17


VOLKER


Volker se paseó por la tienda de ropa con paso agraciado. Sus ojos, que jamás pasaban algo por alto, escudriñaban las prendas con gran precisión. El sitio era espacioso, lleno de una variedad de atuendos y vestidos de gracia elegante. Estaba buscando uno para Serena, pero ninguno despertaba la admiración que él creía que debía tener: el perfecto para la cena.

Al salir de la tienda con paso lento hacia la tienda siguiente, un poste de luz atrajo su atención. Era viejo, lleno de afiches antiguos y otras hojas rasgadas. No pudo evitar formar una mueca de desagrado cuando se acercó para observar la hoja que se mecía con la brisa y que solo colgaba de un simple trozo de cinta adhesiva.

SE BUSCA
SERENA WILLIAMS

Más abajo había una foto de ella con la información de contacto.

Admiró la fotografía un momento, consciente de que aquel simple retrato no le hacía justicia a lo que ella era en persona: hermosa, tranquila, deliciosa y, lo más importante, suya.

Inspiró hondo y continuó con su búsqueda.

Desde su desaparición, Serena había estado en la boca de muchos en la ciudad. Sus padres afirmaban que su exnovio la había secuestrado, que le había hecho daño, y hacían lo posible por encontrarla. Pero Serena ya tenía antecedentes con la policía; sus llamadas a emergencia, sus falsos delirios, su expediente médico... Las autoridades no creyeron que se tratara de un secuestro, sino del arrebato propio de una persona que va al psiquiatra. Por ello, después de un día de encarcelamiento, liberaron a su exnovio. Las opiniones de las personas estaban divididas y, tras una semana, su desaparición dejó de estar en la boca de todos.

Sus padres seguían buscándola día y noche, haciendo campañas en internet para recaudar a más personas que los ayudaran.

Volker se compadecía de ellos. Al menos, un poco.

Había algo más importante con lo que ocupar su mente: la cena y el regalo.

Miró la hora en su reloj. Según lo había calculado, faltaba media hora para tachar de su lista uno de sus planes. Tenía que apresurarse.

Agilizó el paso por la acera y entró a otra tienda de ropa que se ajustaba a los niveles de sofisticación que él deseaba. No tardó en dar con un vestido que llamó su atención. Casi pudo imaginarla con la tela ceñida a su figura, y también despojándose de ella.

Era perfecto.

Una vez realizada la compra, salió con la bolsa en la mano y una sonrisa en el rostro.

Hizo un conteo sobre las cosas que le faltaban. Había comprado maquillaje, zapatos de tacón, el vestido...

Solo faltaba el regalo.



SERENA


El despertador junto a la mesa de noche —que se encontraba del lado de la cama de Volker— me despertó. Al principio creí que era temprano por la mañana y que él tenía que levantarse para empezar a trabajar, pero pronto me di cuenta de que eran las 6.30 de la tarde y que Volker no estaba a mi lado como solía ocurrir en las mañanas.

—¿Volker? —Lo llamé todavía somnolienta y apagué la alarma.

Miré los alrededores de la habitación en su búsqueda sin encontrar ningún rastro de él más que su olor persistente. El dormitorio estaba como de costumbre, con la diferencia de que, junto a una silla donde a veces se sentaba a mitad de la noche a observarme, había un par de bolsas de compras. Necesité restregarme los ojos e incorporarme para comprobar que no se trataba de un espejismo, que frente a mi nariz había dos bolsas de tiendas de lujo.

Al acercarme para ver su interior, encontré una nota doblada a la mitad que rezaba mi nombre. Tomé aire y leí:

Mi dulce Serena, he puesto el despertador a las 6.30 y calculo que estarás leyendo esto a las 6.33 horas...

Volteé hacia el despertador y vi que, en efecto, era la hora que mencionaba.

Regresé a la hoja y retomé la lectura.

—Qué idiota... —murmuré con una sonrisa ladina en el rostro.

Dejé la nota a un lado. No era una carta como tal, pero era la primera vez que un hombre me daba un detalle como ese. Una ironía más que se sumaba a mi vida.

Abrí la bolsa más grande que contenía una caja de zapatos. Eran hermosos, de puntas finas, con tacón alto y delgado, de color blanco y brillosos, casi plateados, que tenían de detalle un lazo plateado para amarrarlos.

Me senté a los pies de la cama y me los probé. Me quedaban cómodos, justo a la medida. Me pregunté cómo Volker conocía mi talla de calzado, luego recordé que había entrado a mi casa por la noche y había revisado todo lo que me pertenecía.

