16.- Volvamos a la acción

Ella tiene una forma de ser

No sé lo que es,

pero sé que no puedo vivir sin ella.

Ella tiene una manera de agradar.

No sé porqué es

pero no tiene que haber una razón de cualquier manera (*)


—Aún no te ves decente —dijo Erena al final. Abdel la miró incrédulo, ¿y esa sirena esclavista qué?

—Tú cállate, las sirenas andan siempre desnudas, no entiendes nada de estilo y decencia —le dijo muy seguro mientras terminaba de arreglarse la nueva chaqueta y estiraba la capa que tenía que llevar.

—Las sirenas no andamos desnudas, es nuestro cuerpo y nuestra naturaleza. Pero bueno, no perderé tiempo explicándote eso. No lo entenderías, eres muy estúpido —contestó Erena con desdén. Abdel solo bufó. Se miró el rostro en el agua cristalina, cogió un poco de agua y se acomodó el cabello.

—Ya me tengo que ir, nos vemos después.

—No irás a ningún lado vestido así, aún pareces un delincuente.

—¿Tú qué sabes de eso, eh? Yo podré ser traficante de objetos y pócimas mágicas, negociador de mala muerte y un poco violento, pero jamás un delincuente.

—¿Acaso crees que tengo tantos años por nada? He observado a los hombres, sé como luce un príncipe, un noble, un comerciante y la gente común. Tú aún pareces el igualado que conocí.

—Qué horrible sirena eres, en serio —le dijo él muy ofendido—. No voy a escuchar tus palabras de envidiosa. Estoy muy bien, la ropa está a la última moda y la capa es de calidad. Iré al maldito templo de la Diosa y todo va a salir tal como planeamos, no sé de qué te preocupas.

—A ver, querido. Empezamos aclarando que si tienes toda esa ropa nueva que tanto te gusta es porque yo te di una perla para que vendieras. Yo soy la que está pagando todo eso —dijo señalando su ropa—, y quiero que des un buen papel de comerciante.

—La maldita ropa es decente, Erena. Ya basta de joder con lo mismo y déjame ir de una vez —contestó él mientras se ponía de pie. Si no partía pronto se le iba a hacer tarde para la entrada al templo de la Diosa y no pensaba esperar hasta el día siguiente para solucionar ese tema.

—Aféitate —le dijo ella de pronto, justo cuando le dio la espalda para irse—. Si insistes en vestirte como te da la gana, aféitate. Sé que los hombres hacen eso, así te verás más decente.

—No —le dijo muy seguro—. No me voy a afeitar, eso es para nenas.

—Ah, pero qué idiota sonaste. Para nenas —repitió con burla Erena—. ¿Se te encoge el pene si haces algo para nenas?

—¿Por qué te encanta desesperarme? —Preguntó él molesto. Erena intentó contener la risa, acabó soltando una carcajada bastante fuerte.

—Está bien, ya lárgate. Se te hace tarde.

—Si, ya sé. 

Abdel cogió la capa blanca con la que tenía que entrar al templo y empezó a caminar hacia donde estaba el caballo. Sintió la tentación de girar un momento para ver a Erena una última vez. No podía evitarlo, sabía que por más que discutieran de estupidez y media, la extrañaría mucho. Quería llevarse su imagen antes de partir, ya que era probable que no volvería a verla en varios días.

—Y aféitate —la escuchó decir.

—¡Ya cállate! —Gritó molesto, mientras avanzaba podía escuchar su risa burlona. 

No quiso voltear, esa sirena esclavista y desgraciada no merecía su atención. Aún así lo hizo, por más que tratara de contenerse, la necesidad de ella siempre era más fuerte. Cuando volteó a verla, Erena intentaba contener la risa. Lo miró a los ojos unos segundos, le pareció que su gesto cambiaba y sonreía. La sirena se sumergió en el agua, y él volvió la mirada al frente. Ahora sí era hora de partir.

La misión del día era llegar al fin al templo de la Diosa del mar. Después de varios días de vigilar el muelle de Theodoria, Abdel y Erena por poco se rinden con la búsqueda de Ariel. Pero una noche hubo una fuerte tormenta. La lluvia llegó a las costas de Theodoria, algunas casas incluso sufrieron daños. Y así fue que se enteraron que el barco que transportaba a la princesa Lissaendra de Albyssini se había hundido. Eso también se lo contó Erena, la zona era un desastre total, era muy poco probable que alguien haya sobrevivido a la tormenta.

