01. El comienzo de una obsesión

"Todo mi mundo se está derrumbando
He perdido mis alas
Simplemente me estoy derrumbando"


Jungkook no sabía en qué momento de su vida tuvo comienzo aquella fijación.

Rebobinó un poco, ¿tal vez fue la primera vez que se tocó, cuando era un Omega puberto y su mano no hacía más que apretar su pene y sus dedos meterse en su agujero chorreante por el lubricante? No, ¿quizás fue después de que recibiera su primera polla en los sucios baños del instituto? Joder, menos que menos, aquel rut fue una puta decepción sin duda alguna.

Jungkook lo pensó mejor, escarbando entre miles de recuerdos como hacían las ratas en la basura, hasta que, finalmente, lo tuvo frente a sus ojos:

Aquel domingo.

El momento en que sus ojos hicieron contacto.

La locura trepando por sus entrañas.

Apenas tenía 19 años cuando sus conservadores y creyentes padres lo obligaron a asistir a la parroquia en el centro del pueblo. Ellos ya no creían la excusa de los repentinos dolores debido a su celo, ni los malestares estomacales por comer tanto helado antes de dormir. Jungkook se acordaba de lo molesto que iba, sentado en la parte trasera del coche junto a su hermana Lisa, murmurando maldiciones por lo bajo, deseándoles algún tipo de muerte ingeniosa y muy dolorosa a sus progenitores.

Es que habían interrumpido su sesión de videojuegos, una que llevaba cumpliendo manera casi religiosa desde que tenía 12 y Jimin (su amigo) le prestó su Nintendo. La que usaba de madrugada bajo las mantas para ocultarse de sus padres. No obstante, fue un ingenuo al pensar que se saldría con la suya.

Su madre lo reprendió al descubrirlo, asegurándole que se convertiría en un chico retraído, como los que "el mal" acostumbraba a cazar. "Son los más débiles, carne fácil, mente en blanco", le decía.

Jungkook rememoró la sonora carcajada que soltó, ¿hasta dónde la llevaría el fanatismo? Solamente era un Omega adolescente, quería hacer lo que otros chicos de su edad hacían. También trajo a colisión el ardor en su mejilla y la paliza que su padre le propinó después con su fusta de cuerdas trenzadas.

Luego de encerrarlo en el asfixiante y lóbrego sótano y obligarlo a rezar 100 padre nuestro mientras se arrodillaba sobre el filoso piso de grava, Jungkook obtuvo el perdón de ese Supremo que sus padres tanto aclamaban. Ese que él se cuestionaba si realmente existía, porque, ¿de verdad esos actos eran bien vistos ante los ojos de otras personas? ¿Acaso era normal tener marcas de latigazos en la espalda y quemaduras de cigarrillos entre los muslos? ¿Así castigaban los padres a sus hijos? ¿Era eso lo que el Libro Divino divulgaba en sus famosas páginas?

Jungkook lloró por última vez esa noche mientras vendaba sus rodillas con los dedos temblorosos. Un sentimiento oscuro se abría paso en su interior. Odió al Supremo, odió a sus padres, odió a esa religión y a ese pueblo maldito.

Se prometió marcharse el próximo año, cuando por fin cumpliera la mayoría de edad y reuniera el dinero suficiente para establecerse en otro lugar muy lejano donde nadie lo encontrara.

Pero Jungkook nunca debió apresurarse a los acontecimientos, no debió hacer planes, nunca debió mirar en su dirección, menos debió posar sus ojos en la fruta prohibida.

Aquel hombre de sotana impoluta y sonrisa demasiado amable, rompió cada uno de sus cimientos.

Porque él apareció para tambalear todos sus planes, su mundo, su puta existencia.

Como si lo detuvieran bajo el ojo del huracán, Jungkook lo conoció aquel domingo, sentado en el banco de la primera fila de la iglesia, su odio perpetuo queriendo obligarle a cometer alguna matanza.

Una sombra se cernía sobre él, pero estaba tan ensimismado en sus pensamientos que no se percató.

—¿Estás bien? Nunca te había visto por aquí, ¡es excelente que los jóvenes se acerquen a la casa de nuestro Padre Supremo!

Jungkook solo tuvo que escuchar su voz, las tonadas graves que lo envolvieron, el deje extranjero, ¿quizás italiano? No estuvo seguro, pero lo hizo suspirar tontamente. Entonces, olió el aire. Sus párpados se abrieron de más. Feromonas débiles, como si usaran un represor para ocultarlas, pero el Omega supo al instante que se trataba de un Alfa.

Aquel cura era un delicioso y guapo Alfa.

El empalme fue instantáneo, su pequeño agujero se contrajo en la nada, un charco espeso mojando su pantalón. Fue alzar la mirada, ver aquellos risueños ojos cafés y tan aquerosamente comunes, y Jungkook estuvo gimiendo su nombre en la noche mientras se maltrataba la próstata con las duras sacudidas de sus dedos.

