CAPÍTULO 37

Hay una serie de sucesos que marcan la vida de una persona. Los que había vivido Perséfone eran más oscuros que la mayoría. Eso era debido a una combinación de su propia naturaleza con numerosas decisiones muy cuestionables. Era complicado determinar, entonces, qué había sido exactamente lo que la había llevado ahí, si haber robado los libros del despacho de Dumbledore, si haber sacrificado a la estúpida rata de Ron (que había resultado ser un animago), o haber empezado a hablar con un diario extremadamente sospechoso.

Ella sabía que ella no era así antes. Por supuesto, siempre fue paranoica, neuroética incluso, y su moral nunca fue particularmente recta, ella haría lo que fuera necesario para proteger a los suyos, pero aún así, el tiempo, y Tom, la habían llevado a llegar más lejos que nunca. A matar. Y no era que ella alguna vez hubiera reflexionado detenidamente sobre donde estaba el límite de lo que estaba dispuesta a hacer, pero era quizá un poco alarmante que estuviera dispuesta a matar, a postrarse de rodillas y jurar lealtad al señor tenebroso que había atormentado el mundo, y a dañar a su hermana menor (sin importar cuán envidiosa y cruel había resultado ser), y no se sintiera más cerca de llegar a un punto en el que todo sería demasiado para ella.

Estaba jodida, porque no tenía miedo, no se arrepentía, y no estaba dispuesta a detenerse.

Ya se había admitido abiertamente que estaba enamorada de Tom. Y aparentemente él era más merecedor de su lealtad que su propia familia, su propia sangre. ¿Por qué, entonces, no debería elegirlo a él sobre ellos y sobre sí misma?

— ¿Quieres matarla, Tom? —preguntó Perséfone, con voz entrecortada—. ¿Quieres que la matemos y que usemos su muerte para traerte de vuelta?

—Es, en cierto sentido, debido a ella que estamos aquí ahora. ¿No sería catártico que sea su fallecimiento lo que cierre el ciclo por nosotros?

Perséfone parpadeó y miró a Tom, sus ojos estaban un poco vidriosos y había una sonrisa desconcertante en su rostro, una mezcla de malicia con locura que en él desencadenó una profunda fascinación. Era una mirada que a cualquier otra persona le provocaría escalofríos, pero no a él, porque no había un solo tipo de insania al que él necesitara temer, no cuando él tenía la suya propia.

—No quiero que la mates, Tom —dijo ella, con suavidad, casi gentileza—. En estos momentos la odio, ¿lo entiendes? Yo la odio, la odio, la odio, ¡la odio! —rugió, repentinamente enfurecida, antes de devolver su rostro a su calma usual, recuperando la compostura después de su arrebato de ira—. Y la muerte de repente parece demasiado gentil para lo que ella me habría hecho de haber tenido la oportunidad que yo tengo. ¿La necesitas muerta? ¿No hay otro modo?

Su voz se había ido transformando lentamente en un siseo, bailando en el borde entre simples palabras arrastradas y la lengua pársel.

Tom permaneció unos segundos en silencio, pensando, antes de responder.

—En estos momentos soy solo una cuarta parte de alma, y me mantengo solo en base a la magia que tú me diste y la que ahora absorbo de Ginny. Para poder volver realmente, fuera del diario y corpóreo, necesito más que esto, lo necesito todo.

— ¿Una cuarta parte de tu alma? ¿Es posible subsistir con solo un fragmento como ese?

—Por supuesto. Y es posible incluso con menos de una cuarta parte, pero mi caso es particular porque no soy el fragmento principal, la parte no se desprendió de mí, sino que yo me desprendí de la parte principal. Necesito más, una parte del alma de otra persona que pueda absorber como mía, para estabilizarme. Si la mato, con un debido proceso, claro, puedo usar la de ella.

—Si necesitas un fragmento de alma para volverte real, y es posible vivir con un alma incompleta mientras de ti se haya desprendido, entonces yo tengo una idea para ti. Toma su magia, hazlo, tómala toda, toma su magia hasta que ella no sea más que un sucio squib, pero que conserve su vida y sufra cada jodido minuto de ella. Y para tu alma, Tom, yo voluntariamente te ofrezco una parte de la mía.

Él puso sus manos en los bolsillos de su túnica y comenzó a caminar con pasmosa lentitud hacia Perséfone, su andar lento y elegante se sintió eterno, mientras ambos ignoraban deliberadamente el cuerpo inerte de Ginny en el suelo de la Cámara, siendo que a ninguno de los dos le importaba particularmente la comodidad de la niña. Cuando llegó hacia ella, sacó la mano derecha de su bolsillo y la colocó a un lado del cuello de Perséfone, no sujetándolo, puesto que no la envolvía, sino simplemente haciendo el contacto, sin ninguna fuerza, aunque de igual forma ella no logró sentirla. Ella no experimentó nada más que un pequeño escalofrío y una calidez extraña en la piel.

Él no era suficientemente fuerte para tocarla fuera del diario, todavía.

—Ya he puesto mi magia en ti, y tú me has dado la tuya a cambio. No es lo mismo matar a alguien y tomar su alma, porque entonces la conviertes en tuya, si tú me la entregas, tu alma seguirá siendo tuya, incluso si yo la uno a la mía, siempre será un pedazo de ti que no podrás recuperar y que vivirá en mí. Es más íntimo que compartir un cuerpo, o que tomar una vida. He puesto mi alma en objetos antes, y mientras esos objetos existan, yo existiré. Y mientras tu alma esté en mí, tú existirás. ¿Entiendes lo que eso implica?

