21.- Carine era peor de lo que se pensaba
Porque estoy parada en una nube
Cada vez que estas alrededor mío
Mi tristeza desaparece
Cada vez que tú estas cerca (*)
Theodoria
—Es que no es la más bella de las mujeres del reino, ni siquiera es la mujer más hermosa que he conocido. Pero tiene un "no sé qué". Tiene algo diferente, no puedo definir qué, pero ese "algo" me tiene loca. La cuestión es simple y tormentosa: No puedo sacarla de mi cabeza, no dejo de pensar en ella, y solo mirarla no me basta.
Carine suspiró hondo. Apoyó sus brazos en el balcón y se inclinó para verla mejor. Ella estaba en un lugar privilegiado del castillo con vista directa hacia el patio principal, ahí donde se realizaba la ceremonia por el nacimiento del fundador de Theodoria. El primer rey se llamó Theodor Egarste, y fue quien unificó todos los señoríos de la zona hacía más de mil años. El rey Theodor, se decía, fue del linaje de los sangre de dragón. Y claro, todos su descendientes tenían sangre de dragón. Se suponía que ella también.
—Carine —habló Eric al fin después de un rato de silencio—, no entiendo por qué rayos me estás contando eso a mí. Déjame ver si entendí. ¿Le tienes ganas a la prometida del príncipe? ¿Es eso? Y se lo dices como si nada a tu prometido.
—Si, es eso —contestó sin perder la paciencia.
Eric fue a la ceremonia por cumplir el protocolo, porque estaba segura que no quería verla para nada. Y ella tampoco, en realidad ni lo hacía. Su vista estaba enfocada solo en Lissaendra de Albyssini. No podía dejar de mirarla.
—No puedes estar hablando en serio, ¿cómo tienes el descaro de hablarme de esa manera? Es la novia de tu primo, ten más respeto.
—Ay, Eric. Cállate un poco y vete al cementerio a pasar el rato.
—¿Por qué iría al cementerio? —Preguntó él confundido.
—Para que termines de enterrar tu dignidad de una vez. Me aburres, muchacho. No se te puede decir nada a ti. No veo la hora en que nos casemos para terminar con esto —contestó fastidiada.
La ceremonia seguía, algo que la aburría también. La familia real sentada frente al árbol sagrado que plantó el rey Theodor, y frente a ellos, el hechicero que recitaba los cantos épicos de sus hazañas. ¿Por qué no le arrancaban las orejas mejor?
—¿Ahora quieres casarte conmigo? Hazme el favor —replicó Eric, también parecía molesto. Esos dos no se toleraban y todo Theodoria lo sabía.
—Claro que sí. Apenas tengamos unas semanas de casados morirás misteriosamente. Que Luz eterna te acoja en su gracia —le dijo tranquila. Ni siquiera se molestó en mirar a Eric, sabía que quizá su expresión en ese momento era de horror.
—Acabas de amenazarme de muerte.
—Si.
—Y ni siquiera te molestas en negarlo.
—No, ¿para qué? ¿Quieres ser duque Berbard? Ah pues lo siento, cariño bonito. Te mueres a las semanas y punto, no voy a soportarte mucho tiempo.
El canto épico sobre la fundación de Theodoria acabó al fin, gracias a todos los espíritus de este mundo. La familia real se puso de pie, y Lissaendra también. Francis le tendió la mano para ayudarla y ella la tomó con delicadeza. Llevaba un guante blanco, pulcro, finísimo. Carine suspiró otra vez.
—Ay, linda criatura. Quién fuera esa tela de guante para tocar sin pudor tu piel...
—¿Solo la piel de las manos? Qué aburrida resultaste —le dijo Eric con toda la cizaña posible. Ese tipejo cada vez estaba más antipático.
—Tienes razón, debería estar alucinando con ser la tela de sus calzones.
—Carine, deja de ser tan ordinaria —le dijo disgustado.
—Y tú deja de aburrirme. Cielo, si en verdad quieres durar en mi vida más de dos semanas vas a tener que empezar a esforzarte. Si me sirves de adorno y entretenimiento quizá reconsidere concederte más tiempo para vivir.
—Ah, claro que sí. ¿Cómo negarme a complacer a la duquesa Berbard? Me ha concedido la gracia de convertirme en su mascota, no puede haber mayor honor que ese.
