37.- Día de la creación

Este podría ser el cielo para todos

Este mundo podría ser alimentado

Este mundo podría ser divertido

Este podría ser el cielo para todos

Este mundo podría ser libre

Este mundo podría ser uno (*)

La desgracia pura, absoluta y miserable estaba a la vuelta de la esquina. Abdel ni siquiera estaba seguro que esas palabras combinaran, pero en su mente sonó muy dramático, así que las dejó tal cual. ¿Qué iba a pasar ahora que había alguien que sabía la verdad sobre la princesa? Alguien que además lo había gritado delante de una multitud, y él sabía bien cómo era la gente. Quizá hablen enojados entre ellos sobre como un loco atacó a la princesa, pero que además gritó cosas muy raras, como que ella era una impostora. Un simple rumor podía expandirse en cuestión de días, o de horas. Un simple comentario por aquí, por allá, y... ¡Boom! Todo al carajo, todo a la mierda misma. Esas tonterías podían llegar a los oídos del rey. O la reina. Ah qué mierda, eso iba a llegar al menos a oídos de Francis en las próximas horas.

Que los rumores se expandan por ahí no era tan preocupante como el hecho de que el vizconde Eric haya interrogado a ese tal Arnaud. Si Ariel estaba muerta de miedo en ese momento, él también. Pasó horas vigilando las habitaciones que le asignaron como princesa, pensando si quizá era mejor huir de una vez antes que la arresten. Pero o bien Eric no había hablado, o quizá solo estaban esperando que pase el Día de la creación para no arruinar las celebraciones. O la tercera opción, no le había creído nada al hombre ese. En Theodoria la gente se había vuelto muy atea, en especial la nobleza. No le sorprendería que Eric se haya reído en la cara del caballero de Albyssini cuando le contó el origen de Ariel, o cómo lo encontraron. De seguro que había insinuado algo sobrenatural que en Theodoria no podían aceptar. Les convenía que tomaran a ese hombre por loco, pero no podían estar seguros.

Porque Arnaud sabía mucho, además a alguien podía entrarle la duda y para asegurarse nada le costaría escribir a Albyssini, a algún embajador o quién sea, para que confirme la identidad de la princesa. Por suerte ya estaban por irse al bosque, pero con la aparición de Arnaud todo se había precipitado.

Ariel nada podía decir ni hacer, pero la princesa sí. O al menos Lissaendra pensaba con mayor claridad en ese momento. Su querida sirenita con piernas le tendió el collar, y cuando se lo puso una nerviosa Lissaendra le explicó qué podían hacer para calmar a Arnaud y poder mantener el secreto a salvo unos días más. Entregarle el collar a Arnaud no era una opción, no quería estar separada de Ariel en ese momento crucial, pero Abdel podía encargarse. Y eso iba a hacer. Recibió las instrucciones de la princesa y no perdió el tiempo. Fue directo a los calabozos.

Como era de esperarse lo miraron con desconfianza, no entendían la razón de su presencia ahí. Pero Abdel no había pasado todo ese tiempo entre los siervos del palacio real sin aprender, sabía exactamente qué hacer. Entre ellos había rangos, y él tenía una posición respetada al ser siervo real de la princesa. No podía dudar, tenía que dar órdenes. Y ordenó que abrieran las rejas para él porque estaba ahí por orden de la princesa y futura reina de Theodoria. Ella lo envió para hablar en su nombre con aquel que la atacó, quería saber la razón. Si no lo dejaban pasar estarían en serios problemas, y lo sabían.

—Así que será mejor que no jueguen con mi paciencia, que me queda muy poca —amenazó Abdel a los carceleros—. No puedo volver sin respuestas para la princesa, y no quiero tener que recurrir al príncipe o al rey para obligarlos a obedecer.

—Adelante —dijo el que estaba a cargo, aunque no se veía muy conforme—. El vizconde Leblanc ya habló suficiente con él, podrían preguntarle.

—Prefiero una versión directa, gracias por informar —dijo más tranquilo, ya había logrado lo que quería—. Relájense, la princesa les agradece por esto —agregó sacando unas monedas de plata de su bolsillo, les alcanzó una a cada quien—. Y espero que la aprovechen.

—Yo creo que si —contestó animado uno de los carceleros, el que lucía más joven—. Sobre todo hoy. Que la Luz eterna que dio vida a este mundo jamás nos abandone.