Lo maldije en voz baja y me quité los zapatos, dejándolos dentro de la caja. A continuación, abrí la bolsa mediana y asomé la cabeza. Un vestido blanco se encontraba bien doblado en el interior. No era un color que usara a menudo, bien sabía él que la mayoría de mis prendas eran negras, así que se me hizo una extraña elección de color.

Con cuidado, saqué el vestido de la bolsa. Mis dedos sintieron la lisa textura de la tela y la precaria luz del cuarto se reflejó en sus pliegues.

No fue hasta que me vestí que pude observarlo con detalle. Era un blanco perlino, tan largo que quedaba a solo centímetros del suelo. Se ceñía a mi figura con una elegancia pudorosa y resaltaba la curva de mis caderas, el lugar donde a Volker le encantaba tomarme. El escote no era pronunciado, pero tenía una abertura recta donde se formaban unas pequeñas arrugas sostenidas por dos tirantes finos, y el corte que iba desde lo alto del muslo hacía que caminar fuera mucho más fácil.

Por primera vez en mucho tiempo me gustaba cómo me veía. Me sentí bien conmigo misma y mi cuerpo. Incluso me animé a maquillarme. No por Volker, sino porque quería ver cómo era antes de que la depresión y el miedo se metieran en mi piel.

Quería, de alguna manera, empezar de nuevo.

Quería volver a ser yo.

Lo último que me quedaba por hacer era ponerme los zapatos. Me senté en la cama y sonreí cuando el tajo del vestido dejó ver mi muslo. Era como la protagonista de una película de espías que estaba infiltrada en una elegante fiesta llena de mafiosos y que guardaba su arma en el muslo. Mientras pensaba en ello, dejé uno de los zapatos sin abrochar.

La alarma del despertador sonó otra vez. Ya eran las 8.30 de la noche.

Sentía una extraña sensación en la boca del estómago: nervios. Era absurdo sentirme así a estas alturas. Se suponía que la cena sería como cualquier otra que había tenido, y conocía a Volker, no había razón para sentirme así. No todavía.

Inspiré hondo frente al espejo y salí del dormitorio.

Percibí el sutil aroma de la comida mezclado con la esencia de las velas y los pétalos de rosas blancas que conducían hacia el comedor. El ambiente era romántico y elegante, todo de una tonalidad neutra, pero con cierto brillo hipnotizante que me guiaba con cautela. A medida que avanzaba por la sala principal, podía escuchar con mayor claridad las canciones de jazz que tanto le gustaba poner mientras preparaba la comida.

Las mariposas en el estómago solo fueron en aumento cuando me asomé por el umbral hacia el comedor, donde la decoración de pétalos de rosas acababa. Las velas y luces cálidas decoraban la habitación, la mesa estaba en el centro, decorada con un hermoso arreglo floral. Volker estaba esperando por mí, sentado en la cabecera de la mesa, con un atuendo igual de elegante que el mío y del mismo color. Su semblante se veía intimidante y reservado, igual a la primera vez que lo vi en su oficina. Sin embargo, había un brillo peligroso y atractivo que me condujo hacia él. Era hipnótico, magnético, tan bello como letal; pero estaba en ese peligro, en esa naturaleza despiadada que dejaba a un lado solo conmigo, lo que más me atraía. Yo era una polilla cegada por la luz, y él tenía el farol en su mano.

El brillo de las velas se reflejó en su mirada al levantar la vista.

—No esperaba que fueras del tipo que escribe cartas —bromeé con una sonrisa que fallé en esconder.

Él se levantó de la silla y caminó hacia mí con pasos gráciles. Era como si flotara, tan perfecto y controlado. Su fachada tranquila se rompió al pasar saliva por su garganta. Había despertado su apetito, y sus ojos depredadores, que siguieron cada una de mis curvas, lo delataron.

—¿Qué puedo decirte, amor? Sacas mi lado más romántico. —Me siguió la broma—. Te ves deslumbrante.

—Gracias —dije en un tono bajo y pensé en la idea de decirle que él también se veía bien—. Mi estilista tiene muy buen gusto.

—La ropa luce por quién la viste, amor —respondió en un ronroneo.

Extendió la mano hacia la mía y se inclinó para besarme. Yo cerré los ojos creyendo que me besaría en los labios, para luego sorprenderme cuando me besó en la mejilla casi con timidez. Sonreí y pensé en lanzarle otra broma, pero él plantó un tierno beso en mis labios.