Estaba siendo sarcástico. Pobre hombre, de a ratos le daba pena tratarlo así, pero no podía evitarlo. Casarse con él sería un error que acabaría en tragedia. Para Eric, obvio.
—Ya tengo mascotas, Eric. Y al menos tienen gracia, no hablan y no estorban. Vas a tener que inventarte una mejor estrategia si quieres vivir, ya te dije. Anda pensando una forma, te quedan unos meses aún.
—Carine, en serio no puedo creer que me amenaces tan a la ligera. ¿Está todo bien contigo? ¿Qué tienes en la cabeza?
—Eso es fácil de responder. Si, está todo bien. Y en mi cabeza solo está... —Una vez más su mirada se perdió en Lissaendra de Albyssini. En su bello cabello rojizo, sus mejillas suaves, sus labios provocadores. No se perdía uno solo de sus movimientos.
—Ella —completó Eric, y Carine solo asintió—. No te culpo, es bella. —Apenas lo escuchó hablar, la duquesa se giró. Hacía buen rato que no lo miraba, así que Eric quedó sorprendido al verla girar y notar sus ojos furiosos.
—Oye, mascota. Quita tus ojos de la princesa, no te atrevas.
—Por supuesto —contestó él serio—, es la prometida de Francis, y nuestra futura reina. Jamás ha pasado por mi cabeza nada de lo que te imaginas.
—¿Lo que imagino? Qué vas a saber tú —respondió ella con desdén.
—Ay, por favor. Hace unos minutos dijiste que querías ser la tela de sus calzones.
—¿Eso lo dije y no lo pensé? Rayos, me había olvidado que eras una mascota parlanchina. Y solo para que lo sepas, no tienes que repetirme lo evidente. Ella será la esposa de mi querido Francis. Y para su buena fortuna acá la pasará mucho mejor que en ese reino abominable de Albyssini. Acá al menos tendrá algo de libertad, y creo que Francis será bueno con ella. Quizá hasta llegue a amarla.
Aquello lo dijo en voz baja, como si hablara consigo misma. Decir eso le hizo sentir una punzada de dolor que jamás imaginó sentir. No quería. Se le hizo insoportable imaginar a esos dos enamorados.
—Ah, bueno. Si se trata de eso ni siquiera tienes que preocuparte. Francis ya está enamorado de otra.
—Espera, ¿qué? —Se giró para verlo otra vez. Le pareció notar que Eric hasta sonreía de lado por haber captado su atención—. Desembucha, mascota.
—Creo que ya encontré la forma de mantenerme con vida unos meses más —dijo él mientras levantaba un poco la mano y se miraba las uñas en un gesto altanero—. Si, supongo que puedo ser proveedor de chismes.
—Solo cuenta ya. Cuéntalo y exagéralo todo —pidió muy interesada.
—Supongo que has escuchado la historia de Francis cuando sobrevivió al naufragio —ella asintió—. Pues la sacerdotisa que lo rescató es bastante linda. Pasaron unos días juntos, él le ha conseguido la libertad, se escapó dos veces para verla.
—No me jodas, ¿el anormal este se ha enamorado en tres días o qué? No, en serio no sé a quién ha salido tan enamoradizo el niño, cada vez se pone peor —dijo entre sorprendida e indignada.
—Él dice que no, pero está encaprichado con ella. Igual es algo imposible, nadie sabe donde anda esa muchacha o si de verdad salió del templo. Y no creo que la reina la deje entrar aquí, es el tipo de contacto que la corona quiere evitar, por más que la chica haya salvado a su hijo.
—Si, eso es cierto. No sé de qué me sirve ese chisme, así que gracias por nada. Mejora tus habilidades como mascota chismosa, creo que vas por buen camino —le sonrió de lado.
Abajo, en el patio central, la ceremonia en memoria del rey Theodor había terminado por completo. Esos días eran festivos en Theodoria, y aquello fue solo una especie de inauguración de la temporada. Le esperaban varios días llenos de fiestas, bailes y otras festividades. Sin duda era su época favorita.
—De nada, supongo —contestó Eric.
Carine dejó de prestarle atención, su mirada fue a Lissaendra otra vez. Siguiendo el protocolo de la ceremonia, la familia real se retiró a sus aposentos. Francis ayudaba a caminar a la princesa, ella siempre iba a paso lento. Carine sabía que era una secuela del naufragio, que por eso le dolían las piernas al andar. No tenía idea qué clase de accidente pudo causar algo como eso, pero estaba decidida a averiguarlo. En realidad, lo que quería era ayudarla. Porque se moría de pena cuando notaba el dolor reflejado en los ojos de la pobre cada que daba un paso.
