CAPÍTULO 14
Perséfone bajó del tren con su baúl perfectamente encogido en el bolsillo de su túnica y la mochila colgada del hombro; desde los escalones escaneó a la gente en busca de un par de cabezas pelirrojas, pero no pudo quedarse en ese sitio mucho tiempo ya que otros estudiantes comenzaron a empujarla para pasar, y fueron ellos quienes la encontraron a ella primero.
Antes de que ella reaccionara, su padre la había atrapado en un ajustado abrazo al que Perséfone no se resistió, pasados un par de segundos, ella relajó el cuerpo y correspondió. Ella amaba a su padre, y sabía que él la amaba igual, él solo era un poco distraído a veces, demasiado amable y entusiasta como para notar la oscuridad en su mirada, el desdén en la mirada de su esposa y la inquietud del resto de su gran familia feliz.
—Hola papá, te he extrañado —dijo Perséfone, con una sonrisa.
—También nos has hecho mucha falta, hija, todos ustedes. Me alegro que al menos tú hayas podido volver a casa estas vacaciones —dijo él, y aunque las circunstancias no eran las que ella habría querido, le alegraba que al menos él pudiera estar satisfecho, por supuesto, este único consuelo se desvaneció en el instante en que él la soltó y Perséfone vio a su padre por primera vez en meses.
Su madre tenía razón. Por primera vez, en serio creía que su madre había hecho lo correcto, de hecho, le molestaba que se hubiera demorado tanto en traerla de regreso a casa. El corazón le latía demasiado rápido y las lágrimas nublaron su vista por un segundo, antes de ahuyentarlas.
Su padre estaba delgado, como inquietantemente delgado, y eso era algo que normalmente no sucedía bajo el cuidado de la implacable Molly Weasley. Había manchas oscuras bajo los ojos del hombre, estas podían ocultarse con algunos hechizos de belleza y cambio de imagen, pero o bien estaba demasiado ensimismado como para siquiera notarlas o no sabía cómo hacer esos encantamientos, ambas opciones parecían viables.
—Perséfone, bienvenida, cielo —dijo Molly, pegándose al costado de Arthur. No parecía particularmente feliz, pero tampoco molesta, lo que tenía sentido ya que explícitamente había ordenado su presencia, pero igual fue una grata sorpresa.
—Gracias, mamá —dijo Perséfone, en un dócil susurro, aproximándose para darle un beso en la mejilla a su madre y luego apartarse para que todos pudieran volver a casa.
Ni siquiera se dedicó a considerar cómo volverían a casa, era seguro que por Polvos Flu, dado que era una distancia algo pesada para una aparición conjunta y dado el incidente que Ron y Harry habían provocado con el auto, esta opción estaría fuera del panorama por un largo tiempo. Como lo esperaba, su madre la guió hacia la chimenea de la estación con un brazo sobre sus hombros, lo que se le complicó, ya que Molly era más bien bajita y Perséfone era un poco larguirucha, lo que heredó del lado paterno de la familia.
—La Madriguera —dijo Perséfone, arrojando el polvo al suelo. Unos segundos después en los que se sintió como estar atascada en un vórtice, se encontró en el salón. Hogar dulce hogar.
Sus padres estuvieron a su lado apenas unos segundos después, su padre tenía algunas manchas de hollín en las mejillas y su madre en la falda del vestido, pero ninguno de los dos le prestó atención a esto.
—Oh, cielo, hay tantas cosas por hacer este invierno, estuve pensando que ya que eres la única que está aquí, es hora de que de un paso adelante y te enseñe algunas cosas importantes —dijo su madre, y Perséfone no lograba determinar si la sonrisa que esbozaba era falsa con su ridícula tirantez, o, lo que quizá era peor, y es que era ligeramente satisfecha, orgullosa de sí misma.
— ¿Qué tipo de cosas? —Se atrevió a preguntar Perséfone. Ella echó una mirada de reojo a su padre, que examinaba detenidamente la manga de su túnica, y supo que estaba sola en esto.
—Ya sabes, cosas importantes, cosas de señorita. Estás creciendo, pronto entrarás en edad de matrimonio y debes aprender los deberes domésticos, ¡aprender a hacer una cena navideña! —exclamó Molly, su voz era mitad reverente entusiasmo y mitad reproche.
Perséfone se esforzó, realmente se esforzó, por no encogerse en sí misma, y después por no rugirle cual león, en cambio, metió la mano a sus bolsillos, con una sujetó su varita y con la otra su baúl, hacía tanta fuerza que creyó que la madera se astillaría entre sus dedos.
—De acuerdo, sí —dijo ella, y odió la debilidad en su voz así que no demoró en ocultarla—. ¿Podríamos empezar mañana? Quisiera desempacar algunas cosas y empacar otras, además de avanzar con mis tareas de vacaciones.
Molly no pareció conforme pero Arthur intervino antes que ella, y ni siquiera se dio cuenta de que le llevaba la completa contraria a su esposa y desafiaba su autoridad cuando habló a Perséfone: —Sí, Perséfone, deberías descansar un poco, debió ser un viaje largo, ya hablaremos más mañana y puedes contarnos cómo te ha ido en la escuela.
Perséfone sonrió y emprendió la huida antes de que su madre tuviera oportunidad para detenerla. Se encerró en su habitación tan rápido como alcanzó el pestillo, arrojó su baúl sobre la cama y esperó una media hora aproximadamente, hasta que el encantamiento que había usado para encogerlo se desvaneció y recuperó su tamaño original. Ella miró el reloj sobre la mesilla y sonrió orgullosa, justo como había cronometrado.
Hecho eso, tomó su mochila y sacó el diario de Tom Riddle junto con su pluma y tintero.
"Llegué a casa" escribió ella.
"No pareces el tipo de chica que regresa a casa para pasar navidad con su familia todos los años" recibió Perséfone como respuesta de Tom. Soltó un bufido.
"Probablemente es porque no lo soy. Mamá quería que regresara a ser intermediaria entre ella y mi padre".
"Encantador" escribió Tom. Era lo único que había escrito para Perséfone en respuesta, era corto, seco, pero de alguna forma encajaba con el chico-diario que había conocido hacía algunas horas, y su letra era exactamente igual que siempre, precisa, delicada y perfecta, pero de algún modo pudo sentir de todas formas todo el sarcasmo que él había infundido en esa palabra.
"Tan encantadores como lo son siempre los dramas familiares".
No hubo respuesta por algunos largos segundos, suficientes para que ella se pusiera alerta, pero para cuando finalmente las palabras de Tom aparecieron nuevamente en el papel, Perséfone tuvo la impresión de que él estaba esforzándose casi tanto por cambiar de tema como por congraciarse aún más con ella.
"Conozco algunos hechizos que podrían hacer el drama muchísimo más interesante, y quizá un poco sangriento si no tenemos suficiente cuidado".
"Tú sí que sabes llegar al corazón de una chica, ¿no, Tom?"
Y Perséfone habría estado mintiendo si dijera que la idea de mancharse ligeramente las manos de sangre no la tentaba enormemente.
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