Ellos esperaban que Ariel estuviera en un barco rumbo a Theodoria, pero si la Bruja del mar no les mintió, eso solo quería decir que era posible que el barco donde iba Ariel también se haya hundido en la tormenta. Por eso Erena pasó varios días buscando en los alrededores, si Ariel se salvó quizá estaba refugiada en alguna isla corriendo peligro. O quizá llegó a la costa de algún país. Eso era aún más peligroso, la chica no podía hablar y le dolía caminar, estaba indefensa y necesitaba ayuda urgente.

Mientras Abdel hacía preguntas en algunos pueblos costeros de Theodoria, Erena se encargaba de seguir el rastro del naufragio de la nave de esa princesa de Albyssini. Una noche le contó que buena parte del barco fue arrastrada hacia la frontera entre Aucari y Theodoria, eso era porque había una corriente marina en la zona. Tantos días sin noticias de Ariel tenían a Erena muy nerviosa. La sirena apenas comía, Abdel tenía que entrar al agua para abrazarla hasta que se tranquilizara. Él hasta llegó a pensar que no había esperanzas, pero aún así sentía algo que no cuadraba. Sería muy rápido y simple, Ariel no podía morir así. Si la Bruja del mar se encargaba de que Erena sobreviviera a los peligros del océano para que pudiera servirle, quizá también se encargó de mantener con vida a su nueva adquisición.

—Si está viva —le dijo esa noche— solo hay un lugar donde puede estar. Si la corriente llevó buena parte del barco hasta esa frontera, entonces...

—Oh, ya lo entendí —interrumpió la sirena, aunque no se veía muy contenta—. Puede que esté en el templo de la Diosa con esa humana rubia.

—Es una opción, no es seguro. Tampoco quiero que te hagas ilusiones, ¿si? —Le dijo él y le dio un beso en la frente. Ella asintió, pero aún así lucía inquieta.

—Tenemos que averiguarlo.

La sirena se acercó al templo tanto como pudo, pero no vio a Ariel por ningún lado. Le dijo que quizá estaba herida y no podía salir, después de todo ya era una humana que seguro guardaba cama. La única forma de asegurarse era que Abdel fuera a echar un ojo y la buscara por todos lados. Él no se hacía problemas, pero tenía que cumplir los requisitos básicos para entrar al templo y que no le hicieran problema mientras husmeara por ahí. Tenía que ir vestido como una persona decente, llevar ofrendas en monedas o algún tesoro, y vestir la capa blanca que usaban todos los peregrinos. Y como él no tenía nada de eso, Erena se encargó de conseguirle una perla que valiera lo suficiente para costear todo lo necesario para la búsqueda de Ariel. Ahora solo tenía que ir hacia el templo y esperar que de verdad esté ahí.

Abdel anduvo solo por el camino durante buen rato, pero cuando entró a la ruta principal se cruzó con varios peregrinos. Era fácil distinguirlos por la capa blanca que llevaban, y porque en los últimos días había más gente visitando el templo. Las tormentas inusuales en esa época del año llevaban a muchos a pesar que la Diosa estaba enojada por alguna razón, así que quizá era mejor aplacarla con algunas ofrendas.

El hombre se adelantó, dejó atrás a los peregrinos que iban a pie. Su caballo no era el más fino ni el más joven, pero seguía siendo rápido. Avanzó buen rato sin compañía otra vez, hasta que vio a un séquito de varias personas que vestían de blanco, unos cinco en total. Los miró bien, esa gente tenía que ser noble. Los caballos eran finos, las capas también. Al alcanzarlos notó también que la ropa que llevaban no era la más humilde. Eran nobles, por supuesto. El porte los delataba, y a juzgar por los emblemas, debían de ser de Theodoria.

Cuando los alcanzó, varios giraron a verlo. Quizá estaba siendo muy atrevido de unirse a ellos en la ruta hacia el templo. Seguro por eso, unos tipos que se le hizo obvio eran guardias, lo miraron con cierto desprecio. A la mierda, todos eran peregrinos del templo de la Diosa. No se iba a dejar humillar por esa clase de gente, en la ruta se suponía que todos eran iguales. Por eso todos vestían de blanco, porque la Luz eterna que dio la vida a este mundo los hizo a todos con su energía.

