Se quitaron la ropa tan rápido como pudieron, en algún momento Ariel pensó que quizá se le rompió parte del vestido que tenía puesto. Dejó de importarle cuando sintió las caricias de Linet, cuando una vez más su cuerpo se estremeció. Ojalá ese momento fuera eterno. Ojalá alguna deidad le concediera el deseo de ser suya por siempre.


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Parecía que eso no iba a terminar pronto. De hecho, apenas empezaba. Francis sabía qué hacer en momentos como ese. Solo callar y esperar. Eric también lo sabía, por eso se mantenía quieto y firme. En cambio, Arnaud Berger seguía perplejo, confundido quizá. Mucha gente tenía una idea errónea del rey Emmanuel, pensaban que era un gran rey sabio y equilibrado. Francis sabía que, al igual que el fallecido duque Berbard, su padre tampoco estaba tan bien de la cabeza. Así que en momentos como aquel, cuando montaba en ira y destruía cualquier cosa que estuviera en su camino, él hacía lo de siempre. Callar y esperar. Por suerte aquel arrebato del rey terminó en menos tiempos del que creyó.

Él tampoco se lo había tomado bien, hasta el momento no había tenido tiempo de asimilar la noticia. Lissaendra no era ella, siempre fue una impostora. La verdadera princesa había muerto en el naufragio, y de alguna forma aquella mujer con la que convivió todo ese tiempo se había hecho pasar por ella a la perfección. Francis no entendía como lo logró, ni siquiera podía asimilarlo. Pero las pruebas estaban ahí, en su cara, y hasta podía justificar la ira repentina de su padre. Habían engañado a todos.

No solo era el testimonio de ese caballero de Albyssini llamado Arnaud, era también la carta que envió su madre esa mañana informando de la desaparición de la impostora de Lissaendra. Contando que en su habitación encontraron suficiente evidencia para confirmar la versión del caballero Arnaud. Todo fue un engaño al que tenían que hacer frente pronto. La sugerencia de su madre era que se le brinde a Arnaud todas las facilidades para volver a Albyssini e informar a la corona lo sucedido, de esa manera Theodoria quedaba limpia. Lo que menos querían era un conflicto con ese país, no justo en ese momento cuando acababa de declarar la guerra a Aucari.

Pero para el rey Emmanuel eso no bastaba. No, él tenía otras cosas en mente y ya las había gritado. Francis solo rogó internamente que al recuperar la compostura se le olviden esas locuras y apruebe el plan de la reina para solucionar todo. Y, desgraciadamente, no fue así.

—Hay que encontrar a la impostora —dijo muy firme—. El caballero no puede volver a Albyssini con las manos vacías, tiene que llevar una prueba real. Y va a llevar a esa mujercita miserable —agregó amenazante. Eso a Francis no le hizo nada de gracia. No sabía quién era la mujer que se hizo pasar por la princesa, no entendía sus razones. Pero no era mala, o al menos eso creía. Estaba indefensa, no podía caminar bien, no podía hablar, ¿qué daño podía hacer una chica como esa? Y su padre quería cazarla—. Irás por ella —ordenó el rey mientras miraba a Arnaud—. Irás, y la traerás ante mí.

—¿Para llevarla prisionera a Albyssini? —se atrevió a preguntar él. No debió.

—No, para ejecutarla. El caballero llevará su cabeza ante los reyes de Albyssini, confirmará que esa era la impostora. Y así quedará claro que de Theodoria nadie se burla —sentenció. Francis maldijo por dentro, era peor de lo que imaginó. Tan fácil que sería seguir el plan de mamá, simplemente despachar al caballero a Albyssini y que él lo solucione. No, el rey quería lo más complicado. Él quería venganza. Sin la reina presente quizá sentía, o creía, que podía hacer lo que le diera la real gana. Y ciertamente, desde que declaró la guerra, estaba más desatado que nunca. Francis sentía un nudo en la garganta, sabía que sería en vano intentar convencer a su padre de que sea piadoso. Solo empeoraría las cosas, y lo único que le quedaba era hacer lo posible por evitar esa tragedia sin que él lo sepa.

—Entiendo, majestad —dijo Arnaud despacio. Si estaba conforme o no con esa decisión no lo demostró. Quizá también se había dado cuenta que no era conveniente hacer enojar más al rey. En ese momento solo había que darle la razón.

—Encárguense de darle a este hombre todo lo necesario para la búsqueda. Pongan a su disposición a los hombres que sean necesarios. Vizconde Leblanc, ya que usted se encargó de poner a este hombre bajo custodia hasta que la verdad salió a la luz, será el encargado de velar que él cumpla con su misión —ordenó el rey. Eric asintió, y Francis lo lamentó mucho por él. Lo acababa de meter en un asunto que le podría acarrear muchos inconvenientes. No era seguro que encuentren a la impostora de Lissaendra. Si Arnaud y Eric no cumplían con llevarla ante su padre, entonces ambos estarían condenados. El rey no iba a tolerar que no hicieran exactamente lo que pedía.

