CAPÍTULO 26

La Sala Común de Gryffindor estaba repleta de estudiantes, eso era lo que sucedía cuando todo el castillo estaba bajo amenaza; se aglomeraban en grupos alrededor de los alumnos mayores por seguridad y se sobresaltaban cada vez que el retrato se abría para que alguien entrara, por supuesto, había excepciones, como Perséfone.

Ella estaba sentada en un sillón individual cerca de la chimenea, con un libro en las piernas y el cabello pelirrojo desordenado y esparcido por todo el respaldo, luciendo cómoda y tranquila como nadie más allí, cuando Harry, Ron y Hermione se acercaron a ella a paso rápido.

Perséfone quiso sollozar al mirarlos y notar sus expresiones ansiosas, pues eso jamás era un buen augurio. Ron tenía la corbata desamarrada y colgando por los hombros con un aspecto aún más desprolijo de lo normal y miraba a cualquier sitio menos a ella; Harry se veía tan nervioso como Ginny cuando interactuaba con él, como un pequeño gato a punto de erizarse y saltar; y Hermione si bien cumplía con el código de vestimenta de la escuela tan bien como siempre, parecía impaciente y tenía una mirada francamente lastimera. En conjunto, los tres parecían un perrito de tres cabezas al que habían pateado.

—Hola... —dijo Perséfone, cautelosa.

—Perséfone, hola, eh, ya sabemos que eres muy inteligente, prefecta perf... —comenzó Ron, pero se le cortó la voz cuando Hermione, a su lado, le dio un fuerte codazo y su rostro se puso tan rojo como su cabello—. Prefecta, prefecta. Y descubrimos algo, y pensamos que quizá sabrías algo al respecto.

—Lo que Ron quiere decir —dijo Harry, con los dientes apretados—, es si podemos hablar contigo en privado, es importante.

—Claro, uhm, quizá en su habitación, chicos, ya que no podrían subir la escalera hacia la de las chicas.

Todos se encaminaron en una fila ordenada hacia las habitaciones de chicos de segundo año, sutiles como un tornado en un campo de flores. Pronto, estuvieron todos en la habitación de Harry y Ron, que estaba más limpia de lo que Perséfone se habría imaginado. Ella tomó asiento en una silla frente a un escritorio particularmente impoluto y los miró expectante.

— ¿Entonces...? —dijo Perséfone, incitándolos a hablar.

— ¿Has investigado la Cámara de los Secretos? —preguntó Hermione, con rotundidad.

Perséfone se sentó más erguida.

— ¿Esto se trata de la Cámara de los Secretos? —respondió Perséfone.

Los chicos se miraron.

—Un poco —admitió Harry—. Hace poco hablamos con Malfoy, y no podemos decirte cómo, pero lo hicimos confesar lo que sabe.

Perséfone miró a los tres niños con escepticismo, bueno, eso era una sorpresa, ella no habría esperado esa habilidad de tres chicos de segundo año, la capacidad de hacer que un Slytherin soltara la lengua, aunque claro, Malfoy siempre había sido particularmente bocón, demasiado rápido para alardear como para poder hacer gala de agudeza.

De igual forma, Malfoy no podía saber mucho, ¿verdad?

La única persona que sabía lo de Tom y la Cámara de los Secretos era ella, y ellos no habrían podido descubrirla a ella, era demasiado buena para eso.

—De acuerdo, no preguntaré. ¿Qué es lo que averiguaron? —preguntó Perséfone, tratando de mantener el interés en su voz a un nivel poco llamativo sin ser abiertamente desprendido.

—Creímos que Malfoy era el heredero de Slytherin —comentó Hermione, pero de inmediato Ron la interrumpió.

—Yo aún lo creo —dijo, cruzándose de brazos, muy ufano respecto a su teoría.

— ¡Él ya lo negó, Ron! Sabemos que no fue él y no sabe quién es el heredero, tampoco —espetó Hermione, irritada.

—No es la primera vez que se abre la Cámara de los Secretos —interrumpió Harry—. Malfoy dijo que su padre le contó que hace 50 años la Cámara estuvo abierta, y alguien nacido de muggles murió.

Perséfone se aseguró de controlar perfectamente su expresión facial para no mostrar ningún indicio de miedo. No, la situación todavía estaba bajo su control, todavía podía orientarlos, tan lejos de la verdad como fuera posible.

—Ya lo sabía —admitió Perséfone—. ¿Les habló también del monstruo y de quién lo liberó?

Los niños se miraron, claramente no habían esperado llegar tan lejos, no habían creído que ella estuviera dispuesta a darles tanta información o siquiera supiera respeto a algo que les había costado tanto descubrir.

—No, ¿tú lo sabes?

—Por supuesto. Pero deben prometer que esto no saldrá de aquí, podría causar muchos problemas entre los alumnos, sean discretos. Hace 50 años, hubo una acromántula suelta en el castillo —dijo Perséfone, y a Ron se le fue todo el color del rostro—, hubo algunos ataques y efectivamente murió alguien.

