Chaeyoung conoció a Jisoo de pequeña. Iban juntas al preescolar, pero su amistad no fue inmediata, sino que, al contrario, se caían mal. A Chaeyoung le gustaba crear castillos de Lego, Jisoo los derrumbaba cuando terminaba. Chaeyoung dibujaba flores, Jisoo rompía el papel.

Simplemente, todo lo que Chaeyoung amaba hacer, Jisoo lo odiaba.

Así fue los primeros tiempos, hasta que un día la maestra se puso a hablar con ellas. Les dijo que sí no les gustaba la otra, sólo lo hablen, que no hace falta ser mala o buena, sólo tolerarse entre sí. Nunca esperó que después de eso, Jisoo le propuso a Chaeyoung ser amigas.

En la primaria ya eran cercanas. Jisoo ya no rompía sus cosas, pero decía que odiaba todo. No le gustaban sus compañeros, no le gustaba la maestra, no le gustaban las materias y todo era aburrido e irritante.

Una vez Chaeyoung le hizo aquella pregunta.

―¿Me odias a mí?

Jisoo bufó y miró a otro lado.

―No a tí, pero sí lo que amas.

Chaeyoung no estuvo contenta luego, pero era la mejor respuesta que podía obtener.