Prólogo
Batas blancas, humanos de aquí para allá, múltiples ojos puestos sobre mi persona y mi cola de pez, experimentos terriblemente dolorosos... todo eso formaba ya parte de mi día a día.
Llegué a acostumbrarme, pero para cuando lo hice todo cesó, y yo fui sumergida en un profundo sueño.
Cuando abrí los ojos todo era distinto a como lo recordaba: el laboratorio estaba en una lúgubre penumbra, y el líquido que me rodeaba se notaba distinto. El mako estaba contaminado, como estancado. ¿Qué había pasado?
Me quedé observando más detenidamente el laboratorio, y descubrí que lo que pasaba era que estaba completamente destrozado y abandonado. Eso explicaba también el estado del mako en el que "nadaba".
Comencé a golpear las paredes de la cápsula, comenzando a sentirme asfixiada, no podía respirar del todo bien debido al estado del líquido. Comenzaba a agobiarme, iba a morir asfixiada ya que no tenía la fuerza física suficiente para romper el cristal.
Finalmente, recordé que mi raza tenía un peculiar poder: nuestra voz. Y así fue, chillé lo más fuerte y agudo que pude, y finalmente el cristal se rompió en mil pedazos con un estruendo.
Desafortunadamente, varios cristales quedaron clavados en mis brazos y cola, pero los quité de ahí y me alejé del mako para que mi cuerpo se secara y mis piernas pudieran aparecer.
Cuando por fin adopté forma humana, me puse de pie lentamente, se hacía muy raro caminar como lo hacían los humanos, pero poco a poco le cogí el tranquillo.
Debía buscar una salida, una vía de escape, ¿y si quedaba algún científico ahí dentro? No podía arriesgarme, así que, ignorando el punzante dolor de mis brazos y piernas, comencé a caminar por aquellas ruinas.
Cuando por fin logré salir, la noche y el frío me acogieron en su seno, y pude ver de lejos un edificio grande y robusto al que, sin pensarlo dos veces, me dirigí. El lugar estaba desierto, y era el único lugar que, a pesar de estar en ruinas, se encontraba en buen estado.
Al entrar un olor floral me inundó, ¿realmente estaba abandonado aquel lugar? No pude darle muchas más vueltas, ya que las fuerzas comenzaron a abandonarme y caí al suelo, rendida, cansada y al borde de la inconsciencia.
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