—Lo entiendo. Y lo quiero. Quiero que tengas mi alma, Tom, quiero que estés vivo de verdad. Y entregaré lo que sea necesario para conseguirlo.

Una respiración entrecortada salió de los labios de él, mientras la miraba a los ojos, buscando un atisbo de duda que no encontraría. Porque ella estaba segura de eso, de que lo quería, porque quería que él la quisiera de vuelta, y ella sabía que así era. Ella sabía que por más que él fuera incapaz de reconocer el amor, quizá porque no lo experimentó antes, él no podía evitar manifestarlo.

Estaban ahí, después de todo, porque Tom había decidido no usarla, como había hecho con Ginny, no manipularla, sino poner su vida en sus manos. Y Perséfone estaba ansiosa por hacer lo mismo y poner en él un trozo de su propia alma.

—Lo haremos si es lo que quieres.

—Es lo que quiero —insistió Perséfone, manteniendo su mirada.

Tom sonrió, una sonrisa amplia que ella correspondió casi de inmediato.

—Hagamos que tu hermana pague por lo que pretendía hacerte, entonces —dijo él.

Perséfone observó con silencioso regocijo cómo Tom regresaba al lado de Ginny, que se encontraba todavía sumida en un estado de profunda inconsciencia, con el cabello rojizo sobre la cara y una palidez antinatural en la piel. Él sujetó la muñeca de la niña con fuerza, y pronto el cuerpo de Ginny comenzó a sacudirse violentamente, sus extremidades se movían de forma incontrolable. Cada espasmo era tan fuerte que parecía que su cuerpo estaba luchando contra una fuerza invisible. Su respiración se hizo irregular, y un sonido gutural salió de su garganta, pero sus ojos permanecieron cerrados y Tom no rompió el contacto tampoco.

Apenas unos segundos después, los espasmos se volvieron menos constantes y fluidos, pero más duros en cierto sentido, como si fueran a arrancarse sus extremidades de un golpe brutal, y los gritos de Ginny llenaron el silencio de la Cámara.

Hacía una media hora, Perséfone había bajado a la Cámara para salvar a su hermanita del monstruo que era Tom Riddle. En esos momentos, ella se limitaba a ver cómo el cabello de Ginny pasaba de un tono mixto entre el anaranjado y el rojizo a un anaranjado convencional y éste posteriormente iba perdiendo color y brillo, hasta tener un aspecto como de paja, desde el color a la textura, seca y rígida; su piel también empalidecía notoriamente y parecía volverse un poco más delgada, con las mejillas en su rostro hundiéndose y sus brazos mostrándose notoriamente más huesudos, además de que sus articulaciones eran casi visibles.

Ginny siempre había sido bonita, quizá no hermosa en la medida que lo era Perséfone, pero había sido bonita, eso, sin embargo, se había terminado. Y mientras se retorcía y soltaba estruendosos alaridos de dolor, hasta que la voz se le quebró y no pudo aullar más, Perséfone se dedicó a pensar en que, al perder su magia, Ginny parecía haber perdido cada mísero aspecto que la volvía remotamente especial.

En Ginny Weasley ya no había belleza física, y aparentemente jamás había habido belleza interior tampoco. Y cuando Tom finalmente la soltó de nuevo y se puso de pie, más vívido que antes, ambos sonrieron aún más, a sabiendas de que, sin belleza, sin ningún tipo de nobleza, lealtad, o siquiera capacidad de empatía, y tampoco magia... El resto de su vida no sería sino un infierno.

—Deberíamos dejarla donde la encuentren —dijo Perséfone.

—Hay que dejarla en la entrada de la Cámara. Pero no podemos dejar que nadie sepa lo que ella sabe. ¿Harías el honor, amor? —preguntó Tom, haciendo un pequeño ademán para señalar la varita de Perséfone.

Ella se colocó en cuclillas frente a Ginny, apuntando a su rostro con su varita.

Obliviate —susurró Perséfone, y tan fácil como decir la palabra, la mente de Ginny se abrió y doblegó ante su poder, sin que Perséfone le mostrara un solo atisbo de piedad, invadiendo y destruyendo sus recuerdos a placer, borrando cada memoria del diario de Tom Riddle, y, por tanto, de éste estando en posesión de Perséfone. Siendo que el diario había sido una parte extremadamente importante en la vida de Ginny, experimentaría grandes vacíos mentales, pero eso no le preocupaba a Perséfone, ya que no estaba siendo sutil en eliminar lo que no quería que nadie viera, no era un riesgo que pudieran recuperar aquello que había perdido.

Después de algunos pocos segundos, ella terminó el hechizo, y acompañada de Tom, sacó a Ginny por el túnel por el que habían entrado y cerró la entrada tras ella.

— ¿Estás lista para lo que viene ahora, amor? —preguntó Tom.

—No es algo que podría haber sabido antes, pero ahora me doy cuenta de que siempre he estado lista para esto. Toda mi vida se ha tratado de estar lista para esto. Nunca la preferida de nadie, nunca verdaderamente amada, y condenada a hacer lo necesario para ayudar a personas que no harían lo mismo por mí; todo eso era necesario, para que, ahora, pueda literalmente entregar mi alma a alguien que sí se la merece. Dime qué hacer, Tom, porque sea lo que sea, lo haré con gusto. 

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