Capítulo 2

Sintió un horrible dolor de repente, como si una parte de ella fuera desgarrada lentamente y lanzó un grito ensordecedor que lastimó su garganta. Trató de moverse, apartarse para que no siguieran haciéndole daño, pero se halló encadenada a la pared por las muñecas. Aquellas bestias que la torturaban se rieron y tiraron de sus alas con mayor fuerza hasta arrancarlas completamente. Su chillido de dolor fue tan alto que ambas criaturas tuvieron que taparse los oídos para que sus tímpanos no reventaran; mientras, sus hermosas alas— de plumas tan blancas como la nieve— cayeron al suelo, marchándose con su propia sangre plateada.

Su vista estaba nublada por el dolor de perder sus alas, y Dios sabe por qué cosas más, pero logró distinguir a su hermano acercarse hasta ella. Le ordenó a sus torturadores que le abrieran su boca y se cortó la muñeca, dejando que un líquido onix goteara al suelo. Entendimiento iluminó la agotada mente de Luzbel y, con ojos desorbitados, forcejeó, tratando de apartarse de aquella sangre como carbón líquido.

—No, Lucifer. ¡Por favor ten piedad! —Lágrimas se deslizaron por su rostro mientras veía su perdición gotear a pocos centímetros de sus labios—. ¡No me arrebates mi Gracia, hermano! ¡TE LO RUEGO!

Él sólo la miró con indiferencia y ordenó que le mantuvieran la boca abierta. Ella intentó forcejear una vez más, pero el dolor de su espalda muy pronto consiguió detener todo deseo de resistirse.

La muñeca de su gemelo se alzó sobre su rostro y fue entonces que aquella sangre malvada cayó entre sus labios, mojando su lengua, dientes, todo su interior hasta que no tuvo más remedio que tragarla o se ahogaría con ella. Quemazón le recorrió el esofago mientras el maldito líquido descendía hasta su estómago. Luego el mundo a su alrededor dejó de existir y sus gritos llenaron cada piso de aquel condenado palacio.

Luzbel despertó de repente, gritando y temblando de pies a cabeza. Había tenido su primer pesadilla, la cual seguramente no sería la última.

Sus instintos actuaron por ella cuando percibió la presencia de un ser a su lado. Se alejó al lado opuesto de la cama en la que se hallaba y emitió un silbido gatuno mientras mostraba sus dientes. Sorprendida por sus propias acciones, tan ajenas a ella, miró sus manos y un quejido escapó de sus labios. Toda su piel ahora poseía el tono grisáceo característico de los cadáveres humanos, sus uñas— largas y curvadas como garras— eran negras igual que una noche sin estrellas, y su boca poseía largos colmillos con los que se lastimó la lengua al intentar tragar en seco.

Escondió su rostro entre las rodillas y percibió cómo dos alas membranosas— que emergían de su espalda— la cubrían, apartándola del mundo. Su interior era blanco con venas ligeramente más oscuras que le recordaban los diseños naturales del mármol.

—Estoy consiente que todo esto debe ser dificil de aceptar, pero ahora eres un demonio como todos lo que vivimos aquí —Un ojo dorado, escondido parcialmente por alas, pareció responder a su voz—. Aunque no eres una condenada cualquiera… perteneces a los Nocte Vespertili y por lo tanto eres mi propiedad.

—¿Caspiel? ¿Eres tú? —preguntó Luzbel ignorando por completo las palabras del ser y saliendo de su escondite alado para encararlo.

El demonio frente a ella tenía un cuerpo bien tonificado, con la musculatura justa entre atleta y gladiador. Garras negras y una piel gris, imitaban a las de ella, pero las alas que él portaba eran el doble de las suyas y completamente negras. Su largo cabello rubio cenizo estaba apartado de su rostro en una alta cola de caballo, dejando al descubierto orejas puntiagudas cubiertas por una fila de pequeños aros plateados. Y aunque todo eso pudiera ser diferente, había algo en la forma de sus ojos o la altura de sus pómulos, que le recordaba a su antiguo amigo.

—Ese arcángel murió hace mucho, Luzbel. Deberías aceptarlo —Su voz sonó tan fría como la de Lucifer—. Mi nombre es Gaap y soy el monarca de los Vespertili además de gobernador del infierno sur. Estas en mi castillo porque serás mi nueva reina, como ordenó tu hermano. Tendrás tres noches para tí sola, pero a la cuarta dormirás conmigo luego del ritual.

—¿Ritual? ¿Cuarta noche? Pero aquí no existe el sol, ¿cómo rayos diferencian el tiempo?

