CAPÍTULO 22

La voz era áspera y sibilante como nada que ella hubiera escuchado antes, y también era indudablemente oscura. También estaba a punto de destruir la limitada cordura de Perséfone.

Ella la había escuchado, en serio la había escuchado, estaba segura de eso como jamás había estado tan segura de nada.

Y aun así...

No había un enemigo visible a quien apuntar con su varita, así que, necesitada de certidumbre y con la desesperación llenando su sistema nervioso e impulsándola en un frenesí que algunos describirían como enloquecido, apuntó a Gale.

— ¡Legilimens!

Las artes de la mente eran complicadas de dominar, y si bien Perséfone era poderosa, la oclumancia y legeremancia eran casi imposibles de aprender sin que alguien te enseñe así que sus escudos mentales eran rudimentarios en el mejor de los casos y entrar a la mente de alguien le resultaba básicamente imposible. Para su fortuna, alguien se había tomado la molestia de inventar un hechizo que te ayudaba a entrar en la mente de una persona, aunque fuera de una forma bastante brutal y dolorosa.

Las imágenes brillaron ante sus ojos, rápidas y fugaces mientras Perséfone se esforzaba por controlar el flujo de recuerdos, ignorando los quejidos de dolor del chico que no hacían más que aumentar de volumen.

Perséfone riendo suavemente mientras se inclinaba sobre el hombro de Percy.

Los sofás de cuero negro y los grandes ventanales que mostraban el Lago Negro, y que pertenecían a la Sala Común de Slytherin.

Gale en un aula vacía, sacudiendo su varita con frustración, tratando de ejecutar un hechizo y fallando en el proceso.

Perséfone tomando apuntes durante clase de pociones, su pluma deslizándose rápidamente sobre el pergamino y una ligera expresión complacida en su rostro.

Una mujer mayor de cabello negro y mechones grisáceos sonriendo suavemente. La madre de Gale.

Las mesas con calderos y taburetes solo un poco gastados del laboratorio de pociones, pero con el sitio vacío excepto por Gale, mirando su reflejo en el caldero que estaba puliendo y Snape, que lo observaba con una mirada reprobatoria.

Y entonces llegó al momento que ella realmente quería ver a través de los ojos de él, solo unos instantes atrás, y vio cómo bajo la perspectiva del chico, ella explotaba en ira y tenía un arrebato de locura "sin motivo", y, lo que a ella le había importado, el instante en que ella escuchó la voz sibilante, y para él solo hubo silencio.

Ella cortó el flujo de su magia y soltó el hechizo. Gale se sujetaba la cabeza, con el ceño fruncido y expresión agónica.

—Por si te lo preguntabas, quiero decirte que eso no tuvo nada que ver con el hecho de que íbamos a tener una cita y me dejaste plantada —comentó Perséfone, recobrando la calma. Tiene todo que ver con que estoy sola, confundida y perdiendo la cabeza.

Una voz que nadie más escucha, que susurra promesas de Muerte y que le mostraba a Perséfone nuevamente cómo su vida se estaba cayendo a pedazos.

La niebla en los ojos de Gale pareció aclararse, y, tan discretamente como pudo, deslizó su mano al bolsillo de su túnica de Slytherin, donde guardaba su varita. Sin embargo, Perséfone notó el movimiento y soltó una risa desdeñosa, agitó su propia varita en el aire con un Expelliarmus no verbal y la de él voló a su mano. Ella atrapó la varita en el aire y la guardó en su túnica.

—Por pura curiosidad, ¿qué hechizo me habrías lanzado? —preguntó Perséfone, ladeando ligeramente la cabeza.

Gale apretó los labios, rehusándose a emitir sonido en respuesta, y muy incómodo con la situación en la que estaban.

— ¿Importa? —preguntó él, al final.

—En absoluto, solo quería saber qué tan cruel debería ser contigo mientras limpio lo que acaba de suceder.

—No entiendo cómo pudiste gustarme en algún momento, eres una maldita perra —espetó Gale, con la mandíbula apretada por la furia.

—Supongo que ambos tuvimos lapsos de juicio porque tampoco entiendo cómo pude verme atraída hacia ti —respondió Perséfone, encogiéndose de hombros—. Ahora, veamos, no confío en que no intentarás algo estúpido así que, incarcerous.

Gale cayó de rodillas mientras gruesas sogas lo ataron, evitando que pudiera mover un solo centímetro cualquiera de sus extremidades. Ella no le dedicó una sola mirada, en cambio, se giró y comenzó a conjurar todas las barreras que conocía, de silencio, alertas por si alguien se acercaba, y lo que era magia más oscura, un fuerte encantamiento disuasorio que haría que las personas quisieran evitar el pasillo y cuyo efecto era corto pero potente, además de ser magia oscura.

Hace algunos años habría dudado en hacerlo, pero había pasado tiempo, ella había crecido, ella había matado... Y las manos no le volverían a temblar.

