Capítulo 5
—¿Quieres contarme como te sientes con todo lo que esa sucediendo ahora, Holden?. —me preguntó mirándome fijamente. Estaba sentada frente a mi, con las piernas cruzadas, sus botas de gamusa marrón y sus manos apoyándose sobre sus piernas cruzadas. El tono de su voz era amable y más que tranquilizador, era relajante.
—Hay tantas cosas que siento en este momento. —alcancé a decir. Mi mirada estaba clavada en el piso de baldosa con diseño de madera que cubría el acogedor consultorio y mis palabras simplemente no podían salir como si todo lo que sintiera o quisiera decir estuviese bloqueado de alguna manera.
—¿Y por qué no las dices?. Para eso estás aquí.
Mi mirada ahora se concentraba en su rostro pálido, percibiendo casi de inmediato su semblante muy calmado. Su cabello negro y ondulado, con un largo hasta los hombros me recordaba mucho a las fotos de mi madre en su etapa adolescente. La doctora Elizabeth no debía tener más de treinta y cinco años y su buena manera de vestir hacía que se viera incluso más joven.
—Toda mi cabeza es un caos ahora —dije a duras penas. Ella me miró esperando que continuara. A pesar de que había aceptado ir a la terapia, no estaba del todo dispuesto a compartir todo lo que sentía que estaba sucediendo en mi interior. Por alguna razón me sentía cohibido, como si lo que sintiera o fuese a decir estuviese mal o quizá me sentia mal por contárselo a una persona desconocida antes que a alguien más cercano a mi.—. Sigo sin creer que esto de verdad esté pasando —sentí una lágrima bajar por mi mejilla y mi voz se notaba algo ahogada. —Se siente como una pesadilla de la que aún no puedo despertar. Digo, ¿Cómo es que de pronto desapareció y nos dejó a todos con esta angustia?. El no sería capaz de hacer eso. Quiero decir, ¿Qué pasa si no regresa jamás? ¿Quedaremos todos con el corazón destrozado sin tener una explicación al respecto?.
—¿Te sientes desesperanzado?
—Sí. Ha pasado una semana. Una semana sin ningún avance, sin ninguna noticia. Ver al señor Hemmings y sobretodo a sus hermanitos preguntar por él es algo que me rompe el corazón.
—Entiendo lo que está sucediendo, Holden. Es un momento demasiado difícil para todos. No puedo cambiar las cosas, pero si puedo ayudarte a sobrellevarlas.
El tiempo parecía ser eterno y finalmente, pasada una hora la sesión terminó; algo que internamente me alegró, pues estar allí, incluso con el aura tan tranquila de la doctora Callahan, cada minuto que pasaba parecía una completa tortura.
Antes de salir, la doctora Callahan me fijó una cita para la semana siguiente. Mi mamá me esperaba en la recepción, sentada con sus piernas cruzadas y con su celular entre manos respondiendo mensajes, dado el movimiento de sus dedos que se movian de un lado a otro. Al ver que nos acercábamos se puso de pie.
—¿Está todo bien? —preguntó con con una cara de evidente angustia o más bien esperando que la doctora Callahan no le dijera que yo estaba a punto de volverme loco y debían internarme.
—Si, todo bien. —afirmó la doctora—. Le receté a Holden unas pastillas para dormir. Creo que le hacen mucha falta.
—¿Hay algo que deba saber? —le preguntó mi madre.
—Bien, señora Brooks; cómo Holden es mayor llegamos al acuerdo de que no puedo decir nada de nuestra conversación más que estará bien. Ya le fijé una cita para la semana entrante, así que puede estar más tranquila.
Mi madre me miró desconcertada, esas palabras parecían no tranquilizarla mucho, pero no dijo nada al respecto y solo aceptó lo que acababa de escuchar.
Junto con mi madre salimos del consultorio, todo estaba húmedo pero con el sol resplandeciente indicando que acababa de llover por lo menos durante unos minutos dejando nada más que el vapor del agua al chocar con el suelo caliente y un olor a humedad.
—¿Quieres conducir tú? —me preguntó buscando animarme de alguna manera.
—No tengo licencia y no tengo ánimos de conducir tampoco. —le respondí con la voz algo fría.
Nos subimos a la Santa Fé y sin esperar demasiado la puso en marcha emprendiendo camino a casa. Me puse mis audífonos y recosté mi cabeza del vidrio de la ventana, viendo hacia las aceras y recordando los días pasados en los que pasé varias horas en la estación de policía, ya que debían interrogarme después de descubrir lo de la llamada que Julian me hizo, llamada que sigo sin recordar.