Ni siquiera se molestó en despedirse de Eric, dejo a su supuesto prometido atrás y caminó hacia el interior del palacio. No vería a nadie de la familia real hasta la hora del almuerzo, y no estaba segura si presentarse en las habitaciones de la princesa. Primero tendría que inventarse alguna excusa que sonara decente y no parezca una loca acosadora. O sea, lo que era en realidad.
Carine nunca podría olvidar el día en que conoció a Lissaendra. Estaba ella sentada en una de las habitaciones de su castillo comiendo algún dulce, cuando un guardia le fue con el chisme. Todas las personas que estaban a su servicio conocían bien su gusto por estar enterada de cualquier cosa que sucediera, o mejor dicho, su debilidad por el chisme y el drama. Así, como quien no quiere, Carine se dio cuenta que tenía toda una red de espionaje a su disposición. Las noticias nunca paraban de llegar, y eso la mantenía entretenida. La duquesa lo sabía todo, y por supuesto que se enteró antes que el castillo real de la llegada de Lissaendra de Albyssini a Theodoria.
Para la duquesa, esa muchacha ya estaba muerta. Ni bien se supo del naufragio ella estuvo segura que no había sobrevivientes. Así que enterarse que la princesa apareció en el mismo templo donde tiempo atrás Francis fue a dar a causa de la marea le pareció la cosa más anormal del mundo. Y se suponía que ella no creía en dioses ni deidades. Se suponía. Porque ella sabía que esas cosas eran reales, que los grandes espíritus podían estar ocultos, que los dioses ya no tenían cuerpo físico como antes. Pero era verdad, aunque la corona se empeñara en negarlo. Todo aquello tenía algo de extraño. Un designio divino, quizá. Lo de Francis ya había sido bastante extraño, que sucediera otra vez solo podía calificarse como milagro.
No perdió el tiempo, se puso un buen vestido y pidió que alistaran su carruaje para ir al castillo a recibir a la princesa, quería verla con sus propios ojos. Al llegar le informaron que Francis y la princesa ya estaban ahí. Si quería verla iba a tener que esperar a la cena. Fue paciente, pero la curiosidad pudo más. Incluso se ofreció a ir a buscarla como gesto de buena voluntad. Casi se mata de risa con el gesto asesino que le hizo la reina Mirella aquella vez, ella la conocía muy bien y su mirada de advertencia bastó para que le quedara claro que no podía incomodar a la recién llegada y menos hacerle alguna jugada que la pusiera nerviosa.
Ella estaba segura que una vez que lograra saciar su curiosidad se iba a aburrir de la princesa, ya hasta estaba lamentando haberse ofrecido a ir por ella, quizá luego se vería forzada a hacerle compañía a todos lados. Eso se arreglaría rápido, Carine era experta espantando a las personas.
La primera sorpresa fue que en la sala de recepción la recibió un hombre, un siervo de la princesa llamado Abdel que también había sobrevivido al naufragio. Le pareció agradable y se atrevió a sonreírle un poco a ver si el tipo le servía de entretenimiento luego. Este no la ignoró para no ofenderla, pero tampoco parecía dispuesto a convertirse en la mascota temporal de la duquesa. Entonces el siervo pasó la voz a las doncellas que atendían a la princesa, y minutos después Lissaendra de Albyssini apareció ante sus ojos.
Se quedó sin aliento. Ya se lo había dicho a Eric, ella no era la mujer más bella que había conocido, pero tenía "algo". Quizá fue su andar lento, sus ojos inocentes, su sonrisa tierna. La chica tenía un encanto especial que la dejó impactada. Se veía tan bella con ese vestido azul que le pusieron que hasta se le escapó un suspiro. La princesa se acercó a paso lento hacia ella, y Carine pensó que se iba a poner a babear ahí mismo. Lissaendra la miraba a los ojos, como esperando que dijera algo, que saludara. Y solo entonces reaccionó, se inclinó en señal de respeto y se presentó como la prima de Francis. Fue todo un gusto acompañarla esa noche al salón privado de la cena. Más que eso, todo un placer. La princesa desprendía un olor exquisito, y cuando sin querer rozó la piel de sus brazos se sintió encantada por su suavidad. Ese día quedó prendada.
