4.- Cosas de la realeza
Tú eras el trueno
Yo era la lluvia
Yo quiero saber
Si te veré otra vez (*)
Había pasado un día desde el rescate de Francis en el templo de la Diosa del mar, y aún no se tenía noticias de quién era en verdad. La hermana mayor fue a verlo y a hablar con él. También concluyó que debía de ser algún noble, no parecía ser peligroso. Linet seguía encargada de su cuidado, pero también tenía que atender sus deberes como sacerdotisa. La joven procuraba cumplir sus obligaciones con rapidez para ir a verlo, quería pasar el mayor tiempo posible con él.
Linet sabía que pronto Francis se tendría que ir, si no se recuperaba igual lo sacarían y lo enviarían a algún albergue cercano. El culto a la Diosa era exclusivo de mujeres, y si acaso alguna vez atendían hombres heridos no era por más de dos días. Francis tampoco había revelado mucho, ella le habló sobre sus sospechas de que era un noble, pero él no afirmó ni negó nada. ¿Qué ocultaba? ¿Algo grave acaso? Esperaba que no, él no parecía un mal hombre. No importaba que Francis quisiera ocultar su origen, las autoridades ya habían sido alertadas. En el templo de la Diosa había un hombre noble de Theodoria sobreviviente de un naufragio, la noticia se extendería pronto.
—¿Es que acaso quieres que me vaya? —Preguntó él con un tono divertido. Linet sonrió de lado, ya no se sonrojaba con tanta facilidad. Lo que sí seguía presente era la forma en que sus piernas temblaban cuando él la miraba.
—Igual te tendrás que ir mañana, son reglas del templo.
—Conozco las reglas —comentó con tranquilidad—, y también sé que las sacerdotisas no tienen que estar aquí encerradas por siempre.
—Solo podemos salir con alguna autorización especial de la hermana mayor, y yo no la tengo. — "Ni la tendré nunca", se dijo. No estaba allí por amor a la Diosa, ni siquiera por voluntad propia. Pero esa era una historia que no podía contarle a Francis, a nadie en realidad.
—Hay otra forma, las sacerdotisas pueden salir por orden real.
—Imposible, el rey de Aucari no lo consentiría.
—Quizá los de Theodoria...
—¿Cómo dices? Pero Theodoria... No lo sé, no creo que tengan autoridad aquí.
—El templo fue construido por aporte de los reyes de Theodoria hace doscientos años, y está ubicado en la frontera de ambos países. Es cierto que en Aucari adoran a la Diosa del mar con más fervor, que incluso son quienes envían más voluntarias para sacerdotisas aquí, pero la mayoría del mantenimiento corre por Theodoria. En realidad no pertenece a ningún reino, así que cualquier rey puede dar su autorización.
—O reina —murmuró Linet.
Lo que decía Francis tenía mucho sentido. No tenía esperanzas del lado de Aucari, pero si en caso lograba que los reyes de Theodoria le dieran el permiso real sería maravilloso. Nunca se lo había planteado, pues nunca tuvo manera de contactar con ellos.
—O reina —repitió Francis—. Supongo que hasta acá han escuchado hablar de la reina Mirella.
—Algo —contestó despacio, como restándole importancia.
De hecho, la reina Mirella era su ídolo. Una mujer con carácter que no se conformó con vivir a la sombra de su esposo, alguien que a pesar de las limitaciones que tenía se las ingeniaba para imponer sus leyes y políticas. Alguna vez quiso ser como ella, en serio lo intento. Por eso estaba en ese templo.
—Bueno, quizá ella pueda darte el permiso real.
—Eso no cambiaría muchas cosas, Francis. Yo sigo siendo una sacerdotisa, es lo que seré hasta el fin de mis días. Además, ¿cómo estás tan seguro que la reina podría darme el permiso real?
—Tengo mis contactos —sonrió de lado. Podría ser que por gratitud le hiciera ese favor, era muy posible. No quería rogarle, pero si él no lo prometía, entonces sería capaz de hacerlo.