—Padre... Padre Taehyung...

Oh, Jungkook era un gran pecador, el peor de todos, pero no podía importarle menos. Él solo quería su culo lleno del semen de aquel cura.

Jungkook sonrió, por fin entendió de donde había nacido su obsesión: de él, de su error al tenderle la mano a un demonio.

Y lo tendría.

El padre Taehyung De Santis sería el culpable de lo que estaba por suceder.

No debió cruzarse en su camino, después de todo, Jungkook necesitaba la absolución y él se la daría.

Él estaba en el suelo, hecho polvo, aclamando por el perdón, ¿acaso lo recibiría?

#

Jungkook se había unido al coro de la iglesia. Internamente se burlaba mientras cantaba los versículos. Era tan hilarante toda aquella situación.

Cuando se lo dijo a sus padres, ellos no lo interrogaron como creía, pero sus caras de desconcierto resultaron muy entretenidas de ver para el Omega.

Jungkook ya tenía su rutina establecida. De lunes a viernes, preparatoria; el sábado ensayaba en el coro y el domingo asistía a misa.

Oh, y también se escabullía a la habitación del padre para allí masturbarse entre sus sábanas. Procurando dejarlas con todo su olor esparcido por ellas.

Aunque la recompensa de tener que soportar esa estúpida farsa, era ver al culpable de sus incontables sueños húmedos dirigir las misas frente a él.

A veces la voz del Omega se desvanecía y su alrededor perdía color, solo eran ellos dos, su corazón retumbando rítmicamente y su entrada segregando jugos. Su mente volaba lejos, a caminos oscuros y pecaminosos. Decían que la lujuria era un pecado, pero Jungkook disfrutaba cada gramo de ella.

También estaban esas sonrisas y esos estúpidos ojos marrones que el Alfa le dirigía. Tan bueno y amable, no sabía que un demonio acechaba cerca.

Pero ya quedaba poco, pronto estarían juntos.

Aquella noche mientras cenaba con su familia y hacía todos sus esfuerzos para ignorarlos, Jungkook escuchó algo que acaparó toda su atención:

—El dinero que se ha ido recolectando por fin es suficiente para remodelar la iglesia, ¡nuestro Supremo nunca nos abandona!

El Omega disimuló una mueca de fastidio masticando un pedazo de brócoli. Juraba que soñaría con ese nombre

—Es cierto, cariño. Por fin podremos construir un hermoso altar para adorar a nuestro señor como se debe. —Su padre agarró la mano de su mujer sobre el mantel bordado.

Jungkook soltó su tenedor con un estrépito, ganándose una mala mirada por parte de su padre. Lisa era un fantasma, comía en silencio.

—Aunque me preocupa el padre De Santis.

El señor Jeon despegó los agudos ojos del rostro sonrojado de su hijo, preguntándose el porqué de esa reacción, y los concentró en su esposa.

—¿Por qué lo dices?

—¿Le pasó algo? —Preguntó el Omega estrujándose los dedos, la angustia le trepó por la garganta en forma de una bola asfixiante.

—Jungkook, no interfieras en asuntos de adultos. Es de muy mala educación —advirtió Ji-eun, y después suspiró hastiada—. Cariño, es que supe que la casa del padre también será remodelada. La construcción durará alrededor de una semana, ¿no te preocupa donde vaya a quedarse en ese tiempo?

—Oh, no lo había pensado antes.

Ella asintió.

—Es nuestro guía, deberíamos darle algún dinero para que se hospede en un hotel mientras.

Hyun-Woo se quedó pensativo.

—No.

—¿No?

—Mejor que se quede aquí con nosotros.

—¿En nuestra casa? —medio gritó, medio preguntó el Omega.

—Jungkook... —volvió a advertir su madre.

Él se removió en la silla, las manos le empezaron a sudar con intensidad, tenía un tambor dentro del pecho. Su mente corrió a mil por segundo, miles de ideas, de fantasías... Joder, joder, joder, si esa posibilidad tan solo existiera.

—No tengo ningún inconveniente, cariño.

—Entonces no se diga más, mañana a primera hora de la mañana iré a la iglesia y hablará con él.

—¿Y dónde dormirá? —inquirió Lisa de repente, dejando atrás su papel de objeto decorativo.

—Cierto, solamente contamos con 3 habitaciones —apoyó Ji-eun—. La nuestra, la de Lisa y la de Jungkook.

—Jungkook puede mudarse a la habitación de su hermana. —Su padre se encogió desinteresadamente de hombros.

Jungkook más que contento, encantado. Aunque su hermana fuera como una espinilla en el trasero y tuviera su cuarto forrado de rosa y lleno de peluches, no le interesaba.

