Prólogo
"Quien llega a tu vida, llega con un propósito...", Son palabras que mi abuela me repite una y otra vez, tanto que ya la misma frase me parece muy irritante.
Desde que era niño, mi abuela siempre me recordaba que la vida tenía cuatro leyes; algo así como las leyes de Newton. Yo no le entendía; pensaba que estaba loca
Me decía que la primera ley hablaba de que la persona que llega a nuestra vida, es la persona correcta. Dandome a entender que nadie llega a nuestras vidas por casualidad y que todas las personas que nos rodean e interactúan con nosotros, están allí por una razón, bien sea para hacernos aprender o para hacernos avanzar en cada situación.
La segunda ley trataba de algo un poco más difícil de entender para mí.
Me comentaba que lo que sucede es la única cosa que podía haber sucedido. Nada, pero absolutamente nada de lo que nos sucede en nuestras vidas podría haber sido de una manera diferente. Ni siquiera el detalle más insignificante o irrelevante.
Me decía que no existe el: "si hubiera hecho tal cosa de esta manera, hubiera sucedido tal otra...". ¡No!. "Lo que sucedió fue lo único que pudo haber sucedido y tuvo que haber sido así para que aprendamos esa lección y sigamos adelante. Todas y cada una de las situaciones que nos pasan en nuestras vidas son perfectas, aunque nuestra mente y sobretodo nuestro ego se resistan y se nieguen a aceptarlo".
"En cualquier momento que comience es el momento correcto", era lo que me decía que trataba la tercera ley. "Todo comienza en el momento indicado; ni antes, ni después. Cuando estemos preparados para que algo nuevo empiece en nuestras vidas, es allí cuándo comenzará".
Y la última, pero no la menos importante: "Cuando algo termina, termina". "Simplemente así. Si algo terminó en nuestras vidas, es para nuestra evolución, por lo tanto es mejor dejarlo, seguir adelante y avanzar ya enriquecidos con esa experiencia".
Me esforzaba mucho por tratar de entender a qué se refería, después de todo, a un niño de cuatro años le costaba bastante entender esas palabras. Con el tiempo comenzaron a tomar sentido, solo que yo comencé a agregar que algunas llegaban para quedarse y si no era así, pues su estadía en tu vida sería bastante prolongada.
"La pérdida de un ser querido jamás se supera, solo se aprende a vivir con el dolor de que ya no está con nosotros." Nunca lo entendí, pero creo que esa su manera sutil de mantenerme preparado ante esas situaciones, pero a fin de cuentas, nadie está preparado para afrontar algo como eso y siempre me preguntaba por qué me decía todas esas cosas. Incluso, una vez llegué a pensar que sus neuronas estaban dejando de funcionar. Era solo un niño sin mucho entendimiento aún.
A los seis años tuve mi primer día en el jardín de niños. Comencé a llorar hacer un berrinche cuando vi que el auto de mi mamá se alejaba dejándome en ese lugar desconocido y con personas que nunca antes había visto. A diferencia de mi hermana cuatro años mayor, quien ya tenía sus amigos y que parecía estar muy cómoda y contenta de estar en ese lugar, yo solo estaba aterrado, tanto que comencé a llorar antes de entrar al salón.
Fue entonces cuando se me acercó, me estiró su mano amablemente y con una voz muy dulce.
—No llores —me dijo.
Era un niño delgado, con una tez pálida y cabello castaño claro. Yo solo seguía llorando y el seguía insistiendo dulcemente en que dejara de hacerlo, sin enfadarse, siempre calmado.
Cuando por fin deje de llorar, el me sonrió, yo solo lo veía con mi cara mojada por tantas lágrimas y mis ojos hinchados. Estiró su brazo dándome la mano y me ayudó a levantarme del suelo en donde estaba de rodillas.
—Me llamo Julian —se presentó con una pequeña sonrisa y una voz muy dulce y cálida y aliento olía a caramelos de cereza—. ¿Cuál es tu nombre?. —me preguntó con curiosidad.
—Me lla... Me llamo Holden. —respondí tartamudeando. El solo se rió. Era bastante atento y muy animado.
—No te preocupes. Tu mamá vendrá por ti más tarde. —me dijo y me jaló del brazo hacia donde estaban los demás niños reunidos en un círculo.
Fue ahí cuando lo conocí. Por fin tenía un nuevo amigo. Desde ese día nos volvimos prácticamente inseparables. En la escuela compartimos casi todas las clases, además de que nos gustaban casi las mismas cosas.
Nuestra amistad fue creciendo a medida que pasaba el tiempo. Nuestras familias fueron integrándose a tal punto que cada uno se hizo parte de cada una.
Pensé entonces que Julian era de esas personas que no eran fugaces, sino permanente. De las que llegan a tu vida para quedarse, porque tienen un propósito. O al menos eso era lo que yo pensaba.
"Nunca terminas de conocer realmente a las personas". Otra sabía frase que mi abuela me mencionaba. Hace poco tiempo, me di cuenta que todo lo que me decía eran lecciones que debía aprender, lecciones que a diferencia de lo que aprendes en la escuela, se aprenden con experiencias y que no sé encontraban escritas en ningún libro.
Pero, esta era la más importante. De todas esas cosas que me decía, esa era la que más ruido hacia en mi cabeza; era como un coro que solo repetía esa frase varias veces al día todos los días, dejándome pensativo y con muchas dudas sobre si realmente conocía a la persona que había tenido a mi lado todos estos años.
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