—Solo una pregunta, ¿por qué tanto interés en que pueda salir de aquí? —Linet le sonrió, él imitó el gesto. Sintió la suave caricia de Francis sobre su mano, pensó que quizá debía apartarlo pero fue imposible. Disfrutaba mucho ese contacto como para deshacer la magia de ese momento a solas.
—¿Por qué estás aquí?
—Es una historia larga. —Larga y turbia en realidad, algo de lo que no podía hablar.
—Entiendo que no quieras contarme —le dijo mientras seguía acariciando su mano—. Sé que apenas nos conocemos, tienes todo el derecho de guardarte tu historia. Es solo que creo que no estás cómoda aquí.
—Es verdad —admitió y apartó la mirada.
Ella no pertenecía a ese templo, la vida de sacerdotisa no era lo suyo. Pero por el bien de muchas personas era mejor aguantar todo y quedarse callada. Linet tenía claro que la vida no siempre era como se quería, que las cosas no salían como se deseaban, y que a veces solo había que conformarse por el bien de los demás.
—¿Entonces...? —Volvió a mirarlo. Lo notaba en verdad interesado en su condición, quizá quería saber cómo acabó allí para ayudarla. Ojalá pudiera contarle, ojalá alguien pudiera escucharla alguna vez sin juzgarla ni reprocharle nada.
Quiso cambiar de tema, diría cualquier cosa. Como su sospecha de que una misteriosa pelirroja lo llevó hasta la orilla, quizá podrían armar teorías juntos. Estuvo a punto de sacar el tema a flote, pero entonces escuchó varios pasos acercándose a la estancia donde se encontraba. Se puso de pie de inmediato, la primera en entrar fue la hermana mayor y detrás de ella aparecieron varios hombres. Eran guardias reales de Theodoria. Y al final un hombre joven, tenía toda la pinta de un noble, uno muy importante por cierto.
—El vizconde Leblanc —dijo de pronto Francis, hasta lo notó sonreír. El hombre que entró lo quedó mirando un instante y también sonrió—. ¿Y a qué se debe el milagro? ¿Cómo así fuiste capaz de mover tu noble trasero y venir por mí? —El recién llegado rió. Era tal como imaginó Linet, Francis era un noble.
—Me alegra mucho que esté aquí, ya nos estábamos preocupando —le dijo la hermana mayor al recién llegado.
—Gracias por cuidarlo, el templo será bien recompensado —agregó el visitante.
—Ese honor lo tuvo la sacerdotisa Linet. —Ella solo asintió, miraba a Francis y al visitante sin entender aún. ¿Honor? ¿Dijo honor? Eso solo podía significar una cosa.
—En nombre del reino de Theodoria os doy las gracias, sacerdotisa Linet. Estamos en deuda con vos.
—De nada. Pero no entiendo, ¿qué es lo que he hecho bien? Solo cumplí con mi labor.
—Le salvó la vida a Francis de Theodoria, el príncipe heredero del reino. —Hizo lo posible por contener su sorpresa, aunque igual se notó en su rostro. Si bien sospechó que Francis era un noble, no imaginó que sería alguien tan importante.
—Alteza. —La hermana mayor se inclinó. Segundos después, cuando apenas estaba reaccionando, Linet la imitó. Miró de reojo a Francis, él le dedicó una mirada llena de arrepentimiento. ¿Por callar? ¿Por no decirle la verdad? Era el príncipe heredero del reino más grande y poderoso de ese lado del mundo, de pronto entendía tanto secretismo.
—No era necesario que vinieras con la guardia, Eric. Estoy bien aquí, la sacerdotisa Linet ha cuidado bien de mí, en el templo han sido muy hospitalarias.
—Lo sé, alteza, pero son órdenes del rey. Sé que lo entendéis. —Francis asintió, y por su gesto no se veía nada contento.
—Claro, ¿qué más ha ordenado su majestad?
—Que os lleve de vuelta a Theodoria hoy mismo, y a la brevedad posible. ¿Os encontráis en condiciones de viajar?
