CAPÍTULO 31
El Gran Comedor era color rosa. Era todo lo que Perséfone pudo notar al entrar esa mañana a desayunar.
Las paredes estaban decoradas con enormes flores rosadas que ella en verdad esperaba que no fueran naturales sino artificiales. Debían haber hecho algún encantamiento al techo, porque en lugar de reflejar el cielo en el exterior, era de un color azul pálido sin atisbo de nubes, y de el caía confeti con forma de corazón y, por pura fortuna, no en la comida.
En la mesa de los profesores, todos tenían expresiones igualmente apáticas, exceptuando, por supuesto, a Gilderoy Lockhart, que exhibía la reluciente sonrisa que le había ganado el premio Corazón de Bruja varios años seguidos, como él les había repetido incesantemente a todos sus alumnos durante las clases. El profesor usaba una túnica chillona del mismo tono que las flores que decoraban los muros, y que a Perséfone le pareció que lo hacía parecer un flamenco.
Apretó los labios y se sentó rápidamente en la mesa de Gryffindor junto con sus compañeros de casa. El comedor se llenó rápidamente y mientras gran parte de las personas seguía mirando el lugar con desagrado, también hubo cada vez más gente que sonreía y cuchicheaba con entusiasmo. Helen era una de esas personas demasiado alegres por algún motivo incomprensible.
Perséfone desayunó en silencio, tal y como hacía desde que había dejado de sentarse junto a Percy, que se sentaba a varios lugares de distancia y pasaba el desayuno leyendo.
Ella estaba terminando su pan tostado con mermelada cuando el profesor Lockhart se puso de pie. Su sonrisa se había mantenido exactamente igual durante todo el desayuno, como si se estuviera preparando para dar una magnífica noticia.
—Buenos días, queridísimos estudiantes. Como habrán notado, me he encargado de comenzar un maravillosísimo proyecto para levantar el ánimo debido a toda esta turbia situación, así que no se preocupen, su profesor se hará cargo de esto —dijo Lockhart con un extraño énfasis mientras guiñaba el ojo—. ¡Y no solo me he encargado de decorar!
Lockhart dio una palmada, y por la puerta del vestíbulo entraron una docena de enanos de aspecto hosco, no es que alguna vez Perséfone haya visto alguno amable, igual, el mal humor de esos en concreto era comprensible, ya que no eran enanos y ya, tal cual; Lockbart les había puesto alas doradas y además llevaban arpas.
— ¡Mis amorosos cupidos portadores de tarjetas! —sonrió Lockhart— ¡Durante todo el día de hoy recorrerán el colegio ofreciéndoles felicitaciones de San Valentín! ¡Y la diversión no acaba aquí! Estoy seguro de que mis colegas querrán compartir el espíritu de este día. ¿Por qué no piden al profesor Snape que les enseñe a preparar un filtro amoroso? ¡Aunque el profesor Flitwick, el muy pícaro, sabe más sobre encantamientos de ese tipo que ningún otro mago que haya conocido!
El profesor Flitwick se tapó la cara con las manos. Snape parecía dispuesto a envenenar a la primera persona que se atreviera a pedirle un filtro amoroso. Perséfone se preguntó si sería demasiado complicado hacer que el Basilisco se cruzara con el profesor, y se arrepintió del pensamiento tan pronto como este cruzó por su mente. Se estaba tomando un descanso de los planes para traer de regreso a Tom hasta que resolviera con él todo el asunto de Ginny, hasta entonces, no se acercaría a la Cámara de los Secretos ni al Basilisco, ni tampoco escribiría a Tom (aunque tampoco iba a encerrarlo de nuevo en un cajón).
Perséfone pensó que su día iría relativamente decente, o tan decente como era posible, hasta que, mientras guiaba al grupo de segundo año de Gryffindor y Slytherin a su aula, un enano se abalanzó sobre su espalda, haciéndola tropezar y caer al suelo, junto con su mochila. Se apresuró a recoger sus cosas e intentar levantarse, con su varita deslizándose rápidamente hacia su mano para maldecir hasta la muerte a quien la había derribado, pero no le dio tiempo.
El montón de chicos de segundo año no parecían saber si arriesgarse a ayudarle y ponerse en la mira del agresivo enano, exceptuando a su hermano, Ron, que se reía tanto que las lágrimas le caían por las mejillas, y a Harry, que miraba la situación con horror. Y, por supuesto, justo en aquel momento, otro grupo de chicos de Gryffindor, esta vez de primer año, aparecieron también, encabezados por un prefecto de último año y entre los cuales Perséfone identificó a su hermana, Ginny.