—Que así sea, compañero —respondió Abdel a esa bendición sonriendo de lado. Ya estaba bastante adulto para alegrarse por esas cosas, pero no podía evitarlo. El Día de la creación era su día favorito en el año.

Con los guardias contentos después de recibir esas monedas, Abdel caminó tranquilo hacia donde tenían a Arnaud. En realidad él era el único prisionero en el castillo, Theodoria llevaba mucho tiempo en paz como para que abunden los prisioneros. Y sabía que si hubiera gente peligrosa siendo custodiada, o torturada, definitivamente no los pondrían al cuidado de los carceleros que dejó atrás.

Encontró a Arnaud sentado en su celda con la cabeza gacha, en cuanto lo vio pareció recordarlo de esa mañana y lo observó en silencio mientras se ponía de pie. Más que recordarlo, Abdel sintió que buscaba algo más en él. Algo que quizá le parecía familiar e intentaba reconocer. El hombre solo esperó que esa conversación no durara mucho. Él también tenía cosas que ocultar.

—Estabas ahí esta mañana —le dijo Arnaud y él asintió.

—Soy el siervo principal de la princesa Lissaendra. Puedes llamarme Abdel.

—Esa mujer no es una princesa, es una impostora —contestó con rabia—. Y no sé quién rayos seas o por qué te prestas a esta estupidez. Si eres su siervo se supone que eres de Alybissini. Se supone que sabes de ella, de sus costumbres, de los cuidados que merece. Y tú no estabas en el barco, no pretendas engañar a nadie ahora. Eres tan falso como ese engendro que ocupa el lugar de mi princesa.

—Será mejor que cuide sus palabras, caballero. Esas injurias pueden costarle muy caro.

—No me importa, porque sé que digo la verdad. Esa mujer ni siquiera es humana y nada hará que cambie de opinión. Si quieren ejecutarme por decir la verdad, que así sea. Será mejor que lo hagan, porque no descansaré hasta romperle el cuello a esa infeliz. Le advertí que si algo le pasaba a mi princesa ella iba a pagar con su vida, y pienso cumplir cada una de mis palabras —amenazó muy en serio. Habló decidido, lleno de odio. Aquello se ponía cada vez peor.

—Uhhh... ya veo que esto será más difícil de lo que pensaba. Veamos, Arnaud —dijo con toda confianza, dejaron de importarle las formalidades—. En algo tienes razón, esa mujer no es en verdad la princesa Lissaendra.

—¡Lo sabías! —gritó furioso, incluso intentó sacar sus manos por los barrotes y cogerlo del cuello, pero Abdel fue más rápido y retrocedió a tiempo—. Maldito, lo has sabido todo este tiempo, y aún así has cometido traición. Pagarás por esto, lo juro.

—Si, si. Como sea, tienes que dejarme terminar —le cortó con desdén—. Que ella no sea la princesa no significa que no sirva a la princesa, ¿entiendes?

—Eso no tiene sentido para mí.

—Es verdad que la princesa murió el día del naufragio, pero no se ha ido realmente. Ella está aquí. Ella está ahora mismo con la mujer que tú llamas impostora.

—¿Disculpa? ¿Qué es lo que quieres decir? —preguntó confundido.

—Lo que has oído. Ella no tiene un cuerpo físico, pero existe gracias a Lisa.— La princesa le había contado que ese fue el nombre que le dieron a Ariel en el barco, así que lo mantuvo así. Arnaud lo miraba boquiabierto, era obvio que no quería creer en sus palabras, que no podía hacerlo. Tenía que darle pruebas—. La princesa Lissaendra existe aquí y ahora gracias a un collar que...

—Un collar que lleva esa infame —le cortó—. Lo vi en su cuello esta mañana, por eso enfurecí tanto. ¿Cómo se atreve esa mujer a llevar una joya real de Albyssini?

—Porque ahí está la princesa, y Lisa es la portadora de su alma ahora. Gracias a ella existe, y debes creerme. Tengo un mensaje para ti de parte de la princesa Lissaendra.

—No —dijo negando enérgico con la cabeza—. No escucharé esas mentiras, me niego a aceptarlo. No puedes estar hablando en serio, son tonterías. Inventos tuyos y de esa mujer.

