CAPÍTULO 40
No importaba cuánto tiempo pasara, no importaba de qué generación se tratara, el mundo mágico siempre temblaría de miedo al escuchar el nombre de Lord Voldemort. En aquella ocasión, sin embargo, nadie se atrevió a decirle al niño que vivió que por favor no pronunciara el nombre, en cambio, todos menos Dumbledore se estremecieron antes las crudas palabras de Harry, pero no hicieron comentarios.
Todos se giraron para observar al director Dumbledore, porque, por supuesto, la fe de ellos estaría con el hombre. La esperanza legítima de que el anciano declarara a Harry loco y afirmara sin un ápice de duda que eso era imposible, porque el monstruo de sus pesadillas, el que había aterrorizado al mundo durante la primera guerra mágica, estaba muerto. Ni siquiera Percy, que habitualmente se jactaba de saberlo todo, se atrevió a emitir un sonido. Sin embargo, la expresión en el rostro del director era casi suficiente para destruir las expectativas de los niños, pues con las sombras de la habitación proyectándose en su rostro y la desesperación creciente en su mirada, tenía un aspecto lúgubre.
—Harry, ¿él está aquí, en Hogwarts? —preguntó Dumbledore, e inclusive McGonagall lo observó con cautela; ninguno de ellos había visto nunca al director de ese modo, con ese nivel de preocupación y angustia. Era estremecedor.
—No sé en dónde exactamente, pero sí, estoy seguro de que está en Hogwarts.
Dumbledore asintió con la cabeza, en un pequeño y seco movimiento.
—Profesora McGonagall, debe notificar inmediatamente a los prefectos, que comiencen a sacar a los estudiantes de la cama. Alertaremos a los elfos domésticos. Hogwarts debe ser evacuado inmediatamente —declaró el hombre, y todos en la habitación empalidecieron.
—Albus... No puedes estar hablando en serio... Esto es inaudito... No puedes creer en serio que quien-tú-sabes está de regreso... —farfulló la profesora McGonagall.
—Yo lo vi, profesora —aseguró Harry—. Eso no era un sueño común. Estoy seguro de lo que vi.
—Y entiendo su confianza, señor Potter, sin embargo... Esto es un asunto muy serio, y evacuar Hogwarts... Jamás, en toda su historia, Hogwarts ha sido evacuado.
—Siempre existe una primera vez para todo, profesora. Y no expondré a mis estudiantes a Voldemort, de no ser necesario.
Las palabras, el nombre, dichos desde la voz de Dumbledore fueron suficientes para desatar el caos. Los niños se apresuraron a tomar sus varitas de sus mesillas de noche, mientras que Harry se comenzó a colocar los zapatos y Percy se apresuró a buscar las habitaciones de los prefectos de quinto y séptimo año para despertarlos y que estos a su vez ayudaran con el resto de los leones.
Cuando los profesores salieron de la habitación y Ron había tomado sus cosas más importantes, que consistían únicamente en la túnica del uniforme que se había colocado sobre el pijama, los zapatos y la varita, se giró para ver a Harry, que guardaba rápidamente su capa de invisibilidad en la mochila y empuñaba con fuerza su varita.
—Harry, amigo... ¿Estás seguro de lo que viste? —insistió Ron.
Harry soltó un suspiro de fastidio, el dolor punzante en su cabeza no le inspiraba precisamente a ser paciente con las preguntas de su amigo.
—Sí, Ron, estoy seguro, debemos salir de Hogwarts lo antes posible.
Seamus, Dean y Neville no comentaron nada en absoluto, y para cuando los cuatro salieron de la habitación, los pasillos estaban llenos de niños apresurándose para bajar las escaleras hacia la sala común. Solo los que habían estado presentes en el incidente de Harry sabían lo que estaba sucediendo, pero no se molestaron en explicarlo a los demás. La teoría popular entre los estudiantes sobre la súbita evacuación del castillo consistía en que se trataba de algo relacionado con el monstruo de la Cámara de los Secretos, y no estaban completamente alejados de la realidad.
Caminaron en grupo a paso rápido a través de los pasillos, los retratos también parecían estarse yendo porque la cantidad de marcos vacíos que se encontraban mientras se acercaban a la salida aumentaba rápidamente. Eventualmente, se encontraron con los estudiantes de otras casas, tan confundidos como los Gryffindor, pero marchado obedientemente a la salida. Estaban tan ensimismados, todavía medio dormidos en su mayoría, arrastrando los pies mientras caminaban, de forma en que nadie notó la sangre comenzando a secarse en el rostro de Harry, o su cicatriz semi abierta que él se había esforzado por intentar cubrir con su cabello.