—Buenos días, peregrinos —dijo él con una sonrisa y con la voz más amable que le salió.

—Buenos días —saludó un hombre joven, él parecía ser el líder del séquito. Correspondió la sonrisa incluso—, ¿es usted ciudadano de Theodoria?

—Soy ciudadano del mundo —contestó Abdel con tranquilidad. 

Lo cierto era que no tenía idea de donde era. Pasó su niñez en Albyssini, pero su madre le dijo que en realidad él había nacido en el bosque entre Umbralia y Theodoria. Luego vivió en Theodoria, en los principados centrales, en Aucari. Visitó el sur incluso, allá donde vivían los sangre de dragón. Hasta intentó llegar a la isla de Issenis para ver hadas con sus propios ojos, pero al parecer no era lo suficiente puro para ser admitido ahí. No tenía nacionalidad, no le importaba tampoco. Era un hombre del mundo.

—Interesante —contestó otro hombre, uno que iba al lado de quien le contestó primero—. ¿Y el ciudadano del mundo tiene nombre?

—Abdel —contestó a secas.

—Un gusto, Abdel —le dijo el primer hombre—. Soy Francis, este es Eric.

—Hola —saludó él mientras los miraba bien. 

Esos tipos debían de ser los ricos del grupo, los otros los mequetrefes guardias. Quizá eran más importantes de lo que imaginaba, pero al menos ese tal Francis mantuvo la vieja costumbre de tratar a todos los peregrinos como iguales y no le habló sobre sus títulos ni nada.

—¿Piensan pasar la noche en el templo? —Preguntó. En realidad no le importaba mucho, pero de algo tenían que hablar mientras cabalgaban.

—Depende —contestó Francis—. Estamos buscando a alguien.

—Me imagino que habrás escuchado hablar del naufragio de la nave de la princesa Lissaendra de Albyssini —le dijo ese Eric. 

Por alguna extraña razón, y aunque apenas lo conocía hacía pocos minutos, ya le caía como el culo. Francis parecía un tipo franco y amable, ese otro tenía un aura de superioridad vomitiva. Sentía que lo miraba como si estuviera examinando y despreciando cada cosa de él. Le daban ganas de escupirle en la cara.

—Si, claro. Todo el mundo lo sabe —contestó él despreocupado.

—Bueno, buscamos algunos sobrevivientes —le dijo Eric. Lo único que quería Abdel era que cerrara la boca. Le daban ganas de decirle que se callara, que nadie le preguntó, que no le interesaba—. Hace un tiempo, cuando naufragó la nave del príncipe de Theodoria, él fue a dar al templo de la Diosa. No sabemos si la princesa de Lissaendra corrió la misma suerte, pero quizá haya alguien por ahí que nos ayude.

—Ah... entiendo —contestó sin prestarle mayor atención—. Pues suerte con esto.

—¿Y tú, Abdel? —Le preguntó Francis—. ¿Vienes por fe en la Diosa? ¿O tienes otros asuntos en el templo?

—Interesante pregunta. Yo también estoy buscando a una princesa —bromeó, aunque aquello sí era cierto.

—Suerte también —contestó Francis sin hacerse problemas ante su broma. El tipo parecía agradable, pero lo mejor era adelantarse y dejar de hablar con esa gente.

—Bueno, yo sigo avanzando. Que tengan suerte en su búsqueda. Supongo que ya nos veremos —les dijo. El tal Eric apenas si lo miró, estaba casi seguro que el tipo se sentía tan feliz como él por no tener que verlo más rato.

—Ya nos veremos, Abdel —contestó Francis con educación. 

Si, buen tipo. A veces a los de su clase se les olvidaba mirar debajo de vez en cuando, así que hasta era agradable hablar con alguien que no fuera un completo imbécil.


  *************** 


—Vamos... Despacio —le dijo Linet. 

Tenía a Ariel cogida de las manos, de a ratos la chica las apretaba con más fuerza, eso pasaba cuando las piernas le dolían mucho y entonces tenían que parar.

—Tú puedes, un paso más... eso. —Ariel asintió, pero levantó un poco la cabeza y logró mirarla a los ojos. 

