Capítulo 02

MARC


Las siguientes horas las pasé fingiendo que algo de lo que decían mis profesores era procesado por mi cerebro. No podía dejar de pensar en la joven que afirmaba ser maestra en la universidad, ya que aparentaba tener la edad de una estudiante que recién comenzaba.

Rascaba mi nuca con el bolígrafo mientras mi mirada estaba perdida en la proyección del temario de historia.

Hasta que no llegó el cambio de asignatura, no regresé a aquella aula.

—¿Cómo ha ido?

Mi desinteresada mirada se posó en Elisa.

—¿Cómo ha ido el qué?

—Con esa chica que nos ha interrumpido en los servicios. ¿Habéis discutido o algo?

Me rasqué la barbilla, pensativo.

—Pues... No te vas a creer lo que me ha dicho —comencé a decir, pero me detuve cuando la vi entrar por la puerta en aquel momento.

Llevaba una carpeta bajo el brazo y su bandolera colgando mientras su ancha trenza castaña se movía como un péndulo por la mitad de su espalda. Depositó los bártulos sobre su mesa y tras recolocar sus gafas de pasta con el dedo índice, miró hacia el alumnado. Tenía el semblante muy serio.

—Hostias, ¡qué fuerte! —exclamó Elisa en voz baja.

—Por favor, siéntense. —Dio la orden para todos aquellos que se encontraban en otros pupitres conversando.

No tardaron en obedecer, incluida mi compañera.

—Me presento, soy Silvia, vuestra nueva profesora de Técnicas de Experimentación Gráfica —se introdujo con una serenidad que me dejó claro lo calmada que se encontraba hablando para tanta gente desconocida, a diferencia de cómo la percibí en los aseos—. Vuestro antiguo maestro se encuentra de baja por enfermedad. Voy a sustituirlo mientras él se centra en recuperarse.

Un alumno alzó la mano y ella le dio turno.

—¿Qué le ha pasado a Don Paco?

—Eso es un asunto privado y, por tanto, no me compete comunicárselo a nadie —respondió ella.

Estaba tan seria y segura de sí misma. Y pensar que la tuve tan cerca y pude ver cómo sus mejillas al sonrojarse le daban un aspecto dulce. Nada que ver con el amargor que transmitía.

Por eso no me pude resistir a levantar la mano.

Cuando sus ojos negros se posaron en mí, noté cómo esa expresión que lucía, se turbaba ligeramente.

—Adelante.

—¿Cuánto tiempo lleva siendo maestra?

Sus cejas se alzaron, daba la sensación de que no esperaba mi pregunta.

—Tres años.

—¿Y cuántos años tiene?

Se podían apreciar los cuchicheos de mis compañeros y algunas risas. Estaba claro que nadie más iba a preguntarle por la edad.

—No es asunto suyo.

—Vaya, creí que iba a decir algo tipo: "Eso no se le pregunta a una señorita".

Apoyó la mano sobre su escritorio y repiqueteó en él con sus uñas.

—No vamos a seguir perdiendo el tiempo —dijo apartando la vista de mí y dedicando su atención al resto de mis compañeros —. Les voy a pedir que hagan un esbozo a lápiz de lo que ustedes quieran. Puede ser algo que les guste, algo que odien... Me da igual, lo que se les ocurra. Lo que me interesa es ver cómo plasman unas primeras ideas en la superficie. Cuando acaben, los firmarán y me lo dejarán sobre el escritorio. Después los comentaremos mientras se presentan para mí —esbozó una sonrisa, donde por fin pude apreciar algo de timidez—, así nos conocemos. Tienen treinta minutos.

Se sentó mientras encendía su ordenador portátil y se perdía en él durante el tiempo estipulado.

Me quedé observándola unos segundos, cómo se reflejaba la luz de la pantalla en sus lentes. Parecía concentrada, mirando lo que fuera que miraba. En ese momento, vi como se relamía los labios con suavidad, un gesto bastante provocador sin siquiera pretenderlo.

Su mirada se cruzó con la mía de repente y contuve el primer impulso de apartarla. En su lugar, le guiñé el ojo.

Esquivó torpemente mi gesto devolviendo la atención a su ordenador.

