29. Tiempo roto
Un eco sacrílego se prolongó en la oscuridad, retumbaba como un canto profano y susurrante, cuyo significado era tan solo un presagio de los temibles males venideros. Quienes lo originaban era un numeroso grupo de encapuchados en la torre más alta de la Fortaleza de la Oscuridad. Sus manos danzaban en suaves movimientos de tirar y empujar, todos en una perfecta sincronización que los mantenía prisioneros durante largas horas. La magia oscura a la que daban forma comenzaba a concentrarse en lo alto de El Abismo bajo los indicios de un vórtice de muerte y destrucción. Del otro lado, se asomaba en intermitencia el oleaje del Limbo Temporal.
Lord Máximo se hallaba en medio de ellos, con las páginas del Darkrom abiertas ante él. La ferocidad del aire en tal altura era abismal. Su largo cabello blanco y su atuendo sombrío se menaban con fuerza, para él era solo el placentero vaticinio de un nuevo comienzo para el universo, su universo de oscuridad.
—Finalmente, el ansiado día de la victoria llegó, el día en que los pilares del tiempo se desmoronarán para siempre. ¡La Oscuridad encarnada recuperará los utópicos tiempos de gloria!
Máximo esbozó una sonrisa placentera mientras sus ojos eran poseídos por una poderosa energía oscura. Por el susurrar de sus palabras arcanas, la Biblia de la Oscuridad levitó, rebosante en un resplandor igual de temible.
Extendió sus manos a cada lado sin detener su invocación suprema que desafiaba las leyes del mismo universo. Las páginas se movieron frenéticamente de un lado a otro, al tiempo en que los dibujos en ella se alzaban cuales sombras tenebrosas que eran atraídas como imanes al inicio de vórtice. Conforme ascendían se hacían más grandes, hasta que se perdían del otro lado, en las mareas del tiempo.
—¡Vayan, hijos de la noche! —exclamó Lord Máximo, gozoso—. ¡Asciendan! Y que inicie el reinado de la oscuridad.
Mientras tanto, cientos de metros bajo tierra, sufridos gritos de desgarro y súplicas sin respuesta clamaban por misericordia en Las Fosas. Una de las tantas mazmorras se mantenía en completo silencio luego de que la víctima del gigante demoniaco cayera en la inconsciencia.
Pasaron unos cuantos minutos para que recuperara el sentido luego de terribles torturas. Abrió sus ojos con pesadez, aún era borroso y oscuro, lo único que ofrecía luz eran las llamas púrpuras que ardían sin cesar y los gigantescos cristales fríos repartidos en la habitación.
Ada Reich bramó con dolor. Una muerte definitiva hubiera sido más agradable que todo lo que el demonio le había hecho. Se hallaba ensangrentada, con quemaduras y feroces cortes provocados por diferentes instrumentos de flagelación.
No había forma de salir de allí, no cuando sentía que su cuerpo había dejado de responder. Forzó un poco sus manos, colgaba en el aire de unas fuertes cadenas sujetadas desde lo alto de la catacumba. El metal, frío y penetrante, había enterrado parte de sus esquirlas en sus débiles muñecas, un malestar semejante al que ardía por las cadenas en sus pies.
Una risa burlona y tajante retumbó. El gigante acababa de darse cuenta de su despertar. Sus tres ojos oscuros resplandecieron en ganas de más, mientras su rostro se deformó con los cuernos que le salían de la boca, como astas, tan grandes que llegaban más allá de su cabeza. Arrastró su mazo por el suelo de regreso al cuerpo ensangrentado de su víctima. Ada era del tamaño de un duende en comparación al titán que la torturaba.
—Oh, eres dura, hadita, lo reconozco, ¿pero sobrevivirás a una tercera ronda? —le preguntó al oído entre risas, tan fuerte que sintió sus tímpanos romperse. Ada no tuvo las fuerzas ni siquiera para levantar su rostro cabizbajo—. Esta vez quiero ver esas desagradables alas tuyas, prometo no arrancarlas por completo.
El gigante se soltó en una risa ronca y tronante mientras se alejaba de ella a pasos lentos y pesados. Ada suspiró con pavor, el demonio se preparaba para alzar su mazo de púas. Su corazón bombeó bajo, pero con la suficiente energía para alertarla de problemas.
