CAPÍTULO 41
Un pequeño sonido similar a un 'pop' marcó la llegada de Arthur y Molly Weasley al hospital San Mungo. La matriarca de la familia se veía simplemente descompuesta, con el rostro enrojecido casi hasta el tono de su cabello y los ojos hinchados como si hubiera estado llorando sin cesar las últimas 24 horas, casi parecía que la mujer había sido la que había atestiguado el regreso de Voldemort y no Harry por su terrible aspecto. Arthur, por otra parte, si bien se veía ligeramente inestable, con el ceño muy fruncido y aspecto preocupado, se veía mejor que su esposa.
El aspecto de los que ya estaban en la sala de espera no era de ayuda para los recién llegados. Todos lucían expresiones igualmente serias, y aunque no había lágrimas, sí había algo ciertamente fúnebre en sus rostros.
—Por Merlín —suspiró Molly, desconsolada—. Mi pobre y dulce Ginny. ¿Dónde está ella? ¿Dónde? ¿Qué le sucedió a mi hijita?
—Ginny está bien —respondió Percy, mirando sus zapatos como si fueran lo más interesante del mundo, con aire distraído.
— ¿Qué? Eso... Eso es maravilloso —respondió Arthur, notablemente aliviado—. Albus solo nos envió un mensaje diciendo que todos ustedes habían sido enviados a San Mungo para acompañar a Ginny y que en cuanto pudieran, un profesor o él mismo vendrían a explicar la situación. Estábamos tan preocupados...
—Ginny está bien —repitió Percy.
—Percy, cariño... Entiendo que estés preocupado, pareces aturdido. Albus nos mencionó vagamente la situación, es terrible, y has pasado por muchas cosas esta noche, todos ustedes... —dijo Molly, con simpatía, colocando su mano en el hombro de su hijo.
Percy se puso de pie abruptamente y se alejó del tacto de su madre, sus hombros se estremecían con la fuerza de sus respiraciones, como si sollozara, excepto porque no había lágrimas corriendo ni sollozos en absoluto, aunque su respiración sí era inconstante, al borde de la hiperventilación.
—Ginny está bien —insistió Percy, frenético. Molly frunció mucho el ceño, y parecía a punto de reprender a su hijo a gritos, cuando Harry habló.
—Ginny está bien, los sanadores dijeron que no parecen haber daños externos, pero van a revisarla y ver si necesitan hacer algo. Pero Perséfone... No sabemos dónde está ella —explicó Harry, con desgana, frotándose la cicatriz con el talón de la mano, esparciendo la sangre.
—Bueno, el director Dumbledore dijo que enviaría un profesor o vendría él mismo a explicarnos la situación, estoy segura de que quien venga podrá decirnos dónde se ha metido Perséfone —dijo Molly, con tono más tranquilo, limpiándose las lágrimas y dándole al niño una amplia sonrisa afectuosa que titubeó un poco al mirarlo con atención—. Eh, Harry, cariño... Tienes un poco de sangre ahí... ¿Necesitas que un sanador te revise?
—No, señora Weasley —replicó Harry, mordaz—. No es nada que un sanador pueda arreglar.
La sonrisa de la mujer se desvaneció, convirtiéndose en un ceño fruncido tan rápido como había aparecido para empezar. Parecía a punto de reprender furiosamente a Harry, pero entonces su esposo la sujetó del codo y ella reaccionó, ruborizándose, pero conteniendo temporalmente su enfado. Justo a tiempo para que la profesora McGonagall apareciera en la sala, y se acercara a paso presuroso, con el sombrero ligeramente torcido sobre la cabeza y las gafas desacomodadas.
Todo el cuerpo de Harry se estremeció cuando la notó. Una ira vibrando bajo su piel, lista para explotar en contra de la primera persona que dijera algo que no le gustara.
—Minerva —suspiró Arthur Weasley, con alivio.
—Minerva, que bueno verte. Ojalá fuera en otras circunstancias, pero puedo decirte que hay buenas noticias, parece que no hay nada malo con Ginny. Pronto podemos irnos todos a casa.
La profesora apretó los labios en una línea.
—Es bueno escucharlo, Molly —dijo McGonagall, para después observar a todos los chicos, varios de ellos ya estaban bostezando, después de haber sido sacados de la cama repentinamente de madrugada—. Yo, por mi parte, no traigo buenas noticias. Habría querido que Albus en persona pudiera decírselos, pero con todo lo que sucedió se ha quedado atascado en el Ministerio de Magia, y esta información no puede esperar.