Se sintió como estar en una película policíaca donde eres el principal sospechoso de un crimen. Una habitación fría y solitaria, con dos hombres frente a ti iluminados por una lámpara que cuelga del techo y que se mueve ligeramente de un lado a otro mientras esos dos hombres ruegan para que digas algo que pueda ser usado en tu contra; y que sientes como si estuvieras cargando un enorme camión en la espalda. Estuvimos yendo y viniendo durante al menos tres días seguidos, donde nos hacían preguntas e incluso nos pidieron reconocer algunos objetos que se encontraron en el auto que Julian conducía y que efectivamente, pertenecían a el; su celular, un reloj, billetera, entre otras cosas y como ya no tenían nada más que preguntarnos, nos dijeron que podíamos estar tranquilos y que nos estarían informando cualquier avance que tuvieran.
Sin darme cuenta de todo el camino, ya estábamos entrando al estacionamiento de la casa. Abrí la puerta de mi lado de la camioneta y me dispuse a bajar cuando fui interrumpido por mi madre.
—Oye, ¿Está todo bien?. No dijiste nada en todo el camino.
—Si, mamá. Esta todo bien. Tranquila. —volvi a contestar fríamente y me bajé de la camioneta cerrando la puerta detrás de mi.
Internamente estaba muy intranquilo, hablar con la doctora Callahan en cierto punto me había quitado un gran peso de encima, pero eso no hacía desaparecer por completo mi preocupación y mi desesperación por la desaparición de Julian y evidentemente a todos los afectados les pasaría lo mismo.
Me di cuenta que el auto de Hollis no estaba, igual que el de mi papá. Seguramente Hollis estaría con su novio con quién había estado teniendo problemas durante los últimos días según las fuertes conversaciones que la escuchaba tener por teléfono; y mi padre seguramente estaba resolviendo asuntos de su trabajo; el y el señor Hemmings trabajan juntos como contratistas y con todo lo que estaba sucediendo con Julian, papá debía encargarse, porque el señor Hemmings no podía hacerlo.
Entré a la casa y fui directo hasta mi habitación, para de alguna manera evitar a toda costa que mi madre se acercara a mi para interrogarme. En momentos así era donde prefería que fuera mi padre quien estuviese conmigo, el no solía bombardearme con preguntas y solo me daba mi espacio. Miré el reloj en la mesa de noche, eran las 4:32 de la tarde. Me sentía bastante cansado a pesar que no había hecho nada más que ir a la consulta, pero el casi no dormir y todo el estrés de los interrogatorios con la policía estaban cayéndome encima. Quité pieza por pieza hasta dejar mi cuerpo desnudo, fui hasta la ducha donde gire la perilla y de inmediato el agua comenzó a caer, espere unos minutos a que el agua calentara y me metí debajo de la lluvia de agua caliente. Era una sensación tan liviana, sentía como de pronto mi cuerpo perdía peso, como si ese gran camión ya no estuviera encima de mi.
Después de unos minutos salí de la ducha, rodeé mi cintura con la toalla y salí del baño, tome una camiseta y unos pantalones de pijama; me vestí y de inmediato me dirigí hasta la ventana para cerrar la persiana y dejar mi habitación a oscuras. Era algo extraño que mi madre no hubiese subido aún a ver cómo estaba, seguramente suponía que no quería que me molestaran y en efecto, así era. Una vez las persianas estuvieron abajo regresé hasta la cama en la que deje caer mi cuerpo extendido, las sábanas frías se sentían muy bien en mi cuerpo tibio por el agua caliente de la ducha por lo que mis ojos no tardaron en cerrarse dejando todo completamente a oscuras.
Desperté desorientado, mi frente y mi cabello se sentían mojados y mi ropa se sentía húmeda; mis ojos a duras penas lograban mantenerse abiertos, así que con algo de esfuerzo recorrí con mi vista la habitación tratando de incorporarme a mi entorno. Mi cuerpo era como un grande y pesada bola de concreto que costaba levantar. Pude notar que de las persianas no se asomaba ningún pequeño rastro de luz por lo que deduje que ya era de noche. Miré el reloj en la mesa de noche, eran las 9:25 de la noche. Extendí mi brazo hasta la mesa de noche para poder alcanzar mis lentes, no los había usado durante varios días y era más era una de las razones por las que constantemente tenia dolores de cabeza, pues, debía forzar más mi vista. Me puse los lentes y sin esperar más me puse de pie; un escalofrío invadió mi cuerpo entero a penas mis pies descalzos tocaron el frio piso de mi habitación, bastante raro considerando que acababa de levantarme prácticamente bañado en sudor. Una sensación que de alguna forma usé a mi favor para que mi cuerpo terminara de despertarse.
Salí de mi habitación a paso lento. Mi estómago estaba tan vacío que parecía que mis entrañas estaban peleándose entre ellas y con mucha razón, pues mi último bocado había sido a la hora del almuerzo y que también dejé a medio comer. Bajé las escaleras y caminé hasta la cocina. Extrañamente, todo parecía estar muy silencioso, pero no puse mucha atención al asunto dada mi estricta misión de llegar a la cocina para buscar algo que pudiera saciar el hambre que ahora me invadía.