Los hicieron a todos caminar hasta salir del castillo, e incluso entonces tuvieron que seguir andando, por la orilla del bosque prohibido hasta la cabaña de Hagrid y luego hasta dejarla atrás. Finalmente después de una larga caminata que tenía a los estudiantes cada vez más confundidos pero al menos más despiertos, se detuvieron en un claro bastante lejano al castillo. Esperaron en silencio mientras los estudiantes seguían llegando, junto con algunos profesores. Después de un rato, había tanta gente allí que era imposible saber quiénes estaban exactamente y quiénes no, entonces los prefectos comenzaron a indicarles separarse por casa y por año.
Harry notó que entre los miembros del personal que faltaban estaban Madame Pomfrey, Snape y, quizá, el profesor Flitwick (el profesor mitad duende era tan pequeño que era difícil saber si estaba o no en alguna parte de esa muchedumbre).
Alguien gritó entonces, un pequeño y agudo chillido de una niña de Hufflepuff que estaba al fondo de su fila, señalando la dirección de donde todos ellos habían venido, y de donde una figura alta y delgada con una túnica oscura se acercaba, y Harry lo identificó inmediatamente como el profesor Snape, pero no era eso lo que había espantado a la chica, sino el hecho de que atrás de ella el profesor traía levitando el cuerpo de alguien.
A Harry el corazón se le saltó un latido cuando notó el cabello largo y pelirrojo, y Ron y él se miraron con idénticas expresiones horrorizadas. Harry, que era más observador y además tenía la mejor vista, notó apenas unos segundos después que el cabello era de un tono anaranjado más parecido al de Ginny que al de Perséfone, y se relajó ligeramente al notarlo. Sin embargo, él y todos los Weasley salieron inmediatamente de sus filas para apresurarse a los profesores. A los gemelos los siguió su amigo, Lee Jordan, mientras que Oliver Wood se había apresurado a moverse detrás de Percy.
Snape ya estaba con ellos y le susurraba algo al director para cuando el grupo de pelirrojos y Harry se posicionaron suficientemente cerca.
— ¿Es Ginny? —preguntó Ron al director, poniéndose de puntillas e intentando mirar más de cerca a la niña.
— ¿Qué le sucede? —preguntaron los gemelos al unísono, y aunque hablar al mismo tiempo solía ser indicio de su personalidad bromista, en aquellos momentos sonaron tan tensos que tuvo un efecto más bien perturbador.
—No lo sabemos todavía —explicó Dumbledore, en voz baja—, pero ella está viva y no parecen haber heridas externas.
—Fue encontrada en los baños de chicas del primer piso —agregó Snape, arrastrando la voz y mirando fijamente a Ron y Harry, como si creyera que de algún modo había sido culpa de ambos que Ginny hubiera estado ahí o que le hubiera pasado lo que le hubiera pasado.
—Percy, muchacho —llamó Dumbledore—. Esto es muy importante, necesito que inmediatamente averigües si hace falta algún estudiante de Gryffindor, pediré lo mismo a los prefectos de otras casas.
—No hace falta nadie —dijo Percy, de inmediato, casi mecánicamente, con la mirada clavada en su hermanita, entonces parpadeó y observó al director—. Los conté mientras veníamos, restando a los estudiantes petrificados y a Perséfone, estamos completos.
— ¿Perséfone? —dijo McGonagall, que se había acercado también y estaba de pie junto al director.
—Sí, supongo que debe estar por llegar, ¿no? —dijo Percy, observando a su jefa de casa—. Supuse que la habían asignado a verificar que no hubiera estudiantes rezagados, así fue, ¿no?
La voz de Percy se había ido tornando más aguda mientras hablaba y a Harry le dio la impresión de que el chico estaba al borde del colapso nervioso, y se encontró bastante comprensivo de ello porque él mismo se había encontrándose, tensándose mientras hablaba. Los hermanos Weasley intercambiaron miradas.
— ¿Dónde está nuestra hermana? —espetaron los gemelos, mirando a los profesores.
Dumbledore no respondió al inicio.
—La buscaremos —dijo el director, finalmente, entonces metió la mano en el bolsillo de su túnica y sacó lo que parecía ser un trozo de soga—. Ahora, su hermana necesita atención médica urgente, utilizarán esto como traslador para ir a San Mungo, enviaremos un mensaje a sus padres para que se reúnan con ustedes allí y cuando encontremos a su hermana la llevaremos. Señor Jordan, señor Wood, ustedes deben regresar con los demás estudiantes, serán enviados al ministerio vía y sus padres serán notificados de lo sucedido.
—Mis padres mantienen una buena relación con los Weasley —replicó inmediatamente Oliver, cruzándose de brazos—. Estoy seguro de que ellos preferirían que me quede con ellos y que los Weasley le envíen un mensaje para verse en San Mungo.
El director miró por un segundo al chico antes de asentir con la cabeza.
—Lo permitiré. Sin embargo, señor Jordan, usted sí debe regresar con los demás.
Lee Jordan pareció mucho menos dispuesto a discutir que Oliver y asintió con la cabeza, dio una pequeña palmada en el brazo a los gemelos y se alejó para reunirse con sus compañeros.