—Si, sabíamos que no ibas a creerme, por eso la princesa me pidió que te dijera algo.

—¡Cierra la boca, mentiroso! No voy a tolerar que juegues con la memoria de la princesa, todo lo que saldrá de tu boca es mentira, no voy a creerte.

—Ella me habló de la lluvia —le dijo, y en cuanto escuchó eso, Arnaud calló. Lo miró fijo, incrédulo. Esperó que siguiera—. Sabe que jamás hablaría de eso con nadie, lo prometieron esa tarde.

—No, cállate —le pidió el hombre, y lo notó dolido.

—La tarde en que murió la reina Adalia —continuó Abdel—. El día en que la princesa Lissaendra huyó. Ella estaba desconsolada y fuiste tras ella. Sabían que si alguien se enteraba que se había escapado estaría en graves problemas, que iban a castigarla. Pero Lissaendra estaba aterrada, no quería estar en el castillo. Tenía miedo de la muerte de su madre, de su fantasma, de las lágrimas, del dolor. Y por eso se fue. Pero tú la salvaste.

—Basta, no sigas...

—La encontraste en el bosque no muy lejos del castillo, ella estaba muerta de frío bajo la lluvia, escondida entre las raíces de un árbol. Te hizo prometer que jamás se lo dirías a nadie, y ella también prometió guardarte el secreto, de nunca decirle a nadie que abandonaste tu puesto y a tu rey por ir por ella. Por la insignificante hija menor que nadie consolaba. Ella te dijo que sería como una hija para ti.— Arnaud parecía contener las lágrimas en ese momento. Lissaendra le había dicho que si le contaba aquello quizá lo convencería que decía la verdad, y puede que funcione.

—¿Cómo es que tú sabes eso? ¿Qué clase de magia has usado para entrar en mi cabeza y averiguarlo? —decía con la voz temblorosa. Estaba dudando, Abdel lo sabía.

—No soy hechicero ni nada, así que de eso no va la cosa. Aunque sí hay mucha magia involucrada en esto. Lo que quiero decirte es que debes retractarte en tu versión, solo así podremos ganar tiempo para salir de este lío.

—¿A qué te refieres?

—Es una historia muy larga, pero si todo sale en orden, terminará bien para tu princesa. Solo necesitamos eso, ganar tiempo. Como es obvio, debes cerrar la boca.

—Podría hacerlo —le dijo—. Si lo que dices es cierto y la princesa existe gracias a la magia, puedo intentar ayudarla. Pero ya es tarde. De nada vale que me retracte, el vizconde Leblanc ya tiene suficiente información para averiguar la verdad si así le place.

—Ahhh... Eric, para variar —contestó con desagrado—. Solo promete que no dirás nada más, eso es todo. Ya nos encargaremos, Lissaendra saldrá de este lío pronto.

—¿Y cuál es tu interés en la princesa? ¿En verdad quieres ayudarla? ¿De dónde saliste?

—Demasiadas preguntas, y no puedo contestarlas todas. Te basta con saber que si quieres ayudar y salvar a tu princesa, te conviene tener la boca cerrada. ¿Quedó claro?

—Quiero hablar con ella. Si puedes hacerlo tú, yo también deseo hacerlo. Necesito comprobar que todo lo que me dices es verdad.

—Eso depende si sales de aquí, lo dejo en tus manos. Pórtate bien, y quizá la princesa pida clemencia para ti, así ordenará que te liberen.

—¿En verdad hará eso? —preguntó incrédulo.

—Puede ser, la princesa Lissaendra y Lisa se llevan bien. Una pone el cuerpo, la otra la mente. Y como quieres asesinarla... Pues no sé, colega. Eso no pinta bien, yo no tendría muchas esperanzas.

—Confío en que saldré pronto de aquí.

—Y ya te dije como. Demuestra que colaboras, no digas más, retráctate. Luego se verá. ¿Estás de acuerdo?— Arnaud se quedó en silencio unos segundos, se lo estaba pensando bien. Lo único que Abdel tenía claro era que no podía dejarlo cerca de Ariel por nada del mundo. Ese hombre la odiaba y quería vengarse de ella.

—Estoy de acuerdo —contestó con calma.

—Bien, siendo así...—retrocedió para marcharse de una vez, pero Arnaud habló una vez más.