Desesperada, miró hacia las direcciones que aquella insufrible posición le permitía. Entre muchos otros objetos identificó una rama alargada en la mesa de tortura. Era su varita.
«Si tan solo la tuviera en mis manos», pensó.
Con el poco aliento que le quedaba, se concentró en la varita. Redoblando sus esfuerzos extendió sus manos a ella. La magia que podía invocar en ese momento era demasiado débil, pero aún en medio de su dificultad logró hacerla levitar un poco sobre la mesa.
Un ruido pesado y chirriante la apuró. El gigante levantaba su mazo. Solo tenía una oportunidad, una única ventaja de sobrevivir si sabía aplicarla correctamente.
Ada se esforzó, cerrando sus ojos sin dejar de bajar sus manos, y entonces la varita atravesó la mazmorra en un vuelo fugaz.
La recibió justo a tiempo para disparar un hechizo débil, pero con la potencia suficiente para estallar las cadenas de arriba. Cayó de inmediato, en evasión al apremiante paso del mazo que de seguro hubiera destrozado alguna de sus extremidades.
El golpe al caer no lo pudo evitar, chocó de lleno contra el áspero suelo.
Ada dio un quejido, mientras la mole demoniaca renegaba por la acción imprudente de su víctima.
—Vas a lamentarlo —amenazó, llenándose de una furia consumidora—. ¡Te aplastaré como a una cucaracha!
El demonio alzó de nuevo su mazo, pero a un paso tan lento y pesado que le dio el tiempo de estallar las cadenas de sus pies y correr por la mazmorra.
—¡Vuelve aquí, hada! Acabaré con tu insignificante existencia.
Ada agitó su varita en el aire, originando un brillo leve en la punta, y al descender su movimiento, las cadenas vacías que colgaban del techo clavaron sus garfios en la espalda del coloso, ocasionándole un quejido.
Ada dirigió de nuevo su varita al techo. Los hierros lo jalaron hacia lo alto, de donde quedaría colgado hasta que su propio peso lo embistiera de lleno al suelo.
—No creo que sea más insignificante que la tuya, animal —masculló por lo bajo antes de irse.
Observó primero desde el borde antes de dar el siguiente paso a los corredores de Las Fosas, un minotauro y un cíclope acababan de rondar el pasillo. Tuvo que ocultarse tras la pared para no ser vista. El mínimo intento de confrontarlos hubiera resultado en fracaso. Lo único en lo que podía pensar en ese momento era en evadir y escapar si quería llegar viva al Umbramundo.
Así continuó su escape, hasta que dio con las cuevas que le darían su salida de Las Fosas. Para su desdicha, las rejas bloqueaban la entrada y tres carneros con cabezas de cerdo la custodiaban.
—Piensa, Ada, piensa —musitó para sí misma.
Como respuesta a su súplica desesperada, las rejas se alzaron para dar paso a un nuevo huésped en las cavernas de tortura. Un par de caballeros oscuros arrastraban el cuerpo inconsciente de una hechicera encapuchada.
—La envía Lord Máximo —avisó uno de ellos mientras la arrojaba a los pies de los carneros—. Se desmayó durante la apertura del vórtice. Pidió explícitamente que le recordaran que en su reino no era permitida la debilidad. No la quiere tener cerca cuando llegue la hora de la invasión.
«Esto es grave», pensó.
Con el tiempo en contra, Ada utilizó una vez más su varita para causar un pequeño escándalo. Su hechizo pasó desapercibido entre la oscuridad y uno de los minotauros en ronda cayó por el ataque.
Los caballeros desenvainaron sus espadas y corrieron junto a los guardias hacia el monstruo caído, era lo que necesitaba para escabullirse hacia afuera. Corrió lo más rápido que pudo con el poco aliento que le quedaba. No se detuvo hasta que estuvo segura de encontrarse muy lejos de allí.
Solo así se tomó un momento para respirar. Había llegado viva al Umbramundo.
—Nunca había estado más feliz de estar aquí en toda mi vida —comentó para sí misma, dando otro respiro.
Sin embargo, al subir su mirada hacia la noche eterna de El Abismo, su expresión se llenó de pavor. El vórtice se había fortalecido, e incluso a la exagerada distancia en la que se encontraba, era enorme, demasiado para pasar desapercibido.
—Oh, no. Ya es tarde... ya comenzó.
Desesperada, corrió hacia la ciudad.