—No tienes idea de lo mucho que he estado esperando este día. He estado planeando esta noche durante semanas, amor. Espero que estés lista para la sorpresa que tengo guardada para ti.

—Suena como que tienes muchas expectativas en esta cita.

—Las tengo —aseguró.

Me condujo hacia la mesa y apartó una silla con un gesto galante. Se había esforzado mucho: la mesa estaba preparada de forma refinada y opulenta, con copas de cristal, cubiertos de plata y un mantel blanco inmaculado. Había servido la comida: un plato sencillo pero refinado para despertar el apetito, que demostraba una vez más su habilidad para la cocina.

—Siéntate, por favor —dijo, señalando la silla. Esperó a que lo hiciera, antes de sentarse.

Me acomodé en la mesa y suspiré, admirando una vez más el plato frente a mí. Incluso la decoración tenía un toque romántico.

—Esta noche pareces un enamorado. La verdad, no esperaba que organizaras una cena romántica bajo la luz de las velas. Estoy impresionada, quién diría que no crees en el amor.

Su risa profunda y melódica destiló elegancia, tranquilidad y, sobre todo, control.

—Puedo ser sentimental cuando la situación lo requiere, y esta noche me pareció la oportunidad perfecta para disfrutar un poco del romance.

—No olvides que debes contarme tu secreto —advertí.

—Oh, no lo he olvidado.

Me incliné un poco sobre la mesa para acercarme a él y lo miré con ojos expectantes.

—Pues soy toda oídos.

—No tan rápido, mi amor. —Me frenó y echó mi cabello hacia atrás del hombro—. Primero disfrutemos de nuestra velada.

—Suenas tan misterioso... Espero que no me decepciones.

—¿Cuándo lo he hecho?

Lo miré con obviedad y él se echó a reír más fuerte de lo que esperaba.

—Qué osada.

Sus ojos brillaron divertidos. Levantó la copa frente a él y la sostuvo en alto para brindar.

—Por nosotros, amor —dijo con un tono más serio. Había una gracia en su movimiento que me llevó a quedar perpleja durante unos segundos—. Por este momento, por esta exquisita comida y por los secretos que compartiremos.

—Por los secretos.

Levanté la copa y bebí un sorbo. Ese brindis dio el inicio a la cena, permitiéndonos probar la comida y sentir los sabores. Estaba exquisita, una delicia como de costumbre.

—¿Cómo haces para que todo lo que hagas te salga perfecto? —le pregunté, aunque era una pregunta que debía quedarse para mis adentros.

—Práctica, amor. He pasado años perfeccionando el arte de cocinar y creando comidas deliciosas que sean experiencias tanto visuales como sensoriales.

—Práctica, ¿eh? —Arqueé una ceja y le sonreí con picardía—. ¿Debería interpretar eso como que has tenido muchas citas como esta?

—Ah, amor, eres demasiado perceptiva para tu propio bien. Sí, he tenido mi cuota de noches como esta. Pero te aseguro que ninguna de ellas ha sido tan especial como tú.

—Nadie como yo —repetí, pensativa—. ¿Será porque soy una de tus pacientes?

Él sonrió, con la mirada fija en mí.

—No, amor. No es por eso. Es porque eres tú. Eres única, fascinante e intrigante. Me desafías, me haces sentir cosas que no había sentido en mucho tiempo.

Guardé silencio en lo que procesaba su respuesta. Si lo veía desde su perspectiva, él también me hacía sentir cosas que desde hace mucho había creído enterradas. De alguna manera, me hacía sentir viva, pese a lo negativo de todo esto. No supe si se debía al constante acecho de la incertidumbre, si era el síndrome de Estocolmo o si había desarrollado sentimientos por él.

Ese cuestionamiento me llevó a hacer otra pregunta:

—¿Alguna vez has roto tu ética de trabajo? Además de conmigo, claro.

Lo pillé justo bebiendo de su copa. La dejó sobre la mesa y se saboreó los labios antes de hablar.

—¿Quieres decir si alguna vez me he pasado de la raya con un paciente?

—De manera romántica —aclaré recordando a Molly Dolly.

—No, cariño. Valoro demasiado mi trabajo y mi profesión como para permitir que las emociones nublen mi juicio. Siempre he mantenido un código ético muy estricto y nunca me he permitido involucrarme física o emocionalmente con un paciente... hasta ahora.

—Así que soy la excepción a la regla.

No supe si sentirme halagada o mal.

Se inclinó un poco más cerca.

