Capítulo 18

Iba camino a casa de mi madre con los nervios de punta, llevaba varias semanas sin verla y no era eso lo que más me preocupaba, sino el hecho de tener que revelarle cosas a mi madre que de seguro no le agradarían en lo absoluto y, que quizás, eso terminaría de dañar la poca imagen buena que quedase de mí ante ella. Por teléfono solo hablamos cosas puntuales para saber la una de la otra, pero sabía que ya de frente ella me haría hablar de lo ocurrido con Joel, algo que realmente no me apetecía recordar porque yo misma me avergonzaba de ello; pero tendría que hacerlo, decirle a mi mama que solo necesitaba saber si aún sentía algo por él.
¡De pronto me paralicé del todo! yo también había estado Joel ¿y si mi hijo era de él y no de Leonardo? Cómo se me había pasado ese detalle por alto, el mundo comenzó a darme vueltas de nuevo. Cuando Leonardo me abandonó mis sentidos se bloquearon por completo, ¡oh, Dios mío! Mi situación era más grave de lo que yo si quiera pudiera imaginar. Me quedé unos minutos parada como estatua en la puerta de casa de mi madre, la que una vez fue mi hogar, donde viví tantas cosas; una enorme nostalgia se apoderó de mí y no estaba segura si tocar o abrir con las llaves que aún conservaba, me decidí por lo primero, toqué un par de veces y en cuanto mamá abrió, nos miramos por unos segundos y las lágrimas como cascadas salieron de nuestros ojos. Mamá se acercó a mi tomándome en sus brazos y dándome un abrazo fuerte de esos que dicen: te extrañé muchísimo, correspondí a su abrazo e inhalé ese olor tan pelicular que tanta falta me hacía, la separé ligeramente de mí, acaricié su rostro con mis manos y le di un beso en la mejilla.
—Te eché mucho de menos, mami. —Volví a abrazarla como si no quisiera despegarme de ella nunca más.
—Y yo a ti, mi niña. —Secó mis lágrimas—. Te quiero mucho, cariño.
Preparamos juntas un poco de café con tostadas, como antes. Merendamos mientras mamá me contaba un rollo novelero de esos que ve en Telemundo y, luego comenzó a batir una pequeña torta de chocolate, de esas que solo a ella le quedan divinas y que tanto me encantaba. Por esa hora me sentí nuevamente como una niña a la que su mami consentía con un pastel.
—Gracias, mamá, no sabes la falta que me hacía estar así contigo.
—Mi amor, me sucede exactamente lo mismo, gracias por dejar tu orgullo y venir a verme.
—No es orgullo, mami. —Bajé la mirada.
—¿Dime tú lo que es?
—¡Vergüenza!
—Soy tu madre y nada de eso es válido para conmigo, ok.
Esta conversación ya iba por el camino que había estado evitando desde que llegué aquí, camino que llevaba al doloroso tema que había pendiente y que no sabía ni como iniciar.
—Ten, cariño. —Me besó la mejilla con ternura—. La porción más grande de pastel de chocolate hecho en casa es para ti.
Me dedicó una sonrisa.
—Gracias, mami, eres la mejor —dije mientras le recibía el pastel.
—¿Ya podemos hablar? —preguntó fría.
¡Lo sabía! Es que todo no podía ser perfecto, la felicidad no me podía durar mucho, tragué entero lo que acaba de morder de mi pastel y asentí con la cabeza sin decir nada.
—¿Quieres contarme tu versión de lo ocurrido con Joel? —Acarició mi mano—. Y antes de que digas cualquier cosa te pido disculpas, hija, por como te he tratado por teléfono.
—No tienes que disculparte, mamá. —Tomé también su mano—, seguro te sentiste avergonzada y decepcionada, te entiendo porque yo misma lo estoy.
Le conté a mi mamá como fue todo sin omitir nada, le dije lo mal que me sentí en ese momento y lo peor que me sentí después, nunca la miré a los ojos mientras le hablaba, pero notaba como ella lloraba al escuchar cada frase de la historia que yo le relataba y eso partía mi corazón, estrujaba mi alma.
—Hija, lamento mucho que los dos tuviesen que pasar por eso. —Se levantó y me dio la espalda—, debiste contarme como te sentías, yo no sabía lo mucho que te afectó lo sucedido con tu padre. —Se volteó hacia mí y sujetó mi cara para que la mirara—. Perdóname —dijo entre llantos.
Mi mamá no tenía la culpa de nada y se lo hice saber, la abracé muy fuerte y lloré con ella sin parar por un rato. La culpa de todo la tenía mi padre, gracias a sus maltratos y a las carencias que tuvimos yo crecí pensando que el dinero era lo más importante, que con dinero obtendría felicidad y evitaría cualquier maltrato, y no es así, el dinero no lo es todo en la vida, es una lástima que me haya tocado entenderlo de esta manera tan cruel y, atormentada por él.
—Mamá, todavía no te he contado algo muy grave —dije de pronto soltándola e incorporándome en mi silla, si no se lo decía en ese momento no lo diría nunca.
—¿Todavía existe algo más grave que todo lo dicho? —Arqueó una ceja y bebió un poco de agua.
No sabía que decirle primero, o como decírselo, respiré profundo armándome de valor bajo su atenta mirada.
—Estoy embarazada —dije sin más, bueno, que más iba a decirle, donde le diga de una vez todo, le da un infarto.
Su cara de asombro fue única, parecía no estar creyendo lo que escuchaba y un silencio incómodo se apoderó del lugar por un par de minutos.
—¿Sabes de quién es? —Parecía intuir que yo no lo sabía.
—Hasta ayer estaba segura que era de Leonardo. —Entrelacé mis dedos un poco nerviosa—, pero de camino hacia acá, caí en cuenta de que no podía estar segura de ello, ya sabes, por lo ocurrido con Joel.
—¿Ya el señor Alcatraz lo sabe?
—No se lo he dicho, mamá. —Tapé mi cara con las manos, buscando una manera de decírselo.
Ella se acercó a mí y con cuidado me retiró las manos de la cara.
—Cuéntame, hija, te prometo que no voy a juzgarte. —Sentí tanta paz al escuchar esas palabras.
—Leonardo me abandonó hace unas semanas y lo de mi embarazo, me enteré poco después.
Sabía que no me juzgaría, a pesar de eso, estaba muy decepcionaba de mí, podía notarlo en las expresiones de su rostro.
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