19.- A Abdel le gusta arruinar cosas
¿Cuánto tiempo tendré que nadar hasta que me ahogue?
Y en medio de esas palabras que no dijimos
¿Crees que puedes aprender a amarme de todos modos?
He sido un fenómeno desde que tengo 7 años
He sido un náufrago, siento el frió
Viniendo sobre mí (*)
Cuando Abdel la vio al lado de esos hombres nobles que conoció en la ruta al templo casi le da, como diría su madre, un soponcio. Hasta palideció, por un instante no supo qué rayos hacer. Ariel era llevaba en los brazos de un guardia, tras ella iban Francis y Eric. Al conocerlos ellos le mencionaron que iban al templo de la Diosa esperando encontrar a alguien, ¿por qué rayos se llevaban a Ariel entonces? El soponcio lo iba a tumbar ahí, en ese momento. Si Erena se enteraba que perdió a Ariel en brazos de esos tipejos le iba a ordenar que se ahogara en el mar, o peor, que se lanzara a los tiburones.
"¿Acaso a esta sirenita no se le puede descuidar ni un minuto sin que la cague?", pensó irritado.
No, pero eso ya era demasiado, ¿qué hacía largándose con desconocidos? ¿Acaso perdió el juicio cuando le salieron patas o qué? Estaba preocupado también, no entendía lo que pasaba y algo le decía que recuperar a Ariel no iba a ser tan sencillo. No debió ceder a su último capricho, pero no pudo resistirse a esa carita de inocencia que le ponía. Si él mismo alentó esa especie de relación que tenía con la sacerdotisa, no pudo negarle a la sirena con patas el deseo de ver a la chica antes de partir.
Quizá debió ser más firme con ella, porque pasó mucho rato buscando por todos a esa rubia y nunca la encontró. Nadie le daba razones, tampoco las sacerdotisas eran muy habladoras. Cuando decidió regresar por Ariel ya fue demasiado tarde. No sabía lo que le esperaba si se enfrentaba a aquella gente, pero tenía que arriesgarse. Si estuvieran fuera del templo sería más peligroso, esos guardias tendrían todo el derecho de golpearlo por acercarse a sus señores, pero en el templo estaban prohibidas las armas y la agresión se consideraba una ofensa a la Diosa. No había tiempo que perder, que pasara lo que tuviera que pasar.
Abdel caminó rápido hacia la comitiva que se llevaba a Ariel. La primera en darse cuenta de su presencia fue ella, quien empezó a removerse en los brazos del guardia para pedir que pararan. El hombre obedeció, y los demás se giraron a ver qué pasaba. Redujo su paso, miraba fijo a Ariel mientras se acercaba. La sirena tenía un gesto de culpabilidad que se le hizo muy extraño. Y eso no era todo, tenía un extraño y valioso collar en el cuello que acariciaba despacio. Eso fue lo que le paralizó.
Había sido criado en Albyssini por mucho tiempo, conocía bien el idioma, entre otras cosas. Como que el collar que la sirena llevaba era importante para la realeza de ese reino. Aparecía en los emblemas reales, en el escudo de la casa real, en muchos lados. Y Ariel lo tenía. El hombre frunció el ceño, la sirena parecía alterada. Al parecer captó bien lo que quiso decirle. "Me debes una explicación, sirenita".
Aunque esa explicación iba a estar bien difícil, Ariel era muda. Y peor, cuando estuvo lo suficiente cerca, dos guardias le cerraron el paso. Lo miraron como si fuera un criminal que neutralizar de inmediato. Bueno, en parte lo era, pero ellos no lo sabían así que no tenían derecho a molestarse.
—¿Abdel? —Preguntó aquel hombre llamado Francis, lo había reconocido—. ¿Sucede algo?
—Si —dijo intentando mantenerse firme. Si Francis y su amigo Eric eran nobles o lo que sea, no podía dejarse intimidar. Todos vestían la capa blanca, se suponía que todos eran iguales—. ¿Recuerdan que les dije que vine al templo a buscar a alguien? Pues sucede que es ella, y ustedes se la están llevando.
