CAPÍTULO 30
Era más que evidente que la familia era un tema infinitamente sensible para Perséfone, así que la forma en que visiblemente se tensó y puso distancia entre Tom y ella no fue una sorpresa, para ninguno de los dos. Quizá ella no estuviera en los mejores términos con todos sus hermanos o con sus padres, ya que con la mayoría o estaba enfadada o estaba en un área gris en la que todavía los quería, pero no pensaba demasiado tiempo en ellos.
Ginny, al menos en aquellos momentos, estaba en esa área gris. La niña era caprichosa y estaba muy malcriada, pero era su pequeña hermanita y no la culpaba por su crianza deficiente. Ginny había crecido escuchando promesas de grandeza que sus padres no podían cumplirle, había soñado con una vida que no era suya pero que le habían garantizado, y se lo creyó.
Cuando inició el escolar, Perséfone se había sentido algo fastidiada ya respecto a ella, pero se había redimido adecuadamente con el paso del tiempo. Ella era la que le había fallado, cuando un estúpido como Gale Ollivander le mintió, creyó primero en su palabra que en la de Ginny, y se equivocó en eso.
— ¿Por qué quieres hacerle daño a mi hermanita? —preguntó Perséfone.
De repente había una infinita distancia entre ambos, una que ella se estaba esforzando por imponer, ya que más allá de los varios palmos hacia el frente que él estaba, la cercanía en su voz se había desvanecido. Ya no le hablaba como al chico del que se estaba enamorando, si no como a un desconocido, un desconocido que quería poner en riesgo a su familia.
—Creí que te lo tomarías peor —comentó Tom.
Perséfone tembló por la necesidad de sacar su varita y amenazarlo, pero se contuvo, como siempre, a sabiendas de que sería en vano.
—Te estoy dando la oportunidad de explicarme antes de salir de aquí a la fuerza y arrojar tu diario al Lago Negro, Tom. Una oportunidad. Intenta no desperdiciarla.
—Recuerda lo que te dije. Si quieres hacer daño a quienes más te han lastimado, entonces Ginny es el objetivo ideal. Tu hermanita, como la llamas, es una víbora venenosa que ha esperado toda su vida un descuido tuyo para atacarte, para destruirte, porque no hay nada que quiera más que tu vida, la vida que ella piensa que se merece.
—No sabes. No tienes la menor idea de lo que mi hermana piensa, Tom. Ni siquiera tienes idea de lo que yo pienso y hablamos cada jodido día —espetó Perséfone, con ira.
—Pero sí que lo sé, Perséfone. Yo lo sé. ¿Acaso has olvidado quién te entregó el diario? ¿Tu cariño por ella es tan grande como para apagar tu cerebro? En ese caso, permíteme recordarte esto, y es que tu hermanita te obsequió este diario, tu hermanita me entregó a ti. Tu hermanita pensó las cosas, las analizó, y en el movimiento más inteligente o estúpido que pudo hacer, decidió que quería ser tu enemiga y te entregó un diario maldito.
A Perséfone se le cortó la respiración, pero se esforzó por ahuyentar las ideas, pro silenciar a la parte en sí misma que quería creer cada palabra que saliera de los labios de Tom.
Ya había pasado por eso. Ya había sido tan estúpida como para creerle a un chico tonto y manipulador sobre a su propia hermana. No podía cometer ese error de nuevo. No quería ser la chica que se tropezaba dos veces con la misma piedra, no cuando sabía que podía ser mejor que eso.
—No me mientas, Tom. Ella me dijo que consiguió el diario para mí en una tienda de segunda mano. Ginny no tenía ni idea de lo que eres, de a qué me estaba exponiendo al darme un regalo así.
—No te he mentido. Quizá no te he dicho la verdad completa, pero tampoco he dicho mentiras, no a ti. Por eso puedo decirte abiertamente que Ginny consiguió el diario a principios de agosto, lo encontró entre sus útiles escolares al regresar del Callejón Diagon, y escribió, y escribió, y escribió. Ella no era como tú, era y sigue siendo solo una niña tonta, demasiado ansiosa por derramar sus secretos y alma en un diario mágico, y yo tomé todo lo que pude sin dar nada a cambio. Si contigo hubo una simbiosis, no temo admitir que con ella fui un parásito. La enfermé, la ahogué, le quité tanta magia como pude, y ella estaba tan asustada, pero no suficiente como para retroceder, hasta que lo hizo. No sé qué pasó. Un día simplemente drenarla se volvió complicado, ella empezó a notar cosas y supo que tenían que ver conmigo.