James acercó a su madre a la cama del suntuoso cuarto que había reservado para su estadía. Adara lucía agotada, y por más que intentó sanar sus heridas, aún no se recuperaba al ciento por ciento del brutal asedio de Máximo.
—No pretendas que vas a mantenerme encerrada mientras tú solo te enfrentas a él —reprochó—. Es un monstruo. Necesitarás toda la ayuda posible para derrotarlo.
—Ya tengo la ayuda que necesito. —Miró a Victoria, quien confirmó a Adara con el asentimiento de su cabeza—. No puedo arriesgarme a perderte. Tú misma lo has dicho, Máximo es un monstruo. Corriste un grave peligro al enfrentarlo cuando poseía el cuerpo de Ada, ahora en carne propia no tendrá compasión de ti.
—¡Pero es una locura! Tú y Victoria no pueden ir a la Dimensión Oscura a enfrentarlo en su propio territorio.
—Madame Adara, sir James y yo comenzamos esta cruzada juntos, y juntos la vamos a terminar —apoyó Victoria—. Ya usted hizo lo mejor que estuvo a su alcance, y lo valoramos, pero permítanos devolverle el golpe a Máximo por lo que le causó a usted, a Bobbly, a Dreccan y a todos nosotros.
—Todos los días arriesgamos nuestra vida para mantener a salvo a las personas que amamos, esta vez no será diferente —siguió James, despidiéndose con un abrazo—. No dejaremos que nos infunda su temor. No le permitiremos llevarse la victoria. Cuídate, mamá.
Adara asintió en comprensión.
—Acaben con él —solicitó con dureza.
—Bobbly y Dreccan también se quedarán contigo. Por nada del mundo dejes que salgan de aquí, será muy peligroso.
Mago y Madame estuvieron listos para partir, cuando un inesperado terratiempo golpeó todo el Templo Universal con una furia nunca antes vista. Adara se sujetó de la cama, mientras que James y Victoria fueron expulsados bruscamente contra la pared.
—Cómo es posible, se supone el escudo nos protege de las afectaciones del Limbo Temporal —preguntó Victoria, recibiendo la mano de James para levantarse.
—Ese terratiempo no se sintió como los demás. Creo que de no haber tenido los escudos activos hubiéramos sido cruelmente exterminados aquí mismo —le contestó.
Otra oleada los sacudió hacia el extremo contrario.
—Qué está pasando —preguntó Adara con una angustia creciente.
—Las mareas del tiempo están fuera de control.
—¡Amo Mago! ¡Amo Mago! ¡Amo Mago! —Bobbly entró dando gritos—. Tiene que ver esto...
—¿Dónde?
—La biblioteca —respondió, tembloroso.
El escenario cambió con una suave sacudida. Todos aparecieron alrededor de la mesa oval donde el Ojo Universal reflejaba el crítico estado del flujo del tiempo.
—Imposible, se están registrando múltiples alteraciones en diferentes puntos de la historia al mismo tiempo, y son demasiadas —murmuró Victoria.
—Está usando el Darkrom, no hay otra explicación —reconoció James.
—Tejido del tiempo al noventa y siete por ciento —comunicó el Ojo, y otro choque a los escudos del Templo los hizo tambalear con brusquedad—. Noventa y ocho, noventa y nueve...
Victoria observó el mapa, los puntos continuaban multiplicándose sin parar.
—El daño al tiempo está abriendo brechas inesperadas en diferentes puntos del espacio. Los anacronismos terminarán por romperlo todo. ¡Hay que salir de aquí! —gritó Madame.
Antes de que pudieran dar un paso más, un último golpe los derribó potentemente en anuncio de la totalidad de la ruptura, chispas mágicas se alcanzaron a ver en el ataque y muchos de los objetos en los estantes cayeron al suelo. Las mareas golpearon una y otra vez, más potentes e incesantes que nunca, haciéndolos ir de un lado a otro.
—¿Todos están bien? —preguntó Mago mientras se reincorporaba.
—No lo estaremos pronto si no nos vamos ahora. El Limbo Temporal nos volará en pedazos si continuamos aquí —exclamó Adara.
—Ojo Univer...
—¡James Jerom! —Una visión se proyectó en medio de la sala, interrumpiéndolos. Lord Máximo coronaba la torre más alta del Templo con una sonrisa triunfante—. ¡El tiempo se ha cumplido! ¡El día de nuestra batalla ha llegado!
