Con la misma ropa que llevaba el día anterior desperté en mi habitación, la cual seguía desordenada como la recuerdo y mi cabeza iba a estallar del fuerte dolor, por lo que busqué entre las medicinas para ver si encontraba pastillas para la migraña, y sí, tenía un blíster en mi gaveta; bajé a la cocina para buscar un vaso con agua, pero me decidí por algo más fuerte, así que una botella de vodka era perfecta para esto, sin pensarlo mucho me serví una copa y me tomé la pastilla, calenté pollo y papas que tenía en la nevera para comer un poco.
Luego de alimentarme tomé la botella, coloqué un poco de música y me recosté en el sofá a beber. Así estuve un par de horas sin pensar en nada, porque en ese instante mi mente estaba en blanco, solo bebía, debido a que no quería pensar en lo ocurrido, ni en lo que vendría después. El timbre de casa me hizo enfurecer, pues timbró muchas veces.
—Las personas no entienden que si en una casa no abren la puerta luego de que timbraron tres veces deben irse —grité furiosa, mientras caminaba con la botella en la mano—. ¡Amigas! Son ustedes, entren, vamos a beber, mis amores —dije eufórica, cuando abrí la puerta y vi que eran mis dos amigas quienes timbraban. Las abracé y las halé hacia adentro.
—¡Fabiola, estás ebria! Tú no puedes beber. Michelle, quítale esa botella —gritó.
—¡No! A mí nadie me quita mi bebida, Carla, ¿qué te pasa? —Levanté la botella y corrí cual niña pequeña.
—Amiga, Carla tiene razón, debes dejar de beber, son las tres de la tarde —dijo Michelle en un tono más pacífico.
—¡Por eso, está muy temprano, tenemos que seguir!
Tomé otro poco y sentí como me quitaban la botella, luego fui arrastrada a mi habitación y llevaba a empujones a la ducha, donde el agua fría me hizo estremecer al recorrer mi cuerpo. Michelle estaba luchando para quitarme la ropa, quise ayudarla, pero no podía moverme por mi misma. No sé cuánto tiempo pasó, no tenía ni idea si habían pasado minutos, segundos u horas, de lo que si estaba segura era de que una voz familiar pronunciaba mi nombre una y otra vez.
—Fabi, Fabi —decía sin cesar.
¡Claro! era Carla, me ayudó a sentarme y Michelle me dio una taza caliente, que, por su aroma, reconocí que era café. Tomé un poco y lo dejé.
—Solo fue un poco de vodka, amigas, estoy bien —mentí, porque lo cierto era que me dolía mucho la cabeza.
—No debes hacer estas cosas, Fabiola, no estás bien.
—Les aseguro que lo estoy, pero necesitaba despejar mi mente después de lo ocurrido, lo necesitaba.
—¿Vas a contarnos lo qué pasó? —preguntó Carla ofreciéndome más café.
Narré a las chicas todo lo que sucedió luego de que ellas se marcharon y, únicamente, escuché por parte de ellas mil maldiciones para Leonardo.
—Tranquila, Fabi, nosotras te apoyaremos en todo. Estaremos contigo siempre y también tu madre.
Mi madre, que diría ella ante toda esta locura, tenía que llamarla y hablar con ella.
Carla y Michelle al verme un poco más estable y, en vista de que estaba anocheciendo, decidieron irse con la promesa de llamar temprano. Una vez sola, aun con la resaca en mi cabeza decidí llamar a mi mamá.
—Cariño ¿Cómo te encuentras? —Esa calidez en su voz me reconfortaba en cantidades.
—Bien, mamá, con un poco de dolor de cabeza, pero bien.
—¿Ya ingeriste alguna píldora, hija? ¿Hablaste con el señor Alcatraz?
—Sí, mamá.
—¿Y bien?
—Bueno, Leonardo es un hombre casado, no quiere a este hijo y no abandonará a su familia.
—¿Cómo te metiste con un hombre casado, Fabiola? y por dinero —gritó al otro lado del teléfono dejándome casi sorda.
—Mamá, cálmate. Yo no lo sabía hasta ayer.
—Tú nunca sabes nada, Fabiola, solo te interesaba el dinero.
—¡Ya, mamá! No llamé para discutir.
—¿Qué piensas hacer entonces?
