Capítulo 1
El presente
Ring Ring Ring
—Buen Día. Con la señora Margarita por favor.
—Sí, ella habla.
—Le estamos llamando para notificar el fallecimiento del señor Harold Castell. Lo sentimos mucho.
Mi madre colgó el teléfono sin decirle ni una palabra a quien sea que fuese llamado.
—Tu padre a fallecido —dijo con cierto nerviosismo mientras las lágrimas amenazaban con salir de sus ojos.
Habían pasado diez años desde que apresaron a papá y no habíamos tenido noticias hasta hoy. La verdad, es que sentí un gran alivio al saber que se había ido de una vez por todas, ahora si estaba segura de que jamás volvería a hacernos sufrir. Mi vida en Detroit este tiempo fue tranquila, mamá tenía un trabajo como secretaria y yo había logrado terminar mis estudios básicos, pero lo que más anhelaba era asistir a la universidad. No teníamos grandes lujos pero vivíamos tranquilas, aunque para mí no era suficiente.
Días mas tarde. . .
—!Fabi, cariño despierta! Se hará tarde y tengo una noticia para ti. —La voz entusiasmada de mi madre me despertó.
—Hola, mamá. Buen día —contesté adormecida—. ¿Tarde para qué?, ¿qué quieres decirme?
—Arréglate, cariño, te espero en la cocina. —Me dio un dulce beso en la frente y salió de la habitación.
Di un par de vueltas en la cama bostezando para luego obligar a mi cuerpo a levantarse de ella, y estrujando mis ojos caminé descalza hacia la ducha, donde el agua fría me despertó por completo. Salí renegando como siempre, porque odiaba no tener dinero para reparar el calentador. Ubiqué en mi pequeño closet unos vaqueros rotos en las rodillas acompañados de un suéter manga larga y un par de tenis, Me vestí y salí de mi habitación.
—Aquí estoy, mamá ¿Cuéntame? —anuncié con una voz cálida mientras la envolvía en un abrazo.
—Bien, cariño. Conseguí que me dieran un préstamo en el trabajo y te ayudaré a pagar los libros para la universidad, ¡mañana mismo podrás comenzar! —informó con fervor.
Sin embargo, yo no podía aceptar que mi mamá tomara ese préstamo, sería una deuda más y eso no le vendría bien a ninguna de las dos, a pesar de mi enorme deseo de estudiar: lo anhelaba con el alma, tanto que había logrado ingresar y, hasta cancelar la matricula, pero entre libros y guías, el gasto aumentaba y eso no habíamos podido cubrirlo. Aceptar ese préstamo solo complicaría más las cosas.
—Mamá, ¡perdóname! No puedo aceptarlo —alegué en voz baja, sin mirarla. Si ya era una pesadilla lo que me limitaba hasta ahora, con eso mucho más.
—Cariño, tú seguirás trabajando en la casa de los Wilson y me ayudarás con los gastos, mi jefe me descontará muy poco y estaremos bien. ¡Te lo aseguro!
Arrastrando mi moral y con la poca dignidad que me quedaba, salí de casa a comprar todo lo que necesitaría para comenzar mis clases al día siguiente en la facultad de leyes, pero mi mente estaba ocupada pensando en buscar otro empleo: uno donde recibiera un poco más de dinero para no sentirnos tan presionadas. Odiaba el hecho de ser pobre.
Cuando llegué a la tienda, una amable chica me recibió y orientó en mis compras universitarias guiándose de la lista que me habían facilitado en la facultad, y por unos instantes me olvidé de todo disfrutando de ese glorioso momento.
—Creo que ya tiene todo, señorita —comentó caminado a mi lado.
—Gracias por tu ayuda, no creo haber podido sin ti. —Sonreí apenada
—Para eso estamos, siempre estaré a tu orden. —Ella pasó tras la caja mientras yo buscaba en mi bolso el dinero para entregárselo y que realizara la cobranza—. Ten tu factura, y feliz inicio de clases.
—Muchísimas gracias —respondí cabizbajo sabiendo que debía salir a enfrentarme con la realidad.
Debía encontrar otro trabajo urgente para que la universidad no se volviera una pesadilla por la falta de dinero, quisiera tanto poder disfrutar de esto con normalidad, que me llena de ira no poder hacerlo. Seguía caminando distraída, cuando de la nada alguien cubrió mis ojos, al mismo tiempo en el que sentí un beso en mis labios, me aparté despavorida y vi a Joel.
—¡Estás loco! un día de estos, vas a matarme — lo reprendí—, ayúdame con esta bolsa y vamos a mi casa.