—Tú, cariño, eres una historia diferente. Tienes una manera de meterte bajo mi piel, de despertar sentimientos en mí, que no puedo ignorar. Pones a prueba mi control, y me encuentro queriendo hacer cosas contigo que son... bueno, tal vez no del todo profesionales o éticas. —Adoptó un tono más oscuro y depredador—. Me haces querer romper mis propias reglas, dejar de lado la cautela y dejarme llevar por todos los deseos e impulsos que despiertas en mí.

Le sonreí con un dejo de arrogancia del que yo misma me sorprendí. En el fondo, me gustaba la veneración que mostraba cuando hablaba de mí.

—Debe ser frustrante no poder controlar lo que sientes ni poder controlarme.

—No tienes ni idea. He pasado años perfeccionando el arte del autocontrol, pero contigo todo se desmorona. Me vuelves loco, amor, me haces querer hacer cosas... indescriptibles. Cosas que harían sonrojar incluso al hedonista más libertino. A menudo me encuentro dividido entre querer saborearte, beberte como el mejor vino, o querer devorarte todita. Es una lucha enloquecedora, y una que nunca había experimentado.

—Me pregunto por qué sientes eso por mí.

—¿Acaso no te has visto, amor? Eres toda una belleza.

—Sé serio —me quejé.

Él rio, pero consideró la pregunta por unos segundos.

—Es difícil de explicar. —Comenzó en voz baja y contemplativa. Su mirada vagó por mi rostro mientras trataba de poner sus sentimientos en palabras—. Al estar contigo, no me siento como el sereno, controlado y profesional que muestro al mundo. Me siento... salvaje, peligroso, poseído por un deseo crudo y primitivo que no puedo ignorar.

No sonaba como la descripción habitual con la que las personas describían sus sentimientos cuando estaban enamorados, supongo que era porque él no creía en el amor. Pero, de alguna manera retorcida, sus palabras encendieron una llama en mi pecho que dejó una calidez agradable.

—¿Sabes algo gracioso? Desde que empecé a dormir contigo, no tengo pesadillas y no necesito tomar pastillas para dormir. —Le comenté pese a estar segura de que ya lo había notado.

—Supongo que tengo un efecto sedante natural en ti —bromeó—. O tal vez solo te estoy agotando más de lo que las pastillas podrían hacerlo.

—Eres un desvergonzado, ¿lo sabías? —espeté con los dientes apretados en una sonrisa

—Oh, vamos, amor. No eres la inocente y mojigata que intentas aparentar ser. No niegues que disfrutas de nuestras... actividades físicas tanto como yo.

—Sí, lo hago... más de lo que me gustaría admitir —dije, enfadada—. Pero el sexo no lo es todo en esta vida, ya te lo dije.

Levantó una ceja y había un brillo de humor en sus ojos.

—Ah, ¿es así? ¿Y qué dirías que es más importante que una noche de pasión desenfrenada, eh? Porque desde la primera vez he estado reviviendo todos y cada uno de nuestros encuentros en mi mente, cariño. Y cuanto más pienso en ello, más quiero...

Se quedó en silencio, sus ojos se oscurecieron con deseo al inclinarse más cerca. Su cuerpo irradiaba una energía depredadora.

—Más quiero... devorarte.

—¿Dónde está el elegante terapeuta? ¿Eh?

—Está teniendo muchas dificultades para reprimir el deseo de tirar la precaución por la borda y hacerte cosas muy malas sobre la mesa.

—Eres un pervertido. Estás arruinando la elegancia de nuestra cita.

—Todo por tu causa. Sacas lo peor... y lo mejor de mí.

Sonreí con lo último. No podía negar que Volker poseía una habilidad innata de arruinar y mejorar las cosas.

Levantó una mano y deslizó los dedos por la curva de mi mejilla con cuidado.

—Si pudiera describir lo que siento por ti en palabras más frívolas, diría que lo que siento es amor.

Sentí un estremecimiento en mi interior y las cosquillas en mi estómago se intensificaron. ¿Me había vuelto loca? Era posible. Por esa noche, al menos en ese momento, no me importó.

Seguimos comiendo con algunas conversaciones casuales sobre mi trabajo como diseñadora gráfica, lo que derivó a nuestra perspectiva sobre el arte. Volker hablaba con la misma pasión por la comida como por el arte, y su fachada de perfección se trizaba mostrando el interior de una persona más humana... Una que no era un asesino.

Pronto llegó con el plato principal: Ossobuco alla milanese. Un guiso de carne que nunca había probado en mi vida —por obvias razones— pero que sabía delicioso.