—Espera. Tú... No lo sé, tu rostro se me hace muy familiar.

—¿Ah si? Qué bien —dijo dándole la espalda.

—¿En verdad eres de Albyssini?

—Si, bueno... Más o menos. No del todo.— No quiso contestar más, siguió de largo hacia las escaleras.

—Tu rostro me recuerda al del conde de Arcomarca —le dijo, y eso lo detuvo por unos segundos.

—Que la Luz eterna que dio vida a este mundo le devuelva la cordura, caballero —contestó antes de salir.

Eso estuvo cerca.


******************


No entendía qué mosca le picó a la duquesa, pero al final le pareció buena idea salir para el templo de la luz. Cuando las puertas se abrieran y el anda que llevaba la sagrada luz apareciera ante sus ojos quizá lograría obtener alguna respuesta sobre su destino. Linet sabía que el Dán no actuaba solo porque le diera la gana, él hacía las cosas para ayudar a Luz eterna. Quizá la creadora de Xanardul ya no estaba en el mundo, pero su luz no se había ido. Había además un espíritu ancestral que de alguna forma se comunica con ella y cumplía su voluntad. Si esa madrugada iba a recibir el brillo de energía de Luz eterna de seguro que podría tener una experiencia mística y averiguar algo. O quizá no. No estaba segura, pero lo mejor era aprovechar la oportunidad.

Idit la acompañaba, a ambas les habían dado vestidos adecuados para esa noche. Irían en calidad de doncellas para la duquesa, asistiéndola en lo que necesite. Su amiga sabía bien cómo actuar, después de todo Idit fue su doncella mientras vivió en Aucari. Ella nunca había sido doncella de nadie, pero después de pasar varios años de servicio en el templo de la Diosa creía saber cómo tenía que comportarse, o al menos lo intentaría. Así que a la hora indicada se unieron con las demás doncellas de la duquesa y salieron juntas hacia el palacio real, ahí Carine las esperaba para ir hacia el templo.

No iba a negarlo, estaba animada ese día. Esa festividad era siempre un motivo para alegrarse, y eso no era todo. También estaba el hecho de que podría ver a Ariel hacer la danza de honor de las damas. No tenía idea si luego en medio de tanto tumulto habría una forma de acercarse a ella, pero lo iba a intentar.

Ariel... Oh... Ariel. Suspiraba sin querer de solo recordar lo que pasó con ella esa tarde. Tenían que repetirlo, quizá cuando escaparan a buscar a aquel hechicero en el bosque. Linet ansiaba ese momento, deseaba con todas sus fuerzas estar con ella una vez más. Fue diferente, y amó cada instante que vivieron juntas. Su experiencia antes no había sido satisfactoria. Nunca lo intentó con un chico, apenas si tuvo un amorío con el hijo del capitán de la guardia que no llegó a nada serio. Y la única vez que estuvo con una chica fue con Elinor de Camuth, una sobrina de la duquesa de esas tierras. Las dos eran nuevas en eso, y tampoco lo disfrutaron porque tenían miedo de ser descubiertas, en especial Elinor. En cambio, todo lo que pasó con Ariel fue sublime.

Ninguna de las dos sabía mucho de sexo, sobre todo Ariel, pero igual la pasaron bien. No solo fue el hecho de lo que hicieron, sino la sensación de estar con la persona que amaba. Tenían mucho por descubrir, mucho por experimentar y sentir. Solo esperaba que hubiera oportunidad para eso, quería creer que las cosas iban a mejorar. Que de alguna forma lograría darle la vuelta al hechizo de aquella Bruja del mar, y que ella conseguiría encaminar su misión. Quizá la celebración de aquel día había logrado contagiarla de optimismo, y era mejor disfrutar esa sensación. Luego solo quedaría incertidumbre y dudas.

Llegaron al fin al templo de la Luz, y como era de esperarse, todo estaba lleno de creyentes y curiosos. Linet recordaba con claridad las celebraciones de ese día en Aucari, eran las únicas ocasiones en las que creía sentirse en paz con el mundo. Sabía que en Theodoria ya no eran tan creyentes como en el resto del mundo, pero aun así se presentó más gente de la que hubiera esperado. Había sacerdotisas del templo dirigiendo los cantos ceremoniales, eran ellas quienes decían las oraciones en voz alta para que los creyentes las repitieran y siguieran con el ritual.