—No lo sé.
—Si quieres mi apoyo, vende esa casa y todo lo que te dio ese hombre para que vuelvas a esta casa, tu casa, así tendrás mi apoyo y compañía.
—Mamá, no me pidas eso, con lo enorme que es esta casa podemos vivir aquí las dos.
—Qué poca dignidad tienes, Fabiola, esa es mi condición, la decisión es tuya.
Mi madre colgó y yo seguía sin creer lo que había escuchado, cómo voy a vender lo que tengo, si es lo único bueno que me ha quedado de toda esta locura, vivir otra vez en esa casa diminuta con creencias, sería aceptar mi derrota.
¡Eso jamás!, me grité a mí misma. Con esa actitud de mamá, me quedó claro que ahora sí estoy sola en el mundo, en este miserable mundo de porquería.
Las horas pasaban y yo seguía sumida en mis pensamientos, acompañada de la soledad en mi grandiosa habitación. No tenía sueño, mucho menos hambre, por lo que me levanté de mi cama para buscar una botella de vino. Volví a mi habitación para llenar la tina con agua caliente, encendí la música con las pequeñas cornetas de mi laptop, descorché la botella de vino, me puse un bañador de color vinotinto y dejé caer mi cuerpo en el agua caliente sintiéndome en el paraíso.
Mientras los acordes de las canciones románticas sonaban, el agua relajaba mis sentidos y el vino hacía aun mejor la velada. Me quedé observando detenidamente el baño y vi pequeños frascos de colorante para agua y el jabón para burbujas, me decidí por las burbujas, lo vertí en el agua y lo mezclé lentamente con mi mano.
—¡Cómo quisiera que el tiempo se detuviera justo aquí, donde puedo estar tranquila y sin problemas! —comenté en voz alta.
Sin poderlo evitar, las lágrimas invadieron mi rostro como cascadas de agua salada. Leonardo, el hombre que tanto amaba, me despreciaba y eso destrozaba mi alma.
El sonido de mi móvil que sonaba en la mesa de mi habitación me molestó, pero lo ignoré inclinándome para agarrar mi botella y tomar otro trago más, no me preocupé en contestar porque ya había sido suficiente por hoy, no quería saber de nadie, estaba en mi momento perfecto de relajación y así pasé horas y horas.
No quería aceptar lo sucedido, recordaba con dolor las fuertes palabras de Leonardo: ¡ERES UNA ZORRA AMBICIOSA! Tenía razón, lo era y fue justo esa Maldita ambición la que me llevó a estar así y la verdad es que no quería soportar más ese sufrimiento.
Como si leyera mi pensamiento la voz de mi padre susurró:
«Hazlo, solo así dejaras de sufrir»
—¿Tú crees, papá? Será que por esta vez tienes razón.
«Hazlo»
—No lo sé.
«No lo pienses tanto, sé valiente por primera vez»
—Tienes razón, debo ser valiente, debo acabar con esto yo misma. Yo lo inicié y yo lo terminaré.
Me levanté aturdida y todo comenzó a darme vueltas, estiré mi mano para alcanzar una cajita pequeña de cartón que tenía en el estante, pero logré fue tumbar todo. Las cosas cayeron sobre el agua con burbujas de la bañera, por lo que aproveché y comencé a buscar entre lo que se había caído, hasta que la vi: una caja muy pequeña llena de hojillas, la observé, la sujeté y volví a recostarme en la tina. Di el último trago a mi botella de vino y sonreí feliz de que ya mi tortura y sufrimiento acabaría.
«Ahora sí, Fabiola, puedes acabar con esto de una vez, mocosa insoportable, deja de ser un estorbo»
Con total seguridad y animada por la voz de mi padre pasé la hojilla fuertemente por las venas de mi mano izquierda observando como la sangre brotaba de mí con rapidez. Un escalofrío se apoderó de mi cuerpo, un leve mareo me hizo resbalar ocasionando que mi cabeza se golpeara con la tina y mis ojos comenzaron a cerrarse muy despacio.
Hola a todos. Hemos llegado al final con Fabiola.
Gracias por llegar conmigo hasta aquí, gracias por todo el apoyo.
LAS AMO.😍
No olviden: Votar, comentar y recomendar la historia.
Besitos.
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