—Si —admitió sin ganas—. Está bien, Eric, iré. Solo dame un minuto, me gustaría despedirme de la sacerdotisa Linet. A solas. —Ese punto lo dejó bien claro, y ella que se mantuvo con la cabeza gacha todo ese rato volvió la vista hacia él.
—Bien —dijo ese hombre, ya sabía se llamaba Eric Leblanc—. Todos afuera, vamos a darle privacidad al príncipe. ¿Nos acompaña, hermana mayor?
—Voy con vosotros. —Por un instante le pareció que la hermana la miró con desconfianza. No le sorprendía, considerando que era la única sacerdotisa de ese templo que no llegó virgen. ¿Pero es que en serio creían que solo por eso era capaz de arrojarse sobre cualquier hombre como gata en celo? Ridículas. Una vez a solas con el príncipe, Linet se quedó parada frente a él sin moverse, ni siquiera sabía si sería correcto acercarse.
—Ahora lo sabes —dijo él—. No quise ocultarte la verdad.
—¿Acaso temía que de saber su verdadera condición empiece a tratarlo diferente, alteza?
—No es eso. Sé que quizá suene difícil de creer, pero quise sentir al menos por un día que no soy quien soy. No espero que lo entiendas, Linet.
—Lo entiendo, alteza, Más de lo que imagina —contestó con toda sinceridad. No era la única persona en ese templo que se estaba escondiendo de las presiones después de todo.
—No me digas alteza, prefería cuando éramos solo Francis y Linet.
—A mí también me gustaba así, pero me temo que ya no puede huir de la realidad. —Francis suspiró, quizá para él eso de volver a su vida era más difícil de lo que parecía.
—Voy a conseguirte ese permiso real, te lo juro. Podrás ir y venir a Theodoria cuantas veces desees, siempre serás bienvenida en mi reino.
—Muchas gracias alte... Francis. —Se corrigió. Al oírla decir su nombre él sonrió.
Le daba tristeza saber que se iba ya, estaría aún más lejano de lo que imaginó. Todo eso no fue más que una corta ilusión que acabó más rápido de lo que hubiera deseado.
*******************
Ariel fue por la mañana a espiar al templo, pero la chica no apareció para nada. Lo peor era que Erena tenía razón, no era la única mujer con cabellos dorados que existía. Aún así esa chica le seguía pareciendo la más linda de todas, y no podía precisar la razón. Estuvo buen rato ahí esperando a que se asomara aunque sea unos minutos, pero nada. Cuando le dio hambre decidió regresar al islote donde siempre se encontraba con Erena, quizá pasar el rato con su amiga sería entretenido para olvidarse que se pasó todo el día esperando por nada. Hasta tuvo temor, ¿qué tal si no volvía a verla? ¿Y si solo estuvo allí de paso? No quería imaginar eso.
Para variar cuando llegó solo encontró a Abdel en su bote, según le dijo el humano, Erena fue a llevar las pócimas que él recogió a "alguien". Ni idea de quién era ese alguien, y no quería saberlo. Podía ser verdad eso de que Eri le hacía trabajos a la Bruja del mar, ¿y acaso eso cambiaría algo? Ella seguiría siendo su mejor y única amiga en el mundo.
—Pero tú tranquila, te traje peces. —De su bote sacó una canasta, le alcanzó uno primero. Ariel lo examinó, nunca había visto uno de ese tipo.
—¿Y de dónde es este?
—De río. Anda, prueba. A tu Eri querida le encantan. —Moría de hambre, así que le dio un mordisco. Entrecerró los ojos, ese pez estaba delicioso, empezó a devorarlo con rapidez. Sí que estaba bueno—. Hey, tranquila. Acá tengo más.
—Grashiash —dijo con la boca llena, apenas le salió bien la palabra. Abdel terminó riendo, cuando terminó su primer pez le arrojó otro, luego comió con más calma.
—Ariel, entonces eres princesa de Aquaea.