Las sacerdotisas vestían de blanco de pies a cabeza, incluso llevaban un velo que impedía verles el rostro. En sus manos portaban un candelabro con una única vela que se había encendido esa mañana con fuego sagrado dentro del templo, al caer la noche ellas se acercaron a algunas personas para encender sus velas, y luego el fuego se había expandido poco a poco conforme fue llegando la gente. Pronto notó que Carine recibía su candelabro con una vela encendida, al rato alcanzaron también una vela para ella y las demás. ¿Qué tenía el fuego sagrado de diferente? Quizá era solo sugestión por todo el ambiente de ese día, pero siempre le había parecido que tenía algo especial. Que no quemaba, sino que reconfortaba. Como si calentara el alma.

Desde donde se encontraba Linet podía ver bien la entrada del templo. Para la nobleza se habilitaban tribunas exclusivas, y ella estaba al pie de la tribuna que compartían Carine, su prometido el vizconde, y el padre de este con su familia. Al lado estaba la familia real, incluido Francis. Linet moría de curiosidad por mirar y conocer al fin a la famosa reina Mirella, pero temía que Francis se dé cuenta de su presencia. Tenía que evitar problemas con él, y estaba convencida que era mejor mantener la distancia. Ni siquiera estaba interesada en arreglar lo que pasó ese día, aunque quizá debería. Tenía que hacerlo, era necesario. En algún momento tendría que decirle que deje de buscarla porque ella no podía corresponderle como esperaba. Simplemente no iba a pasar.

De pronto sonaron las quepas y todos callaron, había llegado el momento de la danza de honor de las damas. Ver aquellas quepas que hicieron sonar los sacerdotes la devolvió por un instante al templo en el que sirvió por tres años. Ahí guardaban varias de ellas, todas las sacaron de la zona de la cueva donde se encontraba el cuerpo petrificado de la Diosa. Cada templo tenía sus propias quepas. Así le habían puesto de nombre a la concha de un enorme caracol marino que solía crecer en lugares sagrados por alguna razón. Al hacerlo sonar, los sacerdotes invocaban simbólicamente al espíritu de Luz eterna. Había escuchado que las quepas del templo de la luz de Theodoria venían de la costa de la isla sagrada de Issenis. Verdad o no, aquel sonido lograba que algo en su interior vibrara. La magia podía sentirse en el ambiente.

Las damas aparecieron pronto. Linet no recordaba en qué clase de historia había escuchado que aquella costumbre empezó a hacerse popular en el mundo hace unos trescientos años, o quizá se equivocaba. Buscó con la mirada a Ariel, sería fácil reconocerla pues las damas llevaban el cabello suelto, adornado por flores blancas. Todas salían en línea recta hasta situarse frente de las puertas del templo, Linet se adelantó un poco para poder encontrar a Ariel. Y al fin la vio, cosa que solo la hizo sonreír como boba. Ahí iba ella, con ese aire inocente y tranquilo, algo nerviosa por el público, pero alegre y sonriente a la vez. Todas las damas llevaban en las manos canastillas que simbolizaban una ofrenda de la casa a la que representaban para rendir honor a Luz eterna. Y con las canastas en la mano empezaba la danza que se acompañaba por los cantos de las sacerdotisas.

Las damas avanzaban despacio y hacían una reverencia ante la puerta del templo antes de dejar las canastas en el piso. Luego se ponían de pie y se llevaban las manos a la cintura. Las voces de las sacerdotisas eran agudas, tanto que incluso parecieran imitar el canto de las aves. En el templo de la Diosa, Linet aprendió a cantar de esa manera, pero nunca pudo igualar ese nivel de perfección al que solo llegaban las hermanas más prodigiosas. Las damas se movían en su sitio, meneando la cadera suavemente mientras se apoyaban en un pie para marcar el ritmo de la música. Luego giraban sobre su sitio, primero por varias veces para luego intercambiar posiciones, siguiendo una precisión armoniosa. A continuación, elevaban los brazos hacia el cielo y giraban despacio. El acto se repetía varias veces, y en cada giro lucían sus bellas faldas blancas. Las damas empezaron a formar varios círculos, evocando el principio de eterno retorno. Poco a poco, y de una forma casi imperceptible, las damas volvían a formar una línea. Y en el último giro caían con suavidad al suelo e inclinaban la cabeza ante las puertas del templo. Las quepas sonaban otra vez, había terminado.