—Ese maldito... —susurró Adara.
—Deben irse, todos ustedes —ordenó Mago—. Victoria y yo lo distraeremos para darles tiempo de escapar.
—¿Pero a dónde? —intervino Bobbly—. ¡El tiempo está roto!
—A donde sea, little one, pero muy lejos de aquí —contestó Victoria.
—Buena suerte —los despidió Adara.
—La necesitaremos —respondió Mago antes de salir volando junto a Madame.
Ascendieron por las altas torres, directo al tejado en el que Máximo aguardaba, paciente y sereno frente las fuertes precipitaciones de la caótica dimensión en desplome. Mago lo recibió con una expresión severa, mientras que Victoria lo vio con un odio profundo.
—Máximo, desgraciado. Finalmente estás libre —manifestó Mago.
—Tal como lo prometí, James Jerom —dijo con las manos tras su cadera, elegante e inmutable—. El día de nuestro inevitable encuentro ha llegado. ¡El día en que los pilares de la luz se debilitarían y el tiempo fuera roto, cuando el nuevo gobernante del todo sería libre para moldear el nuevo universo hacia la era de la oscuridad!
—¡¿Qué hiciste con Ada?! —inquirió con furia, en un esfuerzo sobrehumano por resistir las precipitaciones desestabilizadas.
—Ya no tendrán que preocuparse por ella, pronto ustedes y toda la creación de La Eternidad compartirán el mismo destino.
—Ni piense que podrá dar un paso más en su plan, plonker —amenazó Victoria con sus sellos mágicos listos para el ataque, la estructura no paraba de sacudirse—. Su osado y ruin gobierno termina hoy mismo.
—Victoria Pembroke. ¿No es acaso un día encantador? —saludó con una sonrisa desafiante—. Debo reconocer que la admiro, ¿sabe? Aferrarse a las emociones humanas con James Jerom de la forma en la que usted lo ha hecho es impresionante, aún consciente de que su final sería terriblemente predecible y doloroso. ¿No compartimos ambos a un mismo enemigo en común? El tiempo es nuestro gran opositor en este viaje. Y a alguien como usted, que ya vivió su vida, puedo asegurarle que no le queda mucho. —Sonrió—. Yo mismo lo he visto. Conozco su destino.
—No se atreva a decir una sola palabra más —demandó con firmeza—. No me conoce, y usted y yo jamás seremos semejantes, monster!
Máximo rio por lo bajo.
—Siempre tan encantadora. Hágase un favor, Madame, retírese ahora mismo. —Tronó su cuello a cada lado en preparación—. Esta profética batalla por el futuro del universo la excluye en todo sentido.
—Ni hablar —enfrentó James—. Victoria y yo estamos juntos en esto.
—Le aseguro, señor Jerom, que aquello resultará rotundamente mal para ambos.
—¿Desea a sir James solo para usted? —desafió Victoria—. Venga por él entonces.
Madame y Mago Universal alzaron vuelo a toda velocidad. Lord Máximo suspiró, irritado, y de un salto les siguió paso, justo a tiempo para que el Templo Universal saliera despedido al lado contrario.
El Limbo Temporal se abrió como un puente a través del espacio-tiempo. Los Universales comenzaron a cruzarlo en su infinito mar de colores, pero al ver a sus pies, notaron que Máximo se les adelantaba a una rapidez inhumana.
—Le dije, Victoria Pembroke, que su tiempo se acabaría —aseguró, alcanzándola en el vuelo.
Lord Máximo prolongó su mano y una púa de oscuridad se formó en ella. La usó para atravesar el pecho de Victoria de lado a lado.
Madame dio un suspiro ahogado, con la sangre brotando a cantidades atroces. Su cuerpo descendió en picada, desviándose del curso.
—¡Noooo, Victoria! —James prolongó un grito dolido y se lanzó en una desesperada carrera por recuperarla.
Lord Máximo, en cambio, aceleró su curso y batió sus manos hacia Mago, embistiéndolo con una poderosa ráfaga de oscuridad hacia lo desconocido, mientras el cuerpo de Madame Universal se perdía en las inmensidades del espacio-tiempo.
La abrupta apertura de un portal arrastró a James por un desierto de arena, en el que las Pirámides de Egipto aún estaban en construcción. Lord Máximo aterrizó ante él con una mueca complaciente. No se le había movido ni un cabello.