—Profesor, ¿qué pasará con Hermione y los demás petrificados? —preguntó Harry, nervioso.
—Fueron enviados a San Mungo con Madame Pomfrey cuando comenzamos a evacuar, no se preocupen por eso —dijo Dumbledore, apuntando con su varita al trozo de soga—. Portus. ¿Alguno de ustedes podría ocuparse de la señorita Weasley?
—Yo lo haré —dijo George, entonces bajaron a Ginny para colocarla en brazos de su hermano. El director les extendió la soga y todos se apresuraron a sujetarla como pudieron, pero eran varios y estaban algo apretujados. Harry no pudo evitar notar que Percy seguía mirando cada poco segundo el castillo a la lejanía.
Harry se preguntó si podría salirse con la suya soltando el traslador en el último segundo para ser dejado atrás y así ir a buscar a Perséfone él mismo, sin embargo, concluyó que eso probablemente sería infructuoso y se resignó a tener que esperar noticias en el hospital con los demás Weasley.
Todos se prepararon para el salto, y antes de que ocurriera, Harry alzó la vista del objeto que sostenían y miró a los profesores. Todos ellos habían levantado su varita al cielo, en dirección a Hogwarts, un tenue brillo naciendo en la punta de cada una.
—Protego maxima. Fianto duri. Repello inimicum —enunciaron en perfecta sincronía. Chispas salieron de sus varitas y volaron por el aire, hacia Hogwarts, se detuvieron alrededor del castillo, y lo último que Harry pudo ver antes de sentir el tirón en su estómago que indicaba que se había activado el traslador, fue una cúpula brillante encerrando el castillo, con todos ellos afuera.
Cuando Harry cayó de rodillas al suelo y miró a su alrededor, el piso era de mármol y era evidente que estaba en un hospital. Los gemelos y Oliver eran los únicos que habían aterrizado correctamente, y en esos momentos George entregaba a Ginny a un par de sanadores que se habían acercado, Fred ayudaba a Ron a levantarse y Oliver ayudaba a Percy. Harry no necesitó ayuda, su cuerpo demasiado lleno de adrenalina debido a los últimos segundos y una profunda ira recorriendo su sistema nervioso lo llevó a dar un fuerte golpe al muro a su lado.
—Amigo, ¿qué sucede? —preguntó Ron, mirándolo con los ojos muy abiertos. La pregunta de si se trataba de algo relacionado con la visión de hacía un rato estaba implícita.
—Dumbledore mintió —dijo Harry, con voz ronca, tirando de su cabello con frustración—. No van a buscar a Perséfone. La encerraron, la encerraron en el castillo con él. Pusieron un encantamiento alrededor del castillo.
—No, no, ellos no harían eso. Estoy seguro de que ya deben saber dónde está ella, ¿por qué mentirían? —dijo Percy, pero había empalidecido notablemente.
—Familiares de la señorita Weasley, ella está siendo atendida en estos momentos, cuando hayamos confirmado que está estable será transferida a una habitación, pero no parece haber nada grave con ella —dijo una mujer en túnica blanca con un pisapapeles acercándose a ellos, no los había mirado hasta terminar de hablar, pero cuando lo hizo pareció notar que había interrumpido un momento extremadamente tenso, así que solo se dio media vuelta y se alejó.
Todos guardaron silencio, y Harry se sentó en una de las sillas que había allí, colocó sus codos en sus piernas y luego su cabeza entre sus manos. Él era un niño, incluso si a veces no se sentía como tal debido a todo lo que había vivido, y odiaba tener que ser siempre el héroe, y en momentos como ese se preguntaba si valía la pena salvar a personas que sacrificarían a uno de los suyos con tal facilidad.
Los Weasley miraron a Harry, como si una parte de ellos gravitara hacia él, y así era, después de todo, él era el héroe de la profecía, y de él esperaban esperanza, heroísmo y un poder que sería solo superado por su modestia. Desde que habían entrado a Hogwarts, Harry no había fallado en darles eso, venciendo cada obstáculo que se le había interpuesto. Pero cuando él alzó la vista y miró a su mejor amigo y a su familia, Harry sabía que no había nada que él pudiera hacer, y esa certeza se reflejó en sus ojos, que, originalmente de un verde esmeralda brillante, se veían opacos y vidriosos únicamente por las lágrimas contenidas.
El chico parecía haber pasado por un infierno, con el desorden en su cabello, con la sangre en la piel y con la mirada de un prisionero de guerra.
—Se terminó —dijo Harry, y los pelirrojos se encogieron como si el niño los hubiera golpeado—. Si él ya la tiene, no hay nada que podamos hacer. La perdieron, la perdimos.
Y Harry no tenía la menor idea de la razón que tenía, simplemente esa verdad en concreto no iba en el sentido que él había pensado.
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