—¿En serio? —Preguntó Francis y se giró hacia Ariel—. ¿Conoce a este hombre? —Le preguntó a la sirena, y ella asintió.
—Imposible, ¿cómo la princesa de Albyssini podría conocer a un tipo como este? —Preguntó con desdén Eric.
A ese se le acababa de caer la careta de amabilidad en un segundo, pero eso no era lo increíble, sino lo que Eric dijo. Princesa de Albyssini. ¿En qué mierda se había metido Ariel, por el amor a Luz eterna? No perdió la vista de ella mientras escuchaba las palabras de Eric. La chica... ¿O sirena? Bueno, sirena con patas. En fin, la sirena con patas lo miraba suplicante. Quería que le siguiera el juego.
—Cla... claro que conozco a la princesa de Albyssini. Lissaendra de Albysisini —dijo antes de hacer una venia característica del reino.
Rogó con fuerza no haberse equivocado con el nombre, ese era el que recordaba de su última visita a aquel lugar. Abdel se inclinó de la forma más elegante que consiguió imitar. Pie derecho adelante, mano derecha a la espalda, la izquierda se deslizaba suave hacia delante y mantenerla así unos segundos. Tenía que encorvar la espalda un poco y agachar la cabeza en actitud servil, se mantuvo en esa posición los diez segundos por ley que tenía el reino, y luego retomó su postura normal. Esperaba que esos dos se la hubieran creído y no lo tomaran como un imitador ordinario. Eso era lo que pensaría Erena.
—Princesa, ¿este hombre está a vuestro servicio? —Le preguntó Eric. Ariel se apresuró en asentir. Suponía que con la afirmación de la sirena con patas ya no podrían darle la contra ni tratarlo como un mentiroso.
—Oh... ya veo —dijo Francis, el más civilizado de ambos a su parecer—. Abdel, ¿acaso usted sobrevivió al naufragio de la nave real de Albyssini? Vaya, ese sí que es un milagro.
—Ehhh... si, claro —contestó él. Entendía por donde iba el asunto, solo le quedaba improvisar—. Sirvo a la princesa desde que es una niña, ¿verdad, alteza? —Otra vez Ariel asintió, bien por ahí—. Gracias a la Diosa sobreviví al terrible naufragio y decidí probar suerte visitando el templo.
—¿En serio? —Preguntó Eric incrédulo—. Para ser sobreviviente de un naufragio se ve en excelente estado. Si hasta pudo costearse un caballo y una capa blanca. Luce bastante bien, diría yo. —Desgraciado. Como lo cogiera solo y se olvidaba de esa linda cara, porque se la rompía toda. Eric lo había puesto en aprietos y tenía que inventarse algo rápido antes de que sospechen de él.
—Un hombre tiene sus métodos —dijo él muy tranquilo mientras pensaba en una excusa convincente.
—No lo sé, Francis. Parece falso —agregó Eric cruzándose de brazos. Perfecto, el tipejo este acababa de pasar al primer puesto de gente a la que tenía que mandar a hacerle magia negra en su próxima visita a los hechiceros Dulrá.
—Bueno, bueno, ¿a qué viene todo este interrogatorio? —Preguntó haciéndose el ofendido—. Yo soy quién debería desconfiar, ¿por qué se están llevando a mi princesa? ¿Quién les ha dado ese derecho? Y no quiero excusas, quiero razones para no creer que han engañado a una inocente para secuestrarla —dijo molesto, habló muy en serio, esperando intimidar a esa gente. El único que parecía algo arrepentido era Francis, los demás permanecían inflexibles.
—Modera tu forma de hablar —le dijo uno de los guardias con ese tono de desprecio característico que usaban los lamebotas de la nobleza. Como si lamer el piso por donde esa gente andaba les diera mejor condición que la gente común—. No se está dirigiendo a cualquier persona. Si estuviéramos en nuestro reino, créame que ya estaría arrestado.