Linet sintió mucha pena, los ojos de la muchacha estaban llenos de lágrimas que luchaba por contener. La sacerdotisa se detuvo, no quería que la chica siguiera sufriendo.

—Tranquila, luego seguimos. Te vas a lastimar y luego no podrás pararte de la cama. —Ariel negó con la cabeza. Soltó una de sus manos y se restregó los ojos—. ¿Aún quieres caminar? —Ella asintió—. Pero Ariel, estás llorado, no quiero que te sientas mal. —La sirena volvió a negar.

Estaba decidida a caminar firme, quería aprender a soportar el dolor. O al menos eso había entendido Linet, solo podían comunicarse con señas.

—Bien, vamos a hacerlo otra vez. Ya casi llegamos, solo un momento más.

Ahora Ariel asintió más animada, y Linet le sonrió. Tenía que darle fuerzas para enfrentar esa tortura que era caminar.

—Uno, dos, tres... Ahora. —Ariel se paró derecha, dio un paso adelante y luego otro más. 

Linet notó que se mordía el labio inferior, que hacía un enorme esfuerzo por no echarse a llorar por eso. Empezó a caminar un poco más rápido, quizá sentir la brisa marina la estaba animando.

Esa mañana Linet tuvo la idea de salir de la habitación e ir un momento a la playa. Era temprano aún, y ese era el día libre de servicio que tenía la sacerdotisa. Se le ocurrió que quizá la sirena se sentiría un poco mejor rodeada de agua, ese era su ambiente natural después de todo. Por eso la estaba ayudando a caminar hasta la playa, Ariel también estaba muy entusiasmada. El único impedimento era ese maldito dolor que tenía la chica al caminar, algo que intentaba soportar, solo que era muy difícil.

Linet y Ariel avanzaban despacio, algunas de sus hermanas del templo las observaban con curiosidad. Sabían que la chica estaba bajo su cuidado en la habitación, y quizá algunas ya sospechaban que eran amantes. Linet mintió diciendo que Ariel aún estaba recuperándose, por eso no podían echarla del templo. Que la vieran sufriendo para caminar le daba credibilidad a su historia, podría decir luego que el accidente que tuvo en el mar la dejó así. Tenía que mantener a Ariel a salvo en el templo hasta que llegara el momento de huir, y hasta esas caminatas ayudarían a la chica a que se acostumbrara y pudiera andar sola luego.

Estaban ya bastante cerca del mar. Conforme avanzaban, Ariel lucía más animada y ansiosa por llegar. Ese lugar era especial para ambas, fue ahí que se conocieron y se enamoraron, sería lindo pasar un rato entre las rocas, si tenían la oportunidad de esconderse y besarse un poco sería aún mejor. La primera en poner un pie en el agua fue ella, luego le siguió Ariel. Ahí pasó algo muy raro. De pronto la chica soltó sus manos, dio unos pasos más sobre la arena y luego la miró sorprendida.

—¿Qué pasa? —Le preguntó Linet sin entender. Ariel recogió su vestido despacio y avanzó aún más. Intentó reír, pero solo se giró y la miró sonriente—. ¿Puedes caminar sin dolor? ¿Es eso? —Ariel asintió, y por poco Linet salta de felicidad—. ¡Eso es maravilloso! 

No pudo controlarse, se acercó rápido a Ariel y la tomó de las mejillas. Quiso besarla en los labios, pero logró desviarse a último momento y solo lo hizo en su frente. Había muchos testigos cerca.

—Entonces puedes caminar bien solo cuando hay agua de mar alrededor. —Ariel asintió, sonreía feliz por ese nuevo descubrimiento—. Supongo que ahora la playa será tu nuevo sitio favorito. Ahora vamos más adentro, ¿te parece bien? —La sirena asintió. 

El agua les llegaba a las rodillas en ese momento, pero Ariel avanzó entre las rocas mientras ella la seguía. Llegaron hasta el punto donde solían encontrarse antes, en aquellas noches maravillosas cuando empezaban a conocerse.

—Me encanta este sitio —le dijo. Ariel sonrió, y fue la sirena quien se acercó despacio para besarla. Desde ahí ya nadie las veía, así que la sacerdotisa se sintió libre para corresponder.