—Seguro no es apropiado tener esta conversación aquí y con tantos niños alrededor —reprendió Molly, aunque no con la intensidad con la que lo hacía a todo el mundo, sino con más suavidad.
—Albus considera que necesitan saberlo —replicó McGonagall, y el grupo en un entendimiento tácito se apretó un poco más, rodeando a la profesora para formar una barrera que los alejaba de las escasas otras personas allí—. Él se negó a decirme exactamente qué hizo, pero corroboró la visión que tuvo el señor Potter esta noche. Quién-ustedes-saben está de regreso —dijo ella, y se escuchó una fuerte respiración, mientras todos menos Harry se estremecían—. Y... Y... Temo que cuando encontraron a Ginny fue frente al baño de chicas, y allí se colocó un nuevo letrero, escrito en sangre, "su esqueleto reposará en la Cámara por siempre" ...
—Pero no fue así, Ginny está bien —interrumpieron los gemelos, al mismo tiempo, claramente alarmados.
La profesora McGonagall observó a los hermanos con lástima y se quitó el sombrero esmeralda de la cabeza,
—Así es, señores Weasley. No sabemos exactamente qué sucedió, y probablemente solo la misma Ginny podría decírnoslo. Pero no fue a ella a quien el monstruo se llevó a la Cámara. Albus está convencido de que quién-ustedes-saben ha asesinado a Perséfone, lo lamento.
Varios segundos de silencio absoluto le siguieron a la declaración de la profesora. Varias etapas cruzando evidentemente por el rostro de cada uno, comenzando con la incredulidad y terminando con la dolorosa realización. Ron fue el primero en superar el shock y comenzar a llorar abiertamente. De algún modo, a pesar de ser el más joven, era inesperado verlo de ese modo, con el rostro contorsionado por la tristeza y las lágrimas cayendo. Fue Arthur el que se rompió después de eso, no en un llanto como el de su hijo, sino que envolvió al niño entre sus brazos y lo meció, como si fuera un bebé, como si eso fuera a devolverle a la hija que había perdido.
Los demás allí, la mayoría de ellos al menos, ya habían tenido tiempo para hacerse a la idea. Nadie la había dicho de ese modo de forma explícita, pero lo que Harry les había dejado claro antes no tenía demasiadas vertientes. Sin las palabras de McGonagall, ellos habían podido vivir en negación un poco más de tiempo, pero al final les había llegado el golpe de la realidad.
Fuera de Arthur y Ron, solo Molly derramó una única y solitaria lágrima.
— ¿La vieron? ¿Vieron su cadáver? —preguntó Percy, con rudeza. Repentinamente se veía más coherente que antes, con el ceño fruncido parecía incluso furioso, pero no tan inestable como cuando su madre había aparecido.
—No, señor Weasley. Pero el mensaje en la pared... —comenzó McGonagall a decir, antes de que él la interrumpiera.
— ¿Cómo se atreve? —espetó Percy, iracundo.
— ¡Percy! —exclamó horrorizada su madre.
— ¡No! ¿Cómo se atreve? ¿Cómo se atreve a venir aquí a decirnos que mi hermana melliza está muerta sin haber visto el cuerpo? ¿Basándose en qué? ¿En un mensaje ambiguo en una pared? ¿En un mensaje que cualquiera pudo pintar? —preguntó Percy, alzando peligrosamente la voz—. Puede que eso haya sido suficiente para convencerse a sí mismos de que estaba bien abandonarla a merced de un loco, pero no es suficiente para que yo simplemente acepte sus palabras como ciertas y renuncie a mi otra mitad. Expúlseme si quiere, quíteme la posición de prefecto. Pero no venga aquí a hacer llorar a mi hermano y a mi padre y a decirnos que perdimos a un integrante de nuestra familia basada en una deducción sin pies ni cabeza.
Para cuando Percy había terminado de hablar, jadeaba, y se llevó la mano al pecho, luchando por regularizar su respiración. McGonagall no parecía molesta, pese a la forma en que él le había hablado, y no emitió respuesta, mirándolo con lástima.
—Hay una forma de saberlo —señaló Fred, avanzando valientemente.
—El reloj de mamá, en casa, dirá qué sucede con ella —complementó George.
—Tenemos que ir a casa —dijo Ron, limpiándose las lágrimas.
—No podemos —replicó Molly, cruzándose de brazos—. Su hermana sigue estando aquí y no podemos dejarla sola con... Lo que sucedió.