—Creéme cuando te digo que aprenderás a diferenciar nuestras noches de los días —Una leve sonrisa curvó sus labios mientras le daba la espalda para retirarse de la habitación, pero fue detenido por un leve tirón en una de sus alas.

—Espera —La voz de Luzbel salió en un hilillo mientras miraba el suelo avergonzada—. Quería darte las gracias por sacarme de aquel calabozo —Sin ni siquiera esperar a que respondiera, lo abrazó y hundió el rostro en el pecho de Gaap mientras gruesas lágrimas recorrían su rostro—. Gracias.

Toda respuesta se frisó en sus labios cuando sintió humedad cubrir su pecho y el leve aroma a sangre inundar sus sentidos. Su corazón, el cual llevaba demasiado tiempo inerte, se rompió en pedazos por lo sucedido a la pobre muchacha. Rodeó sus brazos alrededor de la delicada figura de ella y susurró algunas palabras tranquilizadoras en enoquiano, la lengua de los ángeles.

Tardó algunos minutos, pero al final consiguió tranquilizarla lo suficiente como para que dejara llorar y pudo oír la débil advertencia de su sed antes de sentir sus colmillos rozarle la piel del cuello.

—Aún no —Su voz fue tierna mientras la apartaba suavemente. Si permitía que lo mordiera y bebiera su sangre, no podría evitar consumar su unión allí mismo—. No estás lista para el ritual todavía —dijo, más para si mismo que para ella, y acarició el suave rostro de su gannet shar antes de retirarse de la habitación.

Luzbel suspiró sonoramente cuando Caspiel se fue, cerrando la puerta de la recámara tras él. Fue una suerte que la detuviera cuando lo hizo porque ella no tenía ni idea de qué estaba haciendo. Sólo se dejó llevar por la inmensa sed que comenzó a sentir tan pronto su llanto se calmó; y que aún sentía.

Suspiró de nuevo mientras se limpiaba la humedad de sus mejillas. Un grito se ahogó en su garganta cuando vio sangre negra, justo como la de Lucifer, manchar sus dedos un poco. Su respiración se volvió acelerada y comenzó a hiperventilar. Puntos negros aparecieron en su visión al tratar de oxigenar su cuerpo y fallar abismalmente. Empezó a marearse, pero justo cuando pensó que perdería el conocimiento, su visión retornó a la normalidad, su mareo desapareció y su cuerpo dejó de respirar por completo; sin embargo, aún continuaba con vida. ¿Cómo era posible?

—¿Qué me está pasando, Señor de los cielos? —Esperó que un rayo le cayera encima, incinerándola al instante por atreverse a nombrar un ser de luz cuando ella ya no lo era, pero no pasó absolutamente nada. ¿Puedo nombrarte incluso siendo esta abominación, Padre?

Más lágrimas negras mojaron sus mejillas, haciendo que su sed fuera casi insoportable. Agarró su garganta en un vano intento por aliviar su necesidad, pero una extraña debilidad se apoderó de su cuerpo y la precipitó contra el suelo. Extendió una mano hacia la puerta, tratando de gritar para que alguien la ayudara, pero el dolor de la sed era tanto que su cuerpo comenzó a paralizarse.

Voces se escucharon tras la puerta y luego esta se abrió para dejar ver a dos demonios parados en el umbral con sorpresa en sus rostros. Uno parecía un niño humano de diez o doce años mientras que el otro era mayor.

El pequeño tomó la botella que su acompañante traía en una bandeja metálica y apareció en un microsegundo frente a ella.

—Toma. Esto te ayudará con la sed —dijo con la dulce voz de un niño mientras le sostenía sobre sus labios la botella oscura.

Ella no lo pensó dos veces y bebió como si su vida dependiera de ello. Un sabor metálico inundó su boca mientras el olor a sangre se filtró a su nariz, haciendo que diera un pequeño gemido de satisfacción y placer contra la boquilla de la botella. Más allá de encontrar repulsivo el tomar sangre, como debería hacer cualquier ángel, el líquido era casi un afrodisiaco para ella.

Sólo cuando no quedaba una gota, el envase fue apartado de sus labios y aquel joven demonio, tan parecido a Gaap, esbozó una deslumbrante sonrisa que alegró sus preciosos ojos violeta.

—Hola, me llamo Zafan y ese pelirrojo que ves allí es mi hermano, Lucan — Señaló al otro demonio, que aún permanecía en la puerta, mientras lo presentaba—. Tú debes ser nuestra nueva madre.