Linet le acariciaba la espalda mientras se besaban, le gustaría tocarla un poco más. No podían parar de besarse, sus labios marcaban un ritmo más apasionado. La sacerdotisa le apretó los pechos, quería besarlos también. Casi como si leyera su mente, Ariel se apartó un poco y se quitó la túnica del templo que consiguió para ella. Aquello le recordó mucho a la primera vez que la vio, bella y tentadora bajo la luz de la luna, con esos senos tan bellos que la provocaban. Linet se inclinó a atacar sus pezones con su lengua, le fascinaba lo suaves que eran y le provocaba mucho mordisquearlos. Pero ese no era el único lugar que quería explorar con su boca.

Mientras ella se entretenía con sus pechos, Ariel hizo algo bastante interesante. La pegó despacio contra la roca, la túnica se le había levantado por efecto del agua, y eso aprovechó Ariel para meter su mano debajo y buscar un pase. Linet se quedó sorprendida unos segundos, ¿cómo sabía la sirena donde tocar? Bueno, no le importó. Quería que la tocara, así que abrió un poco las piernas para darle el pase libre. Ariel tocó despacio, ella sonrió sin querer. Era inocente aún, sabía que tenía que tocarla ahí para darle placer, pero no sabía dónde. Linet bajó la mano y la guió para enseñarle, quería que lo aprendiera muy bien con ella.

Ariel captó lo que tenía que hacer, así que ella solo se dedicó a disfrutar. Se mordió la lengua para evitar que un gemido se escuchara por todo el templo. Apretaba su mano contra su intimidad, Linet se estremecía ante ese exquisito contacto, buscó los labios de su sirena con desesperación mientras ella la tocaba. Durante los primeros minutos fue ella misma quien guió la mano de Ariel, luego dejó que lo hiciera ella misma. Ya no pudo contenerse, sí se le escaparon varios gemidos ya ni le importaba si en el templo la escuchaban, cuando se trataba de esa sirena se desconocía. Ariel la excitaba tanto que sentía deseos de quedarse ahí con ella todo el día.

—¿Quieres que te lo haga yo también? —Le preguntó con voz ansiosa. Ariel la miraba extasiada, maravillada del efecto que lograron sus caricias íntimas en ella. Cuando le hizo esa pregunta, asintió.

Quiso invertir los papeles, que fuera Ariel quien estuviera de espaldas contra la roca. Tenía que ser muy cuidadosa, la parte inferior de ese cuerpo era nuevo, ni siquiera tenía idea si Ariel sentía como una mujer normal o si la brujería le impedía eso. Aún así, tenía que irse con mucho cuidado. Ariel era virgen, y no estaba del todo bien hacérselo rápido en ese lugar. Quizá era mejor tomarse más tiempo en la habitación esa noche. Empezó por besarla, la atrajo más a ella. Ariel estaba ansiosa por disfrutar también, y ella feliz de ser quien la guiara.

Todo hubiera estado muy bien, si no fuera por la campana. Esa maldita campana. Sonó fuerte en todo el templo, las tomó por sorpresa. Ariel se separó de inmediato de ella, lucía algo asustada. Nunca había escuchado algo como eso, se notaba. Linet la tomó de las manos para calmarla, pero aún así la sirena no lucía nada tranquila.

—No pasa nada, es solo la campana del templo —explicó, pero Ariel no entendía y quizá ni sabía lo que era una campana—. Es algo grande hecho de metal, cuando lo golpean hace ese sonido. Sirve para llamar gente a un lugar.

Le dio un beso en la frente y se arregló un poco la ropa, durante ese momento de pasión se le habían bajado las mangas y hasta tenía los pechos al descubierto.

—Tengo que regresar a mi habitación a cambiarme, y tiene que ser rápido. Hay una asamblea y me tengo que presentar en la zona prohibida del templo. —Ariel asintió, aunque aún se notaba confundida—. Esa campanada ha sido para llamar a todas las sacerdotisas, no creo que sea nada grave. Seguro solo nos darán un comunicado especial de la hermana mayor. Tú quédate tranquila, ¿si? Te puedes quedar acá sentada, quizá un poco más allá. Distráete, puedes nadar si quieres, o sentarte en alguna de las rocas. Yo regresaré y te llevaré a la habitación luego, ¿estás de acuerdo? —Ariel asintió—. Perfecto, entonces aprovecha que aquí sí puedes caminar bien y pasea un poco por la playa. Estaremos juntas luego —le dio un beso suave en los labios. Quiso que sea rápido, pero le encantaba besarla. Una vez que empezaba, no quería acabar nunca. Se obligó a hacerlo, le sonrió y se dio la vuelta para irse de una vez.