—Así será, majestad —contestó Eric haciendo una inclinación. Quién sabe cuando llegue su madre las cosas se solucionen, quizá ella convenza al rey de dejar de comportarse como un cretino miserable. Ojalá eso pase antes que encuentren a la chica que fue Lissaendra. Esperaba que ella esté muy lejos de todos, que nunca la encuentren.

—Ahora necesito que me dejen a solas con mi hijo. Hablaremos luego —ordenó el rey. Tanto Eric como Arnaud hicieron una inclinación y se retiraron de inmediato. Los demás soldados de custodia también se fueron, su padre dejó claro que quería hablar a solas con él y nadie lo iba a hacer esperar. Cuando al fin la puerta se cerró, el rey se puso de pie. Francis se mantuvo quiero en su lugar, casi podía adivinar lo que seguía—. ¿Leíste completa la carta de tu madre?

—Así es —contestó aparentando calma.

—Esto ha sido en verdad una suerte. Si quieres saberlo, pensé que Lissaendra de Albyssini sería una excelente esposa para ti. Una mujer dócil criada en las tradiciones, además de que ganarías influencia en su reino. En fin, la chiquilla esa está muerta, y la zorra miserable que se hizo pasar por ella pronto lo estará también. Nos hemos quitado un problema de encima, y las cosas están saliendo mejor de lo que esperaba.

—Lo entiendo, padre.

—Claro que lo entiendes —dijo el rey con una sonrisa—, eres listo como tus padres, sabes bien lo que tienes que hacer. Ya había preparativos para una boda, y así seguirá. Te vas a casar con la princesa Adira Linnette, y reclamaremos el trono de Aucari para ti. Es perfecto.

—Desde luego —contestó con la voz más neutral que pudo. En realidad quería gritar y parar esa locura.

Esa mañana llegó una carta de su madre. Ahí informaba la verdad sobre la princesa Lissaendra, y sobre el sorpresivo descubrimiento que hizo. Linet, aquella chica que el gobierno de Aucari buscaba por subversiva, no era otra que la hermana del rey Thaedon. La princesa perdida del reino de Aucari. Él de pronto entendió muchas cosas, no fue necesario que su madre se lo dijera, lo dedujo con toda la información que tenía. Si, Linet era la princesa, lo ocultó bastante bien. Pero además era parte importante de la revolución. La líder que su madre y Carine estuvieron buscando. La suerte estaba echada.

Francis sabía bien que si su madre envió esa información fue con toda la intención de que eso pasara. Era lo que ella quería también, que se case con Linet. Quizá las intenciones de mamá poco tenían que ver con la guerra, pero para su padre todo estaba bastante claro. Habían declarado la guerra a un país débil, tenían a una heredera por derecho de sangre en su país. Tenían una princesa y un príncipe soltero. La estrategia era simple, derrocar al rey y ponerlo en su lugar. Su matrimonio con Linet haría más fáciles las cosas. Todo era simple conveniencia para los planes del rey. Nada más.

Lo extraño de todo eso era que quizá debería estar saltando de felicidad. Querían casarlo con Linet, la mujer de la que se había enamorado. Pero eso no estaba bien, y estaba seguro que ella pensaría lo mismo. La quería, cierto. Pero no así, no forzándola a casarse con él porque a su padre se le daba la gana. Y ese también era plan de la reina, fue fácil deducirlo. No podía oponerse, solo seguir los designios de sus padres. Quizá eso sí era lo mejor para la revolución de mujeres, quizá solo por eso su madre se atrevió a hacer aquella jugada. No quería poner a Linet en esa situación, pero ya era muy tarde. Solo tenía que aceptarlo y cumplir su parte en el plan de mamá, sea cual sea ese.

—Ha sido una suerte que tu madre se diera cuenta de las cosas a tiempo, aunque estoy seguro que ya lo sospechaba —le dijo su padre—. Desde que supimos que Aucari quería que la entreguemos y que era peligrosa para ellos sospechamos sobre su identidad. El nombre no podía ser coincidencia.

—Es bueno que las cosas se hayan aclarado justo ahora —agregó él, y el rey asintió animado.

—Ahora solo tenemos que ser firmes, Francis. La ofensiva a Aucari empezará pronto, y quizá ni siquiera sea una campaña larga. La nobleza está dividida, el pueblo odia al rey Thaedon y hay rebeliones por todos lados. Será su propia gente quién lo haga caer, y nosotros estaremos ahí para tomar su corona. Solo hay que ser astutos. Promesas y más promesas, así funcionan los nobles y lo sabes. Mientras les garanticemos que van a mantener su posición todo estará bien —explicaba su padre. De pronto se veía más serio hablando de su estrategia para triunfar—. Ellos aprecian la fuerza, y si hay algo más fuerte que un descendiente de los guerreros de la luz, esos son los descendientes de los sangre de dragón. Tú, hijo mío. Un rey joven y fuerte es lo que necesitan, ya sabes, sangre nueva. Y claro, tendremos a esa princesa de nuestro lado, una de ellos para que se mantenga el linaje y no hagan problemas. Incluso les daremos el gusto de ponerla como regente de vez en cuando, así nadie molesta.