—Habla por tí, enano. Yo no necesito una madrastra y mucho menos una que es un ángel —El pelirrojo tiró la bandeja al suelo con evidente rabia, rompiendo la copa que sostenía al chocar contra el granito en mil pedazos, y se retiró de allí como todo un vendaval.

—No le hagas caso, ya tenía un odio enfermizo con los ángeles desde antes que yo naciera; pero nadie me quiere decir por qué —se quejó Zafan haciendo una mueca de disgusto, pero casi de inmediato algo en ella atrajo su mirada. Inclinó su pequeño rostro hacia un lado, justo como una ave, y extendió una mano hasta acariciar el interior de sus nuevas alas—. ¡Son tan bonitas! ¡Nunca he visto a un Vespertilio con alas blancas! —Ilusión cubrió el rostro del jovencito, pero fue opacada rápidamente por la sombra de la angustia—. Si tan sólo las mías fuesen tan hermosas cuando por fin salgan…

—Ya verás que así será —No pudo resistir el impulso de envolver a Zafan en un abrazo y plantar un beso en la coronilla de su extraño cabello bicolor. ¿Acaso así se sentían las madres con sus hijos?—. Sin importar del color que sean, estoy segura que se verán hermosas —Levantó el rostro del niño todavía en sus brazos y lo observó detenidamente—. Te pareces mucho a Caspiel, ¿es él tu padre?

—¿Caspiel?

—Ah… Gaap. ¿Eres hijo de Gaap?

Él sólo asintió con la cabeza, se alejó y le ofreció una mano para ayudarla a levantarse del suelo. Luzbel dejó que lo hiciera y fue sorprendida por la fuerza que Zafan poseía siendo sólo un niño, no quería imaginar cuán fuerte llegaría a ser cuando fuera un adulto.

Lucan encontró a su padre en la arena de lucha del patio trasero, la cual recordaba a un coliseo romano en ruinas. Gaap lucía sólo su medallón titular y unos pantalones de cuero negro mientras batallaba contra la imagen fantasmal de un enorme dragón rojo, cuyos ataques eran bastante reales para ser una simple ilusión.

—Tienes que cancelar toda esta mierda. ¿Acaso estás de veras considerando casarte con un ángel?

—Gracias, Corson. Fue genial estirar los músculos por unos minutos —se despidió del otro gobernador, ignorando a su hijo por completo. El dragón lanzó un poco de humo como despedida y se desvaneció en el aire—. En cuanto a mi inminente unión: es una orden de Lucifer. ¿Qué quieres que haga? ¿Que lo desafíe? No tengo ganas de morir todavía, Lucan.

—Y aún así forzarnos a aceptar un ángel en la familia es… asqueroso.

—Ella ya no es uno de ellos, fue obligada a caer —Las niñerias de su primogénito le estaban colmando la paciencia, haciendo que rechinara los dientes en un intento por controlar su creciente ira.

—¡Pero lo fue! —gritó Lucan, tornando sus ojos rojos como la sangre humana—. Aún siendo una diabla existe luz en el interior de esa cosa.

Gaap cerró los ojos, manteniendo una calma que no sentía, y cuando los abrió de nuevo, una rafaga de viento lanzó a su hijo varios metros hacia atrás mientras creaba hondos cortes en su carne. Se teletransportó frente al ensangrentado muchacho y manos invisibles lo levantaron por el cuello hasta que pudo verlo a los ojos, sus pies colgando a varias pulgadas del suelo.

—Primero: yo también fuí uno —dijo aumentando el número de cortes en la piel de su hijo—. ¿Acaso tampoco merezco tu respeto? —El chico intentó decir algo, pero Gaap ejerció mayor presión sobre su cuello, acallando cualquier sonido—. Segundo: vuelve a llamarla “cosa” y tendrás una celda en mis calabozos reservada especialmente para tí. Y tercero: quedas suspendido de tus deberes como mi guardián. Venian será tu reemplazo.

La presión en el cuello de Lucan cedió sin previo aviso y su cuerpo se derrumbó al suelo mientras su progenitor sólo le pasó por el lado sin dar una sola mirada más en su dirección. El joven Vespertilio tomó un puñado de tierra entre sus dedos y lo apretó hasta clavarse las uñas en su palma. ¿Cómo había sido tan idiota de olvidar, en su ira, que su padre también era un ángel caído? ¡Qué patético y llorón era; justo como un crío! Ahora, debido a esos lloriqueos, había perdido el único puesto que lo enorgullecía en realidad.

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☆ gannet shar= lucecita (lengua demoniaca)

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