Se había enterado que la princesa no podía hablar luego del naufragio, se entendía que tuviera problemas para comunicarse. Solo que habían cosas que no cuadraban. Una cosa era perder el habla, otra olvidar cosas simples como la etiqueta. Una princesa como ella debió ser educada desde muy pequeña en esas normas, eran cosas que una jamás olvidaban porque formaban parte del estilo de vida que llevaba. Sin embargo, la princesa parecía olvidar cosas básicas en la mesa. Algunas las recordaba pronto, y se excusaba sonriendo con inocencia. Quizá en otra persona eso le hubiera molestado, pero a Carine le encantó su torpeza. Se le hizo aún más linda.
No podía estar todo el día metida en el castillo real, pero cuánto le gustaría. No podía evitarlo, no hacía otra cosa que pensar excusas para visitarla y estar a su lado. Con las fiestas tendría más oportunidades de verla y acompañarla, al menos eso la animaba. Le hacía ilusión saber que pasaría mucho tiempo con Lissaendra, pero a la vez se sentía tonta e infeliz. Trataba de no pensar en eso, quería disfrutar de las sensaciones que se manifestaban cuando la tenía cerca. Contemplarla con calma, suspirar con discreción, fantasear con ella. Pero, ¿de qué servía eso? Ella era todo lo anhelaba, y sabía que jamás la tendría. Que su querida princesa iba a casarse con su primo, y que nunca tendría oportunidad con ella.
Eso nunca le había pasado con otra mujer. Si le gustaba, simplemente lanzaba la carnada esperando que mordiera el anzuelo. No tenía miedo de insinuarse y seducir, le traía sin cuidado lo que pensaran de ella. Pero algo en Lissaendra la detenía. Quizá era ese aire de pureza que tenía. A Carine le parecía inalcanzable. Era como sagrada, y sentía temor de profanarla. Quizá era mejor solo observarla, no podía aspirar a nada más. Carine intentaba convencerse de eso, y se esforzaba en apartar de mente el pensamiento tortuoso de que la princesa jamás la querría, ese pequeño detalle doloroso.
Mientras caminaba, Carine pensó en una excusa para ir por Lissaendra. Con todas las festividades que se venían, ella sería perfecta para contarle más sobre las costumbres y el protocolo, así la princesa no se sentiría perdida. Se dio la vuelta y buscó el pasillo que conducía a la zona donde la princesa descansaba. Tras ella iban sus dos doncellas de siempre. Le gustaba tenerlas cerca, porque eran buenas proveedoras de chisme. Así que ahí andaban, caminando tranquilas, hasta que escucharon pasos ajenos. Alguien iba hacia ella. La duquesa se giró y vio a una de las doncellas de la reina Mirella. La muchacha se inclinó ante ella, así que no le quedó otra que detenerse.
—Duquesa, mi reina me envía a buscarla. Quiere verla en su biblioteca personal —le informó.
—¿Y mencionó la reina para qué me necesita?
—Para tomar el té, no dijo más. —Carine asintió sin ganas. No podía negarse a ir con la reina, y sabía muy bien que iban a hacer cualquier cosa menos tomar el té. Algo se traía entre manos su querida reina.
—Está bien, voy de inmediato. Andando —les dijo a sus doncellas y ellas la siguieron.
Cambió la ruta, para llegar a las habitaciones de la reina había que ir al otro lado del castillo. En lo personal, Carine no considera el castillo real su lugar favorito en el mundo. Lo único que tenía bello eran las terrazas que daban hacia el mar, y dos salones para bailes. Lo demás era muy tétrico y oscuro. Su tío Emmanuel no era gran amante de las cosas bellas ni del arte, así que todo era muy sobrio y aburrido para su gusto. Otra zona linda del castillo eran las habitaciones de la reina, todo muy bien iluminado y adornado con finos tapices. No era muy ostentoso para no contradecir los deseos del rey, por supuesto.
Sabía que Mirella odiaba tener que seguir los designios de su rey, pero también sabía que ella siempre se las arreglaba para imponer sus políticas. La gente rumoreaba que en realidad era la reina quien gobernaba Theodoria, y Carine estaba de acuerdo. Su tío hacia lo que Mirella le pedía, solo que ella se las ingeniaba para hacerle creer en realidad eran sus deseos. Por supuesto, no siempre funcionaba. El rey tomaba decisiones sin consultar a nadie y no había nada que lo hiciera cambiar de opinión. A Mirella solo le quedaba suavizar esas políticas radicales por el bien de todos.