Sus límites se habían doblado con el tiempo, y su egoísmo se había afianzado en su carácter. ¿Qué le debía al mundo, después de todo? Porque se lo había dado todo, un amor incondicional y abrasador, y había sido llamada loca, y había sido abandonada, y aunque era amada... No lo era en reciprocidad, porque nadie parecía ser capaz de querer con su vehemencia, y al final era desgastante saber que ni la muerte te detendría a ti, pero que para el resto las reglas estaban para seguirse. Excepto...

Él salió de las sombras, a su espalda, y ella no necesitaba girarse para saberlo, podía sentirlo en el escozor de su piel y en la comezón en su nuca por su fija mirada. No miró hacia atrás, ni siquiera un fugaz vistazo, pero se aferró con fuerza a su varita con la mirada todavía clavada en Gale, que se retorcía para liberarse.

—Tienes suerte de haber sido más rápida que yo. ¿Querías saber qué hechizo te habría lanzado? Te lo diré, ¿por qué no? Te habría puesto bajo la maldición cruciatus hasta que suplicaras que parara, y no lo habría hecho, no hasta resquebrajar tu mente y poder lanzarte el imperius, es lo mínimo que te mereces —espetó Gale, las palabras salieron de su boca a borbotones, cada proclamación más retorcida que la anterior, pero a Perséfone ni siquiera se le erizó la piel por la amenaza, sino que soltó una aguda risita.

— ¿Quieres que crea que un estúpido como tú puede conjurar una de las maldiciones más complicadas que existen? —se burló Perséfone, esforzándose por ignorar el suave eco de los pasos de él aproximándose en su dirección, hasta sentirlo justo allí, a su espalda, un leve calor emanando de su cuerpo y ella podía sentirlo por la inexistente distancia.

Gale también parecía haber terminado con la racionalidad, con amedrentarse ante una chica de su edad, ante Perséfone Weasley.

—Déjame decirte algo divertido, Weasley, no pude ir a nuestra cita porque estaba en detención con Snape después de que él me atrapó practicando la maldición cruciatus en un aula abandonada, ¿y sabes qué? Lo logré, porque todo lo que se necesita para hacerla es la intención, y yo quería lograr ese hechizo, yo quería herir, dañar y más que nada quería doler.

Perséfone tarareó, al parecer la escuela no había hecho un buen trabajo escogiendo a sus prefectos ese año.

—Si te hubieran atrapado lanzando una maldición imperdonable habrías sido expulsado y habrían llamado a los aurores.

—Quizá ese se el caso para ustedes los Gryffindor, pero no para nosotros.

Perséfone recordó lo que había visto en la mente de Gale hacía algunos minutos, lo recordó en aquella aula esforzándose por realizar un hechizo y luego en detención con Snape, y entendió que él decía la verdad, pero no se esforzó en comprender más.

—Aunque he disfrutado nuestra conversación, Gale, tengo otras cosas que hacer así que debo encargarme de ti, ahora.

El confundus usual debería ser suficiente...

—Sería más rápido y tan divertido si usaras una maldición imperdonable en él, justo como pretendía hacer contigo. Un Avada sería suficiente para encargarte del problema —dijo él, Tom, a su espalda. Sus brazos rodearon su cuerpo desde atrás y sujetaron los de ella, la mano izquierda enrollada alrededor de la de ella y la derecha sujetando su brazo que sostenía la varita.

Perséfone relajó su cuerpo bajo su agarre.

Él en realidad no estaba allí, por supuesto, y era fácil de distinguir cuando sus cuerpos deberían estar en contacto y todo lo que sentía era el calor, pero no la piel. Tom no estaba a su espalda, estaba en el interior de su diario igual que siempre había estado, pero en aquellos segundos consideraba que quizá, solo quizá, eso no significaba necesariamente que él fuera solo una alucinación suya. Que no estuviera ahí no significaba que el Tom que estaba con ella no fuera real.

—No quiero lidiar con los problemas que eso tendría —respondió Perséfone.

Gale abrió mucho los ojos. Tom hizo un sonido de chasquido con la lengua, expresando su decepción.

—Quizá otro día —dijo Tom.

— ¿Con quién hablas ahora, loca? —preguntó Gale.

Perséfone inhaló y exhaló profundamente, y cuando soltó el aire, dejó salir también las palabras.

Confundus —dijo, y no se molestó en pensar, en controlarse, en medir la fuerza de su hechizo, eso lo había hecho todo el día y estaba harta de moderarse. El hechizo le salió con más fuerza que nunca, un haz de luz que lo golpeó y lo hizo aflojar su cuerpo, derritiéndose entre sus ataduras con la mirada vidriosa—. Háblame de Perséfone Weasley, Gale.

La voz le salió dulce y gentil, embelesante para el aturdido muchacho.