Decidí mirar la lámina en blanco sobre el pupitre mientras daba golpecitos con el lápiz sobre mi frente. No se me ocurría nada. Antes de darme cuenta, estaba otra vez mirándola.

Por alguna razón, había algo en esa profesora que me intrigaba, que me generaba curiosidad. ¿Qué clase de persona era tras esas gafas y esa expresión aburrida? ¿Qué ocultaba tras ese suéter ancho y esos pantalones de leñadora?

Decidí responder mis preguntas en la lámina, mientras la observaba de reojo.

Cuando finalizó el tiempo que marcó, todos se levantaron a dejar sus obras bocabajo, incluido yo.

Ella las agarró y pidió a todos que nos aproximáramos a la pared con corchos, donde colocó el primer boceto. Preguntó por el alumno, este se presentó y comentaron un poco los trazos. Así fue con otros varios hasta que llegó el turno de Elisa.

Toda la hoja había sido invadido por girasoles de diversos tamaños, cuyos tallos se retorcían entre sí, y sus pétalos parecían hablar.

—¿Elisa Guzmán? —preguntó la maestra.

—¡Soy yo!

Cuando reparó en ella, lejos de mostrarse distante o molesta, le dedicó una sonrisa.

—Son unos girasoles muy bonitos. Hay algo fantasioso en ellos. Me gusta que pese a estar en blanco y negro, logren transmitir una bomba de colores. Es muy interesante.

—Muchas gracias —respondió mi compañera con el semblante irradiando alegría.

Cuando fue a percatarse en la siguiente obra, se quedó paralizada. Su barbilla tembló por un momento, al igual que la mano que sostenía el esbozo.

—Continuaremos el próximo día —dijo entonces—. Pueden retirarse a las optativas. —Sus ojos se posaron en mí—. Salvo usted, Marc.

De nuevo, murmullos de los más curiosos alrededor, aunque nadie cuestionó nada. Todos recogieron sus cosas y se fueron marchando del aula hasta que nos quedamos solos.

En aquel momento, recosté mi trasero contra uno de los pupitres de delante y me quedé cruzado de brazos.

—¿Ya se ha aprendido mi nombre?

—Eso me temo.

Agarró mi dibujo y de un golpe contra la mesa lo expuso.

—¿Me puedes explicar qué significa esto? —inquirió, molesta.

Mi obra había sido un retrato de cuerpo completo de ella, sentada en el pupitre, con las gafas deslizándose por el puente de su nariz y su trenza deshecha, mientras miraba el ordenador, se tocaba sus senos desnudos con una mano y con la otra daba atención a su entrepierna.

—Dijo que dibujáramos lo primero que se nos viniera a la cabeza y eso he hecho.

Apretó los puños mientras apretaba los labios. Su rostro ardía de rabia.

—Esto es una falta de respeto intolerable. Debería dar parte a dirección.

Aguanté las ganas de reírme y en su lugar hice un gesto de preocupación y pena.

—Venga, maestra, no se lo tome así... Simplemente, me resultó irresistible la cara de concentración que ponía mirando a su ordenador, no pude evitar imaginarla mirando fotografías obscenas de algún amante. Dijo que le daba igual lo que hiciéramos.

Toda su cara se había vuelto de color rojo.

—Es un maleducado y un inconsciente.

Me hacía gracia como una persona que se había mostrado de forma sería e infranqueable toda la clase, ante mí perdía la compostura y lograba que hiciera esas expresiones de vergüenza y enfado.

Sentía curiosidad de ver hasta dónde podía llegar a provocarla.

—Por favor, no quería ofenderla. Creí que le gustaría que la retrataran. Es usted muy bonita.

Realmente no era nada del otro mundo.

—No debería salir impune.

—Se lo suplico, haré lo que me pida, pero perdóneme.

Me mantuvo la mirada unos largos segundos hasta que finalmente fue vencida.

—El próximo día quiero tener sobre la mesa el ejercicio bien realizado. Sin nada erótico, ni explícito y, por supuesto, nada de representarme a mí. ¿Le ha quedado claro?

No pude evitar que una de las comisuras de mis labios se inclinara hacia un lado.


—Clarísimo.

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