El enano se colocó orgulloso a su lado y carraspeó.
—Tengo un mensaje musical para Perséfone Weasley.
Ella casi lograba terminar de reunir sus cosas cuando la mochila hizo un ruido como de crujido y la tela se rasgó.
Perséfone inhaló profundamente, cerrando los ojos, en un desesperado intento de mantener la calma mientras absolutamente todas sus cosas volvían a estar esparcidas por el suelo, aunque, por fortuna, ningún envase de tinta roto. En ese momento, ella decidió esperar a que el maldito enano terminara su espectáculo antes de guardar todo de nuevo y arreglar con magia su mochila.
El enano pasó la mano por el arpa destartalada, emitiendo el instrumento un chirrido que los hizo a todos estremecer.
—Ajá —dijo Perséfone, harta.
—Ésta es tu canción de San Valentín —declaró el enano—:
Tiene el cabello rojo como el fuego en el ocaso,
Perséfone, con encanto y gracia sin caso.
Sus ojos azules son como el cielo estrellado,
¡Oh belleza divina, en ti me hechizo enamorado!
— ¿Y bien? ¿Es todo? ¿Ya puedo irme? —preguntó Perséfone, con un humor tan terrible como el enano.
El enano asintió con la cabeza y emitió un gruñido que se escuchó incluso a pesar de las carcajadas del montón de niños a su alrededor.
Ella hizo un movimiento rápido de varita para reparar su mochila y se dispuso a agacharse para recoger sus cosas, sin embargo, el enano llamó su atención antes de hacerlo.
— ¡Ey! ¡Harry Potter! —gruñó el enano levantando un dedo acusador mientras se abría paso hacia él a base de empujones entre los otros chicos— Tengo un mensaje musical para entregar a Harry Potter en persona.
— ¡No! ¡No aquí! —murmuró Harry. Y se dio vuelta para correr.
— ¡Alto ahí! — ordenó el enano, y lo detuvo sujetándole la mochila para que no pudiera dar un paso más.
— ¡Suéltame! —gritó Harry. Tiró fuerte de la mochila para quitar las manitas del enano de encima.
El enano también jaló con más fuerza, y entonces Harry jaló con toda su fuerza... y la mochila se rompió. Todos sus contenidos se derramaron sobre el piso: libros y varita, pergamino y pluma, y encima de todo, coronando el desastre, cayó un bote de tinta que se rompió y manchó todo de color escarlata.
Perséfone suspiró, mientras la varita de Harry rodaba hacia donde ella estaba en cuclillas. Tomó la varita del chico y terminó de guardar sus cosas, entonces se puso de pie.
Harry terminó de meter las cosas en la desgarrada bolsa y la abrazó antes de hacer un nuevo intento por salir corriendo. El enano, totalmente malhumorado, brincó hacia él y lo tiró al piso. Al mismo tiempo, Percy se acercó también a verificar porqué un grupo tan grande de estudiantes se aglomeraba en el pasillo.
— Bien —rechinó la voz del enano, que se acomodó sentado sobre un tumbado Harry Potter—, ésta es tu canción de San Valentín:
Tiene los ojos verdes como un sapo en escabeche
y el pelo negro como una pizarra cuando anochece...
Antes de que el enano pudiera terminar la estrofa, Perséfone le lanzó un rápido hechizo que lo dejó mudo. El enano se ruborizó de furia, la miró como si fuera a asesinarla y se fue, dando fuertes pisotones.
Ella se encogió de hombros y le tendió la mano a Harry para ayudarlo a levantarse, ignorando las incesantes risotadas de los estudiantes a su alrededor. El chico estaba incluso más rojo que el enano y se veía absolutamente avergonzado, Perséfone no lo culpaba, su poema había sido abismalmente peor que el de ella.
Le entregó su varita y Harry apenas atinó a murmurar un agradecimiento antes de apresurarse a guardar todas sus cosas también. Perséfone lo ayudó con lo que tenía al alcance y pronto el alboroto se calmó y todos se dirigieron a sus respectivas clases.
En la opinión de Perséfone, el día de San Valentín era una fecha más maldita de lo que podría ser jamás el día de brujas. Y esa opinión solo se vio reforzada cuando finalmente llegó a su clase con Sprout y abrió su mochila para sacar pergamino y pluma, y se dio cuenta de que quizá ya no importaba si ella le creía a Tom o no, si estaba dispuesta a ir a la Cámara de los Secretos de nuevo o no, porque el diario no estaba allí.
Alguien le había quitado el diario mientras el enano cantaba el poema.
Había perdido a Tom.
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