A Linet le hubiera gustado aplaudir para Ariel, pero no podía dejar la vela en el piso. Nadie podía aplaudir esa noche, por lo que solo se limitaron a seguir las instrucciones de las sacerdotisas. En ningún momento Linet despegó sus ojos de Ariel, y cuando las damas se retiraron para volver con sus familias antes de que empiece la ceremonia principal, Ariel pasó muy cerca de ella. Se miraron y sonrieron, le pareció notar que sus mejillas enrojecían. Estaba preciosa llevando el blanco, con esas flores en el cabello. Todas las damas bailaron bien y siguieron con precisión cada paso de la danza, pero Ariel lo había disfrutado. Se movió con gracia, fue tan bello que le pareció sacada de un sueño. Abdel le contó que esa habilidad se la dio la Bruja como parte del trato, que eso lo pagaba con dolor al andar. Un precio muy alto para algo tan efímero como una danza.

Ariel llegó pronto a la tribuna donde la esperaba la familia real, vio que Abdel se acercó a ayudarla. Solo entonces se contuvo para apartar la mirada y esconderse entre las doncellas, porque si Ariel la seguía mirando, Francis se daría cuenta de su presencia. Por un momento pensó que lograría pasar desapercibida, hasta que sintió un toque en el hombro y se giró. Era otra de las doncellas, una que estaba a cargo.

—La duquesa te requiere, ve de inmediato —le ordenó. Linet la miró extrañada, pero asintió despacio.

—Bien —contestó. Se hizo paso entre las doncellas y guardias que estaban ahí, subió por la tribuna hasta llegar donde Carine. La duquesa la miró fijo por unos segundos, y algo en su expresión le hizo creer que estaba nerviosa. Algo estaba pasando.

—Necesito que lleves esto a la tribuna real —le ordenó despacio.

—¿Qué? —preguntó con sorpresa. Carine le alcanzó un cofrecillo, y eso ni siquiera le causó curiosidad. No entendía por qué le estaba pidiendo que vaya hasta allá, y lo peor era que no podía cuestionarla delante de todos. ¿Pero cómo se le ocurría a Carine algo así? Se encontraría de frente con Francis y Ariel, eso iba a acabar en un desastre. Las quepas sonaron otra vez, en cualquier momento se abrirían las puertas y Carine le salía con esa locura, no lograba entenderlo.

—Lleva esto, y entrégalo en manos de la reina —ordenó otra vez Carine—. Es urgente.

—Su gracia, disculpe. Pero yo...

—Linet —le cortó brusca, aunque de inmediato buscó su mirada y moderó la voz—. Haz lo que te pido. Todo va a salir bien.— Lo sabía, la duquesa se traía algo grave entre manos. Mientras la miraba a los ojos tratando de encontrar la respuesta, Linet sintió algo más raro. Una fuerte presencia que se le hizo muy familiar. Eso ya lo había vivido.

—Voy —contestó despacio. Iba ya a ponerse en marcha cuando otra fuerte voz se hizo escuchar sobre todas las demás.

—¡De pie todos para la gran oración! —anunció un sacerdote y de inmediato todos obedecieron, incluyendo Carine.

—Rápido —murmuró la duquesa, y Linet asintió. Tomó aquel cofre y empezó a caminar hacia la reina. La atención de todos estaba puesta en el templo, en el momento de la gran oración, apenas si la vieron pasar entre la gente. Linet avanzó lo suficiente para ver a todos los miembros de la familia real de espaldas. Ariel al lado de Francis, el rey y la reina al centro. El corazón empezó a latirle con rapidez, sentía las manos sudorosas. Algo importante estaba por pasar, lo sabía.

—¡Oh Gran Espíritu! —empezó a decir aquel sacerdote—. Cuya luz vemos en el cielo, cuya voz oímos en los vientos, cuyo aliento dio vida al mundo, ¡escúchanos! Somos pequeños, somos mortales, necesitamos tu fuerza. Déjanos caminar entre la belleza de la creación, que nuestros ojos contemplen el amanecer. Haz que nuestras acciones respeten las cosas que has creado, deja que nuestros oídos escuchen tu voz en la naturaleza. Danos la sabiduría para entender las cosas que has hecho para nuestro pueblo. Déjanos aprender las lecciones en cada hoja, en cada piedra. Danos fuerza, no para dañar a nuestros hermanos, sino para luchar contra tus enemigos. Haz que siempre estemos listos para acudir a ti con el alma limpia. Así, cuando nuestras vidas se desvanezcan como el sol en el ocaso, nuestras almas puedan acudir a ti sin vergüenza.