—Pues no estamos en su país, estamos en el templo de la Diosa y yo hablo como mejor me plazca. Y ahora quiero saber por qué se llevan a mi princesa.
Ariel parecía cada vez más nerviosa, Abdel pensó que quizá quería bajarse de los brazos de ese enorme guardia e ir hasta él. No sabía a qué iba a llevar todo ese juego de fingir que ella era la princesa de Albyssini, pero no le olía nada bien. Ya podía oler el drama.
—Miserable —dijo rabioso el guardia—. Como se atreve a faltarle el respeto a...
—Calma, calma —habló Francis al fin. Ni bien alzó la voz, los demás bajaron la cabeza—. No es necesario esto, es lógico que Abdel esté molesto. Si sirve a la princesa, como ambos afirman, claro que debe desconfiar de esta situación.
—¿Y en verdad vas a creerle? —Intervino Eric.
—Si la princesa afirma conocerlo y no tiene ningún problema con él, ¿por qué yo debería tenerlo? Le debemos una explicación para cerrar de una vez este asunto.
—Por supuesto, alteza —respondió Eric. Bastaron esas simples palabras para que Abdel palideciera. De pronto lo veía todo con claridad y se sintió bastante imbécil por no darse cuenta antes. Se quedó en silencio esperando la confirmación de lo que ya sabía.
—Abdel —dijo el hombre mientras lo miraba a los ojos. A esas alturas, él ya no sabía si era correcto mirarlo o si tenía que agachar la cabeza de una vez—. Soy Francis del reino de Theodoria.
—El príncipe —afirmó él aún sin reaccionar, sin inclinarse ni nada.
Lo miraba como si fuera su igual, y eso no hubiera sido posible si Francis no lo tratara de esa manera. De todos, él había sido el más amable y agradable. En ese momento mientras hablaban, Francis lo seguía tratando como si los dos fueran iguales. Solo dos hombres en el templo de la diosa, sin títulos ni nada.
—Si —contestó tranquilo, aunque le pareció que no le agradó mucho admitir algo como eso. Por la Diosa, como si ser de la realeza fuera una condena.
Por un instante le agarró la rabia, ¿por qué toda la gente privilegiada tenía la maldita manía de hacer drama innecesario? Abdel respiró hondo, mejor la tomaba con calma con Francis. El príncipe se había portado tan bien con él que eso era hasta irreal.
—Y como siervo de la princesa, sabes bien para qué viajaba a Theodoria.
—Porque es vuestra prometida —respondió él, claro que lo sabía.
Durante los días que vigiló el puerto de Theodoria escuchó hablar de eso en varias ocasiones. Pero no era todo, Erena le contó que casarse con el príncipe fue la condición que la Bruja del mar le puso a Ariel para poder ganar un alma humana. Bien, Ariel había conseguido acercarse al príncipe y tenía buena parte ganada, pero seguía sin entender lo que estaba pasando. Miró a Ariel, ella solo asintió despacio, dándole a entender que estaba de acuerdo con la situación. ¿Qué mierda estaba pasando ahí? ¿Cómo había conseguido engañar a esa gente con el cuento de ser la princesa de Albyssini? Tenía que existir una explicación, y él no tenía idea de cómo conseguirla considerando que la sirena, además de tener patas, se había vuelto muda.
—Si, y ha sido una suerte encontrarla en el templo —explicó Francis—. No pensamos que fuera a funcionar, en realidad ya muchos la daban por muerta. Ha sido una maravillosa casualidad.
—Tratándose del templo de la Diosa, esto quizá es una intervención divina. Es demasiada coincidencia —le dijo Eric, y Francis se limitó a asentir sin ganas.
Ummm... Qué extraña situación. Abdel se había dado cuenta que Francis apenas miraba a Ariel, y en ese momento no se veía contento por haber rescatado a su prometida. No debería sorprenderse, la mayoría de esos matrimonios de la nobleza eran acuerdos, quizá él ya tenía a alguien y la princesa Lissaendra nunca estuvo en sus planes.
