CAPÍTULO 39

Después de dos años en Hogwarts, la mayoría de los compañeros de habitación de Harry se habían hecho a la idea de que él tenía terrores nocturnos, un caso particularmente severo de ellas. Solo Ron era consciente de que las pesadillas de Harry, aunque frecuentes, a veces tendían a ser un poco más que eso. Un año antes, cuando estuvieron en primero y ocurrió toda la debacle de la piedra filosofal, Harry había atravesado una época de sueños particularmente terribles, sueños que olvidaba al despertar, y habían coincidido exactamente con la semana en la que Quirrell finalmente intentó robar la piedra.

Era así como, ya que Hermione por supuesto no las había visto en directo porque dormía en el área de chicas, Ron se ocupaba de monitorear los sueños de Harry. Harry hablaba dormido, después de todo.

El sueño pesado de Ron era selectivo, dormía ligero durante la noche y despertaba en el segundo en que Harry comenzaba a hablar dormido, a removerse mucho o a empezar a gritar, era en las horas cercanas a la mañana en que a Ron no lo despertaría un tornado.

Fue Ron quien despertó primero, entonces, pero Neville, Seamus y Dean, sus otros compañeros de habitación, le siguieron.

Un grito, un grito desgarrador, llenó el silencio de la noche en la habitación. Ron ya estaba a medio camino de levantarse de la cama para despertar a Harry, habiendo captado movimiento antes, pero los demás despertaron un sobresalto.

— ¿Tiene una pesadilla? —preguntó Seamus, parpadeando y bajando torpemente de la cama.

Ron iba a responderle, una respuesta indudablemente sarcástica que haría que el otro chico se sintiera avergonzado, pero otro grito, incluso más lastimero que el anterior, se lo impidió.

—Enciendan las lámparas, despertaré a Harry —espetó Ron, apresurándose a la cama de Harry—. Harry, amigo, despierta... Tienes una pesadilla.

Ron intentó sacudir ligeramente a Harry, pero no obtuvo respuesta, entonces lo giró para ponerlo boca arriba, ya que había estado acostado de lado en posición fetal. Al mismo tiempo que lo hizo voltear, sus compañeros encendieron la luz, que, si bien no se comparaba con la que entraba por las ventanas durante el día, sí mejoraba abismalmente su visibilidad. Ron lo vio entonces, y se aterró, porque la cicatriz de Harry estaba inflamada, casi amoratada, pero no solo eso, sino que también se veía abierta y de ella caía un hilillo de sangre.

Antes de que Ron pudiera procesar lo que veía, la espalda de Harry se arqueó antinaturalmente mientras soltaba un nuevo grito, pero los anteriores ya habían desgastado tanto su voz que el nuevo le salió áspero y quebrado. El cuerpo de Harry empezó a convulsionarse entonces, sus manos apretaron la sábana de la cama en puños, pero el resto de su cuerpo sufría espasmos, retorciéndose con rudeza.

— ¡Dean, Seamus, ayúdenme a sujetarlo! —exclamó Ron, con el horror evidente en su expresión, sujetando rápidamente a Harry de un hombro para mantenerlo quieto. Dean y Seamus se acercaron también, y Seamus sujetó el otro brazo de Harry mientras que Dean se ocupó de sus piernas, antes de que golpeara el poste de la cama y se rompiera algo.

— ¿Qué le está sucediendo? —preguntó Dean, aturdido. La somnolencia se les había ido tan pronto como Harry había empezado a retorcerse mientras gritaba.

—Su cicatriz... —dijo Seamus, pero no completó la idea, con el aire escapándosele al mirar la sangre.

Ron no se molestó en intentar explicarles algo que ni él mismo entendía.

—Neville, ve a buscar a un prefecto, a Percy, dile que tenemos una emergencia y necesitamos ayuda y un profesor —dijo Ron, mirando al niño que estaba pálido como una sábana, y no mostró indicios de moverse—. ¡Ahora, Neville!

Neville parpadeó y asintió con la cabeza. Salió corriendo de la habitación.

Los otros tres niños se dedicaron a seguir intentando sujetar a Harry, con la mandíbula apretada por el esfuerzo ya que, inexplicablemente, a pesar de que Harry era el más pequeño de todos, también era aparentemente el más fuerte. Los gritos de Harry no cesaban y eso los ponía nerviosos, con cada nuevo grito, los tres sentían un escalofrío atravesarles la columna.

Apenas un par de minutos después, aunque se sintieran como horas, Percy entró a la habitación. Usaba su pijama rojo y tenía la varita en la mano, manteniendo un lumos encendido. También parecía bastante molesto por haber sido despertado en medio de la noche.

— ¿Qué es tan importante como para hacer este escándalo a esta hora...? —comenzó a preguntar Percy, hasta que Harry soltó un nuevo grito y Percy notó la forma en que se movían sus extremidades y los niños lo sujetaban, con lágrimas en los ojos.

— ¿Qué hacemos, Percy? —preguntó Ron, desesperado—. ¿Y si usas un petrificus totalus?