—Finjamos, por un segundo, que es cierto. Que ella tuvo el diario antes que yo. Entonces hablamos de que Ginny solo era una niña, una niña de la que te aprovechaste, que se espantó y que hizo lo que creyó necesario. Darme ese diario era solo un pedido de ayuda.
— ¡No lo estás entendiendo, Perséfone! —gritó Tom, enfadado, y ella se sobresaltó—. Yo la escuché, yo la consolé, por meses. Ella me habló de Harry Potter, el niño que vivió, el que sería su esposo en el futuro, pero también de su hermana, que en sus palabras era la puta que quería robarle a su chico. Ella es inteligente a su propia manera, no como tú, jamás, porque también es estúpida, pero donde tú haces las cosas más terribles por amor, ella las hace porque le resulta conveniente. Y cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo, sí que se asustó, no voy a negarte eso. Pero déjame dejarte en claro una cosa, lo que te digo es cierto, y si no, respóndeme una cosa, ¿quién piensas que abrió la Cámara de los Secretos todo este tiempo si no Ginny?
Perséfone parpadeó, horrorizada, esforzándose todo lo que podía por entender... Porque tenía sentido, una gran parte de eso tenía sentido, y una gran parte de eso ni siquiera discordaba del todo con lo que ella ya sabía de su hermana. Ginny ciertamente había estado en un estado terrible al inicio del año, como si hubiera atrapado un resfriado que no la dejaba ir. Se veía débil y deprimida, hasta que simplemente volvió a la normalidad, casi al mismo tiempo que le dio el diario.
Y todavía no estaba dispuesta a creer que Ginny lo haría deliberadamente, todavía pensaba que había sido solo un grito de ayuda que no pudo escuchar. Una nueva ocasión en la que podía demostrar la forma en que su hermana mayor, que debía protegerla, le había fallado.
— ¿Cómo la convenciste de abrir la cámara? Ella nunca...
Ginny no era como Perséfone. Perséfone había pensado y había decido hacer algo malo, matar, porque ni siquiera sería la primera vez, pero sabía que Ginny no lo haría. Ginny nunca lo haría, no habría hecho el mismo trato con el diablo que Perséfone hizo.
Tom estaba frustrado, muy frustrado. Se llevó las manos al cabello negro y tiró de él, mientras la miraba con enfado.
—Ella no sabía que estaba abriendo la cámara. La obligué a hacerlo, y ella simplemente lo olvidaba, hasta que, de repente, dejó de olvidar. Pero, y esto es lo importante, ella no te dio el diario porque quería ayuda, Perséfone. Ella te dio el diario porque quería que yo te hiciera lo mismo que le hice. Quería que te vaciara, que te destruyera, y que te obligara a hacer cosas terribles, porque entonces tú limpiarías su desastre y ella podría ocupar tu lugar. La primera mujer Weasley y no solo la menor, la más bonita, la más inteligente... La futura esposa de Harry Potter, el héroe del mundo mágico.
—No, Tom. Ella no haría eso. Hablaremos de esto después.
El destello usual rodeó a Perséfone casi sin esfuerzo y ella se desvaneció en una profunda inhalación, apenas logrando escuchar la maldición pronunciada por Tom.
Quería a Tom. Por supuesto que ella lo quería, pero amaba a su familia, incluso a aquellos con quienes no se llevaba del todo bien. Y él no podía quererla tanto como sus hermanos la querían después de tan solo unos meses. Y si ellos la querían más que Tom, les debía más a ellos que a él, ¿no?
No podía hacer lo que Tom quería, sin importar lo que Tom creía saber sobre Ginny, porque ella sabía mejor ya que era su hermana.
Podía escoger a Tom sobre sí misma, pero no podía elegir a Tom sobre su familia, ¿verdad?
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