—Pero las acromántulas no pueden petrificar personas —objetó Hermione, de inmediato.

—Que el monstruo sea lo que petrifica estudiantes es solo una suposición, hay varias formas de petrificar a alguien, incluyendo magia negra. Es importante que entiendan que quien petrificó personas no necesariamente es el monstruo encerrado en la Cámara. No hay muchas criaturas que podrían sobrevivir tanto tiempo encerradas. Hermione, ¿sabes cuántos años sobreviven las acromántulas?

—Cientos de años —admitió al instante, Hermione.

Perséfone asintió con la cabeza, y observó a Ron y Harry, que parecían mucho más dispuestos a creer en sus palabras sin demasiada información para respaldarla.

—Las petrificaciones fueron hechas por una persona, quizá con algún artefacto o poción de la Cámara; pero el asesinato fue obra del monstruo, sin duda. El monstruo fue encontrado y expulsado, aunque claro, las acromántulas se reproducen en abundancia así que aún podría haber crías suyas en la Cámara. Respecto a quien provocó las petrificaciones... Bueno, alguien fue arrestado. Hagrid reclamó al monstruo como suyo.

Los chicos jadearon y Perséfone casi sonríe. Si ella no supiera la verdad, aquella historia habría resultado perfectamente convincente incluso para ella, aunque se estuviera tomando algunas cuantas libertades creativas.

— ¿Hagrid? —dijo Ron, escéptico—. ¿Hagrid, el heredero de Slytherin?

El rostro de Harry mostraba su duda. Una enorme parte de él parecía querer creerle, pero la parte que era amigo de Hagrid oponía resistencia.

—Bueno, es cierto que tiende a pensar que sus mascotas son inofensivas, aunque no lo sean.

—Hagrid fue expulsado por eso y se convirtió en el guardabosques gracias a la intervención de Dumbledore. Si me lo preguntan, creo que la acromántula sí era el monstruo, pero no creo que Hagrid haya petrificado a los estudiantes. Creo que es muy posible que todo este asunto se trate de un hechizo familiar heredado de generación en generación, magia negra, una herencia para los descendientes de Salazar Slytherin —dijo Perséfone.

—Supongo que tendría sentido —aceptó Hermione, con voz resignada.

—Es lo que sé, y lo que pienso —respondió Perséfone—. Lamento no poder decirles más que eso ni poder afirmar con total certeza nada.

—No te preocupes, nos has ayudado mucho —repuso de inmediato Harry, mirándola con admiración—. Nos diste mucha información nueva en la que necesitamos pensar.

—Es un placer ayudarlos —sonrió Perséfone.

—Deberíamos irnos ahora —dijo Hermione, dándoles una mirada a los chicos. Ellos reaccionaron y asintieron con la cabeza obedientemente.

Todos salieron de la habitación de regreso a la Sala Común, cuando empezaron a bajar las escaleras, Perséfone sujetó el brazo de Harry para detenerlo y los demás siguieron su camino sin percatarse.

—Harry, necesito pedirte algo, por favor —dijo ella, y él estaba asintiendo antes de que ella terminara de hablar.

—Sí, claro, lo que sea.

—Soy muy protectora con mis hermanos, no quiero que nada les pase. Por favor, tengan cuidado, ¿de acuerdo? Necesito que me prometas que no investigarás quién abrió la Cámara de los Secretos en realidad, ni hace 50 años ni ahora.

Harry frunció un poco el ceño y se preparó para discutir.

—Pero... Hagrid...

—Harry, por favor —dijo Perséfone, dándole una mirada suplicante—. Solo no quiero que les pase nada, a Ron y por supuesto a ti tampoco. Esto es algo peligroso, deja que los profesores se encarguen...

—De acuerdo, lo prometo —dijo Harry, al final, en un suspiro.

Perséfone le dedicó una gran sonrisa.

—Gracias —dijo ella, con sinceridad.

Harry sonrió sin separar los labios y comenzó a bajar las escaleras para alcanzar a Ron y Hermione. Perséfone también comenzó a bajar, y mientras miraba alrededor de la Sala Común, notó la mirada de Ginny clavada en ella. Apenas llegó abajo, Ginny se aproximó de inmediato, tenía el ceño fruncido y la nariz un poco arrugada pero una pequeña sonrisa.

—Perséfone, quería tanto hablar contigo —dijo Ginny, con dulzura—, ¿cómo está Percy?

— ¿Percy? Pues, bien, nada fuera de lo común —respondió Perséfone.

Ginny soltó un suspiro aliviado.

—De acuerdo, me alegra que esté mejor después de lo de Penélope.

— ¿Lo de Penélope?

—Ujum, su ruptura —dijo Ginny, con tristeza, y cuando la expresión de Perséfone se descompuso, ella se cubrió la boca con las manos y la miró con los ojos muy abiertos—. Ay, no. ¿No lo sabías? Creí que te lo habría dicho, ustedes son tan unidos y ella es su primera novia... Yo solo... Me dijo que no se lo dijera a nadie, pero creí que tú eras la excepción, porque son mellizos y todo eso...