—¡Que así sea! —gritaron todos a la vez en respuesta a la oración. Las puertas del templo estaban por abrirse, Linet se sentía rodeada de energía. De Luz eterna, y de aquel. Si, del mismo Dán. Él estaba ahí, lo percibía, lo sentía rodeándola. Él guiaba sus pasos en ese momento, él le dijo sin palabras que siga adelante. Sin entender cómo, Linet caminó sin que nadie la detuviera hasta llegar a situarse cerca de la reina. Era ella, todo eso se trataba de ella, y la energía que la rodeaba nunca fue tan fuerte como en ese momento. Ni cuando conoció a su danae Idit se sintió así, aquello era lo más intenso que había vivido jamás.

—Tú, fuente de luz —dijo el sacerdote.

—¡Despiértame! —exclamaron todos a una sola voz.

—Conéctame a ti. Fuente de vida —dijo una sacerdotisa. Linet sabía que en ese momento las voces se iban a intercalar. Hombres, mujeres. Y finalmente sería una sola. Fue capaz de pensar eso cuando la reina se giró. Y cuando el Dán parecía posarse en sus hombros.

—¡Enciende mi alma! —exclamaron todas las mujeres presentes.

—Camino de luz —continuó el sacerdote.

—¡Nunca te apagues! —respondieron los hombres. La reina se había girado, y notó su presencia. Bastó con mirarla a los ojos para saber que ella estaba sintiendo en ese instante lo mismo que ella. Que las dos estaban conectadas.

—Protégeme —dijo la sacerdotisa.

—¡Dame tu fuerza! —contestaron las mujeres.

—Despierta, Luz eterna.— El ritual estaba acabando, y eso lo dijeron ambos a la vez.

—¡Despierta! —replicaron todos en una sola voz. Incluyendo ella y la reina.

Le pareció que en ese momento Francis notó que su madre miraba hacia atrás, que él y Ariel se giraron a ver qué pasaba. Pero fue también en ese preciso instante que todo empezó. Cuando las voces callaron, una extraña energía que bien conocían los creyentes rodeó todo el lugar. O un viento quizá, una curiosa coincidencia, dirían los ateos. Pero aquel viento apagó casi a la vez todas las velas del fuego sagrado. Ariel, que nunca había vivido eso, soltó un respingo y miró asustada a los lados. Ella también lo sentía. Porque en cuanto se apagaron las velas, las puertas del templo se abrieron y alrededor el mundo parecía detenerse. La luz blanca e intensa iluminó los rostros de todos los presentes, y aunque para muchos no era la primera vez que eran testigos de ese prodigio, nunca dejaba de ser majestuoso. El silencio era tal que pareciera que todos se hubieran quedado sin respiración.

Linet se esforzó por mantener los ojos abiertos mientras la luz del templo caía sobre su cuerpo, mientras sentía que toda ella, sin ser una bruja, estaba cubierta de magia. El anda con la luz sagrada salía del templo, y todos los testigos dejaron caer los candelabros al piso mientras alzaban las manos. Las primeras en elevar la voz para el canto ritual fueron las sacerdotisas, algo que hizo que se le erizara la piel. No entendía la razón, pero las lágrimas llegaron a sus ojos. Era la fuerza de Luz eterna, era la energía del Dán. Era el saber que nunca esperó ese momento, pero acababa de suceder y fue maravilloso. Los ojos de la reina Mirella también tenían lágrimas, porque en ese instante ellas eran una sola. Sus mentes, sus almas, sus ideas. Todo. Eran Dhan.

Se sentía en un limbo indescriptible. Ya ni escuchaba los cantos sagrados, apenas si veía la luz del anda. Todo alrededor de ella no existía. Solo eran la reina, Luz eterna, el Dán y ella. Las estaban marcando para siempre, el Dán se manifestó y habló. Ya estaba hecho.