Percy se apresuró a acercarse también y ayudó a Dean a sujetar a Harry también.

—No, no, es una mala idea —dijo Percy, con expresión aturdida—. No sabemos qué es lo que lo tiene así, si lo congelamos podría ser contraproducente. Notifiqué a un retrato para que llame a McGonagall, estará aquí pronto y sabrá qué hacer.

Mientras sujetaba a Harry con una mano, con la otra Percy se apresuró a realizar un encantamiento silenciador en la habitación, para que ningún entrometido fuera a escuchar los gritos y decidir ir a descubrir cuál era la fuente. Era un milagro en realidad que no hubiera nadie allí todavía, considerando el gran escándalo que estaban haciendo.

Los gritos de Harry eran solo eso, gritos, incluso si eran aterradores, incluso si todos en la habitación tendrían pesadillas con ellos, eran solo gritos, sin palabras que salieran de su estado de inconsciencia, y sin dar a nadie un indicio de qué podría estar pasando por su mente. O así era, hasta que los gritos se transformaron en siseos, el sonido de una serpiente, que repentinamente les recordó a todos ellos la existencia de los rumores de que Harry Potter, el-niño-que-vivió era el heredero de Slytherin.

Seamus se sobresaltó tanto que soltó el brazo de Harry. El brazo libre inmediatamente se dobló sobre su articulación y se llevó la mano al rostro, y todavía dormido, se arañó la piel. Entre el desastre de sábanas y manos, la cantidad de sangre manchando la tela y la piel del propio Harry estaba aumentando. Todavía no estaba en riesgo de desangrase, claro, pero hilillos de sangre ya escurrían por el rostro de Harry, y había manchas en ciertas zonas de su pijama y en su almohada.

— ¡Seamus, sujétalo! —rugió Ron, enfadado, con un tono que no dejaba espacio a dudas sobre lo estúpido que consideraba que era el otro niño en esos momentos. Seamus boqueó un par de segundos, cual pez fuera del agua, pero obedeció y apartó las uñas de Harry de su rostro, regresándolo a la posición anterior con mucho esfuerzo.

La puerta de la habitación volvió a abrirse y entraron rápidamente Neville, la profesora McGonagall y el director Dumbledore. La imagen que proyectaba el grupo debía ser particularmente desagradable por el aspecto nauseoso que mostró Neville al verlos, siendo que ya había superado la palidez inicial de cuando habían despertado todos.

Dumbledore sacó la varita y con un movimiento breve, el cuerpo de Harry dejó de sacudirse. Todos respiraron profundamente con alivio y soltaron al chico, tenían las manos entumecidas por la presión que habían hecho y sabían que Harry seguramente tendría hematomas de allí de donde lo habían sujetado.

— ¿Qué significa esto, Albus? El señor Potter debe ser inmediatamente trasladado a la enfermería —declaró la profesora McGonagall, con el ceño fruncido y aparentemente muy consternada, los lentes se le deslizaron un poco por la nariz y no se molestó en acomodárselos, en cambio, miró al director con los brazos cruzados, esperando una respuesta.

—Señor Weasley, ¿podría informarnos qué ha sucedido? —preguntó Dumbledore, ignorando por el momento la participación de la jefa de casa de Gryffindor, cuando Percy y Ron lo miraron, se vio obligado a hacer la aclaración—. Ronald Weasley.

—No estoy seguro de qué pasó. Desperté porque vi a Harry moverse bastante, lo iba a despertar porque creí que tenía una pesadilla, pero... Empezó a gritar. Horrible. Y después empezó a retorcerse, todos tratamos de sujetarlo para que no se lastimara, pero no despertaba, y seguía gritando. Noté que su cicatriz sangraba. Y después dejó de gritar, y creo que empezó a hablar en pársel —explicó Ron, al borde de un colapso nervioso, jugueteando con sus manos mientras alternaba la vista entre su amigo y los profesores—. ¿Qué le pasó? ¿Por qué se puso así?

—Me temo, señor Weasley, que Harry es el único que puede respondernos eso. Lamentablemente, parece que la enfermería tendrá que esperar, ya que puede que lo que sea que haya pasado sea de suma urgencia y necesitamos que Harry responda —dijo Dumbledore—. Ennervate.

Harry se levantó de un brinco, sentándose sobre la cama, tenía los ojos rojos e hinchados como si no hubiera dormido nada, o como si hubiera dormido toda la noche. Se llevó las manos a la cabeza, apretándola, como si eso fuera a disminuir el dolor, y cuando habló, tartamudeaba.

—Él... Yo... Lo vi... Lo vi... —dijo Harry, en un sollozo, mirando al director Dumbledore.

— ¿Qué viste, muchacho? —preguntó el hombre, con paciencia.

—Primero vi al monstruo... El monstruo de la Cámara de los Secretos, la serpiente —dijo Harry, y la comprensión brilló en los ojos del director, que compartió una mirada cómplice con McGonagall—. Después vi la sangre... Y después no vi nada... Pero no era necesario verlo, director. Pude sentirlo. Él está de regreso. Voldemort está de regreso.

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