Ya no.

Perséfone ya no era su excepción. Ya no era ni siquiera la persona a la que le contaba las cosas que le dolían.

Percy disfrutaba tanto de estar con Penélope... La quería tanto... ¿Qué habría sucedido? ¿Qué habría provocado que ella rompiera con él?

Percy debía estar devastado, y Perséfone lo estaba simplemente por no haber estado allí para hacerlo sentir mejor cuando más la necesitaba.

Perséfone no le respondió a Ginny y se apresuró a buscar a Percy en la Sala Común. Cuando lo encontró, no se molestó ni siquiera en ver con quién había estado hablando, solo le hizo una seña para que la siguiera y se apresuró hacia su habitación, para su desgracia cuando entró Helen Abbott, una de sus compañeras de cuarto, estaba allí, sentada frente a su escritorio.

—Helen, necesito hablar un minuto a solas con Percy, ¿crees que podrías dejarnos solos, por favor? Te prometo que serán solo un par de minutos como mucho, en serio, te lo suplico —pidió Perséfone, con gentileza.

Helen suspiró, el cabello rubio le cubría el rostro así que Perséfone no pudo ver claramente la expresión de su rostro, pero sabía que no estaba realmente molesta, solo era algo tímida. Ella salió de la habitación al mismo tiempo que Percy entraba.

— ¿Perséfone? ¿Está todo bien? —preguntó Percy con preocupación.

La amabilidad desapareció del rostro de Perséfone cuando se cruzó de brazos para mirar a su hermano.

— ¿Penélope y tú rompieron? —preguntó Perséfone, con seriedad.

Percy se tensó.

— ¿Ginny te lo dijo? Por supuesto que sí, es un milagro que no se lo haya contado a nuestros demás hermanos también —dijo Percy, muy enfadado.

—La pregunta no es esa, si no, ¿por qué no me lo dijiste tú? Querías mucho a Penélope, debió ser terrible y tú no me lo dijiste... No puedo creer esto de ella, en serio me agradaba, es increíble que te hiciera esto, debí sospechar desde el inicio que ella era una maldita...

— ¡Por eso no te lo dije! —explotó Percy, gritando con exasperación—. Sabía que te enfadarías con ella, y no deberías. Te quiero mucho Perséfone, pero esto no te incumbe.

Perséfone retrocedió un paso y se esforzó por no mirar a Percy sino al suelo, para que su hermano no pudiera ver las lágrimas aglomerándose en sus ojos.

—Ella te dejó, ¿cómo puedes pedirme que no me enfade? Sabes que no me gusta verte mal, no me gusta verte herido, y ella te lastimó —insistió Perséfone, con vehemencia.

—Ella tenía sus motivos, ¿de acuerdo? No es su culpa.

—Dime entonces, dime qué pasó. Hace unos meses no habrías dudado en contármelo todo, ¿qué mierda pasó? Terminaste con tu novia y no me lo dijiste, dime al menos por qué terminaron —dijo Perséfone, tan frustrada como Percy.

— ¡Es que no es tu jodido asunto, Perséfone! ¡Hazme un favor y no te metas! —espetó Percy, los ojos le brillaban por las lágrimas contenidas, y pronto, ambos lloraban mientras se gritaban el uno al otro.

— ¡Solo quiero ayudarte, Perce! ¡¿Por qué no lo entiendes?!

— ¡No necesito tu ayuda, Perséfone! —exclamó Percy, entonces respiró profundamente, y lo siguiente que dijo, lo dijo con calma, lo que solo hizo que doliera más—. Basta, Perséfone. Soy tu hermano, no tu hijo. Te quiero, pero necesito que te mantengas alejada de mis asuntos, estoy cansado de que siempre estemos juntos, de que hagas todo lo que yo hago... Necesitas conseguirte una vida propia en lugar de inmiscuirte en la mía.

Percy no dijo nada más ni la dejó responder tampoco, se dio la vuelta y salió de la habitación dando un portazo.

Perséfone se dejó caer en su cama, obligándose a controlar las lágrimas que seguía derramando sin control. Era curioso cómo todo podía arruinarse de un segundo a otro, hacía cinco minutos ella había estado bien, satisfecha con cómo había resultado todo con su hermano y sus amigos, y en cuestión de minutos todo se había desmoronado.

En lugar de desplomarse a llorar con libertad, comenzó a reír abiertamente, a carcajadas, con las lágrimas aun cayendo mientras reía.

Alcanzó el diario de Tom de entre sus cosas y se colocó en el escritorio de Helen, donde ella había dejado su pluma y el tintero destapado, solo los necesitaba un segundo.

"Soltaré al basilisco esta noche, quiero que vaya por alguien en particular" escribió Perséfone.

"¿Quién?" preguntó Tom, de inmediato.

"Penélope Clearwater".

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