Joel es mi novio desde hace cuatro años, es un chico de cabello oscuro igual que sus ojos, una pequeña barba de lo más sexy y una encantadora sonrisa. Me amaba y se preocupaba por mí, pero también era muy conformista, algo que me molestaba de él, pues yo siempre estaba en busca de más, mucho más...
—Acabo de hablar con tu madre, me contó acerca del préstamo que obtuvo por la empresa y que gracias a eso, mañana podrás iniciar tus clases, estoy muy contento por ti, Fabi.
No dije nada y solo le di un beso rápido. Joel hablaba, pero yo solo oía un susurro, porqué la voz en mi cabeza era más fuerte.
Una vez dentro de casa, fui a la cocina por dos aguas de limón y le ofrecí una.
—¡Ya no aguanto más la pobreza en la que vivimos! El dinero solo alcanza para comer y apenas pagar los gastos, mi trabajo es un asco. ¡Ya no lo soporto Joel! —me quejé.
Estaba llena de rabia por no tener lo que quería, los vicios de mi padre y su detención nos habían dejado económicamente inestables, y mi madre; aunque se esforzó no era suficiente y eso me llenaba de odio, me sentía frustrada.
—Fabi, Ya te he dicho que lleves las cosas con calma, ambas tienen un trabajo honrado con el que pueden vivir tranquilas y sabes que siempre voy a ayudarte para que tu carga no sea tan pesada.— Intentó tranquilizarme colocando su mano suavemente sobre mi rostro.
—¡Ayuda!, ¿cuál ayuda? —bufé retirando su mano de mi rostro—. Si tú tampoco tienes donde caerte muerto, yo debo fingir que estoy bien llevando la misma ropa desgastada todo el tiempo, ¡no es justo! —vociferé
Estaba molesta con la vida por no tener todo lo que quería y Joel solo sabía decirme que me tranquilizara. A veces, me resultaba un completo inútil que no hacía nada por darme más, y yo merecía más, lo merecía y lo quería todo.
—No se puede hablar contigo cuando actúas como una nenita malcriada, Fabiola. —Dejó bruscamente la silla.
—¡Ahora soy malcriada! —arqueé una ceja.
—Lo eres, pero así te amo, ¡cálmate! No hay porqué discutir.
Se acercó con intenciones de besarme, pero lo alejé de mis labios.
—Hagamos algo, Joel, mejor lárgate y hablamos después. —Le di la espalda, retirándome a mi habitación.
A veces no logro comprender el motivo por el cual sigo con él, cuando es evidente lo mucho que diferimos en nuestra forma de pensar, en ocasiones, llegamos a ser como agua y aceite. No volví a poner un pie fuera de mi habitación el resto de la tarde, a pesar de la insistencia de mi madre a través de la puerta gritando que debía alimentarme. Yo no tenía ánimos de nada y así se lo hice saber, necesitaba estar sola para tratar de descansar y por supuesto olvidar.
.
.
—Señora, Fabiola ¿desea algo de tomar?
—Un vino tinto, por favor, Lizzie y rápido.
Me dirigí hacia el salón, me desahogué mis tacones y me senté en el gran sofá color beige posando mis pies en la delicada alfombra, mientras Lizzie me acercaba la copa de vino.
—Aquí tiene, señora —dice y se retira.
La Alarma de mi teléfono retumbó en mi habitación sacándome de mi grandioso sueño, miré la pantalla con los ojos achicados y ví que eran las cinco y treinta de la mañana. Asi que me levanté como siempre renegando hacia la ducha.
Al salir muerta de frio escuché voces en la cocina: voces que ignoré al instante y fui rápidamente a buscar que ponerme. Conseguí un vestido azul marino que va un poco más arriba de la rodilla, con unos zapatos de tacón color negro y una chaqueta del mismo color, ubiqué una bufanda a juego, peiné un poco mi cabello y, luego de guardar un cambio de ropa en mi bolso, salí de mi habitación.
Para ser sincera a pesar de no ser ropa de marca me quedaba muy bien, me sentía conforme con mi aspecto, aunque si pudiese mejorar, no me quejaría.
Reconocí la voz de Joel desde el pasillo y me extrañó que estuviese aquí tan temprano, seguí caminando y cuando llegué, me recibió con una sonrisa acompañada de una taza de café.
—Buen día amor, he venido por ti para acompañarte a clases y así te doy una noticia que ya he conversado con tu madre. —Sus ojos me miraban con esa dulzura que me encantaba.
—No tenías que molestarte, pero gracias —dije y me senté a tomar mi café.