—¡Pero papá...! —Lisa intentó protestar, aunque su padre la detuvo.

—Es temporal, cariño.

Ella se enfurruñó, por lo que dejó su plato a medio terminar y subió las escaleras con pesados pasos rumbo a su cuarto. Cuando los padres escucharon el portazo venir desde la planta superior, miraron a su hijo. El ambiente pasó a uno tenso, el descontento y desagrado era tan palpable, pero el Omega esta vez ni se inmutó, tenía una sonrisa en el rostro que nada ni nadie podría borrar.

—¿Qué esperas? —gruñó su madre—. Ve a empacar tus cosas

—Y encárgate de limpiar bien esa caverna que tienes por cuarto —agregó su padre de inmediato—. No queremos que el padre De Santis se encuentre con alguna de tus rarezas.

Oh, si ellos tan solo supieran...

#

El Omega se debatió si dejar su lencería de encaje debajo de la cobija limpia sería una idea demasiado descabellada. Cerró los ojos, deleitándose con la imagen desconcertada y a la vez deseosa que de seguro el padre Taehyung haría si las descubría. ¿La usaría para masturbarse? ¿Las olería hasta el cansancio ¿Reemplazaría los fluidos del Omega por su semen?

Los regordetes muslos de Jungkook se juntaron ante la punzada de deseo que atacó su núcleo. Apretó el rostro entre las sábanas, esparciendo sus feromonas por todo el lugar. Si el padre lo veía en esa pose, ¿qué haría? ¿Lo tomaría? ¿Sacaría su pene por la abertura de la sotana y lo tomaría en cuatro?

Las caderas de Jungkook se movieron por sí solas contra la almohada abrazada entre sus piernas. Su miembro, aún cubierto por la delgada ropa interior, se frotó con rápidas y certeras embestidas. Hizo a un lado la braga, el nudo rosáceo y los exuberantes glúteos quedaron a la vista, pero lo más sorprendente era aquella cantidad descomunal de líquido transparente descendiendo desde su apretado agujero. Jungkook tomó un poco de esa excitación y luego la esparció sobre sus pezones, chupando el rastro sobrante que quedó en la punta de sus dedos. Gimió bajito y se relamió ante su exquisito sabor agridulce.

Si el padre Taehyung tan solo lo probara.

Mientras se tocaba y tironeaba los pezones duros como brotes, continuó frotándose. El vaivén iba aumentando, las chispas explotaron a lo largo de su columna vertebral. Con un grito ahogado, el Omega se derramó por toda la almohada.

Respirando agitado y satisfecho, se desplomó con los pies extendidos. Esperó a que los temblores menguaran y su respiración volviera a la línea segura. Luego abrió los ojos lentamente, aunque una presión sobre su rostro lo hizo mirar a su costado. Los diminutos vellos en su nuca se pusieron de punta.

La puerta estaba entreabierta.

Unos ojos oscuros lo miraban fijamente.

Jungkook jadeó, incorporándose de golpe.

No podía ser.

—¿P-padre...?

Pero en un pestañeo, él ya no estaba allí. Buscó feromonas en el aire, pero tampoco las halló. ¿Acaso lo había imaginado?

El Omega le restó importancia, de seguro aquello había sido fruto de su imaginación. Y para nadie era un secreto que después de un orgasmo tan intenso como aquel se podían escuchar o ver cosas donde no las habían. Además, el padre Taehyung llegaría a media tarde y apenas era mediodía. No podía ser él.

Después fue al baño para limpiarse el desastre de semen y lubricante que se arrastraba por sus piernas, y se puso unos pantalones veraniegos con una camiseta metida por dentro de la cinturilla, estos no eran ajustados ni llamativos. Sus padres lo mandarían a la horca si lo veían con algo de ese estilo.

Se evaluó en el espejo, tenía el pelo negro revuelto de una forma salvaje y sensual, las mejillas eran dos focos rojizos, los labios carnosos lucían exuberantes de tanto morderlos, y qué decir de su mirada post orgásmica. Todo en él gritaba "acabo de tener el mejor orgasmo del puto mundo". Pero bueno, nadie se percataría de eso.

En la sala del primer piso de la casa Jeon, ya estaban sus padres. Jungkook escuchó que alguien hablaba con ellos, la voz tan lejana que no la pudo identificar. Por eso se escabulló hasta la cocina para no tener que saludar. Detestaba hablar con los extraños, más cuando sus padres lo obligaban.

En la encimera encontró variedades diferentes de dulces y bocadillos. Sus ojos brillaron como los de un niño pequeño y se relamió hambriento. Aquel orgasmo le había abierto el apetito. Cerciorándose de que nadie viniese, se llevó un muffin de plátano y lo masticó con un gemido de satisfacción. Seguidamente, y con las mejillas rellenas, agarró otro. Las cosas dulces eran su debilidad, tenía que aprovechar la oportunidad de comer algunos, ya que sus padres no se los permitían con frecuencia.

