PREFACIO

La opinión pública es pura mierda, siempre lo supe. Sin embargo, cuando eres una socialité en ascenso y reportera parisina con cierto renombre, la basura que piensan los demás se convierte en un elemento importante que debes procurar mantener a tu favor si no quieres que tu carrera y reputación se marchiten sin remedio antes de siquiera haber florecido.

Y confieso que lo llevaba bastante bien, hasta que lo arruiné al sincerarme demasiado en un post y mis carroñeros colegas de profesión se apresuraron para tomar su lugar en la fila de “quién destripa con más eficiencia el incipiente prestigio de Genevieve y sus sueños de convertirse en una verdadera periodista”.

Porque Gen es estúpida, no seas como Gen.

Pero, diré esto en mi defensa antes de que se alisten para crucificarme: yo solo quería desahogarme, ¿de acuerdo?

¡Por todos los dioses, me lo merecía después de un día tan pesado!

Acababa de firmar el divorcio y ver (con una fracción de suerte) por última vez en mi vida el cínico rostro de Antoine, así que, al llegar a casa y estando alegremente acompañada por una magnífica botella de vino blanco, escribir en mi apenas conocido sitio web se tornó la única vía que hallé para exorcizar mi mente y canalizar mis incontables y cada vez más intensos sentimientos negativos para no terminar bajo arresto por asesinar al patán de mi exesposo.

Además, se suponía que sería únicamente eso: yo, liberando sin filtro alguno el maremoto conformado por mis salvajes y para nada pacíficas emociones.

El inesperado, fatal y escasamente bienvenido inconveniente, fue que mi declaración contra Cupido se volvió viral y armó un revuelo descomunal que me ha empujado con la violencia de una avalancha hasta mi circunstancia actual: cabecilla de un grupo de personas resentidas que conspira con el propósito de boicotear San Valentín.

—Debo estar soñando.

Reviso mi bandeja de notificaciones repleta hasta hartar a causa de tantos correos electrónicos. ¡Olvídenlo! Finalmente he comprendido lo soberanamente inútil que es estar en negación.

Lo cierto es que desearía con todas mis fuerzas que se tratara de un sueño; o mejor, una simple pesadilla. De esta forma, lo único que necesitaría para resolverlo sería despertar.

Por desgracia, estoy despierta, y muy consciente de las posibles y fatídicas repercusiones que esto podría desencadenar en mi (ya por sí sola) mezquina existencia, si tomo la decisión incorrecta y permito que esta estrafalaria situación se escape de mis manos.

Y aquí es cuando se impone la siguiente cuestión: ¿cómo diablos me libro de este enredo?

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