CAPÍTULO 02
Cuando Perséfone entraba a su habitación solía estar preparada para casi cualquier cosa, después de todo, su hermana menor a veces solía resultar un poco excéntrica, y había cosas que ella no podía considerar si no raras y algunas quizá un poco tenebrosas.
Un ejemplo de las conductas perturbadoras de su hermana era el mural de Harry Potter que había aparecido junto a la cama de Ginny después de que él llegara a la casa. El mural no tenía fotografías, en realidad, tenía al menos cien dibujos hechos a mano del niño, que, evidentemente, había hecho Ginny en el transcurso de dos días. Los dibujos eran feos como los que hacía un niño pequeño, de trazos descuidados, colores fuera de las líneas y más similitud con un bowtruckle que con el niño que vivió.
En esa ocasión, cuando Perséfone entró a la habitación, Ginny lloraba sobre su cama, con largos torrentes de lágrimas resbalando por sus mejillas mientras con sus manos sujetaba dos vestidos.
En su mano derecha, Perséfone pudo ver que Ginny sostenía un vestido que le pertenecía a ella. El vestido en cuestión era corto y ajustado, con tirantes y no mangas, de color negro, que ella había comprado a escondidas en Hogsmade con los ahorros que obtuvo de dar clases particulares en Hogwarts. Ese vestido había estado bien escondido desde que lo compró porque ella era consciente de lo inapropiado que le parecería a su madre, no es que a ella la importara, pero no quería problemas.
A Perséfone, el vestido le quedaba ajustado como una segunda piel y algunos centímetros arriba de la rodilla. A Ginny, el vestido le quedaría casi holgado y bastante por debajo de las rodillas, que era algo que parecía no haber considerado, y, de haberlo hecho, no le había hecho ninguna gracia.
En su otra mano, Ginny tenía un vestido que sí le pertenecía, era ajustado en la parte superior y suelto con caída en la parte inferior, llegaba justamente a sus rodillas, y en lugar de tirantes como el de Perséfone, tenía mangas cortas conservadoras y algo abultadas.
—Ginny... —llamó Perséfone, con cautela.
Su hermana no la miró al principio, si no hasta unos segundos después, cuando apartó la mirada de los vestidos.
— ¿Qué? —preguntó, de mala gana.
Perséfone suspiró, no ansiosa por permitir que su hermana pagara su mal humor con ella.
— ¿Qué sucede?
— ¡¿Cómo me preguntas qué sucede?! —chilló Ginny, su voz tan aguda que a Perséfone le zumbaron los oídos—. ¡Todo es tu culpa! Si no estuvieras siempre sonriendo a Harry y haciendo cosas para gustarle, yo no tendría que esforzarme más para que se enamore de mí y nos casemos.
Apenas las palabras salieron de su boca, abrió mucho los ojos como si le hubiera sorprendido decirlo, pero no se retractó.
—Gin, yo también quiero que Harry y tú estén juntos, ¿sí? Eres mi hermanita, quiero que tengas todo lo que quieres. Harry es un niño, a mí no me interesa en lo más mínimo.
—Mentirosa —espetó, furiosa, ya para nada arrepentida por su arrebato. Después, le arrojó su vestido a Perséfone, con la percha incluida.
Perséfone se esforzó por no enfadarse con su hermana, y por recordarse que no era culpa de la niña, ella no era maliciosa, solo estaba muy mimada y acostumbrada a obtener todo aquello que podía llegar a desear, incluso dentro de una familia de escasos recursos. Era la hermana menor, la bebé de la familia, y, además, la niña que sus padres sí habían querido.
—Debemos irnos —dijo Perséfone, pero la voz le temblaba, y ella odiaba eso, odiaba sentirse débil y consciente de que no podía hacer nada al respecto. Lo único que la reconfortaba era que solo su familia podía hacerle eso, solo a ellos les tenía consideración, solo ellos no eran piedras en su camino.
—Lo sé —suspiró Ginny, mirándola con los ojos repletos de lágrimas, lo que inmediatamente hizo que Perséfone se sintiera culpable, quizá Ginny tenía razón, y de forma accidental había estado hiriendo los sentimientos de su pobre hermanita.
—Lo lamento, juro que nunca tuve la intención de hacerte sentir así.
—Yo también lo lamento, Perséfone. He tenido días malos últimamente, Harry ni siquiera me mira, y voy a Hogwarts por primera vez. Voy a ser otra Weasley, igual que todos mis hermanos, la chica con cosas de segunda mano, la mochila remendada y la falda demasiado larga.
Perséfone quiso gritarle, por un instante, y decirle que ella no era la única, que tenía siete hermanos que habían vivido lo mismo sin quejarse, excepto por Ron. Y que ella recibía más cosas nuevas que ninguno, teniendo a Percy como excepción, pero eso porque él era el chico de oro, y en el momento en que Ginny obtuviera una calificación mínimamente decente, recibiría lo mismo.
Pero calló, guardó su tempestad para sí misma, como hacía siempre, aunque esta vez no desapareció, porque podía aceptar que ella quizá le había hecho daño sin quererlo, pero no que no pensara en lo que todos sus demás hermanos también habían sufrido.
—Está bien, no te preocupes, lo entiendo —respondió Perséfone—. Todo saldrá bien.
— ¿Crees que él va a enamorarse de mí?
—Eres muy linda, Ginny, y cuando crezcas, lo serás aún más. Dale algo de tiempo para que deje de ser un niño idiota y use sus ojos.
—Pero ¿qué haré si no quedo en Gryffindor? Él jamás me querrá si soy de otra casa, y no podré verlo nunca.
—No creo que le moleste que estés en otra casa, mientras no sea Slytherin. Si acaso, eso solo te hará más especial, la única Weasley que no está en Gryffindor.
La expresión tensa y consternada de Ginny se relajó, y fue como recordar, de golpe, que era una niña de once años. Parecía mayor a veces, aunque aún muy inmadura.
—Tienes razón. Solo necesito darle algo de tiempo —dijo Ginny.
—Así es, y ahora deberías vestirte, ya deberíamos irnos al Callejón Diagon. Creí que estarías más entusiasmada por conseguir tu varita.
Ginny se enderezó de golpe, se limpió las lágrimas con el dorso de la mano, soltó un chillido y corrió al baño con su vestido.
Mientras corría, exclamó: — ¡Te quiero, Perséfone!
Perséfone esbozó una pequeña sonrisa, complacida. Apretó la tela de su falda, tratando de frenar el temblor de sus manos, y respondió.
—Yo también te quiero, Gin.
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