Quería regresar con Ariel, pero tenía que cumplir su parte como sacerdotisa ese día. Si las cosas salían bien, pronto se iría de aquel lugar. Adiós obligaciones, adiós ayuno y privaciones. Pero también adiós a la paz de ese lugar. La vida de revolucionaria no era fácil, ya había pasado mucho tiempo oculta y tenía que volver a la acción por el bien de las mujeres de Aucari. 

Miró hacia la estatua de la Diosa del mar, se preguntó si quizá ella la estuvo ayudando y protegiendo esos años. Le decían Diosa, pero se sabía que era un espíritu también. Considerando que ella fue elegida por un espíritu igual a la Diosa, quizá sí la cuidaba en su nombre. Pues ojalá ella la dejara salir de ahí pronto.

Pensándolo bien, quizá fue la misma Diosa quien protegió a Ariel en el mar y la llevó hasta ella. Quizá todo aquello era parte de un plan supremo que aún no conseguía entender.

Pero Ariel no fue la única persona que el mar, o la Diosa, llevó hasta ella. Había alguien importante también. Francis.


***************  


Ariel estaba a solas en la playa del templo. Hacía buen rato que las sacerdotisas desaparecieron, y a esa hora de la mañana no habían muchos peregrinos rondando el lugar. Extrañaba a Linet todo el rato, sobre todo después del intenso momento que vivieron juntas. Solo hizo lo que Abdel le enseñó una vez, y había funcionado muy bien.

Esa mañana la sirena estaba feliz. Había descubierto que no le dolía caminar mientras estaba rodeada del agua. Ya que caminar le dolía tanto, Ariel aprovechó para distraerse rodeando toda la playa que daba al templo, y también para nadar un poco. Al final regresó a la playa y se sentó tranquila en una de las rocas que estaban cerca a la orilla. Estaba empapada, y aunque a ella le gustaba así, sabía que los humanos estaban secos todo el tiempo y no podía regresar al templo escurriendo agua por todos lados.

Ariel disfrutaba del sol de esa mañana, sonreía mientras escuchaba las aves costeras, se relajaba al fin después de tantos días de tensión. Pero también empezó a llegar más gente al templo, algunos se acercaban a las orillas de la playa para recoger algunas piedras benditas de la Diosa. Y la miraban raro. Empezó a sentirse incómoda, no entendía bien qué estaba pasando. Lo único que quería en ese momento era regresar a la habitación, pero temía no lograrlo sola por el dolor.

Estaba debatiéndose entre volver o no, cuando de pronto vio a alguien y se quedó paralizada. Él buscaba por el templo, pero no la veía, su vista estaba concentrada en otro lugar. Ariel se desesperó, tenía que llamar su atención antes que se fuera a otro lado del templo. Se subió sobre la roca y empezó a agitar los brazos, alrededor escuchó un rumor de desaprobación, nadie la miraba con buenos ojos. Pero él ni cuenta, se iba a ir y eso tenía que impedirlo, aunque solo hubiera una forma. Ir hasta él.

Tenía miedo del dolor, pero estaba segura de que era lo que le tocaba hacer. Respiró hondo, reunió valor para aquello, y entonces empezó a caminar fuera de la playa. Le bastó que pusiera un pie sobre la arena seca para que el dolor de los mil cuchillos volviera a torturarla. 

Ariel se mordió los labios, tenía que aguantar hasta llegar a él. Justo en ese momento él empezó a moverse, se iba alejando y ella tenía que apurarse. Quizá a eso le llamaban correr, o al menos así lo había entendido. Pero aún soportando aquel maldito dolor, Ariel corrió hasta alcanzarlo. Mientras lo hacía, la gente alrededor se abría paso, otros la chocaban. Eso fue lo que llamó la atención del hombre, y cuando se giró, Ariel ya estaba exhausta. Su intención era abrazarlo, pero cayó sobre él y este apenas pudo sostenerla. El corazón le latía con rapidez, en ese momento de emoción dejó el dolor atrás a menos un instante. Ahora ya no podía controlarse, estaba llorando.