—Puedo quedarme con ella —ofreció McGonagall.
—O preguntaré a un sanador si ella está lista para irse, ya que está bien —dijo Harry, apresurándose a interceptar a un hombre en túnica blanca que pasaba a su lado. El hombre miró al niño con fastidio, pero su expresión se desvaneció al poner los ojos en su cicatriz.
—Señor Potter, ¿con qué puedo ayudarlo? —preguntó el sanador. Harry miró de reojo a los Weasley.
—Una amiga mía estaba siendo revisada, pero dijeron que no era nada grave y podíamos irnos pronto. Ginny Weasley. ¿Podría decirnos si queda mucho para que le den el alta?
El sanador asintió inmediatamente con la cabeza y comenzó a revisar su portapapeles, pasando hoja tras hoja hasta encontrar la que buscaba.
—Ah. Aquí está. Sí, ella está bien y lista para irse. Probablemente experimentará algo de fiebre, pero la medicina muggle será suficiente para tratarla.
— ¿Medicina muggle? —preguntó Molly, confundida.
—Así es —dijo el hombre—. Supongo que conocen a algún médico muggle.
—Bueno, no, no conocemos ninguno —respondió Arthur, igualmente desorientado. El sanador parpadeó, mirándolos como si genuinamente pensara que ambos eran estúpidos.
—Bueno. ¿Pero quién le suministra medicamentos entonces? —preguntó el sanador—. ¿Alguno de ustedes sabe de medicina muggle?
— ¿Por qué sabríamos algo de medicina muggle? —preguntó Molly, exasperada.
—Porque la niña es squib, por supuesto, se le hicieron pruebas antes de suministrar tratamiento y no tiene una sola pizca de magia. Pueden llevársela cuando quieran, por cierto, pero sigue inconsciente.
El sanador se dio la vuelta y se fue, aparentemente habiendo decidido que interactuar un poco más con el famoso Harry Potter no valía la pena si el precio era soportar a la familia Weasley también. Molly se tambaleó tras escuchar las palabras del hombre, y se sujetó con fuerza del hombro de Arthur, que estaba tan pálido como el papel.
—No es posible... ¿Verdad? Una bruja no puede perder su magia —preguntó Ron, al aire. Nadie le respondió, pero Ron pudo ver a Oliver hacerle un pequeño asentimiento con la cabeza, y sabiamente, Ron decidió no decir más.
—Molly, lo lamento, pero debo ir a ver a Albus, debo explicarle este nuevo giro de acontecimientos. Lo mejor será que lleves a Ginny a casa y cuando despierte te asegures tú misma de su estado.
Molly asintió con la cabeza, distraídamente, y McGonagall desapareció con un chasquido.
—Arthur... —llamó Molly. El hombre no respondió y como en piloto automático, se aproximó al mostrador para pedir información sobre el número de habitación de Ginny e ir por ella. Nadie habló en su ausencia, y cuando regresó con la niña dormida en brazos, todos se apresuraron a formar un círculo alrededor de los únicos dos adultos.
Antes de que se sujetaran para hacer la aparición conjunta, Molly llamó a Oliver.
—Oliver, cariño, esto de aquí es un asunto familiar, seguro lo entenderás. ¿Sería posible que esperes aquí a tus padres? —preguntó Molly.
—No —respondió Percy, antes de que Oliver pudiera siquiera abrir la boca para hacer ademán de contestarle. Su madre lo miró con el ceño fruncido, profundamente decepcionada debido al comportamiento que había tenido desde que habían llegado a San Mungo.
—Percy... —comenzó a decir Molly. Percy, que no se cansaba de interrumpir a la mujer, pero sí de verse en la necesidad de hacerlo, la miró con enfado.
—Por favor, deja de perder el tiempo y haznos aparecer en casa para que yo pueda descubrir si mi hermana, tu hija, está viva, gracias. Y Oliver debe venir porque me dijeron hace dos minutos que mi melliza podría estar muerta y él es mi novio.
Ron y Harry intercambiaron una mirada confundida, igual que Fred y George, mientras que Molly simplemente permaneció mirando a su hijo con una combinación de estupefacción e incredulidad con horror. Ignorando el estado de la mujer y su propia confusión, todos comenzaron a sujetarse entre sí, tomándose del hombro o del brazo. Oliver y Percy se sujetaron de las manos, entrelazando sus dedos.
Fue Arthur quien se esforzó por esbozar una pequeña sonrisa orgullosa a su hijo y se encargó de hacerlos aparecer.
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