Volker me observó mientras comía, sin apartar la mirada de mi rostro. Estaba segura de que analizaba la forma en que saboreaba cada bocado, la forma en que cerraba los ojos de placer mientras el sabor llenaba mi boca.

—¿Estás disfrutando de la comida, amor? —preguntó, con un suave murmullo—. He pensado mucho en el menú, en cada bocado que pasa por tus labios.

—Está delicioso, como siempre —respondí, llevándome la copa de vino a los labios y bebí—. Gracias por esforzarte y por cocinarme todos los días.

Resoplé y pensé en lo agotador que debía ser tener que preparar la cena a diario.

El pecho de Volker se hinchó de orgullo.

—Es un placer, amor. Y no debes preocuparte por la cocina, además de que me encanta cocinar, ver cómo degustas mis platos es mi pago.

Tomó mi mano entre la suya en un gesto cariñoso. Su mano era cálida y suave. Me di cuenta de que me había acostumbrado a sentir su piel, a que nuestros dedos se entrelazaran de manera involuntaria. Era el toque más inocente de todos, pero envió una ola de calor por todo mi cuerpo.

Una vez terminamos de comer, pensé en levantarme y llevar los platos a la cocina.

—La velada aún no ha terminado —me recordó, sin permitir que me levantara—. Aún queda el asunto del regalo que te prometí.

Me quedé quieta y pensé en sus palabras.

—Creí que el vestido y los zapatos eran el regalo.

Al escucharme, se rio cerrando los ojos y tocándose la boca del estómago. Bufé y lo miré de mala gana a punto de insultarlo.

—Ese no es tu regalo, Serena, solo es... ropa. Además...

Se levantó de su silla, rodeó la mesa y se colocó detrás de mí con las manos sobre mis hombros. Masajeó mis músculos tensos ante su desplante de misterio, con sus dedos ejerciendo una presión sutil. Eran un presagio de su fuerza.

—Este no es el plato principal, amor.

Miré mi plato vacío, con los cubiertos encima.

—¿No lo es?

—El plato principal es tu regalo.

Mis pensamientos se volvieron confusos. Estaba siendo más misterioso e impredecible de lo que esperaba.

Su calor abrazó mi espalda y sentí su aliento detrás de mi oreja.

—Cierra los ojos y mantenlos así. No quiero que veas el regalo hasta que yo te lo permita. ¿Entendido?

El revoloteo de mi estómago se desplazó por todo mi tórax y una masa de emociones se almacenó. Asentí en silencio y cerré mis ojos al suspirar. La ansiedad recorría cada parte de mi cuerpo.

—Buena chica —susurró y su cálido aliento acarició mi piel. Me dio un beso en el cuello, antes de volver a rodear la mesa, esta vez para recoger los platos y las copas—. Mantén los ojos cerrados, amor... —advirtió con cierto tono autoritario—. No mires. Te diré cuándo puedes abrirlos.

Hice lo que me pidió. Mantuve los ojos cerrados, guiándome por los sonidos de sus pasos que cada vez se alejaban más. Después de unos segundos, lo único que escuchaba era la música que sonaba en la habitación y mi respiración nerviosa.

Tras unos minutos, escuché el chillido de lo que parecían unas ruedas sin el aceite suficiente y el gruñido de algo... o alguien.

Abrí los ojos, confundida, con el corazón latiendo con fuerza. Al instante siguiente, mis ojos se abrieron de par en par por la sorpresa y el shock.

En el otro extremo de la mesa, atado a una silla de ruedas y con la boca amordazada, estaba Alex. Fue como volver a la noche en que me atacó, cuando temblaba de miedo y ni siquiera podía articular una palabra de lo aterrada que estaba. La presión en mi pecho no me dejaba respirar y mis piernas se volvieron frágiles, perdiendo la fuerza por completo. Agradecí estar sentada, de lo contrario me habría desvanecido.

Miré a Volker con incredulidad, necesitaba saber o entender que mis ojos no me engañaban, que no estaba dentro de otra pesadilla más.

—Volker... ¿Qué... qué es esto...?

Él se rio, disfrutando de la mezcla de sorpresa y horror que mi ser reflejaba.

—Esto —dijo señalando a Alex—, es tu regalo. ¿No es maravilloso?


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Ahora sí puedo hacer promo del libro sin sentirme mal por los spoilers asdfghjhgf pero, aquí está la parte por la que varias personitas sintieron curiosidad 7u7

Será que Serena se convierte en Bart? :O

Los kero mushio y no olviden comer :3

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