—Ay no, Ariel. Lo estás haciendo otra vez... —Levantó la mirada, su vista estaba nublada por las lágrimas. Se restregó uno de los ojos y vio que el rostro de Abdel también parecía estaba conmovido—. Tú y tus lágrimas de sirena —abrió la boca sorprendida, ya lo entendía. 

Quizá tuviera piernas, pero seguía siendo una sirena. Una sirena con patas. La idea le dio risa, y sin querer acabó riendo entre lágrimas. Abdel sonrió, se secó las lágrimas que apenas estaban saliendo y logró controlarse gracias a que ella dejara de llorar.

—¿Estás bien? ¿Qué te paso? —Ojalá pudiera contarle, no tenía idea de cómo comunicarse con él, así que hizo señas para indicarle lo básico siquiera—. ¿No puedes hablar? ¿Es eso? —Ariel asintió—. ¿Para siempre? —agregó. Y ella asintió otra vez, aunque se sintió muy triste de pronto.

Con lo mucho que le gustaba hablar con Abdel y preguntarle cosas de los humanos, de pronto tenía que aguantarse. No debió dar su voz, jamás debió proponerle eso a la bruja.

—Supongo que tiene que ver con el trato con aquella. —Ariel asintió otra vez. Se separó un poco, seguía empapada, y había mojado al hombre. Él la quedó mirando apenas unos segundos y luego se sacó la capa para cubrirla—. Por la diosa, Ariel. Cúbrete un poco, se te ve todo. 

Ah... así que era eso. Solo entonces lo notó, bajó la mirada y vio que al estar empapada, todo su cuerpo se podía ver a través de la tela. Con razón la miraron raro en la playa, andaba ahí con todos los pechos expuestos. Seguía sin entender por qué les gustaban tanto a los humanos. O peor, si les gustaban... ¿Por qué los prohibían? Deberían tenerlos al descubierto, así como las sirenas. Los pechos solo eran pechos, ¿qué tenían de especial? En fin, si empezaba a pensar en las rarezas ilógicas de los humanos no terminaba nunca.

—Pero qué cagada es esto de que no puedas hablar. Ven, vámonos de aquí. ¿Te estás quedando en las habitaciones de huéspedes del templo? —Asintió, aunque eso lo suponía en realidad, creía que en realidad ese era el cuarto de Linet—. Vamos, tienes que quitarte esto, no puedes andar así de mojada por la vida.

Se quedó quieta, eso significaba que tendría que caminar otra vez. Puso mala cara, pero suponía que ya era hora de aguantarse y seguir adelante.

—Vamos, te llevo. Ya sé que te duele, Erena me contó.

Cuando escuchó el nombre de su amiga, sintió tremenda felicidad. El rostro se le iluminó, sonrió, hasta dio unos saltitos de emoción que ni le dolieron. Que Abdel estuviera ahí significaba que podría tener contacto con Eri, que su amiga lo mandó para que la ayudara. Justo cuando creyó que no había esperanza de volver a verla, ella regresaba.

—Si, tu Eri —le dijo Abdel con una sonrisa al verla tan ilusionada—. Dale, hay que movernos. Yo te cargo para que no te duela tanto.

Sin agregar nada más, Abdel se agachó un poco y la tomó entre sus brazos. Ella se agarró como pudo, nunca la habían cargado y sintió cierto temor, era casi como flotar.

—Oye, no te pongas rígida, no te puedo cargar bien. Relájate, Ariel —le pidió Abdel y ella obedeció, poco a poco se le fueron pasando los nervios—. Ahora solo señala el camino —asintió.

No tenía idea de qué iba a pasar, o si quizá Erena sabía una forma de ayudarla a volver al mar. ¿Y a qué fue Abdel en realidad? ¿A llevársela acaso? Esa idea no le gustaba mucho.


Ella tiene una luz a su alrededor,

y a cualquier lugar que va, un millón

de sueños de amor la rodean en todos lados (*)

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(*) She's got a way - Billy Joel  

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La canción del capítulo me gusta mucho. Creo que es muy Ariel y Linet, pero también tiene algo de la relación de Abdel y Erena <3 cositos.

Pues bien, Francis y Eric llegaron al templo, y ya veremos qué pasará. Lamento los retrasos, de verdad que este no es mi año. Pero se hace lo que se puede y agradezco la constancia <3



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