Llegó al fin a la biblioteca de la reina, y tan pronto estuvo frente a ella, todas las doncellas fueron despedidas. Solo una persona se acercó a servirles el té y luego se fue. Así que se trataba de un asunto serio y secreto. Lo peor era que, considerando en dónde estaba su mente, le resultaba difícil concentrarse.
La reina empezó a hablar, pero Carine pensaba en la princesa. Intentaba prestarle atención, pero sus palabras cada vez se entendían menos, porque en su cabeza solo había espacio para una persona. Por alguien de quien jamás tendría nada. Carine se llevó la taza a los labios, había dejado de escuchar a la reina mientras bebía. Hasta empezó a imaginar la gloria que sería besar esos tiernos labios. Entrecerró los ojos y se permitió alucinar ese momento. Suspiró, no se contuvo. Y la reina se dio cuenta que estaba en las nubes.
—Carine, ¿se puede saber qué rayos te pasa? —Le preguntó muy seria—. ¿Siquiera has escuchado algo de lo que te dije?
—Ajá, sobre las mujeres de Aucari —contestó mientras bebía un poco de su té.
—¿Me puedes decir qué pasa por tu cabeza? —Carine la miró de lado, pero seguía bebiendo el té. No sabía qué decirle—. Habla de una vez, es una orden.
Bueno, ya que insistía, entonces iba a contarle. Carine dejó despacio la taza sobre el plato y la miró. Dudó unos segundos, quiso pensar en las mejores palabras para decirle aquello, pero al final se decidió a soltarle lo primero que pasó por su mente.
—Me quiero coger a tu nuera.— La sorpresa de Mirella duró apenas dos segundos. La miró sin parpadear y luego bufó.
—Oh, por favor. No vayas a empezar, Carine —le dijo fastidiada.
—¿Qué? Es inevitable. La princesa es linda, lo extraño sería que no me la quiera comer.
—Te metes con quien te da la reverenda gana, y ahora vienes a encapricharte con esa muchacha. Hazme el favor.
—No es un capricho, me gusta —aclaró. La reina parecía sorprendida.
—Como sea, quiero que mantengas tus manos alejadas de ella. Es la prometida de mi hijo.
—Tu hijo se quiere coger a una sacerdotisa del agua. Yo creo que podemos llegar a un acuerdo pacífico. Él puede tener de amante a la mujer esa, y yo le consuelo a la esposa. Todos felices y nadie sale herido —bromeó. No le quedó de otra para que la reina no notara que en realidad vivía babeando noche y día por Lissaendra.
—¿De dónde sacas eso de la sacerdotisa y mi hijo?
—Ya sabes, tengo mis fuentes.
—Siempre supe que esa estupidez de conseguir el permiso real para la sacerdotisa en señal de agradecimiento era solo una excusa. Era obvio lo que Francis quería en realidad —dijo con algo de molestia. No con ella por irle con el chisme, sino por el chisme en sí—. No entiendo lo que quiere este muchacho, ¿qué es lo que le pasa? ¿Liberar a una sacerdotisa para tenerla como amante? Yo no lo he criado así.
—Es hombre, querida. No le exijas cosas más allá de "no ser básico" —le dijo haciendo las comillas con los dedos.
—Pues ya es bastante básico y ordinario que de pronto quiera tener una amante.
—Mirella querida, no he dicho que la quiera de amante, solo que está enamorado de ella. Ya sabes lo sentimental que es Francis, quizá no vaya más lejos.
—Más le vale —dijo amenazante—, porque no voy a tolerar que venga con esas estupideces a estas alturas de la vida.
—Vaya, vaya. Diría que defiendes mucho a tu nuera, ¿no estabas en contra de ese matrimonio?
—Claro que lo estoy, Carine. Emmanuel comprometió a Francis con esa muchacha solo por molestarme, ¿no has visto lo contento que está? La pobre es la encarnación de la inocencia, sumisa y obediente. Justo la esposa que quiere para su hijo, no tolera la idea de que se case con una mujer de decisión.
—Como tú.