—Es probable, claro —respondió Francis—. Abdel, por cierto, él es el vizconde Eric Leblanc. Quizá querías saberlo.
—Supongo que sí. No me interesaba en verdad —se mordió la lengua con fuerza apenas soltó su veneno. No pudo aguantarse, ni siquiera lo pensó. Por las caras de los guardias y el rostro molesto de Eric supo que se había mandado una cagada de aquellas. La última vez que lo hizo fue cuando de idiota se puso el collar con el dije mágico que una bella sirena del océano le regaló.
—Claro —dijo despacio Francis, claro que se había dado cuenta de la tensión que crearon sus palabras.
Por primera vez desde que se acercó a ellos, Abdel bajó la mirada. No era estúpido, sabía que la había cagado, que con ese tipo de gente no se jugaba. Él ni siquiera era siervo de la princesa Lissaendra, era un simple bribón y ladronzuelo. No era nada ni nadie, al salir de ahí Eric podía mandar a apresarlo y azotarlo por sus ofensas. Se las podría ingeniar para encerrarlo en alguna prisión hasta su muerte si quería. ¿Cómo disculparse con él? No había forma. Sus personalidades habían chocado apenas se cruzaron. Se detestaban, y no había remedio para eso. Salvo humillarse. A los nobles les encanta la humillación.
—¿Cómo se supone que debo tomar esas palabras? —Le dijo Eric mirándolo molesto—. ¿En verdad has creído que no puedo hacerte nada solo porque te las das de listo? ¿Acaso la gentuza como tú no conoce su lugar?
—Claro que lo conozco —contestó. Se habían encargado de recordárselo toda la vida, no era necesario que se lo repitieran. Incluso debería sentirse honrado en ese momento, como siervo de una princesa tenía más estatus, algo que siempre estuvo vetado para él.
—Estamos en el templo de la Diosa, no quiero discusiones —ordenó Francis.
Eso no lo alivió para nada, Eric podía obedecer a su príncipe en ese momento, pero luego podría tomar represalias. Por el brillo de rabia en su mirada, Abdel podría jugar que eso no tardaría en llegar.
—Yo exijo unas disculpas de este tipo —pidió Eric. ¿Por qué no mejor le pedía que se arrodille de una vez?
—Vamos, Eric, no estamos aquí para eso —le pidió Francis—. Y ya dije que...
Francis se calló al instante. Los demás se quedaron en absoluto silencio. Un lloriqueo se escuchó y todo alrededor se detuvo. Ariel había empezado a llorar, y algo le decía a Abdel que lo estaba haciendo a propósito para ayudarlo. Usaría sus malditas lágrimas de sirena para provocar el llanto colectivo. El guardia gigante que la llevaba entre sus brazos había bajado la mirada. Él fue el primero en caer en esa trampa de la sirena.
—Oh, por la Diosa... La princesa está llorando —dijo el guardia desconsolado—. ¡Nunca he visto algo tan triste!
—Lo... Lo lamento tanto, princesa —dijo Eric.
Abdel lo miraba mientras sentía que sus ojos le escocían por las lágrimas, empezó a secárselas con discreción. Contuvo la sonrisa porque quizá nadie veía llorar al vizconde Eric Leblanc desde la infancia, pero en ese momento las lágrimas surcaban sus mejillas. ¡Ja!
—Lo que menos deseaba era ponerla nerviosa, por la Luz eterna, ¡lo lamento tanto! —Agregó el vizconde.
—¿Acaso nuestra discusión os ha hecho llorar, mi princesa? —Preguntó él aprovechando la situación. Ariel asintió, no se secó las lágrimas mientras lo miraba. Abdel no se había equivocado, tanta lloradera solo tenía un propósito. Salvarlo.
—Aquí tiene, princesa —le dijo Francis.
