Epílogo


Al Siguiente día nadie supo de Fabiola. Sus amigas llamaron muchas veces y ella jamás contestó, por lo que empezaron a preocuparse, llamaron a su madre, pero, al igual que ellas, no sabía nada de su hija. Fabiola podía estar bien, tomando licor como en los últimos días, pero sus amigas comenzaban a sentirse un tanto nerviosas por no saber de ella. La noche se acercaba y con ella su preocupación se hacía más intensa.

—Vamos hasta su casa para comprobar que está bien —comentó Michelle a Carla llena de angustia.

—Sí, es lo mejor, caminemos a buscar un taxi rápido.

Las dos amigas emprendieron su camino a la residencia de Fabiola. Sentadas y en silencio en la parte trasera de un vehículo desconocido, cada una sin decirle a la otra iba pidiéndole a Dios que todo con Fabiola estuviese bien, aunque una vez allí, su preocupación aumento, porque fueron muchas las veces que tocaron y timbraron, pero Fabiola no apareció.

—¿Qué hacemos ahora? —Una lágrima deslizó por la mejilla de la joven de color.

—¡No llores, todo estará bien! Llamaré de nuevo a su madre —indicó Carla con la voz cortada y sacando su móvil con dificultad.

Carla comunicó a la madre de Fabiola que no tenían noticias de ella y, a pesar de no querer avivar su inquietud, tuvo que informarle que estaban en casa de su hija y que esta no les abría la puerta. Margarita sintió como su garganta se cerraba, era como si de a poco perdiera el oxígeno.

—Señora, ¿me escucha? —preguntó extrañada ante el silencio repentino de la madre de su amiga.

Margarita tomó una bocanada de aire y contestó.

—Te escucho, tranquila, solo estoy pensando qué hacer.

—Perdóneme por preocuparla, señora, pero nosotras también lo estamos.

—Hicieron lo correcto en llamarme, vamos a ubicar a Alcatraz, roguemos a Dios que él sepa algo de mi hija.

Margarita buscó entre sus cosas la tarjeta que el antes mencionado le había dado cuando lo conoció y proporcionó el número de teléfono a las amigas de su hija, pues ella no quería nada ver con él.

—¡Listo! Me ha dado el número del infeliz de Leonardo. Si él no sabe nada de ella llamaremos a la policía.

—¿Vamos a llamarlo a esta hora? Debe estar en casa con su mujer.

—¡Ay, Michelle! Me vale mierda su mujer, lo llamaré.

Carla marcó el número y en cuanto Leonardo contestó les hizo saber, de mala manera, claro, que él no sabía nada acerca del paradero de Fabiola y le ordenó que no lo molestaran más.

—Solo le pedimos que nos ayudes a buscarla, luego de eso desaparecemos, es una promesa —indicó la joven.

—Espero que así sea, voy para allá.

—¡Viene para acá! —espetó con furia, guardando su teléfono en el interior de su bolso.

—¿Va a venir? ¿Qué te dijo? —Michelle estaba asombrada porque había pensado que Alcatraz las mandaría al Demonio.

—Nos ayudará a encontrarla, pero a cambio, cómo pudiste escuchar, prometí que no lo molestaremos más.

Las amigas esperaron alrededor de media hora hasta que Leonardo apareció.

—¡Bien, aquí estoy! —dijo firme y muy serio, cosa que intimidó en cierto modo a las dos jóvenes.

—Bueno, tal y como le dije por teléfono después de esto no volveremos a molestar.

—Entremos, tengo una llave. —Se dirigió a la puerta y comenzó a abrir.

—Si comprobamos que no está aquí ya veremos qué hacemos, lo que si les digo es no tengo mucho tiempo —indicó mirándolas.

Carla y Michelle acompañadas de Leonardo entraron a la casa. Parecía no haber nadie, todas las luces estaban apagadas, todo se veía tal y como lo habían dejado ellas la última vez que estuvieron allí, Leonardo se dirigió a la piscina, la cual se encontraba vacía, así que los tres subieron para buscar a Fabiola en su habitación y una luz se reflejó debajo de la puerta.

—¡Te lo dije! está aquí, seguro no quería contestar. —Carla miró a su amiga que permanecía en silencio al igual que Leonardo.

Entraron, pero a simple vista no se veía a Fabiola.

—Buscaré en el baño —anunció Michelle.

La habitación estaba desordenada y Alcatraz miró todo fijamente recordando la discusión que tuvieron ellos allí, ahora, mucho más calmado, sintió mucho pesar por ella. Carla se sentó en la cama y vio el móvil de Fabiola con todas las llamadas perdidas de ellas y de su madre, de pronto unos gritos escalofriantes los hizo estremecer.