—Si, exacto. —Mirella tomó un poco de su té. De eso ya habían hablado muchas veces, y el tema del compromiso con la princesa de Albyssini la seguía molestando—. Como sea, Lissaendra no tiene la culpa. Es solo una chica, un instrumento del que otros se valen para lograr lo que quieren. Me da pena, y espero pasar más tiempo con ella para despertarla.
—De eso me puedo encargar yo, ya sabes —sonrió de lado, la reina suspiró.
—No empieces, deja a la princesa en paz. Ahora quiero que te concentres, te estaba hablando de Aucari.
—Si, ya sé. Continúa.
—Lo último que supimos es que nuestros contactos lograron ayudar a las prisioneras a fugarse.
—Exacto. Te dije que teníamos que soltar más oro para que nos colaboren y no quisiste escucharme. Te has puesto igual de avara que Emmanuel.
—Shhhh... no me saques eso en cara ahora. En fin, sacamos a las rebeldes. ¿Cómo me dijiste que se llamaba la mujer que contactaste?
—Idit.
—Si, ella. ¿Tienes novedades de la muchacha? ¿Ha hablado de su líder?
—Si, y no. Si sé que ha contactado a la líder revolucionaria, pero no ha dicho más. No sabemos quién es, no quiere decirlo. Aún no confía lo suficiente en nuestros contactos. Han aceptado nuestra ayuda porque la necesitan, pero siguen siendo cautelosas.
—Claro, es lógico —dijo la reina pensativa—. Necesito hablar con esa Idit, y quiero que estés presente. Así que envía ese mensaje con nuestro contacto. Estamos dispuestas a revelar nuestra identidad y seguir ayudándolas, pero tengo que conocer a esa chica.
—¿Y por qué tanto apuro y necesidad?
—Porque quiero saber si la líder es mi Dhan.
—Ohhh... ya entiendo. Yo ya no te basto —dijo fingiéndose afligida, hasta se llevó una mano al pecho.
—No seas estúpida, eso no tiene nada que ver.
—Ya sé, mi reina. Era bromita —le guiñó el ojo, Mirella solo suspiró. Carine estaba segura que la única razón por la que la reina la aguantaba era porque ella era su danae. Su escogida para servirla hasta el fin de sus días.
Era gracioso que la reina de Theodoria, que se fingía atea y complaciente con los deseos de su esposo de erradicar las religiones, sea en realidad una escogida de un espíritu sagrado llamado Dán. Mirella fue escogida desde muy joven. Él la habló, la hizo una Dhan, y movió sus fichas para lograr que sea reina de Theodoria contra todo pronóstico. La puso ahí con un propósito y este se manifestaba de forma lenta y misteriosa. Después de todo, para los espíritus ancestrales no existe el tiempo de la misma forma que para la humanidad, así que a el Dán le importaba bastante poco que su escogida ya sea una mujer madura. Ella tenía que servir hasta el último de sus días en el mundo.
Los años habían pasado y Mirella ya tenía más clara su misión. Crió al futuro rey de Theodoria como un hombre justo, diferente a los anteriores reyes. Ella sabía que tenía que preparar a Francis para que sea el rey sabio que las naciones necesitaban, porque ese era su plan supremo. Algo que ni siquiera estaba en la mente del rey Emmanuel ni de nadie. Lo que Mirella quería hacer era unificar Aucari y Theodoria. Para eso tenían que vencer la tiranía del país vecino. Ahí era donde entraba ella.
Carine nunca se consideró una mujer religiosa ni creyente, pero el día que le presentaron a Mirella escuchó la voz de un ente sobrenatural que le habló al oído y le dijo que su misión sería servir a la reina. Luego supo que aquel espíritu le dijo a Mirella que había escogido a Carine para ayudarla. Como se decía desde tiempos antiguos, eran Dhan y Danae. Dhan, la escogida. Danae, su sierva. Tenían una conexión especial, confianza y mucho afecto.
Carine admiraba a Mirella, y Mirella la adoraba a ella. Lo que tenían era un vínculo que nada ni nadie podría romper, y si la reina tenía que derrocar a los tiranos de Aucari ayudando a la revolución de mujeres, entonces que así sea. Carine la iba a seguir hasta el final con eso.