—Shi —dijo aún con la boca llena.
—La realeza y todas esas cosas.
—Exshacshto. —Era raro eso. Abajo del mar cuando hablaba con la mente y comía no pasaban esas cosas, ahí su voz real se distorsionaba, hasta se le hacía graciosa.
—¿Y dónde estás tus modales, chica? ¿Tu mamá no te enseñó a no hablar con la boca llena? —Bromeó él.
—Lo shiento —terminó de masticar el pez, se enjuagó la boca con un poco de agua, ya sí podría hablar normal—. ¿Es de mala educación?
—Supongo que para la realeza si, pero ya olvídalo. Y si eres una princesa, ¿qué rayos haces con esa delincuente marina que responde al nombre de Erena?
—Eri no es una delincuente —le dijo molesta cruzándose de brazos—. ¿Por qué dices esas cosas?
—Se nota que la quieres mucho.
—Claro que la quiero, es mi mejor amiga. Y sí, soy una princesa, pero quise juntarme con Eri aunque estuviera prohibido. Yo elegí eso.
—¿Y no temes que te castiguen?
—Seguro lo harán, está mal que me junte con una exiliada de la comunidad. Pero no me importa, yo no quiero ser una princesa, es horrible.
—Por todos los espíritus de este mundo, ¿me vas a salir con ese drama tú también? Son la puta realeza, pueden hacer lo que les venga en gana, ¿por qué siempre salen con la estupidez de no querer ser lo que son? Hacen drama innecesario.
—No podrías entenderlo. —Y ella tampoco tuvo ganas de explicarle.
Ser princesa en el mar no era bonito, era solo otra forma más de oprimirla. Al menos las sirenas comunes podían elegir al tritón que querían. Ella no podía escoger, era su padre el que la entregaba al tritón que quisiera. Y a partir de ese momento su deber era tener muchos hijos, y más valía que sean tritones. Ellos valían más que una sirena, ellos siempre eran más importantes. No quería eso para su vida, y si tenía que hacer "drama innecesario", o vivir sola como Erena, entonces no le importaba.
—Si, supongo. La realeza siempre anda lloriqueando por tonterías. En fin, ¿cómo te ha ido hoy? ¿Viste a tu rubia adorada?
—No —dijo con algo de pena—. Estuve por ahí todo el día y ni se asomó.
—Bueno, ya saldrá. Seguro tenía cosas que hacer, quién sabe.
—Ojalá la vea uno de estos días.
— ¿Solo ojalá? Qué fácil te rindes, Ariel.
—No me he rendido, solo vine porque tenía hambre y quería ver a Eri.
—Pues Eri no está, y si te quedas acá conmigo te voy a desesperar como no tienes idea con preguntas ridículas. Así que te aconsejo vayas a ese templo y no te muevas hasta ver a tu rubia adorada.
—¿De verdad crees que debo hacer eso?
—Claro que sí, anda, yo te apoyo.
—Es que creí que era malo... No lo sé, por la forma en que lo dijiste ayer me pareció así. Lo de la tortilla, las cosas de lesbiana... Eso.
—No es malo, solo diferente.
—¿En serio?
—Si, chica, tú ve allá y no pares hasta lograr tu objetivo. Acá no regresas hasta que estés convulsionando de la emoción como ayer por la mañana. ¿Estamos? —Ariel asintió y sonrió. No podía engañar a nadie, moría de ganas por ver a la chica.
—¿Y si no sale, Abdel? ¿Si no vuelvo a verla?
—Caramba, no seas pesimista. ¿Por qué no pruebas tu canto de sirena? Seguro le va a encantar.
—Si, eso haré. ¡Gracias por ser mi amigo, Abdel! —Antes de sumergirse en el mar le pareció ver que el hombre sonreía de lado, y hasta se le hizo lindo ese gesto.