—Ella se lo buscó. ¡Le advertí lo que sucedería! —Sonrió con cinismo—. Igual tampoco le quedaba mucho tiempo, pero eso ya usted lo sabía muy bien, señor Jerom.
Dominado por una explosiva furia que arrasaba con toda su racionalidad, Mago se levantó. No le importaba la pesadez ni el mareo que lo agobiaba. Pero Máximo no le dio tiempo de terminar de recuperarse del brutal salto, y disparó un poderoso rayo que lo regresó en su andar por la tierra. Después se movió a gran velocidad ante él y lo tomó del rostro con una sola mano, aventándolo luego a lo lejos a través de un nuevo punto temporal recién abierto.
Lord Máximo siguió el mismo camino.
La brecha los catapultó hacia la Isla de Pascua. Mago logró recuperar su vuelo en el deceso y aterrizó de pie, aunque resistiendo los intensos dolores que lo aquejaban. Cuando vio a Máximo acercarse, conjuró un gigantesco sello por donde disparó uno de sus hechizos más potentes.
Lord Máximo solo tuvo que utilizar una mano para arrancar de lo profundo de la tierra una de las estatuas móais y usarla como escudo. Miles de pedazos de piedra volaron en todas las direcciones tras el impacto, pero Máximo las detuvo en el aire, y meneando su mano hacia James, todos los fragmentos volaron en su contra.
Mago tuvo que crear un improvisado escudo. Eran demasiados y muy rápidos para darle la oportunidad de emplear una estrategia ofensiva.
Máximo sonrió. Su magia corrupta se coló por los laterales de la barrera y comenzó a infestarlo como un virus. James vio con horror cómo el azul se tornaba oscuro. El escudo se quebró por completo y tuvo que levitarse fuera de allí si quería continuar en pie.
Libraron una batalla de feroces embestidas mágicas en el cielo en la que ninguno parecía vencedor.
—¡La asesinaste! ¡Monstruo! —explotó en cólera, aplicando el poderío suficiente para hacerlo retroceder violentamente—. ¡Ella era lo que más amaba! ¡Y la mataste! —Se lanzó contra él con su puño cargado de magia, propinándole un golpe de gancho.
Máximo fue expulsado bruscamente hacia otro punto que originó un nuevo salto. James lo siguió con sus ojos poseídos por una rebosante energía azul. Ambos se encontraron en un espectáculo de luces que se disipaba a través del ducto espacio-temporal.
Sin poder prestar mucha atención a su alrededor, cayeron directo a un campo de guerra, ocasionando un cráter a su alrededor.
—Victoria Pembroke era solo un pequeño precio a pagar por el inicio de una nueva era.
—¡Ella lo era todo para mí!
El grito frenético de Mago casi se armonizó con la explosión que retumbó a sus espaldas. Balas llovían desde lados contrarios mientras los soldados corrían fuera de las trincheras en jurada lealtad patriótica, sitiados por tanques y cañones desesperanzadoras.
Mago Universal y Lord Máximo mantenían un forcejeo mano a mano, cada uno con una voluminosa muestra de su energía irradiándolos.
—¡Mire a su alrededor, James! ¡Mire lo que ha hecho la creación que defiende! —expresó Lord Máximo, desafiante—. ¡Se matan entre ellos! ¡¿Qué han hecho las especies por el mundo?! Nada más que destruirlo. Tarde o temprano se aniquilarán entre sí, regresando el caos absoluto. No merecen salvación. Es necesario un reinicio, uno donde solo haya oscuridad. Tal como siempre debió ser.
—¡No, te equivocas! —Mago logró tomarlo por el puño y doblegarlo contra su voluntad, alzándose unos metros sobre él—. Seres como tú son quienes siembran odio y promueven la guerra con su soberbia. La creación es más que destrucción, puede ser caótica en ocasiones, pero también hay belleza en ella, y mientras haya amor, esperanza y fe, la vida resistirá ante cualquier adversidad.
—¡Patético! —Lo zafó de sí con un puñetazo cargado de oscuridad.
Mago cruzó un nuevo vórtice que lo embistió contra el metal de una nave de guerra. Se esforzó por mantenerse en el aire a pesar del dolor que quebrantaba su cuerpo. Por un momento dirigió su vista abajo. Era Capital City, podía reconocerla, y en ella, las tropas corvynianas marchaban contra la aterrada ciudadanía.