Era un asunto delicado y que manejaban en secreto. Hacía años que la reina Mirella envió agitadoras al reino de Aucari, gente que captó la atención de las mujeres de clase baja para empezar un levantamiento. Pero aquello se expandió rápido, pronto ya no fueron necesarias las personas que envió. La rebelión llegó a la clase media y las burguesas, hasta llegar a las esferas más altas del reino. Algunas mujeres nobles empezaron a apoyar a la causa y a financiar a las líderes del movimiento. Lo que empezó con algunas revueltas acabó por ser toda una revolución.
Mirella y Carine se encargaron de enviar armas y dinero a escondidas a las líderes, las cosas marcharon bien un tiempo. Pero el miserable rey de Aucari contraatacó con todas sus fuerzas y aplastó la revolución. Descubrió a las cabecillas y a la líder. A esa la capturó y la envió a algún lugar como prisionera, a sus compañeras las encarceló y advirtió que las mataría a todas si intentaba escapar.
Para Carine, aquello no tenía mucho sentido. ¿Por qué no aplastó y ejecutó en público a su enemiga? La identidad de la líder seguía siendo un secreto, pero la duquesa sospechaba que la única razón por la que el rey no mató a esa mujer fue porque quizá estaban emparentados. Un rey supersticioso como él jamás mataría a alguien que fuera sangre de su sangre.
Los años habían pasado, y para desgracia, la revolución se fue apagando. Sin su líder y con las cabecillas capturadas, la represión se hizo más fuerte. Pero durante ese tiempo Carine y Mirella se encargaron de poner espías en Aucari que averiguaran dónde tenían prisioneras a las cabecillas revolucionarias y que las liberaran. Solo entonces ellas podrían recuperar a su líder. El único contacto que tenían para llegar a ella era esa joven Idit, por eso la reina insistía que era mejor presentarse ante ella, demostrarle su apoyo, e insistir para que las llevara a la líder de la revolución. Solo entonces podrían retomar la lucha por el bien de todas y todos los aucaricos. Si bien era cierto que la lucha empezó por y para las mujeres, con los años los hombres también se habían sumado. Si la líder volvía, la llama de la revolución se encendería otra vez y ya nada podría pararla.
Ah, pero esa era la parte mundana. La parte mística era lo que Mirella pensaba sobre la misteriosa líder de la revolución de mujeres de Aucari. Ella creía que esa mujer era también una escogida del espíritu ancestral. Que las dos eran Dhan, y por eso tenían que conocerse, unir sus fuerzas, y actuar conforme a lo que esa entidad deseaba. Carine creía que eso era bastante posible, así que solo quedaba presionar un poco a Idit para que colaborara.
—Carine, ya sabes lo que tienes que hacer —continuó la reina—. Apenas tengas respuesta de esa joven, me avisas. Concertaremos una reunión secreta en alguna de tus propiedades del interior del país. ¿Te parece?
—Si, es perfecto. Por mí está bien —contestó ella mientras cogía su taza de té y bebía un poco—. ¿Podemos llevar a Lissaendra?
—Mujer, no empieces —le reprochó—. Aleja tus pervertidas manos de mi nuera.
—No le haré nada que no quiera —guiñó el ojo.
En verdad no creía ser capaz de seducir a alguien como la princesa de Albyssini. Solo le parecía buena idea llevarla a pasear a los pueblos interiores. Además, una mujer sometida como ella también merecía un poco de revolución. Si iba a ser la futura reina de Theodoria tenía que despertar.
—Ridícula —bromeó la reina también. Segundos después ambas rieron.
Tenían que retomar la lucha de Aucari, y eso sería un excelente elemento distractor para su vida. A ver si conseguía apartar de su mente a Lissaendra.
Tú debes ser un ángel
Lo puedo ver en tus ojos
Llenos de maravillas y sorpresas
Y ahora me doy cuenta
Oooh tú eres un ángel
Disfrazado, lo puedo ver en tus ojos (*)
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(*) Angel – Madonna
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He vuelto de entre los muertos xd en realidad solo andaba un poco ocupada y con asuntos familiares, no voy a contar mi vida porque no one cares. Lo importante es que este fue el primer capítulo de la Parte 3 de la historia <3 Conoceremos un poco más a los personajes terrestres, los reinos, las intrigas, la revolución y otras cosas místicas.
Hace como 500 años quería escribir este capítulo XD porque Carine ocupa un lugar especial en el altar de mis hijas, mi debilidad de amar a los personajes más subnormales okno xd
Y recuerden que, si enterarte si estoy escribiendo o vagando quieres, seguirme en redes sociales debes.
¡Hasta la próxima!
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