Él también luchaba contra las lágrimas. Primero le tendió un fino pañuelo blanco, luego sacó otro para él. Ariel miró el pañuelo unos segundos, como si no supiera qué demonios hacer con este. Segundos después, Abdel vio muy sorprendido como lo acomodaba entre sus manos con delicadeza y se secaba las lágrimas de una forma suave, hasta grácil. Toda una dama. ¿Cómo había aprendido eso?
—Lo lamento mucho, mi princesa. Esta discusión llegó demasiado lejos y le afectó —se disculpó él—. ¿Hay algo que pueda hacer para remediar mi terrible error?
—¿Y qué puedo hacer yo? —Preguntó también Eric. Cuando se dio cuenta, los dos estaban delante de la sirena con patas, mirándola como si le estuvieran rogando a una deidad. A punto de ponerse de rodillas. Al menos Abdel era consciente que todo eso era un teatro, Eric en serio estaba conmovido.
—Ella no puede hablar —les explicó Francis—, la sacerdotisa explicó que quizá tuvo que ver con algún accidente en el naufragio.
Pero eso no quería decir que Ariel no pudiera comunicarse. Hizo una seña levantando la mano en alto, como si quisiera pedir silencio. De inmediato todos callaron. Luego señaló a Eric y a él, luego negó con la cabeza y movió un dedo de un lado a otro, como quien dice "No". De inmediato simuló un golpe. Con su mano derecha formó un puño, puso su otra mano extendida y se golpeó la palma de la misma. Volvió a repetir el gesto de "No" y luego los miró a ambos, quería asegurarse que la habían entendido.
—Creo que la princesa quiere decir que no desea verlos discutir —interpretó Francis, y Ariel asintió.
—¿Algo más, mi princesa? —Preguntó Abdel, y ella asintió. Ariel miró a Eric y repitió el gesto del golpe. Lo señaló a él y luego negó con la cabeza. Estaba claro lo que quiso decir.
—Entiendo, princesa, que no deseáis que dañe o tome represalias contra vuestro siervo —le dijo Eric. Las lágrimas habían parado no solo para la sirena, sino para todos. Y aún así Eric parecía conmovido por Ariel, dispuesto a cumplir sus deseos—. Si eso es lo que me pide, princesa, prometo que así será. Este asunto será parte del pasado en cuando crucemos la puerta del templo.
Ariel le sonrió y asintió satisfecha. Lo miró a él, y Abdel se esforzó para no sonreírle. Solo se inclinó en actitud servil, tal como se esperaba de él. No le importaba, Ariel acababa de salvarle la vida.
—Entonces, superado este asunto —dijo Francis—. Creo que podemos retomar nuestro camino.
—Alteza —le dijo Abdel, ya no podría llamarlo por su nombre, y si era un siervo de la realeza tenía que empezar a comportarse como tal —, imagino que planean llevar a la princesa a Theodoria. En ese caso, yo debo acompañarlos.
—Por supuesto, no hay ningún problema —contestó Francis—. Si estás listo ahora mismo, puedes venir.
No tardaron en continuar la caminata hacia la salida del templo. Intercambió algunas miradas con Ariel, la seguía notando asustada, y aún así no se oponía a irse de ahí.
Superado el drama, y ya que había conseguido quedarse al lado de Ariel y no perderla por ahí, Abdel tuvo la seguridad de que igual acabaría perjudicado con todo eso. Se suponía que tenía que llevar a Ariel de vuelta al agua, sacarla de ahí para encontrar la cura al hechizo de la bruja. Y en lugar de eso iba tras ella para ver como se internaba en el palacio real de Theodoria. Eso estaba terrible, y solo tenía clara una cosa.
"Erena me va a matar, Erena me va a matar, Erena me va a matar..."
**************
—¡Eres un estúpido! ¡Voy a matarte! ¡Maldito inútil! —Gritó Erena furiosa.
No le dio tiempo para contestar, menos para reaccionar. La sirena era rápida, cuando se dio cuenta se había sumergido en el agua y lo único que asomó fue su cola. Abdel tenía los ojos y la boca abierta cuando Erena golpeó el agua con fuerza y una buena cantidad por poco lo ahoga. Lo hizo varias veces, casi no respiraba. Increíble que con esa cola de paz pudiera mover tanta agua, sentía que las olas lo estaban golpeando.