—¡NO! ¡NO! ¡NO PUEDE SER! ¿Por qué? —gritaba Michelle entre llantos.

Carla y Leonardo corrieron al baño, pasaron la ducha y allí estaba Michelle dentro de la tina, mojada y con el cuerpo sin vida de Fabiola en sus brazos. Carla se acercó a ella y ambas lloraron sin parar. Leonardo no se movió, ni dijo frase alguna, solo se llevó las manos a la cabeza y se apoyó en la pared, hasta que un arrebato de Carla golpeándolo, lo hizo voltear.

—¡Es tu culpa, ella se quitó la vida por tu culpa! ¡TE ODIO! —gritaba la joven golpeándolo y llorando desesperada por la pérdida de su amiga—. ¡Tú la mataste, asesino!

Leonardo solo esquivaba los golpes de la chica sin saber qué decir, ella se retiró y volvió con Michelle, quien solo lloraba desconsolada recostando el cuerpo de Fabiola hacia ella.

Juntas vaciaron el agua de la tina y dejaron el cuerpo allí.

—Espero que estés satisfecho, infeliz. —Michelle estaba llena de furia hacia Alcatraz.

—Yo no quería que esto pasara yo tam... —Por primera vez se vio al señor llorar ante la situación.

—No diga nada, ya lo hizo, usted no la apoyó y he de estar segura que sus palabras le hirieron tanto que por eso se quitó la vida.

—Salga de aquí, no tiene nada que hacer con nosotras. —Carla lo empujó con furia—. Su familia lo espera.

Leonardo salía de allí desmoralizado, destrozado y hecho un mar de lágrimas, la culpa, en efecto, lo estaba torturando, sabía que había sido muy duro con ella, pero estaba muy arrepentido, aunque evidentemente, ya era muy tarde. Carla y Michelle, por su parte, estaban desconcertadas con todo lo ocurrido, ellas se martirizaban de culpa por haberla dejado sola. Llamaron a la policía y notificaron con pesar el suicidio de su mejor amiga, pero no sabían cómo avisar a su madre, decírselo por teléfono no sería recomendable, pero una llamada por parte de la policía sería peor, por lo que Michelle decidió llamarla.

—Señora, disculpe que la moleste.

—¿Encontraron a Fabiola? la he estado llamando y no me contesta —dijo angustiada.

—Em, bueno, sí, señora. —Michelle intentaba que no se notara que estaba llorando—, pero debería venir aquí cuanto antes.

—¿Pasó algo? —preguntó con exasperación.

—Tranquila, señora. Por favor venga rápido, le dio la dirección y colgó la llamada.

Michelle se fue en llanto junto a su amiga, estaban hechas pedazos por haber encontrado a Fabiola de esa manera tan horrible, no merecía una muerte tan horrorosa, las chicas miraron bien todo el cuarto de baño y les dolía mucho ver aquella escena tan desgarradora: sangre por todos lados, muchas cosas tiradas y Fabiola allí en bañador mojada y llena de sangre.

Al poco tiempo sonó el timbre de la casa y ambas bajaron a ver de quién se trataba.

—¿Dónde está mi hija?

—Señora, trate de calmarse, Fabiola está arriba, en su habitación.

—Llévenme con ella.

—Por favor, señora, mantenga la calma, ¿sí? —dijo Carla tomándola de la mano, mientras Michelle corría escaleras arriba.

—¡Suéltame! —ordenó.

Margarita corrió detrás Michelle gritando el nombre de su hija.

Entraron a la habitación y caminaron hasta el cuarto de baño. Al verla, su madre quedó sin palabras, se acercó despacio y la recogió en sus brazos temblando.

—¡Hija, no! ¿Cariño, por qué lo hiciste?, ¿por qué me abandonas si eres lo único que tengo? —El dolor de margarita era inconsolable.

Perder a un hijo es el dolor más fuerte del mundo para una madre. Margarita no creía que su pequeña estaba frente a ella sin vida, la besó y lloró sobre ella, mientras le gritaba a Dios preguntándole por qué se la había llevado. Carla y Michelle solo observaban y lloraban alejadas, pues no había consuelo para esa madre que acababa de perder a su hija de una manera tan espantosa. Tiempo después, llegó la policía y obligaron a Margarita, como también, a las amigas de Fabiola a salir de allí mientras custodiaban la escena.

El Velorio de Fabiola fue muy triste, una madre destrozada lloraba la pérdida de su hija y se reprochaba a sí misma en que se equivocó con ella. Joel la acompañaba llorando sin parar por la pérdida de su gran amor. Leonardo no apareció desde el día que encontraron muerta a Fabiola, desde ese día no lo volvieron a ver. Por otro lado, Carla y Michelle no se despegaron del ataúd de su amiga ni un minuto.

Gracias por leer.😘

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