"Linet, ella es tu dhan. Es tu destino, tu futuro, tu misión. Son dhan"

No fue necesario que diga más. La marca quedó grabada en su alma, cuando el espíritu hablaba no había forma de detenerlo. Y así como ella escuchó esas palabras, la reina también. Lo sabían. Sus vidas se unían a partir de ese momento.

Luego sucedió algo aún más raro. Algo que estaba segura no era normal, dentro de lo que se podía, considerando que estaban rodeadas de energía mágica. Pero el Dán habló otra vez, y no solía hacer eso. Su voz, que siempre era extraña, la sorprendió aún más. Ni femenina, ni masculina. Solo era. Ni neutra ni fuerte. Solo intensa. Existía así, con la voz. Y le ordenó a ella que hablara sin voz.

"Hablen ahora", le dijo. Nada más. Y no supo ni qué hacer, pero la reina sí. La reina sí que habló.

"Eres mi dhan", escuchó una voz en su cabeza. La voz de la reina que la miraba en ese momento.

"Lo soy", contestó. Se asustó de sí misma, de lo que estaban haciendo. Hablando mentalmente como si fueran brujas. Como si fueran capaces de usar magia mental. Imposible.

"Y eres la princesa Adira Linnette de Aucari", le dijo la reina. Y no quiso contestar. Sabía lo que iba a pasar cuando lo hiciera, por eso ocultó su identidad tanto tiempo. No quería contestar, no podía. Pero tuvo que hacerlo. No podía mentir, no podía ocultar nada. No ante la luz sagrada del templo.

"Así es", contestó sintiendo que temblaba. El Dán seguía ahí, pero se había apartado lo suficiente para que su enorme presencia la dejara percibir los sonidos del mundo. Las voces de la gente cantando, los ícaros sagrados de las sacerdotisas. Y la presencia de otras personas. De Ariel. De Francis. Sabía, o presentía, que para el resto del mundo quizá apenas habían pasado segundos sin importancia. Que luego algunos guardias se preguntarían confundidos cómo no vieron llegar a esa doncella impertinente que interrumpió a la reina en pleno ritual y la hizo girarse. Pero nada más. Nadie vio nada más. Nadie podía intuir lo que habían vivido. Lo que estaban viviendo. La reina y ella se miraban, sabían que les quedaba poco tiempo. Que aquel prodigio iba a acabarse. Solo hubo tiempo para decir algo más.

"Entonces la suerte está echada", le dijo la reina por último. Ella ya no pudo contestar, la magia se les esfumó. Linet tragó saliva.

Ella sabía lo que quiso decir la reina. Quizá ya no necesitaba ir donde Santhony Dulrá a averiguar lo que el Dán deseaba, porque ya le había quedado claro. El destino de la princesa Adira acababa de ser trazado.


Este podría ser el cielo

Este podría ser el cielo para todos

En estos días de calma reflexión

Tú vienes a mí y todo parece ir bien

En estos días de fríos afectos

Te sientas a mi lado y todo está bien (*)


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(*) Heaven for everyone – Queen

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Ustedes en shuuk viendo la notificación de actualización un jueves 

¡Hola, hola! Surprise! XD Yo tampoco me esperaba actualizar rápido, lo que hacen las vacaciones y el tiempo libre xddd lo bueno es que conseguí hacerlo antes de salir de viaje, que es hoy más tarde y no he terminado de hacer la maleta kjsfjksjk Pray for Katie.

Ahora vamo al capítulo porque.... ¡Ah, no saben cuánto deseaba llegar a esto! Para quienes también leen Memorias de Xanardul saben que el momento en que las dhan se conocen es muy importante, tal como pasó en esa historia <3 Y ya tocaba que pase aquí. 

Muchas cosas van a cambiar a partir de ahora. Linet ya cree saber cuál es el camino que debe tomar para seguir su misión, ¿de qué creen que se trata? Y por otro lado tenemos a Abdel, que también tiene sus secretos. ¿Teorías?

En general a mí me gustó escribir el capítulo, y espero que también les haya gustado leerlo. Principalmente por las experiencias místicas y religiosas que se describieron, espero se haya logrado trasmitir eso, no sé si lo logré, espero que sí. 

Actualizaré la otra semana también, aunque no tan pronto como ahora ya que andaré fuera. Lo más seguro es que sea el fin de semana como siempra <3

¡Hasta la semana que viene!




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