En cuanto Lord Máximo terminó de cruzar el vórtice, saltaron el uno contra el otro en un choque que los envió al suelo con la fuerza de un meteoro.
—No solo su humanidad es una aberración, ¡todas las del universo lo son! Mire lo que hacen. —Extendió sus brazos a cada lado—. ¡Se invaden y se esclavizan! ¡Destruyen sistemas solares hasta sus cimientos por la misma corrupción de su falla! ¡No conocen del orden! Pero yo les enseñaré a mantenerlo una vez sea el nuevo gobernante en el nuevo mundo.
—Y aún en esos días oscuros, la esperanza nunca morirá, porque por cada mal que se alce, dos héroes surgirán. —Se levantó, lleno de polvo y sangre. Alcanzaba a distinguir a la distancia al Escuadrón de Héroes formándose en grupo por primera vez ante sus enemigos—. Ese es nuestro poder, Máximo, algo que nunca entenderás. Hace falta tan solo un día oscuro para sacar lo mejor de todos nosotros.
Con un canto de furia, volvieron a lanzarse el uno contra el otro. Batallaron en el aire una vez más y cruzaron por otro punto espacio-temporal.
Máximo soltó una risa divertida.
—¿Qué es tan gracioso? —demandó saber James.
—Reflexiono en lo que ha dicho, señor Jerom —respondió sin dejar de atacar—. En este mismo instante, mientras luchamos, La Oscuridad se impone ante la creación que tanto defiende. Y, para su desgracia, La Luz ya perdió. Una vez el presente sea destruido por completo, cada posible futuro terminará y el pasado nunca más será recordado por ningún ser viviente.
—No... —La mirada de James se llenó de pavor.
—Sí —desafió—. ¿No suena hermoso? Yo mismo le mostraré cómo termina todo.
La oscuridad en los ojos de Lord Máximo aumentó drásticamente. Atacó a Mago en un inesperado combe de brutales golpes, luego, creó dos púas en sus manos con las que detuvo los ataques de James y las usó para propinarle desgarradores cortes en la piel. Terminó dándole una patada tan fuerte que lo expulsó fuera del Limbo Temporal.
Mago aterrizó de pecho en un campo de ruinas desconocidas. Un quejido prolongado lo atormentó. Sintió una presencia aterrizar junto a él.
Lord Máximo lo sujetó de la cabeza y lo levantó en contra de su voluntad.
—Mire, James, henos aquí, la ciudad en la que todo comenzó, el inicio de su encrucijada temporal, donde además conoció el amor. —Un chorro de sangre se escurrió de la boca de Mago. Máximo sonreía, complacido—: Londres.
La capital inglesa ardía en llamas y caos. Por donde quiera que James observó solo encontró destrucción. Y lo que era más alarmante: un gigantesco vórtice oscuro casi del tamaño de la ciudad yacía sobre ellos.
Aquello lo atravesó como una estocada al corazón. No pudo dejar de pensar en el sufrimiento de los inocentes y las muertes que la arremetida de las fuerzas de Lord Máximo habían provocado en la ciudad.
Totalmente complacido, su mortal enemigo lo arrojó de nuevo al suelo y se alejó de él a pasos lentos y triunfantes.
—Este es el fin de La Luz —celebró—. No habrá Escuadrón de Héroes que lo detenga. No habrá protectores. Nadie será capaz de ganar esta batalla, señor Jerom. Yo ya gané.
Máximo escuchó un quejido tras de sí. Se giró al origen, sorprendido. James Jerom se levantaba. No lo entendía. Quería comprenderlo, pero no lo lograba. James se encontraba herido de gravedad, agotado, empolvado y ensangrentado, y aún así tenía la fortaleza para levantarse de nuevo.
Mago, respirando agitado y con dificultad para mantenerse de pie, llevó sus manos a su cuello y se despojó de su capa azul, se había molido por completo en la batalla.
—No importa ante cuántos me enfrente, ni cuánto me hayan herido. Mientras aún respire, mientras aún mantenga viva la llama de la esperanza en mí, juro que daré hasta mi último aliento por proteger este mundo.
Y ante el mar infinito de monstruos que salían por el vórtice, junto al ejército oscuro que se agrupaba tras Lord Máximo, Mago Universal se preparó con dos sellos mágicos para luchar hasta la muerte en la batalla de su vida, la Batalla por el Tiempo.
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