—Yo creo que sí funcionará tal como dices, padre —contestó sin ganas.

—Por supuesto que funcionará. La chiquilla esa fue revolucionaria, pero cuando le caiga el peso de la corona se le va a pasar. Y todos quedarán tranquilos, ya verás. El pueblo, las mujeres, las nobles problemáticas. Quizá demoremos unos años en poner orden, pero saldrá bien al fin y al cabo.

—Claro que si —le dijo. Francis sentía una horrible desazón en ese momento. Linet y las mujeres habían arriesgado todo por esa revolución. Se levantaron, lucharon. Algunas murieron, otras fueron encarceladas. Y su padre solo hablaba de usar a Linet para mantener el orden y así ganar Aucari. De ponerla como un adorno en el trono mientras él se quedaba con el país, mientras la manejaba a su antojo. Usaría el dolor del pueblo de Aucari, la injusticia a la que eran sometidas las mujeres y las ideas revolucionarias por las que muchas perdieron la vida a su conveniencia. De eso se trataba la política después de todo. De manejar a la gente, de usarla. Que los ricos lo sigan siendo, que lo pobres se mantengan pobres, pero contentos. Nada más.

—Ahora tenemos que ver el otro asunto. Sobre tu prima —le entró terror apenas escuchó decir eso. Pensó que lo había olvidado.

—¿Qué sucede con Carine?

—Linet estaba a su servicio, y es obvio que ella sabía bien quién era. Lo supo todo el tiempo, ella fue quien ocultó a las revolucionarias. Ella ha traicionado a la corona y merece ser castigada —sentenció con firmeza. Su madre no mencionó nada que culpara a Carine en su carta, quizá el rey averiguó el resto con sus espías. Y ya había decretado su sentencia.

—Pero, padre... Ella... es ... es sangre de tu sangre —titubeó, pero el rey solo hizo un gesto desdeñoso.

—Pues eso debió pensarlo antes de meterse en lo que no le importaba, antes de traicionar mi confianza. Es obvio que lo hizo para ganar algo, para perjudicarme. Después de ti es la siguiente en la línea de sucesión. Esa pequeña perra ambiciosa es igual a su padre —agregó molesto. Nunca había hablado así de Carine, nunca con tanto desprecio—. Por eso siempre la tuve cerca, a las ratas hay que tenerlas vigiladas. Si ayudó a esas revolucionarias no ha sido por buena, ¿en serio crees que esa miserable es capaz de dar algo por otras personas? ¿De arriesgarse por algo que no le convenga? Es una pequeña zorra egoísta, claro que metió sus narices en la revolución de Aucari para ganar algo.— Francis apretó el puño cuando escuchó todo eso. Carine podía ser muchas cosas, incluso se llevaban mal. Pero definitivamente no hizo todo aquello por alguna maldad, ella sí estaba comprometida con la causa de la revolución. Su padre se equivocaba con Carine, y no iba a dejar que la dañe.

—Padre, no es buena idea declararle la guerra a Berbard —dijo muy firme—. No es prudente una guerra civil ahora. No puedes atacar a Carine y provocar una desgracia en nuestro país. Siquiera escúchala, quizá no es nada de lo que piensas. Ella no merece esto, no después de tantos años de fidelidad a la corona. Ella no es lo que crees —habló muy serio, y esperó que él lo entienda. Que se deje de estupideces y deje en paz a su prima. Pero el rey solo sonrió de lado y soltó una risa. Miserable.

—Tú no te preocupes, Francis. Acabaré con la amenaza de Carine sin que nadie se entere. No habrá ninguna guerra civil. De esa mujercita me encargo yo. Espera tranquilo, que pronto agregarás duque Berbard a tu lista de títulos.— Cuando terminó de hablar soltó una carcajada. Se veía muy seguro y complacido.

Hace mucho que no tenía ese tipo de pensamientos. La última vez fue cuando era un jovencito, justo después de lo que su padre le forzó a hacer con aquellas mujeres. Sabía que estaba mal pensar de esa manera. Eso no podía pasar por su cabeza, era su padre después de todo. Un mal padre la mayoría del tiempo, pero era sangre de su sangre.

Y aún así Francis pensó aquello tan terrible que un hijo jamás debería pensar. "Ojalá te mueras", se dijo con rabia mientras lo miraba reír.


A donde sea que vayas

Yo quiero ir

A donde sea que te dirijas

¿Puedes hacérmelo saber?

No me importaría perseguirte

Lo quiero hacer

Solo porque no puedo soportar la idea de tenerte lejos (*)


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(*) Farewell - Rihanna 

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¡Hola, hola! Iba a actualizar ayer, pero pasaron cosas que pasan cuando suceden (?) 

No sé qué decir porque quiero llorar por mis bebés jksiksj :( No sufran tanto ok? Bueno, sufran con confianza XD 

¡Hasta la semana que viene!




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