Al acercarme pude notar la sombra de alguien que caminaba de un lado a otro por toda la cocina.
—Ehh... ¿hola? —la interrumpí.
—¡Oh, hola!. No te escuché bajar. —contestó mi hermana.
—¿Por qué está todo tan silencioso?.
—Mamá y papá no están. Hoy es el día de bingo con los abuelos —me informó—. No querían dejarte, así que los convencí de que se fueran y yo me quedaría contigo. Después de todo, creo que también necesitaban al menos un pequeño respiro.
—Claro, ya veo.
—¿Quieres algo de comer? —me preguntó abriendo la puerta del refrigerador. —Puedo hacerte algo.
—Si, muero de hambre. Pero mejor ¿Por qué no pedimos algo? Comer algo distinto a la comida casera no me vendría nada mal.
—Tienes razón. —asintió— ¿Algo en especial? —preguntó mientras levantaba su teléfono del mesón de la cocina.
—Sorprendeme. —me di media vuelta— Estaré en mi habitación.
—¡Oye! ¡Espera!. ¿No quieres quedarte y vemos una película?.
—Está bien. Pero mejor la vemos en mi habitación. Te esperaré ahí.
Volví por el pasillo hasta las escaleras y las subí de nuevo hasta mi habitación. Tomé mi laptop y sentado sobre mi cama comencé a revisar algunos correos en lo que mi hermana subía, en su mayoría eran de la escuela notificándome de las revisiones de la tarea que había enviado con Ethan Crowley durante toda la semana. Todas habían sido aprobadas con buenas notas, lo que me dió tranquilidad más que satisfacción. Aunque, considerando toda la situación que se había estado viviendo durante esa última semana realmente reprobar en una que otra tarea era una de mis menores preocupaciones.
Escuché la puerta de mi habitación abrirse mientras yo aún seguía pegado a mi laptop.
—¿Por qué está tan oscuro? —preguntó mi hermana algo irritada. Estaba tan dispuesto a revisar mis calificaciones que había olvidado encender la luz.
—Olvidé encender la luz. —le respondí sin siquiera separar la vista de la laptop. ¿Puedes encenderla tú?
—¿Qué estás haciendo?. —Hollis caminaba hacia mi.
—Queria ver mis calificaciones de toda la tarea que he enviado con Ethan esta semana. Recuerda que no he ido a clases. Y aprovecharé para adelantar una tarea.
—Si, es cierto. Ya pedí la comida.
—¿Qué pediste? —pregunté sin poner demasiada atención.
—Ya verás. Dijiste que te sorprendiera.
—Bien. Confiaré en ti. Por cierto ¿Está todo bien con tu novio?. Han estado discutiendo bastante últimamente.
—¿Es tan evidente? —replicó
—Muy evidente, diría yo. —afirmé sin despegar la vista de la laptop—. Incluso mamá y papá lo han notado.
—No es nada. —respondió poniendo atención a su celular —. Solo que me molesta sentir que no confía en mí lo suficiente. —su voz sonaba un poco irritada.
—No se que decir a eso. La verdad. Solo que te he visto bastante estresada y muy irritable últimamente.
—Descuida. Igual es solo problema de nosotros. No te preocupes.
El timbre de la casa sonó interrumpiendo nuestra conversación, que sin duda estaba seguro de que Hollis agradeció enormemente. Al igual que a mí, a mi hermana también le costaba un poco hablar sobre sus problemas y prefería resolverlos sola y este no sería una excepción.
—¡Qué eficientes son! —exclamó Hollis.
—¿Crees que de verdad sea la comida? —dudé. —Digo, no han pasado ni quince minutos desde que ordenaste.
—El restaurante no está muy lejos tampoco.
—Bien, yo iré. —me ofrecí—. Tu ordenaste, lo menos que puedo hacer es recibirla.
—De acuerdo. El dinero está en el mesón de la cocina. —dijo mientras yo salía de la habitación.
Bajé rápidamente las escaleras, hasta la cocina para tomar el dinero y con paso rápido caminé hasta la puerta principal para atender el insistente toque del timbre, como si quien tocaba tuviera muchísima más prisa de lo normal. Al abrir la puerta, lo que encontré fue algo que claramente no estaba esperando y tuve la sensación de que el tiempo y todo a mi alrededor se había detenido o de que todo pasaba en cámara muy, muy lenta. No podía creer lo que estaba viendo frente a mi y de inmediato mis ojos se llenaron de lágrimas que una tras otra se deslizaban por mis mejillas; era el ¡Era Julian!.
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