Un Omega debía mantener su figura. Nadie quería Omegas feos y con sobrepeso.

Tan ensimismado se hallaba Jungkook que no sintió que alguien lo estaba mirando.

—¿Sabe bien?

Jungkook se atragantó y tosió mientras se volteaba y veía al padre Taehyung parado en la puerta de la cocina.

Y... oh.

No iba con la habitual sotana, esta había sido reemplazada por unos pantalones negros plisados que se apretaban un poco en la parte de la cadera. El Omega tragó duro, percibiendo una ligera protuberancia en la parte de la pretina. Joder, apostaba que su polla era tan grande como su antebrazo y gruesa como para atragantarlo con sus embestidas. Siguiendo el recorrido, vio que usaba una camisa del mismo color de los pantalones, aunque del cuello sobresalía el clériman, dejando en claro cuál era su condición.

Un cura. Un seguidor del Supremo.

Un maldito y delicioso pecado.

A pesar de que el Omega se había satisfecho apenas 10 minutos atrás, un rastro pegajoso manchó su ropa interior.

Jungkook suprimió un gemido.

Entonces se apresuró en responder, notando que se había quedado callado y mirándolo cual maniático.

—Sí, está bueno, aunque hay ciertas cosas que apuesto que saben mejor que esto. —Sonrió inocentemente a la vez que pestañaba, pensando en todo menos en comida— ¿Quiere uno, padre?

El Alfa asintió.

—Por favor.

El Omega se dio la vuelta, tomando otro muffin de la bandeja. Creyó que fueron ideas suyas, pero al girarse, pudo ver los ojos del padre rehuir con rapidez a su rostro, como si antes los hubiese posado en otra parte.

—Tome, están deliciosos. La crema es especialmente dulce y el relleno es de frutas.

El padre se acercó, como era tan alto, por lo menos dos cabezas más que el Omega, Jungkook tuvo que flexionar el cuello para mirarlo directamente a sus estúpidos ojos marrones.

Esa mirada sin malas intenciones sobre él y sintió que la polla se le tensaba.

Maldita sea.

El Alfa abrió la boca, capturando un pedazo del muffin directamente de la mano del Omega, luego lo masticó con lentitud bajo sus atentos ojos. Al acabar sonrió ladino. Por el Supremo, él era tan caliente.

Un jadeo se trabó en la garganta de Jungkook; joder, él solo comía muy tranquilo y ya quería saltarle encima como canguro australiano.

De repente vio que el Alfa se detuvo un instante y observaba sus dedos con seriedad. Jungkook quiso preguntarle la razón, pero... ¡El padre estaba oliendo su mano! Jungkook palideció. ¡Era la misma mano que había utilizado para masturbarse! Oh no, ¿él podía percibir su olor en ella?

El padre inspiró profundamente y cerró los ojos por un segundo, como si se impregnara de cada partícula olorosa. Luego los abrió, una emoción turbulenta danzando en sus iris oscuros.

—Tenía razón, Jungkook, la crema era especialmente dulce.

Y lamió la que había quedado en su labio inferior, la punta de su lengua tocando superficialmente la piel del Omega.

Un brillante sonrojo se deslizó desde las mejillas de Jungkook hasta el cuello. Definitivamente, estaba goteando espeso lubricante bajo su ropa interior.

Si Taehyung no usara tantos supresores, podría notarlo con facilidad, pero como así no era, Jungkook sintió un profundo alivio.

—¿E-entonces va a querer otro?

El padre se enderezó, tomando distancia y volviendo a la habitual expresión de bondad.

—Gracias, Jungkook , pero tus padres me están esperando. Te vi pasar y quise venir a saludar. ¿Te gustaría unirte a nosotros?

<<¿Y oírlos hablar sin descanso del Supremo?>> Primero se volvía amante a las mujeres antes de asistir a una charla con ellos.

Es decir, nunca.

—Mejor lo dejamos para otra ocasión, padre, tengo que recoger unas cosas en mi cuarto y trasladarlas al de Lisa.

—Oh, respecto a eso... ¿Te molesta que me quede ahí unos días?

El Omega negó de inmediato.

—Para nada, me complace infinitamente que esté con nosotros. Además, mi cama es la más cómoda de esta casa.

Rió, esperando que el Alfa se le uniera como siempre hacía, pero este solamente lo miraba con una expresión rara, como si supiera algo que el Omega no.

Jungkook se fue poniendo serio y tragó ruidosamente.

—B-bueno, me iré antes. Bienvenido a nuestra casa, padre.

Sin esperar por una respuesta, dio una escueta venia, le entregó el muffin y salió corriendo de allí con las piernas inestables.

¿Qué carajo fue aquello?

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