Ya había oscurecido cuando llegó al templo. Se acercó lo máximo que pudo a una distancia prudente, desde ahí podía ver el templo de cerca y también podía huir si la descubrían. Podía ver a varias sacerdotisas caminar llevando velas hacia la estatua de la Diosa, hasta escuchó que todas cantaban a la vez, luego todas se fueron dispersando. Solo era cuestión de esperar.
Ariel estuvo buen rato entre las piedras, el templo estaba bastante silencioso, quizá todas estaban durmiendo. Se desanimó una vez más, ella no salía. Sintió deseos de volver al islote, no tenía sentido quedarse ahí como una tonta. Pero Abdel le hizo prometer que no regresaría sin verla, no podía moverse de ese lugar. Se distrajo un instante, y cuando volvió a mirar al templo le pareció ver una figura de mujer en la orilla mirando hacia el cielo. Se acercó un poco más, estaba segura que era ella.
Como esa vez cuando la conoció, el corazón empezó a latirle con fuerza. Era ella otra vez, y se veía diferente. Era linda bajo la luz del sol, era linda con la luz de la luna. Suspiró, ¿qué tenía que hacer para estar más cerca de ella sin asustarla? Era una sacerdotisa del mar, seguro estaba familiarizada con las sirenas, puede que no se asuste al verla. Igual Ariel no estaba segura si quería dejarse ver, ni siquiera podía definir lo que sentía cuando la miraba.
Estaba contemplándola embelesada, cuando notó que retrocedía, iba a regresar al templo. No quiso, no iba a dejar que se fuera, la esperó mucho tiempo, quería disfrutar más tiempo de su visión. "Mi canto de sirena", se dijo. Esa era la opción. Erena le dijo que con esa voz podría ahogar a trescientos marineros, ¿sería esa voz capaz de atraer a la sacerdotisa? No lo sabía, pero mejor cantaba de una vez antes de arrepentirse.
Su voz era un llamado, una especie de idioma primitivo los humanos entendían. Algo decía, pero no eran palabras conocidas, la llamaba, la atraía. Apenas la escuchó, la sacerdotisa se giró y empezó a buscarla con la mirada. Ariel estaba escondida detrás de una roca, pero ya no más. Se asomó, dejó que vea siquiera la parte superior de su cuerpo. Su canto era hermoso, Erena ya se lo había dicho y a ella también le parecía así. La sacerdotisa entró hasta pasar entre las rocas, Ariel seguía cantando y no sabía si detenerse pues la chica ya estaba bastante cerca de ella, podría verla.
El cielo se oscureció un instante, las nubes cubrían la luna. Ariel, acostumbrada a las profundidades del océano, podía ver su rostro con claridad, pero estaba segura que la sacerdotisa apenas la distinguía.
—¿Quién eres? —Preguntó ella—. ¿Por qué me llamas? —La sacerdotisa estaba encantada por su voz, casi tanto como Ariel lo estuvo hace un rato solo por verla—. ¿Puedo acercarme a ti? —Apenas preguntó eso dejó de cantar. No podía dejar que se acerque más, no podía descubrirse aún, quizá era peligroso. Quizá hasta se asuste de ella.
Sin responder, Ariel se metió de nuevo en el mar, hasta le pareció que la chica gritaba pidiéndole que no se vaya. Esperó un poco más para volver a asomarse por el agua y verla antes de irse. Ahí estaba, linda como siempre, confundida por haberla escuchado. Después de un rato la sacerdotisa volvió al templo. Ariel sonrió, ya sabía la forma de atraerla.
Yo podría poner un poco de polvo de estrellas en tus ojos
Poner un poco de sol en tu vida
Dame un poco de esperanza de que sientes lo mismo
Y quiero saber que te volveré a ver
¿Te veré otra vez? (*)
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(*) Stardust - Mika ft. Chiara
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Abdel bebé siendo capitán del ship otra vez XD él ya tiene un team y no se cansará hasta que su OTP sea canon (?)
Bueno bueno, ya sabemos que Linet está en ese templo por obligación y que algo hizo para que la pusieran ahí. Poco a poco lo iremos descubriendo.
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