Joel, en ocasiones sacaba lo peor de mí, cómo es que se planta aquí después de la discusión que tuvimos ayer y él tranquilo como si no pasó nada.
—Hola, mami, divino mi café.
—Con todo mi amor, para mi universitaria favorita. —Me guiño y continuó empacando sus frutas.
—Apresúrate, cielo, se hará tarde. —comentó Joel apuntando su reloj.
—Terminé, vámonos —anuncié mientras me levantaba.
Caminé hacia la puerta acompañada por Joel y cuando ya estábamos por dejar la casa mamá gritó.
—Buena suerte, hija.
—Gracias, mami.
Joel tomó mi mano y sin ánimos de discutir tan temprano, lo dejé pasar, juntos nos acercamos al paradero de taxis y subimos en uno entregándole al joven un pequeño escrito con la dirección de la facultad. En el camino Joel estaba muy callado, se veía nervioso, así que después de unos minutos decidí romper el hielo.
—¿Joel, pasa algo? Te noto nervioso y no es habitual en ti.
—He pensado que si quieres podemos vivir juntos —suspiró—. Lo he hablado con tu madre y ella está de acuerdo en que vivamos allí, así no tendré el peso de pagar de mi piso y las ayudaré un poco más.
Me quedé mirándolo mientras encontraba la respuesta. No es que la idea de vivir con mi novio y mi madre me encantara, pero si eso implicaba más dinero para mí, pues bien.
—Sí, cielo, es una idea fantástica —comenté sarcástica, aunque él no lo notó—. Ya estamos por llegar, arregla con mamá cuando te mudaras y avísame a mi móvil. Al salir de mi clase me iré directo a la casa de los Wilson, nos vemos por la noche.
Lo besé y baje del taxi caminando hacia el gran edificio donde se leía: FACULTAD DE LEYES.
Era increíble que yo estuviese allí, creo que no había caído en la realidad hasta ahora.
—Bienvenidos sean todos, a este nuevo inicio, esta será su otra casa y aquí se formarán como los mejores abogados, mi nombre es James Adams; soy su director.
La estancia se llenó de aplausos para el señor James y así comenzó nuestro recorrido por las instalaciones, donde: cada aula, cada silla, las paredes, todo era perfecto, tal y como siempre lo soñé, lástima que no fue por mucho.
En mi salida, cambié mi ropa y zapatos por algo más cómodo para dirigirme a la casa de los Wilson, una casa grande con una iluminación perfecta. Era la casa de mis sueños, pero yo solo estaba allí para cuidar a las gemelas Lilian y Vivian de seis años.
—Hola, Fabiola. Las niñas están arriba, cambiales de ropa y dales de comer, nos vemos por la noche —dijo la señora Samantha, dándome paso y saliendo de la casa.
Subí a la habitación y las niñas al verme corrieron hacia mí, las recibí con ternura intentando calmarlas, porque esas niñas tenían mucha energía, aparte de ser unas bellezas, se veían siempre felices, pero como no, si lo tenían todo.
—Fabi, mira nuestros vestidos nuevos, saldremos a cenar con mami y papi esta noche, por eso tenemos ropa nueva —dijeron muy emocionadas, con sus vestidos en mano.
—¡Que hermosos! Van a estar guapísimas.
Les dediqué una sonrisa y bajé con ellas a la cocina, saqué unos platos de la estantería y serví de comer. El resto de la tarde fue jugar con ellas, recoger juguetes y más juguetes tirados, por lo que se sentía que las horas pasaban lentamente. Estaba sentada en el sofá mientras las gemelas dormían un poco cuando mi teléfono sonó y fue allí cuando me percaté de que ya casi seria mi hora de salida.
—Hola, Joe —contesté en tono suave.
—Amor, ya estoy en casa con tu madre, desde hoy viviré a tu lado, como fue mi día libre me encargué de arreglarlo todo, ya sabes que mañana trabajo y son dos días que estaré fuera.
—Qué buena noticia, nos vemos en casa, te amo. —Tranqué la llamada sin dejarlo decir más.
¿Te amo?, ¿yo dije te amo?, ¿lo amaba realmente? Lo pienso y la verdad es que no lo sabía, era un tanto confuso, le quería, pero no era suficiente. Todavía no me agradaba mucho la idea de vivir con Joel, pero en vista de que el pasaba más tiempo fuera qué más da. Esperé unos minutos a la señora Samantha y en cuanto apareció, me retiré de su hogar.
Primer capítulo, espero y les haya gustado, si ha sido así.
Voten y comenten.
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