—Loca, loca —dijo Gale rápidamente, era un desastre balbuceante pero el miedo se notaba claro en sus ojos, y Perséfone iba a disfrutar tanto de quitárselo a la fuerza.

—De nuevo, Perséfone —dijo Tom, inclinándose para colocar su cabeza sobre el hombro de la chica, sin dejar de sujetarla. Ella sonrió con satisfacción, y relajó su mano izquierda, entrelazando sus dedos con lo de Tom, y aunque de cierta forma solo había un vacío en su mano, ese era Tom, y jamás había estado tan segura de algo como de eso.

Confundus. —El cuerpo de Gale se retorció como el de un gusano al que le habías arrojado sal, pero su expresión no denotaba sufrimiento alguno. —Perséfone es una buena chica, ¿no es así, Gale?

Él parpadeó varias veces, como si su cerebro no pudiera procesar las palabras tanto recibidas como próximas a emitir, pero asintió repetidamente con la cabeza.

—Sí, sí, es linda, es amable, es...

—Perfecta —terminó la oración Tom, y las mejillas de Perséfone adoptaron un tono rojizo. Gale no dio ningún indicio de haber escuchado lo que él dijo.

Perséfone determinó que había sido suficiente, el chico no recordaría lo que había pasado, así que a regañadientes se soltó del cuerpo de Tom y lo empujó hasta la pared de piedra, lo sujetó fuerte del cabello y golpeó su cabeza contra el muro tan fuerte como pudo, tanto que se escuchó un ruido extraño y Gale se desplomó, inconsciente.

Ella estaba bastante segura de que él estaba vivo, honestamente, no tenía fuerza suficiente para matarlo de esa forma, y estaba felizmente dispuesta a que él creyera que se había golpeado, causado una contusión y eso había causado su breve lapsus de memoria. Del bolsillo de su túnica sacó la varita de Gale y se la arrojó, la varita emitió un suave chisporroteo que se detuvo casi al instante y rodó por el suelo hasta terminar justo al lado de su inmóvil cuerpo.

Perséfone se dio la vuelta para mirar a Tom. Él estaba impecable, como de costumbre, y se merecía más la palabra "perfecto" de lo que ella jamás lo haría, pues donde en ella había esfuerzo, en él solo había lugar para la naturalidad.

—El otro día te vi, y no eras real, fue un truco de mi mente.

— ¿Y crees que no soy real ahora?

—Creo que no estás aquí —admitió Perséfone, dispuesta a exteriorizar sus pensamientos—, pero eso no significa que no seas real.

—Pareces demasiado segura de eso para ser alguien que tiene alucinaciones —se burló Tom.

—No estaba bien en esos momentos, estoy mejor ahora.

— ¿Cuál se supone que sería la diferencia entre entonces y ahora?

—En ese momento todavía me aferraba a lo que creía que tenía, todavía había algo que podía perder. Ahora sé que lo que pierda, voy a recuperarlo así sea a la fuerza. Ahora estoy lista para volver a tomar tu diario, aún si me asusta en lo que nos convierte.

Tom la observó en silencio con rebosante satisfacción.

—Ahora sabes que no estás loca, sin importar cuántas voces escuches —dijo Tom.

—Estoy tan cuerda como lo he estado siempre —respondió Perséfone.

Y, sin embargo, las palabras de Tom trajeron de vuelta a su mente aquellas que lo habían desencadenado todo para empezar, la promesa de muerte que la había hecho enloquecer cuando ya se sentía suficientemente rota, ahora estaba mejor, como un afluente que finalmente vuelve a su caudal.

Una promesa de muerte que tuvo que ser real, porque no importaba qué dijera su hermano o el chico que le había gustado, ella no estaba loca, lo sabía, y si no estaba loca, lo que escuchó debía haberse escuchado, solo que solo para ella.

Algo que quería asesinar, que tenía sed de sangre... Un monstruo.

El monstruo de la Cámara de los Secretos, el monstruo de Slytherin, un monstruo que solo ella podía escuchar... Una serpiente.

Atisbos fugaces de cada libro de Criaturas Mágicas que Perséfone había leído atravesaron su mente como destellos, y escarbó y escarbó en todo lo que sabía por varios segundos antes de que, lo que parecía la respuesta correcta, la golpeara.

—Lo sabes —dijo Tom, y sonrió, era lo más alegre que Perséfone alguna vez lo había visto—. Desde el momento en que te fuiste sabía que al final acabarías volviendo a mí. Dilo.

—Un basilisco... —soltó Perséfone, con voz ahogada.

La sonrisa de Tom no mostró señal de titubeo mientras su cuerpo se emborronó, tornándose traslucido para después desvanecerse.

Con un movimiento de varita, Perséfone anuló todos los hechizos y se dio la vuelta para volver al sitio de dónde venía. A la Sala Común. A su habitación. Al diario. A Tom.

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