Eso no fue todo, Erena estaba en verdad molesta. Se sintió arrastrado hacia el mar, era ella quien lo estaba llevando al fondo. Abdel ni se molestó en luchar, la sirena estaba en su hábitat y además lo controlaba con ese maldito dije, podía matarlo si deseaba. Al menos eso pensó los primeros segundos, pero cuando en serio empezó a perder el aire y a ahogarse, intentó escapar de su ama sirena sin éxito. Ella no lo soltaba, y además lo golpeó con su cola. Cerró los ojos, estaba a punto de perder el conocimiento, o morir quizá.
Reaccionó un rato después, no se dio cuenta del paso del tiempo, solo sintió los ruidos de la superficie y la dureza de una piedra en su espalda. Erena le dio un golpe en el pecho y él escupió el agua que había tragado. Tosió con fuerza varias veces, le costó un poco recuperarse y respirar con normalidad. Erena en serio había querido matarlo, pero se arrepintió a último minuto. Aún notaba su mirada de furia, no creía que fuera a perdonarlo pronto.
—Te envié al templo para recuperar a Ariel.
—Ya sé.
—¡Y por qué ella no está aquí! ¿Dónde está ella? ¿Por qué la has llevado a ese maldito castillo? ¡Quiero que me devuelvas a Ariel! —Gritó molesta. O dolida. Abdel sabía bien lo mucho que Erena quería a Ariel, y él le había fallado dejando que se vaya a Theodoria.
—Erena, te juro que yo la encontré antes.
—Y lo arruinaste todo, como siempre —le dijo con rabia. Un poco de odio también.
—La encontré —continuó—, pero ella no quería irse sin ver a Linet. Fui por la sacerdotisa, no estaba en ningún lado. Cuando regresé ella ya estaba con la comitiva del príncipe, ¿qué querías que hiciera? Eran muchos, ni aunque hubiera estado armado hubiera salido ganador.
—¿Y no se te ocurrió llevártela por el camino?
—Ahora es la princesa de Albyssini, ya te imaginas lo vigilada que está.
—¿Me puedes explicar cómo es que ha logrado eso? ¿Ariel fingiendo con éxito ser de la nobleza humana? ¿Cómo es eso posible? —Erena seguía molesta, pero ahora pedía explicaciones. Sentía curiosidad, y eso al menos lo estaba salvando.
—No lo sé aún, no he tenido oportunidad de quedarme a solas con ella, y las pocas veces que intenté sacarle la información no tiene idea de como explicarse. Lo único que sé es que tiene un maldito collar, y creo que está relacionado con eso.
—¿Qué collar?
—Una joya de la familia real de Albyssini. Es una piedra de color verde, tiene bordes dorados, debe ser oro. No recuerdo su nombre, pero aparece en el escudo y los emblemas.
—No sé qué es eso —le dijo Erena pensativa—, pero quizá sí tiene relación. Quizá de alguna forma Ariel sabe cosas de Albyssini con la ayuda de ese collar. Ya sabes lo que dicen de la familia real de ese país.
—Que descienden de las hadas de luz de la isla de Issenis, claro. Y que tienen objetos mágicos con magia ancestral. Si, puede que sea cierto.
—Como sea, eso no es lo importante. Ariel no puede convertirse en humana, tiene que volver al mar. Juntas vamos a encontrar una solución a su problema.
—Ehh... Erena... Yo creo que ella ya encontró la solución a su problema. —La sirena, que ya se había calmado bastante, lo miró otra vez con furia.
—¿Qué quieres decir?
—Está en el castillo con la familia real de Theodoria, creen que es la princesa del Albyssini, ni se lo cuestionan. Está prometida con el príncipe, se casará con él en unos meses, quizá menos. Todo ha salido tal cual lo pidió la Bruja del mar, si sigue por ese camino vivirá. No deberías preocuparte tanto, Ariel se las ha arreglado bien a pesar de todo.
—No digas estupideces —contestó ella—. Ariel es una sirena, ella no es una humana, no puede ser humana. Y no creo que la Bruja del mar haya hecho esto de buena, siempre hay una trampa, esa maldita sabe lo que hace. Ya le quitó la voz y las piernas, ahora disfrutará de su sufrimiento. Ella no aceptó el trato para darle un alma, ella solo aceptó para divertirse —le dijo amarga.
Abdel ya no tuvo valor de hablar, sabía que Erena tenía razón. Ella tenía años esclavizada a la Bruja cuando se suponía que el trato que hizo duraría poco tiempo. Aquel trato que hizo Ariel no iba a terminar nada bien, ella nunca ganaría el alma humana.
—Si, entiendo. Ella tiene que volver —dijo cabizbajo.
Ya entendía que la opción de casarse con el príncipe era imposible y estaba destinada al fracaso, la mejor forma de acabar con todo ese problema era quitándole el hechizo a Ariel. La cuestión era que ella aceptara, y algo le decía a Abdel que la sirena con patas no tenía la más mínima intención de volver al mar cuando estaba tan cerca de su meta.
—Y ahora es que lo entiendes, ¿verdad, pedazo de estúpido? —Erena seguía molesta, él ya no sabía que decirle. Tenía claro que no pudo hacer nada en el templo por llevarse a Ariel, y aún así se sentía culpable. Para Erena, Ariel era muy importante. Se arriesgó mandándolo al templo y quizá confió en él para que recuperara a su amiga. Y él la había decepcionado, eso era lo que le dolía—. Quiero verla.
—No creo que pueda traerla aquí —dijo él, sintiéndose aún más culpable—. Ariel tuvo que mentir haciendo señas para indicar que me daba el día libre, casi nadie se la creyó, solo asintieron porque se supone que es la princesa. En Albyssini no son los más ambles con la servidumbre, ¿sabes?
—No me interesa —contestó tosca—. Ya estás aquí, ahora necesito que la traigas. —Abdel negó con la cabeza, arriesgándose a que Erena quisiera ahogarlo otra vez.
Se había escapado del castillo de Theodoria con la excusa del permiso de la princesa, alquiló un bote con las monedas que le sobraron de su viaje al templo de la Diosa, y llegó a la isla donde solía encontrarse con la sirena. Evitó por varios días ir al mar, pero en cuanto sintió la orden de la Erena a través del dije que tenía puesto, Abdel tuvo que encontrar una excusa y ponerse en marcha. Ya había sido muy arriesgado ir hasta allá, llevar a la supuesta princesa sería imposible.
—Podemos encontrar otro lugar, no creo que pueda ser aquí.
—¿Dónde? Habla de una vez.
—No lo sé aún, voy a recorrer la zona y encontraré un lugar seguro donde podamos encontrarnos los tres, ¿si? Te prometo que voy a llevarla a ti —lo dijo muy en serio. Erena lo quedó mirando unos segundos y al final asintió. Le había creído, y quizá había una esperanza de que lo perdonara por tantas imprudencias.
—Más te vale —amenazó—. Porque la próxima vez no tendré piedad.
—Ya sé, Erena. No necesitas decirme estas cosas. Yo creí que nosotros...
—Basta —le cortó—. No hables de nosotros, no juegues a eso conmigo, no vas a lograr conmoverme. Voy a salvar a Ariel con tu ayuda o sin ella.
—Entiendo —dijo despacio.
Abdel sabía algo desde que empezó esa esclavitud con Erena, y luego su extraña relación con ella. Erena siempre preferiría a las sirenas. Ella era fiel a su raza aunque la hubieran despreciado. Y él siempre estaría en segundo plano, por más que lo amara.
Estoy de rodillas
Te estoy rogando, por favor
No hay lugar en el cielo para alguien como yo
¿No abrirás la puerta y me darás otra oportunidad? (*)
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(*) No place in heaven - Mika
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